jueves, 30 de diciembre de 2010

Mons. Fellay: “Estamos mucho más cerca del Papa de lo que parece”

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Presentamos nuestra traducción de una entrevista concedida por mons. Bernard Fellay, Superior de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, al periódico Nouvelles Calédoniennes.

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La Fraternidad de San Pío X se califica como tradicionalista pero se la acusa de fundamentalismo. Vosotros os oponéis, sin embargo, a todos los avances progresistas dados por la Iglesia desde 1962…


Nuestra situación es controvertida pero está también vinculada a esto que ocurre en la Iglesia Católica. La vida de la Iglesia ha cambiado con el concilio. Y el balance es devastador. Ha disminuido la cantidad de sacerdotes y religiosas. Hay una pérdida de vitalidad religiosa difundida. Se debe hacer algo para restaurar la situación. La total libertad destruye la sociedad. Los hombres tienen necesidad de una ayuda especial para conocer el camino de Dios y la salvación de las almas. Por otro lado, el Papa ha vuelto a ideas tradicionales. Él ve muy bien que hay una desviación que se debe corregir. Tal vez estamos mucho más cerca del Papa de lo que parece.

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¿Os habéis sorprendido por lo que Benedicto XVI dijo sobre tolerar el uso del preservativo en casos excepcionales, para combatir el AIDS?


He quedado un poco desilusionado por el libro. Pero he estado muy satisfecho por el cambio que se introdujo después: es claro que Roma quiere aclarar la cuestión del preservativo que ha creado confusión. El preservativo no es el modo para resolver este problema de salud. Va contra la naturaleza del acto de matrimonio porque impide el resultado normal de tal acto. La familia es muy importante. El acto deber ser hecho en el matrimonio. Hay una disciplina que debe ser respetada, que tenía mucho valor en el pasado y que hoy es despreciada.

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¿Sois conscientes de ir contracorriente respecto a la evolución de la sociedad?


Sí, soy bien consciente de ello. Pero no me molesta. A veces digo, incluso, que nos toman por marcianos. Pero no somos marcianos.

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¿El objetivo de vuestra comunidad es siempre el de formar parte de la Iglesia Católica?


Sí, siempre hemos sostenido que no queremos seguir un camino aparte. Nos mantenemos como católicos y lo seguimos siendo. Nosotros esperamos que Roma nos reconozca como verdaderos obispos. Por otro lado, ya no se usa la palabra “cismáticos” con nosotros. Por lo tanto, si no somos cismáticos ni heréticos, significa que somos claramente católicos. El Papa dijo que hay sólo un problema de orden canónico. Basta un acto de Roma para decir que ha terminado y que nosotros reingresamos en la Iglesia. Esto llegará. Soy muy optimista.

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¿Aceptareis, entonces, las decisiones del Vaticano II?


No, no de este modo. Pedimos que sean disipadas las grandes ambigüedades del Vaticano II.

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¿A qué llamáis las grandes ambigüedades?


En primer lugar, la libertad religiosa: ¿qué significa que cada hombre tiene el derecho de elegir su religión? No, el buen Dios ha fundado una sola. Luego, el ecumenismo: ¿es posible que un hombre se puede salvar en otras religiones diversas de la católica? No, existe sólo la Iglesia que salva.

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Sin embargo, existen diversas religiones en el mundo. ¿Qué legitimidad tenéis para negarlas?


Veo que existen pero no llegan a producir los efectos de la religión católica. Para afirmarlo, nos apoyamos en lo que dice la Iglesia antigua. El acercamiento de la Iglesia está bien explicado en el Vaticano I. Hay un montón de signos exteriores que permiten reconocer que la religión católica es la verdadera. Es una ciencia que se aprende. El ideal sería, naturalmente, demostrar la existencia de Dios. Nos acercamos a ello.

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Fuente: Messa in latino


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 28 de diciembre de 2010

Mons. Negri: “El Papa está siendo obstaculizado por fuerzas negativas de resistencia”

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Presentamos una interesantísima entrevista que Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha concedido a La Voce di Romagna.

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Excelencia, el rasgo característico de este pontificado es la relación entre fe y razón: ¿por qué insistir en la liturgia?


La liturgia es la vida de Cristo que se realiza en la Iglesia e involucra existencialmente a los cristianos. La liturgia no es simplemente un culto que se eleva desde el hombre a Dios, como en la gran mayoría de las formulaciones religiosas naturales.


La liturgia es el amplio realizarse del acontecimiento de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor que toma forma en el organismo sacramental e involucra a los cristianos en un sentido sustancial y fundamental, haciéndolos pertenecer a Cristo y a la Iglesia a través de los sacramentos de la iniciación cristiana, y luego los acompaña en las grandes opciones y en las grandes etapas de su vida. En las grandes opciones vocacionales – matrimonio, orden – o en las etapas de la vida. Ahora bien, la liturgia defiende la facticidad de Cristo y de la Iglesia. Por eso tengo mucha gratitud hacia el profesor De Mattei por su extraordinario libro sobre la historia del Vaticano II y las páginas dedicadas a un lento e inexorable “socializarse” de la liturgia, ya antes del Concilio: como si el valor de la liturgia estuviese en la posibilidad de que el pueblo cristiano participara activamente en un evento que era luego vaciado, de hecho, de su sacramentalidad y terminaba por ser una iniciativa de sociabilidad católica.


Y yo creo que en la liturgia se juega la verdad de la fe porque se juega la gran alternativa que Benedicto XVI ha puesto al comienzo de la Deus caritas est: el cristianismo no es una ideología de carácter religioso, no es un proyecto de carácter moralista, sino que es el encuentro con Cristo que permanece y se desarrolla en la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano.


La liturgia hace presente el hecho de Cristo en el flujo y en el reflujo de las generaciones: “Haced esto en memoria mía”. Yo creo que también la defensa de una conciencia exacta del dogma depende de la verdad con que se vive la liturgia. En este sentido, desde siempre la Iglesia ha afirmado que “lex orandi, lex credendi”: es la ley de la oración que hace nacer la ley de la fe pero sobre todo que la vigila de manera adecuada y positiva.

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Dos aspectos me parecen centrales en el libro de Ratzinger “Teología de la liturgia”: la prevalencia lamentablemente verificada de un sentido de la Misa como asamblea, “evento de un determinado grupo o Iglesia local”, cena; por o tanto, la participación entendida como el actuar de varias personas que, según el autor, se transforma a veces en parodia. Y luego la celebración hacia el pueblo que, por una serie de malentendidos y malas interpretaciones “se presenta hoy como el fruto de la renovación litúrgica querida por el Concilio”, escribe el Papa. Consecuencias: la comunidad como círculo cerrado en sí mismo y una clericalización nunca antes vista donde todo converge en el celebrante.


Yo estoy de acuerdo en que el Papa deberá continuar una “reforma de la reforma” litúrgica del Concilio, usando una expresión de don Nicola Bux. Pero debe ser dicho con extrema claridad que al Papa le está costando hacer esta “reforma de la reforma”. Existen tendencias negativas de resistencia, ni siquiera tan pasiva. La reforma litúrgica venida después del Concilio la mayoría de las veces se ha llenado de pseudo-interpretaciones o ha hecho valer casos excepcionales como norma – basta pensar en el problema de la lengua o el de la distribución de la Comunión en la mano. Ha habido auténticos “golpes” de las Conferencias episcopales frente a Roma.


Ciertamente hubo una debilidad de la reacción vaticana, probablemente debida a tensiones y contra-tensiones incluso dentro de las estructuras que debían regular la interpretación exacta y la aplicación del Concilio. Ahora bien, aún teniendo presentes estos datos condicionantes a los que un gobierno de la Iglesia debe hacer frente en forma realista, la alternativa es entre una sociologización de la liturgia – como decir, un funcionamiento adecuado de las leyes y de los comportamientos de la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, que se convierte en el sujeto de la celebración eucarística antes que en su interlocutor privilegiado – y el volver a traer al centro al verdadero sujeto de la celebración eucarística, que es Jesucristo en persona. La estructura de la tradición litúrgica, así como la Iglesia del Concilio la ha recibido, salva los derechos de Cristo y la presencia de Cristo. Entonces todo esto que se hace para agotar o reducir la conciencia de la presencia de Cristo en beneficio de la modalidad con que la comunidad está presente, es una pérdida del valor último de la liturgia, del valor ontológico, diría don Giussani, y por lo tanto, metodológico y educativo. En el tiempo en que entraba en vigor por primera vez la reforma del Concilio Vaticano II, una altísima personalidad vaticana – no puedo decirle cuál pero es cierto, porque lo he leído con mis propios ojos – escribió que así finalmente la celebración de la Misa volvía a ser “una sana palestra de sociabilidad católica”.

