martes, 18 de agosto de 2009

Sacerdotes bien formados: un bien para la Iglesia

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Seminario Romano Mayor

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Un texto “breve, incisivo y muy claro” sobre la formación de los candidatos al sacerdocio podría ser publicado al final del Año sacerdotal. La iniciativa está en estudio en la Congregación para la Educación Católica que, con este fin, tiene la intención de proponer en los próximos meses la convocación de la Comisión interdicasterial permanente que se ocupa de la formación de los candidatos a las sagradas órdenes. Lo refiere el arzobispo Jean-Louis Brugués, secretario del dicasterio, que en esta entrevista a L'Osservatore Romano subraya la centralidad de la obra educativa, en la misión de la Iglesia, a la luz del Año sacerdotal.

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En la “Caritas in veritate”, Benedicto XVI invita a promover un acceso cada vez más amplio a la educación para todos los pueblos. ¿De qué modo la Congregación se siente interpelada por este llamado?


Podemos hacer, en primer lugar, tres observaciones. La primera: el Papa pone la educación dentro del principio de solidaridad. En la encíclica, Benedicto XVI recuerda los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia: subsidiariedad y solidaridad. La educación es, por lo tanto, una cuestión de solidaridad entre los diversos sectores y las diversas generaciones de una sociedad. La segunda observación es que una educación presupone una instrucción, es decir, un saber a transmitir. El Papa vuelve en varias ocasiones sobre este concepto del saber. Por ejemplo, en el número 30, afirma: “La caridad no excluye el saber, más bien lo exige”. Sin un saber, la caridad es ineficaz. No es sólo una cuestión de buenos sentimientos. Es necesario también transformar las cosas a través del saber. La tercera observación es que nosotros, los cristianos, creemos en una formación completa de la persona. Se habla de formación integral, lo cual presupone una visión global del hombre en sus diversas dimensiones.


A la luz de estas consideraciones, nuestro dicasterio se encuentra doblemente animado; ante todo, a valorar el saber y la cultura. Nosotros estamos desarrollando, en las diversas instituciones que dependen de la Congregación, lo que llamaría una cultura de la excelencia, y en la encíclica encontramos un estímulo en este sentido. En segundo lugar, nosotros ponemos el énfasis en la formación integral de la persona, en particular sobre la dimensión espiritual que corre el riesgo de ser olvidada en una sociedad secularizada.

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También en el mensaje a la cumbre del G8, en L’Aquila, el Papa ha hablado de la importancia de la educación, subrayando que es la condición indispensable para el funcionamiento de la democracia, para la lucha contra la corrupción, para el ejercicio de los derechos políticos y sociales. ¿Qué contribución puede ofrecer la Iglesia en este sentido?


Nuestra Congregación tiene la responsabilidad respecto a 1.200 universidades católicas presentes en todo el mundo, a 2.700 seminarios – la mayor parte de los existentes – y a 250.000 escuelas católicas. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos es, a su vez, responsable para África y Asia. De aquí surge que los institutos representan una posibilidad para la Iglesia, si bien no todos están siempre convencidos de ello. Son ámbitos naturales en los que la Iglesia participa en la elaboración de la cultura de un determinado país. No hay mejor manera de insertarse en la cultura de un país que a través de la escuela y la universidad. Constituyen, por lo tanto, una posibilidad para la Iglesia y también para la sociedad, porque este gran esfuerzo pedagógico que realizamos desde hace siglos lo ponemos al servicio de la comunidad humana.

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¿Con qué finalidad?


Los objetivos son dos. El primero es recordado en la carta que convoca el Año sacerdotal: devolver al sacerdote el gusto de su sacerdocio y ayudarlo a reencontrar una identidad más clara que la que se muestra en diversos países del mundo. Parece que, en ciertos contextos culturales, la fisonomía del religioso y de la religiosa es más evidente que la del sacerdote diocesano. He aquí una magnífica ocasión para redescubrir la naturaleza del sacerdote y cuánta necesidad tenemos de él. Para esto, el segundo objetivo es el de redescubrir el lugar del sacerdote en el interior de las comunidades cristianas. Este año pastoral no es, por lo tanto, sólo para los sacerdotes sino para toda la comunidad cristiana, para toda la Iglesia.


Esta doble dimensión interpela a la Congregación, ya que ella es responsable de la formación de los seminaristas. Debemos hacer comprender a los seminaristas este mensaje: habéis sido elegidos, es un honor, estad felices de ser sacerdotes. Quisiera que el seminario fuese una escuela de la felicidad de ser sacerdotes. Esta es la primera dimensión. Y la segunda es que la formación ofrecida en los seminarios sea la mejor posible. Cuando recibimos a los obispos en visita ad limina, a nuestro Prefecto le gusta repetir: “No dudéis en poner al servicio de la formación de los seminaristas a vuestros mejores sacerdotes: vale la pena”.

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El Año sacerdotal es ocasión para revisar y verificar la formación de los candidatos al sacerdocio en los seminarios. ¿Qué iniciativas específicas hay en programa?


