martes, 30 de marzo de 2010

Un obispo escribe al Papa Benedicto XVI

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Ofrecemos nuestra traducción del bellísimo testimonio de un obispo italiano, Mons. Luigi Negri, que decidió enviar una carta al Santo Padre Benedicto XVI ante los violentos ataques de los que el Pontífice está siendo objeto en estos días, recorriendo, de este modo, su propio ”vía crucis”.

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Santidad,


La mentira y la violencia diabólica se abalanzan, cada día, sobre su Sagrada Persona.


Usted vive frente a toda la Iglesia una singularísima participación en la Pasión del Señor Jesucristo.


Frente a la Iglesia y al mundo, usted está recorriendo la “vía dolorosa”. Siéntanos junto a usted, con un afecto infinito y con la voluntad de confortar, en lo que podamos, este dolor suyo. En su dolor, Santidad, vibra ya todo el poder de Dios que, en este dolor y por este dolor, vence hoy el mal del mundo.


Un grandísimo y común amigo, el Presidente Marcello Pera, me escribió en estos días: cómo es posible que mil millones de cristianos asistan en silencio e impotentes al intento de destruir al Papa, sin darse cuenta de que, después de esto, no habrá más salvación para nadie.


Santidad, es necesario que todos nosotros trabajemos, bajo usted, en una gran reforma de la inteligencia y del corazón de la Iglesia, fundada en la adhesión incondicional a su Magisterio.


Sólo esto puede profundizar el sentido de nuestra dignidad, frente a nosotros mismos y al mundo, y de la inderogable tarea de la misión, que se nos ha conferido por nuestro bautismo.


Demasiadas malas teologías, demasiadas exégesis vacías, muchas veces en explícito desacuerdo con su Magisterio, envilecen hoy la cultura de la Iglesia.


A esta gran reforma de la inteligencia y del corazón de la Iglesia seguirá necesariamente una verdadera reforma moral, premisa de un nuevo florecimiento de santidad. Y así reflorecerá la misión de la Iglesia en este mundo, fuerte, alegre y sacrificada. En los momentos más graves de su historia, la Iglesia siempre experimentó todo esto. Hoy, como entonces, acogeremos la gracia de este sufrimiento para vivir también más profundamente nuestras responsabilidades.


Santidad, usted conoce nuestros corazones, sabe que nos uniremos en un abrazo a su persona, prontos a morir por usted y por la Iglesia.


Santidad, perdone nuestro atrevimiento y bendíganos.


27 de marzo de 2010


Mons. Luigi Negri

Obispo de San Marino-Montefeltro

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 29 de marzo de 2010

El “desde” de los hijos

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Cristo Esposo de la Iglesia

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Hablando con la gente o haciendo un recorrido por la web y por otros medios es revelador observar no tanto la exposición llana de las noticias sobre lo que acontece en la Iglesia, ni tampoco la posición a favor o en contra del modo como las autoridades conducen su tratamiento, sino el “desde” en el que cada interlocutor, informador, editor, columnista, blogger o comentador está posicionado al pronunciar su discurso.


Dejando a un lado a los no católicos, llama la atención la asepsia con la que muchos católicos hablan sobre cuestiones muy dolorosas que nos toca vivir. Y lo hacen sin que se les mueva un cabello o expresen conmoción alguna.


No manifiestan que los dolores de la Iglesia les sean propios o les tocaran de cerca. No sienten con ella, y da la impresión de que no les importa causarle dolor o vergüenza. Desconocen su condición de hijos de la Iglesia y por lo tanto no la tratan como a su madre. ¿Quién expone a su madre a la vergüenza pública? Y si ella fue expuesta a la vergüenza por otros hermanos ¿cómo no corren inmediatamente a defender su honor y dignidad?


Muchos se dicen hijos, pero no se comportan como tales. Los hijos buenos honran y defienden a su madre. A estos les duele, realmente les duele en el alma que maltraten a su madre. A otros no: su “desde” no es el de los hijos.


Es llamativo ver cómo para opinar sobre asuntos internos se valen de aquel “todos somos Iglesia”, pero cuando vienen los ataques se sitúan fuera de la arena, se sientan en sus palcos de espectadores y comentan con aires de imparcialidad -en el mejor de los casos- sus impresiones sobre la batalla: “ese golpe lo tiene merecido”, “después de semejante golpiza tal vez se decidan a cambiar algo”, “mira qué mal han manejado este asunto”, “ya lo decía yo que algo así iba a ocurrir”, “ahí tienen el resultado del concilio”, “a la Iglesia le hace falta un sinceramiento”, etc.


Por otro lado encontramos el “desde” de los hijos que reconocen su filiación, aman a su madre y cuando hablan de ella lo hacen con respeto, se implican con ella y asumen su responsabilidad. Su discurso no es desde fuera, sino que habla de “nosotros”, de “nuestra Iglesia” ; y mientras lo escuchas o lees puedes captar que quien habla ama a la Iglesia y es tu hermano. Y ves que puedes con él hablar de tu madre con confianza y respeto, reconociendo su dolencia y buscando su bien. Y cuando vienen los ataques notas que no se va, se queda a recibir los golpes y a sangrar para defender a su madre que es también la tuya, herida quizás, pero hermosa y digna.


Tal vez no sea una regla para aplicar en todos los casos, pero distinguir el “desde” dónde hablan u opinan sobre la Iglesia las personas, aunque se digan católicas, puede ayudarnos a discernir el valor de su discurso.


Quienes crean con intención recta que la mejor manera de hacerle bien a nuestra madre es exponerla a la bofetada de todo el que desee propinársela, o abofetearla públicamente ellos mismos para que los demás vean nuestra capacidad de autocrítica, sepan que difícilmente tal vejamen pueda dar el resultado que buscan.


Por último, los que hacen daño a la Iglesia, sepan que ella no sólo es nuestra madre, a la que defenderemos siempre. Ella es también la Esposa de Cristo, Su Amada.

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sábado, 27 de marzo de 2010

En la hora del poder de las tinieblas

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Una vez agotadas todas las formas de tentación,

el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

(Lc 4, 13)


En estos días, previos a la memoria de la Pasión de Jesús, estamos asistiendo a uno de los ataques más tremendos que ha sufrido la Iglesia de Cristo a lo largo de su historia. La manipulación mediática que se lleva a cabo en torno de los terribles hechos de público conocimiento redunda en un daño espiritual de inmensurables proporciones. Porque, no quepa duda, el daño mayor que se busca producir aquí es de orden espiritual.


Son muchos los que en estos días se han puesto a buscar la punta del ovillo de este asunto de los ataques al clero, a la Iglesia en general, y al Sumo Pontífice en particular. Y se han vertido diversas opiniones sobre los motivos que llevan a los medios de información a tomar posturas tan radicales en contra de la Iglesia. Así, muchos expertos y otros han arribado a certeras conclusiones: que los dueños de tal medio gráfico son ateos y pretenden desmitificar a la Iglesia; que otros responden a lobbies muy poderosos que encuentran en las posturas de la Iglesia un freno a sus intereses; que aquella cadena informativa se está tomando revancha contra la Iglesia; que hay centros de poder que buscan desautorizar a la Iglesia ante la opinión pública para poder luego imponer sus políticas sobre aborto, uniones civiles de homosexuales, exenciones impositivas concedidas a la Iglesia, libertad de educación; etcétera. Sin duda todas estas motivaciones son algunos de los ingredientes del cóctel explosivo que se agita contra Cristo y su Iglesia.


En su carta a la comunidad cristiana de Éfeso, San Pablo afirma que “nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (6, 12). Pensar que la andanada disparada contra el Sumo Pontífice y la Iglesia es obra meramente humana sería desconocer al verdadero enemigo. Los soberanos de este mundo luchan denodadamente contra el Cuerpo Místico de Cristo. Su estrategia es antigua aunque los medios sean modernos: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt 16, 31). ¿Cuántos serán los fieles cristianos que en estos días se habrán sentido tentados a desconfiar de sus pastores? ¿Cuántos buenos sacerdotes se habrán sentido humillados al punto de dudar en seguir bebiendo del mismo cáliz de su Señor? ¿Cuántos hombres y mujeres en proceso de conversión habrán sentido que se tambalea su incipiente fe?


¿No habríamos de recordar en esta Semana Santa que somos discípulos de Jesucristo, quien nos dijo: “si esto hacen con el leño verde, ¿qué no harán con el seco?” (Lc 23, 31). Si es hora de padecer la humillación y el escarnio junto a Jesús, hagámoslo. Que asumamos la cruz será, seguramente, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros ello es fuerza y sabiduría de Dios.


En esta hora en que pareciera triunfar el poder de las tinieblas, más que nunca pidamos el auxilio de nuestro Padre Celestial, pero hagámoslo al pie de la Cruz y junto a María. Perseverando hasta el final obtendremos la victoria de la mano de Aquel que nos ha dicho: “en el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor, Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).


