domingo, 30 de mayo de 2010

“¡Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis!”: Meditación de Mons. Scicluna

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SCICLUNA

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En el día de ayer, se realizó en la Basílica de San Pedro una Adoración Eucarística por la santificación de los sacerdotes, en la cual Mons. Charles Scicluna, Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pronunció una meditación, que ahora ofrecemos en lengua española.

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La lectura del texto evangélico nos da una descripción sintética pero estupenda de la relación dulce y tierna de Jesús con los niños. Esta escena, central y emblemática para quien está llamado a ser discípulo de Cristo, marca los versículos 36-37 del capítulo 9 de Marcos y se repite en el capítulo 10 en los versículos 13-16: “Tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, abrazándolo” (Mc 9, 36).


Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara… los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos” (Mc 10, 13.16).


Nuestra presencia aquí, hoy; vuestra presencia ante el Altar de la Cátedra en la presencia de Jesús Eucaristía, quiere hacerse eco del amor, del cuidado y de la solicitud que la Iglesia, Esposa de Jesús, ha tenido siempre por los niños y por los débiles.


En la escuela de los Padres de la Iglesia, atesorando el trabajo de Santo Tomás de Aquino en la Catena Aurea, notamos que para Teofilacto el niño es la imagen elocuente de la inocencia. Juan Crisóstomo comenta que el Señor aprecia en él la humildad y la sencillez “porque este pequeño estaba limpio de envidia, de vanagloria y de todo deseo de primacía” (Hom. in Matt. 58). Beda el Venerable exalta en el niño la ausencia de malicia, la sencillez sin arrogancia, la caridad sin envidia, la devoción sin ira (Comm. in Marc. 3,39).


El niño se convierte en icono del discípulo que quiere ser “grande” en el Reino de los Cielos. El Señor Jesús reprende a los suyos porque, poco antes advertidos por segunda vez de la exigencia de la cruz (Mc. 9, 30.32), se perdieron a lo largo del camino en discusiones entre ellos sobre quién era el más grande. El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. ¡Cuántos pecados en la Iglesia por la arrogancia, por la ambición insaciable, por el abuso y la injusticia de quien se aprovecha del ministerio para hacer carrera, para mostrarse, por fútiles y miserables motivos de vanagloria!


El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquel que me ha enviado” (Mc 9, 37).


Recibir al niño, abrir el corazón a la humildad del niño, recibirlo en el nombre de Jesús, significa asumir el corazón de Jesús, los ojos del Maestro; implica una apertura al Padre y al Espíritu Santo. Exclama Teofilacto: “Ved, pues, cuánto vale la humildad, que hace digno de recibir al Padre y al Hijo y aún al Espíritu Santo”.


“Os aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10, 15).


Recibir el Reino de Dios como un niño significa recibirlo con corazón puro, con docilidad, abandono, confianza, entusiasmo, esperanza. Todo esto nos recuerda el niño. Todo esto hace al niño precioso a los ojos de Dios y a los ojos del verdadero discípulo de Jesús.


Por el contrario, ¡qué árida se vuelve la tierra y qué triste el mundo cuando esta imagen tan bella, este icono tan santo, es pisoteado, quebrado, ensuciado, abusado, destruido! Sale del corazón de Jesús un grito de profundo eco: “¡Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis!” (Mc 10,14). No seáis tropiezo en su camino hacia mí, no obstaculicéis su progreso espiritual, no dejéis que sean seducidos por el maligno, no hagáis de los niños el objeto de vuestra impura codicia.


“Quien escandaliza a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar” (Mc 9, 42). Gregorio Magno comenta de este modo estas terribles palabras de Jesús: “En sentido místico, en la piedra de moler se representan las vueltas y trabajos de la vida del mundo, así como lo profundo del mar significa la condenación más terrible. Por eso, quien después de haber sido llevado a una profesión de santidad, destruye a los otros con la palabra o el ejemplo, habría sido realmente mejor para él que sus actos le hubiesen conducido a la muerte siendo seglar antes que haber sido elevado al sagrado ministerio para perder a los demás con su ejemplo, puesto que cayendo sólo, su pena en el infierno hubiera sido en verdad más tolerable”.


Pero el Señor, que no se goza en la pérdida de sus siervos y no quiere la muerte eterna de sus criaturas, enseguida añade remedio a la condena, medicina a la enfermedad, alivio al peligro de la eterna condenación. Las suyas son las palabras fuertes del Cirujano Divino que corta para curar, amputa para sanar, poda para que la vid produzca mucho fruto:


Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala(Mc 9,43).


“Si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo (Mc 9,45).


“Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo (Mc 9,47).


Diversos Santos Padres interpretan “la mano”, “el pie”, “el ojo”, como el amigo querido a nuestro corazón, con el que compartimos nuestra vida, al que estamos ligados con vínculos de afecto, concordia y solidaridad. Hay un límite a este vínculo. La amistad cristiana se somete a la ley de Dios. Si mi amigo, mi compañero, la persona querida por mí, es para mí ocasión de pecado, es para mí un obstáculo en mi peregrinar, no tengo otra opción, según el criterio del Señor, más que cortar este vínculo. ¿Quién negaría el tormento de tal opción? ¿No es ésta una cruel amputación? Y sin embargo, el Señor es claro: es mejor para mí entrar sólo en el Reino (sin una mano, sin un ojo, sin un pie), que con mi amigo ir “a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9,43; cfr. etiam Mc 9, 45.47).


Pero diría que esta imagen tan fuerte de los miembros de mi cuerpo me pone sin demasiada confusión frente al espejo de mi conciencia. La referencia a la mano, al pie, al ojo, me recuerdan las sufridas palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Romanos:


“Descubro en mí esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor!” (Rom 7, 21-25).


El Apóstol de los gentiles, que se hizo testigo del Evangelio de la Gracia (cfr. Rom 1, 16), no se rinde ante nuestra propensión al pecado. Exhorta a los Romanos con palabras de fuego que invitan a la conversión y a la fidelidad: “Así como para iniquidad entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros como siervos a la justicia para la santificación” (Rom 6, 19).


El Señor nos enseña, por lo tanto, otra exigencia sublime del discipulado, una medicina preventiva que Jesús Eucaristía, Fuego de Amor, propone hoy también a vosotros, jóvenes comprometidos en la formación al ministerio sagrado y eclesial: “Cada uno será salado por el fuego” (Mc 9, 49).


El fuego arde, inflama, purifica. Es signo elocuente del Espíritu Santo. Según las bellísimas palabras del Santo Padre, pronunciadas en esta Basílica de San Pedro el domingo pasado, solemnidad de Pentecostés:


“El fuego de Dios, el fuego del Espíritu Santo, es el de la zarza que arde sin consumirse (cf Ex 3,2). Es una llama que arde, pero no destruye; que, así, inflamando hace emerger la parte mejor y más verdadera del hombre, como en una fusión hace emerger su forma interior, su vocación a la verdad y al amor.


Un Padre de la Iglesia, Orígenes, en una de sus Homilías sobre Jeremías, informa de un hecho atribuido a Jesús, no contenido en las Sagradas Escrituras pero quizás auténtico, que dice así: «Quien está cerca mío está cerca del fuego» (Homilía sobre Jeremías L. I [III]). En Cristo, de hecho, habita la plenitud de Dios, a quien en la Biblia se compara con el fuego. Hemos observado anteriormente que la llama del Espíritu Santo arde pero no quema. Y sin embargo obra una transformación, y por eso debe consumir algo en el hombre, las escorias que lo corrompen y le obstaculizan en sus relaciones con Dios y con el prójimo. Este efecto del fuego divino sin embargo nos asusta, tenemos miedo de “quemarnos”, preferimos quedarnos como estamos. Esto es porque muchas veces nuestra vida está configurada según la lógica del tener, del poseer y no del darse. Muchas personas creen en Dios y admiran la figura de Jesucristo, pero cuando se les pide perder algo de sí mismos, entonces se echan atrás, tienen miedo de las exigencias de la fe. Es el miedo a tener que renunciar a algo bueno, en el que somos atacados, el miedo a que seguir a Cristo nos prive de la libertad, de ciertas experiencias, de una parte de nosotros mismos. Por una parte queremos estar con Jesús, seguirlo de cerca, y por otra tenemos miedo de las consecuencias que eso comporta.


