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El ser humano, de ningún modo puede, por sí mismo, “hacer” el culto; si Dios no se da a conocer, no acertará. Cuando Moisés le dice al faraón: “no sabemos todavía qué hemos de ofrecer a Yahveh” (Ex. 10, 26) realmente está mostrando, con estas palabras, una ley fundamental de toda liturgia. Si Dios no se manifiesta, el hombre puede, sin duda, en virtud de la noción de Dios inscrita en su interior, construir altares “al Dios desconocido” (cf. Hch. 17, 23); puede intentar alcanzarlo mediante el pensamiento, acercarse a él a tientas, pero la liturgia verdadera presupone que Dios responde y muestra cómo podemos adorarle. De alguna forma necesita algo así como una “institución”. No puede brotar de nuestra fantasía o creatividad propias – en ese caso seguiría siendo un grito en la oscuridad o se convertiría en una mera autoafirmación. Presupone un tú concreto que se nos muestra, un tú que le indica el camino a nuestra existencia.
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Una serie de testimonios muy insistentes del Antiguo Testamento dan fe de este carácter no-arbitrario del culto. Pero en ningún lugar aparece tan dramáticamente como en el relato del becerro de oro. Este culto, presidido por el sumo sacerdote Aarón, en modo alguno tenía como finalidad el servir a un dios pagano. La apostasía es más sutil. No se da el paso abierto de Dios al ídolo, sino que, aparentemente, se permanece al lado del mismo Dios: la pretensión es glorificar al Dios que sacó a Israel de Egipto y se intenta hacerlo representando debidamente su fuerza misteriosa en la figura del becerro. Aparentemente todo es correcto, el ritual parece ajustarse a lo prescripto. Y, a pesar de ello, es una apostasía y una idolatría.
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Hay dos causas que provocan esta quiebra, apenas perceptible. Por una parte, la infracción de la prohibición de las imágenes: no es capaz de perseverar junto al Dios invisible, lejano y misterioso. Se le hace descender al propio terreno, al mundo de lo palpable y comprensible. De este modo, el culto ya no es un elevarse hacia él sino un rebajar a Dios al propio terreno. Tiene que estar ahí cuando se le necesita y tiene que ser tal y como se le necesita. El hombre utiliza a Dios y, de este modo, se sitúa, aunque aparentemente no lo parezca, por encima de Él.
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Con esto queda ya aludida la segunda causa: se trata de un culto en el que queda de relieve el propio poder. Si Moisés tarda demasiado en volver, y Dios mismo parece convertirse en inaccesible, se le va a buscar. Este culto se convierte en una fiesta que la comunidad se ofrece a sí misma, y en la que se confirma a sí misma. La adoración de Dios se convierte en un girar sobre uno mismo: comida, bebida, diversión. El baile alrededor del becerro de oro es la imagen de un culto que se busca a sí mismo, convirtiéndose en una especie de autosatisfacción insustancial.
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La historia del becerro de oro es la advertencia de un culto arbitrario y egoísta, en el que, en el fondo, ya no se trata de Dios, sino de fabricarse, partiendo de lo propio, un pequeño mundo alternativo. En ese caso, la liturgia realmente se convierte, no cabe duda, en un jugueteo vacío. O, lo que es peor, en un abandono del Dios vivo camuflado bajo un manto de sacralidad. Pero al final lo que queda es la frustración, el sentimiento de vacío. No tenemos ya esa experiencia de liberación convertida en acontecimiento allí donde tiene lugar un encuentro con el Dios vivo.
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Joseph Ratzinger, “El espíritu de la liturgia. Una introducción”
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Dice: "...El ser humano, de ningún modo puede, por sí mismo, “hacer” el culto; si Dios no se da a conocer, no acertará...."
ResponderEliminarSed contra - con permiso de Ratzinger - Gn 4,2b y ss. relatan un culto-liturgia (y hasta una moral) que preceden a la alianza de Abrahám y la del Sinaí. Una liturgia-religión "natural" tan válida, que hasta queda recogida en la oración más sagrada, el "sancta sanctorum" de la liturgia que es la Plegaria Eucarística (la romana, la más antigua y venerable) que dice "...sícuti accépta habére dignátus est múnera púeri tui iusti Abel"= "como aceptaste los dones de tu siervo el justo Abel..."
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Estimado Terzio:
ResponderEliminarEl entonces Cardenal Ratzinger también dice: "la liturgia verdadera presupone que Dios responde y muestra cómo podemos adorarle...".
Me parece que lo que está intentando hacer es una distinción entre el acercamiento "a tientas" de la religión natural y "la liturgia verdadera", que sólo puede revelarla Aquel que es digno de recibir nuestro culto.
¡Lo que es maravilloso es que haya sido el mismísimo Hijo de Dios Quien se haya hecho nuestro Sacerdote!
Non solum Sacerdos, sed etiam Hostia et Ara.
ResponderEliminarEn lo que comentaba más arriba (y la misma inserción del recuerdo de Abel en el Cánon Missae) se considera e interpreta la acción de Abel como prefiguración del Sacrificio de Cristo, el único culto pleno y agradable a Dios, "in spíritu et veritate" et "ab ortu solis usque ad occasum".
Me gusta discutir. Conozco el texto de Ratzinger (que no se puede - como ningún texto - leer separado de su "todo".
Pero ya te digo que me gusta apostillar, matizar, discutir...con perdón.
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