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A todos los amigos de esta Buhardilla, deseamos hoy una muy feliz Pascua de Resurrección, en la alegría del Señor Resucitado.
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A todos los amigos de esta Buhardilla, deseamos hoy una muy feliz Pascua de Resurrección, en la alegría del Señor Resucitado.
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Por Vittorio Messori
En estas semanas ha habido un gran uso (y a veces abuso) de los adjetivos “histórico” y “epocal”. Pero el evento de hoy merece un poco de énfasis: el encuentro – y en un clima que será ciertamente de gran fraternidad – entre el Papa reinante y el emérito es totalmente inédito. Como ha sido repetido varias veces en estos tiempos, no han faltado ejemplos antiguos de “renuncia papal”, pero en siglos turbulentos, como episodios que deben enmarcarse en la lucha entre papas y antipapas. El único precedente asimilable a lo que ha comenzado el 11 de febrero pasado es el de Celestino V. El cual ciertamente no tuvo abrazos con su sucesor: en efecto, Bonifacio VIII se preocupó de neutralizar al renunciante, temiendo que revocase su abdicación. El resultado final – después de fugas por tierra y por mar – fue que el ex Papa Pietro da Morrone terminara sus días, a los 86 años, en una celda, no de un monasterio sino de una fortaleza donde estaba cautivo.
Nada que ver, entonces, con el encuentro previsto para hoy en Castel Gandolfo. Probablemente no sabremos nada salvo, quién sabe cuándo, por los diarios póstumos de Joseph Ratzinger o de Jorge Mario Bergoglio. Y sin embargo, asistir a aquella cita sin precedentes habría estado entre los deseos más vivos no sólo de todo cronista sino también de todo historiador de la Iglesia. El arzobispo de Buenos Aires ha sido creado cardenal en el Consistorio de 2001, por lo tanto por Juan Pablo II. Pero es cierto que, sobre su elección, ha pesado la indicación del entonces Prefecto para la Fe: Ratzinger había apreciado mucho que Bergoglio hubiese estado entre los pocos jesuitas sudamericanos que no aprobaron las perspectivas de los teólogos de la liberación. El encuentro actual, por lo tanto, no será entre un “conservador” y un “progresista” – como quisiera la simplista lectura ideológica – sino entre dos servidores de la Iglesia, conscientes de que hay diferencia entre caridad cristiana y lucha de clases, entre homilía religiosa y manifiesto político, entre sacerdote de Cristo y guerrillero. No será tampoco un encuentro entre un “joven” y un “anciano”: Bergoglio tiene casi la misma edad de su precedesor cuando fue elegido.
Conociendo la delicadeza del hombre Ratzinger, hay que creer que se abstendrá de consejos, limitándose en todo caso a llamar la atención sobre cuestiones que han quedado sin resolver. Se habla de una suerte de pro-mememoria reservado, preparado por Benedicto XVI para quien, después de él, llevaría la pesada carga de Pedro. Puede darse, pero es de suponer que, incluso en este caso, la intención ha sido informativa y no, ¿cómo decir?, pedagógica, como si el nuevo Pontífice tuviese necesidad de ser guiado. El Papa ahora emérito lo ha dicho con claridad, antes de su despedida: su intención es “desaparecer de la vista del mundo”, continuar sirviendo a la Iglesia con la oración y no con una, si bien discreta, colaboración en el gobierno de la Iglesia.
Ciertamente, queda aún la pregunta que muchos se han hecho: ¿permanecer en el “recinto vaticano” no hace más difícil este propósito de ocultamiento?
Debo decir que, aún no esperando, al menos por ahora, la decisión de la “renuncia”, varias veces había reflexionado sobre cual habría podido ser el refugio de un eventual Benedicto XVI obligado por la edad y por el peso de los problemas a dejar su servicio. Instintivamente pensaba, en primer lugar, en un retorno a su Baviera, donde – en lugares magníficos, a menudo en bosques rodeados de altas montañas – sobreviven abadías todavía habitadas por monjes benedictinos. Pero la edad y la frágil salud del hombre no aconsejaban un severo clima alpino.
