miércoles, 16 de enero de 2013

Benedicto XVI y los obispos: un ciclo llega a su fin

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AD LIMINA

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Benedicto XVI concluyó el pasado mes de noviembre, con la audiencia a los obispos de Francia, su primer ciclo de encuentros con los pastores de todo el mundo para las visitas ad limina apostolorum. En el 2013 se encontrará sólo con los obispos de la Conferencia episcopal italiana, “ya que – explica el arzobispo Lorenzo Baldisseri, secretario de la Congregación para los Obispos, en la entrevista a nuestro periódico - el desarrollo del Año de la Fe no permitirá la visita de otras Conferencias episcopales, considerando también la amplitud de la Conferencia episcopal italiana”. El arzobispo se refiere luego al significado de la visita y a sus diversos aspectos.

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El encuentro con el último grupo de obispos de la Conferencia episcopal francesa ha concluido este ciclo de vistas ad limina apostolorum al que están obligados los obispos de todo el mundo. Una primera mención de este tipo de visita se encuentra en la Carta a los Gálatas, donde san Pablo menciona su encuentro con Pedro después de tres años de misión en Judea. Por lo tanto, esto confirmaría lo esencialmente originario de estas citas.


Efectivamente, las huellas de una primera visita ad limina se encuentra en esta Carta. El apóstol narra que, después de su conversión y el comienzo de su apostolado entre los paganos, fue a Jerusalén para consultar a Pedro – videre Petrum – y en la misma carta refiere también de una segunda visita después de 14 años: “Fui de nuevo a Jerusalén” y “les expuse el Evangelio, que yo predico para los paganos, para asegurarme de no correr o haber corrido en vano”. Sin embargo, sólo con el concilio de Roma del 743 fue establecido por el Papa Zacarías la obligación de la visita ad limina de los obispos, que disminuyó luego a lo largo de los siglos hasta que, en 1585, el Papa Sixto V la restauró con la constitución Romanus Pontifex. Sucesivamente fue recibida en el Código de Derecho Canónico de 1917, en el actualmente vigente de 1983 y en la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana Pastor Bonus.

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El Código de Derecho Canónico prescribe que estas visitas deban realizarse cada cinco años. Este último ciclo, sin embargo, ha durado siete. ¿Es el preludio a un cambio de la praxis?


Los cánones 399 y 400 del Código de Derecho Canónico, en efecto, prescriben las visitas con una frecuencia quinquenal, pero por eventos y circunstancias particulares esta frecuencia a menudo no es observada. Basta recordar el gran Jubileo del 2000, cuyas actividades pastorales a nivel local y universal no permitieron a Juan Pablo II completar las visitas en el tiempo establecido. A pesar de ese retraso, la prescripción del Código permanece en vigor. Ciertamente, con la reciente visita ad limina de los obispos de Francia, Benedicto XVI ha concluido el primer ciclo de visitas de todo el episcopado católico del mundo. Esta conclusión coincide con el comienzo del Año de la Fe, que verá particularmente comprometidos tanto al Papa como a los obispos en sus Iglesias particulares.

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Aún si puede intuirse por el significado de las palabras, ¿cómo nace la definición “visita ad limina apostolorum”?


Visita ad limina apostolorum significa “visita a las tumbas de los Apóstoles”, ya que los obispos son periódicamente invitados a ir a Roma para videre Petrum, realizar una peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, y expresar y reforzar la unidad y la colegialidad de la Iglesia. El encuentro entre el Romano Pontífice y cada obispo reviste una importancia particular y es un encuentro diverso de aquellos que tienen lugar a veces en otras circunstancias. En el caso de la visita ad limina, el encuentro oficial es entre el obispo de una Iglesia particular y el obispo de Roma, sucesor de Pedro. Cada uno – como dice la Pastor Bonus – con su responsabilidad inderogable, cada uno representa a su modo el nosotros de la Iglesia, el nosotros de los fieles, el nosotros de los obispos, que en cierto sentido constituyen el único nosotros en el Cuerpo de Cristo. Se comprende, entonces, que las visitas ad limina tienen una importancia particular en lo que respecta a la Iglesia como comunión, donde todos los miembros según sus propias funciones, carismas y ministerios, participan e interactúan y edifican el Cuerpo vivificado por el Espíritu Santo.