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¿Me puede decir, al menos, si estaba unos escalones más arriba que Monseñor Bugnini?


Muchos escalones más arriba que monseñor Bugnini.

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“En Italia, salvo pocas honrosas excepciones, los obispos y los superiores de las órdenes religiosas se han opuesto a la aplicación del Motu proprio”: lo declaró el vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei a un año de distancia de Summorum Pontificum, con que Benedicto XVI “liberalizó” la liturgia tradicional tridentina. Una denuncia muy fuerte de desobediencia del episcopado italiano. ¿En qué punto estamos en la aplicación del Motu proprio? En su diócesis, ¿hay celebraciones de la liturgia en la forma extraordinaria del Misal Romano de 1962?


Yo he tratado de aplicar, además de recibir y explicar a mi clero el sentido profundo de este Motu proprio que, en mi opinión, es una posibilidad dada a quien quiere en la Iglesia valorizar una riqueza más amplia y articulada de aquello que está a disposición de todos. Es como si el Papa hubiese reabierto la posibilidad de una celebración litúrgica que el individuo y el grupo siente más acorde a su deseo de crecimiento y a sus principios. Sin embargo, debo decir que han faltado hasta ahora las normas aplicativas, que nosotros estamos esperando desde hace años.


Básicamente, por lo que se puede hacer hoy, allí donde el obispo ha obedecido, como en mi caso, se celebran no muchas sino todas aquellas Misas que han sido pedidas, según la modalidad precisamente identificada por el Motu proprio. Cuando antes dije que al Papa le resulta difícil hacer pasar la “reforma de la reforma” tenía precisamente en mente un Motu proprio del que faltan, a más de tres años de su promulgación, las dimensiones aplicativas. Pero me parece que el rechazo, la resistencia, han sido no tanto sobre el Motu proprio sino más si bien sobre el hecho de que la reforma litúrgica del Vaticano II, así como los textos son interpretados y como la liturgia se ha ido determinando, parece que no pueda ser puesta en discusión. La resistencia es sobre la posibilidad misma, que en cambio el Papa ha abierto, de tener otras formas de aplicación de la vida litúrgico-sacramental: esto está en cuestionamiento, no las aplicaciones. Mientras que el Papa dijo: hay una riqueza litúrgica sacramental a la que toda la Iglesia, si quiere, puede acceder, sin que todo sea reconducido a una sola forma; en mi opinión, hay un amplio estrato de los eclesiásticos que considera que, en cambio, la reforma del Concilio Vaticano II arrasó con todo lo que estaba antes. Es aquella hermenéutica de la discontinuidad sobre la que el Papa intervino con mucha claridad y decisión.

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Según un sondeo de Doxa, el 71 por ciento de los católicos encontraría normal que en la propia parroquia conviviesen las dos formas del rito romano, tradicional y nuevo. El 40 por ciento de quienes van a Misa todos los domingos, si la tuviesen en la parroquia, preferirían ir todas las semanas a la Misa de San Pío V. ¿Cómo comenta estos datos, que deben ser tomados con cuidado como toda encuesta?


Sigo siendo de la opinión que, más allá de estos datos, hoy la Iglesia debe ser muy disponible en ofrecer formas y modos de participación en la vida de Cristo que correspondan en su diversidad a la inevitable diversidad que existe entre los hombres y entre los jóvenes. Creo que nos debe animar un sincero entusiasmo misionero. En un momento en que las iglesias se vacían y hay tantas dificultades para una percepción adecuada del misterio de Cristo y de la Iglesia, todo lo que pueda facilitar debe ser utilizado, ¡pero no para afirmar las propias opciones ideológicas! El choque tradicionalismo-progresismo no tiene ya razón de ser, y de esta superación estamos realmente en deuda con Benedicto XVI. Son contraposiciones ideológicas que hipostatizan puntos de vista, sensibilidades, formas, en lugar de preguntar qué sirve más a la misión de la Iglesia y, por lo tanto, a su tarea educativa.

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¿Cómo celebraba la Misa don Luigi Giussani? ¿Cuál era su pensamiento sobre la liturgia y cómo recibió la reforma?


He visto a Giussani celebrar según el rito de san Pío V: lo celebraba con la conciencia profunda de ser protagonista de un evento de gracia que abría al corazón y a la vida de los hombres. Y lo he visto celebrar según la liturgia reformada, del mismo modo. Giussani iba a lo esencial y, por naturaleza, no estaba inclinado a subrayar excesivamente los particulares. No puedo decir cómo reaccionó a la reforma porque no recuerdo que hayamos hablado de esto, ni entre nosotros dos, aunque habíamos tenido centenares de horas de diálogo sobre todos los problemas de la vida de la Iglesia y de la sociedad, ni públicamente. Pero la imagen de la liturgia que tenía está contenida en aquel bellísimo librito “Dalla liturgia vissuta, una proposta”. Creo que tanto la liturgia tradicional como la liturgia reformada, si se mantienen en la identidad que le es reconocida por el magisterio, pueden favorecer que una vida se convierta en propuesta de vida: la liturgia es una vida, la vida de Cristo con los suyos, que se convierte en propuesta de vida. No creo que estuviese dispuesto a morir para salvar la liturgia de san Pío V pero no creo tampoco – por lo que lo he conocido en cincuenta años de convivencia – que dijese inmediatamente que la liturgia del Vaticano II fuese la mejor posible. Más bien creo que, como sobre otras cuestiones del Concilio Vaticano II, tuvo algunas dificultades interpretativas, como ahora es reconocido por parte de la gran mayoría de los pastores y de los teólogos inteligentes. Tan cierto es que, después de cuarenta años, Benedicto XVI dice que comienza ahora una verdadera interpretación del Concilio.

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¿Qué características tendrá la parte religiosa y eclesial de la visita del Papa a San Marino en el 2011?


Habrá una celebración de la Misa en San Marino para toda la diócesis, en el estadio de Serravalle, en la mañana del 19 de junio, según el programa oficioso que poco a poco se está haciendo oficial.

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En estos días usted ha sido objeto de la observación de un periodista, en un periódico laico, sobre la desproporción entre su personalidad – “punta de diamante” - y la diócesis que le ha sido confiada, definida “diócesis de opereta”.


Estoy agradecido a este periodista por los elogios, un poco inmerecidos, que me ha hecho, no sólo en este caso sino también en otros momentos. En los tortuosos caminos que terminan en la provisión de una determinada iglesia particular, o bien de una responsabilidad también central en la conducción de la Iglesia, nadie, y menos yo, es tan ingenuo como para no saber que hay movimientos, contra-movimientos, reacciones, contra-reacciones, intereses, que tienen un gran peso. Yo mismo escribí algo sobre el carrerismo en mi columna “Opportune et importune” en Studi Cattolici, por eso toda esta fenomenología de una presencia de actitudes políticas no me resulta tan excepcional o escandalosa. Yo soy de aquella generación de sacerdotes y de obispos que considera que, de todos modos, finalmente, y sobre todas estas corrientes, contra-corrientes, amistades, vetos cruzados, está la voluntad de Dios interpretada por el Santo Padre. Cuando el Santo Padre te llama, puedes estar seguro de que es Dios quien te llama, y si te llama a aquella realidad a la que te llama, es porque Dios considera que es lo mejor para ti en aquel momento. Es con este estado de ánimo, muy abandonado a la voluntad de Dios y muy alegre, que yo soy obispo de una diócesis definida “de opereta” por alguno; pero creo haber llevado esta diócesis a una presencia y una visibilidad en el contexto eclesial y social italiano, y no sólo.

