lunes, 25 de enero de 2010

Católicos y ortodoxos: balance y perspectivas

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Benedicto XVI y Bartolomé I

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Concluye hoy, con la celebración de las Vísperas presidida por Benedicto XVI en la Basílica de San Pablo, la Semana de oración por la unidad de los cristianos. En la clausura estará presente, junto al Santo Padre, el Cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la unidad de los cristianos.


Se habla mucho en estos días sobre la sucesión del cardenal alemán de 76 años y, si bien algún vaticanista ha hablado de mons. Bruno Forte(arzobispo de Chieti-Vasto), la mayoría menciona como posible sucesor al actual obispo de Ratisbona, monseñor Gerhard Ludwig Müller.


Ofrecemos ahora nuestra traducción de un artículo que el sub-secretario del dicasterio, Mons. Eleuterio Fortino, ha escrito para L’Osservatore Romano sobre el estado actual del diálogo teológico entre católicos y ortodoxos, en vistas del próximo encuentro que se llevará a cabo en Viena, en el mes de septiembre, para continuar tratando el tema del ejercicio del ministerio petrino.

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El diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto ha desembocado en el estudio del problema crucial del contencioso histórico y doctrinal entre Oriente y Occidente, el rol del obispo de Roma en la Iglesia de Cristo. El diálogo teológico es conducido por la Comisión mixta internacional entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, pero se desarrolla en el ámbito de las relaciones entre la Iglesia católica y las diversas Iglesias ortodoxas (Patriarcado ecuménico, Patriarcado de Moscú, Patriarcado de Serbia, Patriarcado de Rumania, Iglesia de Grecia, Iglesia de Albania, y así sucesivamente). Además, conversaciones también de carácter teológico tienen lugar a diversos niveles y, en particular, en las facultades teológicas y en los institutos de investigación ecuménica. Estas relaciones han registrado varios momentos positivos en el año transcurrido. Las mismas dificultades que naturalmente se encuentran contribuyen a precisar el método del diálogo.


Benedicto XVI, en el mensaje dirigido al Patriarca ecuménico para la fiesta de san Andrés del 30 de noviembre pasado, afirmó que el Espíritu Santo “que guía a la Iglesia y puede transformar todas las debilidades humanas en oportunidades para el bien. Esta apertura ha caracterizado el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, que el mes pasado celebró en Chipre su undécima sesión plenaria” (Paphos, 16-23 de octubre de 2009). El Papa añadió un comentario sobre el excelente clima que sostuvo los trabajos: “La reunión estuvo marcada por un espíritu de solemne compromiso y un afectuoso sentimiento de cercanía”. Refiriéndose al tema que se ha comenzado a estudiar, Benedicto XVI expresó la siguiente consideración: “el tema de la sesión plenaria —"El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio"—, ciertamente es complejo y requerirá un estudio amplio y un diálogo paciente si queremos aspirar a una integración compartida de las tradiciones de Oriente y de Occidente”.


Debe recordarse que en Chipre se ha recompuesto la plenitud moral de la representación ortodoxa con la presencia de la delegación rusa que había abandonado la precedente sesión de Rávena (2007) a causa de una controversia interna entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado Ecuménico. Después de la caída del comunismo y la declaración de independencia de los Países bálticos, el Patriarcado ecuménico había reconfirmado la autonomía a la Iglesia ortodoxa de Estonia y en Rávena la había invitado como Iglesia miembro del diálogo. No reconociendo el Patriarcado de Moscú aquella autonomía, sus delegados, al constatar la presencia de dos representantes de Estonia en Rávena, se sintieron en el deber, con el consentimiento de las propias autoridades eclesiásticas, de no participar en el encuentro para no manifestar ningún reconocimiento, tampoco implícito. Era una cuestión interna de la ortodoxia pero causaba una herida al diálogo católico-ortodoxo. Los contactos entre los dos patriarcados y las relaciones con las otras Iglesias ortodoxas han favorecido una decisión que ha resuelto el problema, aún quedando abierta la controversia sobre la autonomía de la Iglesia de Estonia. En un encuentro de los Primados de las Iglesias ortodoxas (Estambul, octubre de 2008), convocado por el Patriarca ecuménico, se decidió que la Iglesia ortodoxa está representada solamente por todas las Iglesias autocéfalas. Las Iglesias autónomas están representadas por las respectivas Iglesias-madres, tanto en las comisiones preconciliares que preparan el Gran Concilio pan-ortodoxo como en los diálogos ecuménicos. Por lo tanto, la cuestión de la presencia de Iglesias autónomas en el diálogo no tenía más consistencia. Las Iglesias autocéfalas (patriarcados y arzobispados) son ahora quince con el ingreso de la Iglesia autocéfala de Albania, después de su reestructuración luego de la caída del comunismo.