¿El sur de Italia, entonces? Pensaba en Calabria, en la Cartuja de Serra San Bruno, donde además yace el cuerpo venerado del mismo fundador de la Orden, san Bruno. Benedicto XVI había ido en peregrinación a ese lugar sagrado. Pero una Cartuja no es el lugar indicado para un anciano necesitado – sobre todo, en una perspectiva futura – de asistencia constante. Los monjes viven aislados, en una pequeña casa que, por una parte, da al gran claustro, y por otra, al huerto-jardín que cultivan ellos mismos. La pequeña enfermería no puede ciertamente alcanzar.
Si me hubieran pedido que indicase un lugar para el posible ocultamiento del Papa emérito, no habría dudado en apuntar a la Provenza, departamento de Vauclusa, a los pies del Monte Ventoux: para ser exactos, a la localidad llamada Le Barroux. Aquí no sólo la temperatura es ideal y el paisaje encantador sino que también, desde 1970, ha surgido una abadía de tal modo estimada por Joseph Ratzinger que, como cardenal, con frecuencia pasaba algunos días, ya sea de incógnito o de visita oficial. En efecto, el fundador, dom Gérard, no aceptando que también los benedictinos, después del Concilio, tuviesen que abandonar el latín para la liturgia, había dejado su monasterio para crear uno que continuase la Tradición y retornase al severo respeto por la Regla. Aquí el canto Gregoriano es ejecutado con tal perfección que las grabaciones en cd son apreciadas en todo el mundo y son muchos los jóvenes que se suman como novicios, atraídos por la austeridad de la vida. Habiendo yo también frecuentado ese lugar de extraordinaria fascinación, supe por los Superiores que, primero el cardenal y luego también el Papa, había confiado que aquel habría podido ser el lugar para su refugio final.
Y, en cambio, he aquí un provisorio Castel Gandolfo y , tal vez definitivos, jardines del Vaticano. El Papa emérito ha hecho comprender que esta cercanía física a la tumba de Pedro es un signo de que ciertamente no deja a la Iglesia, que continúa trabajando para ella con el servicio de la oración. Problemas de convivencia, ha hecho también entender, no existirán, dada su vida retirada. El problema parece segundario pero no lo es, como bien sabe quien conoce el ambiente eclesial, con sus particularidades. Es claro que, por parte del Papa Francisco, habrá total acogida, cualquiera sea la elección de su predecesor, pero es probable que en el encuentro privadísimo de hoy se hablará también de este aspecto inédito en una Iglesia que, en dos milenios, creía haber experimentado todo. Todo, pero no el singular “condominio”, en los escasos kilómetros cuadrados de la Ciudad del Vaticano, de un Pontífice emérito y de uno reinante.
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Fuente: Il Sismografo
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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El Patriarca ecuménico de Constantinopla ha invitado al Papa Francisco a realizar juntos un viaje a Tierra Santa el próximo año, para recordar los 50 años del abrazo entre el Patriarca Atenágoras y Pablo VI, pioneros del diálogo católico-ortodoxo. En el encuentro privado entre Bartolomé y Francisco han surgido otras pistas unitarias: compromiso por el diálogo teológico; trabajo común en defensa del ambiente; una visita a El Fanar para noviembre próximo, en el respeto de los necesarios canales diplomáticos.
Previamente, durante el encuentro del Pontífice con todos los representantes cristianos y religiosos, Bartolomé I ha sido la única autoridad en dirigir una alocución al Papa Francisco. En ella, el Patriarca subrayó que es necesario hacer creíble “el testimonio cristiano” a través de “la unidad de las Iglesias”, para afrontar la crisis económica mundial y las “tendencias mundanas” que reducen la vida sólo al horizonte terreno.
