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Ayer se cumplieron dos semanas desde que el decreto del Papa se hizo público. Han sido dos semanas nada fáciles y ciertamente densas en las que hemos podido apreciar gestos de valentía que nos han alegrado y han contribuido al bien de la Iglesia pero, por desgracia, también hemos visto actitudes cobardes que, con intención o sin ella, han provocado dolor al Santo Padre y a la Iglesia.
Ya hemos manifestado, en otra ocasión, que no es posible culpar de todo esto a una supuesta posición poco clara de la Iglesia sobre el antisemitismo o a la rehabilitación de un obispo que niega la Shoah. Es evidente que la molestia se debe, más en general, a que la Fraternidad de San Pío X esté más cerca de la plena comunión. Y detrás de ello, debemos ser sinceros, la molestia está dirigida finalmente al Papa Benedicto XVI y a su “idea de Iglesia”. Pero aquí surge el problema: ¿estamos ante una “idea de Iglesia” de Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI? ¿O se trata, más bien, de la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Católica, de cuya fidelidad a su Divino Fundador es garante el Sucesor de Pedro?
El gran error de tantos “teólogos” disidentes, que en estos días han despertado de su letargo para criticar al Vicario de Cristo, es creer (o más bien, intentar hacer creer) que su rebelión es contra un modelo de Iglesia, del cual el actual Papa sería exponente. De ese modo, bajo la excusa de estar en contra de “la Iglesia según Ratzinger”, se ponen en contra de la Tradición bimilenaria de la Iglesia de Jesucristo. En estos teólogos y sus postulados, que muchas veces encuentran eco lamentablemente incluso en sacerdotes y obispos, se ve con claridad a qué peligrosos extremos puede llevar una interpretación pésima y arbitraria del Concilio Vaticano II, arrancándolo del contexto de la “entera y única Tradición de la Iglesia y de su fe”(cfr. discurso del Card. Ratzinger a los obispos de Chile).
En el lado opuesto, encontramos posturas como la del Padre Floriano Abrahamowicz que ha manifestado en reiteradas ocasiones y a pesar de las advertencias de sus superiores, afirmaciones que están abiertamente en contra del Magisterio de la Iglesia y del Romano Pontífice, y que no tienen ninguna relación con lo que siempre ha sostenido y sigue sosteniendo la Fraternidad de San Pío X. Si bien los medios de comunicación, con su sutil engaño, han presentado su expulsión de la Fraternidad como una condena a sus posturas negacionistas sobre la Shoah, el verdadero motivo puede encontrarse en frases como: “el que ordena el injurioso decreto de «levantamiento de excomunión» es Joseph Ratzinger, que continúa inconmovible en el ecumenismo modernista del Concilio Vaticano II […], incurriendo en la excomunión de San Pío X reservada a los modernistas. ¡Un excomulgado levanta una censura inexistente!”, y también: “este decreto lleva inevitablemente a la unión de hecho con la Iglesia Conciliar, condenada por la Iglesia Católica”, e incluso: “rezamos por Joseph Ratzinger para que abjure del modernismo y abrace la fe católica y por la Fraternidad de San Pío X para que permanezca fiel a la obra de Mons. Lefebvre”. Teniendo en cuenta estas afirmaciones, propias de una hermenéutica de la ruptura “a la inversa”, se entiende bien que la medida de la Fraternidad al expulsarlo ha sido un nuevo gesto valiente y necesario. No puede haber confusión. La Fraternidad no comparte, ni nunca lo ha hecho, ese tipo de afirmaciones. No es cierto, de ninguna manera, que respondan al espíritu de Mons. Lefebvre. El hecho de que la Fraternidad las rechace tajantemente, imponiendo una severa pena a quien las ha expresado, deja claro (aún para aquellos que dicen dudar de ello) que la Fraternidad está con el Papa y que es fiel a la Iglesia, y nos brinda la esperanza de que los diálogos tan esperados producirán el buen fruto de la plena comunión, que redundará en bien de toda la Iglesia.
