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En esta interesante entrevista que el Arzobispo Jean-Louis Brugués, nuevo Archivista y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, ha concedido a L’Osservatore Romano, el prelado narra que Benedicto XVI, al confiarle el oficio, le confesó que, antes de ser elegido Papa, su sueño era precisamente ocuparse de dicha tarea. Presentamos nuestra traducción de la entrevista.
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Después de los cardenales Tisserant y Tauran, un francés es nuevamente cabeza de la Biblioteca Apostólica Vaticana. ¿Una suerte de continuidad en la tradición?
Si mis cálculos son correctos, a partir de 1550, cuando el título entró en uso con el cardenal Marcello Cervini, que luego sería Papa en 1555, yo soy el 47º archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana. Si se mira la larga lista de mis predecesores, que abraza casi siete siglos, se nota la aplastante mayoría de italianos. ¿Pero es correcta la expresión italiana? Antes de la unificación de la península, los cardenales de Venecia, Florencia, Nápoles, Milán, ¿podían ser llamados italianos? Esta es una cuestión que dejo a los historiadores.
En esta larga lista aparecen algunos nombres no italianos: un inglés, un alemán, un austríaco, dos o tres españoles, según se considere a uno nacido en Italia pero de familia ibérica, y entre estos tres un catalán. Luego encontramos tres franceses antes que yo. Por lo tanto, soy el cuarto. Considerando los caminos personales de cada uno de estos cuatro, son muy diferentes. El primer francés, que se llamaba Jean-Baptiste Pitra, ya el nombre es un poco italiano, ha sido bibliotecario entre 1869 y 1882. Era un monje de la congregación benedictina de Solesmes, nacida algunos años antes. Era un historiador, pero ha jugado un rol bastante importante durante el concilio Vaticano II. El segundo es el cardenal Eugene Tisserant, que era más bien un especialista de lenguas orientales antiguas, y el tercero Jean-Louis Tauran, diplomático de alto nivel.
¿Se puede hablar de tradición de cuatro personas francesas tan diferentes? Tal vez sí. Lo que tenemos en común los franceses, si bien habiendo conocido recorridos diversos, pienso que es la preocupación del humanismo, una cierta búsqueda literaria y un cierto gusto, se podría decir también curiosidad, por el hecho político y la evolución de las ideas.
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¿Hay algún aspecto que lo haya impresionado particularmente en la figura del cardenal Tisserant, definido por Pablo VI “gran talento”, “energía poderosa”?
Cuando fui nombrado bibliotecario he recibido como regalo un libro sobre el cardenal Tisserant y he notado que en él estaba la preocupación de unir la investigación científica, lo más escrupulosa posible, con un interés por los acontecimientos que ha vivido durante su existencia. No todos los franceses presentan este gran talento y esta energía; pero en él se ha manifestado. Ha tenido una vida extraordinaria, porque ha conocido de cerca, y las describe en sus escritos, dos guerras mundiales, la crisis del modernismo, el apogeo de los sistemas coloniales y su desaparición. Ha estado presente en tres cónclaves y ha jugado un rol de primer plano en el concilio Vaticano II. Ha sido una gran personalidad a la altura de los grandes acontecimientos que ha conocido.
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La Biblioteca Apostólica Vaticana es una inmensa mina también para la catequesis.
Cuando el Papa me recibió para confiarme el nuevo oficio, me dijo una frase que me ha hecho reflexionar. Me confió que, antes de convertirse en Papa, tenía un sueño: ir a la Biblioteca como bibliotecario y archivista. Un sueño, me dijo, que querría ahora realizar a través de mí. No me ha dicho cómo. Mi empeño ahora es buscar cómo puedo realizarlo. Cuando se mira la riqueza y la potencia de las catequesis del Papa – trátese de las audiencias de los miércoles o de las prédicas, por no hablar de sus altísimos discursos, como por ejemplo los de Ratisbona, Londres o el del Parlamento federal de Alemania – no es posible no imaginar que este hombre, tan dotado para la catequesis, no haya pensado en un vínculo directo con la Biblioteca.
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¿Cuál es la naturaleza de este vínculo?
Me he planteado esta pregunta y me he dicho: debe ser como la quilla del barco, que no se ve. En efecto, pocas personas logran verla. Así es para la Biblioteca: son pocos, además de los especialistas, los que la conocen, los que entienden la gran cantidad de trabajo que se lleva a cabo en la Biblioteca y en los Archivos. Son precisamente estas instituciones las que permiten a la barca de la Iglesia mantenerse a flote y avanzar. Si no estuviese la quilla, el barco estaría sometido a los vientos doctrinales de cualquier naturaleza o a las modas. Es esta quilla la que da a la obra catequética de la Iglesia y a la enseñanza su profundidad. Si puedo usar las palabras de Simone Weil, es la que permite a la misión educativa de la Iglesia recibir todos los dones de la gracia. Mi predecesor, el cardenal Raffaele Farina, amaba repetir que la memoria es un elemento esencial de la misión de la Iglesia.
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¿Qué representa la memoria para usted?