Las palabras de Bartolomé están en profunda sintonía con el “programa” de “custodiar”, trazado ayer por el Pontífice en la Misa de inauguración. Como prueba de la gran unidad entre ambos, introduciendo su discurso, el Papa Francisco se ha dirigido al Patriarca llamándolo “mi hermano Andrés”, en recuerdo del vínculo de sangre entre los dos Apóstoles, patronos de las dos Iglesias: Andrés para Constantinopla, Pedro para Roma, definidos “el primero de los llamados” y “el primero de los apóstoles”.
Bartolomé – al igual que Francisco – ha recordado a Benedicto XVI, “hombre manso, que se ha distinguido por su conocimiento teológico y su caridad”. Trazando luego “la tarea y las responsabilidades… enormes” que esperan al Papa, él ha citado en primer lugar “la unidad de las Iglesias cristianas”, que es “la primera y la más importante de nuestras preocupaciones”, para que “nuestro testimonio cristiano pueda ser creíble a los ojos de los que están cerca y de los que están lejos”. Por esto es necesario continuar el “diálogo teológico” entre católicos y ortodoxos, basándose en la experiencia y la tradición indivisa de los primeros mil años.
Otro “imperativo” es la crisis económica mundial, en la cual es necesario que “aquellos que más tienen sean estimulados a ofrecer lo propio”, para que “por medio de la justicia, sea asegurada la paz”.
Bartolomé ha puesto de relieve que el Papa Bergoglio tiene un “largo y apreciado ministerio como Buen Samaritano en América Latina” y ha experimentado “como pocos otros la amargura del sufrimiento y de la miseria humana”. Y con palabras similares a las usadas por Francisco en su homilía de ayer, ha añadido: “Tenemos el deber de alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, curar a los enfermos…”.
El Patriarca ha elogiado luego la “opción de la sencillez” realizada por el Papa, necesaria para corregir “concepciones mundanas” surgidas entre los cristianos, pero también “tendencias mundanas” presentes en todas partes, que reducen la “justicia”, la “misericordia”, la “colaboración” entre los hombres, permaneciendo demasiado apegados a la tierra. “La Iglesia – dijo Bartolomé – bendice la vida terrena, pero no pone en ella el término de su misión”; es necesario corregir las “concepciones mundanas” para que el hombre vuelva a su “belleza originaria, la de la caridad”.
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Fuente: AsiaNews
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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Presentamos nuestra traducción del interesante análisis que el periodista alemán Peter Seewald, tan cercado al Papa Ratzinger – con el cual ha escrito tres libros-entrevista -, ofrece en este diálogo con un periódico italiano sobre la relación entre el nuevo pontificado del Papa Francisco y el del Papa emérito Benedicto XVI, ambos considerados por él “Papas reformadores”.
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Hay una línea precisa que une dos a Papas “reformadores”. Peter Seewald no tiene dudas. El escritor y periodista, biógrafo de Joseph Ratzinger, ha estado dividido, en las últimas semanas, entre la tristeza por el adiós del pontífice alemán y “la gratitud por todo lo que él ha hecho”.
Hoy, después de la elección de su sucesor, mira al futuro con la esperanza del hombre de fe. Jorge Mario Bergoglio seguirá aquel camino de renovación indicado por quien lo ha precedido. “Benedicto XVI ha purificado la nave de la Iglesia e instruido la tripulación. Francisco pondrá en movimiento los motores para hacerla proceder en el mar de nuestro tiempo”, explica el autor de “Luz del mundo” en esta entrevista al Corriere della Sera.
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¿Cómo juzga la elección hecha por el Cónclave?
Esta elección ha sido una sorpresa – y también no. Comienza algo nuevo. Para la Iglesia, pero también para el mundo. Con este pastor de alta espiritualidad se abre una nueva era. La decisión del colegio cardenalicio es la indicación más grande de un cambio de época.
