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Si una paloma llevase en su pico un dátil y le dejase caer en un jardín, la palma que produjese pertenecería al dueño del jardín. Siendo, pues, esto así ¿quién podrá dudar de que habiendo el Espíritu Santo dejado caer este divino dátil, como divina paloma, dentro del jardín firme y cerrado de la Santísima Virgen, jardín sellado y rodeado por todas partes del seto del voto de virginidad y castidad inmaculado, el cual pertenecía a San José, como la mujer o esposa al esposo; quién dudaría, digo yo, o quién podrá decir, que esta divina palma que lleva el fruto que sustenta para la inmortalidad, no pertenecía por lo tanto bajo este respecto, a este grande José, el cual por esto no se ensoberbecía, antes siempre se hacía más humilde?
¡Oh Dios! Cómo daba bien a entender ésta la reverencia y respeto con que trataba tanto a la Madre como al Hijo, que aunque quiso dejar a la Madre no sabiendo aún del todo la grandeza de su dignidad, ¿en qué admiración y profundo aniquilamiento vivió después cuando se vio tan honrado, que Nuestro Señor y Nuestra Señora se rendían obedientes a su voluntad y no hacían cosa fuera de su precepto?
No hay duda alguna que San José fue más valiente que David y tuvo más sabiduría que Salomón. No obstante, viéndole reducido al ejercicio de carpintero, ¿quién hubiera juzgado esto, si no fuera alumbrado por la luz celestial? tan encubiertos tenía los dones singulares de que Dios le había hecho merced. Pero ¿qué sabiduría no tuvo, pues Dios le dio el cargo de su Hijo gloriosísimo, y le escogió para que le gobernase? Si los príncipes de la tierra ponen tanto cuidado, como cosa importantísima, en dar un ayo de los más capaces a sus hijos, ya que Dios podía hacer que el ayo de su Hijo fuese el hombre más cabal del mundo en toda clase de perfecciones, según la dignidad y excelencia de la persona gobernada que era su Hijo gloriosísimo, Príncipe universal de cielo y tierra, ¿cómo podía ser, que habiendo podido, no lo hubiese querido y no lo hubiera hecho?
No hay, pues, duda alguna de que San José no fuese dotado de todas las gracias y de todos los dones que merecía el cargo que el Padre eterno le quería dar […] Con esto, pues, entenderéis cuán relevante fue la dignidad de San José y cuán adornado estuvo de toda suerte de virtudes […]
¡Oh cuán dichosos seremos si podemos merecer tener parte en sus santas intercesiones! Porque nada que pidiere le será negado, ni por Nuestra Señora, ni por su Hijo glorioso; nos alcanzará, si tenemos confianza en él, un aumento santo en todas las virtudes, pero especialmente en aquellas que tuvo en más alto grado que los otros Santos, que son la santísima pureza de cuerpo y de espíritu, la amabilísima virtud de la humildad, la constancia, valentía y perseverancia, virtudes que nos sacarán victoriosos, en esta vida, de nuestros enemigos, y que nos harán merecer la gracia de ir a gozar, en la vida eterna, de las recompensas que están prevenidas a aquellos que imitaren el ejemplo que él les dio, estando en esta vida. Recompensa que no será menos que la felicidad eterna, en la que gozaremos de la clara visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Dios sea bendito.
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Fuente:
San Francisco de Sales
“Las virtudes de San José” (passim)
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