La visita ad limina se presenta como expresión de la solicitud pastoral de cada uno y de todos los obispos unidos con el Papa, y es uno de los momentos privilegiados de comunión, como un intercambio de dones, un crecimiento y una consolidación de la colegialidad. No se trata, por lo tanto, de un simple acto jurídico-administrativo, protocolar, sino de un enriquecimiento y de una experiencia de comunión pastoral, de participación en las ansias y en las esperanzas que viven las Iglesias, una actitud de escucha recíproca con la guía del Espíritu para cumplir y llevar a cabo el mandato de evangelizar según las exigencias del momento histórico en que la Iglesia vive.

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En una entrevista concedida a una radio alemana en el 2009, Benedicto XVI dijo: “Yo hablo personalmente con cada obispo. En estos encuentros, en los que centro y periferia se encuentran en un intercambio franco, crece la correcta relación recíproca en una tensión equilibrada”. ¿Éste es el sentido de las visitas ad limina?


Usted ha recordado las palabras de Benedicto XVI que ilustran el significado y el contenido de las visitas ad limina. Se trata de valorizar este instrumento de comunión y de acción pastoral y apostólica en el mundo. Los obispos son profundamente tocados por la experiencia de las visitas a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y por el encuentro personal con el Papa. La visita se amplía a los diversos dicasterios romanos, con un calendario establecido, que permite un intercambio fructífero de informaciones, reflexiones sobre temas específicos de la pastoral y de la vida de la Iglesia en sus diversos aspectos, a fin de resolver eventuales problemas, solicitar intervenciones necesarias en los diversos campos, mejorar, a veces corregir, y avanzar en los proyectos comunes de evangelización en una sinfonía de notas y de sonidos armónicamente vinculados y fructuosos. Entre un encuentro y otro con los diversos dicasterios de la Curia Romana, los obispos se reúnen a rezar en cada una de las cuatro basílicas papales, concelebrando la Eucaristía o rezando una parte de la Liturgia de las Horas. Con este objetivo ha sido redactado un opúsculo sobre la liturgia en las visitas ad limina, con formularios para cada basílica.

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En realidad, de la visita permanece sobre todo la audiencia papal. Y, sin embargo, ésta se desarrolla de un modo mucho más complejo que el simple encuentro con el Pontífice. ¿Nos puede describir en síntesis cómo tiene lugar en su totalidad?


La visita es organizada por la Congregación para los Obispos en colaboración con la Prefectura de la Casa Pontificia en lo que concierne a las audiencias de los obispos con el Papa; con la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas y las oficinas para las celebraciones en las basílicas de San Pedro y en las otras basílicas; así como con los dicasterios, que usualmente se encuentran con los obispos. Son divididos en regiones de la Conferencia Episcopal. En el encuentro colectivo, el Pontífice pronuncia un discurso, que concierne a ese determinado grupo de obispos o a toda la Conferencia episcopal, con una mirada dirigida a los países de los cuales provienen.

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La documentación – presumiblemente amplia – que los obispos llevan con ellos constituye indudablemente una mina de información sobre el estado no sólo de la Iglesia sino también de la sociedad civil local. ¿Cómo es utilizada?


Los obispos deben presentar al Papa una relación sobre el estado de su diócesis. Es redactada según un formulario elaborado por la Congregación para los Obispos. El último es de 1997 y comprende todos los ámbitos que conciernen a la vida de la diócesis y la misión del obispo: desde la descripción territorial de la diócesis a la organización de la Curia y de la misma diócesis, hasta la población, al estado de la vida cristiana de los fieles, hasta el número de los sacerdotes, a la vida del presbiterio, del seminario, de las parroquias y de las escuelas católicas. No falta la pastoral familiar, la sanitaria, la doctrina social de la Iglesia, la caridad y la relación del obispo con las autoridades civiles, el estado de las obras de arte y los medios de comunicación social. El conjunto se concluye con una mirada general sobre la diócesis, con una mirada al futuro de la Iglesia particular. Es el medio más seguro e inmediato para conocer la vida, el crecimiento y las potencialidades, como también las dificultades de una Iglesia particular. Y es la base para los coloquios de los obispos con el Papa y los dicasterios de la Curia Romana. La relación sobre el estado de la diócesis representa también una notable fuente para la historia. Son muchos los que sacan noticias de tales documentos para estudiar la vida de las Iglesias particulares en un determinado período histórico o para profundizar el episcopado de un obispo.

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En el período que transcurre entre una visita y la otra, ¿cuál es el camino que siguen los obispos para informar sobre problemas particulares o para pedir indicaciones pastorales sobre el modo de afrontar casos urgentes que se deban presentar?