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¿Cuáles han sido las razones de la convergencia sobre el nombre de Bergoglio?
Desde su primer gesto, la oración por Benedicto XVI, el nuevo Papa ha demostrado querer colocarse en el surco de su predecesor. También la elección del nombre lo confirma. Después de Benedicto, viene Francisco. Ambos son grandes, verdaderos reformadores de la Iglesia, cada uno en su época, cada uno a su modo. Una verdadera reforma no se mide, de hecho, sobre criterios terrenos, como sostienen hoy muchos medios de comunicación, sino que viene de la fe de la Iglesia misma.
Joseph Ratzinger es, por otro lado, un gran admirador de San Francisco, que estaba radicalmente opuesto al espíritu de su tiempo. Como cardenal me dijo en el 2000, durante nuestras conversaciones en Montecassino para el libro “Dios y el mundo”, que Francisco de Asís, en una gran crisis, había hecho algo decisivo: permanecer del lado de la Iglesia. El nombre de Francisco es ya un programa. La Iglesia, decía Ratzinger sobre aquel gran santo, tenía necesidad de una renovación carismática interna, de una nueva llama de Fe y no sólo del conocimiento de la administración y del orden político. Y esto vale también para hoy.
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¿Ha sido una derrota para los cardenales italianos?
No se trata de la victoria, o de la derrota, o de la prevalencia de un grupo particular. Era necesario encontrar a la mejor persona para el trabajo más difícil del mundo, se debía elegir al sucesor del apóstol Pedro. La elección de Bergoglio, que es de origen italiano, ha sido inteligente y sabia. Yo veo en él también una referencia a la patria de sus padres, la maravillosa Italia, al orgulloso catolicismo de este país, a la magnífica ciudad de Roma, sin la cual no sería el Vaticano la patria de todos los católicos del mundo.
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¿No existen diferencias entre Bergoglio y Ratzinger?
Ya la primera y muy sobria aparición del Papa Francisco ha dejado claro a todos que él quiere proseguir la obra de su predecesor, con su estilo y su carisma personal, pero con toda aquella humildad y sencillez que hemos aprendido a conocer de Benedicto XVI. Ahora es posible apreciar todavía mejor el gesto histórico de la renuncia.
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¿Cuáles serán las prioridades del nuevo Pontífice?
El Papa Benedicto ha preparado el terreno y abierto el camino. Francisco lo continuará, dando prioridad a la nueva evangelización, a la revelación del mensaje de amor y hermandad. Se podría decir, tal vez, que Juan Pablo II ha mantenido y estabilizado la nave de la Iglesia en medio de la tempestad. Benedicto XVI ha purificado esta nave, ha instruido la tripulación y la ha llevado sobre la ruta. Francisco pondrá en movimiento los motores para hacer proceder la nave en el mar de nuestro tiempo. No será fácil.
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¿Ha hablado recientemente con Benedicto XVI? ¿Dará todavía su contribución para delinear el futuro de la Iglesia?
Benedicto XVI se ha imaginado a sí mismo como el fin de lo antiguo y el comienzo de lo nuevo. Por así decir, ha construido un puente. No será un pensionado que se dedica al jardín. “Yo no desciendo de la cruz”, han sido sus palabras. Con la fe, la meditación y la oración nos ofrecerá un ejemplo de lo que tanta falta le hace hoy a la Iglesia y a todos nosotros. Y si bien ahora permanecerá en silencio, no olvidemos que a veces el silencio puede ser muy ruidoso.
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¿Todo esto será también de ayuda para el nuevo Papa?
He quedado muy impresionado por el hecho de que, desde el comienzo de su papado, en la logia de la Basílica de San Pedro, Francisco ha recogido tan directamente aquellas señales. La oración, el silencio profundo. No sabemos qué ocurrirá, pero es claro que es necesario crecer en la conciencia de vivir no sólo en la época después de Cristo, sino también una época antes de Cristo, como ha revelado el Evangelio. Yo veo este pasaje del Evangelio como un prólogo para el nuevo pontificado: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo”.
