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Ofrecemos nuestra traducción de la entrevista que Antonio Gasparri ha realizado a Monseñor Nicola Bux y que fue publicada el pasado viernes en la edición italiana de Zenit.
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En julio de 2007, con el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice Benedicto XVI ha restaurado la celebración de la Misa en latín. El evento suscitó revuelo. Se levantaron vibrantes voces de protesta pero también valientes aclamaciones.
Para explicar el sentido y la práctica de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, don Nicola Bux, sacerdote, experto en liturgia oriental y consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, publicó el libro “La reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre tradición e innovación” (Piemme, Casale Monferrato 2008), con prefacio de Vittorio Messori.
En el libro, don Nicola explica que el restablecimiento del rito latino no es un paso atrás, un retorno a los tiempos precedentes al Concilio Vaticano II, sino más bien un mirar adelante, retomando de la tradición pasada cuanto de bello y significativo ella pueda ofrecer a la vida presente de la Iglesia.
Según don Bux, lo que el Pontífice quiere hacer en su paciente obra de reforma es renovar la vida del cristiano, los gestos, las palabras, el tiempo de lo cotidiano, restaurando en la liturgia un sabio equilibrio entre innovación y tradición. Haciendo así emerger la imagen de una Iglesia siempre en camino, capaz de reflexionar sobre sí misma y de valorizar los tesoros de los que es rico su cofre milenario.
Para tratar de profundizar el significado y el sentido de la Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio del lenguaje con Dios, Zenit ha entrevistado a don Nicola Bux.
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¿Qué es la liturgia y por qué es tan importante para la Iglesia y para el pueblo cristiano?
La sagrada liturgia es el tiempo y el lugar en que, con seguridad, Dios va al encuentro del hombre. Por lo tanto, el método para entrar en relación con Él es precisamente el de rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le damos gracias y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín colere, cultivar una relación importante, pertenece al sentido religioso del hombre, en toda religión desde los orígenes.
Para el pueblo cristiano, la sagrada liturgia y el culto divino realizan, por lo tanto, la relación con lo más querido que tiene, Jesucristo Dios – el atributo sagrado significa que en ella tocamos su presencia divina. Por eso, la liturgia es la realidad y la “actividad” más importante para la Iglesia.
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¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por qué ha suscitado tanto revuelo?
La reforma de la liturgia, término que debe ser entendido según la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como instauratio, es decir, restablecimiento en el lugar correcto en la vida eclesial, no comienza con Benedicto XVI sino con la historia misma de la Iglesia, de los apóstoles a la época de los mártires con el papa Dámaso hasta Gregorio Magno, de Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio es continua, porque siempre existe el riesgo de que la liturgia caiga de su puesto, que es el de ser fuente de la vida cristiana; la decadencia ocurre cuando se somete el culto divino al sentimentalismo y al activismo personales de clérigos y laicos, que penetrando en el culto lo transforman en obra humana y entretenimiento espectacular: actualmente un síntoma de esto está dado por el aplauso en la iglesia que acompaña indistintamente el bautismo de un recién nacido y la salida del ataúd en un funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento, ¿no necesita reforma? Esto es lo que Benedicto XVI está haciendo: como emblema de su obra reformadora quedará siempre el restablecimiento de la Cruz al centro del altar con el fin de hacer entender que la liturgia está dirigida al Señor y no al hombre, aunque sea ministro sagrado. El revuelo está siempre en todo giro de la historia de la Iglesia pero no hay que impresionarse.
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¿Cuáles son las diferencias entre los denominados innovadores y los tradicionalistas?