Queridos hermanos y hermanas, siempre necesitamos oír decir del Señor Jesús lo que a menudo les repetía a sus amigos: «No tengáis miedo». Como Simón Pedro y los demás, debemos dejar que su presencia y su gracia transformen nuestro corazón, siempre sujeto a la debilidad humana. Debemos saber reconocer que perder algo, incluso a uno mismo por el verdadero Dios, el Dios del amor y de la vida, es en realidad ganar, reencontrarse más plenamente. Quien se confía a Jesús experimenta ya en esta vida la paz y la alegría del corazón, que el mundo no puede dar, y no se pueden quitar una vez que Dios las ha dado. ¡Vale por tanto la pena dejarse tocar por el fuego del Espíritu Santo! El dolor que nos causa es necesario para nuestra transformación. Es la realidad de la cruz: por eso en el lenguaje de Jesús el«fuego» es sobre todo una representación del misterio de la cruz, sin el cual no existe el cristianismo. Por eso, iluminados y confortados por estas palabras de vida, elevemos nuestra invocación: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Enciende en nosotros el fuego de tu amor! Sabemos que ésta es una oración audaz, con la que pedimos ser tocados por la llama de Dios; pero sabemos sobre todo que esta llama -y sólo ésa- tiene el poder de salvarnos. No queramos, por defender nuestra vida, perder la eterna que Dios nos quiere dar. Necesitamos el fuego del Espíritu Santo, porque sólo el Amor redime”.


“Cada uno será salado por el fuego” (Mc 9, 49).


La sal preserva de la corrupción, da sabor. Los Santos Padres ven aquí la imagen de la continencia y de la sabiduría. El Apóstol Pablo exhortaba a los Colosenses (Col 4, 6): “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. La sal, por lo tanto, es el Señor Jesucristo que ha preservado a todo el mundo de la corrupción y ha concedido a los suyos, a nosotros, ser sal y luz de la tierra (Mateo 5, 13).


“La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volveréis a salar? Que haya sal en vosotros mismos y vivid en paz unos con otros” (Mc 9,49).


Esta es la invitación que Jesús, el Maestro, nos dirige a todos hoy, en esta solemne Adoración de reparación y de oración de intercesión en sintonía con el Santo Padre Benedicto XVI. Nosotros oímos la llamada del Señor. No queremos disipar el entusiasmo de nuestra respuesta. No queremos que nuestra sal pierda su sabor. A los pies de la Eucaristía, hacemos nuestra la oración que la Iglesia dirige a Jesús, presente en el Altar, durante la Santa Misa:


“Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles «La paz os dejo, mi paz os doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén” (Misal Romano).

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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 28 de mayo de 2010

Los Cardenales Diáconos en la Liturgia Papal

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Los cardenales diáconos y el uso de la dalmática” es el título de este artículo preparado por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y cuya traducción en lengua española ofrecemos a continuación. 

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Al igual que en Jerusalén, también en la primitiva Iglesia de Roma encontramos enseguida, cuando los cristianos son más numerosos, siete diáconos que asistían al Pontífice en la asamblea de los fieles, en la administración y en el ejercicio de la caridad. El Liber Pontificalis atribuye a Clemente I (92-99) la división de Roma en siete regiones para el cuidado de los pobres de la ciudad, y para este servicio encontramos a los diáconos. De hecho, su sucesor, el Papa Evaristo (99-108), precisó sus funciones en la Iglesia y ordenó siete diáconos para asistir al Obispo de Roma en la distribución de las limosnas.


En el siglo III, el Papa Fabián (236-250) organizó mejor el trabajo de los siete diáconos, creando catorce regiones en Roma y confiando dos regiones a cada uno de los diáconos. Al crecer el número de los cristianos, fueron asignados otros sacerdotes y diáconos como auxiliares al principal titular de las iglesias o diaconías. En realidad, para el servicio de la Iglesia de Roma no bastaban los diáconos y, de este modo, el Papa Cleto (80-92) había fijado también en 25 el número de sacerdotes para el servicio de la ciudad, con un territorio confiado a cada uno de ellos y fue así que surgieron las parroquias.


En el pontificado de Gregorio I (590-604) se duplicó el número de regiones y también el de los diáconos, que pasaron a ser catorce. Bajo el pontificado de Gregorio II (715-731) fueron añadidos cuatro nuevos diáconos llamados palatinos para servir la basílica de Letrán y así los diáconos fueron dieciocho. Su tarea consistía en ayudar al Papa en la Misa, por turno, en los días de la semana. En la segunda mitad del siglo XI, con el reordenamiento del Colegio cardenalicio, las iglesias de las diaconías comienzan a ser asignadas en título a 18 cardenales, que por eso se llamaron cardenales diáconos, firmando como tales, además del título de la respectiva iglesia.


Se puede decir que estos sacerdotes y diáconos principales debían ayudar al Papa en las basílicas romanas donde estaban incardinados y se comenzó a calificarlos como “cardenales”. Son llamados, desde este momento, “sacerdotes o diáconos cardenales”, es decir, “incardinados”. En este punto, nos encontramos con el presbiterio romano, consejeros y cooperadores del Papa, Obispo de Roma, que desde 1150 formaron el Colegio Cardenalicio con un Decano, que es el Obispo de Ostia, y un Camarlengo como administrador de los bienes.


De este modo, vemos que desde los primeros tiempos, para la administración de la ciudad de Roma y para el servicio litúrgico del Papa, se encuentran los Cardenales diáconos. Y así seguirá siendo a lo largo de los siglos. Será en el siglo XI, con la reforma eclesiástica de León X, cuando los cardenales comenzarán a estar menos ligados al servicio litúrgico y pastoral de Roma para convertirse en colaboradores directos del Papa al servicio de la Iglesia universal.


Por otra parte, y en relación directa con los Cardenales diáconos, encontramos la dalmática. Esta vestidura, a principios del siglo III, se había convertido en la vestidura de las personas más distinguidas. La encontramos en el Liber Pontificalis como un distintivo de honor concedido a los diáconos romanos por el Papa Silvestre (314-335), “ut diaconi dalmaticis in ecclesia uterentur” (Liber Pontificalis), para distinguirlos de entre el clero en razón de la especial relación que tenían con el Papa. Precedentemente, era parte de las vestiduras del pontífice y hábito propio y distintivo del obispo. Fuera de Roma, los diáconos usaban en el servicio litúrgico la sencilla túnica blanca, sobre la que pronto pusieron el orarium o estola.


La noticia de la concesión del Papa Silvestre es confirmada por el autor romano de las Quaestionum Vet. et novi Testamenti (cerca del 370), el cual, no sin algo de ironía, escribe: “Hodie diaconi dalmaticis induuntur sicut episcopi” (n. 46). Esto prueba que la Iglesia romana consideraba el uso de la dalmática como un privilegio propio y que sólo el Papa podía conferirlo. Esta costumbre romana todavía en el siglo X se afirma en el OR XXXV, cuya rúbrica mantiene la prerrogativa de la dalmática para los diáconos cardenales, es decir, para los siete diáconos regionales, que la recibirán en su Ordenación, mientras los diáconos forenses estaban excluidos de esto.


Al establecerse la liturgia romana en la Galia, en el tiempo de los carolingios, la dalmática se vuelve bastante común, si bien Roma siempre se opuso a ello. Probablemente desde el siglo XI, la dalmática se convertirá en la vestidura litúrgica superior propia de los diáconos mientras que obispos y presbíteros la usarán bajo la casulla.


Por lo que brevemente hemos mencionado, se puede ver que cuando los cardenales diáconos se revisten con la dalmática para servir al Sumo Pontífice en las celebraciones litúrgicas, nos encontramos frente a un uso típicamente romano en estrecha relación con la historia de los Papas y de su liturgia.

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Los cardenales diáconos usan la dalmática cuando sirven al Pontífice, tanto en la santa Misa como en otras celebraciones litúrgicas, pero no cuando concelebran con él. En este segundo caso, usan la vestidura propia del sacerdote celebrante, que es la casulla. El uso de la dalmática cuando sirven al Pontífice es, en realidad, para manifestar exteriormente su función de “ministros” del Pontífice. Sin olvidar que, como nos ha mostrado la historia, la verdad del signo “dalmática” no supone necesariamente que sólo los diáconos pueden usarla.