Entre una visita ad limina y otra, no se interrumpe la relación entre los obispos y la Santa Sede. En primer lugar, tal relación tiene lugar localmente a través de las representaciones pontificias. Los nuncios apostólicos representan al Papa en una determinada nación y están presentes allí para ayudar y sostener a los obispos en su servicio pastoral y a los mismos fieles que se dirigen a ellos.


Debemos tener siempre presente que cada obispo puede dirigirse al Papa, cuando lo considere necesario, para exponer las propias necesidades, pedir ayuda o consejo sobre todo aquello que concierne a la vida pastoral y a su mismo ministerio episcopal. Los mismos viajes apostólicos, que son normalmente de carácter pastoral, se insertan en esta continua relación entre los obispos y el Papa: es la relación de comunión entre los miembros del mismo colegio episcopal, vinculados por el sagrado vínculo del sacramento y de la misma misión de edificar la Iglesia. Además, son continuas las relaciones con los diversos dicasterios de la Curia Romana. Desde la experiencia de esta Congregación para los Obispos se puede realmente atestiguar que las relaciones con los obispos del mundo son cotidianas y son muchos aquellos que vienen para tratar las cuestiones de sus diócesis, pidiendo consejo o afrontando problemas. Estos encuentros son una verdadera riqueza tanto para los obispos como para el dicasterio, que acoge siempre fraternalmente a cada obispo para sostenerlo y ayudarlo. Así, por otra parte, se enriquece por la experiencia y por la vida de las Iglesias particulares. Así se da, podemos decir, un recíproco intercambio de dones.

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En el Directorio de la Congregación para los Obispos, publicado en 1988, se afirma que estas visitas no son un “simple acto jurídico-administrativo consistente en la realización de una obligación ritual, protocolar y jurídica”. ¿De dónde nace, entonces, la exigencia de regularlas con normas en en el Código de Derecho Canónico?


Su regulación canónica no prejuzga la importancia comunional o la inmediatez de las relaciones de los obispos con el Sucesor de Pedro. El hecho de su reglamentación en el Código de Derecho Canónico es el signo de la importancia que la Iglesia atribuye a la relación entre el obispo de Roma y los otros obispos. Una relación que no puede ser sólo espontánea o esporádica, sino regular y ordenada, porque se trata, en último término, de la vida de la Iglesia en su dimensión universal y particular. El concilio Vaticano II nos ha recordado que las Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia universal, y en ellas y por ellas existe la Iglesia universal una y única. Esta relación fundamental es la fuente teológica de la reglamentación canónica.

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¿Cuándo y de qué modo se retomará el nuevo ciclo de las visitas ad limina apostolorum?

En este 2013 serán los obispos italianos quienes irán en peregrinación a las tumbas de los apóstoles y a encontrarse con el sucesor de Pedro. La de ellos es una visita muy significativa porque el Papa es el Obispo de Roma, por lo tanto, tiene un vínculo muy estrecho con los obispos de Italia: podríamos decir que el Papa es “obispo italiano”. El desarrollo del Año de la Fe no permitirá la visita de otras Conferencias episcopales, considerando también la amplitud de la Conferencia episcopal italiana.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 8 de enero de 2013

Mons. Marchetto: “El drama del post-Concilio ha sido separar fidelidad y renovación”

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Presentamos nuestra traducción de la interesante entrevista que el Arzobispo Agostino Marchetto ha concedido a Korazym sobre el Concilio Vaticano II, su historia, su interpretación y la relación con la crisis del post-Concilio, temas a los cuales ha dedicado su labor como historiador de la Iglesia.

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Excelencia, en los tiempos del Concilio usted tenía veinte años o poco más. ¿Cuál es su recuerdo directo de ese acontecimiento?


Ingresé al seminario a los 19 años. He podido seguir algo en televisión y la misma lectura de los periódicos estaba regulada. Un profesor nos llevaba todos los libros que salían con ocasión del Concilio, nos los prestaba y los leíamos con mucho interés. Cada profesor en clase daba luego su versión. En el ’64 vine a Roma y participé en alguna ceremonia pública, quedando muy impresionado por el esplendor del mundo eclesiástico. Es cierto que en esta universalidad ha habido una explosión de presencia del mundo entero, y creo que para el mundo ha sido un signo: la unidad de la familia humana. De Gaulle dijo que la celebración del Concilio era el acontecimiento más grande del siglo no sólo para la Iglesia católica sino también para el mundo, y no era el único que sostenía esto.