Estos dos términos deben ser aclarados en primer lugar. Si innovar significa favorecer la instauratio de la que hablaba, es precisamente de lo que tenemos necesidad; como también si traditio significa custodiar el depósito revelado sedimentado también en la liturgia. Si, en cambio, innovar quiere decir transformar la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando entre un gusto arcaico que quiere conservar sólo los aspectos que agradan y un conformismo a la moda del momento, vamos fuera de camino; o por el contrario, ser conservadores de tradiciones meramente humanas que se han superpuesto a modo de incrustaciones en el cuadro, no permitiendo ya captar la armonía del conjunto. En realidad, los dos opuestos terminan por coincidir y revelar la contradicción. Un ejemplo: los innovadores sostienen que la Misa antiguamente era celebrada dirigida al pueblo. Los estudios demuestran lo contrario: la orientación ad Deum, ad Orientem, es la propia del culto del hombre a Dios. Piénsese en el judaísmo. Todavía hoy todas las liturgias orientales la conservan. ¿Cómo es que los innovadores, amantes de la restauración de los elementos antiguos en la liturgia postconciliar, no la han conservado?
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¿Qué significado tiene la tradición en la historia y en la fe cristiana?
La tradición es una de las dos fuentes de la Revelación: la liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124), es un elemento constitutivo de ella. Benedicto XVI, en el libro “Jesús de Nazaret”, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia. Luego están las tradiciones de fe, de cultura, de piedad, que han entrado y han revestido la liturgia; actualmente conocemos varias formas de ritos en Oriente y en Occidente. Todos comprenden, entonces, por qué la Constitución litúrgica, después de haber recordado que sólo la Santa Sede es la autoridad competente para regular la sagrada liturgia, afirma perentoriamente en el n. 22, § 3: “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.”.
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¿Sería posible, en su opinión, volver actualmente a la Misa en latín?
El Misal Romano renovado por Pablo VI es en latín y constituye la edición llamada típica, ya que a ella deben hacer referencia las ediciones en lengua vernácula a cargo de las Conferencias Episcopales nacionales y territoriales, aprobadas por la Santa Sede. Por lo tanto, la Misa en latín se ha continuado celebrando también con el nuevo Ordo, si bien raramente. Esto ha terminado contribuyendo a la imposibilidad, para una asamblea compuesta de lenguas y naciones diversas, de participar en una Misa celebrada en la lengua sagrada universal de la Iglesia Católica de rito latino. Así, en su lugar surgieron las llamadas Misas internacionales, celebradas de tal forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se recitan o cantan en varias lenguas; de este modo, ¡cada grupo comprende sólo la suya!
Se ha sostenido que el latín no lo entendía nadie; ahora, si la Misa en un santuario es celebrada en cuatro lenguas, cada grupo termina entendiendo sólo una cuarta parte. Aparte de otras consideraciones, como ha deseado el Sínodo del 2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en latín: al menos, una dominical en las catedrales y en las parroquias. Esto ayudará, en la aclamada sociedad multicultural actual, a recuperar la participación católica, tanto en el sentirse Iglesia universal como en el reunirse junto a otros pueblos y naciones que componen la única Iglesia. Los cristianos orientales, aún dando espacio a las lenguas nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico en las partes más importantes de la liturgia como la anáfora y las procesiones con las antífonas para el Evangelio y el Ofertorio.
A instaurar todo esto contribuye mucho el antiguo Ordo del Misal Romano anterior, restaurado por Benedicto XVI con el Motu Proprio Summorum Pontificum que, simplificando, es llamada Misa en latín: en realidad, es la Misa de san Gregorio Magno, en cuanto su estructura se remonta a la época de aquel Pontífice y permaneció intacta a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y de los otros pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II la han celebrado cotidianamente sin notar ningún contraste con la actualización que estaban realizando.
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El Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de los abusos litúrgicos. ¿De qué se trata?