Por otra parte, los Obispos la revisten en las grandes solemnidades bajo la casulla, y también como vestidura superior en la unción del altar o en el lavatorio de los pies. En este último caso, como refiere el Caeremoniale Episcoporum, 301, el obispo se quita la mitra y la casulla pero no la dalmática. Se quiere resaltar no tanto la plenitud del sacerdocio como el carácter de servicio del ministerio episcopal. En el caso de los cardenales diáconos revestidos con la dalmática, se quiere subrayar su carácter de servidores, colaboradores estrechos del Romano Pontífice también en la liturgia. La dalmática es signo de servicio, dedicación al Obispo y a los otros. Pero también cuando el Obispo usa la dalmática lo hace para servir: tanto en el lavatorio de los pies como en el especial servicio litúrgico que desarrollan los obispos – cardenales diáconos – junto al Romano Pontífice.


Podemos decir que la dalmática utilizada para el servicio litúrgico por parte de los cardenales diáconos se mueve en aquella dinámica de servicio que hace decir a Benedicto XVI: “El cristiano está llamado a asumir la condición de «siervo» siguiendo las huellas de Jesús, es decir, gastando su vida por los demás de modo gratuito y desinteresado. Lo que debe caracterizar todos nuestros gestos y nuestras palabras no es la búsqueda del poder y del éxito, sino la humilde entrega de sí mismo por el bien de la Iglesia. En efecto, la verdadera grandeza cristiana no consiste en dominar, sino en servir. Jesús nos repite hoy a cada uno que él «no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45). Este es el ideal que debe orientar vuestro servicio. Queridos hermanos, al entrar a formar parte del Colegio de los cardenales, el Señor os pide y os encomienda el servicio del amor: amor a Dios, amor a su Iglesia, amor a los hermanos con una entrega máxima e incondicional, usque ad sanguinis effusionem, como reza la fórmula de la imposición de la birreta y como lo muestra el color púrpura del vestido que lleváis”.

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Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 26 de mayo de 2010

Concilio Vaticano II y hermenéutica de la continuidad

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Concilio

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Han pasado cerca de 45 años desde el final del Concilio Vaticano II y, nunca como ahora, desde varias partes, está surgiendo un intenso y profundo debate sobre las enseñanzas y las implicaciones de este acontecimiento eclesial. Entre las diversas interpretaciones, los Pontífices que han tomado parte personalmente en el Concilio (como Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI) han sostenido una lectura de acuerdo a la llamada “hermenéutica de la continuidad”, según la cual el Concilio no se pone en contraste con el milenario “depositum fidei” propio de la tradición católica. Como explicó el Pontífice Benedicto XVI durante su visita a Fátima, según este tipo de lectura no hay ruptura entre modernidad y tradición.


Para comprender lo que el Papa ha confirmado como “hermenéutica de la continuidad”, la asociación Vera Lux organizó en San Marino un encuentro de estudio sobre el tema: “Passione della Chiesa. Amerio e altre vigili sentinelle”. El congreso parte de la obra del teólogo Romano Amerio (1905-1997) “Iota Unum. Estudio sobre las variaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX”, para proponer una articulada investigación sobre el período post-conciliar. Intervendrán en el congreso, entre otros, don Nicola Bux, el profesor Matteo D’Amico y el padre Giovanni Cavalcoli O.P.


La jornada de estudios será presidida, y concluida con una reflexión sobre la figura de Benedicto XVI, por monseñor Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro. Considerando el gran interés que está naciendo en torno al Congreso, Zenit ha realizado algunas preguntas a Mons. Negri.

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¿Usted conoció personalmente a Amerio?


Conocí personalmente a Romano Amerio porque recibí de él una sugerencia muy precisa para orientar mis estudios de filosofía sobre la personalidad de Tomás Campanella, a quien él dedicó una consistente parte de su actividad de estudio y de enseñanza. Le debo el redescubrimiento de este gran autor que normalmente la historiografía laicista hace pasar como uno de los precursores de la revuelta moderna contra la tradición católica y que, en cambio, es un singular testigo de un catolicismo que ciertamente reconquista a partir de más de una falla frente a una mentalidad laicista. Este es el motivo de gran gratitud que tengo hacia Amerio, quien, por otro lado, ha sido por décadas profesor en el Liceo Cantonal de Zurich, uno de los puntos de mayor impacto cultural no sólo para el Cantón del Tesino sino también para buena parte de Italia.

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La discusión sobre la hermenéutica del Concilio Vaticano II, sobre la que Amerio ha reflexionado y escrito mucho, es de gran actualidad. En el famoso volumen – “Iota Unum” -, traducido a varias lenguas, Romano Amerio habla de lo que sucedió en el Concilio Vaticano II y de la crisis post conciliar, indicando aquellas fisuras en la solidez de la fe que todavía hoy hieren a la Iglesia. ¿Podría ilustrarnos el sentido y la razón de este análisis crítico?


La lectura desapasionada, a tantos años de distancia, del libro “Iota Unum”, es la demostración de que Amerio había intuido cómo se estaba operando una fractura entre la tradición y un cierto modo de interpretar el Concilio Vaticano II. Por lo tanto, representa un testimonio inteligente y vivido hasta el fondo, expresado no sin sufrimiento por esta fractura que se estaba delineando y en la cual la interpretación “modernista” o, como le gustaba decir a él, “neotérica” del Concilio corría el riesgo de poner en crisis todo un dato de la tradición, de la cual no se podía prescindir. En su libro, se muestra claramente la situación tal como la ha indicado Benedicto XVI diciendo que ya es necesario cerrar el tema de la contraposición entre las hermenéuticas y tomar el camino de la continuidad hermenéutica. Por otro lado, que en esta re-lectura del Concilio – o, mejor dicho, de todo lo que se ha provocado dentro y fuera del Concilio – realizada por Amerio algunas veces haya un poco de vehemencia es algo que resulta perfectamente comprensible.

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¿Cuál es la principal contribución que esta jornada de estudios podrá ofrecer?


Yo participaré en esta conferencia como expositor, hablando de Benedicto XVI, y estoy feliz de acoger esta jornada de estudios en San Marino porque pienso que en la línea del magisterio de Benedicto XVI puede representar una contribución sobre algunos nudos muy importantes de la historia reciente de la teología que, una vez recuperados de modo crítico, podrían favorecer el diálogo y el desarrollo de la así llamada hermenéutica de la continuidad.


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Sobre las motivaciones que llevaron a la organización de la jornada hemos hecho algunas preguntas a uno de los promotores, Lorenzo Bertocchi, estudioso de Historia del Cristianismo y perteneciente al Centro Cultural “Vera Lux” de Bolonia.

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¿Por qué habéis decidido dedicar un Congreso a Romano Amerio?


Desde los orígenes, la Iglesia ha vivido siempre sufrimientos y hostilidades provenientes tanto de su interior como desde fuera de ella, pero ha podido contar con la presencia de “centinelas” que, por gracia de Dios, han sabido iluminarla sobre los peligros y los riesgos. Entre los peligros debe ser contado también el tema de la correcta interpretación del Concilio Ecuménico Vaticano II. De hecho, a partir del famoso discurso a la Curia Romana del 2005, varias veces Benedicto XVI ha vuelto sobre el tema de la así llamada hermenéutica de la continuidad. La confusa interpretación del Concilio, de hecho, no está privada de consecuencias para la vida de la Iglesia. En este contexto, Romano Amerio con su obra “Iota Unum” ha propuesto un articulado análisis sobre el atormentado período post-conciliar. No por casualidad el libro se cierra con estas palabras: “Custos quid de nocte?” (Isaías 21, 11). Es por eso que el Congreso pone una particular atención en Amerio, pero va más allá, subrayando la obra de otros “centinelas” como el Siervo de Dios P. Tomas Tyn O.P. y sobre todo el Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI.

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¿Cuáles son los fines que os proponéis alcanzar con el Congreso?


Para responder, quisiera citar un pasaje de Benedcto XVI en la audiencia general del pasado 10 de marzo: “Gracias a Dios, los timoneles sabios de la barca de Pedro, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y, por otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que siempre es Iglesia de pecadores y siempre es lugar de gracia”. La jornada de estudios promovida por el Centro Cultural Vera Lux quiere, por lo tanto, animar el debate encaminado a desarrollar “la unicidad y la continuidad de la Iglesia” en el surco del Magisterio y en la conciencia de que la claridad doctrinal no es sólo un hecho elitista o intelectualista sino que tiene consecuencias importantes para todo el pueblo de Dios que fácilmente puede ser confundido por errores o interpretaciones heterodoxas.