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¿De dónde se deriva el bipolarismo interno entre una lectura progresista y una lectura conservadora del Concilio?


Sin adaptarnos a la jerga parlamentaria, creo que se puede aceptar una categoría más neutral: mayoría y minoría, que en el Concilio eran variables. Se puede decir que la mayoría estaba en general a favor de la renovación, mientras la minoría era más sensible al aspecto de fidelidad a la Tradición. Son, además, las dos grandes almas del catolicismo, que deben colaborar y estar juntas. En el Concilio, Tradición y renovación se han abrazado y esta ha sido, en mi opinión, su grandeza, como expresión de un Concilio ecuménico y de una Iglesia católica en comunión con Roma.

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¿El Vaticano II no podía desarrollarse de otra manera?


El medio usado para llegar a conclusiones en las que todos podían reconocerse ha sido el diálogo, el voto, la aceptación del otro. “Audiatur et altera pars”, “escúchese también la otra parte”. Esto no es compromiso, término que se usa para degradar los documentos conciliares. Para mí, en cambio, es el signo de la catolicidad: las dos partes deben tener en cuenta la una a la otra. Como decía el cardenal Frings: no son compromisos sino encontrar una formulación sobre la cual todos puedan asentir. La característica principal del catolicismo es poner juntos: fidelidad a la Tradición en la renovación, aquello que Benedicto XVI llama reforma, o, usando un término de Juan XXIII, aggiornamento. Existían sin embargo dos extremos, importantes por las consecuencias que han tenido en el post-Concilio: por una parte, Lefebvre y sus seguidores; por otra, cuantos en la mayoría sostenían que el Concilio se había opuesto a la obra de Pablo VI, que habría sido, según ellos, quien enterró el Concilio, visión predominante en el post-Concilio.

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Su hermenéutica, en cambio, se ubica desde siempre en la línea de la reforma en la continuidad, teorizada por el Papa en un pasaje del discurso a la Curia Romana del 2005. ¿Usted estaba detrás?


No, yo no he sabido nada de ese discurso hasta que fue pronunciado. Pero evidentemente mi libro (“El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para la historia”) había ya aparecido, en junio de 2005. Y, de todos modos, en “Informe sobre la Fe”, el Papa ya estaba en aquella línea, como cardenal.

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En su libro, usted identifica tres aspectos de la hermenéutica conciliar.


Benedicto XVI habla de “reforma en la continuidad del único sujeto Iglesia”, porque el mismo Papa dice que a diversos niveles puede haber continuidad o discontinuidad. Yo, aún siendo obispo, no hablo como obispo, sino como historiador que adopta el método histórico-crítico y sostengo, desde 1990, que esta posición encuentra su fundamento en la historia verídica. Es la historia la que me dice que en el Vaticano II ha estado este poner juntos, este deseo de renovación en la continuidad, este “et, et”, no romper sino construir y hacer una reforma. Desde hace algún tiempo ha habido una un juicio de ruptura no sólo por parte de aquellos que era la franja extrema de la mayoría conciliar y sus sucesores, sino también en el otro extremo. Unos dicen que ha estado el Concilio y que es necesario seguir adelante, casi como si hubiera un Concilio permanente, como si el Vaticano II sólo hubiese puesto algunas semillas, pero ahora fuera necesario tener los frutos. Los otros afirman, en cambio, que es precisamente una ruptura, por lo cual se debe volver a antes del Concilio. Estas dos posiciones no son buenas, hay como una ceguera: las convicciones que se tienen impiden ver aquello que se puede ver.

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Un acontecimiento que, de todos modos, no deja a nadie indiferente…


Pienso que está bien que no nos deje indiferentes, porque es un gran acontecimiento; para la Iglesia católica es un faro o, como dice el Papa, una brújula. Pero para que la brújula funcione es necesario asegurarle ciertas condiciones, respecto a la historia y al estudio de la hermenéutica.

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¿Puede explicarnos estas condiciones?


Yo siempre identifico tres etapas, a las que añado adjetivos. In primis una historia verídica – un adjetivo que usaba mucho don Giuseppe De Luca -, y no ideológica, en la que entra una interpretación que no está en la línea de la objetividad sino de la persona que tiene pre-conceptos, prejuicios y quiere unir el acontecimiento a lo que según ella debía ser el Concilio. Todavía no hay una historia verídica también porque muchos, como fuentes, han ido a los diarios personales de los Padres en lugar de inspirarse en las Acta Sinodalia. La segunda etapa es la hermenéutica, es decir, la interpretación, que debe basarse en una historia verídica. La última es la recepción. Un Concilio no es que sea Concilio porque hay una recepción, pero para que incida en la vida de la Iglesia se requiere una recepción. Esta debe ser adecuada, fiel, pero la fase de la recepción no es otro Concilio, no es una creatividad casi sin referencia al Concilio. Se necesita una interpretación correcta para tener una recepción correcta y todavía tenemos un camino por hacer.