En medio de estas dos posturas, que aún siendo opuestas entre sí tienen en común el daño que producen en las almas y su oposición a la verdad, nos encontramos con el camino señalado por el Santo Padre. Se trata del camino auténtico, del camino de la Iglesia, del camino de la Verdad. Como el mismo Benedicto XVI afirmaba cuando aún era cardenal, “el Papa no es el órgano capaz de proclamar una Iglesia diferente sino el dique de contención frente a la arbitrariedad. Él debe ser el garante de la obediencia, de que la Iglesia no haga lo que quiera”. Cuando fue elevado a la Sede de Pedro, el Papa habló en estos términos de “sus” planes como Sumo Pontífice: “mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”. Por eso, a pesar de que Hans Kung y don Abrahamowicz (por mencionar dos nombres que evoquen las dos posturas erróneas) no puedan o no quieran aceptarlo, el Santo Padre señala y recorre con valentía el camino de la Verdad, asumiendo el sufrimiento que esto implica porque, como él mismo ha afirmado, “el rasgo definitorio de la verdad es que merece la pena sufrir por ella”.
Y es el amor a la Verdad el que se refleja cuando el Papa actúa, trabaja y sufre con el fin de que todos en la Iglesia permanezcan fieles a la Tradición; cuando se esfuerza porque también los últimos cuarenta años sean leídos en esta continuidad dos veces milenaria del Cuerpo Místico de Cristo; cuando rechaza firmemente una hermenéutica de la ruptura que termina provocando una autodemolición de la misma Iglesia; cuando, fiel a la misión del Sucesor de Pedro, se ocupa de buscar y promover la unidad de todos los fieles cristianos; cuando continúa dando testimonio de la Verdad, que es Cristo, aún sufriendo por ello desprecio y persecución. La situación actual de la Iglesia de Cristo, con tan violentos ataques desde tantos frentes, podría provocar miedo o desesperación. Pero podemos seguir adelante con confianza, ¡tenemos Papa!
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El P. Abrahamowicz habrá sido echado de la FSSPX y me parece muy bien, pero monseñor Tissier de Malleray hasta hace nada ha ido declarando que el Concilio Vaticano II debe ser cancelado y olvidado por la Iglesia. Lo ha sostenido incluso después del levantamiento de las excomuniones. Es de esperar que en la anunciada carta de los cuatro obispos de la FSSPX a la Santa Sede manifieste su total sumisión al magisterio de la Iglesia, incluido el Vaticano II a la luz de la Tradición. Pedro Huertas (Cañete)
ResponderEliminarPedro: No es posible que la FSSPX se someta a la completa enseñanza del Concilio. Su génesis se debe precisamente a las nefastas consecuencias que éste ha producido. La FSSPX nunca ha considerado al Concilio como parte de la Tradición de la Iglesia.
ResponderEliminarOtra cosa, que comparto, son las negativas consecuencias de las declaraciones también faltas de tacto e inoportunas (que además no es necesario que las haga por ser conocidas) de Mons. Tissier de Mallerais, que no aportan nada positivo para encontrar la comunión plena.
Bueno, la situación que está sucediendo en el interior de la FSSPX era hasta cierto punto previsible, ya que muchos de sus miembros temen caer (en caso de comunión plena) en las garras de la Iglesia conciliar, tal como las Fraternidades de San Pedro o de San Juan Maria Vianney, y las demás congregaciones tradicionales que están en ella como piezas de museo; y otros tantos temen por el contrario no alcanzar la comunión plena debido justamente a la actitud beligerante de personas como Mons.Tissier de Mallerais. Dejemos que las conversaciones entre las partes se inicien (todavía no empiezan, y serán largas).
Pero, sin duda lo más importante es que estas batallas, escaramuzas, y dimes y diretes evidentemente tenían que ocurrir, porque de obtenerse la plena comunión habrá un gran perdedor: el DIABLO. Y, éste no cesará en combatir con todos sus medios esta comunión plena (incluyo entre estos medios por cierto todo el personal "progresista" inserto o fuera de la Iglesia, como teológos, obispos, clero en general, medios de comunicación, masones, partidos políticos, etc.). No irá a creerse que esta comunión se obtendrá sin sufrimientos, ¿oh sí?
Saludos,
Gustavo