Por Jerónimo
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Haciendo un recorrido por varios blogs católicos, o mejor dicho, blogs de autores católicos, me ha llamado la atención la diversidad de opiniones respecto a una intervención de la Conferencia Episcopal Española en materia de índole estrictamente teológica y pastoral.
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El asunto es que un sacerdote ha publicado un libro sobre Nuestro Señor en el cual comete algunos errores serios, según el juicio de los obispos. En tal situación la Comisión para la Doctrina de la Fe perteneciente a la mencionada Conferencia Episcopal, ha emitido una Nota en la que explica cuáles son los errores que comete el autor.
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Lo que me ha sorprendido es la cantidad de opiniones que esto ha suscitado, tanto a favor de la Nota como en contra de ella. ¿Acaso no es esa labor una de las competencias propias de los obispos? ¿Quiénes son los que en nuestra Iglesia han de velar por conservar intacto el depósito de la fe? ¿No son los obispos? Pues siempre ha sido así, y así ha de continuar. No por antojo, sino porque así lo quiso el Señor al fundar la Iglesia.
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Pero parece que no para todos está tan clara la cuestión. Algunos, reconociendo que no pueden hablar desde lo teológico, critican a los obispos desde lo pastoral, afirmando que confunden a los fieles ya que la Nota no es clara. Pero es obvio que no puede ser clara para todos. Trata sobre aspectos teológicos que son muy sutiles. La actitud pastoral tiene que ver con la de apacentar y defender a las ovejas. No siempre podremos entender todo. Si los obispos dicen que algo es peligroso para los fieles, entiendo que a los fieles debería bastarnos. Por otro lado, no sé si les sucede a ustedes lo que a mí, pero ¿no notan últimamente que la Iglesia está llena de “expertos” en pastoral?
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Otros se enojan porque el libro tenía un “nihil obstat” dado anteriormente por un obispo. Entiendo el descontento, pero si más tarde se descubre que el libro contenía errores ¿estaría bien mirar hacia otro lado y no advertir a los lectores?
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En otros sitios he visto que se defiende al autor con expresiones como: a mí me ha hecho muy bien leer el libro. Si el libro ha suscitado más fe en Nuestro Señor, en buena hora. Lo cual no significa que no contenga errores y que no pueda ser corregido. Los obispos no dicen que todo el libro está mal. Afirman que contiene errores que no deben pasar inadvertidos.
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Por otro lado, he visto que hay una suerte de victimización del autor. Y parece que algunos han sentido el deber de salir en defensa del más débil. Creo que hay que poner cada cosa en su lugar. Si los obispos dicen “el libro tiene errores teológicos” y el autor es un católico, aunque esté convencido de no haberlos cometido, aunque esté persuadido de que ha dicho la verdad, y aún si los obispos estuvieran en un error, debería acceder con humildad a lo que se le indique. Y no por ello es víctima de nada ni de nadie. No dude que dará más gloria a Dios con su humildad y su obediencia que con su libro.
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Por otro lado, es totalmente entendible que la gran mayoría de los lectores digan que no encuentran nada malo en la obra. Y que les ha gustado sobremanera, etc. Existen diferentes niveles de lectura; es probable que si una obra está muy bien lograda, si atrapa al lector, y si le provoca emociones agradables, acabe diciendo que el libro es estupendo, sin detenerse en más detalles.
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Pero se ha de comprender que si en un libro publicado en el seno de la Iglesia, que va a ser leído por muchos fieles, y que trata nada menos que de la Persona de Jesucristo, los obispos descubren imprecisiones, afirmaciones ambiguas o erróneas, no pueden dejarlo pasar sin más. A los Apóstoles y sus sucesores Nuestro Señor ha confiado la guía de la Iglesia, prometiendo que estaría con ella hasta el fin del mundo. Hasta ahora no lo han hecho tan mal, ya que aquí estamos.
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Dejemos que los obispos cumplan la función que les corresponde. Muchos de ellos han dado su vida por mantener intacto el depósito de la fe, ese es uno de sus más importantes deberes. Nuestra función en el Cuerpo de la Iglesia es llenar todo con Cristo, llevar a Cristo a todos los lugares, mostrar que somos sus discípulos, mostrar que amamos la Iglesia tal como Jesús la instituyó, que amamos a nuestros pastores y les obedecemos –aunque a veces no entendamos- porque ellos representan para nosotros la autoridad de Jesús.
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