He llegado a una doble convicción. La Iglesia es la institución más antigua de la humanidad. Es más antigua que las universidades, las ciudades y los sistemas políticos. Y, por lo tanto, su memoria no es sólo propia sino de una buena parte de la humanidad. Es por eso que la Biblioteca tiene por naturaleza una vocación universal. No es sólo un lugar donde se deposita sino que es también un medio para beneficiarse de su tesoro la mayor parte de la humanidad. A propósito de tesoros, el Papa me ha confiado que considera recibido en la Biblioteca un instrumento maravilloso. Entonces he comprendido que los fondos de la Biblioteca y el Archivo con como las joyas de la corona de la Iglesia. La Iglesia hace con frecuencia, sino esencialmente, memoria. Se necesitan, sin embargo, los instrumentos para hacerlo. Y precisamente a través de la Biblioteca y el Archivo, la Iglesia se ha dado los instrumentos para su memoria y para la memoria de buena parte de la humanidad.
La segunda convicción está todavía más enraizada en mi mente: cuando una persona anciana pierde la memoria, ya no sabe cómo orientarse en la existencia. La memoria es la condición de la identidad y, en consecuencia, del futuro. Quien pierde la memoria, pierde la posibilidad de orientarse. Es cierto para los individuos, pero también lo es para las sociedades y las instituciones. Una sociedad que pierde su memoria después de un incidente histórico, o voluntariamente por razones ideológicas, es en realidad una sociedad que se separa de su propio futuro. Por eso considero con mucha pena que las materias de la memoria – pienso, en particular, en la cultura general, pero también en la historia – estén desapareciendo de las escuelas y de la universidad. Creo que nuestra sociedad se expone a una gran crisis de amnesia y en consecuencia está imposibilitada de progresar. La memoria es la condición para todo progreso social.
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En una sociedad en que las nuevas tecnologías se extienden cada vez más, ¿cómo ve el futuro del libro?
Cuando llegue a la Biblioteca quisiera, antes que nada, encontrarme con cuantos trabajan allí, pero también comprender sus dimensiones técnicas. No creo justamente que la aparición de las nuevas tecnologías de comunicación pueda un día suprimir el libro y reemplazarlo. El libro, por su constitución, es como un amigo. Como algo que se puede consultar, que se puede tocar, e incluso sentir su olor. Es algo que permanece donde nosotros queremos, que no cambia mucho de aspecto físico y que está a nuestra disposición. Todo esto no podemos hacerlo con los nuevos medios de comunicación. Por lo tanto, el libro es nuestra vida íntima.
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Vista su experiencia en el dicasterio de la Educación Católica, ¿considera la Biblioteca un instrumento para educación?
Cuando el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, me llamó para comunicarme la fecha de mi nombramiento, me hizo notar que hay un vínculo directo entre la misión de secretario de la Congregación para la Educación Católica y la Biblioteca y el Archivo: precisamente el de la memoria. Hasta ahora, he tenido la fortuna y la posibilidad de trabajar en aquel que a menudo llamaba el dicasterio del futuro porque, trabajando con los jóvenes, se trabaja en el futuro y la esperanza. Ahora llego al dicasterio de la memoria. ¿Cuál es el vínculo entre las dos realidades? Nuestras escuelas, un poco en todas partes del mundo, están sometidas a presiones muy fuertes, se lo ve en las universidades. Se quisiera que respetasen las leyes del mercado y fuesen, primero que nada, instrumento de formación profesional. En la práctica, quien sale de las universidades debe ser inmediatamente empleable en el mercado. Este es el peligro de instrumentalización que se corre en los sistemas ultra liberales. La escuela es otra cosa. Es la que permite al niño crecer, desarrollarse, tomar conciencia de lo que es y de lo que puede hacer. Hay toda una dimensión de formación humana, física, intelectual y espiritual, que debe ser asegurada por las escuelas y las universidades. Ocupándome de ahora en más de este ministerio de la memoria seguiré defendiendo la causa de la dimensión humanista al servicio del hombre, de la educación, de las escuelas y de las universidades.
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Por lo tanto, ¿lo esperan nuevos desafíos?
Al llegar al Vaticano, cerca de cuatro años y medio atrás, nunca habría pensado que un día me convertiría en prefecto de la Biblioteca. Concluido el noviciado de los dominicos, el maestro me dijo al final del curso que para el futuro podía elegir tanto la enseñanza como la actividad de gobierno. Me he dado cuenta que, en el curso de mi vida, he hecho ambas cosas. He sido profesor de teología moral en Francia y en el exterior, superior de comunidad, de provincia religiosa, luego obispo de Angers, una diócesis donde existe una gran universidad católica, la del Oeste. Estos dos aspectos en mi vida siempre se han nutrido mutuamente. Me he beneficiado del uno y del otro. Ahora, en la Biblioteca y el Archivo, pienso continuar haciendo aquello que he hecho hasta ahora porque, a través de estos instrumentos únicos, la Iglesia lleva a cabo una misión de enseñanza. El profesor que está en mí se reencuentra con la responsabilidad de estos instrumentos maravillosos, con el añadido de una tarea de gobierno. De hecho, entre la Biblioteca y el Archivo trabajan cerca de 150 personas, en su mayoría laicos, además de unos cincuenta asociados. Dentro del Vaticano, por lo tanto, representa una gran empresa. Estando en comunicación con el circuito de las grandes bibliotecas del mundo, lo vivo como un desafío que me estimula particularmente.
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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