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Luego del importante cambio en la dirección de la Congregación para los Obispos, aunque también a raíz de los diversos problemas que ha atravesado recientemente la Iglesia, la cuestión de la selección de los obispos ha vuelto a convertirse en un tema recurrente en ámbitos eclesiales.
Hace más de diez años, un artículo del cardenal Fagiolo también había suscitado un interesante debate al considerar la posibilidad de volver a la praxis tradicional según la cual un obispo, una vez nombrado en una determinada sede, debería permanecer allí para siempre.
Sobre esta cuestión intervinieron, en aquel entonces, destacados purpurados como Bernardin Gantin, decano del Sacro Colegio, y Joseph Ratzinger, vicedecano. Ambos cardenales expresaron entonces su opinión dialogando con la revista 30Giorni. Ahora ofrecemos nuestra traducción de algunos interesantes pasajes de estas entrevistas
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De la entrevista concedida por el Cardenal Gantin a 30Giorni – Abril 1999
“Un bello artículo que atrajo mi atención por muchos motivos. El cardenal Vincenzo Fagiolo es un hombre de gran sabiduría y experiencia jurídica y también pastoral. Y ha sido miembro de la Congregación que tuve el honor de guiar, en colegialidad, durante catorce años. Le estoy muy agradecido porque necesitaba que alguien como él hiciera presente estas reflexiones”. El cardenal Bernardin Gantin, decano del Sacro Colegio, ha leído y apreciado el artículo del cardenal Fagiolo publicado en L’Osservatore Romano el 27 de marzo y retomado por 30Giorni en el pasado número.
En el artículo en cuestión, el purpurado italiano afirma: “La dignidad del episcopado está en el munus que comporta y es tal que, de por sí, prescinde de toda hipótesis de promoción y de traslados que deberían, si no eliminarse, volverse poco frecuentes. El obispo no es un funcionario, un advenedizo, un burócrata de paso, que se prepara para otros cargos más prestigiosos”.
Gantin tiene particular competencia para hablar de estos argumentos porque desde 1984 hasta el año pasado ha sido prefecto de la Congregación de los obispos, el dicasterio vaticano que ayuda al Papa en el nombramiento de los sucesores de los Apóstoles en gran parte del mundo (en los territorios de misión esta tarea corresponde a la Congregación de Propaganda Fide, mientras que en las Iglesias católicas orientales los obispos son elegidos según modalidades propias).
Eminencia, ¿qué reflexiones le ha suscitado el artículo del cardenal Fagiolo?
La diócesis no es una realidad civil, funcional, sino que pertenece a la realidad del misterio de la Iglesia. Es una porción del pueblo de Dios en un territorio definido. El sacerdote que es nombrado obispo y asume la responsabilidad de este pueblo de Dios, debe ser bien consciente del compromiso que le ha confiado la autoridad suprema, que es el Papa. Es el Papa quien nombra a los obispos, no el prefecto, no la Congregación. Cuando es nombrado, el obispo debe ser un padre y un pastor para el pueblo de Dios. Y se es padre para siempre. Y de este modo un obispo, una vez nombrado en una determinada sede, como regla general y principio, debe permanecer allí para siempre. Es claro. La relación entre el obispo y la diócesis es representada también como un matrimonio y un matrimonio, según el espíritu evangélico, es indisoluble. El nuevo obispo no debe hacer otros proyectos personales. Puede haber motivos graves, gravísimos, por los que la autoridad decida que el obispo vaya, por así decir, de una familia a otra. Al hacer esto, la autoridad tiene presente numerosos factores y entre ellos no está ciertamente el eventual deseo de un obispo de cambiar de sede. Por lo tanto, adhiero plenamente a los argumentos del cardenal Fagiolo: el obispo que es nombrado no puede decir “estoy aquí por dos o tres años y luego seré promovido por mis capacidades, mis talentos, mis dones…”. Por eso espero que este artículo sea leído por muchos obispos aquí en el Vaticano, en Europa y en los países de joven evangelización. Todos deben reflexionar sobre esto.
Metas de traslados particularmente apreciadas son, sobre todo, las así llamadas “diócesis cardenalicias”…
El concepto de las diócesis llamadas cardenalicias debe ser muy relativizado. El cardenalato es un servicio que se le pide a un obispo o a un sacerdote teniendo en cuenta muchas circunstancias. Actualmente, en los países de reciente evangelización, como en Asia o en África, no hay sedes llamadas cardenalicias sino que la púrpura es dada a la persona. Debería ser así en todas partes, también en Occidente. No sería una capitis deminutio, ni sería falta de respeto si, por ejemplo, el arzobispo de la grandísima arquidiócesis de Milán, como también de otras diócesis también antiguas y prestigiosas, no fuese creado cardenal. No sería una catástrofe.
