jueves, 29 de mayo de 2008

Predicar el diagnóstico

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Cuando los apóstoles predicaban, podían suponer que había, incluso entre sus oyentes paganos, una conciencia real de ser merecedores de la ira divina. Los misterios paganos existían para apaciguar esa conciencia, y la filosofía epicúrea afirmaba liberar al hombre del temor al castigo eterno. Fue dentro de este contexto que apareció el Evangelio como Buena Nueva. Trajo la noticia de una posible cura, a hombres que sabían que estaban mortalmente enfermos.


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Pero, todo esto ha cambiado; ahora el cristianismo tiene que predicar el diagnóstico —una muy mala noticia, en sí— antes de conseguir audiencia para su tratamiento. Existen dos causas principales para ello. Una es el hecho que, durante aproximadamente cien años, nos hemos concentrado tanto en una de las virtudes —la "benevolencia" — que la mayoría de nosotros siente que aparte de la benevolencia, nada es realmente bueno, y aparte de la crueldad, nada realmente malo.


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Esos desarrollos éticos tan desequilibrados no son poco frecuentes; otras épocas también han tenido sus virtudes preferidas y sus indiferencias curiosas. Y, si ha de cultivarse una virtud a expensas de las demás, ninguna tiene mayor derecho que la misericordia, ya que cada cristiano debe rechazar con aborrecimiento esa disimulada propaganda a favor de la crueldad, que trata de eliminar la misericordia del mundo dándole nombres tales como "humanitarismo" y "sentimentalismo".


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El verdadero problema reside en que la "benevolencia" es, con fundamentos bastante inadecuados, fatal y fácilmente atribuible a uno mismo. Todos se sienten benévolos cuando no existe algo que les moleste. Es así que un individuo, convencido de que "tiene el corazón bien puesto" y de que "sería incapaz de matar a una mosca", se consuela fácilmente de sus vicios restantes, aunque jamás haya hecho un sacrificio por un semejante. Pensamos que somos bondadosos cuando, en realidad, sólo somos felices; no es tan fácil, sobre las mismas premisas, imaginarnos templados, castos o humildes.


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La segunda causa es el efecto que ha tenido el psicoanálisis, y en particular la teoría acerca de las represiones e inhibiciones, sobre la mentalidad corriente. Cualquiera sea el significado de estas teorías, la impresión que, de hecho, han dejado en la mayoría de la gente, es que el sentido de vergüenza es algo peligroso y dañino.


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Nos hemos esforzado por superar ese sentido de menoscabo, ese deseo de ocultar, que ya sea la naturaleza misma o la tradición de casi toda la humanidad han asociado a la cobardía, la falta de castidad, la falsedad y la envidia. Se nos dice que "saquemos las cosas a la superficie", no con el fin de humillarnos, sino sobre la base de que aquellas "cosas" son muy naturales y no debemos avergonzarnos de ellas.


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Pero, a menos que el cristianismo sea completamente falso, aquello que percibimos acerca de nosotros mismos en momentos de vergüenza debe ser lo único verdadero; incluso la sociedad pagana ha admitido, generalmente, que la desvergüenza es el nadir del alma. Al tratar de eliminar la vergüenza hemos demolido uno de los baluartes del espíritu humano, regocijándonos tontamente con la hazaña, al igual que hicieron los troyanos al derrumbar sus murallas e introducir el caballo dentro de la ciudad. No creo que quede más que hacer, que empezar la tarea de reconstruir lo antes posible.


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Eliminar la hipocresía mediante la eliminación de la tentación a ella, es una locura: la "franqueza" de las personas que han caído más allá de la vergüenza, es una franqueza muy pobre. Para el cristianismo es esencial recuperar el antiguo sentido de pecado. Cristo da por un hecho el que los hombres sean malos. Mientras no sintamos realmente que esta suposición suya es verdadera, a pesar de formar parte del mundo que Él vino a salvar, no seremos parte de aquellos a quienes sus palabras están dirigidas. Nos hace falta la condición básica para entender de qué está hablando.


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Cuando los hombres intentan ser cristianos sin esta conciencia preliminar de pecado, es casi seguro que el resultado sea un cierto resentimiento hacia Dios, como alguien que siempre está exigiendo imposibles y que siempre se encuentra inexplicablemente airado.


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(C.S. Lewis, en “El problema del dolor”, cap. IV, extracto)

2 comentarios:

  1. Amigos,

    Sólo para alentarlos y presentarles mi blog.

    forjandoelespiritu.blogspot.com

    Nos leemos,

    Jerónimo

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  2. Hola, felicitaciones por el blog,

    El problema es que en nuestra sociedad todo es ligth, y de esta menera todo vale, "y ya veremos como lo hacemos bueno".

    La Biblia nos recuerda que no todo nos es permitido, pero a los que dicen "pare de sufrir", no les conviene.

    Gracias a Dios para eso está nuestra Santa Madre Iglesia.

    Gracias y bendiciones

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