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Espíritu Santo, danos fortaleza en nuestra Pasión.

Fortalece a nuestro Papa, Benedicto XVI,

para que confirme a sus hermanos.


Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


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jueves, 25 de marzo de 2010

Conquistados por la Forma Extraordinaria

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Presentamos la traducción de la sección dedicada a la Liturgia de una entrevista concedida por el P. Alessandro M. Apollonio, rector del Seminario teológico de los Franciscanos de la Inmaculada, al sitio web Paix Liturgique.

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La vocación de un Seminario es dar sacerdotes a la Santa Iglesia. Este año, ocho de vuestros hermanos serán ordenados en Florencia, en la Fiesta de la Anunciación, el 25 de marzo. El año pasado, la ceremonia tuvo lugar en Tarquinia y, por primera vez e la historia de vuestro instituto, el Sacramento del Orden fue conferido a cinco de vuestros hermanos según la Forma Extraordinaria del Rito Romano. Monseñor Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica, ofició la Misa. Este año, el Cardenal Rodé, otro prelado de la Curia, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, será el celebrante. Una vez más, la Misa Pontifical será según la forma antigua: ¿podemos concluir que la Forma Extraordinaria del Rito Romano se ha convertido ahora en el modo ordinario de vuestras ordenaciones al sacerdocio?


Sí, en cuanto el Papa lo permite, en el sentido de ser la forma preferida, no la exclusiva.

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¿Y eso que significa?



Permitidme interpretar el pensamiento de nuestro Superior, el Padre Manelli. Dado que la Forma Extraordinaria es la forma litúrgica más cercana a nuestra espiritualidad, en cuanto el Papa lo permita, preferiremos el antiguo Rito para nuestras ordenaciones. Por supuesto, si mañana tenemos que ordenar algunos hermanos directamente en África o en los Estados Unidos y el obispo prefiere celebrar según el Novus Ordo, las ordenaciones serán según la liturgia moderna en su forma más solemne.

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¿Qué es lo que hace a vuestra espiritualidad particularmente cercana al Rito antiguo?


Nuestra espiritualidad franciscana y mariana está caracterizada por ser teocéntrica, cristocéntrica y mariocéntrica. Dios, el Dios-Hombre y la Corredentora Inmaculada son centrales a nuestra vocación. Y, en sus dimensiones sacrificial y mística, la liturgia tradicional responde realmente en manera adecuada a nuestra espiritualidad. Sólo hay salvación en Dios hecho Hombre en el seno de la Virgen, muerto en la Cruz y Resucitado, y la liturgia milenaria de la Iglesia nos recuerda constantemente esto, incluso en sus detalles más imperceptibles.

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Si los hermanos entran en el sacerdocio por medio del antiguo Rito, parecería natural que pudieran disfrutar de sus tesoros cada día: ¿Cuál es vuestra posición acerca del breviario, por ejemplo? ¿Pueden vuestros sacerdotes usar el tradicional?


Es así, para acompañar el crecimiento espiritual de cada sacerdote y de nuestra familia religiosa en su conjunto, el breviario tradicional es una herramienta valiosa. Tanto que en el seminario, para todas nuestras funciones en coro, es ahora el que usamos. Para la recitación personal, o en la misión, los hermanos pueden, no obstante, usar el breviario de Pablo VI.

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¿Cuánto habéis avanzado en la implementación del motu proprio Summorum Pontificum en vuestras casas?


En Italia, la Forma Extraordinaria es la forma de nuestras Misas conventuales, recomendada por el Padre Fundador, tanto para los hermanos como para las hermanas, y se está celebrando cada vez más en nuestras ceremonias públicas también en las parroquias donde tenemos el consentimiento del obispo. En el extranjero, las cosas se hacen según las necesidades locales. Por ejemplo, en los Estados Unidos, en orden a evitar prudentemente cualquier tipo de confusión, las cosas se desarrollan a un paso más lento que en Italia. Sin embargo, desde Brasil hasta Filipinas, la Forma Extraordinaria conquista más y más las almas de nuestros hermanos y hermanas franciscanos de la Inmaculada.

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Fuente: The New Liturgical Movement


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 24 de marzo de 2010

Aversión al Papa y magisterio paralelo

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Presentamos el artículo que Mons. Crepaldi escribió para un periódico italiano, y luego Zenit tradujo al español, en el que defiende al Santo Padre Benedicto XVI y denuncia los injustos ataques a su persona y la existencia de un “magisterio paralelo” que parece ser expresión de dos Iglesias diversas. También recomendamos la lectura del artículo escrito por el Padre Santiago Martín, y publicado en La Razón, titulado “Acoso a Ratzinger”.

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El intento de la prensa de implicar a Benedicto XVI en la cuestión de la pedofilia es solo el más reciente de los signos de aversión que muchos nutren hacia el Papa. Es necesario preguntarse cómo este Pontífice, a pesar de su mansedumbre evangélica y de su honradez, de la claridad de sus palabras unida a la profundidad de su pensamiento y de sus enseñanzas, suscite en algunas partes sentimientos de hastío y formas de anticlericalismo que se creían superadas. Y esto, hay que decirlo, suscita aún mayor asombro e incluso dolor cuando quienes no siguen al Papa y denuncian sus presuntos errores son hombres de Iglesia, sean teólogos, sacerdotes o laicos.


Las inusitadas y claramente forzadas acusaciones del teólogo Hans Küng contra la persona de Joseph Ratzinger teólogo, obispo, Prefecto de la Congregación de la Fe y ahora Pontífice por haber causado, según él, la pedofilia de algunos eclesiásticos mediante su teología y su magisterio sobre el celibato nos amargan profundamente. Nunca había sucedido que la Iglesia fuese atacada de esta forma. A las persecuciones contra muchos cristianos, crucificados en sentido literal en muchas partes del mundo, a las múltiples tentativas de desarraigar el cristianismo en las sociedades antes cristianas con una violencia devastadora en el plano legislativo, educativo y de las costumbres que no puede encontrar explicaciones en el buen sentido común, se añade desde hace tiempo un encarnizamiento contra este Papa, cuya grandeza providencial está ante los ojos de todos.


De estos ataques se hacen tristemente eco cuantos no escuchan al Papa, también entre eclesiásticos, profesores de teología en los seminarios, sacerdotes y laicos. Cuantos no acusan abiertamente al Pontífice pero ponen sordina a sus enseñanzas, no leen los documentos de su magisterio, escriben y hablan sosteniendo exactamente lo contrario de cuanto él dice, dan vida a iniciativas pastorales y culturales, por ejemplo en el terreno de la bioética o en el del diálogo ecuménico, en abierta divergencia con cuanto él enseña. El fenómeno es muy grave por cuanto está muy difundido.


Benedicto XVI ha dado enseñanzas sobre el Vaticano II que muchísimos católicos rebaten abiertamente, promoviendo formas de contraformación y de magisterio paralelo sistemático, guiados por muchos “antipapas”; ha dado enseñanzas sobre los “valores no negociables” que muchísimos católicos minimizan o reinterpretan, y esto sucede también por parte de teólogos y comentaristas de fama hospedados en la prensa católica además de en la laica; ha dado enseñanzas sobre la primacía de la fe apostólica en la lectura sapiencial de los acontecimientos y muchísimos continúan hablando de la primacía de la situación, o de la práxis, o de los datos de las ciencias humanas; ha dado enseñanzas sobre la conciencia o sobre la dictadura del relativismo pero muchísimos anteponen la democracia o la Constitución al Evangelio. Para muchos la Dominus Iesus, la Nota sobre los católicos en política de 2002, el discurso de Regensburg de 2006, la Caritas in veritate, es como si nunca hubiesen sido escritos.


La situación es grave, porque esta brecha entre los fieles que escuchan al Papa y quienes no le escuchan se difunde por todas partes, hasta en los semanarios diocesanos y en los Institutos de ciencias religiosas, y anima dos pastorales muy distintas entre sí, que ya casi no se entienden entre ellas, como si fuesen expresión de dos Iglesias diversas y provocando inseguridad y extravío en muchos fieles.


En estos momentos muy difíciles, nuestro Observatorio siente el deber de expresar nuestra filial cercanía a Benedicto XVI. Oramos por él y permanecemos fieles en su seguimiento.


Monseñor Giampaolo Crepaldi,

Arzobispo de Trieste y Presidente del Observatorio Internacional Cardinale Van Thuân

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Texto tomado de la traducción al español realizada por  Zenit

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lunes, 22 de marzo de 2010

Nicola Bux: “Volvamos a la Tradición: será un progreso”

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Ofrecemos nuestra traducción de la entrevista que Antonio Gasparri ha realizado a Monseñor Nicola Bux y que fue publicada el pasado viernes en la edición italiana de Zenit.

