martes, 30 de septiembre de 2008

Mi hermano, el Papa

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El Papa y su hermano

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Ofrecemos la primera parte de una larga e interesante entrevista que el periodista Andrea Tornielli realizó a Monseñor Georg Ratzinger, hermano mayor del Papa Benedicto XVI. En los próximos días publicaremos la segunda parte, en la que se habla del Concilio Vaticano II y de la elección de Joseph Ratzinger como Obispo de Roma.

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“Desde el inicio de mi vida, mi hermano ha sido siempre para mí no sólo compañero, sino además guía fiable. Ha constituido para mí un punto de orientación y de referencia con la clarividencia y la determinación de sus decisiones. Siempre me ha indicado el camino que debía tomar, incluso en situaciones difíciles”. Con estas palabras, el pasado 22 de agosto, Benedicto XVI agradeció al alcalde de Castelgandolfo por haber concedido la ciudadanía honoraria a Georg Ratzinger, su hermano mayor. La “guía fiable” del Papa, el único miembro que queda de su familia, a pesar de la enfermedad de los ojos que le ha reducido mucho la vista, se mueve aún ágilmente en la habitación de la calle Luzengasse, poco distante de la Catedral de Ratisbona, donde por largo tiempo ha dirigido el famoso coro de voces blancas de los “Domsptzen”, los gorrioncillos de la Catedral. En la ciudad cuyo nombre, en el 2006, ha circulado por todo el mundo después del famoso discurso del Pontífice dedicado a la relación entre fe y razón, nubes grises dejan caer una lluvia fría y otoñal. Monseñor Ratzinger, de 84 años, puntualísimo, espera al entrevistador en la puerta, a la hora prevista para el encuentro. La pequeña sala de estar, donde recibe a los visitantes y los hace pasar, está llena de pergaminos y de imágenes sagradas. En el centro, sobresale una foto sonriente del hermano Papa. La única condición para la entrevista es “que sea breve”. Pero aceptará con agrado muchas “últimas” preguntas.

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¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de su hermano Joseph?


Era el Sábado Santo de 1927. Ya desde el alba había una gran confusión en casa y yo no lograba entender qué estaba sucediendo. Quería levantarme pero mi padre me dijo que continuara durmiendo porque había nacido un hermanito. Lo vi sólo después: era pequeño y delicado. Fue bautizado al otro día en la iglesia parroquial de Marktl am Inn, el pueblo donde habitábamos. Aquel día llovía, nevaba y había viento, así que mis padres decidieron dejarme a mí y a mi hermana en casa para no correr el riesgo de enfermarnos.

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¿Qué tipo de niño era su hermano?


Era un niño vivaz, pero no un terremoto. Lo recuerdo siempre alegre. Desde pequeño mostraba gran sensibilidad con los animales, las flores y, en general, con la naturaleza. Tal vez también por esto en Navidad recibía siempre, de regalo, animales de tela. Su atención por la naturaleza y los seres vivos era un rasgo característico suyo.

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¿Nos puede contar algo sobre su vida familiar y sus padres?


Éramos una familia muy unida. Nuestro padre era comisario de policía, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera. Mi madre era hija de artesanos y antes de casarse había trabajado como cocinera. Siendo niños, cuando era posible, íbamos a la Misa diaria. Hacíamos el desayuno en casa. Luego, nos veíamos de nuevo para el almuerzo. Según la tradición bávara, comíamos primero una sopa y luego el plato principal. A la tarde hacíamos los deberes y luego, con mi hermano, íbamos a pasear por la ciudad. Después cenábamos juntos. En aquella época no había ni radio ni televisión, y nuestro padre tocaba la cítara y cantaba canciones. Luego, se iba temprano a la cama.

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¿Qué opinión tenía vuestro padre del nazismo?


Desde el inicio, ha sido un gran opositor del nazismo. Entendió enseguida que el nacionalsocialismo sería una catástrofe y que no era sólo un gran enemigo de la Iglesia sino, más en general, de toda fe y de toda vida humana.