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Benedetto XVI – Joseph Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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El Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, estará presente en la Misa de inicio de Pontificado del nuevo Papa Francisco. Da la noticia a AsiaNews la misma oficia de prensa de El Fanar, haciendo notar que es la primera vez desde el cisma de 1054 entre católicos y ortodoxos, y un signo importante para la unidad de los cristianos.
Junto al Patriarca ecuménico estarán presentes el metropolita de Pérgamo, Ioannis Zizioulas, Co-Presidente de la Comisión mixta para la unidad entre católicos y ortodoxos; Tarassios, metropolita ortodoxo de la Argentina; Gennadios, metropolita para Italia.
Desde el Vaticano II, las relaciones entre católicos y ortodoxos han mejorado cada vez más con intercambios de visitas recíprocas, gestos de amistad y diálogos teológicos. Con Benedicto XVI tales diálogos han sido retomados con vigor, después de un período de estancamiento. El mismo Papa ha propuesto a los ortodoxos dar sugerencias sobre cómo expresar el primado del sucesor de Pedro en términos aceptables a los ortodoxos, inspirándose en el estilo de la Iglesia indivisa del primer milenio.
El ecumenismo de los católicos encuentra más resistencia con la Iglesia ortodoxa rusa y con el Patriarcado de Moscú, la “tercera Roma”. Ayer, Hilarion, metropolita de Volokolamsk y responsable del Departamento para las relaciones exteriores, ha explicado a los periodistas que un encuentro entre el nuevo Papa y el patriarca Kirill de Moscú “es posible”, pero “el tiempo y el lugar dependerán de la capacidad de superar de prisa los conflictos del final de los años `80 y ´90”.
Hilarion se refería al problema de la Iglesia católica ucraniana de rito bizantino, fuera de la ley desde los tiempos de Stalin y de nuevo en libertad tras la caída de la Unión Soviética, que ha pretendido el retorno de las iglesias secuestradas en un tiempo por los comunistas y entregadas a los ortodoxos.
En todo caso, explicó Hilarión, “el Papa Francisco ha mostrado más de una vez su espiritual simpatía hacia la Iglesia ortodoxa y su deseo de tener estrechos contactos”. Hilarión espera que, bajo el nuevo pontificado, “se desarrollarán relaciones de alianza y nuestro vínculo será fortificado”.
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Fuente: AsiaNews
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Georgium Marium
Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio
qui sibi nomen imposuit Franciscum
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V. Oremos por nuestro Santo Padre el Papa Francisco.
>R. El Señor lo proteja, preserve su vida, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.
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Señor, que en tu providencia edificaste la Iglesia sobre el fundamento de Pedro, y lo pusiste al frente de los demás Apóstoles; mira con bondad a nuestro Papa Francisco, a quien has constituido sucesor de Pedro, y concédele que sea para tu pueblo principio y fundamento visible de la unidad de fe y comunión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Presentamos nuestra traducción del artículo de Monseñor Bruno Forte, Arzobispo de Chieti-Vasto, sobre la herencia de Benedicto XVI que, de acuerdo a su visión, marca las grandes prioridades de la agenda del próximo Sumo Pontífice.
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¿Cuál es la herencia que Benedicto XVI deja a su Sucesor? La respuesta a esta pregunta pasa a través del entero pontificado del Papa emérito, teólogo profundo, creyente enamorado, humilde trabajador en la viña del Señor y, sobre todo ahora, peregrino de Dios en el silencio de la adoración y en la oración de intercesión.