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En julio de 2007, con el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice Benedicto XVI ha restaurado la celebración de la Misa en latín. El evento suscitó revuelo. Se levantaron vibrantes voces de protesta pero también valientes aclamaciones.


Para explicar el sentido y la práctica de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, don Nicola Bux, sacerdote, experto en liturgia oriental y consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, publicó el libro “La reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre tradición e innovación” (Piemme, Casale Monferrato 2008), con prefacio de Vittorio Messori.


En el libro, don Nicola explica que el restablecimiento del rito latino no es un paso atrás, un retorno a los tiempos precedentes al Concilio Vaticano II, sino más bien un mirar adelante, retomando de la tradición pasada cuanto de bello y significativo ella pueda ofrecer a la vida presente de la Iglesia.


Según don Bux, lo que el Pontífice quiere hacer en su paciente obra de reforma es renovar la vida del cristiano, los gestos, las palabras, el tiempo de lo cotidiano, restaurando en la liturgia un sabio equilibrio entre innovación y tradición. Haciendo así emerger la imagen de una Iglesia siempre en camino, capaz de reflexionar sobre sí misma y de valorizar los tesoros de los que es rico su cofre milenario.


Para tratar de profundizar el significado y el sentido de la Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio del lenguaje con Dios, Zenit ha entrevistado a don Nicola Bux.


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¿Qué es la liturgia y por qué es tan importante para la Iglesia y para el pueblo cristiano?


La sagrada liturgia es el tiempo y el lugar en que, con seguridad, Dios va al encuentro del hombre. Por lo tanto, el método para entrar en relación con Él es precisamente el de rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le damos gracias y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín colere, cultivar una relación importante, pertenece al sentido religioso del hombre, en toda religión desde los orígenes.


Para el pueblo cristiano, la sagrada liturgia y el culto divino realizan, por lo tanto, la relación con lo más querido que tiene, Jesucristo Dios – el atributo sagrado significa que en ella tocamos su presencia divina. Por eso, la liturgia es la realidad y la “actividad” más importante para la Iglesia.

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¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por qué ha suscitado tanto revuelo?


La reforma de la liturgia, término que debe ser entendido según la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como instauratio, es decir, restablecimiento en el lugar correcto en la vida eclesial, no comienza con Benedicto XVI sino con la historia misma de la Iglesia, de los apóstoles a la época de los mártires con el papa Dámaso hasta Gregorio Magno, de Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio es continua, porque siempre existe el riesgo de que la liturgia caiga de su puesto, que es el de ser fuente de la vida cristiana; la decadencia ocurre cuando se somete el culto divino al sentimentalismo y al activismo personales de clérigos y laicos, que penetrando en el culto lo transforman en obra humana y entretenimiento espectacular: actualmente un síntoma de esto está dado por el aplauso en la iglesia que acompaña indistintamente el bautismo de un recién nacido y la salida del ataúd en un funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento, ¿no necesita reforma? Esto es lo que Benedicto XVI está haciendo: como emblema de su obra reformadora quedará siempre el restablecimiento de la Cruz al centro del altar con el fin de hacer entender que la liturgia está dirigida al Señor y no al hombre, aunque sea ministro sagrado. El revuelo está siempre en todo giro de la historia de la Iglesia pero no hay que impresionarse.

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¿Cuáles son las diferencias entre los denominados innovadores y los tradicionalistas?


Estos dos términos deben ser aclarados en primer lugar. Si innovar significa favorecer la instauratio de la que hablaba, es precisamente de lo que tenemos necesidad; como también si traditio significa custodiar el depósito revelado sedimentado también en la liturgia. Si, en cambio, innovar quiere decir transformar la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando entre un gusto arcaico que quiere conservar sólo los aspectos que agradan y un conformismo a la moda del momento, vamos fuera de camino; o por el contrario, ser conservadores de tradiciones meramente humanas que se han superpuesto a modo de incrustaciones en el cuadro, no permitiendo ya captar la armonía del conjunto. En realidad, los dos opuestos terminan por coincidir y revelar la contradicción. Un ejemplo: los innovadores sostienen que la Misa antiguamente era celebrada dirigida al pueblo. Los estudios demuestran lo contrario: la orientación ad Deum, ad Orientem, es la propia del culto del hombre a Dios. Piénsese en el judaísmo. Todavía hoy todas las liturgias orientales la conservan. ¿Cómo es que los innovadores, amantes de la restauración de los elementos antiguos en la liturgia postconciliar, no la han conservado?

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¿Qué significado tiene la tradición en la historia y en la fe cristiana?


La tradición es una de las dos fuentes de la Revelación: la liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124), es un elemento constitutivo de ella. Benedicto XVI, en el libro “Jesús de Nazaret”, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia. Luego están las tradiciones de fe, de cultura, de piedad, que han entrado y han revestido la liturgia; actualmente conocemos varias formas de ritos en Oriente y en Occidente. Todos comprenden, entonces, por qué la Constitución litúrgica, después de haber recordado que sólo la Santa Sede es la autoridad competente para regular la sagrada liturgia, afirma perentoriamente en el n. 22, § 3: “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.”.

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¿Sería posible, en su opinión, volver actualmente a la Misa en latín?


El Misal Romano renovado por Pablo VI es en latín y constituye la edición llamada típica, ya que a ella deben hacer referencia las ediciones en lengua vernácula a cargo de las Conferencias Episcopales nacionales y territoriales, aprobadas por la Santa Sede. Por lo tanto, la Misa en latín se ha continuado celebrando también con el nuevo Ordo, si bien raramente. Esto ha terminado contribuyendo a la imposibilidad, para una asamblea compuesta de lenguas y naciones diversas, de participar en una Misa celebrada en la lengua sagrada universal de la Iglesia Católica de rito latino. Así, en su lugar surgieron las llamadas Misas internacionales, celebradas de tal forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se recitan o cantan en varias lenguas; de este modo, ¡cada grupo comprende sólo la suya!


Se ha sostenido que el latín no lo entendía nadie; ahora, si la Misa en un santuario es celebrada en cuatro lenguas, cada grupo termina entendiendo sólo una cuarta parte. Aparte de otras consideraciones, como ha deseado el Sínodo del 2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en latín: al menos, una dominical en las catedrales y en las parroquias. Esto ayudará, en la aclamada sociedad multicultural actual, a recuperar la participación católica, tanto en el sentirse Iglesia universal como en el reunirse junto a otros pueblos y naciones que componen la única Iglesia. Los cristianos orientales, aún dando espacio a las lenguas nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico en las partes más importantes de la liturgia como la anáfora y las procesiones con las antífonas para el Evangelio y el Ofertorio.


A instaurar todo esto contribuye mucho el antiguo Ordo del Misal Romano anterior, restaurado por Benedicto XVI con el Motu Proprio Summorum Pontificum que, simplificando, es llamada Misa en latín: en realidad, es la Misa de san Gregorio Magno, en cuanto su estructura se remonta a la época de aquel Pontífice y permaneció intacta a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y de los otros pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II la han celebrado cotidianamente sin notar ningún contraste con la actualización que estaban realizando.

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El Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de los abusos litúrgicos. ¿De qué se trata?


En realidad, el primero en lamentar las alteraciones en la liturgia fue Pablo VI, a pocos años de la publicación del Misal Romano, en la audiencia general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI estaba convencido de que la reforma litúrgica realizada después del Concilio realmente había introducido y sostenido firmemente las indicaciones de la Constitución litúrgica (discurso al sagrado Colegio del 22 de junio de 1973). Pero la experimentación arbitraria continuaba y se agudizaba, por otro lado, la nostalgia del antiguo rito. El Papa, en el consistorio del 27 de junio de 1977, reprendía a “los contestatarios” por las improvisaciones, banalizaciones, ligerezas y profanaciones, pidiéndoles severamente atenerse a la norma establecida para no comprometer la regula fidei, el dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi; y también a los tradicionalistas para que reconocieran la “accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los ritos.


En 1975, la bula Apostorum Limina de Pablo VI para convocar el año santo había apuntado a propósito de la renovación litúrgica: “Nos estimamos extremadamente oportuno que esta obra sea reexaminada y reciba nuevos desarrollos de modo que, basándose sobre lo que ha sido firmemente confirmado por la autoridad de la Iglesia, se pueda ver por todas partes aquellas que son realmente válidas y legítimas y continuar su aplicación con un celo aún mayor, según las normas y los métodos aconsejados por la prudencia pastoral y por una verdadera piedad”.


Dejo a un lado las denuncias de abusos y sombras en la liturgia por parte de Juan Pablo II en varias ocasiones, en particular en la Carta Vicesimus quintus annus de la entrada en vigor de la Constitución litúrgica. Benedicto XVI, por lo tanto, ha querido reexaminar y dar nuevo impulso precisamente abriendo una ventana con el Motu Proprio, para que poco a poco cambie el aire y se reubique en el correcto carril lo que ha ido más allá de la intención y la letra del Concilio Vaticano II en continuidad con la entera tradición de la Iglesia.

