jueves, 28 de febrero de 2013

¡GRACIAS!

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“En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”


(Benedicto XVI, 19 de abril de 2005)


“Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en los tiempos difíciles. Nunca perdamos esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de ustedes, que exista siempre la certeza gozosa de que el Señor está cerca, que no nos abandona, que está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!”


(Benedicto XVI, 27 de febrero de 2013)


PAX, VITA ET SALUS PERPETUA!

viernes, 22 de febrero de 2013

El Papa modifica los ritos litúrgicos de comienzo de Pontificado

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El pasado lunes 18 de febrero, en la audiencia concedida al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, monseñor Guido Marini, Benedicto XVI ha aprobado, “con su Autoridad Apostólica”, algunas modificaciones al Ordo rituum pro ministerio Petrini initio Romae episcopi y ha dispuesto su publicación. Hemos pedido a Monseñor Marini que nos ilustre estas modificaciones y su significado.

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En primer lugar, ¿qué es el «Ordo rituum pro ministerii Petrini initio Romae episcopi»?


Como dicen las premisas al mismo Ordo en el n. 2, es el Ritual que “presenta las celebraciones previstas en tiempos diversos y en lugares vinculados a la sede episcopal de Roma en referencia a la cura pastoral de su Obispo sobre la entera grey del Señor”. Se trata, en otras palabras, del libro que contiene los textos litúrgicos usados en las celebraciones presididas por el nuevo Pontífice desde el momento del solemne anuncio de la Elección hasta la visita a la Basílica de Santa María la Mayor. El Ordo fue aprobado por Benedicto XVI, con Rescripto Ex audientia Summi Pontificis, el 20 de abril de 2005, al día siguiente de su elección como Sumo Pontífice. Debo decir que, en ese tiempo, la Oficina para las Celebraciones realizó, con competencia, un gran trabajo de estudio para la preparación y redacción del Ordo.

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El Pontífice, con las mismas modalidades, ha aprobado ahora algunas modificaciones. ¿Puede explicarnos el motivo de este acto?


Me parece poder identificar al menos dos. Sobre todo, el Santo Padre ha podido vivir en primera persona las celebraciones del comienzo de pontificado en el 2005. Aquella experiencia, con la reflexión posterior, probablemente sugirió algunas intervenciones con intención de mejorar el texto, en la lógica de un desarrollo armónico. En segundo lugar, con este acto, se ha querido proseguir en la línea de algunas modificaciones aportadas en estos años a las liturgias papales. Es decir, distinguir mejor la celebración de la Santa Misa de los otros ritos que no son estrictamente propios. Me refiero, por ejemplo, al rito de Canonizaciones, al del Resurrexit en el Domingo de Pascua y a la imposición del palio a los nuevos arzobispos metropolitanos.

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¿Qué ocurrirá en concreto?


Como ya he mencionado, tanto en la celebración para el inicio del ministerio del Obispo de Roma, como en la celebración para la toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en San Juan de Letrán, los ritos típicos serán colocados antes y fuera de la Santa Misa, y no ya dentro de ella.


En lo que respecta a la celebración del comienzo del ministerio del Obispo de Roma, el acto de la “obediencia” será realizado por todos los cardenales presentes en la concelebración. De este modo, ese gesto que en la Capilla Sixtina, inmediatamente después de la elección, es realizado por los cardenales electores, vuelve a tener una dimensión también pública y permanece abierto a todos los miembros del colegio cardenalicio, asumiendo al mismo tiempo un carácter de catolicidad. No se trata de una novedad, dado que todos recuerdan bien al comienzo del pontificado de Juan Pablo II el acto de obediencia realizado por todos los cardenales entonces presentes en la concelebración. Entre ellos basta pensar en las ya celebérrimas y conmovedoras fotografías que retratan el abrazo del Papa Wojtyla, tanto con el entonces cardenal Joseph Ratzinger, como con el cardenal Stefan Wyszyński.

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Entre los primeros actos del nuevo Obispo de Roma están previstas las visitas a las dos basílicas papales de San Pablo Extramuros y de Santa María la Mayor. ¿Ha sido dispuesto algún cambio al respecto?


A diferencia de lo que estaba indicado en el Ordo, el nuevo Pontífice podrá realizarlas cuando considere más oportuno, incluso a distancia de tiempo de la elección, y en la forma que considere más apropiada, sea una Santa Misa, la celebración de la Liturgia de las Horas, o un acto litúrgico particular como el actualmente prescrito.

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¿Ha sido contemplada alguna novedad también para la sección musical?