Cuatro tareas prioritarias me parecen delinearse para el próximo Obispo de Roma, partiendo de las mismas palabras con que el Pontífice ha motivado su renuncia: “ En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
La primera de las urgencias que resulta importante para el Papa Benedicto es, por lo tanto, la vida de fe, respecto a la cual el mundo actual está agitado por cuestiones de gran relieve. Durante el tiempo de su ministerio de Sucesor de Pedro, él ha insistido en el primado de Dios y en la obediencia que se le debe dar en todo. Precisamente así, el Pontífice emérito ha sido un reformador espiritual, que con firmeza ha querido renovar la Iglesia en el amor a Cristo, en la fe incondicional en Él y en el testimonio generoso y apasionado de su belleza a los hombres.
Convencido de que la verdadera reforma no es, en primer lugar, la de las estructuras o de las formas exteriores, Benedicto XVI, también a costa de pagar un precio altísimo al renunciar a la apariencia justificadora para obedecer a la verdad, ha recordado a la Iglesia la necesidad absoluta de agradar a Dios.
El modo límpido y decidido con que ha afrontado los escándalos y pecados realizados por personas consagradas, el pedido de perdón a quienes habían sido ofendidos por aquellos comportamientos – haciéndose cargo como inocente de las culpas de los hijos infieles de la Iglesia -, la firmeza de la lucha contra todo carrerismo por parte de eclesiásticos, la serenidad testimoniada también frente a traiciones e incomprensiones, no sólo hablan de la estatura espiritual de este Papa sino que permanecen como un ejemplo y un camino a seguir para el futuro.
Vinculada a la reforma espiritual de la Iglesia, una segunda prioridad ha surgido con cada vez mayor insistencia en el magisterio de Benedicto XVI: la nueva evangelización. A ella se ha referido al comunicar su renuncia, hablando del vigor necesario “para anunciar el Evangelio”.
Cuando en el 2010 instituyó el Pontificio Consejo a ella dedicado, utilizó referencias autobiográficas incluso conmovedoras, cuando dijo haber querido dar así “un cauce operativo a la reflexión que había llevado a cabo desde hacía largo tiempo sobre la necesidad de ofrecer una respuesta particular al momento de crisis de la vida cristiana, que se está verificando en muchos países, sobre todo de antigua tradición cristiana”.
Se siente en estas palabras el amor profundo del Papa emérito a Cristo y la condición de “amor herido”, experimentada al ver a muchos alejarse del tesoro del Evangelio o mostrarse indiferentes al mismo.
El nuevo Papa deberá encontrar formas y modos para que la belleza de la fe fascine nuevamente los corazones y la esperanza del Evangelio se convierta para muchos en luz en la noche de un tiempo, en el que tantos parecen no sufrir ya la falta de Dios.
Tal empresa no podrá ciertamente ser conducida por una sola persona: se perfila aquí la tercera de las prioridades con que deberá medirse quien suceda a Benedicto XVI, el ejercicio de la colegialidad episcopal. A ella se refiere la necesidad de proveer adecuadamente al gobierno de la Iglesia, a la que el Pontífice hacía referencia en la declaración sobre su renuncia. Había sido el mismo Ratzinger quien indicó esta prioridad al comienzo de su pontificado: “A todos los hermanos en el episcopado les pido también que me acompañen con la oración y con el consejo… El Sucesor de Pedro y los obispos, sucesores de los Apóstoles, tienen que estar muy unidos entre sí, como reafirmó con fuerza el Concilio. Esta comunión colegial, aunque sean diversas las responsabilidades y las funciones del Romano Pontífice y de los obispos, está al servicio de la Iglesia y de la unidad en la fe de todos los creyentes, de la que depende en gran medida la eficacia de la acción evangelizadora en el mundo contemporáneo. Por tanto, quiero proseguir por esta senda, por la que han avanzado mis venerados predecesores, preocupado únicamente de proclamar al mundo entero la presencia viva de Cristo” (20 de abril de 2005).