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Usted ha afirmado varias veces que, en una correcta liturgia, es necesario respetar los derechos de Dios. ¿Nos puede explicar qué es lo que quiere sostener?


La liturgia, término que en griego indica la acción ritual de un pueblo que celebra, por ejemplo, sus glorias, como ocurría en Atenas o como ocurre todavía hoy para la inauguración de las Olimpiadas u otras manifestaciones civiles, evidentemente es producida por el hombre. La sagrada liturgia tiene este atributo porque no es a nuestra imagen – en tal caso, el culto sería idolátrico, es decir, creado por nuestras manos – sino que es hecha por el Señor omnipotente: en el Antiguo Testamento, con su presencia indicaba a Moisés cómo debía predisponer en los mínimos detalles el culto al Dios único y verdadero, junto a su hermano Aarón. En el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el verdadero culto echando a los mercaderes del Templo y dando a los Apóstoles las disposiciones para la Cena pascual. La tradición apostólica ha recibido y relanzado el mandato de Jesucristo. Por lo tanto, la liturgia es sagrada, como dice Occidente, y divina, como dice Oriente, porque ha sido instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de Dios, a la que nada debe anteponerse.


Precisamente la función mediadora entre Dios y el hombre, propia del sumo sacerdocio de Cristo y ejercida en y con la liturgia por el sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que la liturgia desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina basándose en la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y, por lo tanto, indica cómo se debe “adorar en espíritu y en verdad”, es decir, en su Hijo Jesús y en el Espíritu Santo. Él tiene el derecho de ser adorado como Él quiere.


Sobre todo esto se necesita una profunda reflexión, ya que su olvido está en el origen de los abusos y de las profanaciones, ya muy bien descritas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum en la liturgia contribuye mucho a respetarla como algo sagrado, como prescribían las rúbricas; pero también las nuevas deben volver a ser seguidas con espíritu de devoción y obediencia por parte de los ministros sagrados para edificación de todos los fieles y para ayudar a muchos que buscan a Dios a encontrarlo vivo y verdadero en el culto divino de la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas deben volver a aprender y a realizar los sagrados ritos con tal espíritu y contribuirán así a la verdadera reforma querida por el Vaticano II y, sobre todo, a reavivar la fe que, como escribió el Santo Padre en la Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, corre el riesgo de apagarse en muchas partes del mundo.

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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 20 de marzo de 2010

Carta pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda

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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA

1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con gran preocupación  como Pastor de la Iglesia universal.  Al igual que vosotros estoy  profundamente  consternado  por las noticias concernientes   al abuso de  niños y jóvenes indefensos  por parte de  miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos.  Comparto la  desazón y  el sentimiento  de traición que muchos de vosotros experimentaron  al enterarse   de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que fueron afrontados por   las autoridades de la Iglesia en Irlanda.


Como sabéis,  invité hace poco  a los obispos de Irlanda  a una reunión en Roma para  que informasen  sobre cómo  abordaron  esas cuestiones en el pasado e  indicasen  los pasos que habían dado  para hacer frente a una situación tan grave. Junto con algunos altos prelados de la Curia Romana  escuché lo que tenían que decir, tanto individualmente como en grupo,  sea sobre el análisis de los errores cometidos y las lecciones aprendidas,  que sobre  la descripción de los programas y procedimientos actualmente en curso. Nuestras discusiones  fueron francas y constructivas. Estoy seguro de que, como resultado,  los obispos están ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y de abordar cuestiones más amplias relacionadas con el abuso de los niños de manera conforme  con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.


2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que  han recibido por parte de   las autoridades eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía, y proponeros  un camino de  curación, renovación y reparación.


Es verdad, como han observado muchas personas en vuestro país, que  el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda o de  la Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante  es la de hacer frente al  problema de los abusos ocurridos  dentro de la comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con coraje y determinación. Que nadie se  imagine que esta dolorosa situación se resuelva pronto. Se han dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Necesitamos  perseverancia y  oración, con gran fe en la fuerza salvadora de la gracia de Dios.


Al mismo tiempo, debo también expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda,  debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás, los  graves pecados cometidos contra  niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en  un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes   delitos.


Mientras os  enfrentáis a los retos de este momento, os pido que recordéis  la "roca de la que fuisteis tallados" (Isaías 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución  ofrecida  a la Iglesia y a la humanidad  por  generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y haced que de esa reflexión brote el impulso para un honesto examen de conciencia  personal y para  un sólido programa de renovación de la Iglesia y el individuo. Rezo para que, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, la Iglesia en Irlanda supere  esta crisis y vuelve a ser una vez más  testimonio convincente de la verdad y la bondad de Dios Todopoderoso, que se manifiesta en su Hijo Jesucristo…


Puede continuarse la lectura del texto completo de la Carta Pastoral del Santo Padre en este vínculo, en el sitio de la Santa Sede.

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Constituida la Comisión para investigar Medjugorje

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 Card. Ruini con Benedicto XVI

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La Santa Sede, por medio de la Oficina de Prensa, confirmó esta mañana que se constituyó en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y bajo la presidencia del Cardenal Camillo Ruini, “una Comisión internacional de investigación sobre Medjugorje. Dicha Comisión, compuesta por Cardenales, Obispos, peritos y expertos, trabajará de manera reservada, sometiendo el resultado del propio estudio a las instancias del Dicasterio”.


El padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa, recordó que al inicio hubo una Comisión diocesana que, sin embargo, afirmó que el evento iba más allá de la competencia de la Diócesis y lo derivó a la Conferencia Episcopal, que entonces era la de Yugoslavia y que ahora ya no existe.


El Padre Lombardi continuó diciendo que “la cuestión no llegó a una conclusión, en lo que concierne al tema de la sobrenaturalidad o no de los fenómenos. Los obispos de Bosnia y Herzegovina pidieron, por lo tanto, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Roma, que tomara en sus manos la situación”.


La Comisión de investigación, presidida por el anterior presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, estará compuesta por unos veinte miembros y referirá los resultados de su estudio a la Congregación para la Doctrina de la Fe ya que, explicó Lombardi, “no es la Comisión misma la que toma las decisiones, los pronunciamientos definitivos, sino que ofrece el resultado de su estudio, su “voto” como se dice en términos técnicos, a la Congregación, que luego tomará las decisiones del caso”.

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Fuente: Papa Ratzinger Blog


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 16 de marzo de 2010

Benedicto XVI presidirá la Beatificación del Cardenal Newman

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CARDENAL NEWMAN

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En el día de hoy ha sido confirmado lo que se comentaba, desde hace tiempo, como un rumor. El Papa Benedicto XVI ha decidido presidir personalmente la ceremonia de beatificación del Venerable Siervo de Dios Cardenal John Henry Newman, que tendrá lugar durante su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre de este año.


De este modo, el Santo Padre realiza una excepción a la norma, que él mismo estableció al comienzo de su pontificado, de que el Sumo Pontífice no presida personalmente los ritos de beatificación y que lo haga, en su lugar, un representante que por lo general es el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Como en su momento explicó el Dicasterio competente, esta importante decisión del Papa respondía “a la exigencia, muy sentida, de: a) subrayar más, en las modalidades de celebración, la diferencia sustancial entre beatificación y canonización; b) implicar más visiblemente a las Iglesias particulares en el rito de beatificación de sus respectivos siervos de Dios”.


Sin embargo, como también se aclaró en aquel momento, el Santo Padre “obviamente podrá presidirla siempre, en las circunstancias y modos que considere oportunos”. Es a partir de esto que Benedicto XVI ha tomado la decisión, por primera vez en su pontificado, de presidir una ceremonia de beatificación. Sin duda, esto responde no sólo a la gran importancia del Cardenal Newman sino también a una particular devoción del actual Pontífice hacia este gigante de la Iglesia de Inglaterra, como poníamos de relieve en una de las primeras entradas de esta Buhardilla.


Roguemos que, cuando el próximo 19 de septiembre en la Arquidiócesis de Birmingham el Papa Benedicto XVI conceda que el Siervo de Dios John Henry Newman “de ahora en adelante sea llamado beato” (cfr. Fórmula de beatificación), el Señor se digne conceder abundantes gracias a toda la Iglesia por la intercesión del Cardenal Newman e ilumine especialmente a todos los anglicanos que, movidos por el Espíritu Santo, han pedido o pedirán “ser recibidos, también corporativamente, en la plena comunión católica”, un santo deseo para cuya realización el Sucesor de Pedro no puede dejar de predisponer los medios necesarios, como ha manifestado con la promulgación de la histórica Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus.

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domingo, 14 de marzo de 2010

Ordinariato en Canadá

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La Iglesia Anglicana Católica de Canadá, una de las provincias de la Traditional Anglican Communion (TAC) ha escrito al Cardenal Levada y a la Congregación para la Doctrina de la Fe pidiendo el establecimiento de un Ordinariato personal conforme a lo establecido por la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus.