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Por otra parte, muchos nombramientos van a personas no siempre a la altura de las responsabilidades a ellos confiadas, un problema grave hoy, cuando la Iglesia debería dar el máximo en la propuesta cultural y pastoral. Excelencia, ¿no cree que esto es un freno o un impedimento para la misión de la Iglesia?


Pero aquí monseñor Negri no responde y cierra el diálogo. Me mira profundamente con sus ojos claros y hace silencio. Es el día de santa Lucía, la tarde está por ceder a la “noche más larga”. En Domagnano descienden los primeros copos de nieve. En cambio más arriba, en Rímini, todo se funde en agua.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 26 de diciembre de 2010

África y la forma extraordinaria

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Presentamos esta noticia sobre la óptima aplicación de Summorum Pontificum y, más en general, de la visión litúrgica de Benedicto XVI, en una diócesis de Benín, país que será visitado por el Papa en noviembre del próximo año.

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El obispo Pascal N’Koué (51 años) de Natitingou, en Benín, ha celebrado la Misa antigua desde octubre de 2003 en su diócesis. Así puede leerse en su informe con ocasión del tercer aniversario del histórico Motu Proprio Summorum Pontificum.


Mons. N’Koué estudió en la Academia Diplomática Vaticana en Roma, a principios de los años noventa. Finalmente, fue activo como secretario de la Nunciatura en Panamá hasta su nombramiento como obispo diocesano. La ciudad de Natitingou, de 76000 habitantes, está ubicada en Benín noroccidental – no lejos de la frontera con Togo.


El Papa ha pedido a todos los obispos del mundo que realizasen un informe acerca de la Liturgia antigua en todas las diócesis. El autor del informe de la diócesis de Natitingou es el P. Denis Le Pivain, originario de Francia. Pertenece a la Sociedad Sacerdotal bi-ritual Totus Tuus. El informe fue publicado en el semanario de la diócesis de Natitingou.



Los enemigos de la Misa antigua tienen corazones envenenados


El informe explica que el antiguo Rito y la nueva Misa pueden existir juntos pacíficamente, y enriquecer el uno al otro. Los conflictos son generados por corazones enfermos y envenenados y por ideologías estrechas de mente. No hubo ningún inconveniente con ocasión del Motu Proprio en la diócesis de Natitingou.


El antiguo Rito mueve a los fieles por sí mismo


El informe explica que la Misa antigua es una oportunidad, especialmente para el clero joven de la diócesis.


El rito tradicional permite al sacerdote apreciar mejor el altar, el silencio sagrado, el misterio, las señales de la Cruz y las genuflexiones. El sacerdote también comprende mejor la celebración de cara a Dios, que el celebrante y los fieles miran juntos a la Cruz.


La Misa antigua permite una mejor comprensión de la nueva forma de celebrar la Eucaristía [Novus Ordo]. Muchos sacerdotes han comenzado a aprender la Misa antigua, sin ninguna presión por parte del obispo.


Allí donde las rúbricas de la Misa son interiorizadas, la Liturgia misma toca a los fieles con su belleza y profundidad. Entonces, ya no es necesario luchar para alcanzar el sentido del misterio, de lo santo, del culto, de la Majestad de Dios, o la participación activa en la Liturgia.


El antiguo Rito se corresponde con la mentalidad africana


El Canon Romano y los gestos litúrgicos en el Rito antiguo son más cercanos a la religiosidad y al sentir africanos – dice el informe.


“Es mi deseo que un día todos los sacerdotes sean capaces de celebrar en ambas formas”, explica el obispo.
Cita algunos ejemplos para el enriquecimiento del Novus Ordo. Por ejemplo, en Adiento y en Cuaresma, el sacerdote podría celebrar de cara al Señor. Esto vuelve la atención sobre el Misterio de la Cruz. El celebrante y el coro desaparecen ante la consideración de Dios. Mons. N’Koué explica que no está mandado en las rúbricas que desde el ofertorio se celebre de cara a los fieles.


También desea más latín en la Misa, y querría evitar instrumentos y música profanos. En su lugar, debería haber cantos gregorianos.


El obispo ha pedido a los sacerdotes que usen el Canon Romano los domingos y los días festivos. Esto facilitará su inculcación. Antes de dar la Comunión, el celebrante debe hacer la señal de la Cruz con la sagrada Hostia.

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Fuente: The Eponymous Flower


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 25 de diciembre de 2010

“Gloria in excelsis Deo”

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“Lucas no dice que los ángeles cantaran. Él escribe muy sobriamente: el ejército celestial alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo... » (Lc 2,13s). Pero los hombres siempre han sabido que el hablar de los ángeles es diferente al de los hombres; que precisamente esta noche del mensaje gozoso ha sido un canto en el que ha brillado la gloria sublime de Dios. Por eso, este canto de los ángeles ha sido percibido desde el principio como música que viene de Dios, más aún, como invitación a unirse al canto, a la alegría del corazón por ser amados por Dios. Cantare amantis est, dice Agustín: cantar es propio de quien ama. Así, a lo largo de los siglos, el canto de los ángeles se ha convertido siempre en un nuevo canto de amor y alegría, un canto de los que aman. En esta hora, nosotros nos asociamos llenos de gratitud a este cantar de todos los siglos, que une cielo y tierra, ángeles y hombres. Sí, te damos gracias por tu gloria inmensa. Te damos gracias por tu amor. Haz que seamos cada vez más personas que aman contigo y, por tanto, personas de paz.”


(De la homilía de Benedicto XVI en la Santa Misa de Nochebuena)

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A todos nuestros lectores y bloggers amigos les deseamos que nuestro Dios, hecho hombre por nuestra salvación, los colme de bendiciones y les conceda Su paz.


¡Santa y feliz Navidad del Señor!

viernes, 24 de diciembre de 2010

El estado de la liturgia católica, la reforma y los nuevos proyectos: habla el Prefecto de Culto Divino

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Presentamos nuestra traducción de una extraordinaria entrevista que Andrea Tornielli ha realizado al Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

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La liturgia católica vive “una cierta crisis” y Benedicto XVI quiere dar vida a un nuevo movimiento litúrgico, que vuelva a traer más sacralidad y silencio en la Misa, y más atención a la belleza en el canto, en la música y en el arte sacro.


El cardenal Antonio Cañizares Llovera, 65 años, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que cuando era obispo en España era llamado “el pequeño Ratzinger”, es el hombre al cual el Papa ha confiado esta tarea. En esta entrevista a Il Giornale, el “ministro” de la liturgia de Benedicto XVI revela y explica programas y proyectos.


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Como cardenal, Joseph Ratzinger había lamentado un cierto apresuramiento en la reforma litúrgica post-conciliar. ¿Cuál es su opinión?


La reforma litúrgica ha sido realizada con mucha prisa. Había óptimas intenciones y el deseo de aplicar el Vaticano II. Pero ha habido precipitación. No se ha dado tiempo y espacio suficiente para acoger e interiorizar las enseñanzas del Concilio; de golpe se cambió el modo de celebrar.


Recuerdo bien la mentalidad entonces difundida: era necesario cambiar, crear algo nuevo. Aquello que habíamos recibido, la tradición, era vista como un obstáculo. La reforma fue entendida como obra humana, muchos pensaban que la Iglesia era obra de nuestras manos y no de Dios. La renovación litúrgica fue vista como una investigación de laboratorio, fruto de la imaginación y de la creatividad, la palabra de mágica de entonces.

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Como cardenal, Ratzinger había auspiciado una “reforma de la reforma” litúrgica, palabras actualmente impronunciables incluso en el Vaticano. Sin embargo, parece evidente que Benedicto XVI la desearía. ¿Puede hablar de ella?


No sé si se puede, o si conviene, hablar de “reforma de la reforma”. Lo que veo absolutamente necesario y urgente, según lo que desea el Papa, es dar vida a un nuevo, claro y vigoroso movimiento litúrgico en toda la Iglesia. Porque, como explica Benedicto XVI en el primer volumen de su Opera Omnia, en la relación con la liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia. Cristo está presente en la Iglesia a través de los sacramentos. Dios es el sujeto de la liturgia, no nosotros. La liturgia no es una acción del hombre sino que es acción de Dios.