La comisión mixta de diálogo entre católicos y ortodoxos se encontró en Chipre para tratar el primado del obispo de Roma sobre la base del documento acordado en Rávena (2007) y su mandato. Ese documento afirma con cierta solemnidad: “Ambas partes – católicos y ortodoxos – concuerdan en el hecho de que Roma, en cuanto Iglesia que «preside en la caridad», según la expresión de san Ignacio de Antioquía, ocupaba el primer puesto en la tàxis (en el orden entre las Iglesias) y que el obispo de Roma es, por lo tanto, el pròtos (es decir, el primero) entre los patriarcas". Es una afirmación importante, también porque es hecha conjuntamente por católicos y ortodoxos. ¿Pero cuál es su alcance en la vida de la Iglesia? ¿Cuáles son las implicancias que se siguen en el ejercicio de tal función primacial? El documento de Rávena precisa: “Ellos – católicos y ortodoxos –no concuerdan en la interpretación de los testimonios históricos de esta época en lo que concierne a las prerrogativas del Obispo de Roma en cuanto pròtos, cuestión entendida de modo diverso ya en el primer milenio” (n. 41). El documento de Rávena, sobre el primado en los diversos niveles eclesiales, pone de relieve dos puntos. En primer lugar, que “el primado en todos los niveles es una práctica sólidamente fundamentada  en la tradición canónica de la Iglesia”. Y luego, que “mientras el hecho del primado a nivel universal es aceptado tanto por Oriente como por Occidente, existen diferencias en el modo de entender, sea el modo según el cual debería ejercerse, sea sus fundamentos escriturísticos y teológicos” (n. 43). La Comisión, por lo tanto, declara que hay un acuerdo en el hecho de la existencia en la praxis de la Iglesia de un pròtos también a nivel universal. Al mismo tiempo, señala tres zonas de diferencias. Entre Oriente y Occidente, existen diferencias de comprensión sobre los testimonios históricos, sobre los fundamentos escriturísticos y teológicos, así como sobre el modo de ejercicio del primado.


En la conclusión, el documento de Rávena indica la problemática que se deberá afrontar en el diálogo. Se afirma: “Queda por estudiar de modo más profundo la cuestión del papel del Obispo de Roma en la comunión de todas las Iglesias”. El documento señala dos cuestiones: “¿Cuál es la función específica del obispo de la “prima sede” en una eclesiología de koinonìa, en vista de lo que hemos afirmado sobre la conciliaridad y la autoridad? ¿De qué manera la enseñanza sobre el primado universal de los concilios Vaticano I y Vaticano II puede ser comprendida y vivida a la luz de la práctica eclesial del primer milenio?”. Y comenta: “Se trata de interrogantes cruciales para nuestro diálogo y para nuestras esperanzas de restablecer la plena comunión entre nosotros” (n. 45). Este estudio integral implica una investigación sobre el primer milenio, es decir, sobre el período en que Oriente y Occidente vivieron en la comunión plena; para pasar luego al segundo milenio, tiempo en que el ejercicio del primado del obispo de Roma ha conocido un refuerzo significativo incluyendo la declaración dogmática del Vaticano I y la explicación de su ejercicio confirmado por el Vaticano II. El conjunto implica, al menos, dos zonas de investigación común: la identificación de los hechos históricos en su objetividad y el intento de una hermenéutica compartida que pueda llevar a un consenso concorde. Se trata, por lo tanto, de un proceso razonablemente largo.


