*
*
Ofrecemos este interesante artículo del Arzobispo Alfred C. Hughes sobre el arte de celebrar la Sagrada Liturgia.
***
El arzobispo Malcolm Ranjith, [ex] Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, dio recientemente la ponencia de apertura de la Conferencia Litúrgica “Gateway” en St. Louis. En ella, trató el tema central que necesita ser afrontado si deseamos cumplir con la visión expresada en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II: el arte de celebrar la Sagrada Liturgia.
En primer lugar, nos es de ayuda reconocer que el término “arte” se refiere usualmente a las habilidades creativas que contribuyen a la “belleza”. Sin embargo, cuando se aplica este término a la Liturgia, las habilidades humanas están subordinadas a la realidad divina que está aconteciendo. Cuando el centro de atención está puesto en lo humano, separado de lo divino, la celebración de la Liturgia termina sufriendo.
No debería haber tensión entre el arte de celebrar y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles. Desafortunadamente, en la primera fase de implementación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, se puso un énfasis muy grande en la actividad externa de los fieles. Como resultado, la búsqueda de la participación plena ha gravitado más hacia la inclusión de ministerios litúrgicos para laicos que hacia las disposiciones interiores requeridas para hacer que la participación sea más fructuosa. En la Sagrada Liturgia, es Cristo el que obra. Lo que es de una importancia extrema es que estemos interiormente unidos a Él en la ofrenda sacrificial que Él hizo una vez en la historia, y que es re-presentada en la celebración sacramental de la Liturgia. El Artista es el Señor. A nosotros nos toca estar unidos con Él.
Así, el arte de celebrar bien no es tanto cuestión de una serie de acciones puestas juntas en una unidad armoniosa, sino que más bien se trata de una comunión profundamente interior con Cristo y con Su acción salvífica de entrega sacrificial. Esto significa que el sacerdote necesita sumirse en una actitud de fe y de oración profundamente reverente, totalmente concentrada y llena de anonadamiento. El sentido de sobrecogimiento del sacerdote debe ser tangible. Su deseo de vivir lo que está celebrando debe poder reconocerse en su vida.
Además, la Sagrada Liturgia es una acción que ha sido confiada a la Iglesia. El celebrante no es el dueño de la Liturgia. No es algo suyo que pueda alterar. La Liturgia es un don, un tesoro, que debe ser respetado y recibido con sentido de reverencia, que debe ser protegido contra una inapropiada secularización.
Cristo mismo es el Celebrante principal. En la constitución apostólica [en realidad se trata de una exhortación apostólica post-sinodal] Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI afirma enérgicamente esta verdad: “Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno”.
Uno de los grandes riesgos de celebrar la Misa de cara al pueblo es que el sacerdote se vea tentado a llamar la atención sobre sí mismo. Todos somos humanos. Pero el centro de la acción es Cristo. La forma en que hablamos y actuamos debe llamar la atención sobre esta verdad. Por consiguiente, la celebración debería estar dominada por un sentido de sobrecogimiento y de misterio, con un silencio apropiado y en un espíritu de oración. Lo que hacemos es la Divina Liturgia. Es eclesial en su forma y en su formación. No debiera ser sujeto de ajustes personales. Es por esto que el arte apropiado de celebrar implica la adhesión fiel a las normas litúrgicas en todas sus riquezas.
El Santo Cura de Ars escribió: “Todas las buenas obras juntas no tienen el valor del Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Santa Misa es obra de Dios. El martirio no es nada en comparación, es el sacrificio que el hombre hace de su vida a Dios; pero la Misa es el Sacrificio que Dios ofrece al hombre de Su Cuerpo y de Su Sangre”.
Dios nos conceda a todos los sacerdotes la gracia de realizar y cumplir este rol asombroso de un modo tal que podamos fomentar “la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles”.
***
Fuente: Arquidiócesis de New Orleans
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario