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Batalla de Lepanto
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En el sínodo de Obispos de Europa realizado en octubre de 1999, se habló largo y tendido sobre el ecumenismo, especialmente en relación con los numerosos musulmanes que pueblan dicho continente.
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Un obispo, Germano Bernardini, quien durante cuarenta y dos años había vivido en Turquía, país musulmán en un 99,9 %, y desde hacía dieciocho años era arzobispo de Esmirna, en el Asia Menor, dirigió la palabra a los obispos allí presentes.
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Expuso entonces tres casos, a su juicio altamente sintomáticos. Durante un encuentro oficial islamo-cristiano, un reconocido personaje musulmán, dirigiéndose a los participantes cristianos, dijo en cierto momento, con calma y seguridad: “Gracias a sus leyes democráticas los invadiremos; gracias a sus leyes religiosas los dominaremos”. Ese aserto debe creerse, comentaba el obispo, dado que el “dominio” ya ha comenzado con los petrodólares, utilizados no para crear trabajo en los países pobres del Norte de África o del Medio Oriente, sino para construir mezquitas y centros culturales en los países cristianos de inmigración islámica, incluida Roma, centro de la cristiandad. ¿Cómo no ver en todo esto, se pregunta, un claro programa de expansión y reconquista?
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Durante otro encuentro islamo-cristiano, siguió relatando el arzobispo de Esmirna, organizado, como siempre, por los cristianos, un participante de estos últimos preguntó públicamente a los musulmanes allí presentes, por qué no organizaban también ellos encuentros similares a éste. El personaje musulmán autorizado que allí estaba respondió: “¿Por qué deberíamos hacerlo? Ustedes no tienen nada que enseñarnos y nosotros no tenemos nada que aprender”. De modo que, en opinión del obispo, se trata de un “diálogo entre sordos”. Términos como “diálogo”, “justicia”, “reciprocidad”, o conceptos tales como “derechos del hombre” y “democracia”, tienen para ellos un significado completamente diferente del que tienen para nosotros.
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Finalmente monseñor Bernardini contó la siguiente anécdota. En un monasterio católico de Jerusalén había, dice, tal vez aún está, un empleado doméstico árabe musulmán. Era una persona gentil y honesta, muy estimada por los religiosos, a quienes, a su vez, él también estimaba. Un día, con aire triste, les dijo: “Nuestros jefes se han reunido y han decidido que todos los “infieles” deben ser asesinados, pero ustedes no tengan miedo porque los mataré yo sin hacerlos sufrir”. Terminó el arzobispo su alocución diciendo que había que distinguir entre la minoría fanática y violenta y la mayoría tranquila y honesta, pero si alguna vez esta última recibe una orden dada en nombre de Allah o del Corán, marchará compacta y sin vacilaciones.
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Es una enseñanza de la historia que las minorías decididas siempre logran imponerse a las mayorías silenciosas. Por eso, agregó, sería ingenuo subestimar, o peor aún, sonreír ante los tres ejemplos referidos. Más bien, convendrá reflexionar seriamente sobre la enseñanza dramática que nos dejan. No habrá, por ello, que perder la esperanza. La victoria final será de Cristo, pero los tiempos de Dios pueden ser muy largos, y por lo general lo son.
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“Termino con una exhortación que me ha sugerido la experiencia: no se debe conceder jamás a los musulmanes una iglesia católica para su culto porque ante sus ojos ésta es la prueba más certera de nuestra propia apostasía”.
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[…] El fuerte renacimiento de la conciencia islámica coincide con la incuria y el desmayo de tantos católicos que parecen haber renunciado al mandato apostólico del Señor, al punto de que algunos misioneros piensan que ya no hay que propiciar la conversión de los musulmanes al Evangelio sino tratar de que sean lo más fieles posibles al Corán.
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La convivencia que se está produciendo en el Occidente entre musulmanes y católicos ofrece una oportunidad inmejorable que deberían aprovechar los países cristianos que acogen comunidades de origen musulmán. […] Frente a la embestida islámica en Occidente, la mejor respuesta es volver a ser católicos en serio, tanto en la esfera individual como en la pública, no dejando de lado el ideal de Cristiandad. A una cosmovisión, como es la islámica, que no separa la revelación que creen haber recibido de la construcción del orden temporal, sólo cabe salirle al paso con otra cosmovisión, la verdadera, que busca la integración jerarquizada del orden sobrenatural y el natural. Si los musulmanes no ven eso, en modo alguno nos respetarán.
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El musulmán es un hombre que cree en Allah, que reza, que da limosna, que peregrina, y que sabe que será juzgado en el más allá, lo que lo hace superior a todos los ateos de Occidente. Y así se siente.
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Fuente: “La nave y las tempestades”, de Alfredo Sáenz
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Excelente alocución de este obispo.
ResponderEliminarMe temo que predica en el más arido desierto
saludos,
Gustavo
Traduzirei esta publicação para meu blog. Lá você a lerá na língua de Camões.
ResponderEliminarObrigado pelo texto.
Pe. Clécio