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¿Usted y Joseph fueron obligados a alistarse en las Juventudes Hitlerianas?


El Estado había dispuesto que todos los chicos de las escuelas, según su edad, debieran inscribirse en determinados grupos juveniles. Cuando se convirtió en obligatorio, fuimos inscriptos todos. No había libertad de elección y el no presentarse habría tenido ciertamente consecuencias negativas. Mi hermano, sin embargo, no frecuentaba estas reuniones y no se presentaba ante los llamados. Esto comportó un daño económico para mi familia ya que no se benefició más del descuento en los gastos escolares.

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¿Es verdad que un pariente vuestro fue asesinado en el Aktion T4, el proyecto de eutanasia nazista?


Era nuestro primo, hijo de una hermana de mi madre. Era un niño agradable y alegre pero sufría de trastornos mentales. No era capaz de dialogar correctamente o de participar en las conversaciones. No sé decir nada más sobre su enfermedad. Sólo mucho más tarde nos enteramos que los nazis se lo habían llevado de su casa y que había sido asesinado en un campo de exterminio.

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En 1935 usted entró en el seminario diocesano de Traunstein. Joseph ha escrito en su autobiografía: “Yo seguí sus pasos”. ¿Cómo nace la vocación de Joseph?


Tanto mi hermano como yo éramos monaguillos y los dos ayudábamos en la Misa. Pronto se nos hizo claro, primero a mí y luego a él, que nuestra vida estaría dedicada al servicio de la Iglesia.

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Ya desde temprano su hermano había dicho que de grande quería ser cardenal…


En Tittmoning, Joseph había recibido la confirmación de manos del Cardenal Michael Faulhaber, el gran arzobispo de Munich. Él quedó impresionado y había dicho que quería convertirse también él en cardenal. Pero sólo algunos días después de aquel encuentro, observando al pintor que decoraba las paredes de nuestra casa, dijo también que de grande querría ser pintor de paredes…

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En la autobiografía, Joseph cuenta que consideraba “una verdadera tortura” el deporte y que no amaba la actividad física.


Puedo decir con seguridad que ni a mí ni a mi hermano nos atraía el deporte. Tal vez era debido al hecho de que no teníamos un físico robusto, es más, éramos los más pequeños y débiles de nuestras respectivas clases. No llegábamos a tener el ritmo de nuestros compañeros.

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¿Cómo ha influido la segunda guerra mundial en su vida y en la de su hermano?


La guerra nos ha probado profundamente, incluso cuando estábamos en casa: la comida apenas alcanzaba. Teníamos un billete para el abastecimiento mensual de comida, con el cual se podían comprar sólo determinados alimentos como el azúcar, la manteca, la grasa y algo de carne. Por la tarde, era necesario oscurecer las ventanas para que no se viera la luz y así no ser vistos por los aviones de los aliados. Fui llamado primero al servicio de trabajo, y luego al servicio militar. Mi hermano fue llamado algún tiempo después que yo. Teníamos objetivos e ideales que eran opuestos a los de Hitler pero, a nuestro pesar, éramos soldados. No veíamos la hora de que llegase el día en el que la guerra habría terminado.

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¿Cómo nació vuestra pasión por la música?


En nuestra casa, todos amaban la música. Nuestro padre – ya lo he recordado – tenía una cítara que tocaba frecuentemente por la tarde. Cantábamos juntos. Para nosotros, era siempre un acontecimiento. En Marktl am Inn había una banda musical que me gustaba mucho. Siempre pensé que la música era una de las cosas más bellas que Dios había creado. También mi hermano ha amado siempre la música: tal vez lo he contagiado yo.

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Usted y su hermano fueron ordenados sacerdotes juntos el 29 de junio de 1951, en la Catedral de Freising. ¿Qué recuerdos tiene de aquel día?