En la sesión de Chipre se comenzó el estudio del rol del obispo de Roma sobre la base de un boceto preparado por el Comité mixto de coordinación, que se reunió en Creta (Elounda, 27 septiembre-4 de octubre de 2008). Se dio inicio al estudio de los testimonios históricos sobre el rol particular de la Iglesia de Roma y de su obispo en los primeros siglos. Se constató que los escritos apostólicos testimonian con claridad que la Iglesia de Roma ha ocupado un puesto distinguido entre las Iglesias y ha ejercido un particular influjo en materia doctrinal, disciplinar y litúrgica. En cuanto capital del imperio, Roma tenía una relevancia única. La llegada a Roma de Pedro y Pablo y su martirio, las peregrinaciones a sus tumbas, han dado una gran resonancia religiosa a la entera comunidad cristiana. En un momento de crisis en la vida de la Iglesia de Corinto, la Iglesia de Roma interviene escribiendo una carta para la reconciliación, para restablecer la unidad y la armonía. Esa carta es atribuida al obispo de Roma que san Ireneo identifica con el Papa Clemente. Sigue la Carta a los romanos de san Ignacio de Antioquía que, refiriéndose a la Iglesia de Roma, dice que ella “preside en la caridad”. San Ireneo, elogiando las características de apostolicidad y ortodoxia de la Iglesia de Roma, afirma que es necesario que cada Iglesia concuerde con ella a causa de su origen y de su autoridad (propter potentiorem principalitatem).


El análisis en la doble vía – identificación de los datos e intento de interpretación – continuará sobre otros elementos manifestados en el primer milenio, como las decisiones de los concilios ecuménicos relativos a la táxis de las Iglesias, el rol determinante de Roma en momentos particulares de crisis: arrianismo, monofisismo, monoteísmo, iconoclasia. El panorama completo de las cuestiones a afrontar incluye las temáticas del rol de la Iglesia de Roma en la comunión de las Iglesias, el obispo de Roma y su sucesión al apóstol Pedro, el recurso al obispo de Roma en tiempos de tensiones en la comunión eclesial, y el influjo de factores no teológicos que han contribuido al desarrollo del rol del obispo de Roma en la Iglesia y en la sociedad.


Benedicto XVI, refiriéndose al trabajo de la Comisión mixta, en el citado mensaje dirigido al Patriarca ecuménico, ha dado una orientación preciosa sobre el rol del obispo de Roma: “Este ministerio no debe interpretarse desde una perspectiva de poder, sino en el ámbito de una eclesiología de comunión, como un servicio a la unidad en la verdad y en la caridad”. Y añadió: “El obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad (san Ignacio de Antioquía), se entiende como el Servus servorum Dei (san Gregorio Magno)”. Luego, reforzó la idea recordando la propuesta sobre la necesidad de un diálogo fraterno para encontrar juntos las formas de ejercicio del ministerio del obispo de Roma. Él escribió: “Como escribió mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, y como reiteré con ocasión de mi visita a El Fanar en noviembre de 2006, se trata de buscar juntos, inspirándonos en el modelo del primer milenio, las formas en que el ministerio del Obispo de Roma pueda realizar un servicio de amor reconocido por todos”.


La Comisión mixta internacional continuará el estudio del tema del rol del obispo de Roma en el primer milenio en la siguiente sesión plenaria convocada en Viena, en los días 20-27 de septiembre de 2010. Benedicto XVI ha pedido oración por este diálogo sobre un tema crucial. “Pidamos, por lo tanto, al Señor – exhortó - que nos bendiga y que el Espíritu Santo nos guíe a lo largo de este camino difícil pero prometedor.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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