De esta manera, los anglicanos canadienses de la TAC se suman a sus hermanos de Inglaterra, Estados Unidos y América Central – y a los miembros de Forward in Faith Australia – que han pedido lo mismo para sus territorios.

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Cardenal William Levada


Prefecto


Congregación para la Doctrina de la Fe


Su Eminencia,


Tenga a bien permitir a este Colegio de los obispos de la Iglesia Anglicana Católica de Canadá (Traditional Anglican Communion) expresar nuestra gratitud por vuestra respuesta positiva del día 16 de diciembre de 2009 a nuestra Carta a la Congregación para la Docrina de la Fe del 5 de octubre de 2007 en la que expresamos nuestro deseo de “buscar un modo comunitario y eclesial de ser católicos anglicanos en comunión con la Santa Sede, atesorando al mismo tiempo la plena expresión de la fe católica y nuestra tradición dentro de la cual hemos llegado a esta instancia”.


Hemos leído y estudiado con cuidado la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus con las normas complementarias y el comentario que las acompañaba.


Ahora, en respuesta a vuestra invitación de contactarnos con vuestro Dicasterio para comenzar el proceso que habéis trazado, respetuosamente pedimos que la Constitución Apostólica sea implementada en Canadá;


que podamos establecer un Consejo de Gobierno interino de tres sacerdotes (u obispos);


y que se dé a este Consejo la tarea y la autoridad de proponer a Su Santidad la terna para el nombramiento del primer ordinario.


Esperamos y rezamos para que estas propuestas puedan ser útiles en la puesta en marcha del proceso establecido en la bienvenida, gentil y generosa respuesta del Santo Padre a nuestra petición.


Sinceramente en Cristo,


Rev. Peter Wilkinson, OSG (obispo diocesano)


Rev. Craig Botterill (obispo sufragáneo para Canadá atlántica)


Rt. Rev. Carl Reid (obispo sufragáneo para Canadá central)


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Fuente: The Anglican Catholic Church of Canada


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 13 de marzo de 2010

La Liturgia herida

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Ofrecemos nuestra traducción de la intervención, dedicada a la Sagrada Liturgia, que Mons. Marc Aillet, obispo de Bayona (Francia), pronunció en el Congreso teológico celebrado en Roma con ocasión del Año Sacerdotal.

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En el origen del Movimiento litúrgico, estuvo la voluntad del Papa san Pío X, en particular en el motu proprio Tra le sollecitudini (1903), de restaurar la liturgia y hacer más accesibles los tesoros para que se convirtiese nuevamente en fuente de una vida auténticamente cristiana, precisamente para hacer frente al desafío de una creciente secularización y animar a los fieles a consagrar el mundo a Dios. De aquí, la definición conciliar de la liturgia como “fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia”. Contra toda expectativa, como han advertido a menudo el Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI, la aplicación de la reforma litúrgica, a veces, ha llevado a una suerte de desacralización sistemática, mientras que la liturgia se dejó invadir progresivamente por la cultura secularizada del mundo circunstante perdiendo así su naturaleza y su identidad: “Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo” (CATIC n. 1068).


Sin negar los frutos auténticos de la reforma litúrgica, se puede decir, sin embargo, que la liturgia ha sido herida por lo que Juan Pablo II definió “prácticas no aceptables” (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) y Benedicto XVI denunció como “deformaciones al límite de lo soportable” (Carta a los obispos con ocasión de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum). De este modo ha sido herida también la identidad de la Iglesia y del sacerdote.


En los años postconciliares se asistía a una suerte de oposición dialéctica entre los defensores del culto litúrgico y los promotores de la apertura al mundo. Debido a que estos últimos, basándose en una interpretación secular de la fe, llegaban a reducir la vida cristiana sólo al compromiso social, los primeros, por reacción, se refugiaban en la pura liturgia hasta el “rubricismo”, con el riesgo de animar a los fieles a protegerse excesivamente del mundo. En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI pone fin a esta polémica y recompone esta oposición. La acción litúrgica debe reconciliar la fe y la vida. Precisamente en cuanto celebración del Misterio pascual de Cristo, hecho realmente presente en medio de su pueblo, la liturgia da una forma eucarística a toda la vida cristiana para hacer de ella un “culto espiritual agradable a Dios”. De este modo, el empeño del cristiano en el mundo y el mundo mismo, gracias a la liturgia, están llamados a ser consagrados a Dios. El compromiso del cristiano en la misión de la Iglesia y en la sociedad encuentra, de hecho, su fuente y su impulso en la liturgia, hasta ser atraído en el dinamismo de la ofrenda de amor de Cristo que es actualizada.


El primado que Benedicto XVI quiere dar a la liturgia en la vida de la Iglesia – “el culto litúrgico es la expresión más alta de la vida sacerdotal y episcopal”, dijo a los obispos de Francia reunidos en Lourdes el 14 de septiembre de 2008 en asamblea plenaria extraordinaria – quiere poner de nuevo la adoración en el centro de la vida del sacerdote y de los fieles. Al contrario y en lugar del “cristianismo secular” que con frecuencia ha acompañado la aplicación de la reforma litúrgica, el Papa Benedicto XVI quiere promover un “cristianismo teologal”, el único capaz de servir a lo que ha definido la prioridad que predomina en esta fase de la historia, es decir, “hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios” (Carta a los obispos de la Iglesia Católica, 10 de marzo de 2009). De hecho, ¿dónde mejor que en la liturgia profundiza el sacerdote la propia identidad, bien definida por el autor de la Carta a los Hebreos: “Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb. 5,1)?


La apertura al mundo deseada por el Concilio Vaticano II ha sido frecuentemente interpretada, en los años postconciliares, como una suerte de “conversión a la secularización”: esta actitud no carecía de generosidad pero llevaba a descuidar la importancia de la liturgia y a minimizar la necesidad de observar los ritos, considerados demasiado lejanos de la vida del mundo que había que amar y con el cual era necesario ser plenamente solidarios, hasta dejarse fascinar por él. El resultado fue una grave crisis de identidad del sacerdote que ya no lograba percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar al mundo la novedad del Evangelio de la Salvación. La liturgia es, sin duda, el lugar privilegiado de la profundización de la identidad del sacerdote, llamado a “combatir la secularización”; ya que, como dice Jesús en su oración sacerdotal: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn. 17, 15-17).


Esto ciertamente será posible a través de una más rigurosa observancia de las prescripciones litúrgicas que preservan al sacerdote de la pretensión, aunque sea inconsciente, de atraer sobre su persona la atención de los fieles: el ritual litúrgico que el celebrante está llamado a recibir filialmente de la Iglesia permite a los fieles, de hecho, llegar más fácilmente a la presencia de Cristo Señor, del cual la celebración litúrgica debe ser signo elocuente y que debe tener siempre el primer lugar. La liturgia es herida cuando los fieles son dejados al arbitrio del celebrante, a sus manías, a sus ideas u opiniones personales, a sus mismas heridas. De esto se desprende también la importancia de no banalizar los ritos que, sacándonos del mundo profano y por lo tanto de la tentación del inmanentismo, tienen el don de sumergirnos inmediatamente en el Misterio y de abrirnos a la Trascendencia. En este sentido, nunca se subrayará suficientemente la importancia del silencio que precede a la celebración litúrgica, atrio interior donde nos liberamos de las preocupaciones, aún legítimas, del mundo profano, para entrar en el tiempo y en el espacio sagrados donde Dios revelará su Misterio; del silencio en la liturgia para abrirse más seguramente a la acción de Dios; y la pertinencia de un tiempo de acción de gracias, integrado o no en la celebración, para tomar la medida interior de la misión que nos espera, una vez vueltos al mundo. La obediencia del sacerdote a las rúbricas es también un signo silencioso y elocuente de su amor por la Iglesia, de la que no es más que el ministro, es decir, el servidor.


De aquí deriva la importancia también de la formación de los futuros sacerdotes en la liturgia y especialmente en la participación interior, sin la cual la participación exterior recomendada por la reforma estaría sin alma y favorecería una concepción parcial de la liturgia que se expresaría en términos de teatralización excesiva de los roles, cerebralización reductiva de los ritos y autocelebración abusiva de la asamblea. Si la participación activa, que es el principio operativo de la reforma litúrgica, no es el ejercicio del “sentido sobrenatural de la fe”, la liturgia ya no es obra de Cristo sino de los hombres. Insistiendo en la importancia de la formación litúrgica de los sacerdotes, el Concilio Vaticano II hace de la liturgia una de las disciplinas principales de los estudios eclesiásticos, evitando reducirla a una formación puramente intelectual: de hecho, antes de ser un objeto de estudio, la liturgia es una vida, o mejor, es “pasar de la propia vida a la vida de Cristo”. Es el sumergirse por excelencia de toda vida cristiana: inmersión en el sentido de la fe y en el sentido de la Iglesia, en la alabanza y en la adoración, como en la misión.