El actual Ordo, sin tener previstas otras posibilidades, indica un reportorio musical en su mayoría nuevo, compuesto con ocasión de la redacción del mismo Ordo. Conforme a lo dispuesto por Benedicto XVI con el presente acto, en cambio, se ofrece una mayor libertad en la elección de las partes cantadas, valorizando el rico repertorio musical de la historia de la Iglesia.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 20 de febrero de 2013

Don Bux: “La renuncia puede entenderse como un acto de gobierno que nos hace pensar en las divisiones internas ”

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Presentamos nuestra traducción de la entrevista que Asca ha realizado a Don Nicola Bux sobre el pontificado de Benedicto XVI, su decisión de renunciar al ministerio petrino y la elección del próximo Pontífice.

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A pocos días de la renuncia del Papa Ratzinger, Asca ha pedido al sacerdote amigo de Benedicto XVI expresar su pensamiento personal. De la arquidiócesis de Bari, Nicola Bux ha estudiado y enseñado en Jerusalén y en Roma. Profesor de liturgia oriental y de teología de los sacramentos en la Facultad Teológica de Puglia, y consultor de la revista teológica internacional Communio, Benedicto XVI lo ha nombrado perito en el Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía del 2005 y en el Sínodo sobre Medio Oriente cinco años después. Teólogo, de los más cercanos a Benedicto XVI sobre todo en materia litúrgica, Don Nicola Bux ha conocido a Joseph Ratzinger a mediados de los años ’80, cuando el actual Pontífice llegó a Roma desde Munich de Baviera para desarrollar el rol de Prefecto de Doctrina de la Fe. Cuenta Don Bux que “en aquel período he participado en los Ejercicios espirituales que Ratzinger predicaba a los sacerdotes de Comunión y Liberación”.

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¿Qué es lo que más le ha impresionado de él, cuáles son las afinidades intelectuales y teológicas entre vosotros?


Me han impresionado el espíritu de fe y el realismo; su “realismo” en mirar la realidad de la Iglesia y la del mundo. Me han impresionado estas cosas y también su modo de afrontar los problemas de manera razonable y no emotiva, con un sentir que está bien lejos tanto del “optimismo romántico” – como lo define el mismo Benedicto XVI – como del catastrofismo. Que es el modo en que un hombre de fe debe afrontar la vida.

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¿Cómo interpreta la decisión de la renuncia hecha por Benedicto XVI?


Sobre todo, para entender el gesto es necesario ponerse en una óptica de fe, no en una óptica mundana, que siempre tiende a contaminar también la Iglesia. Se han dado varias interpretaciones del gesto: desde la desacralización del papado hasta la revolución del poder eclesiástico, desde la democratización de la autoridad hasta la herida llevada al cuerpo eclesial, incluso intercambiando el pedido de perdón por sus defectos con la puesta en discusión de la infalibilidad pontificia… Pero las renuncias de Benedicto IX, Celestino V y Gregorio XII, ¿han producido todo esto? Ratzinger mismo ha profundizado en sus estudios que el primado petrino tiene una estructura martirológica: la responsabilidad del Obispo de Roma es absolutamente personal y no se puede diluir en la colegialidad episcopal, si bien interactúa siempre con ella. Es admirable la circunstancia del decreto de canonizaciones de los Mártires de Otranto.

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¿La responsabilidad de la que habla está vinculada con la “conciencia” a la que el Papa ha hecho siempre referencia, especialmente en sus batallas contra el relativismo contemporáneo?


Sí. Responsabilidad entendida en este sentido como la respuesta personal al Señor. Existe un límite insuperable de la conciencia, y existe no sólo para los creyentes sino para todos los hombres. ¿Recuerda al Grillo Parlante? Pinocho podía fingir que no estaba y finalmente arrojarle martillazos, pero continuaba hablando. Benedicto XVI ha profundizado este tema también refiriéndose al “Elogio de la conciencia” del Beato John Henry Newman, que en la carta al Duque de Norfolk propone un brindis por la conciencia y por el Papa. El ministerio petrino, a fin de cuentas, es la emergencia última del apelo a la conciencia de cada hombre.

En el discurso en latín pronunciado para anunciar al mundo su decisión, el Santo Padre dice claramente: “he examinado repetidamente mi conciencia ante Dios”. Respecto al relativismo contemporáneo que reduce la conciencia a hacer lo que se quiere, para nosotros está la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso. Es la voz de Dios. El único baluarte para preservar la dignidad del hombre en la relación con el mundo.

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El Papa se ha interrogado mucho y, por lo tanto, con gran sufrimiento espiritual. ¿Por eso usted habla de “estructura martirológica del primado petrino”?


Sí. El ministerio petrino tiene en sí una estructura martirológica que permite interrogarse continuamente, a conciencia, si aquello que se es y que se hace es adecuado a aquello que es inherente al ministerio de Romano Pontífice. Tal trabajo cotidiano puede convertirse en martirio. Éste es verdadero “martirio”. Seamos claros: la tarea de interrogarse es de todo ser humano. También el padre de familia debe preguntarse a sí mismo si se comporta adecuadamente por el bien de sus seres queridos. ¡Imagínese lo que quiere decir esto para un Sucesor de Pedro! Y luego hay algo de lo que es necesario darse cuenta…

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¿Qué?