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¿Es aquí donde se esconden los riesgos?


Pienso que la fascinación de lo nuevo ha tenido mucho que ver. Para muchos el Concilio es todo lo nuevo que se ha dicho, por lo cual la trama, que es fidelidad y renovación, se ha deshecho y se han vuelto parciales, no teniendo en cuenta la complejidad. En el Concilio ambos elementos estuvieron juntos; luego cada uno tomó de aquel conjunto su contribución y no ha habido más Concilio. Y éste es, en mi opinión, el drama del post-Concilio. Pero no debemos acusar al Concilio, como hacen algunos que dicen que hay en él elementos ambiguos. El post-Concilio no es Concilio. El Concilio es una enseñanza extraordinaria del Papa unido a todos los obispos. Después del Concilio puede estar el magisterio ordinario, que debemos respetar y acoger. Sin embargo, se debe distinguir entre Concilio y post-Concilio.

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¿Ha habido una influencia del ’68?


En el post-Concilio ha habido una crisis de la aceptación del Magisterio, una crisis del laicado organizado; yo pienso que ha habido una crisis teológica, una crisis sacerdotal y en la vida religiosa. Esta crisis católica ha coincidido con la crisis de la sociedad occidental. ¿Cuál es la relación entre estas dos crisis? El movimiento del ’68 ha influido sobre el movimiento de contestación en la Iglesia. Pienso que esta hostilidad a las instituciones se ha trasladado al interior de la Iglesia respecto a las instituciones eclesiales. Sin embargo, el disenso católico era anterior, había aspectos precedentes a la crisis del ’68 y a la crisis de la Iglesia ocurrida después del Vaticano II.

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Usted definió el Concilio como su “segundo amor histórico”. ¿Cuánto esfuerzo le cuesta estos estudios que, por otro lado, ha llevado adelante también durante su ministerio alrededor del mundo?


Yo he sido medievalista hasta 1990; luego mi profesor, monseñor Maccarrone, me invitó a indagar la edad contemporánea, porque es una edad importantísima, en la que se juega el presente, fruto de 2000 años de historia, y el futuro. El binomio fundamental de mis investigaciones es episcopado y primado pontificio, y la historia ha sido una ayuda para mi misión. Recuerdo el examen de historia que me tomó Juan Pablo II cuando me envió a Bielorrusia, antes de partir… A veces, sin embargo, faltaba el tiempo, porque era necesario dar lugar a la pastoral. He estado 20 años en África y he sido también yo un obispo africano: administraba los sacramentos, predicaba la Palabra de Dios, visitaba las comunidades como los otros obispos. Y luego, como nuncio, debía encargarme del aspecto diplomático, como instrumento al servicio de la paz, de la comprensión, de la libertad de conciencia, de religión. La permanencia en África explica el género literario de mi ser historiador. Como se ve por mis libros, son notas, recensiones incluso bastante importantes: un género no menor, decía el cardenal Bea que de esto entendía, porque no hay auténtica recensión si no ayuda el proceder de la investigación científica. Era también, un poco, un refugio. Por lo tanto, no sólo fatiga sino también alegría y la posibilidad de tener una rendija hacia lo universal incluso cuando uno está inmerso en una localidad que a veces es de guerra, contrastes, tribalismo, hambre, enfermedades.

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Hablando del Concilio, usted no usa el término evento…


Si con “evento” se entiende gran acontecimiento, no tengo dificultad. Yo siempre he escrito Magno Concilio Vaticano, y mi admiración, que es también fruto de fe, es precisamente por esta realidad que nosotros tenemos: este hilo conductor que se encuentra en la historia de la Iglesia, y son los Concilios ecuménicos, y el otro gran hilo conductor que es el primado del Obispo de Roma. Pero cuando los teólogos hablan en contexto histórico, “evento” significa otra cosa, que no está ya en la línea de la teología. Después del prevalecer en la historiografía civil de la historia del largo período, a partir de 1950 nace l’histoire événementielle...Para que haya un evento, se requiere la repercusión mediática, que facilita la explosión y la aceptación de este tipo de historia. Pero una característica del evento es la ruptura. Si los historiadores de la Iglesia asumen esta palabra, es ya una interpretación en el sentido de la ruptura o de la revolución.