Por lo tanto, estamos llamados a un auténtico “sursum corda”. La frase del prefacio, “levantemos el corazón”, introduce a los fieles en el corazón del corazón de la liturgia: la Pascua de Cristo, es decir, su paso de este mundo al Padre. El encuentro de Jesús Resucitado con María Magdalena, la mañana de la Resurrección, es muy significativo en este sentido: con su “noli me tangere”Jesús invita a María Magdalena a “mirar las realidades de lo alto”, haciéndole notar que aún no ha subido al Padre en su corazón e invitándola a ir a decir a los discípulos que Él debe subir a su Dios y nuestro Dios, a su Padre y nuestro Padre. La liturgia es exactamente el lugar de esta elevación, de esta tensión hacia Dios que da a la vida un nuevo horizonte y, con ello, su orientación decisiva. A condición de no considerarla como material disponible para nuestras manipulaciones demasiado humanas sino de observar, con una obediencia filial, las prescripciones de la Santa Iglesia.


Como afirmaba el Papa Benedicto XVI en la conclusión de su homilía en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo del 2008: “Cuando el mundo en su totalidad se transforme en liturgia de Dios, cuando su realidad se transforme en adoración, entonces alcanzará su meta, entonces estará salvado”.

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Fuente: Clerus


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 12 de marzo de 2010

“Sacerdotes hasta el fondo, y nada más”

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Benedicto ordena sacerdotes

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El Santo Padre Benedicto XVI recibió hoy en audiencia a los participantes en el Congreso Teológico celebrado en Roma con ocasión del Año Sacerdotal. Ante ellos pronunció un importante y valioso discurso sobre el sacerdocio ministerial, que ofrecemos en español en la versión publicada en Zenit. En el mismo, entre otras importantes cuestiones, el Papa mencionó la necesidad de una “hermenéutica de la continuidad sacerdotal” y recordó que los fieles piden a sus pastores que sean “sacerdotes hasta el fondo, y nada más”.

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Señores cardenales, queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, amables congregados,


Me alegra encontrarme con vosotros en esta particular ocasión y os saludo a todos con afecto. Dirijo un particular pensamiento al Cardenal Cláudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido. Mi gratitud a todo el Dicasterio, por el compromiso con el que coordina las múltiples iniciativas del Año Sacerdotal, entre ellas este Congreso Teológico, de tema: “Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote”. Gozo por esta iniciativa que ve la presencia de más de 50 Obispos y de más de 500 sacerdotes, muchos de ellos responsables nacionales o diocesanos del Clero y de la formación permanente. Vuestra atención a los temas referentes al Sacerdocio ministerial es uno de los frutos de este Año especial, que he querido convocar precisamente para “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo (Carta para la celebración del Año Sacerdotal).


El tema de la identidad sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio, es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en el futuro. En una época como la nuestra, tan “policéntrica” y propensa a difuminar todo tipo de concepción de identidad, considerada por muchos contraria a la libertad y a la democracia, es importante tener bien clara la peculiaridad teológica del Ministerio ordenado para no ceder a la tentación de reducirlo a las categorías culturales dominantes. En un contexto de difundida secularización, que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública, y, por tendencia, también de la conciencia social compartida, a menudo el sacerdote parece “extraño” al sentir común, precisamente por los aspectos más fundamentales de su ministerio, como los de ser hombre de lo sagrado, sacado del mundo para interceder a favor del mundo, constituido, en esa misión, por Dios y no por los hombres (cf. Eb 5,1). Por ese motivo, es importante superar peligrosos reduccionismos, que, en las décadas pasadas, utilizando categorías más funcionalistas que ontológicas, han presentado al sacerdote casi como un “agente social”, corriendo el riesgo de traicionar el mismo Sacerdocio de Cristo. Así como se revela cada vez más urgente la hermenéutica de la continuidad para comprender de manera adecuada los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, de manera análoga parece necesaria una hermenéutica que podríamos definir “de la continuidad sacerdotal”, la cual, partiendo de Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, y pasando a través de los dos mil años de la historia de grandeza y de santidad, de cultura y de piedad, que el Sacerdocio ha escrito en el mundo, llega hasta nuestros días.


Queridos hermanos sacerdotes, en el tiempo en que vivimos es especialmente importante que la llamada a participar del único Sacerdocio de Cristo en el Ministerio ordenado florezca en el “carisma de la profecía”: hay gran necesidad de sacerdotes que hablen de Dios al mundo y que presenten a Dios al mundo; hombres no sujetos a efímeras maneras culturales, sino capaces de vivir de manera auténtica esa libertad que sólo la certeza de la pertenencia a Dios está en condiciones de dar. Como vuestro Congreso ha destacado bien, hoy la profecía más necesaria es la de la fidelidad, que partiendo de la Fidelidad de Cristo a la humanidad, a través de la Iglesia y el Sacerdocio ministerial, conduzca a vivir el propio sacerdocio en la total adhesión a Cristo y a la Iglesia. De hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino, por el sello sacramental recibido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1563; 1582), es “propiedad” de Dios. Este “ser de Otro” debe hacerse reconocible por todos, a través de un claro testimonio.


En la manera de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y amar, de relacionarse con las personas, también en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo. En consecuencia, debe poner todo el cuidado en sustraerse de la mentalidad dominante, que tiende a asociar el valor del ministro no a su ser, sino sólo a su función, sin apreciar, así, la obra de Dios, que incide en la identidad profunda de la persona del sacerdote, configurándolo a Sí de manera definitiva (cf. ibid., n.1583).


El horizonte de la pertenencia ontológica a Dios constituye, además, el marco adecuado para comprender y reafirmar, también en nuestros días, el valor del sagrado celibato, que en la Iglesia latina es un carisma requerido para el Orden sagrado (cf. Presbyterorum Ordinis, 16) y es tenido en grandísima consideración en las Iglesias Orientales (cf. CCEO, can. 373). Eso es auténtica profecía del Reino, signo de la consagración con corazón indiviso al Señor y a las “cosas del Señor” (1Cor 7,32), expresión del don de sí mismo a Dios y a los demás (cf.Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1579).


La del sacerdote es, por tanto, una altísima vocación, que continúa siendo un gran Misterio también para los que la hemos recibido como don. Nuestros límites y nuestras debilidades deben llevarnos a vivir y a custodiar con profunda fe ese don precioso, con el que Cristo nos ha configurado a Sí, haciéndonos partícipes de Su Misión salvífica. De hecho, la comprensión del Sacerdocio ministerial está ligada a la fe y pide, de manera cada vez más fuerte, una radical continuidad entre la formación del seminario y la permanente. La vida profética, sin compromisos, con la que serviremos a Dios y al mundo, anunciando el Evangelio y celebrando los Sacramentos, favorecerá el advenimiento del Reino de Dios ya presente y el crecimiento del Pueblo de Dios en la fe.


Queridísimos sacerdotes, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo nos piden sólo ser hasta el fondo sacerdotes y nada más. Los fieles laicos encontrarán en muchas otras personas aquello que necesitan humanamente, pero sólo en el sacerdote podrán encontrar esa Palabra de Dios que debe estar siempre en sus labios (cf. Presbyterorum Ordinis, 4); la Misericordia del Padre, que se prodiga de manera abundante y gratuita en el Sacramento de la Reconciliación; el Pan de Vida nueva, “verdadero alimento dado a los hombres” (cf. Himno del Oficio en la Solemnidad del Corpus Domini del Rito romano). Pidamos a Dios, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de San Juan María Vianney, poderLe dar gracias cada día por el gran don de la vocación y de vivir con plena y gozosa fidelidad a nuestro Sacerdocio. ¡Gracias a todos por este encuentro! Con mucho gusto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.

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Fuente: Zenit

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jueves, 11 de marzo de 2010

Humildes siervos

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 Cardinal Levada

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El Cardenal William Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, visitó recientemente Canadá. El día 8 de marzo presidió la Misa en la Catedral de Notre Dame. Allí dio una homilía especialmente dedicada a los misioneros del “Catholic Christian Outreach”, quienes se dedican a la tarea de la evangelización en los campus universitarios. Presentamos nuestra traducción de la misma.

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Homilía del Cardenal Levada (2Re 5,1-15 / Lc 4, 24-30)


Agradezco la invitación a unirme con vosotros para esta Santa Misa. Es una bendición particular estar en esta magnífica catedral con el Arzobispo Terrence Prendergast, que amablemente me ha recibido en Ottawa. Es una gracia especial celebrar esta Misa junto al obispo local en su propia catedral. Agradezco también la presencia de mis hermanos obispos, en particular del Arzobispo Pedro López Quintana, quien está comenzando su servicio en Ottawa como Nuncio Apostólico. Su Excelencia, ¡que sus años en Canadá sean felices!