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El Papa, más que con las decisiones bajadas de lo alto, habla con el ejemplo: ¿cómo leer los cambios por él introducidos en las celebraciones papales?


Ante todo, no debe haber ninguna duda sobre la bondad de la renovación litúrgica conciliar, que ha traído grandes beneficios en la vida de la Iglesia, como la participación más consciente y activa de los fieles y la presencia enriquecida de la Sagrada Escritura. Pero más allá de estos y otros beneficios, no han faltado sombras, surgidas en los años sucesivos al Vaticano II: la liturgia, esto es un hecho, ha sido “herida” por deformaciones arbitrarias, provocadas también por la secularización que por desgracia golpea también dentro de la Iglesia. En consecuencia, en muchas celebraciones no se pone ya en el centro a Dios sino al hombre y su protagonismo, su acción creativa, el rol principal dado a la asamblea. La renovación conciliar ha sido entendida como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la tradición. Debemos reavivar el espíritu de la liturgia y para esto son significativos los gestos introducidos en las liturgias del Papa: la orientación de la acción litúrgica, la cruz en el centro del altar, la comunión de rodillas, el canto gregoriano, el espacio para el silencio, la belleza en el arte sagrado. Es también necesario y urgente promover la adoración eucarística: frente a la presencia real del Señor no se puede más que estar en adoración.

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Cuando se habla de una recuperación de la dimensión de lo sagrado está siempre quien presenta todo esto como un simple retorno al pasado, fruto de nostalgia. ¿Cómo responde?


La pérdida del sentido de lo sagrado, del Misterio, de Dios, es una de las pérdidas más graves de consecuencias para un verdadero humanismo. Quien piensa que reavivar, recuperar y reforzar el espíritu de la liturgia, y la verdad de la celebración, es un simple retorno a un pasado superado, ignora la verdad de las cosas. Poner la liturgia en el centro de la vida de la Iglesia no es para nada nostálgico sino que, por el contrario, es la garantía de estar en camino hacia el futuro.

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¿Cómo juzga el estado de la liturgia católica en el mundo?


Frente al riesgo de la rutina, frente a algunas confusiones, a la pobreza y a la banalidad del canto y de la música sagrada, se puede decir que hay una cierta crisis. Por eso es urgente un nuevo movimiento litúrgico. Benedicto XVI, indicando el ejemplo de San Francisco de Asís, muy devoto del Santísimo Sacramento, explicó que el verdadero reformador es alguien que obedece a la fe: no se mueve de modo arbitrario y no se arroga ninguna discrecionalidad sobre el rito. No es el dueño sino el custodio del tesoro instituido por el Señor y confiado a nosotros. El Papa, por lo tanto, pide a nuestra Congregación promover una renovación conforme al Vaticano II, en sintonía con la tradición litúrgica de la Iglesia, sin olvidar la norma conciliar que prescribe no introducir innovaciones sino cuando lo requiere una verdadera y comprobada utilidad para la Iglesia, con la advertencia de que las nuevas formas, en todo caso, deben surgir orgánicamente de las ya existentes.

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¿Qué intentáis hacer como Congregación?


Debemos considerar la renovación litúrgica según la hermenéutica de la continuidad en la reforma indicada por Benedicto XVI para leer el Concilio. Y para hacer esto es necesario superar la tendencia a “congelar” el estado actual de la reforma post-conciliar, en un modo que no hace justicia al desarrollo orgánico de la liturgia de la Iglesia.


Estamos intentando llevar adelante un gran empeño en la formación de sacerdotes, seminaristas, consagrados y fieles laicos para favorecer la comprensión del verdadero significado de las celebraciones de la Iglesia. Esto requiere una adecuada y amplia instrucción, vigilancia y fidelidad en los ritos y una auténtica educación para vivirlos plenamente. Este empeño será acompañado por la revisión y por la actualización de los textos introductorios a las diversas celebraciones (prenotanda). Somos también conscientes de que dar impulso a este movimiento no será posible sin una renovación de la pastoral de la iniciación cristiana.

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Una perspectiva que debería ser aplicada también al arte y a la música…


El nuevo movimiento litúrgico deberá hacer descubrir la belleza de la liturgia. Por eso, abriremos una nueva sección de nuestra Congregación dedicada a “Arte y música sacra” al servicio de la liturgia. Esto nos llevará a ofrecer cuanto antes criterios y orientaciones para el arte, el canto y la música sacras. Como también pensamos ofrecer lo antes posible criterios y orientaciones para la predicación.

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En las iglesias desaparecen los reclinatorios, la Misa a veces es todavía un espacio abierto a la creatividad, se cortan incluso las partes más sagradas del canon: ¿cómo invertir esta tendencia?


La vigilancia de la Iglesia es fundamental y no debe ser considerada como algo inquisitorio o represivo sino como un servicio. En todo caso, debemos hacer a todos conscientes de la exigencia no sólo de los derechos de los fieles sino también del “derecho de Dios”.

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Existe también el riesgo opuesto, es decir, el de creer que la sacralidad de la liturgia depende de la riqueza de los ornamentos: una posición fruto de esteticismo que parece ignorar el corazón de la liturgia…


La belleza es fundamental pero es algo muy distinto de un esteticismo vacío, formalista y estéril, en el cual a veces se cae. Existe el riesgo de creer que la belleza y la sacralizad de la liturgia dependen de la riqueza o de la antigüedad de los ornamentos. Se requiere una buena formación y una buena catequesis basada en el Catecismo de la Iglesia Católica, evitando también el riesgo opuesto, el de la banalización, y actuando con decisión y energía cuando se recurre a usanzas que han tenido su sentido en el pasado pero actualmente no lo tienen o no ayudan de ningún modo a la verdad de la celebración.

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¿Puede dar alguna indicación concreta sobre qué podría cambiar en la liturgia?


Más que pensar en cambios, debemos comprometernos en reavivar y promover un nuevo movimiento litúrgico, siguiendo la enseñanza de Benedicto XVI, y reavivar el sentido de lo sagrado y del Misterio, poniendo a Dios en el centro de todo. Debemos dar impulso a la adoración eucarística, renovar y mejorar el canto litúrgico, cultivar el silencio, dar más espacio a la meditación. De esto surgirán los cambios…

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Fuente: Il Giornale


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Reforma de la reforma: es tiempo de actuar siguiendo el ejemplo del Papa

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Presentamos nuestra traducción de una entrevista a Mons. Nicola Bux, publicada por “Tempi”, en la que condensa los principales elementos de la así llamada “reforma de la reforma” impulsada por Benedicto XVI.

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“De esta forma, también se impide que puedan «los fieles puedan revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron»”. He aquí explicado de manera admirable de qué se habla cuando se habla de mala liturgia. La cita está tomada de Redemptionis Sacramentum, documento fuertemente querido por Juan Pablo II.


Quedan pocos ya que nieguen que, en campo litúrgico, los documentos oficiales del Concilio Vaticano II hayan sido sustituidos en forma abusiva por un invasivo “espíritu del Concilio”. Dos ejemplos: el canto gregoriano y el latín, el uso de los cuales estaba indicado entre las “consignas” litúrgicas más importantes del Concilio. No se entiende bien cómo, en la práctica, como se sabe, todo se ha desvanecido. “Efectivamente muchos se preguntan cómo ha sucedido esto”, dice a Tempi el teólogo don Nicola Bux.


“Es una página que todavía debe ser aclarada. Los hechos son estos: Pablo VI constituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, con la tarea de «ejecutar» lo que estaba en la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium. Sobre esta ejecución ha ocurrido luego de todo porque, confrontando con la letra del texto y las aplicaciones sucesivas, aparecen diferencias notables. Tomemos el gregoriano. En el número 116 de la Sacrosanctum Concilium se lee que la Iglesia lo reconoce como «el canto propio de la liturgia romana» y como tal le reserva «el puesto principal». Ahora bien, «canto propio» es una expresión específica. Significa que el gregoriano es una sola cosa con el rito latino. Eliminar el canto propio es como rasgar la piel de una persona. Eso es lo que se ha hecho”. La razón alegada es que no se lo sabría cantar. “Pero esto es un problema falso”, explica el teólogo. “Si pensamos en cuántos motetes canta la gente sólo porque han sido custodiados y perpetuados: la Salve Regina, el Kyrie… Y luego, ¿basta realmente que el canto sea en italiano para que la gente cante?”.