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¿Cuánta atención se presta hoy al espíritu del Concilio y cuánta al cuerpo (los documentos)?


Digo siempre que el espíritu, que es el alma, es el alma de este cuerpo, y el cuerpo es cuerpo de esta alma. También el Papa ha repetido que no puede haber una contradicción entre espíritu y cuerpo conciliar, y el espíritu se deriva de este cuerpo conciliar. Mucho se ha apuntado sobre esto, con el fin de introducir lo que se quería, es decir, lo que el autor pensaba que debía ser el espíritu del Concilio, limitando su interpretación. Es el aspecto ideológico de la interpretación…

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¿Qué tan inequívocos son los diarios de los diversos Padres Conciliares? ¿Qué tan atendibles?


Inequívocos no; atendibles en cuanto diario. Evidentemente cada Padre reacciona y escribe precipitadamente, y a veces al siguiente día se corrige a sí mismo o pide perdón, como por ejemplo hizo el Cardenal Siri, y para mí ésta es también la grandeza de un hombre. Confrontando con las Acta Sinodalia, que son las actas oficiales, nos damos cuenta de que quien escribía el diario no sabía diversas cosas. Muchos referían los rumores, y hay muchos juicios también apresurados o parciales. Por lo cual la comparación entre los diarios privados es fundamental y entre ellos hay una gradualidad. ¿Por qué un autor elige algunos diarios sobre los cuales basar sus estudios, y no otros? Este filtro que cada uno realiza revela a quien usa el filtro. Las fuentes deben tener su jerarquía: primero deben estar las oficiales – en las Actas están contenidas todas las intervenciones, orales y escritas, pero, con alguna excepción, no están publicados los trabajos internos de las diversas comisiones – y luego las diversas fuentes privadas.

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¿Qué hace el historiador con estos diarios?


Primero debe tratar de interpretarlos. Leerlos es ya una gran dificultad. Incluso escuchando las grabaciones en latín, es muy difícil tener el texto. Y luego hay que predisponer el aparato crítico, ponerlos en la arena de los estudios, consultar las diversas fuentes. En el fondo, ¿qué hacemos nosotros con los periódicos? Yo, al menos, trato de leer las diversas tendencias para hacerme un juicio. Pero si puedo ir al origen, a la fuente de los diversos hechos, tal vez soy un afortunado. Y somos afortunados de tener 62 grandes volúmenes, escritos en latín, aún si esto es un problema para muchísima gente…

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¿Cuáles son, en su opinión, los textos realmente de referencia para quien quisiera conocer mejor el Concilio?


Excluyo los últimos libros publicados, cuya lectura no he completado aún. Para quien quisiese introducirse al Vaticano II, el libro de Zambarbieri (“Los concilios del Vaticano”) podría servir. En mis libros, de todos modos, surge a partir de la crítica cuáles con aquellos que considero más y aquellos que considero menos, porque los juicios no son todos iguales. En general, indico los aspectos positivos y también las críticas.

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¿Cuál ha sido la importancia del Concilio para la Iglesia y para el mundo?


El Concilio es un “ícono” de la Iglesia. La gran cuestión es que la Iglesia ha dado un cierto paso, pero la otra parte ha desilusionado en la respuesta. Es decir: yo creo que la Iglesia se ha puesto en disposición de diálogo con el mundo contemporáneo, ha hecho una conversión, pero diría que no se ha encontrado con la otra parte, ha desaparecido, sea por la cuestión filosófica, sea por la materialista, el individualismo, las rupturas, las violencias, por las cuales la cuestión de la evangelización se vuelve a proponer. ¿Cuál era la finalidad del Concilio? Presentar la buena noticia por parte de una Iglesia que buscaba estar menos desfigurada respecto a aquello que era el pensamiento del Señor. Por fortuna la Iglesia es universal, y esto nos consuela, pero el secularismo es un gran fenómeno. El pensamiento de Dios desaparece y también nosotros estamos insertos en el mundo actual y tenemos nuestros problemas.

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¿Éste es el futuro del Concilio?