Mis queridos hermanos sacerdotes, os saludo con especial afecto en este Año Sacerdotal, un don de la gracia de parte de nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI. La pasada tarde en Kingston, hablé con los sacerdotes acerca del Oficio Divino como oración sacerdotal. La Santa Eucaristía lo es incluso más. En este Año Sacerdotal, rezo para que renovemos nuestra devoción a la celebración de la Eucaristía – lo más importante de lo que hacemos, lo más importante que se puede hacer.


Dirijo una palabra de agradecimiento al Padre Raymond de Souza, quien ha coordinado esta visita. Él me ha dicho que rezar con y por el “Catholic Christian Outreach” significaba apoyar la tarea de la nueva evangelización en Canadá. Es una alegría hacerlo, y quisiera dar una palabra de aliento esta tarde a los jóvenes misioneros presentes, y a todos lo que los apoyan.


En el Evangelio de hoy, el Señor Jesús regresa a Su pueblo de Nazaret, y las cosas no van bien. Es conducido fuera del pueblo; la gente que lo vio crecer está llena de furia. Es una escena perturbadora. ¿Es posible encontrar en ella algo con lo que alentar a los jóvenes misioneros del “Catholic Christian Outreach”? ¿Cómo es que esta escena ilumina el desafío de predicar el Evangelio en el campus universitario? Quizá podamos llegar a una respuesta a estas cuestiones con alguna ayuda de nuestra primera lectura, del Segundo Libro de los Reyes.


La historia de Naamán nos presenta un contraste de poder y debilidad, de los extraordinario y lo ordinario. Él es un poderoso comandante militar afligido con la enfermedad de la lepra. Acude en búsqueda de la curación, siguiendo el consejo de su pequeña sirvienta israelita. Encuentra a Eliseo, el Profeta. Llega a la casa de Eliseo con caballos, carros, el séquito de un hombre rico y poderoso. Pero Eliseo ni siquiera sale para saludarlo, sino que sólo le envía un mensaje: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne sanará y quedarás limpio”.


Naamán se enoja por lo que considera un trato desdeñoso por parte de Eliseo. Él quería que el profeta obrase grandes signos y maravillas para realizar la curación. Considera que bañarse en el Jordán es demasiado sencillo y demasiado simple. Entonces entran sus sirvientes con un argumento poderoso en su lógica: “Si el Profeta te hubiera dicho que hicieras algo extraordinario, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más deberías hacer lo que te dijo si esto fue: ‘Lávate y quedarás limpio’!”.


Naamán quería que el Señor lo sanara en una forma espectacular. Deseaba hacer cosas grandes y difíciles para ganarse esa curación. El Señor, en lugar de esto, quiso sanar a Naamán con suma simplicidad, sin ornamentación ni relleno, de un modo no excepcional. Lávate en el río y queda limpio.


Como católicos vemos aquí una figuración de los Sacramentos – aquellos simples signos de agua y aceite, pan y vino, que obran las más grandes maravillas. La imaginación sacramental católica [ver Nota de la Buhardilla] nos enseña lo que Naamán tuvo que aprender, es decir, que lo extraordinario se encuentra precisamente del otro lado de lo ordinario. El mayor orgullo de la raza humana es una Virgen desconocida de Nazaret. El Señor Soberano del universo descansa en un pesebre en Belén. La Redención del mundo entero se realiza entre dos ladrones. El Señor Resucitado viene a nosotros en los humildes elementos del pan y el vino. El poder divino de perdonar los pecados es confiado a hombres, ellos mismos pecadores. Esta es la economía sacramental, en la que las cosas más extraordinarias se realizan en la forma más ordinaria.


En este pasaje del Segundo Libro de los Reyes nos encontramos tanto con personajes ordinarios como con personajes extraordinarios. Está Naamán, el valiente comandante militar; están el rey de Aram, el rey de Israel; está el Profeta Eliseo. Son figuras imponentes, hombres de poder e influencia. Pero, ¿quién persuade a Naamán para que busque a Eliseo? Una humilde sirvienta. ¿Quién persuade a Naamán para que escuche a Eliseo? Sus sirvientes. Naamán es sanado y llega a conocer al Dios de Israel porque gente humilde, desconocidos por el mundo, tuvieron el coraje de hablarle acerca de escuchar la voz de Dios y seguir Su Voluntad.


Mis queridos misioneros, vosotros trabajáis hoy en un ambiente marcado por una alta educación, por una tecnología impresionante y por una amplia gama de opciones para el desarrollo personal y profesional. Dada la magnitud del campus moderno, es posible que os sintáis pequeños y aislados, personas de no mucha importancia, como un siervo en el séquito de un rey. Y es que precisamente sois llamados a hablar de Dios a aquellos que, por otra parte, pueden ser considerados más exitosos, más influyentes, más poderosos en el mundo.


Cuando compartís vuestra fe con los demás, simple y directamente, ¿no sois como la pequeña sirvienta que le dice a Naamán que necesita encontrar al Dios de Israel? Cuando convencéis a vuestros pares a que retornen a la Misa y a la confesión – a veces por primera vez desde que eran niños – ¿no sois como los siervos que animan a Naamán a bañarse en el Jordán? Cuando abrís las Escrituras a aquellos que no conocen a Jesucristo, ¿no los estáis ayudando a descubrir las aguas purificadoras del Bautismo, donde las heridas de lepra de nuestra cultura pueden ser sanadas? ¿No estáis haciendo que otros regresen a su propio Bautismo, cuyas gracias han sido enterradas bajo el pecado y la indiferencia?


¡Sí, estáis haciendo todo esto! Naamán necesitó a sus sirvientes para su salvación. El Señor elige trabajar por medio de “humildes siervos”. Deberíamos desear no ser otra cosa sino “humildes siervos” así como nuestra Bendita Madre se describe a sí misma. Recordaréis el momento en que el Papa Benedicto apareció por primera vez en el balcón central de la Basílica de San Pedro. Allí estaba uno de los más eruditos y consumados hombres de Iglesia de su generación. ¿Cómo se describió a sí mismo? Un humilde trabajador en la Viña del Señor.


Ahora podemos comprender mejor lo que sucede en Nazaret. Jesús les dice que un profeta no es aceptado en su lugar de origen. ¿Por qué no? ¿No es acaso porque parece demasiado ordinario allí? La gente de Nazaret protesta que ellos conocen quién es Jesús, ellos conocen Su familia, ellos saben que Él no es nada extraordinario. Es demasiado ordinario como para ser un profeta, ni que decir del Mesías.


Sucede que ellos no lo conocen tan bien como creen. Lo ordinario en Él los ciega a Su naturaleza y misión extraordinarias. Y esta experiencia, ¿no es compartida por los cristianos de todos los tiempos? Quizás vosotros, misioneros, lo habéis experimentado. ¿Acaso no sois demasiado ordinarios como para hacer la diferencia? Vuestros amigos, familiares y pares, ¿os escucharán hablar sobre el Evangelio? ¿No sorprende a la gente que queráis ser misioneros del Evangelio – no en el extranjero, sino en Halifax, Quebec City, Ottawa, Kingston, Saskatoon, Calgary y Vancouver? Si os hubieran dicho que era algo casi imposible el predicar el Evangelio en el campus, algo reservado a una pequeña elite, ¿no os habrías sentido intrigados y os habríais preguntado si erais capaces de tal desafío? ¿Y si os hubieran dicho que era algo tan simple como preparar la mesa o hacer ‘popcorn’? Si fuera así de simple, ¿lo haríais? ¿Sería demasiado ordinario? No lo es. La buena noticia es que Jesús quiere hacer cosas extraordinarias por medio vuestro en el lugar en el que estáis. Ésta es la dinámica del apostolado: Jesús nos ofrece Su Poder extraordinario. Nosotros Le ofrecemos nuestros dones ordinarios. Es suficiente para Él, y Él es suficiente para nosotros.


Me dicen que CCO tendrá su próxima conferencia anual en Montreal, la ciudad del Hermano Andre Bessette, a quien el Santo Padre declarará santo el próximo 17 de octubre en Roma. ¡Quizás algunos de vosotros me devolveréis mi visita a Canadá viniendo a Roma en la peregrinación de octubre! El Hermano Andre fue un humilde siervo, no distinto a aquellos que hablaron a Naamán. Era el portero de la Congregación de la Santa Cruz. Cuidaba la puerta. Y con todo, cientos de miles acudían a verlo, y cuando murió más de un millón de personas llenaron las calles para su funeral. Él les señalaba a San José, para que San José los llevase hacia Dios. En términos de llevar la gente a Dios, de convertir almas y de hacer presente lo milagroso en su trabajo ordinario, el Hermano Andre debe ser contado como uno de los más grandes misioneros de Canadá. Él no viajó al extranjero. No podía ir tan lejos, ¡tenía que cuidar la puerta!


