sábado, 14 de enero de 2012

Cardenal electo Grech: “Leer los signos de los tiempos, a pesar del rechazo del mundo”

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Sólo un día después de que el Papa anunciara que creará cardenal de la Santa Iglesia Romana al Padre Prosper Grech, L’Osservatore Romano publicó un artículo del benemérito sacerdote agustino, cuya traducción ahora presentamos.

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El bellísimo Instrumentum laboris para el sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización, además de ofrecer un buen análisis de la situación actual, formula el deseo de que en el debate se desarrolle un documento que pueda dar un impulso decisivo a un despertar de la fe en Cristo. La Iglesia es lumen gentium y tiene una misión profética a la que no puede renunciar.


¿Cuál es esta misión profética? En el Antiguo Testamento los profetas tenían, entre otras, la función de interpretar los signos de sus tiempos; exhortaban, en nombre de Dios, tanto a Israel como a Judá, a la fidelidad a la Alianza, amenazando tanto a los israelitas como a las naciones extranjeras con el castigo divino; desarrollaban el sentido moral del pueblo y predecían acontecimientos salvíficos porque consideraban al Dios de Israel como Señor de la historia. El pueblo de Dios no debía fiarse ni de Egipto ni de Babilonia, sino seguir una política ex fide, porque la historia de la salvación no tiene como protagonistas a Israel o el pueblo judío sino al mismo Dios. Es Él quien conduce los acontecimientos de la historia, siempre mirando a la salvación del género humano.


En el Nuevo Testamento, el Señor de la historia es Cristo resucitado: es Él quien camina sobre las olas del caos de los acontecimientos humanos y salva de las tempestades a la barca de Pedro. Pero es también Él quien predica que en la red de la Iglesia se encontrarán peces buenos y malos (Mateo 13, 47-50) y en el campo habrá grano de trigo y cizaña (Mateo 13, 24-43). Él nos abre los ojos, nos invita a no escandalizarnos cuando veamos carencias, guerras, revoluciones, terremotos y otras desgracias, porque tales cosas deben ocurrir (Marcos 13, 5-13). La historia es una parábola: la entiende quien tiene oídos para entender. ¿Pero por qué estas cosas deben ocurrir?


El camino de la historia de la salvación en nuestros tiempos está en la misma línea que el del Antiguo Testamento. El libro del Apocalipsis está dominado por el Cristo Pantocrátor como en un ábside bizantino; advierte en primer lugar a las siete Iglesias, que representan a la Iglesia universal, con promesas y amenazas. La renovación de la historia tiene comienzo “a partir de la casa de Dios” (1 Pedro 4, 17), como subraya también el documento preparatorio del sínodo. El mensaje no concierne, sin embargo, sólo a cada una de las naciones, sino también a las estructuras económicas, políticas y sociales que sujetan el mundo a las diversas idolatrías. Los terribles monstruos y las amenazas del Apocalipsis repugnan a la mentalidad actual y preferimos silenciarlas, tal vez porque hemos amansado demasiado nuestra imagen de Dios según los modelos del buenismo y del permisivismo de nuestros tiempos.


El libro del Apocalipsis habla poco del fin de mundo y su mensaje no es sino una clave para leer los signos de los tiempos en que vivimos a la luz de la historia de la salvación universal con la Iglesia en el centro. Describe con símbolos que dan temor lo que ya Jesús había predicho y da las razones de ello. Ahora es tarea de la Iglesia leer e interpretar estos signos, sin caer en tendencias apocalípticas y en los fundamentalismos peligrosos de ciertas sectas. El Apocalipsis es esencialmente un libro dirigido a una comunidad perseguida, asegurando que la última victoria no será la del mal y del Maligno sino del Pantocrátor que domina la historia.


¿Cuáles son hoy los signos de los tiempos? Basta ver un telediario u hojear cualquier periódico para que salten inmediatamente a nuestros ojos: hambrunas, atentados, persecuciones, guerras, crisis económicas, ataques a la familia, injusticias y desórdenes sociales, caídas de imperios y nacimiento de otros nuevos, droga, aborto, mafias de todos los géneros; este elenco podría continuar ampliamente. No olvidemos, sin embargo, que los periódicos a menudo cierran los ojos frente al bien que hay en el mundo porque no hace noticia, aquel bien escondido sólo conocido por el Espíritu que lo produce. Son estos “justos”, a cualquier pueblo que pertenezcan, quienes mantienen la historia en pie, para que ésta pueda ser finalmente llamada historia de la salvación.


Ciertamente no quiero ser un laudator temporis acti; estos males han existido, de un modo u otro, desde Adán en adelante. Lo que tal vez distingue los presentes es que, en un Occidente laico y agnóstico, con la relativización de valores de la que habla a menudo Benedicto XVI, hoy nos falta una medida para valorar lo que está bien o lo que está mal, lo verdadero y lo falso, corriendo el riesgo incluso de invertirlos.


¿Debemos entonces concluir, según lo que hemos dicho, que Dios está castigando al mundo? Tal expresión no encontraría hoy mucho favor, incluso entre los teólogos. Dios no castiga al mundo en el sentido de que es una divinidad con el látigo en la mano, que quiere lanzar rayos y truenos por cada mal que se comete. Dios deja que el mal se castigue por sí mismo. Él es fuente del ser, es Logos, razón, orden. Lo opuesto es el caos. Cuanto más el cosmos de separa de Dios, más se resquebraja y cae en el caos, con los dolores que eso causa al individuo y a la sociedad. Los signos de los tiempos se leen teniendo el periódico en una mano y la Sagrada Escritura en la otra, en un espíritu de oración. La Iglesia no puede sustraerse de leer estos signos y de interpretarlos, de la manera correcta, para el mundo, para los creyentes y para los no creyentes, porque ella sirve a todo hombre. Éste es su munus propheticum. Ciertamente un anuncio así encontrará toda suerte de resistencia, ¿pero qué profeta no fue rechazado o perseguido incluso “en su patria”? Estoy convencido de que el próximo Sínodo de los obispos encontrará el coraje, con la ayuda de aquel Espíritu que siempre ha llenado a la Iglesia de “profunda convicción” (plerophorìa, in I Tessalonicesi, 1, 5), y continuará demostrando – como se lee en el Evangelio de Juan (16, 8) – “la culpa del mundo en lo que concierne al pecado, a la justicia y al juicio”.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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2 comentarios:

  1. Excelente comentario del Cardenal Prosper Grech!

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  2. Que El Señor bendiga las intenciones del Papa, pero sinceramente estas declaraciones me parecen más de lo mismo y así llevamos más de cuatro décadas y lo digo con profunda tristeza.

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