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Como suele suceder, el Padre Federico Lombardi, director de la oficina de prensa de la Santa Sede, ya ha tenido que salir al paso de algunas afirmaciones insistentemente repetidas en los medios. ¿De qué se trata esta vez?
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En primer lugar, ha debido aclarar que el hecho de que el Santo Padre haya celebrado los dos encuentros de ayer por la mañana (con los representantes de otras confesiones cristianas, y con los de otras religiones) en la Catedral, donde está residiendo, no significa que el Papa esté mal de salud o que haya razones médicas que así lo aconsejen. De este modo, por tercera vez en una semana, el portavoz vaticano se encargó de desmentir totalmente los fantasmas que algunos medios, como de costumbre, han creado en torno a la salud de Benedicto XVI. Como ya afirmamos antes, ciertamente un viaje tan largo es cansador para un hombre de 81 años, y el Papa mismo lo ha reconocido al decir a los jóvenes que miró este viaje con preocupación. Ahora bien, entre esta realidad y hablar de un Papa enfermo y desgastado, hay una gran distancia…
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La segunda de las aclaraciones del Padre Lombardi ha sido respecto al discurso que el Papa pronunció durante el encuentro con los representantes de otras iglesias y comunidades eclesiales cristianas. En este caso, la "opinión publicada" habló de un discurso pesimista de Benedicto XVI. El vocero papal se encargó de aclarar que el Papa fue, más bien, realista. La acusación de pesimismo ha caído durante años sobre Joseph Ratzinger, mucho antes de que fuera elegido Papa. Refiriéndose a otro asunto, hace pocos años, el acusado se defendía diciendo que "... cuando dije eso, llovió sobre mí el reproche de pesimista. Y hoy nada parece más prohibido que lo que denominamos pesimismo, y que a menudo es puro realismo".
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¿Pero qué dijo hoy realmente el Papa? En primer lugar habló del bautismo "que es la puerta de entrada en la Iglesia y el «vínculo de unidad» para cuantos han renacido gracias a él", y lo llamó "punto de partida de todo el movimiento ecuménico". Hasta aquí, todos de acuerdo. "Pero no es el destino final", agregó el Pontífice. Y prosiguió afirmando que el ecumenismo debe tender a una celebración común de la Eucaristía, ya que "Cristo la confió a sus Apóstoles como Sacramento por excelencia de unidad de la Iglesia". Recordó, entonces, la necesidad de un "diálogo sincero sobre el lugar que ocupa la Eucaristía, estimulado por un renovado y atento estudio de la Escritura, de los escritos patrísticos y de los documentos de los dos milenios de la historia cristiana".
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En una frase llena de realismo, el Papa afirmó: "creo que estaréis de acuerdo en considerar que el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico". Y además de recordar la necesidad de "pedir continuamente a Dios que renueve nuestras mentes con la gracia del Espíritu Santo", pronunció unas palabras que seguramente no agradaron a muchos: "Hemos de estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos. En realidad, la historia de la Iglesia demuestra que la praxis no sólo es inseparable de la didaché, de la enseñanza, sino que deriva de ella. Cuanto más asiduamente nos dedicamos a lograr una comprensión común de los misterios divinos, tanto más elocuentemente nuestras obras de caridad hablarán de la inmensa bondad de Dios y de su amor por todos".
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En definitiva, podríamos decir que lo que muchos consideran "pesimismo" es simplemente el ardiente deseo del Sucesor de Pedro por la unidad, tal como siempre ha sido entendida por la Iglesia. Muchos consideran que para llegar a la unidad plena sólo basta manifestar que creemos en Cristo (sin ahondar demasiado en detalles…) dejando de lado todo el resto de la doctrina. Incluso dentro de la Iglesia Católica hay algunos que opinan así, basándose injustamente y sin fundamento en el Concilio Vaticano II. Pero el Papa sabe que eso sería una engañosa mentira. Y optando también aquí por la hermenéutica de la continuidad, es decir, haciendo una lectura del ecumenismo en continuidad con la tradición bimilenaria de la Iglesia y no en total ruptura con ella, pide que no se considere a la doctrina "un obstáculo" sino que se profundice en ella para llegar así a una unidad auténtica, tal como es querida por Jesucristo quien oró "para que todos sean uno". En síntesis, el Santo Padre afirma claramente que no puede haber verdadero ecumenismo si se deja a un lado la doctrina. Esta es esencial al diálogo ecuménico. La Iglesia, como depositaria de la Revelación, no renunciará nunca a nada de lo que Dios le ha confiado. Ella debe guardar celosamente el depósito de la fe. Queda muy claro, entonces, cuál es el ecumenismo al que aspira Benedicto XVI: el de la fe incontaminada, el que busca la unidad sin desmedro de la doctrina. Ecumenismo verdadero.
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Muy buena precisión acerca del supuesto "pesimismo" del Santo Padre. El legítimo afán expresado en las palabras de Cristo, que ruega al Padre "ut unum sint" no implica que se deba sacrificar la Verdad. Jesucristo vino a llevar la Ley a su plenitud y, en primer lugar, se dirigía al pueblo de Israel. Imaginémonos si en su afán salvífico hubiera practicado el ecumenismo irenista con fariseos, saduceos, herodianos, zelotes, etc. La Buena Nueva hubiera quedado completamente anulada. Jesús aceptó entre sus seguidores a miembros de esas distintas comunidades religiosas, pero no los errores por éstas profesados: contra los saduceos habló claro sobre la resurrección; vapuleó la religión meramente formalista de los fariseos; aclaró a los zelotes que el reino que predicaba no era político ni se conquistaría por las armas, etc. Benedicto XVI no hace sino seguir el ejemplo del Maestro. Grazie, Francesco, di quest'articolo. R.
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