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Hace algunos días, el Santo Padre ha puesto en manos de Monseñor Guido Pozzo la secretaría de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. Es de esperar que, de este modo, Mons. Pozzo se convierta en el principal protagonista de los diálogos doctrinales con la FSSPX, incluso más que el mismo Cardenal Levada que, aún siendo Presidente de la Comisión, deberá conjugar esa responsabilidad con los múltiples e importantes compromisos que le exige el ser Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe así como, en menor medida, la presidencia de la Comisión Teológica Internacional y de la Pontificia Comisión Bíblica. Para conocer un poco más al hombre que el Papa ha elegido para una cuestión tan importante, ofrecemos una entrevista que Mons. Pozzo concedió al semanario católico italiano Vita Nuova en noviembre de 2007.
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En su opinión, ¿sobre qué frente debería trabajar hoy la Iglesia para permanecer fiel a su misión, es decir, a la evangelización?
Yo diría que la Iglesia actualmente se encuentra, de hecho, afrontando los problemas de la realidad en muchos frentes: no creo que se pueda hablar de privilegio de un frente sobre otro, porque el frente ecuménico es importante pero también lo es el de la discusión con las culturas no cristianas, es importante también el frente ético, la defensa de la ley moral y natural, el frente de la justicia, es todavía más importante el frente religioso: por lo tanto, los frentes son muchos y creo que es justo que la Iglesia, en la medida de lo posible, esté presente, y esto es lo que ha ocurrido también después del Concilio Vaticano II, lo que está ocurriendo, y lo que pienso que seguirá ocurriendo.
La cuestión central, que es preliminar, es el orden prioritario de las verdades, de los contenidos que la Iglesia está llamada a testimoniar en la realidad peregrina de esta vida: si no existe este orden prioritario claro, se corre el riesgo de la dispersión, la ruptura, o peor aún, la unilateralidad, es decir, el privilegiar uno o dos frentes en perjuicio de los otros, perdiendo así la integridad del testimonio cristiano. Éste es un problema que hoy se impone de manera urgente y pienso que la enseñanza del Santo Padre quiere traer un poco de orden en este testimonio tan diversificado, ramificado, que corre el riesgo de la dispersión. Y es claro que el punto prioritario es llevar a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, llevar la revelación de Dios y la salvación del pecado, y la apertura del hombre a la vida eterna y, por lo tanto, a una realidad que sobrepasa también todas las contingencias y las coyunturas de este mundo. La Iglesia tiene, por lo tanto, esta misión fundamental que debe estar presente siempre en el interior de los otros frentes. Cuando existe este orden prioritario, todo va bien.
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Se discute mucho sobre la relación Iglesia-mundo. En su opinión, ¿por qué debería caracterizarse esta relación? Diálogo, identidad…
Diálogo o identidad es un falso problema. Es necesario ser conscientes de la propia identidad, que en cuanto tal está abierta y destinada a todos los hombres, y por lo tanto está pronta a entrar en diálogo con todos los hombres, acogiendo cuánto hay de bueno y positivo incluso fuera de la Iglesia Católica, porque esto es ciertamente fruto del Espíritu, pero rechazando todo lo que también hay de negativo, de reduccionista, de engañoso, en estas culturas y en estas religiones.
Éste es el punto esencial: es necesario tener presente esta identidad. Yo creo que precisamente éste es el punto débil, el nudo de la cuestión actual: con frecuencia en el mundo católico esta identidad no es clara porque existe esta confusión, porque no existe este orden prioritario o se corre el riesgo de ser atraídos por algunas instancias olvidando otras. La conciencia de la propia identidad, que es una identidad religiosa, sobrenatural, no ligada a una ideología: creo que esto es también lo que piensa el Papa y el contenido prioritario de su misión y de su estilo. Es un pontificado que quiere reconducir a los cristianos a la profundidad de lo esencial de la fe y, por lo tanto, a poner en su lugar en orden jerárquico los compromisos y las características de la vida cristiana también en la sociedad y en el compromiso civil. Esta profundidad esencial es muy comprometida porque el Papa pide también una atención intelectual, un pensamiento que esté conforme a esta búsqueda de profundidad. No puede ocurrir todo esto con un simple devocionalismo o sentimentalismo superficial y mucho menos fideísmo.
Todo lo que el Papa dice sobre fe y razón, incluso el discurso de Ratisbona que es muy válido y no debe ser cambiado ni siquiera en una coma (esto debe decirse claramente y el que en aquel entonces no lo entendió, que lo relea), es precisamente esto: una religión que prescinde del logos es una religión que termina en violencia, en superstición. Por eso, cuando alguien teme (como ciertos filósofos) que insistir en la verdad significa violentar la libertad del hombre o bien cerrarse frente a otras perspectivas, esto es fruto de un prejuicio de la filosofía moderna: que la verdad como tal sea una ideología o una expresión de la voluntad de poder del hombre. Pero la verdad que Cristo lleva, la verdad que os hará libres, es la verdad que es Amor y se crucifica y da la propia vida por la salvación del hombre, liberándolo del pecado. Es la verdad del cristianismo que es Jesucristo, no es una verdad de poder por definición. Y es logos, es razón, es sabiduría: aquí debe darse el encuentro de la religión con la razón. La religión debe entender que la razón es intrínseca de algún modo a la fe porque el logos de la creación es el mismo Logos que luego se ha revelado, se ha encarnado. La religión, en este sentido, tiene necesidad de la razón. Por otra parte, ¿de qué razón se habla cuándo se habla de razón? No de una razón que está cerrada en sí misma, que hace del arbitrio o del subjetivismo su principio intrínseco: esa no es la razón, esa es una razón ya perjudicialmente pre-constituida. Y por eso la religión debe criticar con justicia este modelo cerrado de razón que es propio de la filosofía moderna y postmoderna, en sus resultados del pensamiento débil. El camino está bien precisado pero es laborioso porque el mundo de hoy no puede tolerar un testimonio cristiano simplemente basado en la autoridad, ya que la verdadera autoridad es la que hace crecer, está al servicio de la verdad y no al servicio de sí misma.