Creo firmemente que aquello que cuenta en el realismo de este Papa es el no considerar como propiedad personal el ministerio, sino entenderlo como “servicio” al que ha sido llamado, para el cual se considera “siervo inútil” tal como ha dicho Jesús. Lo que importa es la sucesión apostólica siempre garantizada por el Espíritu Santo. El Papa, todo Papa, es un “anillo” en la “cadena” de la sucesión apostólica, desde Pedro hasta el final de los tiempos, cuando volverá el Señor. Teniendo presente esto, entonces se comprende muy bien que el Señor vela constantemente sobre la sucesión.

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El Papa es anciano, sus condiciones físicas están probadas. ¿Cuánto pueden haber incidido en la opción realizada?


Han incidido. Es cierto que el bienestar físico nunca ha sido un criterio de gobierno de la Iglesia. Nos lo ha mostrado Juan Pablo II. Pero con la pérdida de la salud disminuyen las capacidades de gobierno de la Iglesia que, aún siendo tarea del Papa, tendrían que ser ejercidas por otros cercanos a él. Si el Santo Padre hubiera razonado de este modo, habría disminuido aquel realismo del que siempre ha sido capaz.


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¿Usted quiere decir que el interrogar a la propia conciencia frente a Dios ha sido un modo de preguntarse si y cuánto fuese capaz de gobernar todavía la Iglesia de manera adecuada, sobre todo respecto al relativismo que Benedicto XVI ha combatido?


El relativismo ha generado una gran confusión, también en la Iglesia a nivel de doctrina y de pastoral. En mi opinión, la renuncia del Papa podría ser entendida como un acto de gobierno, una invitación a reflexionar sobre las divisiones, como mencionó en la homilía del Miércoles de Cenizas, y sobre la confusión provocada por ideas no católicas en la teología. Ha hecho, se diría, un paso atrás. Un paso atrás realizado para que la Iglesia pueda hacer dos pasos adelante.

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En pocas palabras, ha pensado en el bien de la Iglesia, como por otro lado ha dicho el lunes pasado, y no en sí mismo.


Permanecer escondido para el mundo, como el Señor después de la Ascensión, es el modo para estar todavía más presente en la Iglesia. Él es y seguirá siendo Benedicto XVI en la historia de la Iglesia, aun habiendo renunciado a ejercer el munus hasta la muerte.

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Muchos, comenzando por personas cercanas a Karol Wojtyla, han leído esta renuncia como un “bajarse de la Cruz”.


¿Usted ha visto la foto que ha dado vueltas por el mundo? ¿La de la cúpula de San Pedro con el rayo? Se ha dicho incluso que aquello era un signo de cólera divina por el acto del Santo Padre. ¿Y si se lo interpretase como un signo dirigido a todos nosotros? Así como el terremoto y la oscuridad sobre el Gólgota no estaban dirigidas al Hijo de Dios sino a los hombres que no lo habían reconocido como tal.

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¿Qué entiende por reforma de la Iglesia?


El concepto de reforma no debe ser entendido en la acepción protestante, o bien política, sino en la etimológica de “volver a dar forma”, volver a poner en forma. Hoy esto quiere decir corregir en la Iglesia las deformaciones de la liturgia que, como el Santo Padre ha observado varias veces, han llegado al límite de lo soportable; lo mismo a nivel moral… Y, en este sentido, el gesto del Papa es un acto de eficaz advertencia.

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¿Qué quiere decir gobernar hoy la Iglesia?


Quiere decir superar las divisiones internas provocadas sobre todo por los conflictos, incluso virulentos, sobre interpretaciones post-conciliares del Vaticano II. Benedicto XVI ha lanzado mensajes precisos en relación con la continuidad entre tradición e innovación, un mensaje que no puede ser desatendido de ninguna manera. El llamado a los católicos es a cerrar filas para superar unilateralidades y sectarismos.

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Benedicto XVI se ha esforzado mucho por la unidad de la Iglesia. Ha levantado la excomunión a la Fraternidad San Pío X, fundada por Monseñor Marcel Lefebvre, que sin embargo no ha sido readmitida plenamente en la Iglesia romana.


Es necesario continuar en este camino. También en esto el Santo Padre ha sido muy, muy paciente, en buscar la unidad: meta que se construye día a día. Ha sido y sigue siendo un ejemplo de caridad paciente hacia todos, como dice el Apóstol, y para el futuro Papa. Hasta que no se forme un solo rebaño bajo un solo pastor.

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¿Quién piensa que puede ser su sucesor? ¿Será un Papa italiano? ¿Un africano?