Fue un día muy alegre, que nos conmovió profundamente. El buen tiempo nos había puesto de buen humor. Éramos más de cuarenta jóvenes y nos habíamos preparado juntos para la consagración. Estábamos todos felices porque alcanzábamos el objetivo para el cual nos habíamos preparado por años y que tanto esperábamos. Ahora todo se convertía en realidad. Entramos en la Catedral de Freising, cuya gran campana, que llevaba el nombre de San Corbiniano, había despertado desde temprano por la mañana a toda la ciudad, creando una atmósfera de fiesta. Toda la familia estaba con nosotros: nuestros padres, nuestra hermana mayor. Fue un día inolvidable.

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Joseph Ratzinger, como cardenal y como Papa, ha hablado de las raíces comunes que hay entre judaísmo y cristianismo. ¿Había contactos con judíos en vuestra familia?


Es un dato teológico que los judíos son el pueblo elegido por Dios y que de aquel pueblo nace Jesús, de la Virgen María. Pero debo admitir que en aquella época sabíamos que existían los judíos sólo por la enseñanza de la religión. En nuestra región no había judíos, por lo que no teníamos ni contactos ni experiencias vividas con ellos. No sabíamos tampoco nada de los progrom contra los judíos y de las injusticias cometidas hacia ellos por los nazis. No éramos conscientes de todo eso.

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Texto original: Il giornale


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

 

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lunes, 29 de septiembre de 2008

¿Se define mañana?

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Cardenal Newman

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Según el Daily Mail de Inglaterra, mañana martes se reunirá la comisión de teólogos para estudiar una curación atribuida a la intercesión del Venerable John Henry Newman.

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El Vaticano decidirá el martes si el Cardenal John Henry Newman será declarado Beato – un movimiento que lo pondría a sólo un paso de transformarse en el próximo Santo de Gran Bretaña.

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Los teólogos se reunirán para considerar si la inexplicable curación de un hombre con una condición de parálisis en la columna vertebral fue el resultado de la intercesión del clérigo victoriano.

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Si concluyen afirmativamente, entonces el Papa Benedicto XVI declarará a Newman “Beato” en diciembre. Será formalmente beatificado en la Plaza de San Pedro en la primavera del próximo año.

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Se requerirá otro milagro para que sea canonizado, y la búsqueda comenzará inmediatamente después de que se lleve a cabo la beatificación.

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El Padre Paul Chavasse, superior del Oratorio de Birmingham y postulador de la causa de canonización de Newman, dijo que estaba “enormemente entusiasmado” de que su trabajo se acerque a su finalización.

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“Mucha gente ha trabajado muy duro por mucho tiempo en esta causa, particularmente los miembros de mi propia comunidad religiosa, algunos de los cuales ya no viven”, dijo. “Esperamos ver su trabajo coronado con el éxito antes de que hayan transcurrido muchos meses”.

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El panel de teólogos examinará la curación de Jack Sullivan, de 76 años, un diácono de Marshfield, Massachusetts, quien estaba “doblado en dos” por una seria afección en la columna, pero quedó curado después de rezarle al Cardenal.

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Los expertos médicos ya han concluido que no hay explicación científica para la curación, y los teólogos buscarán asegurarse de que no haya obstáculos doctrinales.

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Si dan su aprobación, el milagro será sellado por los Cardenales de la Congregación para las Causas de los Santos, y el caso será enviado al Papa para su aprobación directa.

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El Papa ha sido un admirador de la teología y filosofía del Cardenal Newman desde la década del ’40, y es entusiasta de canonizarlo. Tan pronto como firme el decreto, el Cardenal puede ser definido como Beato.