En este contexto, también la relación Iglesia-mundo podría ser precisada ya que el Vaticano II, en la Gaudium et Spes, ha dado algunas indicaciones de principios que obviamente son aún válidas. Diría que se ha pasado de una situación en que la Iglesia era como una ciudadela sitiada respecto a un mundo que la asediaba y la amenazaba, a una Iglesia que es una ciudad abierta y se confronta con la realidad de este mundo; pero tal vez hace falta precisar que es necesario dar un juicio sobre la modernidad y sobre la postmodernidad. Precisamente aquí hay una diferencia también en el interior del mundo católico: está quien piensa que la modernidad es fundamentalmente un hecho positivo y que, si la modernidad no se ha abierto a la Iglesia, la culpa es de la Iglesia. Pero no es así. Esta es la ilusión del post-Concilio que se choca contra una realidad que tenemos todos ante los ojos. Creo que hay que dar un juicio crítico sobre la modernidad y la postmodernidad porque el fenómeno es ciertamente complejo: no es que, renunciando a la propia identidad, la Iglesia está preparada o está en las mejores condiciones para dialogar con el mundo. Es exactamente lo contrario: precisamente al profundizar la propia identidad, la Iglesia encuentra los instrumentos para comprender y juzgar la realidad del mundo, sabiendo discernir los aspectos positivos y los negativos. Es necesario salir de esta ilusión optimística, casi irenista, que ha caracterizado al post-Concilio.
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¿No le parece que actualmente en la Iglesia existe esta psicosis de ciudadela asediada, este miedo a la confrontación, que tal vez se debe a una debilidad de la identidad? ¿Cómo podemos ayudar a las personas a crecer en esta dimensión?
Entre las urgencias, hoy la prioridad es precisamente la necesidad de cuidar la formación, que ha sido muy descuidada o mal enfocada en estos últimos veinte, treinta años. Es cierto que después del Concilio tal vez faltaban los instrumentos concretos, adecuados; hoy, sin embargo, esto instrumentos están: el Catecismo de la Iglesia Católica, sea en su forma integral o en la forma del Compendio, que debe constituir la base de la formación para todos porque propone la verdad cristiana. Apreciamos las mediaciones siempre y cuando no oscurezcan el Catecismo.
En cuanto al primer problema, el riesgo está. Está siempre el riesgo de cerrarse en el propio intimismo, en el propio oasis donde se está bien. Un riesgo de siempre, no sólo de hoy. Como, por otro parte, está el riesgo de la así llamada mediación, de pensar que nosotros debemos aprender mucho de los otros, que si los otros no aceptan el cristianismo es porque nosotros no somos auténticos testigos de Cristo.
Si alguien me preguntara si actualmente existen fuerzas contrarias a la Iglesia Católica, fuerzas que buscan impedirle continuar su misión, diría absolutamente que sí. No son las grandes dictaduras o los grandes esquemas totalitarios de los siglos XVIII o XIX, pero son fuerzas mucho más disimuladas, principalmente en los medios de comunicación social donde nosotros no estamos muy preparados. Nosotros debemos convivir con estas fuerzas y el punto está precisamente en lograr identificarlas. Hoy se combate a la Iglesia Católica no tanto en las afirmaciones dogmáticas, no hay herejías que niegan la divinidad de Cristo o la virginidad de María Santísima, o que niegan el infierno (mientras el infierno existe, es un dogma de fe, pero no se quiere hablar de ello). El verdadero peligro hoy es el debilitamiento de la fe cristiana, su relativización, su lenta secularización: se toma como en un supermercado lo que gusta de la fe cristiana y se rechazan muchísimas otras cosas. Y luego está la ética. Hoy todas estas fuerzas están combatiendo la ética fundamental, no la preceptiva. La Iglesia debe combatir estas fuerzas y dialogar con los hombres de buena voluntad, no con aquellos que quieren destruirla. Y aquí hay fuerzas políticas bien determinadas que están del lado contrario a la ética cristiana y a la ética racional: cuando la política toca la ética es un deber de la Iglesia, más que un derecho, intervenir y allí no hay pluralismo que valga. Nosotros no queremos obligar a los otros a pensar como nosotros, pero los otros no pueden obligarnos a callar. Por lo tanto, es una época de confrontación: debemos prepararnos para esta confrontación con mucha seriedad pero también con mucha serenidad. Como decía Pedro: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os lo pida, con dulzura y con respeto”
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Fuente: Vita Nuova
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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