La misma Iglesia en todo el mundo


Los biógrafos concuerdan en que la fascinación ejercida por el catolicismo sobre conversos como Newman, Benson y Chesterton, fue debida también a aquel universalismo de la liturgia latina que todavía hoy juega un rol importante en el persuadir a muchos anglicanos a llamar a la Iglesia de Roma. Ahora bien, además del gregoriano, ciertos encubrimientos han concernido también al latín. Y, sin embargo, la Sacrosanctum Concilium en el n. 36 prescribe expresamente: “El uso de la lengua latina, salvo derechos particulares, sea conservado en los ritos latinos”. “Traducir las lecturas a las lenguas habladas – sostienen don Bux – ha sido algo bueno, debemos entenderla. Pero el Papa ha añadido que «una presencia más marcada de algunos elementos latinos ayudaría a dar una dimensión universal, a hacer que en todas partes del mundo se pueda decir: yo estoy en la misma Iglesia». Al menos en la plegaria eucarística y en la colecta el latín debería volver. Entre otras cosas, Pablo VI estableció que los misales nacionales fuesen publicados siempre bilingües, italiano y latín. Para permitir en todo momento la celebración en latín, para tener entrenados a los sacerdotes, y finalmente porque el italiano cambia y las traducciones, a menudo verdaderas interpretaciones, tienden cada vez más a traicionar. Hay una carta del Papa que lo prescribía: no le han obedecido”.


La liturgia es sagrada si tiene sus reglas. Y si por un lado, el ethos, es decir, la vida moral, es un elemento claro para todos, por otro lado se ignora casi totalmente que existe también un ius divinum, un derecho de Dios a ser adorado. Don Bux dice: “Se dice: Dios, aún si existe, con mi vida no tiene nada que ver. En cambio, Dios tiene que ver con todo. «Todo me pertenece», se lee en las Escrituras, también la vida del director Monicelli le pertenecía. Atención, porque el Señor es celoso de sus competencias y el culto, más que nada, le es propio. En cambio, precisamente en campo litúrgico estamos frente a una deregulation”. Para subrayar cómo sin ius y ethos el culto se vuelve necesariamente idolátrico, en su recientísimo libro (“Cómo ir a Misa y no perder la fe”), don Nicola Bux cita un pasaje de “Introducción al espíritu de la liturgia” de Joseph Ratzinger. Escribe Ratzinger: “En apariencia, todo está en orden y presumiblemente también el ritual procede según las prescripciones. Y, no obstante, hay una caída en la idolatría (…), se hace descender a Dios al propio nivel reduciéndolo a categorías de visibilidad y comprensibilidad”. Y todavía: “Se trata de un culto hecho por propia autoridad(…), se convierte en una fiesta que la comunidad se hace a sí misma; celebrándola, la comunidad no hace más que confirmarse a sí misma”. El resultado es irremediable: “De la adoración a Dios se pasa a un círculo que gira en torno a sí mismo: comer, beber, divertirse”. Un efecto dominó.


Es fundamental notar – escribe don Bux – que “la caricatura de lo divino en aspecto bestial” es un claro indicio del hecho de que “el trastorno del culto arrastra consigo al arte sacro”. Es difícil no pensar en la arquitectura de tantas iglesias modernas. Decaimiento que concierne también a la música y las vestiduras, visto que en torno al becerro de oro se cantaba y danzaba de modo profano. En resumen, está todo vinculado a la liturgia. No por nada en su autobiografía (“Mi vida”) Ratzinger declaraba solemnemente: “Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que hoy nos encontramos depende en gran parte del derrumbe de la liturgia”.


Un gesto de ecumenismo


Fácilmente, frecuentando la Misa por diez domingos en parroquias diversas, parecería asistir a diez diferentes liturgias. Y si es cierto que católico significa universal, hay algo que tal vez no va. Y sin embargo, la encíclica Ecclesia de Eucaristía había sido clarísima: “La liturgia no es nunca propiedad privada de nadie, ni del celebrante, ni de la comunidad”. La tesis de don Bux es que como ayuda para la liturgia podría servir aquel Motu Proprio Summorum Pontificum que, en el 2007, liberalizó la forma extraordinaria del rito latino. Para el teólogo, “las dos formas del rito pueden enriquecerse mutuamente, precisamente a partir de este clima religioso de misterio, el Sitz im Leben, el ambiente vital donde es posible encontrar a Dios”. ¿Pero se puede hacer ya un primer balance del Motu proprio? Don Bux responde así: “Una semana atrás estuve en París. La Misa que, ante un pedido, celebré en la forma extraordinaria estaba llenísima de jóvenes. El párroco de Sainte-Clotilde me decía que celebra tranquilamente con los dos ritos, sin ningún problema. La verdad es que deberíamos todos liberarnos de esta deletérea contraposición entre antiguo y nuevo rito. Nuestro amado Papa anima y desea la continuidad. Y celebrar tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria significa poner en práctica esta continuidad de la Iglesia. ¡Sigámoslo!”.


No se puede ocultar, sin embargo, que son muchos quienes boicotean el Motu proprio. Para todos, el antiguo obispo de Sora, Luca Brandolini, que ante la noticia de la liberalización del rito extraordinario confió a La Repubblica haber llorado por aquel “día de luto”. Y sin embargo, en una perspectiva ecuménica, la liberalización de la Misa antigua es un paso hacia delante. “Lo ha demostrado – añade don Bux – el difunto patriarca de Moscú Alejo II, el cual aplaudió el Motu proprio con palabras clarísimas: «El Papa ha hecho bien. Todo lo que es recuperación de la tradición acerca a los cristianos entre ellos»”.


Según el teólogo, “el movimiento de jóvenes creado en torno al rito antiguo está en fuerte crecimiento”. Pero ninguno, especialmente si ha nacido entre los años setenta y ochenta, puede ser “tradicionalista” en nombre de la nostalgia por los bellos tiempos que fueron. “Muchos jóvenes piden una sola cosa: encontrar lo sagrado. Esta es la razón del éxito de la Misa gregoriana. Ignorar este pedido, que tiene un contorno totalmente espiritual y para nada ideológico (como, por el contrario, se querría hacer creer), es al menos contradictorio para quien, por definición, debería «episcopein», es decir, observar, escrutar”. La situación es paradójica: “Se ha hecho de todo para renovar la liturgia y atraer a los jóvenes, y ahora precisamente ellos no se sienten atraídos. Es un hecho que con la forma extraordinaria del rito no pocos de ellos logran adorar más al Señor. La liturgia sirve para dar al Señor la alabanza y la adoración justa. Una liturgia que no pone en el primer puesto al Señor es una ficción, y ellos no se dan cuenta de esto. Cuando los sacerdotes rezan la plegaria eucarística (es decir, el momento culminante de la Misa, el de Su Sacrificio por nosotros) girando la mirada sobre el pueblo en lugar de mirar a la Cruz frente a ellos, se vuelve entonces claro que no están hablando con el Señor, no están dirigidos a Él. Y esto no deja de tener consecuencias: los fieles serán llevados a distraerse, en perjuicio de la participación”.