Algunos pasos en esta dirección ciertamente han sido dados, por ejemplo con la celebración de los Sínodos de los Obispos. Sin embargo, un incremento efectivo del gobierno colegial de la Iglesia no podrá no pasar a través de una reforma profunda de la Curia Romana y, en general, a través de estilos eclesiales de sobriedad cada vez mayor y de responsabilidad compartida de los pastores. En este punto Benedicto XVI ha ofrecido principios, que corresponderá al Sucesor traducir en la práctica hasta el fondo.
Finalmente, el anuncio renovado del Evangelio al mundo no podrá ocurrir de manera adecuada sin que se realicen dos condiciones, que conforman la cuarta prioridad dejada en herencia por el Papa emérito a quien le sucederá: el diálogo, con referencia por una parte a la revitalización del ecumenismo, por otra parte a una actitud cada vez más incisiva de confianza y amistad hacia la entera familia humana. Las dificultades surgidas en estos años en campo ecuménico no son ciertamente debidas a Benedicto XVI, que, en cambio, desde el comienzo ha querido dar un fuerte impulso al compromiso por la unidad querida por el Señor. Con los Ortodoxos, después del significativo paso dado con el Documento de Rávena del 2007 sobre el ministerio de unidad a nivel universal, que parecía abrir el camino al reconocimiento común del primado del Obispo de Roma, la resistencia por parte de las bases de las Iglesias ortodoxas se ha ido manifestando de manera preocupante.
Con los herederos de la Reforma, después del precioso acuerdo sobre la doctrina de la justificación de 1999, no parece que haya habido pasos hacia delante significativos. Con los Anglicanos, los gestos de atención y acogida de Benedicto XVI no han sido comprendidos o aceptados por todos. Es necesario, en pocas palabras, un nuevo impulso, que pueda volver a motivar en las diversas confesiones cristianas la pasión por la unidad por la cual Jesús ha orado: al nuevo Papa, y al colegio de los obispos con él, se presenta el desafío ineludible de avanzar por este camino, en continuidad con el mensaje del Concilio Vaticano II.
Al mismo tiempo, en un mundo cada vez más globalizado, en el cual las identidades locales advierten el riesgo y la amenaza de la misma globalización, el diálogo con las culturas y en general con el mundo contemporáneo parece una necesidad prioritaria.
Se requerirá también aquí un nuevo impulso, que atesore las premisas puestas por Benedicto XVI, por ejemplo en el diálogo con los no creyentes y los lejanos, para construir puentes de simpatía y de amistad, capaces de atraer corazones y de poner en marcha diálogos significativos y colaboraciones eficaces. Los cincuenta años de la apertura del Vaticano II traen a la memoria de todos el estilo de bondad y de confianza de Juan XXIII, al cual deberá conjugarse un conocimiento profundo y articulado de la complejidad de los escenarios de la “aldea global”. La sorpresa, que el Espíritu invocado sobre el próximo Cónclave reserva a la Iglesia, deberá ofrecer una respuesta convincente también a esta última y no sencilla urgencia.
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Benedetto XVI – Joseph Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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Por Silvia Guidi
El pronóstico pre-cónclave es un género literario sui generis en el que con frecuencia – salvo raras y luminosas excepciones – el interés del argumento es inversamente proporcional al conocimiento del tema del cual se está hablando. Un género literario anómalo bajo todo punto de vista, en el cual cada tanto los roles se invierten y el hombre de calle – el John Doe o el señor Rossi, con un mínimo de conocimiento del tema, que está hojeando un artículo en el bar o leyendo un instant book en la librería – se da cuenta con asombro de ser a veces más competente que el periodista o el ensayista de turno, porque tiene más familiaridad con categorías de pensamiento que, no por casualidad, son totalmente extrañas a la mentalidad y al sistema de valores de referencia del autor del texto.
Cuando el que escribe es consciente – y no siempre es obvio que esta conciencia exista – de estar describiendo un mundo del que se le escapan las dinámicas y del que no comprende las finalidades, los resultados pueden ser de lo más diversos. Algo se debe escribir, la página blanca se presenta amenazante desde la pantalla de la computadora en la redacción, y entonces, en la onda de la insostenible ligereza del no-conocer, parafraseando a Kundera, llegan comentarios casuales, deseos personales travestidos de noticias y palabras completamente privadas de peso específico.