Que os beneficiéis de las oraciones de quien pronto será San Andre de Montreal, que por la intercesión de San José, santo patrono de Canadá, vuestro trabajo misionero transforme vuestra tierra natal. ¡Y que Dios mantenga gloriosa y libre esta tierra!

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Fuente: Salt and Light TV Blog


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Nota de la Buhardilla: “Imaginación sacramental católica” es una expresión muy utilizada en inglés e inspirada en algunos escritos de Chesterton, más o menos equivalente a la expresión “cosmovisión sacramental católica”.

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martes, 9 de marzo de 2010

Fellay: “No habrá triunfo mariano sin restauración de la Iglesia”

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FELLAY

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Mons. Bernard Fellay, Superior de la Fraternidad San Pío X, concedió una entrevista a DICI, agencia oficial de la FSSPX, sobre las conversaciones doctrinales con la Santa Sede. Ofrecemos nuestra traducción al español, realizada a partir de la versión en lengua portuguesa del blog Frates in unum.

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Monseñor, gracias por aceptar responder a nuestras preguntas. ¿Cuál es la diferencia entre estas conversaciones doctrinales y los intercambios que se llevaron a cabo anteriormente en vida de Mons. Lefebvre, por ejemplo, con respecto a las Dubia?


Anteriormente, los intercambios eran, en realidad, informales, excepto en algunas raras ocasiones, como al inicio del pontificado de Juan Pablo II. Mons. Lefebvre, presentando las principales objeciones a las novedades – y protestando enérgicamente contra los escándalos que sacudían a la Iglesia -, procuraba un acuerdo práctico: él pensaba que Roma podía dejarlo hacer “la experiencia de la Tradición” concediendo a la Fraternidad San Pío X una regularización canónica antes de cualquier debate de fondo. Después de 1988, él indicó claramente el paso a seguir: llevar la discusión al plano doctrinal, a la misma esencia de la crisis que hace tanto daño. Ahora, la Santa Sede nos ha concedido estas magníficas conversaciones doctrinales, de manera oficial. Ellas serán para nosotros ocasión de testimoniar la fe y de hacernos eco de 2000 años de Tradición, sin privarnos de retomar ciertos estudios, como las Dubia sur la liberté religieuse que, en aquel momento, no recibieron una respuesta satisfactoria.

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Sólo la Fraternidad obtuvo estas conversaciones, serias y casi solemnes. Ninguna comunidad “Ecclesia Dei” las obtuvo. En su opinión, ¿esto es signo de la relevancia de nuestra actitud de resistencia y rechazo de un compromiso o reconocimiento canónico equívoco o, más bien, es signo de que las comunidades “Ecclesia Dei” no tienen en definitiva grandes cosas que las distingan de la línea conciliar?


Sin duda, es signo de ambas cosas.

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¿Podría darnos una lista exacta de los temas abordados, Monseñor?


Usted la encontrará en el comunicado de prensa que siguió al primer encuentro, el 26 de octubre pasado: “En particular, se examinarán las cuestiones relativas al concepto de Tradición, al Misal de Pablo VI, a la interpretación del Concilio Vaticano II en continuidad con la Tradición doctrinal católica, a los temas de la unidad de la Iglesia y de los principios católicos del ecumenismo, de la relación entre el cristianismo y las religiones no cristianas y de la libertad religiosa”.

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La filosofía moderna y los nuevos conceptos (testimonio, diálogo, apertura, compromiso, experiencia, etc.), ¿estarán en la agenda de las discusiones?


Todos estos asuntos están detrás de muchos de los problemas que conciernen a la nueva eclesiología, y parece inevitable que sean planteados en estas conversaciones que, lo recuerdo, giran en torno al Concilio y a su aggiornamento.

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¿Es posible observar una discreción total en torno a estas conversaciones? ¿No hay rumores que ya se hayan filtrado?


No que yo sepa, a no ser algunos aspectos secundarios referentes a la organización general de estas conversaciones.

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¿Por qué razón el Vaticano y la Fraternidad quieren guardar tanta discreción en torno a las conversaciones doctrinales?


Es muy importante que el clima de las discusiones sea calmo y sereno. Vivimos en una época de mediatización y de democracia universal en que todos juzgan todo y dan su opinión sobre todo. Las cuestiones de teología y los desafíos son tales que es preferible dejar que las cosas sucedan con discreción. Llegado el momento, si es necesario, llegará el momento de informar públicamente.

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Se dice frecuentemente que Roma y la Fraternidad no se comprenden porque no tienen el mismo lenguaje. ¿Esto es cierto respecto a nuestros actuales interlocutores romanos? ¿Cómo hacer para tener el mismo lenguaje?


Es demasiado pronto para responder. En todo caso, tenemos que tratar con mentes brillantes con las cuales deberíamos poder conversar. Una formación filosófica tomista es, evidentemente, la mejor manera de proceder.

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En su opinión, los teólogos que Roma ha elegido, ¿representan la corriente general en la Iglesia actual? ¿O están más próximos a una tendencia en particular? ¿Su línea de pensamiento es cercana a la de Benedicto XVI?


Nuestros interlocutores parecen muy fieles a las posiciones del Papa. Se sitúan en lo que podemos llamar una línea conservadora, la de los partidarios de una lectura lo más tradicional posible del Concilio. Ellos quieren el bien de la Iglesia pero, al mismo tiempo, salvar al Concilio: allí está toda la cuadratura del círculo.

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Los teólogos elegidos por el Vaticano, ¿son tomistas? ¿O son de forma tradicional?


Veremos. En todo caso, debemos tratar con un dominico, por lo tanto, un gran conocedor de Santo Tomás de Aquino, pero también con un jesuita y con un miembro del Opus Dei.

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En las conversaciones, ¿cuáles serán los puntos de referencia, más allá de la Revelación, la Escritura y la Tradición? ¿Sólo la enseñanza anterior al Vaticano II? ¿O la posterior?


El problema se refiere al Vaticano II. Por lo tanto, es a la luz de la Tradición anterior que examinaremos si el magisterio post-conciliar es una ruptura o no.

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Algunos temen que nuestros teólogos, dejándose llevar por el ambiente de las oficinas del Vaticano, bajen la guardia en sus conversaciones. ¿Podría tranquilizarlos?


Nosotros vamos a Roma para testimoniar la fe, y el ambiente de las oficinas nos importa muy poco. Nuestros teólogos se reunirán cada dos o tres meses en una gran sala del Palacio del Santo Oficio, no en oficinas…

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Respecto a la duración de estas conversaciones, dada la dificultad de la mayor parte de los asuntos, que requieren por lo menos uno o dos años cada uno, ¿esta duración podría ser más breve que cinco o diez años?


Espero que no sea así… En todo caso, cuando se trata con una persona, cualquiera sea, la cuestión de la Misa, de la libertad religiosa y del ecumenismo, ¡no es necesario todo ese tiempo para convencerlo!

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¿No teme que, en el curso de las discusiones, Roma respondiese finalmente a nuestras objeciones (concernientes a la libertad religiosa y a la nueva Misa) con el argumento de autoridad: Roma decidió así, ella no se puede engañar, etc.?


Se podría temer, ciertamente, pero en este caso demostraría que Roma realmente no tiene intención de discutir. Ahora bien, el debate sobre el Vaticano II es ineludible. El reciente libro de Mons. Gherardini, reconocido teólogo romano, lo demuestra. El Vaticano II puede ser discutido; debe serlo.

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¿No podemos temer que estas conversaciones terminen en declaraciones conjuntas, en las que las partes se pongan de acuerdo sobre puntos comunes pero sin resolver los debates de fondo, algo así como la Declaración conjunta con los luteranos sobre la Justificación?


No es cuestión de declaraciones comunes.

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Supongamos que uno de los teólogos del lado romano, después de estas conversaciones, sea llevado a alinearse con esta o aquella tesis tradicional, por ejemplo, a juzgar la libertad religiosa como no conforme con la Tradición. ¿Qué podría ocurrir luego?


Lo que la Providencia quiera. Veremos, entonces, lo que se debe hacer. No estamos allí todavía.

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Los fieles rezaron el rosario por el reconocimiento de la Misa tradicional y por el levantamiento de las excomuniones; actualmente, rezan por la consagración de Rusia por parte del Papa. ¿Usted cree que oran también por el buen resultado de las conversaciones doctrinales?


Vale la pena rezar por esta intención, como lo hicieron los niños de la Cruzada eucarística del mes de enero. De nuestro testimonio de fe puede resultar un gran bien para la Iglesia… De hecho, me parece que los objetivos de estas cruzadas del Rosario están conectados unos con otros: no habrá triunfo mariano sin restauración de la Iglesia y, por lo tanto, de la Misa con la enseñanza de la fe.

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Fuente: Frates in unum

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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