Estaba quien proponía hacer un tercer Concilio para superar las “incongruencias” del segundo… ¡Ilusión! Dado que la Iglesia es católica, debe considerar el aspecto Tradición, que se desarrolla, homogéneamente, pero en absoluto se la puede anular, de otra manera ya no se e católico. Y en la Tradición hay temas difíciles para el hombre contemporáneo…

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En la presentación de su libro en los Museos Capitolinos, el cardenal Farina lo ha definido un “histórico de raza”, deseando que nos regale “una obra sistemática, completa y exhaustiva” de la historia del Concilio Vaticano II. ¿Tiene en mente proyectos para nuevos trabajos editoriales?


El año próximo debería salir, con ocasión de mis 70 años, el libro “Episcopado y primado pontificio”, que podrá ser útil para el diálogo ecuménico. En cuanto al Concilio, tengo el deseo, pero tengo 72 años y una obra tan amplia no es fácil para una sola persona. He enseñado cuando estaba en Mozambique, pero no he tenido una cátedra y por lo tanto no tengo un equipe, ¡veremos! Mientras tanto leo mucho, y es fundamental. Ahora, con todos los libros sobre el Concilio que se publican, es difícil estar al día, pero debo hacerlo, ésta es la tarea. El Año de la Fe ha sido ocasión para muchos de volver a poner las manos en el arado. A veces hay también una inflación, pero es normal y atestigua un interés que permanece, porque es un gran acontecimiento y la Iglesia ha demostrado querer retomar un diálogo de salvación con el hombre contemporáneo.

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Fuente: Korazym


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 5 de enero de 2013

En la Epifanía, una anticipación de la Pascua

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Presentamos un breve pero interesante texto, publicado en el periódico Avvenire, sobre el Anuncio de la fecha de la Pascua, previsto por la Liturgia para la Solemnidad de la Epifanía. Además, ofrecemos nuestra traducción del mismo Anuncio, cuyo texto original hemos tomado del libreto que la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice ha preparado para la Santa Misa que el Papa Benedicto XVI celebrará mañana.

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En la Epifanía, la plenitud de la Navidad. Y en la alegría de Cristo que se manifiesta luz para todos los pueblos – simbolizados por los Magos – ya resplandece una primicia de la Resurrección. Hay un elemento, en la liturgia de esta solemnidad, que presenta de modo explícito el segundo aspecto puesto en evidencia: es el “Anuncio del día de la Pascua”, aquella proclamación que se puede insertar entre el Evangelio y la homilía. En el corazón de la Misa, por así decirlo.


De cada Misa que se celebra entre la el ocaso de la víspera y la tarde del 6 de enero. Su origen se pierde en la noche de los tiempos. En Milán recuerdan que San Ambrosio, en este día, además de anunciar la Pascua, anotaba el nombre de aquellos que habrían de ser bautizados en la vigilia de la Resurrección. Y se cuenta de una vez en que el futuro patrono afirmó desconsolado: “he echado las redes desde la Epifanía, pero estas han permanecido vacías”.


Todavía hoy el Anuncio está previsto tanto por el rito romano como por el ambrosiano, pero las dos tradiciones presentan textos diversos. Lo explica monseñor Claudio Magnoli, responsable del Servicio para la pastoral litúrgica en la Arquidiócesis de Milán. “La diferencia más evidente - indica el prelado – es que, en la versión ambrosiana, es indicada solamente la fecha de la Pascua, mientras en la romana se presentan también los días de algunas otras fiestas movibles: las Cenizas, la Ascensión, Pentecostés, el primer domingo de Adviento”. Pero no es sólo cuestión de números.


El Anuncio ambrosiano - prosigue el liturgista – de la Pascua subraya de modo específico dos dimensiones: misericordia y alegría. La primera nos hace conscientes del hecho de que, si llegamos a celebrar la Resurrección, será por bondad de Dios. La segunda, en cambio, retoma el tema típico de aquella gran solemnidad”. La perspectiva es un poco diversa en el rito romano: “aquí el día de Pascua es presentado como el centro de todo el año litúrgico, una suerte de fecha cero de la cual brotan las otras festividades variables”. Pero es un elemento común a los dos ritos la solemnidad del texto: “Por eso – recomienda el liturgista -, donde sea posible es bueno que sea cantado. Por el diácono, más que por el mismo sacerdote. O incluso por un solista laico”. El texto es así elevado a un auténtico elemento ritual, adquiere una resonancia mucho más amplia respecto a la de una simple lectura.