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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 25 de mayo de 2010

La Comunión de rodillas y en la lengua

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La más antigua práctica de distribución de la Comunión fue, muy probablemente, la de dar la Comunión a los fieles en la palma de la mano. Sin embargo, la historia de la Iglesia evidencia también el proceso, iniciado tempranamente, de transformación de esta práctica. Desde la época de los Padres, nace y se consolida una tendencia a restringir cada vez más la distribución de la Comunión en la mano y a favorecer la distribución en la lengua. El motivo de esta preferencia es doble: por una parte, evitar al máximo la dispersión de los fragmentos eucarísticos; por otra, favorecer el crecimiento de la devoción de los fieles hacia la presencia real de Cristo en el sacramento.


A la costumbre de recibir la Comunión sólo sobre la lengua hace referencia también santo Tomás de Aquino, el cual afirma que la distribución del Cuerpo del Señor pertenece sólo al sacerdote ordenado. Esto, por diversos motivos, entre los cuales el Doctor Angélico cita también el respeto hacia el sacramento, que “no es tocado por nada que no esté consagrado: y, por eso, están consagrados el corporal, el cáliz, y también las manos del sacerdote, para poder tocar este sacramento. A ningún otro, por lo tanto, le es permitido tocarlo, fuera de casos de necesidad: si, por ejemplo, estuviera por caer al suelo u otras contingencias similares” (Summa Theologiae, III, 82, 3).


A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha tratado de caracterizar el momento de la Comunión con sacralidad y suma dignidad, esforzándose constantemente por desarrollar de la mejor manera gestos externos que favorecieran la compresión del gran misterio sacramental. En su atento amor pastoral, la Iglesia contribuye a que los fieles puedan recibir la Eucaristía con las debidas disposiciones, entre las cuales figura el comprender y considerar interiormente la presencia real de Aquel que se va a recibir (cf. Catecismo de san Pío X, nn. 628 e 636). Entre los signos de devoción propios de los que comulgan, la Iglesia de Occidente estableció también el estar de rodillas. Una célebre expresión de san Agustín, retomada en el n. 66 de la Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI, enseña: “Nadie come de esta carne [el Cuerpo eucarístico] sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos” (Enarrationes in Psalmos, 98,9). Estar de rodillas indica y favorece esta necesaria adoración previa a la recepción de Cristo eucarístico.


En esta perspectiva, el entonces cardenal Ratzinger había asegurado que “la Comunión alcanza su profundidad sólo cuando es sostenida y comprendida por la adoración” (Introducción al espíritu de la liturgia). Por eso, él consideraba que “la práctica de arrodillarse para la santa Comunión tiene a su favor siglos de tradición y es un signo de adoración particularmente expresivo, del todo apropiado a la luz de la verdadera, real y sustancial presencia de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies consagradas” (cit. en la Carta This Congregation de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, del 1° julio de 2002).


Juan Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucaristia, escribió en el n. 61:


“Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este «tesoro». [...] No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación»”.


En continuidad con la enseñanza de su Predecesor, a partir de la solemnidad del Corpus Domini del 2008, el Santo Padre Benedicto XVI comenzó a distribuir a los fieles el Cuerpo del Señor, directamente en la lengua y estando arrodillados.

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Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 23 de mayo de 2010

Sacerdotes santos para renovar una Iglesia herida

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Tres días de fraternidad, de reflexión y de oración para un único gran “cenáculo sacerdotal”: así se concluirá, dentro de tres semanas, el año especial que Benedicto XVI ha querido dedicar a los sacerdotes. De esto habla el arzobispo Mauro Piacenza, secretario de la Congregación para el Clero, en esta entrevista a nuestro periódico, en la cual ilustra el programa de las jornadas conclusivas – 9, 10 y 11 de junio próximos – y traza un primer balance de estos doce meses vividos en escucha del Espíritu con la mirada dirigida a Cristo.

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Están ya próximas las celebraciones conclusivas del Año sacerdotal. La inminencia de la solemnidad de Pentecostés, ¿puede favorecer la reflexión sobre el rol del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de los sacerdotes?


Frente a tantas cosas “por hacer” me parece obligado, sobre todo en este tiempo litúrgico que se encamina a Pentecostés, recordar una realidad tan sencilla como fundamental pero demasiado olvidada, una realidad que se conoce pero que luego, de hecho, se la olvida con frecuencia cuando se elaboran los “planes pastorales” y cuando se “organiza”: ¡el Espíritu Santo! Lo que el alma es para el cuerpo, es el Espíritu Santo para la Iglesia y para cada cristiano. Se trata de la fuente interior de todo el dinamismo misionero.

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¿Se puede afirmar que convocar el Año sacerdotal ha sido una intuición clarividente de Benedicto XVI?


El Papa es pastor supremo y universal de la Iglesia y ciertamente goza de una particular asistencia del Espíritu en el ejercicio de su alto ministerio. Asistencia que está sostenida e implorada por la incesante oración de los fieles por él. El Año sacerdotal nace de una ocasión histórica bien precisa, el 150º aniversario del nacimiento al cielo del Cura de Ars. Y justamente para indicar una auténtica realización del modelo sacerdotal, el Papa ha convocado este año especial, capaz de indicar el camino a cada sacerdote, recordando los valores esencial del sacramento del orden en un momento en que, más que nunca, la santidad se muestra como la única posibilidad real de renovación para la Iglesia y para el mundo.

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Un año que, desde el punto de vista mediático, quedará marcado por las tensiones y por la crisis vivida por la Iglesia a causa del escándalo de los abusos sexuales.


La Iglesia es un cuerpo vivo y, como en todo cuerpo, se tienen tensiones dinámicas que permiten la vida y el movimiento y tensiones patológicas que pueden frenar e incluso paralizar. Las tensiones – pienso, por ejemplo, yendo a los albores de la historia de la Iglesia, en aquellas surgidas por la problemática de imponer o no la ley a los neófitos paganos – se han resuelto siempre cuando la misma Iglesia se puso en plena sintonía con el Espíritu: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”. También las numerosas tensiones modernas, que tanto hacen sufrir a las personas de buena voluntad, pueden armonizarse en la unidad de la fe y del amor en el Señor. Sería bueno tratar de ver lo que el Espíritu sugiere con más insistencia.

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Para los sacerdotes que se encuentran actualmente viviendo en condiciones difíciles o en crisis, ¿qué se ha hecho en este Año sacerdotal?


Hemos confiado a los obispos diocesanos la solicitud hacia todos los sacerdotes: obviamente, si algunos están en condiciones más frágiles, a ellos deben dirigirse cuidados particularmente solícitos, como haría cualquier padre con los propios hijos. Los obispos diocesanos conocen a sus sacerdotes y sus situaciones personales y, por lo tanto, pueden actuar con una mayor conciencia para su verdadero bien y el de toda la comunidad. Consciente de esta situación, la Congregación, en las diversas ocasiones de encuentro y de correspondencia con los obispos, no deja de tratar la cuestión de la relación también personal con cada sacerdote. Es una relación prioritaria en el gobierno pastoral porque, cuidando máximamente el seminario y el presbiterio, se cuidan todo los componentes de la diócesis.

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El Papa ha hablado del sufrimiento de la Iglesia durante su reciente viaje a Portugal. Lo ha referido a los misterios de Fátima, pero sobre todo ha identificado el origen de este sufrimiento en su interior.


Se ha tratado de un hecho excepcional, de algo que me ha conmovido profundamente. Hablando del sufrimiento de la Iglesia, el Papa mostraba sentirlo, vivirlo muy profundamente. Se lo notaba en su misma expresión. En la Iglesia, los sufrimientos más graves vienen desde dentro, es cierto. Vienen de la traición de quien está más cerca, de quien sentimos amigo, más aún, hermano. Y esto hace sufrir mucho más. Por otro lado, la Iglesia está acostumbrada a defenderse de los ataques externos; sobre su cuerpo social ha soportado todas las persecuciones posibles e imaginables, comenzando por la Pasión de Jesús. Las persecuciones que nacen del interior ciertamente son más duras de aceptar. Pueden nacer del interior de toda familia cuando el padre, o la madre, o el hijo, traicionan el amor y la confianza de los otros miembros.

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Se habla desde varias partes de una nueva identidad para el sacerdote del tercer milenio. ¿Pero no sería mejor hablar de renovación?


