domingo, 13 de junio de 2010

Un decisivo paso adelante en el camino ecuménico

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El viaje del Papa a Chipre ha sido un gran paso adelante en el camino de acercamiento entre la Iglesia católica y la Iglesia greco-ortodoxa, cuyos frutos no dejarán de hacerse sentir también en el diálogo con el Patriarcado de Moscú. De esto está seguro el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, que ha seguido de cerca a Benedicto XVI en los tres días de la visita. “Traigo conmigo – dice el cardenal en esta entrevista concedida a nuestro periódico – la imagen de la alegría de un pueblo que está familiarizado con el sufrimiento.

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¿Qué significado ecuménico atribuye al viaje del Pontífice a Chipre?


Se ha tratado de una visita muy importante, en primer lugar desde el punto de vista pastoral. Las Iglesias católicas en Oriente Medio viven una situación particular y difícil. Por lo tanto, para ellas ha sido un bien sentirse, también físicamente, junto al Papa. Se ha tratado, sin embargo, de un acontecimiento realmente muy significativo desde el punto de vista ecuménico e incluso político – aún no siendo este el fin del viaje – dada la situación de división de la isla.

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En vísperas del viaje, se había creado un clima de grandes expectativas por los encuentros ecuménicos: incluso se sugirió la hipótesis de una posible mediación por parte del Arzobispo ortodoxo de Chipre Crisóstomo II para eventuales desarrollos en las relaciones entre Iglesia católica y Patriarcado ortodoxo de Moscú.


No hay nada de cierto en todo esto. No hay necesidad de ninguna obra de mediación con el Patriarcado de Moscú porque las relaciones son directas, muy respetuosas y muy bien establecidas. Más aún, diría que estamos en el camino de la normalización de nuestras relaciones con Moscú. Un proceso que, por otro lado, ya se había puesto en marcha antes de la elección de Benedicto XVI. Durante los funerales de Juan Pablo II, por ejemplo, el Patriarcado de Moscú estuvo muy cerca de nosotros. No sé en que se basaban las expectativas en vísperas de este viaje a Chipre. Ciertamente, Crisóstomo II hablará con el Patriarca Kirill de esta visita y creo que hablará muy bien. Es todo. La visita de Benedicto XVI a Chipre, sus encuentros con la Iglesia ortodoxa, deben ser considerados por lo que realmente han sido, es decir, pasos significativos en el camino de acercamiento entre las dos Iglesias, que ya está en un buen punto. Esencialmente, ha confirmado lo cerca que estamos y cómo las diferencias se van atenuando. El Arzobispo ortodoxo de Chipre es una persona muy fuerte, decidida, inteligente. Pero, sobre todo, es una persona abierta, capaz de mirar a su alrededor y de comprender las situaciones. Con Benedicto XVI hay una óptima sintonía: ha sido así desde el inicio. Cuando vino a Roma, quedó sorprendido por la familiaridad con la que fue recibido, y no sólo por el Papa. Y la cortesía con la que nos recibió en su casa ha sido extraordinaria. Con el Pontífice tiene una relación particular. Ha dado una demostración de esto delante de todos cuando, durante la Misa en el palacio del deporte en Nicosia, en el momento del intercambio de la paz, subió al altar y fraternalmente abrazó y besó al Papa. Lo mismo había hecho recibiéndolo en Paphos. Son gestos significativos.

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¿No le parece que ha mostrado también gran confianza en el rol que el Pontífice asume en el escenario internacional por su autoridad moral, al punto de pedirle ayuda por los sufrimientos que padecen los ortodoxos chipriotas a causa de la división de la isla?


El Arzobispo, lo repito, es una persona inteligente y abierta. Sabe que, en este momento, los cristianos están viviendo una situación muy difícil. En todo Medio Oriente son minoría y corren el riesgo de serlo cada vez más a causa de la emigración. Por lo tanto, sabe bien que es mejor que los cristianos afronten este momento unidos. Ninguna Iglesia puede enfrentarse con ciertas situaciones si permanece sola. Tiene necesidad de la solidaridad de las otras Iglesias hermanas. En este contexto, por ejemplo, para las Iglesias católicas de Medio Oriente será muy importante la próxima asamblea especial del Sínodo de los Obispos. Ellas serán llamadas a reflexionar sobre el sentido de estar juntas, de estar efectivamente en comunión, sobre el sentido del testimonio que están llamadas a dar juntas. Son estos los motivos que impulsan también a los ortodoxos a mirar con atención la próxima asamblea, en la cual participarán con sus delegados.

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¿En qué ha podido percibir los frutos positivos que este encuentro ha traído en lo inmediato?


En la familiaridad de la relación entre el Pontífice y el Arzobispo, en la disponibilidad de todo el Santo Sínodo para con el Papa y el séquito papal. Yo personalmente ya estuve en Chipre otras dos veces en los pasados meses y pude experimentar el progreso del entendimiento entre las dos Iglesias, sobre todo la determinación con la cual Crisóstomo II persigue este objetivo: el año pasado, por ejemplo, participé en el encuentro de la comisión teológica internacional en Paphos, donde pude constatar su convicción y su fuerza, también frente a las inevitables contestaciones. Existe realmente el deseo de unidad.

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¿Ha tenido la misma impresión en lo que respecta a las relaciones entre las Iglesias católicas en Oriente Medio?


Efectivamente, ha habido algún problema, algún momento de incomprensión: nada asombroso pero creo que también para esto es muy importante la asamblea sinodal. Son Iglesias que viven lejos entre ellas y no se encuentran muy a menudo. Por lo tanto, será importante que comiencen a hacerlo, precisamente gracias a esta reunión sinodal. Sobre este tema puedo dar un testimonio personal ya que cada año voy a Jerusalén y participo en encuentros entre los patriarcas de estas Iglesias, los cuales, en estas circunstancias, toman conciencia efectivamente del carácter común de ciertas problemáticas. A mí me piden involucrar a la Iglesia católica universal para que no falte la solidaridad internacional.

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¿Qué se lleva consigo a Roma de este viaje?


En primer lugar, la imagen de la gran alegría marcada en los rostros de la gente en torno al Papa. Si es cierto que los cristianos son una minoría, es también cierto que son capaces de ofrecer una demostración de gran entusiasmo, capaz de encender los ánimos también de los no católicos. Y me han asegurado que, más allá de las ceremonias oficiales, no había nada preparado y preconfeccionado. Por lo tanto, se ha tratado sobre todo de gestos espontáneos. Traigo conmigo la alegría de un pueblo que habitualmente debe enfrentarse con el sufrimiento.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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