El vaticinio sobre el nombre del nuevo Papa se convierte entonces en un pretexto para decir todo y lo contrario de todo: desde el “queremos un Papa moderno, un Papa Amélie Poulain, que lleve grandes cruces de rapero” - sic, frases tomadas de un blog que se lee en el sitio de Le Monde – al cabaret onomástico, violentamente anticlerical pero no privado de cultura y alegría “patafísica”, del cómico suizo Daniel Rausis, el inventor del género de los Papocryphes, nombres papales totalmente imaginarios. En el 2005, autodefiniéndose experto de pontificcionologías (sí, precisamente así), el cómico se ofrecía a dar una mano al nuevo sucesor de Pedro para la elección del nombre, como especialista mundial de la cuestión, aconsejándole los nombres más surrealistas. Causa impresión releer sus palabras a algunos años de distancia, ahora que su comentario más sutilmente pérfido y más citado en la red - “el único acto libre e imprevisible de un Papa es la elección del nombre” – ha sido tan clamorosamente desmentido el pasado 11 de febrero.
“They really don’t know much more about the Conclave than the rest of us” (“En realidad, ellos no saben mucho más que nosotros del conclave”), afirma tajante con lacónico pragmatismo un editorial aparecido en el blog Rorate Coeli, describiendo el difícil trabajo del vaticanista – aunque tengan una larga carrera y no les falte formación – en espera del cónclave. En retrospectiva, el elenco de los grandes errores es inexorablemente muy largo. Basta citar sólo dos ejemplos contenidos en el editorial de Rorate Coeli: en la lista de los papables que ocho años atrás presentó un preparadísimo y por otro lado autorizado periodista no italiano – veinte nombres de cardenales provenientes de todo el mundo – estaba ausente precisamente el purpurado que luego se convertiría en Benedicto XVI, mientras que otro autorizado colega italiano, por otro lado rápidamente corregido, concordaba en la sustancia, describiendo la hipótesis Ratzinger como “más simbólica que real”.
Otro error de perspectiva muy difundido es el que podríamos definir como la fascinación del slogan, es decir, la costumbre de repetir frases fabricadas sin verificar su historicidad. “Quien entra Papa sale cardenal”, por ejemplo, es un lugar común desmentido varias veces en el siglo XX, ha recordado oportunamente John Allen al comienzo de la sede vacante. De hecho, en 1939 fue elegido el favorito, Eugenio Pacelli, y así en 1963 Giovanni Battista Montini, mientras que en 1978 la elección de Albino Luciani fue prevista, entre otros, también por “Time”, “L’Espresso” y “Le Monde”. Incluso el imprevisible Karol Wojtyla – cuyo nombre había aparecido como probable Papa no italiano en la revista “Panorama” un año y medio antes de la elección – había sido indicado explícitamente como futuro Pontífice, sobre la base de una previsión con toda evidencia atendible, por el brillante sacerdote y vaticanista español José Luis Martín Descalzo, en el semanario “Blanco y Negro”. Y con él concordaba Silvano Stracca, el inolvidable vaticanista de “Avvenire”.
En la imposibilidad de dar nombres con conocimiento de causa, está finalmente quien apunta cómodamente al efecto acumulación, como ocurrió desde que Benedicto XVI declaró su renuncia al pontificado. Así, Luis Badilla Morales, colaborador de Radio Vaticana y atento observador que desde hace años navega en la red, ha notado con agudeza que, desde el pasado 11 de febrero, los nombres de los “papables” han subido de 23 a 47, aún si los más recurrentes son “sólo” una docena. Y no son pocos los colegas que se apresuran en insertar nombres en sus listas personales. De este modo podrán decir a sus nietos: “Yo lo había previsto”.
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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