No quiero hacer previsiones. Lo que es cierto es que, como el mismo Ratzinger ha indicado, será una persona dotada de energía para llevar adelante la barca de Pedro. Una energía no sólo física y psicológica sino espiritual que viene de la Fe. Yo creo que es poco importante preguntarse quién vendrá después de él. En el Cónclave siempre hay algo que va más allá de las previsiones humanas. Si los cardenales se dejan guiar por la fe, el Espíritu Santo hará la opción más adecuada. El Papa no es el “dueño” de la Iglesia sino aquel que en primera persona debe rendir cuentas a Jesucristo del bien de toda la Iglesia.

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Está quien ha dicho que la renuncia del Pontífice ha sido un gesto de humildad.


Es necesario entender “humildad” en el sentido etimológico del término, que viene de humus, tierra. Humilde es aquel que está bien anclado en la tierra, en pocas palabras, un realista. Estamos todos llamados a ser humildes. En la fase final de muchos pontificados ha sido difundida la murmuración: el Papa ya no gobierna, lo hace su entorno… He aquí que cuando Benedicto XVI se ha dado cuenta de que ya no podía ejercer el ministerio de Supremo Pastor de la Iglesia universal, ha renunciado en plena conciencia y libertad por el bien de la Iglesia católica.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 17 de febrero de 2013

Mons. Negri: “La Iglesia necesita una urgente reforma intelectual y moral”

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Presentamos una entrevista que el vaticanista Paolo Rodari ha realizado al Arzobispo Luigi Negri sobre la renuncia del Santo Padre, la situación actual de la Iglesia y el futuro Papa. Ya unos días antes, y después de conocer la decisión de Benedicto XVI, el prelado había afirmado: “La Iglesia tiene ahora necesidad de un Papa que proceda, de modo riguroso y veloz, a una reforma intelectual y moral de la Iglesia misma, pero en primer lugar del episcopado y del clero”.

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Monseñor Luigi Negri, recientemente nombrado arzobispo de Ferrara-Comacchio, historiador de la Iglesia durante años en la Universidad Católica de Milán. Partimos de lo que tiene de positivo esta sorpresiva renuncia del Papa Benedicto XVI.


Mucho, sobre todo porque se trata de un acontecimiento.

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¿Qué tipo de acontecimiento?


Sustancialmente religioso. El Papa da el ejemplo a todos: con la renuncia dice que la Iglesia debe ser servida.

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¿Retirarse significa servir?


Ciertamente. Ha comprendido que las fuerzas físicas ya no lo sostienen y ha decidido dejar lugar a otro. Pero está también el signo de gran humildad y gran realismo, después de un pontificado marcado por la propuesta de una auténtica experiencia de fe centrada en la razón.

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¿Hay sólo dificultades físicas detrás de la renuncia?


Podemos decir que el contexto en el que ha madurado está evidentemente caracterizado por un alto nivel de problematicidad, en el cual se tiene la percepción de una soledad del Papa, unidad a una inadecuada colaboración. Por eso considero que se abre un problema no sólo para el sucesor sino para todos.

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¿Está diciendo que la Iglesia está dividida y que será difícil de aquí en adelante?


Estoy haciendo referencia a los conceptos muy serios que ha expresado el mismo Benedicto XVI tres días atrás en la basílica vaticana: basta de división, que se abra el tiempo de la unidad.

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¿A qué se refería el Papa?


Al clima en general. Es un momento de contraposiciones dramáticas a nivel también cultural y social. En la Iglesia se verifican cada vez que prevalecen, entre las diversas sensibilidades, prioridades políticas.

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¿Qué se necesita entonces?


Una sola cosa: conversión. La conversión de todos a la unidad que brota de la presencia de Cristo. Si todo parte de Cristo, nace la comunión en la que cada uno es portador de un don para el otro.

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¿Cómo llegar a esta unidad?


 

Debe haber una gran reforma sobre todo intelectual, antes que moral. Primero el reconocimiento de que la Iglesia es una y está unida porque reconoce a Cristo presente. A este reconocimiento seguirá luego una reforma moral, la cual, sin la unidad que acabo de mencionar, se convierte en moralismo.

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Difícil de entender…


No, muy fácil. La Iglesia, los obispos y el pueblo cristiano, todos juntos, deben volver a seguir lo mismo. Es decir, al magisterio del Papa y de la misma Iglesia. En este seguimiento unitario las diversas sensibilidades no pierden la propia identidad sino que sirven juntas a la misma causa.

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¿Por qué, hasta el día de hoy, están quienes no siguen el Magisterio?