Ciertamente, la identidad no puede cambiar porque está impresa en Cristo buen Pastor. El único verdadero “innovador” en la Iglesia es el Espíritu Santo. En primer lugar, el Espíritu guía en la Verdad plena. La Verdad “plena”. Cada uno de nosotros, por sí solo, no tiene más que algún pequeño fragmento; y además está la tentación de identificar esta pequeña verdad “personal” con la Verdad total. Entonces, estas supuestas “verdades” corren el riesgo de chocar unas contra otras, y nacen las tensiones y las divisiones, nace el escandaloso caos de las recriminaciones, de las acusaciones recíprocas, de la necesidad de aclaraciones, y el espectáculo se hace lamentable. Así, son raras la amplitud de visión, la lucidez de juicio y, al mismo tiempo, la capacidad de componer en el diálogo constructivo las visiones parciales de cada uno, diversas pero no opuestas. Para la sinfonía de la verdad, se requiere mucha humildad y amor por la Verdad plena ¿Pero quién nos dará el sentido de la totalidad? Sólo el Espíritu del Señor que no sólo ilumina la Verdad total sino que une en la comunión. Sólo en Él se pueden componer las tensiones que atormentan a la Iglesia en la fase de su peregrinación terrena.

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En su opinión, ¿cómo se puede resolver la confrontación entre el sacerdote, hombre enraizado en Cristo, y, al mismo tiempo, inmerso en una cultura muy distante de las categorías de lo sagrado?


Viviendo lo de san Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Y lo de Juan: “Conviene que Él crezca y yo disminuya”. Viviendo la memoria permanente de Cristo, toda tensión es resuelta. “El Espíritu os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho”. Es como la memoria viviente de la Iglesia, un divino “instinto” de verdad. Jesús pone constantemente esta acción reveladora en la línea del “recuerdo”. Los cristianos, y entre ellos sobre todo los sacerdotes, están llamados a vivir en la memoria perenne, viva y actual, de la persona, de las palabras y de las obras del Maestro: memoria meditativa, impregnada de amor. Los apóstoles han sido los primeros en comprometerse en este camino: lo han hecho a la luz del evento pascual y bajo la guía del Espíritu, obedeciendo al mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía”.

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En el reciente congreso en la Lateranense, usted insistió en la hermenéutica de la continuidad sacerdotal, que presupone la conciencia de la pertenencia al único sacerdocio de Cristo, de la cual depende tanto la eficacia del ministerio sacerdotal como su espiritualidad. Usted mismo, sin embargo, reconoció que tal categoría no es suficientemente comprendida ni adecuadamente aplicada. ¿Qué significa?


“Hermenéutica de la continuidad sacerdotal” es una expresión providencialmente utilizada por el Papa en su alocución a los más de quinientos participantes en el mencionado congreso. Creo que, dada también la contigüidad terminológica, debe necesariamente ser interpretada a la luz de la hermenéutica de la continuidad eclesial, que el Papa ha indicado como la única posible interpretación correcta del concilio ecuménico Vaticano II, en el discurso dirigido a la Curia romana el 22 de diciembre de 2005. No existen sacerdotes pre-conciliares y post-conciliares, así como no existe una Iglesia pre y post conciliar. Existe la única Iglesia de Cristo, con el único sacerdocio de Cristo participado a aquellos que él llama en toda época y circunstancia. El modelo es siempre el Señor y la identificación total con la llamada que Él ha dirigido, como vivió y enseñó san Juan María Vianney.

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¿Es en este contexto de “continuidad” que se inserta la cuestión del celibato, tan discutida en este momento?


Cristo permaneció durante toda su vida en el estado de virginidad, significando su total dedicación al servicio de Dios y de los hombres. En Él, el estado de virginidad se une en plena armonía en su misión de mediador entre el Cielo y la tierra, y de eterno sacerdote. El Hijo de Dios asumió un cuerpo humano y se entregó totalmente al Padre, dándole el amor total y exclusivo del propio corazón. No basta decir que Cristo y su vida fueron virginales: la virginidad no es algo añadido a la existencia terrena de Cristo sino que pertenece a su misma esencia. Cristo es la virginidad misma y, por eso, es el modelo de ella. El Salvador predijo que en la tierra no faltarían los testigos de su virginidad. Ciertamente existen múltiples razones de conveniencia del celibato, tanto bajo el perfil histórico y bíblico como bajo el espiritual y pastoral. Sin embargo, es fundamental adherir a la fuente de todo: el mismo Cristo

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¿Qué se espera para la conclusión del Año sacerdotal? Hay muchas expectativas por el discurso del Papa, sobre todo se esperan intervenciones sobre la cuestión que más ha dominado la escena mediática en este año.


Habrá tres días que culminarán en la solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús. En el primer día, el 9 de junio, dedicado a la conversión y a la misión de los sacerdotes, nos encontraremos en la basílica de San Pablo Extramuros, donde, tras el ejemplo del Apóstol de los gentiles, meditaremos sobre la dimensión de conversión permanente de la vida sacerdotal y sobre el vínculo entre santidad y eficacia de la misión. La Iglesia, una, santa, católica y apostólica, llama a todos sus hijos a la conversión continua, permaneciendo absolutamente santa en su personalidad teológica ya que es el Cuerpo de Cristo y la Esposa del Señor, continuamente santificada y renovada por su Esposo, por lo tanto, siempre joven y siempre virgen. La Iglesia es ontológicamente santa; sus hijos están llamados a serlo.


El segundo día, el 10 de junio, estaba previsto inicialmente en la basílica papal de Santa María la Mayor, pero el gran número de sacerdotes ya anotados – hasta ahora, cerca de siete mil – no puede ser contenido en la primera de las basílicas marianas de la cristiandad. Por lo tanto, seguiremos todavía en San Pablo. La intención es encontrarnos como en un renovado cenáculo, como los apóstoles en torno a la santísima Virgen María, en espera y en escucha del Espíritu. La Iglesia siempre tiene necesidad de renovar la comunión afectiva y efectiva, y nadie como la Madre celestial es capaz de custodiar tal communio, que es don del Espíritu Santo.


Finalmente, en la gran vigilia de la noche y en la Misa conclusiva del viernes 11, nos estrecharemos en torno a Pedro y escucharemos su autorizada palabra que, ciertamente, sabrá ampliar los horizontes y mostrar cuán amplia y de gran alcance es, y debe ser, el vivir y el obrar de la Iglesia y de los sacerdotes, en toda circunstancia, por el verdadero bien de las almas y por la salvación del mundo.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 22 de mayo de 2010

El consejo de Sor Lucía

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Lucia

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Ofrecemos nuestra traducción de una carta que la Sierva de Dios Sor Lucía de Jesús escribió a un sacerdote preocupado “por la desorientación del tiempo presente”, carta luego aparecida en un libro y recientemente publicada en el blog italiano Cantuale Antonianum.

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Querido Padre:


¡Pax Christi!


He notado en su carta que está muy preocupado por la desorientación del tiempo presente. Usted está en la verdad cuando lamenta que muchos se dejan dominar por la onda diabólica que esclaviza al mundo y se encuentran tan ciegos que no ven el error.


Pero el principal error es que estos abandonaron la oración, alejándose de Dios, y sin Dios todo falla porque “sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5).


Ahora, lo que recomiendo especialmente es que se acerque al Tabernáculo y haga oración. Allí encontrará la luz y la fuerza para nutrirse y donarse a los otros. Donarse con suavidad, con humildad y, al mismo tiempo, con firmeza. Porque aquellos que ejercen una responsabilidad tienen el deber de tener la verdad en la debida consideración, con serenidad, con justicia, con caridad. Por esto, tienen necesidad cada día de rezar más, de estar cerca de Dios, de tratar con Dios todos los problemas antes de afrontarlos con las criaturas. Continúe por este camino y verá que cerca del Tabernáculo encontrará más sabiduría, más luz, más fuerza, más gracia y más virtud, que nunca podrá encontrar en los libros, ni en los estudios, ni con ninguna criatura.


Nunca juzgue perdido el tiempo que pasa en la oración y verá cómo Dios le comunicará la luz, la fuerza y la gracia de la que tiene necesidad, y también aquello que Dios le pide.


Esto es lo que importa: hacer la voluntad de Dios, permanecer donde Él nos quiere y hacer lo que Él nos pide. Pero siempre con espíritu de humildad, convencidos de que por nosotros mismos no somos nada y de que debe ser Dios quien trabaje en nosotros y se sirva de nosotros para todo aquello que Él pide.


Por eso, todos tenemos necesidad de intensificar mucho nuestra vida de unión interior con Dios y todo esto se consigue por medio de la oración. Que nos falte el tiempo para todo menos para la oración, ¡y verá cómo en menos tiempo se hará mucho!


