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Todo está listo en el Cofton Park, en la periferia de Birmingham, para la beatificación del cardenal John Henry Newman. El 19 de septiembre, el Papa, rompiendo la regla instituida por él que quiere que las beatificaciones sean celebradas por un representante vaticano en la diócesis interesada, estará en el lugar donde el cardenal anglicano, luego convertido al catolicismo, fundó el Oratorio y concluyó su vida. Ratzinger está muy interesado en estar allí.
En el fondo, el motivo del viaje a Inglaterra y Escocia se encuentra aquí. Y luego, como dice don Ian Ker, profesor de teología en la Universidad de Oxford y autor de “John Henry Newman: a biography”, “han sido muchos los Papas que han deseado canonizar a Newman porque lo consideran una persona que ha dado la bienvenida a la modernización pero permaneciendo fiel a la autoridad de la iglesia”. Benedicto XVI ha dado una importante aceleración al proceso de beatificación. Ciertamente, el milagro atribuido a Newman, gracias al cual Jack Sullivan ha superado una grave enfermedad en la espina dorsal, ha abreviado los tiempos. Pero es indudable que la causa debe mucho al Papa, a su empuje para que la Fábrica de los Santos llegase lo más pronto a una conclusión.
¿Por qué este vínculo entre Ratzinger y Newman? ¿Qué llevó a Ratzinger, ya en 1990, a definir a Newman “gran doctor de la Iglesia”? Se pueden dar muchas respuestas. Una la da Roderick Strange, rector del Pontificio Colegio Beda de Roma, instituido para la formación de las vocaciones adultas de área inglesa, desde hace años estudioso de Newman. En su último trabajo salido recientemente en Italia, “John Henry Newman. Una biografía espiritual”, Strange habla de un momento preciso en el cual se hizo evidente la deuda de Ratzinger hacia Newman. Es el 18 de abril de 2005. Ratzinger, el día antes del cónclave que luego lo habría elegido, predica frente al colegio de los cardenales. Aquí capta la atención de todos utilizando la imagen de la Iglesia como una barca sacudida por las olas creadas por corrientes ideológicas, “del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”. Dice Strange: “En ese momento fue considerado extremadamente pesimista, en particular en la conclusión: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos». La expresión «dictadura del relativismo» puede parecer severa, sin embargo se vincula al «mundo sencillamente no religioso» de Newman. Y no necesariamente el vínculo es una coincidencia”.
El relativismo es para Benedicto XVI una amenaza. Porque cuando la verdad es abandonada, se abandona también la libertad. Y se encamina hacia el totalitarismo. Ratzinger habla de ello el 18 de abril de 2005. Pero ya años antes había expuesto el tema. ¿Cuándo? En 1990, durante la conferencia para el centenario de la muerte de Newman.
Dice Strange: “En aquella ocasión, Ratzinger hizo referencia al vínculo entre verdad y conciencia personal. Habló de cuando, siendo joven seminarista, poco tiempo después del final de la segunda guerra mundial, fue introducido al pensamiento de Newman y prosiguió subrayando cuán importante fue para él su enseñanza sobre la conciencia. Newman enseñaba que la conciencia debía ser cuidada como «un modo de obediencia a la verdad objetiva». Y toda la vida de Newman testimonia tal convicción. Las primeras experiencias de vida del futuro Pontífice habían sido, sin embargo, muy diversas. «Habíamos experimentado – dijo Ratzinger – la pretensión de un partido totalitario que se consideraba la realización de la historia y que negaba la conciencia del individuo. Uno de sus líderes (Hermann Goering) había dicho: `No tengo conciencia. Mi conciencia es Adolf Hitler´». He aquí la caída en el totalitarismo. Cuando la verdad es descuidada, cuando no hay una norma objetiva a la que apelar, no creamos espacio para fácil tolerancia. La libertad es dejada sin defensa, a la merced de quien está al poder. El joven Ratzinger verificó lo que Newman había predicho: las consecuencias de que la religión revelada no sea reconocida como verdadera, objetiva, sino que sea considerada como algo privado, de lo que la gente puede elegir para sí cualquier cosa que quiera”.
Newman fue creado cardenal en 1879 por León XIII. También él estimaba a Newman; “mi cardenal” lo llamaba. El 14 de mayo, en la vigilia del consistorio, L’Osservatore Romano publicó en primera página el discurso pronunciado por Newman después de la entrega del título del nombramiento. Newman fue al corazón del problema que consideraba capital. Dijo: “El liberalismo religioso es la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en campo religioso sino que cualquier credo es tan bueno como cualquier otro; y esta es la doctrina que, día a día, adquiere consistencia y vigor. Esta posición es incompatible con todo reconocimiento de una religión como verdadera”. Escribe Inos Biffi en L’osservatore del 20 de mayo de 2009: “Es difícil no reconocer la fatal actualidad de este liberalismo religioso, que preocupaba a Newman en 1879”. Y que preocupa hoy a Ratzinger.
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Fuente: Palazzo Apostolico
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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