Bueno, sí. Hay magisterios paralelos que han ido y van por caminos que llevan a la división. Por el contrario, se necesita la humildad de volver a seguir todos lo mismo. Sólo de aquí se puede llegar a aquella reforma moral que desea realmente también el Papa. Demasiadas veces en la Iglesia se oye incluso a sacerdotes que predican las propias ideas y no las verdades de la fe. En cambio, los sacerdotes deberían volver a estudiar el magisterio y la doctrina social de la Iglesia. En las universidades teológicas, en los seminarios, se necesitaría imponer el estudio del magisterio de modo que, quien es ordenado, sepa bien lo que, a su vez, deberá enseñar.

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¿Una tarea también para los laicos?


Ciertamente. Los sacerdotes deben enseñar a los laicos qué es correcto para la Iglesia y qué es equivocado, no infundir confusión. No por casualidad los valores no negociables han sido recordados varias veces por el Papa. Noto, por ejemplo, una gran pobreza de los temas no negociables en los programas políticos. Para mí es una falta grave. Culpa de los políticos, ciertamente, pero también la Iglesia debería hablar de esto con más fuerza y eficacia. No es un tema sobre el que se pueda negociar. Si la Iglesia dice en alta voz aquello que cree y que considera que es correcto para todo hombre, entonces también la clase política es ayudaba a reconocer. Si la Iglesia, en cambio, permanece tibia, es inevitable que lo sean también los políticos y sus programas de gobierno.

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¿Qué características debe tener, en su opinión, el sucesor de Joseph Ratzinger?


Debe ser un padre del pueblo, un pastor, capaz de vivir un servicio absoluto hacia todos, valorizando la comunión.

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Fuente: La Buhardilla de Jerónimo


Traducción: Il Giornale

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jueves, 14 de febrero de 2013

Benedicto XVI a Magdi Cristiano Allam: “¡Hemos vencido!”

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Presentamos el testimonio de Magdi Cristiano Allam, converso del Islam bautizado por Benedicto XVI en la Vigilia Pascual del año 2008, que ayer ha narrado por primera vez un episodio en el cual ha percibido, siempre según su opinión, “la realidad interna de la Iglesia”, al ver el conflicto entre el Papa y cierto sector de la Curia en relación con su bautismo.

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He mantenido hasta ahora la reserva sobre mi experiencia directa con la realidad interna de la Iglesia, que me ha hecho tocar con la mano la gravedad de un conflicto encendido entre el Papa y el aparato que se ocupa de la gestión del Estado del Vaticano, en consideración de mi eterna gratitud a Benedicto XVI por haber querido ser él quien me diera el bautismo, la confirmación y la Eucaristía en la noche de la Vigilia Pascual el 22 de marzo de 2008.


Era todavía musulmán cuando surgió en mí no sólo una estima particular sino una irresistible atracción por el Papa cuando, con ocasión de la Lectio Magistralis pronunciada en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006, tuvo la honestidad intelectual y el coraje humano de decir la verdad histórica sobre el expansionismo islámico realizado a través de guerras, conversiones forzadas y un río de sangre que sometieron las costas orientales y meridionales del Mediterráneo, que eran cristianas en un 95 por ciento. No lo hizo directamente sino citando al emperador bizantino Manuel II Paleólogo.


Se trata de una obviedad histórica atestiguada en los mismos libros de historia que se enseñan en las escuelas de los países islámicos. Y sin embargo, por haberla dicho el Papa, se vio condenado, incluso a muerte, por los gobiernos y por los terroristas islámicos. Así como descubrió que tenía en contra el conjunto del Occidente cada vez más descristianizado y, sobre todo, tuvo que afrontar las críticas internas de su misma Iglesia. Benedicto XVI, de hecho, fue obligado por los regentes de la diplomacia vaticana a justificarse tres veces, repitiendo que no buscaba ofender a los fieles musulmanes, pero sin ceder nunca a la presión de transformar la justificación en una disculpa pública. No bastó para aplacar ni la ira de los islámicos ni la tendencia a la rendición de los diplomáticos vaticanos. Fue así que el Papa fue obligado a ir a Turquía y se encontró al lado del Gran Muftí rezando juntos mirando hacia la Meca en la Mezquita Azul de Estambul.


Aquello, de hecho, marcó un éxito de la diplomacia vaticana obligando al Papa a rendirse a lo que él a menudo define la “dictadura del relativismo”, considerada como el mal profundo de nuestra civilización porque, poniendo al mismo nivel todas las religiones y culturas, prescindiendo de su contenido, termina por legitimar todo y lo contrario de todo, el bien y el mal, la verdad y la mentira, haciéndonos perder la certeza de la fe en el cristianismo.


Me sentí identificado con la experiencia de Benedicto XVI y lo imaginé como un Papa aislado y asediado por un aparato clerical hostil dentro del Vaticano. Su extraordinaria inteligencia, su inmensa cultura y su inigualable capacidad de interpelar nuestra razón y de acompañarnos de la mano a la fe, demostrándonos con humildad cómo el cristianismo es la morada natural de fe y razón, han representado para mí un faro que me ha iluminado dentro hasta hacerme descubrir el don de la fe en Cristo.