Todos nosotros, pero especialmente quien tiene una responsabilidad, sin la oración o sacrificando habitualmente la oración por las cosas materiales, es como una pluma de ave que se usa para batir la clara del huevo, levantando castillos de espuma que, sin azúcar para sostenerlos, luego se disgregan y se deshacen transformándose en agua podrida.


Por eso, Jesucristo dijo: “vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ya no sirve sino para ser tirada”.


Y, dado que esta fuerza sólo podemos recibirla de Dios, tenemos necesidad de acercarnos a Él para que nos la comunique y esta cercanía se realiza sólo por medio de la oración, que es el lugar donde el alma se encuentra directamente con Dios.


Recomiende esto a todos sus hermanos sacerdotes y lo experimentarán. Y luego dígame si estoy equivocada. Estoy muy segura de cuál es el principal mal del mundo actual y la causa del retroceso en las almas consagradas. Nos alejamos de Dios, y sin Dios tropezamos y caemos. El demonio es astuto para saber cuál es el punto débil a través del cual ha de atacarnos. Si no estamos atentos y si no tenemos precaución con la fuerza de Dios, sucumbimos porque los tiempos son muy malos y nosotros somos muy débiles. Sólo la fuerza de Dios nos puede sostener.


Vea si puede llevar adelante todo esto con calma, confiando siempre en Dios. Y Él hará todo aquello que nosotros no podemos hacer y suplirá nuestra insuficiencia.


Sor Lucía


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Fuente: Cantuale Antonianum


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 20 de mayo de 2010

El latín en la Liturgia

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Continuando con la serie de profundizaciones preparadas por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrecemos hoy nuestra traducción del artículo titulado: “El uso de la lengua latina”.

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El latín es, sin duda, la lengua más longeva de la liturgia romana: se la utiliza, de hecho, desde hace más de dieciséis siglos, es decir, desde cuando se perfeccionó en Roma, bajo el Papa Dámaso († 384), el paso del griego a esta lengua. Los libros litúrgicos oficiales del Rito Romano son, por lo tanto, publicados hasta hoy en latín (editio typica).


El Código de Derecho Canónico, en el can. 928, establece: “La celebración eucarística hágase en lengua latina, o en otra lengua con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados”. Este canon traduce de modo sintético, y teniendo presente la situación actual, la enseñanza de la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II.


En el célebre n. 36, la Sacrosanctum Concilium establece como principio:


“Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular” (§ 1).


En este sentido, el Código afirma en primer lugar: “La celebración eucarística hágase en lengua latina”.


En los siguientes incisos, la Sacrosanctum Concilium admite la posibilidad de utilizar también las lenguas nacionales:


“Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes” (§ 2).


“Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica” (§ 3).


“La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada” (§ 4).


En base a estos sucesivos incisos, el Código añade: “…o en otra lengua con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados”.


Como se ve, también en las actuales disposiciones normativas, la lengua latina sigue estando aún en el primer lugar, como aquella que la Iglesia prefiere en línea de principio, aún reconociendo que la lengua nacional puede resultar útil para los fieles. En la situación concreta actual, la celebración en latín se ha vuelto más bien poco común. Se trata de un motivo mayor para que, en la liturgia pontificia (pero no sólo en ella), el latín sea custodiado como preciosa herencia de la tradición litúrgica de Occidente. No por casualidad el siervo de Dios Juan Pablo II recordó:


“La Iglesia romana tiene especiales deberes, con el latín, espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarlo siempre que se presente ocasión” (Dominicae cenae, n. 10).


En continuidad con el Magisterio de su Predecesor, Benedicto XVI, además de desear un mayor uso de la lengua tradicional en la celebración litúrgica, en particular con ocasión de celebraciones que se realizan durante encuentros internacionales, escribió:


“Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; y se ha de procurar que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia” (Sacramentum Caritatis, n. 62).

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Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Card. Saraiva: “El Papa y la Iglesia saldrán fortalecidos de las persecuciones”

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Es el Cardenal de Fátima. Y no sólo porque es portugués. Hay, de hecho, algo más que vincula a José Saraiva Martins con el lugar en que la Virgen se apareció a los tres pastorcillos. Es una relación basada en el Amor: el Amor – con la “A” mayúscula – de un hijo por la Madre. Se lo comprende bien en la entrevista exclusiva que este ilustre Príncipe de la Iglesia a concedido a Petrus a su retorno de Roma, después de haber acompañado personalmente al Papa en su reciente viaje apostólico en tierra lusitana.

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Eminencia, le pedimos un balance de la visita de Benedicto XVI a Portugal.


Ha sido un éxito extraordinario, universal, inolvidable. Un gran acontecimiento, que merece ser grabado con letras de oro en el libro de la historia de la Iglesia. Una alegría inmensa, no sólo para Portugal sino para todo el mundo. Por otro lado, Fátima es el altar del mundo, más aún, la Cátedra del mundo, porque la Virgen ha ido a ese lugar para hacerse mensajera, por medio de los tres pastorcillos, de valores eternos y de enorme actualidad también en este determinado período histórico. Me refiero a los llamados a la paz, a la penitencia. Son temas muy bellos que el Papa ha reafirmado con claridad y sin vacilaciones.

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Los católicos portugueses no han dejado de reunirse en torno al Papa en este particular momento histórico.


Muy cierto. Ellos han demostrado que sienten un afecto infinito por el Papa. El afecto de un hijo por el propio padre. Y su presencia en cada una de las ceremonias ha sido la mejor respuesta a la campaña de odio, basada en calumnias, contra el Papa y la Iglesia.

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A propósito, el número de los peregrinos ha sido excepcional. Sólo en la Misa de Fátima han participado más de medio millón de fieles. ¿Estaba en las previsiones?


Francamente no. Ni siquiera el Papa se esperaba tanto calor y por eso le ha agradado todavía más la acogida de los portugueses, que lo han abrazado y apoyado como a un verdadero padre. De este modo, ha sido confirmado aquel vínculo indisoluble que une al Romano Pontífice con los portugueses y que se remonta a la época en que Portugal no era aún autónomo y el Arzobispo de Braga vino a Roma para pedir al Papa que acepte firmar la independencia de este pueblo del resto de España. De alguna manera, la influencia del Papa está en el ADN, en la historia y en la cultura de Portugal.

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¿Con que ánimo afrontó el Santo Padre esta peregrinación en Portugal, a pocos días de la promulgación de las leyes a favor del aborto y del reconocimiento de las parejas de hecho por parte del Gobierno socialista guiado por el primer ministro Sócrates?


Con mucho coraje y sencillez, tocando estos temas con fuerza y claridad, el Papa ha hablado con gran libertad de espíritu. No ha tenido miedo de defender la dignidad de la vida humana y el valor único del matrimonio natural entre hombre y mujer (sin olvidar las bellas palabras sobre la relación entre fe y cultura pronunciadas en Lisboa), exhortando a los portugueses a hacer lo mismo. Han sido llamados que han hecho reflexionar un poco a todos.

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En Italia habrían clamado por la injerencia de la Iglesia en las cuestiones públicas…


Pero la Iglesia tiene, siempre y de todos modos, la obligación de reafirmar el carácter no negociable de los valores cristianos, ya que son el corazón y el ápice del Evangelio.

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La etapa más significativa ha sido, sin duda, la de Fátima. ¿Pero qué gesto de Benedicto XVI ha pasado a la historia?


Me han impresionado, en particular, dos momentos: la intensidad humana y espiritual con la que ha dejado la Rosa de oro a los pies de la Virgen y el hecho de que el Santo Padre, apenas llegado al helipuerto de Fátima, haya querido dirigirse directamente, sin paradas intermedias, a la capilla de las apariciones para orar, arrodillado por mucho tiempo, a los pies de la Señora más resplandeciente que el sol.

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Benedicto XVI ha sido el tercer Pontífice en visitar Fátima después de Pablo VI y Juan Pablo II (que fue tres veces) ¿Cuál considera que ha sido el viaje más importante?


No ha habido un viaje más importante que el otro. Todos han sido importantes en la misma medida. La Iglesia está encarnada en el tiempo y en la historia. Y tanto Pablo VI, como Juan Pablo II, y como el mismo Benedicto XVI, han logrado a la perfección hablar al corazón de sus contemporáneos. Quien no se lo esperaba de Benedicto XVI, ha quedado desilusionado. Habría debido saber, de hecho, que el Cardenal Ratzinger siempre siguió con admiración e interés el fenómeno de las apariciones marianas de Fátima y por eso también ha presidido en el pasado una vigilia mundial del 13 de mayo en Cova de Iria. Al igual que Juan Pablo II, Benedicto XVI es un “Papa de Fátima”, aunque por diferentes razones históricas.