Usted ha estado por catorce años a la cabeza de la Congregación para los Obispos. ¿Recuerda episodios en los que se le haya expresado el deseo de traslado por parte de obispos que consideraban “inadecuada” la propia diócesis?
Ciertamente. Me ha sucedido oír pedidos de este tipo: “Eminencia, estoy en aquella diócesis ya desde hace dos, tres años, y ya he hecho todo aquello que se me ha pedido…”. ¿Pero qué quiere decir esto? He quedado muy sorprendido por afirmaciones de este género. También porque aquel que hacía estos pedidos – y a veces lo hacía bromeando, a veces no – creía expresar un deseo legítimo. Otras veces me ha pasado escuchar, al final de una ordenación episcopal, a algún eclesiástico que gritaba: “ad altiora!”, “¡a cargos más altos!”. También esto me ha preocupado profundamente.
En los primeros siglos estaba estrictamente prohibido todo traslado de sede episcopal. Con el correr del tiempo, ya no se continuó con esta prohibición. ¿Considera que ha llegado el momento de volver a la praxis antigua?
En el pasado, cuando el número de las diócesis aumentaba, era comprensible que se trabajara con traslados. Ahora esta exigencia ya no existe en los países en que la jerarquía católica ya se ha establecido, como en Europa, por ejemplo. Mientras que exigencias de este tipo pueden estar presentes aún en las tierras de misión. Pero en este último caso, los traslados deberían ser hacia sedes más necesitadas, difíciles, y no hacia sedes más cómodas y prestigiosas… Multiplicar los traslados crea desorden y anula el principio fundamental de la estabilidad. Y es también una falta de respeto al pueblo de Dios que recibe al obispo como padre y pastor, y luego ve a este padre y pastor irse sólo después de pocos años.
¿Es deseable que esta estabilidad sea, de algún modo, jurídicamente sancionada?
Por supuesto. No estaría mal que se iniciara un procedimiento para introducir esta normal en el Código de derecho canónico. Ciertamente podría haber excepciones, determinadas por motivos graves. Pero la norma debería ser siempre la de la estabilidad, para evitar arribismos y carrerismos… Espero que el artículo del cardenal Fagiolo, y por qué no, también esta entrevista, sirvan de estímulo para llegar a esto. También porque, de otra manera, se corre el riesgo de dar ulterior material para libros escandalosos escritos, por desgracia, por eclesiásticos que sin embargo no tienen el coraje de firmar con su nombre…
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De la entrevista concedida por el Cardenal Ratzinger a 30Giorni – Junio 1999
En el número de abril, 30Giorni publicó una entrevista al cardenal Bernandin Gantin, en la cual el decano del Sacro Colegio deseaba un retorno a la praxis antigua que prohibía el traslado de un obispo de una sede a otra. ¿Qué piensa al respecto?
Estoy totalmente de acuerdo con el cardenal Gantin. Sobre todo en la Iglesia no debería haber ningún sentido de hacer carrera. Ser obispo no debe ser considerado una carrera con diversos peldaños, de una sede a otra, sino un servicio muy humilde. Pienso que también la discusión sobre el acceso al ministerio sería mucho más serena si se viera en el episcopado no una carrera sino un servicio. También una sede humilde, con pocos fieles, es un servicio importante en la Iglesia de Dios. Ciertamente, puede haber casos excepcionales: una grandísima sede, en la que se necesita tener experiencia del ministerio episcopal, en este caso puede darse… Pero no debería ser una práctica normal; sólo en casos muy excepcionales. Sigue siendo válida esta visión de la relación obispo-diócesis como un matrimonio que implica una fidelidad. También el pueblo cristiano piensa así: si un obispo es nombrado en una diócesis, justamente se ve esto como una promesa de fidelidad. Por desgracia, tampoco yo he sido fiel siendo habiendo sido convocado aquí…
El cardenal Gantin consideraba también deseable un cambio del Código de derecho canónico que prohibiese el cambio de diócesis…
Es concebible, aunque difícil. Difícilmente se cambia el Código a sólo dieciséis años de la publicación. En el futuro, también yo vería bien que se añadiera una frase sobre esta unicidad y fidelidad de un compromiso diocesano.
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Fuente: 30Giorni
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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Entiendo las profunda razones teológicos pastorales, pero que pasa si una pobre diócesis recibe a un obispo díscolo (no necesariamente avyecto, pero mal padre) ¿habría que aguantarlo in aeternum? No me parece. Ahora está esta posibilidad que se lo lleven a otro lado, y lo aguanten un poco en otras latitudes.
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