Fue así que, cuando gracias a la sabiduría y a la fraterna disponibilidad de monseñor Rino Fisichella, en esa época Rector de la Universidad Lateranense, que me acompañó en mi camino espiritual para acceder a los sacramentos de iniciación a la fe cristiana, el Papa aceptó ser él quien me diera el bautismo, consideré que el Señor había elegido unir mi vida a la del Santo Padre, indicándomelo como el más extraordinario testigo de fe y razón.


Y bien, cuando al final de la ceremonia religiosa en la suntuosidad de la Basílica de San Pedro, después de tres infinitas horas que he percibido como el día más bello de mi vida, me encontré frente al Papa en compañía de mi padrino Maurizio Lupi, él se limitó a una leve sonrisa pero de una serenidad absoluta, de quien está en paz consigo mismo y con el Señor. Pero apenas me dirigí a la izquierda para saludar a su asistente, monseñor Georg Gänswein, encontramos en sus labios una sonrisa intensa, dos ojos radiantes y de sus labios salió una exclamación de júbilo: “¡Hemos vencido!”.


¡Hemos vencido! Si hay alguien que vence, significa que hay alguien que ha perdido. Quién había perdido lo comprendí apenas crucé la puerta de la Basílica para ir a abrazar a monseñor Fisichella. Apareció el cardenal Giovanni Battista Re, en esa época Prefecto de la Congregación para los Obispos, que dirigiéndose en alta voz y con un modo vagamente amenazante, le dijo: “Si Bin Laden estuviese vivo, ¡sabríamos a quién dirigirlo!”


Posteriormente he tenido la certeza, por varias fuentes, de que hasta el último instante el aparato del Estado del Vaticano ejerció fuertes presiones sobre Benedicto XVI para disuadirlo de ser él quien me diera el bautismo, por miedo a las represalias por parte de los extremistas y de los terroristas islámicos, pero que el Papa nunca tuvo ninguna duda.


Es un hecho específico y concreto que pone en evidencia cómo Benedicto XVI ha debido enfrentarse con poderes internos del Vaticano que, con el fin de protegerse en el ámbito de la seguridad, han llegado a concebir que el Papa no debía realizar aquella que es su misión, llevar a Cristo a quien libremente lo elige.


Y es un caso emblemático de la confrontación entre la Iglesia universal que se fundamenta en espiritualidad y un Vaticano terreno que se sumerge en la materialidad a la par de cualquier otro Estado. Éste es el nudo a desatar y es el desafío que, con su renuncia, Benedicto XVI nos deja. La Iglesia está en una encrucijada: permanecer anclada en su misión espiritual encarnándose en los dogmas de la fe y en los valores no negociables, o bien, ceder a las razones de Estado para auto-perpetuarse cueste lo que cueste. Es la pesada herencia que caerá sobre los hombros del próximo Papa.


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Fuente: Io amo l’Italia


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 13 de febrero de 2013

Namárië, meldo Benedicto!

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Este post que expresa nuestro sentir ante la partida del Santo Padre Benedicto es un paréntesis en nuestra Buhardilla. Lo ponemos entre paréntesis porque queremos compartirlo especialmente con nuestros lectores tolkienianos. A quienes no lo son y deseen comprenderlo, les sugerimos que visiten a Tom Bombadil.

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Y sí, duele. Duele y mucho. Porque bajo la égida de su anillo, en nuestra Tierra Media hubo, durante un tiempo, un lugar donde respirar mejor. No un lugar perfecto, sí un lugar donde las cosas crecían más sanas.


Y se va porque tenía que ser así. Se va porque El Que Escribe La Historia determinó en Su Sabiduría y Amor que entrásemos en otra “edad del sol”. Se va con el anillo, como no podía ser de otra forma. Ese anillo no podía caer en la batalla. Y se va, como se van los elfos y como se van los hobbits, y como hemos de irnos todos.


Pero su partida no es sólo eso. Su partida es el acto más luminoso (tan luminoso que ciega) de su magisterio.


Su partida es luminosa porque es un acto de confianza. Aquel sobre el que pesaba la mayor responsabilidad de todas, se va aparentemente sin tomar recaudos. Como Bilbo Bolsón, se va cantando: “El camino sigue y sigue, desde la puerta. El camino ha ido muy lejos, y que otros lo sigan si pueden”. Y su canto nos desconcertaría, si no reconociéramos que cada uno de nosotros tiene también su parte en la historia. En contadas ocasiones, incluso ayudamos a que las profecías se cumplan. Pero como Gandalf le explica al mismo Bilbo al final de su parte en la historia, cada uno de nosotros es “en última instancia, sólo un simple individuo en un mundo enorme”.