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Cuando el Papa declaró que la persecución contra la Iglesia es causada por sus mismos miembros, ¿se refería sólo al escándalo de la pedofilia en el clero?


Es obligatoria una premisa: sabemos muy bien que la Iglesia está formada por pecadores; el sacerdocio, además, no confiere la inmunidad de cometer culpas. Pero si la presencia del pecado en la Iglesia es un hecho real, esto no significa que esté extendido en los niveles en que cierta prensa quisiera hacer creer. Dicho esto, el discurso del Papa, ciertamente, incluye también – pero no sólo – la pedofilia. Es un discurso aún más “general”. ¿Cómo no pensar, de hecho, en la desobediencia hacia el Pontífice, en el “carrerismo”, en las divisiones entre el pueblo de Dios y sus Pastores?

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Eminencia, vayamos ahora al núcleo central del “tercer secreto de Fátima”. Benedicto XVI ha precisado que la profecía no ha concluido y que, de todos modos, no se refería exclusivamente al atentado a Juan Pablo II, especificando también que el Papa debería sufrir persecuciones en toda época.


En la visión del “obispo vestido de blanco” que es asesinado está la descripción de la Pasión de la Iglesia y de su Pastor, el Papa. En este contexto, se inserta perfectamente el atentado a Wojtyla. Pero la Virgen ha querido profetizar también algo más y es que la Iglesia y el Papa serían objeto de persecuciones, sacrificios y sufrimientos en toda época. Efectivamente, lo verificamos en la historia: ha sido así en el pasado, así es hoy, así será mañana. La Iglesia, de hecho, no es otra cosa que el mismo Cristo encarnado no en un cuerpo físico sino en una comunidad de fe, de esperanza, de amor. Por lo tanto, si la Iglesia es Cristo, debe reproponer el rostro de Cristo crucificado y desfigurado; sin embargo, no debe ceder al desconsuelo sino pensar con alegría y optimismo que después de la Cruz está siempre la Resurrección; que después del Viernes Santo, llega siempre la Pascua. Cristo ha muerto para resucitar; así también la Iglesia debe padecer para vencer a las tinieblas. La sangre de los mártires es la semilla del cristianismo. Debemos ser conscientes, Jesús nos lo ha advertido: “Si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros”. Pero, no lo olvidemos, ha añadido: “Non praevalebunt”, las puertas del infierno no prevalecerán. Con esta última promesa, podemos estar seguros de que a pesar de los pecados de algunos de sus hijos, los sufrimientos, las calumnias, las persecuciones y las campañas de odio llevadas adelante por los medios, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, resucitará como ya ha resucitado el Cuerpo físico del Señor. Podemos estar seguros de esto: la Iglesia y el Papa saldrán fortalecidos de las persecuciones.

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Después de las palabras del Santo Padre, algunos periodistas y escritores – Antonio Socci sobre todo – han vuelto “al ataque” sosteniendo que el Vaticano escondería una cuarta parte del Misterio de Fátima en la cual la Virgen profetizaría la apostasía de la Iglesia. ¿Un testimonio directo suyo sobre la falta de fundamento de esta tesis?


No existe ningún cuarto secreto de Fátima, y mucho menos el tercero se refiere a la apostasía de la Iglesia. En el 2000, fui encargado por Juan Pablo II de ver todo lo escrito por Sor Lucía y puedo dar testimonio de que no hay otra cosa fuera de lo que se ha hecho público en estos años.

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Otro debate se ha vuelto a abrir sobre la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María.


Rusia, como pidió la Virgen por medio de Sor Lucía, ha sido ya consagrada por los Venerables Pontífices Pío XII y Juan Pablo II. Por lo tanto, no ha sido desatendido el pensamiento de la Virgen. Es cierto que Rusia no fue citada explícitamente, ¿pero acaso no forma parte del mundo? Al consagrar todo el mundo al Corazón Inmaculado de María, al mismo tiempo le ha sido consagrada también Rusia.

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Fuente: Petrus


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 18 de mayo de 2010

Pedido de Ordinariato Personal en Reino Unido

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Los miembros de la Traditional Anglican Church, rama británica de la Traditional Anglican Communion han enviado una carta al Cardenal Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pidiéndole la implementación de la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus. En octubre del año pasado, incluso antes de la publicación de la Constitución del Papa Benedicto XVI, los anglicanos de la TAC (UK) habían expresado su agradecimiento y la intención de sumarse a la iniciativa que había sido anunciada poco tiempo atrás, y de la que se esperaba la cristalización definitiva con la publicación del documento.


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Su Eminencia Cardenal William Levada
Congregación para la Doctrina de la Fe


Domingo de la infraoctava de la Ascensión, 16 de mayo de 2010


Su Eminencia,


Los fieles de la Traditional Anglican Church en el Reino Unido (una provincial de la Traditional Anglican Communion) expresan su profunda gratitud por vuestra respuesta positiva del día 16 de diciembre de 2009 a nuestra Carta a la Congregación para la Doctrina de la Fe del día 5 de octubre de 2007, en la que expresábamos nuestro deseo de “buscar un modo comunitario y eclesial de ser católicos anglicanos en comunión con la Santa Sede, atesorando al mismo tiempo la plena expresión de la fe católica y nuestra tradición dentro de la cual hemos llegado a esta instancia”.


Hemos leído y estudiado cuidadosamente la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus con las Normas Complementarias y el Comentario que las acompañaba, junto con la declaración inicial de vuestro Dicasterio en el momento de vuestra conferencia de prensa con el Arzobispo DiNoia.


Y ahora, en respuesta a vuestra invitación de contactarnos con vuestro Dicasterio para comenzar el proceso que ha trazado, y en conformidad con el voto unánime de nuestro sínodo de octubre del 2009, que decía así:


“Esta Asamblea, que representa a la Traditional Anglican Communion en Gran Bretaña, ofrece su gozoso agradecimiento al Papa Benedicto XVI por su próxima Constitución Apostólica que permite la reunión corporativa de anglicanos con la Santa Sede, y pide al Primado y al Colegio de Obispos de la Traditional Anglican Communion que tome los pasos necesarios para implementar esta Constitución”.


Por consiguiente, pedimos:


1) Que la Constitución Apostólica sea implementada en el Reino Unido y que se erija un Ordinariato Personal.


2) Que podamos establecer un Consejo de Gobierno interino.


3) Que el Santo Padre pida a este Consejo interino que proponga una terna de nombres para el nombramiento de un ordinario en un Ordinariato para el Reino Unido.


Aunque no podemos hablar en nombre de otros grupos de anglicanos en el Reino Unido, estaremos encantados si otros solicitan su aceptación según los términos de Anglicanorum Coetibus.


Esperamos vuestras instrucciones con continuadas expresiones de aprecio por la generosidad del Santo Padre en reunir a los anglicanos en la plenitud de la comunión eucarística.


Sinceramente en Cristo,


+David L. Moyer, Visitador Apostólico
+Robert Mercer CR, emérito, asistente del Visitador


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Fuente: The Anglo-Catholic

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 17 de mayo de 2010

Una medallita y unos ruegos

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medallita

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A mediados del siglo pasado falleció en mi ciudad un sacerdote muy querido por la feligresía. Sus pertenencias pasaron a manos de un hermano suyo, casado con una amiga de mi familia. Algunos años después ella enviudó y debió vender su casa para costear los gastos de su internación en una institución para ancianos. También repartió entre sus conocidos el mobiliario y algunas de sus pocas pertenencias. Producto de ese reparto fueron a parar a mi casa paterna algunos libros y papeles que fueran propiedad del sacerdote mencionado. Entre esos papeles se encontraba una carta dirigida al clérigo. La misiva, que aún conservo, está escrita de puño y letra por el remitente, en papel muy fino con membrete. El firmante fue una persona de renombre a quien aún hoy se continúa recordando en la esfera civil. El tenor de la carta explicará por qué no he transcripto el nombre del autor ni el del sacerdote destinatario. También he quitado un nombre propio y la mención de un lugar específico que aparecen en el texto. La intención del post tampoco exige que sean explicados los hechos a los que allí se aluden.