Habrá actividades particulares con ocasión de este Año. Nuestro Prefecto, en cuanto presidente de la Comisión interdicasterial permanente para la admisión a las sagradas órdenes, tiene intención de convocarla precisamente este año. El fin es estudiar la posibilidad, al final del Año sacerdotal, de publicar un breve texto, incisivo, muy claro, sobre la formación de los candidatos al sacerdocio.

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Recientemente, el Papa ha invitado a superar el dualismo entre la concepción sacramental-ontológica y la concepción funcional-social del sacerdocio. ¿Cuál es el camino para conciliar estas dos dimensiones?

Me parece que, en la Iglesia, las situaciones pueden ser muy diversas. Hay países donde se subraya principalmente la dimensión social, el rol social del sacerdote: he visto esto en África, en América Latina, en Corea. El sacerdote desarrolla un rol no sólo en el seno de la comunidad sino también en el interior de la sociedad. Al mismo tiempo, se nota una disminución de este rol social del sacerdote en las sociedades muy secularizadas. Con excepción, tal vez, de Italia donde encuentro que, aunque la sociedad está secularizada, la Iglesia ha sabido seguir siendo popular y ha continuado presente tanto en la vida social como en la vida política.


Por lo tanto, diría que estos dos aspectos crean necesariamente una tensión, y que esta tensión es benéfica. Es normal que el sacerdote tenga un rol social, ya que él es un pastor: es cabeza de una parte, de una porción del pueblo de Dios, como ha dicho el concilio Vaticano II. Como tal, por lo tanto, tiene una visibilidad social. Y él es también mediador entre el cielo y la tierra: manifiesta a Cristo, actúa in persona Christi. Por eso, considero que es necesario que esta tensión se mantenga en todas partes ya que es benéfica para el sacerdocio y para el pueblo cristiano.


Para esto es necesario, sobre todo, que la comunidad de los fieles se sienta responsable del sacerdote que la guía. Cuando era obispo de Angers y nombraba un párroco, iba a presentarlo a los fieles diciendo: “Os lo confío”. Es necesario que el sacerdote esté sostenido por una comunidad de fieles. En segundo lugar, es necesario que cada presbítero esté sostenido por la comunidad de los otros sacerdotes. Debemos insistir en la dimensión fraterna del presbyterium. Demasiados sacerdotes sufren de soledad y, por lo tanto, corren el riesgo de descuidar uno u otro de estos aspectos. Un sacerdote es un amigo, un hermano en el seno de la gran familia representada por el presbyterium. Y luego, en lo que concierne a la Congregación, hay un tercer camino: el seminario. Éste es el lugar en el que se aprende, teológicamente, a ordenar los dos aspectos del sacerdocio.

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¿Se advierte la necesidad de revisar el enfoque de la educación en las casas de formación?


Una buena formación es aquella que es capaz de adaptarse al desarrollo y a los cambios de la sociedad. Repito lo que he dicho en otras ocasiones: es verdad que los jóvenes son diferentes a nosotros, pero es necesario aceptarlos y hacerlo con generosidad. Se necesita generosidad al recibir a las nuevas generaciones y también se necesita discernimiento: las dos cosas van juntas. Se trata de discernir en ellos lo que debemos estimular y lo que debemos corregir.


He notado que, en una buena parte de los jóvenes que se presentan en las casas de formación en países como Italia, España, Francia, Alemania y Estados Unidos de América, tienen una buena formación profesional, a veces incluso una formación universitaria de alto nivel, pero están privados de una cultura general y, principalmente, falta en ellos una cultura cristiana. Por eso, deseo que al inicio de la formación de los seminaristas haya un año propedéutico y que la formación misma se adapte a la fisonomía de las nuevas generaciones. Está bien evitar la dispersión de las disciplinas académicas y tener, en cambio, una visión sintética de la teología, subrayando también el rol de la filosofía, en particular la metafísica, como primera preparación a la teología.

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Según las indicaciones del documento del 2008, “Orientaciones para la utilización de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio”, ¿en qué casos se puede recurrir a especialistas en ciencias psicológicas?


La respuesta es simple: cuando es necesario. En nuestro documento, hemos querido reaccionar frente a dos excesos. El primero consiste en decir: todos deben someterse a un examen por parte de los expertos en psicología. El segundo afirma: es necesario desconfiar de la psicología y de los psicólogos. Este documento eclesial, que no es el primero en hablar de psicología, usa tonos muy positivos. A veces, a la Iglesia se le reprocha mostrar una cierta distancia, incluso sospecha, respecto a la psicología. No es cierto. La prueba se encuentra en el documento, donde se afirma que cuando es necesario, hay que recurrir a los especialistas. ¿Qué quiere decir “cuando es necesario”? Cuando, como se lee en el documento, “puede ayudar al candidato en la superación de aquellas heridas todavía no sanadas y que provocan disturbios que son desconocidos en su real alcance por el mismo candidato y que, a menudo, son atribuidos erróneamente por él mismo a causas externas a su persona, sin tener, de esta forma, la posibilidad de afrontarlos de manera adecuada”.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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