Pero qué “espaldas al pueblo”


Está naciendo un movimiento litúrgico nuevo que dirige la mirada al modo de celebrar de Benedicto XVI. “Lo más importante que el Papa quiere hacernos comprender – dice don Bux – es la orientación del sacerdote, de su mirada sobre todo. «Allí donde la mirada sobre Dios no es determinante, toda otra cosa pierde su orientación», escribe magníficamente Benedicto XVI, y este es el nudo de la cuestión: la correcta orientación”. Parece, por lo tanto, haber llegado a un nudo riesgoso: “«Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor»: lo decimos pero no lo hacemos. Si el sacerdote mirara la cruz, o el tabernáculo, habría para los fieles un efecto fuertísimo. Si precisamente desde el ofertorio hasta la Comunión el sacerdote no quiere estar dirigido ad Dominum, es decir, hacia Oriente, tenga al menos la Cruz en el centro delante de sí”. Si miras bien, esto sería posible también con los nuevos altares, por lo que sin volver a destruir nada (hemos asistido ya a la insensata demolición de muchos altares antiguos y bellos), bastaría poner sobre el altar la cruz y volverse hacia ella. Exactamente como hace Benedicto XVI, que interpone la cruz entre él y los fieles, una cruz bien visible”. En el fondo, Ratzinger tenía en mente precisamente esto cuando se lamentaba de que “el sacerdote dirigido al pueblo da a la comunidad el aspecto de un todo cerrado en sí mismo”. Sin embargo – se objeta -, dar las espaldas al pueblo o incluso sólo interponer la cruz sobre el altar hace venir a menos el sentido de convite. “Conozco la objeción: es la idea de Misa-banquete que desde las «comunidades de base de los años setenta» se resiste a morir. Por esto fue acuñada la expresión «Misa de espaldas al pueblo». ¿Realmente puede pensarse que las espaldas al pueblo del sacerdote harían perder el sentido de comunión? Pero la comunión, para ser tal, ¿no debe venir antes desde lo alto? ¿Realmente el misterio de la comunión eclesial se resuelve mirando a la asamblea?”, comenta don Bux.

Los extraños intentos de Bugnini


Está luego la lección silenciosa de Benedicto XVI sobre la Comunión dada en la boca y de rodillas. “Una actitud de reverencia – observa el teólogo púgiles – que hace más lenta la procesión de Comunión y hace más consciente del gesto. Teniendo siempre claro que la Comunión sobre la meno es un gesto permitido por un indulto, es decir, un acto de duración limitada, que en cambio se ha convertido en regla”. Don Bux añade: “Hoy también el tabernáculo se ha convertido en «signo de conflicto». ¿Cómo no comprender que si el tabernáculo no está ya en el centro, tampoco será considerado ya como el centro?”. De aquí su propuesta a los sacerdotes: un intercambio tabernáculo – sede sacerdotal en el centro del presbiterio. “La gente volverá a creer en el Santísimo Sacramento; nosotros, los sacerdotes, ganaríamos en humildad; y al Señor será restituido el lugar que le corresponde”.


Volviendo al Concilio “traicionado”, Annibale Bugnini, indiscutido protagonista de la reforma litúrgica, declaraba tranquilamente a L’Osservatore Romano: “Debemos quitar de nuestras plegarias católicas y de la liturgia católica todo lo que pueda ser la sombra de una piedra de tropiezo para nuestros hermanos separados, es decir, los protestantes”. Incluso más allá de su discutida pertenencia masónica sobre la que tanto se ha escrito (entre otros, por el vaticanista Andrea Tornielli en 30Giorni), la verdadera pregunta es si un intento como el mencionado ha sido insignificante respecto a la situación en que hoy se encuentra la liturgia, es decir, a lo que Benedicto XVI llama “deformaciones al límite de lo soportable”. “De sus responsabilidades – afirma don Bux -, Annibale Bugnini responderá al Señor. Una ayuda para entender la reforma puede llegar del libro de Nicola Giampietro que contiene el testimonio del cardenal Ferdinando Antonelli, autorizado protagonista de aquel Consilium encargado de ejecutar los documentos de la reforma. Antonelli ha escrito cosas decididamente fuertes sobre el clima que había en ese Consilium del que Bugnini era el factotum y también sobre el rol de aquellos seis expertos protestantes que tuvieron una función bastante mayor que la de simples observadores. Ciertamente serviría publicar los diarios secretos de Annibale Bugnini. Aunque sólo sea para una mayor comprensión de qué ha sido realmente la reforma litúrgica post-conciliar”.


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Fuente: Cantuale Antonianum


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 21 de diciembre de 2010

El Cardenal Bartolucci, el Maestro que finalmente resistió

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El cardenal Domenico Bartolucci, de 93 años de edad, luego de haber ingresado al Colegio Cardenalicio el 20 de noviembre, celebró el pasado 8 de diciembre una solemne Misa en la forma extraordinaria del Rito Romano en la iglesia de la Santísima Trinidad de los Peregrinos, parroquia personal de la diócesis de Roma para la celebración con el Misal de Juan XXIII. Presentamos su homilía en la que el anciano cardenal ha demostrado, con la fuerza de su testimonio, que finalmente ha “resistido”, como le pidió en su momento el cardenal Joseph Ratzinger: “¡Resista, Maestro, resista!”.

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Queridos hermanos y hermanas,


Me ha agradado mucho la invitación por parte del padre Kramer a presidir esta solemne celebración; por lo tanto, quiero en primer lugar agradecerle por el gentilísimo pensamiento. Confieso que al comienzo estuve un poco inseguro ya que, a mi edad, aún deseándolo, no es siempre fácil ir al encuentro de muchos pedidos, ni trabajar con el mismo empeño y la misma fuerza que cuando era más joven. Por otra parte, confiando en el Señor y en Su Santísima Madre, que hoy veneramos particularmente como Virgen Inmaculada, quise aceptar para poder ofrecer también yo mi contribución como músico, sobre todo en este momento en que el Santo Padre me ha agregado al Colegio Cardenalicio.


La noticia de mi nombramiento ha representado para mí una profunda turbación interior y las palabras pronunciadas por el Santo Padre durante la homilía en la Solemnidad de Cristo Rey me han invitado a renovar y profundizar todavía más mi fe en el Señor, ahora más que nunca que he sido llamado, como cardenal, a un vínculo estrecho con el sucesor del apóstol Pedro. Por eso, como en toda mi vida, quiero una vez más referirme a María y encontrar en ella la fuente de inspiración para mí mismo, donde reforzar mi fe y ponerla al servicio de la Iglesia y del pueblo cristiano.


En mi sacerdocio, no he sido un predicador, ni un teólogo, ni un pastor de una diócesis, y no he pronunciado nunca grandes discursos. Sin embargo, he tratado de fructificar los dones que el Señor me ha dado y lo he hecho a través de la música sacra, un noble arte capaz de penetrar eficazmente en el alma de los fieles, invitándolos a la conversión, a la alegría, a la oración.


En particular en la cultura occidental, la música y el arte, más que cualquier otra cosa, debe agradecer a la Iglesia. En ella, de hecho, ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado. Como pude decir ya con ocasión del concierto ofrecido al Santo Padre en la Capilla Sixtina, los coros han representado la cuna del arte musical. La Iglesia misma de los primeros siglos, en cuanto tuvo la posibilidad de dar gloria al Señor públicamente, se empeñó en la creación de las “scholae cantorum” que gradualmente a lo largo de los siglos nos han dejado en herencia el patrimonio del canto sagrado, el canto gregoriano y la polifonía, auténticos instrumentos de predicación, que con frecuencia, precisamente por su intensidad, logran hacer percibir el mensaje contenido en la palabra de Dios.


Este patrimonio que hoy debemos necesariamente recuperar y que por desgracia ha sido descuidado, no ha querido nunca constituirse como “ornamento” de la celebración litúrgica. El cantor, como nos han enseñado nuestros maestros del pasado, es sencillamente un ministro que expresa y hace vivo de la mejor manera el texto sagrado y la palabra de Dios. Con demasiada frecuencia nosotros, músicos de Iglesia, hemos sido acusados de querer impedir la participación de los fieles en los sagrados ritos y yo mismo, como director de la Capilla Sixtina, he debido afrontar momentos difíciles en los cuales la santa Liturgia sufría banalizaciones y áridas experimentaciones.


Hoy más que nunca debemos asumir la responsabilidad de analizar críticamente lo que ha sido hecho y debemos tener el coraje de recordar la importancia de nuestras tradiciones de belleza que exaltan y dan gloria a Dios y son también eficaces medios de conversión. Recuerdo, con ocasión de los conciertos de la Capilla Sixtina, el entusiasmo de la gente, incluso en países como Turquía y Japón donde se registraron conversiones al catolicismo. “¡Quien no ama la belleza, no ama a Dios!”, dijo el Santo Padre en una de sus homilías. Por lo tanto, debemos saber reapropiarnos de nosotros mismos y de todo lo que la tradición eclesial nos ha donado.


