lunes, 10 de agosto de 2009

He visto a Lorenzo...

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San Lorenzo 

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En la fiesta litúrgica de San Lorenzo, ofrecemos un extracto de las revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerich referentes a la vida del santo diácono y mártir.

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"He visto a San Lorenzo, español, natural de la ciudad de Huesca. Su madre se llamaba Paciencia; del nombre del padre no me acuerdo. Ambos eran muy piadosos cristianos. No todos eran allí cristianos. Las casas de éstos estaban señaladas con una cruz tallada en piedra. Unas cruces eran sencillas y otras dobles.


Vi que Lorenzo tenía una devoción extraordinaria al Santísimo Sacramento y que próximamente desde los once años había sido dotado por Dios de una maravillosa sensibilidad para conocer la proximidad de la Eucaristía, aunque el Santísimo fuera llevado ocultamente. Dondequiera que fuese llevado, él le acompañaba y le adoraba con mucho fervor. Sus piadosos padres, que no tenían tanto celo, tachaban de excesivo el suyo.


Vi una prueba conmovedora de su amor al Santísimo Sacramento. Supo Lorenzo que un sacerdote llevaba secretamente la comunión a una leprosa, que habitaba una miserable cabaña junto a la muralla de la ciudad. Siguió por devoción secretamente al sacerdote hasta la cabaña y estuvo escuchando y orando mientras la enferma recibía la Comunión. Diósela en efecto el sacerdote, pero en el momento de recibirla la enferma vomitó, y con eso salió de la boca la sagrada forma. El sacerdote, de cuyo nombre no me acuerdo, llegó a ser santo; pero entonces se hallaba en grande apuro sin saber cómo sacar de aquella inmundicia el Sacramento.


Todo esto lo vio el niño Lorenzo desde su escondite, y no pudiendo contenerse, impulsado por su amor al Santísimo, penetró en la habitación y venciendo la natural repugnancia, se echó sobre el vómito y tomó en sus labios el Cuerpo del Señor. Vi que en premio de esta heroica acción recibió de Dios un gran valor y una fortaleza invencible. He visto también de una manera con que no puedo describir, que él nació no de la sangre ni de la voluntad de la carne, sino de Dios.


Vile como niño recién nacido y entendí que fue engendrado por sus padres en medio de la mortificación, después de haber recibido dignamente los santos sacramentos, en pudor y penitencia; que en el momento de ser engendrado fue consagrado a Dios y que por esta razón le había sido dada esta temprana devoción y este sentimiento de la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. Yo tuve mucha alegría de ver aquí un niño engendrado como yo siempre creía que se debe en el matrimonio cristiano.


Después de aquella acción heroica no tardó Lorenzo en dirigirse a Roma, previo el consentimiento de sus padres. Allí le vi yo, en compañía de los más santos sacerdotes, visitar a los enfermos y encarcelados. No tardó en hacerse querer muy especialmente del Papa Sixto, que le ordenó de diácono. Le vi ayudar a Misa al Papa y vi que el Pontífice después de comulgar le daba a él la Comunión bajo ambas especies. Le vi también dar el Sacramento a los cristianos. No había comulgatorio como ahora. Los diáconos alternaban en el servicio de la Iglesia; pero vi que Lorenzo siempre ayudaba a Sixto.


Cuando éste fue encarcelado, en pos de él corrió Lorenzo y le llamó para que no le dejase; y vi que Sixto, por divina inspiración, le anunció su próximo martirio y le mandó que repartiera entre los pobres los tesoros de la Iglesia. Vile ir con mucho dinero en el pecho a una viuda llamada Ciriaca, en cuya casa había escondidos muchos cristianos y enfermos, y le vi lavarles a todos los pies humildemente, y socorrer imponiéndole las manos a aquella viuda que hacía tiempo padecía violentos dolores de cabeza, y curar enfermos y paralíticos, restituir la vista a los ciegos y distribuir abundantes limosnas entre ellos. La viuda le ayudaba en todas estas cosas, aún en convertir en dinero los tesoros de la Iglesia.


Vile entrar en una cueva y después en las catacumbas, y ayudar a todos y distribuir limosnas y dar la sagrada Comunión e infundir valor y consuelo, pues había en él fortaleza de alma sobrenatural e inocente y grave serenidad. Vile ir con Ciriaca a la cárcel donde estaba el Papa, y decirle cuando éste fue conducido al martirio que ya había distribuido los tesoros, y que como ministro del altar quería seguirle al martirio. El Papa le predijo otra vez su muerte. Después fue preso por los soldados por haber hablado de tesoros.” (Vio también el martirio de San Lorenzo y todas las circunstancias de la conversión de Romano e Hipólito y las curaciones en la cárcel, como refiere su vida, así como las apariciones de los ángeles y los consuelos que de ellos recibió en su martirio y la substancia de lo que le dijeron).


“Los tormentos no se acababan. Duraron toda la noche con extraordinaria crueldad. Entre dos lugares de suplicio había un espacio de columnas, donde estaban todos los instrumentos de martirio. El ingreso en aquel lugar era franco y había muchos espectadores. Allí fue martirizado hasta ser tostado en las parrillas. Después de ser confortado por el ángel, volviéndose en las parrillas habló alegremente. Por sí mismo se había colocado sobre ellas sin dejarse atar.


Conocí que por favor divino había dejado de sentir en gran parte aquel tormento, y que estaba en él como en un lecho de rosas. Otros mártires habían padecido más espantosos dolores. Sus vestidos de diácono eran blancos. Tenía una faja en la cintura, una estola, un cuello redondo sobre los hombros y un manto ceñido como el de San Esteban. Vi que fue sepultado por Hipólito y el sacerdote Justino, y que muchos lloraron en su sepulcro, sobre el cual se dijo Misa. Lorenzo se me apareció una vez que yo sentía escrúpulos sobre si había de comulgar. Me preguntó sobre el estado de mi espíritu y me dijo después de oírme, que podía comulgar al día siguiente.”

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Tomado de “Vida y visiones de la Venerable Ana Catalina Emmerich”, del Padre Carlos Schmoeger.

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