Su partida es luminosa porque él es Benito, el “olivo” que al fin (y sólo al fin) del recorrido, comprende a Escolástica. La noche del 10 de febrero en el Vaticano fue como la noche en que Benito no pudo volver a ocuparse de su misión, porque Escolástica lloró anhelando a Dios y al Cielo. No hay regla (monástica o petrina) más grande que la de amar a Dios. Y entonces nuestro héroe se retira, antes de irse, para cumplirla. Y al hacerlo nos vuelve a señalar lo esencial.


¿Y qué nos toca a nosotros, que hemos disfrutado del poder de su anillo? ¿Y a mí?


En primer lugar: seguir el camino, con pie “entusiasta” o “cansado”, según donde me encuentre.


En segundo lugar: confiar más que antes, mucho más que antes. Porque la responsabilidad mayor no hizo olvidar al más responsable que no todo depende de él. Entonces, que mis responsabilidades en la historia (pequeñas, pero lo suficientemente grandes como para pesar) no me hagan olvidar que también yo no soy más que “un simple individuo en un mundo enorme”.


Por último, en tercer lugar, guardar en el corazón la noche del 10 de febrero, la lluvia de esa noche, la voz de Escolástica y sus lágrimas, la gloria del olivo, la ley del amor.


Gracias, Santo Padre. De parte de los que han pertenecido más íntimamente a su compañía y por eso pronto han de partir en las naves grises. Y de parte de los que creemos que aún nos queda seguir dando vueltas por la Tierra Media, luchando para que sigan creciendo cosas bellas, hasta que Eru vuelva a levantarse de Su Trono.


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La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 12 de febrero de 2013

¿Un paso atrás? No, un paso adelante

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Por Tommaso Scandroglio


Cada palabra del Papa, lo sabemos bien, debe ser leída con atención, porque aquel que habla y escribe es el Vicario de Cristo en la Tierra. Pero con mayor razón cuando el escrito se refiere a “una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia” como la tomada por Benedicto XVI pocas horas atrás. Cada línea y palabra asume, por lo tanto, un significado no sólo jurídico, o bien programático o meramente biográfico, sino también de orden sobrenatural.


Leamos un pasaje del discurso del Papa: “Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio y Ministro para la Cooperación Internacional y la integración, entrevistado por el Tg1 en la edición de las 13.30, ha interpretado este pasaje ofreciendo una sugestiva clave de lectura. El Papa tenía frente a sí dos bienes: el testimonio en el martirio, como hizo su predecesor Juan Pablo II, y la eficacia de la acción pastoral. El Pontífice ha elegido este segundo camino.


Por un lado, por lo tanto, el sufrimiento, tanto físico como sobre todo moral y espiritual. Este último no es difícil constatar que ha nacido en el corazón de Benedicto XVI ante la constatación de que la barca de Pedro está cada vez más llena de agua también porque muchos de sus ocupantes provocan en el casco continuas fugas. Un sufrimiento soportado y vivificado por la oración y ofrecido como instrumento de santificación para toda la Iglesia. Por otro lado, las obras y las palabras, es decir, la vida activa, la evangelización, la concreción de los proyectos pastorales, los discursos, las cartas, las encíclicas y muchas otras cosas que el sufrimiento impide llevar a término. Por una parte, una vela que se consume dando luz hasta el final; por otra, la opción pragmática no de rendirse a los años que pasan sino de pasar la posta por el bien mayor de la Iglesia.


Debemos ser sinceros: en el corazón de cada uno de nosotros, al menos por un segundo, ha habido desilusión, mezclada con consternación, como si fuésemos traicionados por una opción que sentimos menos valiosa (¿cómo no pensar en los apóstoles incrédulos y escandalizados ante su Maestro muerto en cruz?). “Renuncia” es, de hecho, el término que más aparece en la boca de los comentaristas, una palabra que sabe a derrota. Casi diríamos que el Papa ha tirado la toalla y ha vencido el mundo. Ha hecho mejor Juan Pablo II que ha luchado hasta el final y ha permanecido en su lugar – ese lugar al que fue llamado por Dios – hasta la muerte.


Pero cuando se trata del Vicario de Cristo y cuando, como en este caso, se trata del teólogo Joseph Aloisius Ratzinger, los criterios de juicio sólo humanos deben dejar lugar a aquellos de orden trascendental, evitando fáciles reduccionismos. Aquí no tenemos al administrador delegado de ENI que ha dejado el puesto por motivos de salud. Aquí estamos hablando del sucesor de Pedro que debe conducir a los hombres a la salvación. Es desde el Cielo que debemos mirar todo este acontecimiento.