En común un elemento simbólico de importancia: ambos hacen referencia al anuncio de la Resurrección previsto por el respectivo rito. Aquel que es entonado en la noche de Pascua. Pero no sólo. La estructura misma del Anuncio pascual (que en el rito ambrosiano canta sencillamente “Cristo ha resucitado”, mientras que en el romano se articula en una extensa relectura de la historia salvífica culminando con la alabanza del cirio, imagen del Señor victorioso sobre el pecado y sobre la muerte) recalca fielmente la estructura formal del que es proclamado el 6 de enero. Conciso en Milán, más elaborado en Roma y en la Iglesia universal. Sin embargo, se lo decía al comienzo, en ambas tradiciones eclesiales, la Epifanía es plenitud de Navidad. Y anticipación de la gloria que irradia Cristo Resucitado.


Anuncio del día de la Pascua

(traducción de la versión ofrecida por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice)


Queridísimos hermanos,

con el favor de la misericordia de Dios,

así como nos hemos alegrado

por el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo,

les anunciamos la alegría de la Resurrección de nuestro Salvador.


El día 13 de febrero será el día de las Cenizas, comienzo del ayuno de la Sagrada Cuaresma.


El día 31 de marzo celebraremos con alegría la Santa Pascua de Nuestro Señor Jesucristo


El día 12 de mayo, la Ascensión del Señor.


El día 19 de mayo, la fiesta de Pentecostés.


El día 2 de junio, la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.


El día 1º de diciembre será el primer Domingo del Adviento de Nuestro Señor Jesucristo, a Quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos.


R. Amén.

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Fuentes: Avvenire y Sitio web de la Santa Sede

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 2 de enero de 2013

Mons. Negri: “El Papa es un gigante pero la Iglesia es débil”

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Pope Benedict XVI attends a meeting with members of the Taize Community in St Peter's Square at the Vatican

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Por Salvatore Izzo

“El primer agradecimiento a Dios es por la presencia de Benedicto XVI, este gigante manso y fortísimo que sostiene el camino de la Iglesia infundiéndole luz y energía y aquella novedad que hace al cristiano un hombre grande”. Lo escribe el nuevo arzobispo de Ferrara (e histórico colaborador del fundador de Comunión y Liberación, don Giussani), monseñor Luigi Negri, que publica en Tempi un personalísimo “Te Deum” de fin de año. Según el obispo, sin embargo, “la grandeza testimoniada por el Papa encuentra una Iglesia que en varias ocasiones ha demostrado una debilidad que no es en primer lugar de carácter moral (debilidad que también existe, y de la cual hablan los medios de comunicación social)”, sino que está originada “en el rechazo de razonar y vivir según la cultura que nace de la fe”.


Al respecto, el obispo cielino cita a Jacques Maritain, el cual había dicho después del Concilio Vaticano II que el peligro de la Iglesia era el arrodillarse frente al mundo. “Somos débiles – explica monseñor Negri – porque el fundamento de nuestro actuar y conocer no es ya la fe sino el criterio del mundo”.


Según el arzobispo de Ferrara, “esta falta de una cultura cristiana humilde y cierta es también la razón de la falta de aquel coraje que nos ha sido testimoniado por mártires cristianos que en Asia, África, y Oriente Medio han podido decir, como Asia Bibi, «si me condenas porque soy cristiana, estoy contenta». Una debilidad, la de la Iglesia, que, subraya monseñor Negri, “encuentra aquella situación de inconsistencia que caracteriza la vida de la sociedad: el individualismo consumista, el desprecio de sí y del otro si no se lo puede reducir a nuestra posesión, la tendencia a obtener siempre el máximo bienestar posible”.


“Todo esto – afirma el prelado – hace de la sociedad un campo de violencia al que nos estamos acostumbrando sin darnos cuenta. La violencia, que va desde la disgregación de la familia hasta la de la sociedad, desde los suicidios y los homicidios como solución a los problemas, hasta la manipulación de la vida desde la concepción”.


En Tempi, monseñor Negri confía haber vivido una experiencia extraordinaria “de la grandeza del Papa” el pasado octubre, habiendo tenido la oportunidad extraordinaria de estar a su lado durante el reciente Sínodo en el cual “su presencia, testimonio y enseñanza nos han garantizado la acción del Espíritu Santo en aquellos días”. “Este gigantesco testimonio suyo – concluye el nuevo arzobispo acercando la figura de Benedicto XVI a la de su predecesor elevado al honor de los altares por él mismo, el 1º de mayo de 2010 – se convierte en un don para el Año de la Fe en el que será posible, siguiendo al Papa, volver a la fe”, en el “asombro de una vida renovada, de la que el Beato Juan Pablo II sigue siendo imagen para el cristianismo de todo tiempo y, por eso, también para el nuestro”.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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