Como escribió Benedicto XVI en vísperas de la asamblea general de los obispos italianos, reunida en Asís el pasado mes de noviembre: “"Todo verdadero reformador es un obediente de la fe: no se mueve de manera arbitraria, ni se arroga ningún juicio personal sobre el rito; no es el amo, sino el custodio del tesoro instituido por el Señor y confiado a nosotros”.


Queriendo seguir con esta descripción, podemos mirar precisamente la figura de María: fue ella la primera custodio del Verbo encarnado, la sierva del Señor que supo actuar siempre según su voluntad.


Como María, también nosotros estamos llamados a ser obedientes en la fe, sin movernos de modo arbitrario, sino sabiendo recibir cuanto nos ha sido confiado. Esta es nuestra fuerza, esta es la fuerza siempre nueva del cristiano que, como san Pablo, transmite aquello que ha recibido de la fuente de gracia que tanto para él como para nosotros es el encuentro con el Señor.


También por esto, encontrarme aquí, en la iglesia de la Trinidad de los Peregrinos, donde está vivo el compromiso a favor de la difusión de la liturgia tradicional, es para mí motivo de alegría y de esperanza que me hace tocar con la mano algunos frutos que han seguido a la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum.


En un momento difícil estamos todos llamados en nuestro servicio a unirnos al sucesor de Pedro: como Pedro, también nosotros debemos convertirnos al Señor crucificado y resucitado, no desanimándonos nunca frente a la realidad de la cruz y con la certeza de compartir un día su misma resurrección.


Antes que nuestro, este ha sido el camino de María, un camino que la Iglesia ha buscado proponer como modelo y que precisamente los fieles han querido exaltar y expresar en la riquísima devoción popular. También yo, entre las músicas compuestas desde que era joven seminarista, he dedicado una gran parte justamente a María. La fiesta de la Inmaculada me hace pensar en tanta música escrita en honor de la Virgen: misas, himnos, motetes, magnificat, stabat mater, pero me hace pensar sobre todo en las numerosas antífonas marianas que el pueblo supo hacer propias y que cantaba en honor de la Madre celestial encontrando en ella el ícono de la fe.


María, entonces como ahora, sigue siendo la imagen más bella y perfecta de la fe, ya que en su vida ha sabido siempre reconocer y seguir a Jesús: ella fue capaz en la fe de decir sí al anuncio del ángel que le participaba el designio de Dios; ella fue discípula fiel de su Hijo viviendo junto a Él “conservando y meditando todo en su corazón”; ella, precisamente por esto, pudo convertirse en instrumento de gracia de su Hijo como cuando ordenó, en Caná de Galilea, “haced lo que Él os diga”. Aún sin ver nunca todo, María reza, se abandona, confía en Dios: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum”.


Al mismo camino fueron invitados los discípulos, san Pedro, la Iglesia naciente de entonces y la de hoy: desde nuestra inadecuación todos somos llamados a reconocer, creer, rezar y confiar nuestra vida a Dios para estar unidos a Él, para estar con Él primero sobre la cruz, en el momento de la espada que atraviesa nuestra alma, luego en la alegría de la resurrección.


Con estos sentimientos nos unimos desde ahora al Santo Padre en el acto de homenaje que hará esta tarde a la estatua de la Inmaculada en Piazza Spagna. Pedimos a María, y a través de ella al Señor, para que nuestra fe no venga a menos sino que pueda ser testimoniada eficazmente y contribuir a la edificación de la Iglesia. Vivamos como María en una perenne acción de gracias, cantando con ella: Magnificat anima mea Dominum et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo. Amén.


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Fuente: Messa in latino


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Otro matrimonio camino a los altares

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Manelli

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Se ha abierto en Roma el proceso de beatificación de los esposos Settimio Manelli y Licia Gualandris, padres de 21 hijos, entre los cuales se encuentra el fundador de los Franciscanos de la Inmaculada. San Pío de Pietrelcina, según informa la Positio, les había profetizado: “Superaréis los 20 hijos”.

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Aunque en la casa sólo entrara el sueldo de él, tuvieron en total 21 hijos: un ejemplo de “confianza” y de “aceptación” cristiana que la Iglesia, con la causa de beatificación del matrimonio, indica también a las familias de hoy. Las vidas de “esposos y padres ejemplares” de Settimio Manelli (1886-1978) y Licia Gualandris (1907-2004) llegan al proceso para la elevación al honor de los altares. En efecto, mañana a las 12 hs, en el Aula della Conciliazione del Vicariato de Roma, se abrirá oficialmente la causa con la constitución del Tribunal diocesano y con el juramento de los miembros y del postulador, padre Massimiliano Pio M. Maffei, y de la vicepostuladora, madre M. Grazia Palma.


La particularidad y la “fecundidad” de la descendencia de los Manelli está también el en hecho de que uno de los 21 hijos, Stefano Maria, fundó en 1990 la Orden de los Franciscanos de la Inmaculada, que en pocos años ha llegado a comprender al menos mil miembros, entre frailes y hermanas, mientras que otro, Pio, ha tenido a su vez nueve hijos, de los cuales siete entraron también en la orden religiosa. “Hoy, entre hijos todavía vivos, nietos y bisnietos, la familia cuenta en total con doscientas personas: una descendencia grandiosa”, dice el padre Stefano Maria en vísperas de la ceremonia en el Vicariato.


Settimio Manelli, originario de Teramo, maestro y director en escuelas secundarias, y Licia Gualandris, nacida en Nembro (Bérgamo), se casaron en 1926 y vivieron en Roma. Ambos, desde 1924, conocieron de cerca al Padre Pío, del que se convirtieron en hijos espirituales (y que definió a Settimio “un cristiano de una pieza”) e hicieron profesión como terciarios franciscanos. Incluso en tiempos marcados por la guerra y por condiciones económicas adversas, no dudaron en aceptar los 21 hijos como verdaderos “dones de Dios”. “Recuerdo un episodio de cuando tenía 10 años – cuenta el padre Stefano Maria. Papá entró a casa y mamá le dijo tímidamente, casi en un susurro: «¿Sabes que estoy embarazada de nuevo?». Y él: «¿Ves? Hay otra llama que Dios ha encendido». “Su ejemplo – prosigue – era de aceptar la vida, nunca rechazarla. Y también esto venía de la gran escuela del Padre Pío, con una conducta fidelísima al Evangelio”. El religioso recuerda que, un día, el santo de Pietrelcina, frente a una audiencia de docentes, indicó a Settimio Manelli como un hombre “que observa y vive el Evangelio a la letra”, es decir, su “norma verdadera y concreta”.


Las cosas no fueron fáciles, durante la guerra no llegaba ni siquiera el sueldo como profesor y se iba hacia delante “con la ayuda de los comerciantes, que daban créditos”. Pero lo que ayudaba a hacer avanzar “la empresa” – así la llama el padre Stefano – de una familia tan numerosa “era la asistencia de Dios, la ayuda de la Providencia”. “Papá y mamá – añade – nos invitaban siempre a tener confianza en la Providencia, esperaban su llegada a casa como si fuese una persona”.


El hecho es que, de los 13 hijos que han quedado, “ocho han obtenido una licenciatura y, de todos modos, todos se han instalado”. Un mensaje “para la vida y para la familia” el de los Manelli, frente a los núcleos “destrozados” de hoy. También la confianza, sin embargo, según el padre Stefano, “se cultiva, en particular, con la oración”. “Papá – cuenta – comulgaba todas las mañanas yendo a Misa antes de dirigirse rápidamente a la escuela”.


La llegada a la causa de beatificación, tiempo atrás considerada difícil, “ha estado guiada desde lo alto”. “Hoy son nuestros padrinos – dice el padre Stefano sobre sus padres, pensando en su orden de los Franciscanos de la Inmaculada-. Una vez beatos, serán nuestros protectores”.