Entonces, dado que el mismo Pontífice ha subrayado de hecho que su decisión no se asemeja a un fácil atajo sino al resultado de reiterados exámenes de conciencia hechos frente a Dios (“después de haber repetidamente examinado mi conciencia frente a Dios”), debemos nutrir la certeza de que su decisión es aquella que Dios mismo le ha indicado. El criterio que Benedicto XVI ha seguido es el único válido a seguir no sólo para decisiones de este calibre sino para cualquier decisión de cualquier Papa: el mayor bien de la Iglesia.


El martirio, el consumirse hasta el extremo, es un camino obligatorio sólo si Dios lo pide porque en aquella circunstancia y para aquella persona es el camino más eficaz para contribuir al bien de la Iglesia. Pero lo mismo sucede con el pasar la posta. ¿Qué necesita ahora la Iglesia? ¿El testimonio del sufrimiento o las obras realizadas por quien no está todavía afectado de modo sensible en el propio vigor físico e interior? ¿Quién mejor que el Papa puede responder este interrogante? Y Benedicto XVI ha dado la respuesta que Dios le ha inspirado en el corazón. Entonces, en esta perspectiva, la opción del Papa ha sido el camino indicado por la Providencia, no un paso atrás sino un paso adelante en el misterioso camino de la economía de la salvación.


Un pontificado vivido como el Via Crucis de Jesús, si queremos, es más fácil de interpretar, más a nuestro alcance para descifrar, porque hace referencia inmediatamente a un acto heroico, una identificación reconfortante y casi plástica con el Crucificado. El camino del humilde ocultamiento – “un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” se definió el Papa recién elegido –, del reconocimiento de que hoy la barca de Pedro necesita vigorosos remadores, implica para nosotros un mayor esfuerzo para aquel músculo espiritual que es la fe, precisamente aquella virtud teologal que el Papa nos ha pedido meditar y profundizar este año.


En este sentido, la decisión del Sumo Pontífice nos obliga a privilegiar la perspectiva teológica – y Ratzinger es teólogo – y, en particular, aquella escatológica orientada a la salvación eterna, perspectiva más ardua de asumir. En este ángulo de visual ultramundano tal vez se esconde también la indicación de que debemos asignar valor, más que a la persona de Joseph Ratzinger, al munus, al oficio de Pontífice que nunca muere porque pasa de hombre a hombre, más allá de las contingencias, de los sufrimientos y de las debilidades. Así, paradójicamente, la renuncia de Benedicto XVI hace resplandecer todavía más la importancia del rol de Pontífice, más que poner el acento sobre el hombre que el Espíritu Santo ha elegido para que temporalmente asuma este altísimo oficio. Un oficio que recuerda aquella frase de la Biblia llena de misterio: “Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”.


La opción de Benedicto XVI, entonces, remite de modo trascendente a la perennidad del ministerio petrino, ministerio que permanecerá hasta el final de los tiempos porque Cristo está eternamente vivo y, por lo tanto, también debe estar vivo el oficio de Vicario. Pero, al mismo tiempo, la decisión del Papa nos hace reflexionar sobre la caducidad del ser humano, él sí amenazado por infinitos límites.


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Fuente: La Bussola Quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 11 de febrero de 2013

La decisión del Papa Benedicto XVI

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Audiencia al Congreso Ecclesia in America 6

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Publicamos las palabras pronunciadas esta mañana por el Santo Padre Benedicto XVI en las cuales ha hecho el histórico, inesperado y humilde anuncio de su renuncia al ministerio petrino que le fue confiado el 19 de abril de 2005.

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Queridísimos hermanos, los he convocado a este consistorio no solo para las tres canonizaciones, sino también para comunicarles una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado repetidamente mi conciencia delante de Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, por la edad avanzada, no son ya las necesarias para ejercer de modo adecuado el ministerio petrino.


Soy bien consciente de que este ministerio, por su esencia espiritual, puede realizarse no solo con las obras y las palabras, sino también sufriendo y rezando. No obstante, en el mundo de hoy, sujeto a rápidos cambios y agitado por cuestiones de gran importancia para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del alma.


Vigor que en los últimos meses me ha disminuido de tal manera que debo reconocer mi incapacidad para administrar bien el ministerio a mí confiado. Por esto, buen sabedor de la gravedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por mano de los cardenales el 19 de abril del 2005. De modo que, desde el 28 de febrero del 2013, a las 20, la sede de Roma y la sede de San Pedro quedará vacante y deberá convocarse, por aquellos a quienes compete, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.


Queridísimos hermanos, les agradezco de todo corazón por todo el amor y el trabajo con el que han llevado conmigo el peso de mi ministerio. Y les pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Santa Iglesia al cuidado del Sumo Pastor, nuestro Señor Jesucristo, e imploramos a su santa Madre María para que asista con su bondad materna a los padres cardenales en la elección del nuevo Sumo Pontífice. Respecto a mí, quiero servir también en el futuro a la Santa Iglesia de Dios con todo mi corazón, con una vida dedicada a la oración.

 

BENEDICTUS PP. XVI

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