En realidad, el primero en lamentar las alteraciones en la liturgia fue Pablo VI, a pocos años de la publicación del Misal Romano, en la audiencia general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI estaba convencido de que la reforma litúrgica realizada después del Concilio realmente había introducido y sostenido firmemente las indicaciones de la Constitución litúrgica (discurso al sagrado Colegio del 22 de junio de 1973). Pero la experimentación arbitraria continuaba y se agudizaba, por otro lado, la nostalgia del antiguo rito. El Papa, en el consistorio del 27 de junio de 1977, reprendía a “los contestatarios” por las improvisaciones, banalizaciones, ligerezas y profanaciones, pidiéndoles severamente atenerse a la norma establecida para no comprometer la regula fidei, el dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi; y también a los tradicionalistas para que reconocieran la “accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los ritos.
En 1975, la bula Apostorum Limina de Pablo VI para convocar el año santo había apuntado a propósito de la renovación litúrgica: “Nos estimamos extremadamente oportuno que esta obra sea reexaminada y reciba nuevos desarrollos de modo que, basándose sobre lo que ha sido firmemente confirmado por la autoridad de la Iglesia, se pueda ver por todas partes aquellas que son realmente válidas y legítimas y continuar su aplicación con un celo aún mayor, según las normas y los métodos aconsejados por la prudencia pastoral y por una verdadera piedad”.
Dejo a un lado las denuncias de abusos y sombras en la liturgia por parte de Juan Pablo II en varias ocasiones, en particular en la Carta Vicesimus quintus annus de la entrada en vigor de la Constitución litúrgica. Benedicto XVI, por lo tanto, ha querido reexaminar y dar nuevo impulso precisamente abriendo una ventana con el Motu Proprio, para que poco a poco cambie el aire y se reubique en el correcto carril lo que ha ido más allá de la intención y la letra del Concilio Vaticano II en continuidad con la entera tradición de la Iglesia.
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Usted ha afirmado varias veces que, en una correcta liturgia, es necesario respetar los derechos de Dios. ¿Nos puede explicar qué es lo que quiere sostener?
La liturgia, término que en griego indica la acción ritual de un pueblo que celebra, por ejemplo, sus glorias, como ocurría en Atenas o como ocurre todavía hoy para la inauguración de las Olimpiadas u otras manifestaciones civiles, evidentemente es producida por el hombre. La sagrada liturgia tiene este atributo porque no es a nuestra imagen – en tal caso, el culto sería idolátrico, es decir, creado por nuestras manos – sino que es hecha por el Señor omnipotente: en el Antiguo Testamento, con su presencia indicaba a Moisés cómo debía predisponer en los mínimos detalles el culto al Dios único y verdadero, junto a su hermano Aarón. En el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el verdadero culto echando a los mercaderes del Templo y dando a los Apóstoles las disposiciones para la Cena pascual. La tradición apostólica ha recibido y relanzado el mandato de Jesucristo. Por lo tanto, la liturgia es sagrada, como dice Occidente, y divina, como dice Oriente, porque ha sido instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de Dios, a la que nada debe anteponerse.
Precisamente la función mediadora entre Dios y el hombre, propia del sumo sacerdocio de Cristo y ejercida en y con la liturgia por el sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que la liturgia desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina basándose en la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y, por lo tanto, indica cómo se debe “adorar en espíritu y en verdad”, es decir, en su Hijo Jesús y en el Espíritu Santo. Él tiene el derecho de ser adorado como Él quiere.
Sobre todo esto se necesita una profunda reflexión, ya que su olvido está en el origen de los abusos y de las profanaciones, ya muy bien descritas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum en la liturgia contribuye mucho a respetarla como algo sagrado, como prescribían las rúbricas; pero también las nuevas deben volver a ser seguidas con espíritu de devoción y obediencia por parte de los ministros sagrados para edificación de todos los fieles y para ayudar a muchos que buscan a Dios a encontrarlo vivo y verdadero en el culto divino de la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas deben volver a aprender y a realizar los sagrados ritos con tal espíritu y contribuirán así a la verdadera reforma querida por el Vaticano II y, sobre todo, a reavivar la fe que, como escribió el Santo Padre en la Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, corre el riesgo de apagarse en muchas partes del mundo.
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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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