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Fuente: La Repubblica


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Otro histórico discurso papal “con ocasión de las felicitaciones navideñas”

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Todos los años, con ocasión de la fiesta de Navidad, el Papa recibe tradicionalmente a los miembros de la Curia Romana. En este encuentro, el Decano del Colegio Cardenalicio dirige unas palabras de saludo al Santo Padre y éste responde con un discurso en el que, partiendo de las felicitaciones navideñas, traza un balance del año que termina y de los grandes acontecimientos de la vida de la Iglesia en este período.


El discurso pronunciado por Benedicto XVI en el año 2005 ha pasado a la historia por abordar la cuestión de la correcta hermenéutica del concilio Vaticano II. Esta mañana el Papa ha vuelto a pronunciar un discurso muy valioso en el que ha hablado sobre el Año Sacerdotal y el escándalo de los abusos, el Sínodo para Oriente Medio y la beatificación del cardenal Newman. Presentamos el texto del discurso, que Zenit ha traducido al español.


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Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas


Me encuentro con vosotros con vivo agrado, queridos Miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, para esta cita tradicional. Os dirijo a cada uno un cordial saludo, empezando por el cardenal Angelo Sodano, a quien doy las gracias por las expresiones de devoción y de comunión, y por los fervientes augurios que me ha dirigido en nombre de todos. Prope est jam Dominus, venite, adoremus! Contemplamos como una única familia el misterio del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, como dijo el cardenal decano. Os devuelvo de buen grado vuestras felicitaciones y deseo agradeceros vivamente a todos, incluyendo a los representantes pontificios diseminados por el mundo, la aportación competente y generosa que cada uno presta al Vicario de Cristo y a la Iglesia.


"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni" – con estas palabras y otras similares, la liturgia de la Iglesia reza repetidamente en los días del Adviento. Son invocaciones formuladas probablemente en el periodo de decadencia del Imperio Romano. La descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba desapareciendo. Frecuentes cataclismos naturales aumentaban aún más esta experiencia de inseguridad. No se veía fuerza alguna que pudiese frenar aquel ocaso. Tanto más insistente era la invocación del poder propio de Dios: que Él viniera y protegiera a los hombres de todas estas amenazas.


"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni". También hoy tenemos nosotros muchos motivos para asociarnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.


Excita – la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa hubo aplacado la tempestad, Él reprochó a los discípulos por su poca fe (cfr Mt 8,26 y par.). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha dormido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. También en nosotros la fe a menudo se duerme. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo.


"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni": en las grandes angustias, a la que hemos sido expuestos este año, esta oración de Adviento me ha vuelto siempre al corazón y a los labios. Con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos. En nosotros los sacerdotes, y en los laicos, y precisamente también en los jóvenes, se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios. Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida.


En este contexto, me venía a la mente una visión de santa Hildegarda de Bingen que describe de forma conmovedora lo que hemos vivido este año: “En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: '¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’


Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa.


Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’.


Y escuché una voz del cielo que decía: 'Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)" (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotal: PL 197, 269ss).


En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder. Éste es también el lugar para agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siempre he encontrado a personas que, con gran dedicación, están al lado de quienes sufren y han sufrido daño. Ésta es la ocasión también para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio.


Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos. Escucho de los obispos de países del Tercer Mundo una y otra vez que el turismo sexual amenaza a una generación entera y la daña en su libertad y en su dignidad humana. El Apocalipsis de san Juan enumera entre los grandes pecados de Babilonia – símbolo de las grandes ciudades irreligiosas del mundo – el hecho de practicar el comercio de los cuerpos y de las almas y de hacer de ellos una mercancía (cfrAp 18,13). En este contexto, se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre – expresión elocuente de la dictadura de Mammón que pervierte al hombre. Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo.


Para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño. Esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí. Existirían sólo un “mejor que” y un “peor que”. Nada sería de por sí bueno o malo. Todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido. Según los fines y las circunstancias, todo podría ser bueno o también malo. La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes. Contra ellas el papa Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor de 1993, indicó con fuerza profética en la gran tradición del ethos cristiano las bases esenciales de la actuación moral. Este texto debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia. Es responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles entre los hombres estos criterios como vías de la verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.


Como segundo punto quisiera decir algo sobre el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio. Este comenzó con mi viaje a Chipre donde pude entregar el Instrumentum laboris para el Sínodo a los obispos de esos países allí reunidos. Permanece inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud. Aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros; el ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica. Tuvimos liturgias con maronitas y con melquitas, celebramos en rito latino y tuvimos momentos de oración ecuménica con los ortodoxos y, en manifestaciones imponentes, pudimos ver la rica cultura cristiana del Oriente cristiano. Pero vimos también el problema del país dividido. Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes. Todos son conscientes del hecho de que la violencia no lleva a ningún progreso – ésta, de hecho, ha creado la situación actual. Sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad. Preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral.


En el Sínodo la mirada se extendió también a todo Oriente Medio, donde conviven los fieles pertenecientes a religiones distintas y también a múltiples tradiciones y ritos distintos. En lo que respecta a los cristianos, hay Iglesias precalcedonenses y calcedonenses; Iglesias en comunión con Roma y otras que están fuera de esta comunión, y en ambas existen, uno junto a otro, múltiples ritos. En los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada. Durante siglos vivieron pacíficamente junto con sus vecinos judíos y musulmanes. En el Sínodo escuchamos las sabias palabras del Consejo del Mufti de la República del Líbano contra los actos de violencia contra los cristianos. Él decía: hiriendo a los cristianos nos herimos a nosotros mismos. Por desgracia, ésta y otras voces análogas de la razón, por las que estamos profundamente agradecidos, son demasiado débiles. También aquí el obstáculo es la unión entre la avidez de lucro y la ceguera ideológica. Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo.


El ser humano es uno solo y la humanidad es una sola. Lo que en cualquier lugar se haga contra un hombre al final daña a todos. Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación. En último análisis, la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios. Dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora.


Me gustaría hablar detalladamente del inolvidable viaje al Reino Unido, pero quiero limitarme a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y con la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El pensamiento sale ante todo al encuentro con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe. Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos. Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista de la que he hablado hace un momento. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial. Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.


Finalmente, quisiera recordar una vez más la beatificación del cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que ya se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera poner de manifiesto solamente dos aspectos que van unidos y que, a fin de cuentas, expresan lo mismo. El primero es que debemos hablar de las tres conversiones de Newman, porque son los pasos de un camino espiritual que nos interesa a todos. Quisiera subrayar aquí sólo la primera conversión: la conversión a la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida. Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible. Ésta es la “realidad” según la cual se orientaba. Lo “real” es lo que es aprehensible, son las cosas que se pueden calcular y tomar en la mano. En su conversión Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta. Son mucho más reales que los objetos perceptibles. Esta conversión constituye un giro copernicano. Lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino.


La fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia. ¿Pero qué se entiende con ello? En el pensamiento moderno, la palabra "conciencia" significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. El mundo se divide en los ámbitos de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento. La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo. Aquí no existirían, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia que puede decidir aquí sería por tanto sólo el sujeto, y con la palabra “conciencia” se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él. Su tercera conversión, al Catolicismo, exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse. Era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras: “Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, como católico, mi vida es mísera, pero no mi religión". No había llegado aún la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido. Para poder afirmar la identidad entre el concepto que Newman tenía de la conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se hace referencia a su palabra según la cual él – si hubiera tenido que hacer un brindis – habría brindado por la conciencia y después por el Papa. Pero en esta afirmación, “conciencia” no significa la última obligatoriedad de la intuición subjetiva. Es la expresión de la accesibilidad y de la fuerza vinculante de la verdad: en ello se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir la obediencia a la verdad.


Tengo que renunciar a hablar de los viajes tan significativos a Malta, a Portugal y a España. En ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera.


"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!". Hemos partido de la invocación de la presencia y del poder de Dios en nuestro tiempo y de la experiencia de su aparente ausencia. Si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias. Con el agradecimiento al Señor renuevo mi agradecimiento a todos los colaboradores. Quiera Dios concedernos a todos una Santa Navidad y acompañarnos con su bondad en el próximo año.


Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen santa, Madre del Redentor, y a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana imparto de corazón la Bendición Apostólica. ¡Feliz Navidad!


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La Buhardilla de Jerónimo


Traducción de Zenit

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