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Dic. 24. 1938


Rev. Padre […]


De mi mayor estimación:


       Vista de lejos, la obra liberal resulta pequeña, pero cuando además se aprecian los hechos desapasionadamente se impone un nuevo punto de vista. En efecto, la creencia de que el liberalismo era sinónimo de Patria representa en mis apreciaciones actuales todo lo contrario. Combatíamos las personas y las cosas, y de allí, la falta de respeto sin medida y la inconsciencia hasta llegar al proceso judicial que subrayo en estas líneas y que fue para Vd. una grave afrenta.


       Lo que interesa es mi participación en ello, contra Vd. Un error de interpretación –puede ser con malicia – me colocó frente a una situación que no tuve la suerte de valorar en todas sus consecuencias. Debí elegir un camino y opté por el de mi posición doctrinaria; de ahí, la catástrofe.


       En el transcurso del tiempo, hechos circunstanciales que en verdad no producían en mi ánimo ni temor ni recelo, me invitaron sin embargo a concentrar el espíritu para recapacitar sobre el pasado. Luego, acontecimientos ulteriores que no pude ya encuadrar en la esfera de la casualidad ni explicar como otras veces en el orden de lo físico-natural, trajeron a mi mente un recuerdo: los ruegos prometidos por la Hermana […], al morir en el Hospital […] en 1896. Conservé una medallita que a su pedido he llevado y llevo siempre conmigo. Y ahora, la realidad de la época actual y la responsabilidad sobre el porvenir espiritual de mis hijos, exigen una rectificación de mi parte.


       Entrego a Vd. algunas de las insignias de mi jerarquía masónica, y a medida que tropiece con algunas otras, las haré llegar a sus manos. En cuanto al proceso a que aludí, quiero deponer ante Vd. mis excusas por todo aquello que se apartó de la estricta verdad de los hechos y que haya podido lesionar su autoridad moral y su investidura.


       Muy atte. salúdale

                                      […]


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Qui potest capere, capiat


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sábado, 15 de mayo de 2010

El silencio en la Liturgia

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Continuando con la serie de profundizaciones preparadas por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrecemos hoy nuestra traducción de otro artículo, titulado: “Los espacios de silencio dentro de la celebración”.

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El n. 45 de la Institutio Generalis Missalis Romani (editio typica tertia emendata, 2008), prescribe:


“Debe guardarse también, en el momento en que corresponde, como parte de la celebración, un sagrado silencio. Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo [singuli ad seipsos convertuntur]; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran [in corde suo Deum laudant et orant]. Ya desde antes de la celebración misma, es laudable [laudabiliter] que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada”.


El texto cita, como nota, el n. 30 de la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium, que igualmente prescribe: “Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado”. Nótese cómo, en ambos casos, se precisa que el silencio litúrgico es un silencio sagrado, sacrum silentium.


El n. 56 de la Institutio especifica mejor la importancia del silencio dentro de la Liturgia de la Palabra, mientras que en lo que respecta a la Liturgia eucarística, el n. 78 precisa: “La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio”.

Luego, el n. 84 subraya la importancia de la observancia del silencio para prepararse bien a recibir la Santa Comunión: “El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio”.

Finalmente, la misma actitud es sugerida para la acción de gracias después de la Comunión: “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (n. 88). En varios otros números de la Institutio se repiten prescripciones similares con respecto al silencio, que resulta ser parte integrante de la misma celebración.


El siervo de Dios Juan Pablo II reconoció que, en la praxis actual, la prescripción del Concilio Vaticano II referente al sagrado silencio – prescripción que luego pasó a la Institutio – no siempre fue observada fielmente. Él escribía:


“Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio [...] La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del silencio” (Spiritus et Sponsa, n.13).


Podemos recordar aquí también un texto del entonces teólogo y cardenal Joseph Ratzinger:


“Nos volvemos cada vez más claramente conscientes de que la liturgia implica también el callar. Al Dios que habla, nosotros le respondemos cantando y rezando, pero el misterio más grande, que va más allá de todas las palabras, nos llama también a callar. Debe ser, sin duda, un silencio lleno, más que una ausencia de palabras y de acciones. De la liturgia se espera precisamente que nos de el silencio positivo en el cual nos encontramos a nosotros mismos” (Introducción al espíritu de la liturgia).


Por lo tanto, es de gran importancia la observancia de los momentos de silencio previstos por la liturgia. Ellos son parte integrante tanto del ars celebrandi de los ministros como de la actuosa participatio de los fieles. El silencio en la liturgia es el momento en que se escucha con mayor atención la voz de Dios y se interioriza su Palabra para que produzca un fruto de santidad en la vida de cada día.

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Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas
del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 14 de mayo de 2010

¿Avalancha de nombramientos? (Actualizado)

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vaticano

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El Papa regresa a Roma del viaje a Portugal, y en el Vaticano se anuncia para fin de junio una ronda de nuevos nombramientos. Para esos días, según fuentes bien informadas, el Cardenal Ivan Dias, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos debería ser sustituido por Monseñor Giuseppe Bertello, actualmente nuncio en Italia. Mons. Bruno Forte, actualmente Arzobispo de Chieti-Vasto, religioso muy cercano al Papa Benedicto XVI, debería acceder a la posición del Cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, quien ya lleva dos años de prórroga en su cargo. Otro cambio que se espera es el de la Congregación de los Obispos, donde ya es seguro que el actual Prefecto, el Cardenal Giovanni Battista Re, dejará el lugar al Arzobispo de Sydney, el Cardenal George Pell. Para el día de los Santos Patronos de Roma, el 29 de junio, debería estar listo el Motu Proprio con el que el Papa anunciará la creación de una nueva institución para la evangelización de Occidente, en la que ya estaría trabajando Monseñor Rino Fisichella, destinado a convertirse en el presidente del nuevo organismo. Mons. Fisichella dejará así la rectoría de la Pontificia Universidad Lateranense, donde parece cierta la asignación al cargo del salesiano Enrico dal Covolo.

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Fuente: La Stampa

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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ACTUALIZACIÓN


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Casi como una respuesta a esta noticia de La Stampa, el vaticanista Salvatore Izzo publicó ayer el siguiente artículo, que aquí ofrecemos en español, en el que asegura otras posibilidades:


Benedicto XVI ha decidido: será el obispo de Basilea, Mons. Kurt Koch, quien sustituirá al cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y Presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos. Entre los candidatos, estaba también Mons. Bruno Forte, actual arzobispo de Chieti-Vasto, teólogo y poeta estimado por el Papa, pero la presencia en la Curia de gran número de italianos ha favorecido al suizo. El único nombramiento como jefe de dicasterio para un italiano será, en cambio, el de Mons. Rino Fisichella, a la cabeza de un nuevo organismo para la reevangelización de Occidente. Pero no aumentará el número de los italianos ya que sale de escena el cardenal Giovanni Battista Re, quien, como se sabe, será reemplazado por el australiano George Pell, en cuyas manos la “máquina” de los nombramientos episcopales haría un salto de calidad.


El nuncio en Italia, mons. Giuseppe Bertello, por su parte, no está de hecho en carrera para la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que no está vacante: el cardenal Ivan Dias, de hecho, no ha completado ni siquiera su primer quinquenio. Está por salir, en cambio, el cardenal Franc Rodé, que deja la Congregación para los religiosos por haber alcanzado el límite de edad. Entre los posibles sucesores de este último, se encuentra el actual secretario de la Congregación para la Educación Católica, Mons. Jean Louis Brugues, dominico y ex-arzobispo de Angers. Se trataría de un nombramiento que va en la misma dirección que el de Pell, ya que Brugues es fidelísimo al Papa, y comparte con él y con Pell el deseo de combatir tanto el consentimiento hacia los pedófilos como el carrerismo eclesiástico y la especulación, males tal vez menos graves que el primero pero bastante más difundidos.


Otro nombramiento esperado, y que deberá ir en la misma dirección, es el del delegado para los Legionarios de Cristo. Difícilmente será uno de los cuatro visitadores porque ellos son obispos diocesanos y en el Vaticano se dice que no está bien “despojar un altar para vestir otro”. En la visita apostólica – con un rol de consultor para los centros académicos de la Legión – ha sido involucrado también el rector saliente de la Gregoriana, el canonista Gianfranco Ghirlanda, jesuita de gran experiencia y equilibrio. Hay, luego, diversos curiales y ex-superiores de institutos religiosos, de reconocida sabiduría, que podrían dedicarse a tiempo pleno a esta tarea.

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