A honra de tan excelsos Príncipes

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Coros_de_ángeles

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Hacia la fiesta del Arcángel San Miguel, un día en que había de comulgar, meditaba sobre el ministerio tan liberal que los demás Espíritus bienaventurados ejercían para con ella, aunque muy indigna, por la divina magnificencia, y deseando pagarles sus servicios, ofreció al Señor el vivífico Sacramento de su Cuerpo y Sangre, diciendo: “A honra de tan excelsos Príncipes tuyos te ofrezco, Señor amantísimo, este soberano Sacramento en alabanza eterna tuya, y aumento de alegría, gloria y bienaventuranza de ellos. Atrajo e incorporó aquí el Señor con su divinidad, por un modo inefable y maravilloso, el Sacramento que le había sido ofrecido y comunicó de él a los Espíritus Angélicos gustos tan superiores a cuanto se puede ponderar, que aunque hasta entonces hubieran carecido de todo género de bienaventuranza, parecerían gozarse sobrado abundantemente con esto y nadar a sus anchas en un mar de delicias. Acuden a ella los Santos Ángeles por sus órdenes y jerarquías, y doblando con gran reverencia las rodillas decían: “Verdaderamente nos has honrado muy mucho con este sacrificio, y con razón, dado que cuidamos de ti con particular amor”. El coro de los Ángeles decía: “Nosotros estamos en vela día y noche solícitos en guardarte con inefable contento, y no permitimos se menoscabe en ti cosa que te pueda decentemente adornar para recibir a tu Esposo”.

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Dando entonces ella devotas gracias por este servicio a Dios y a los mismos Espíritus bienaventurados, deseaba además reconocer entre los otros, al Santo Ángel que el Señor le había señalado por custodio. Y apareció al punto como un esclarecido Príncipe, engalanado con tan maravillosas vestiduras o aderezos, que no hay semejanza alguna de cosas visibles con que se pueda comparar, y estaba en pie detrás entre Dios y el alma; y estrechando con suma reverencia y delicadísimo afecto, con un brazo al Señor y con otro al alma, dijo: “Con el atrevimiento que me da la acostumbrada familiaridad con que a menudo inclino a Dios Esposo hacia esta alma y la levanto a ella hacia Él en un espiritual transporte, oso acercarme más ahora”. Le ofreció entonces ésta algunas oracioncillas particulares que había rezado en su honor. Acéptalas él con grandísimo gozo y las ofrece en figura de graciosísimas rosas a la Trinidad digna de ser siempre venerada. Saludando después los Ángeles al alma le decían: “Oh egregia Esposa de Cristo, con familiarísimo cariño procuramos manifestarte a menudo todos los arcanos de los secretos divinos que vemos en el espejo de la Santísima Trinidad, y juzgamos serte más provechosos según tu capacidad”. La Virtudes decían: “Nosotros te servimos devotamente en todo lo que haces para procurar la alabanza y gloria de tu Señor y nuestro, ora sea meditando, ora escribiendo, ora también hablando; y en cualesquiera de estas cosas te movemos e incitamos siempre leales para que tus obras sean perfectas”.

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Las Dominaciones le afirmaban: “Supuesto que la honra del Rey ama el juicio, y el amor violento se va a rienda suelta tras lo que ama sin razón que le enfrene, siempre que el Señor Rey de la gloria desea recrearse en el aposento de tu alma muy despacio, y ésta a su vez con impulso de amor va tras él, nosotros reverenciamos entre tanto por ti a su grandeza, para que no falte nada del honor que se debe a tan soberana majestad”. Los principados exclamaban: “Nosotros procuraremos con todo empeño presentarte al Señor Rey de los reyes, engalanada con todo el real aparato de las virtudes, y vistosa a sus divinos ojos, conforme al gusto y contento de su corazón”.

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Las Potestades decían: “Como sabemos que estás estrechamente unida a tu amado con amorosos lazos, nosotros sin descuidarnos un punto, procuramos quitar todos los estorbos así interiores como exteriores que pudieran perturbar vuestros regalados coloquios, que alegran también a toda la Corte celestial, y colman de bendiciones a la Iglesia. Porque más puede alcanzar de Dios una alma enamorada, que millares de ella sin amor”. Dio entonces gracias muy devotas el alma a todos aquellos bienaventurados Espíritus y también a Dios nuestro Señor, por estos favores y por muchos otros que estaría dispuesto a hacernos, si no le estorbara la flaqueza de la poquedad humana. Debemos por ende con razón encomendar todas las cosas a la divina Providencia, dado que a solos sus ojos están patentes todas ellas.

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Fuente: “Embajador del Amor Divino”,

Revelaciones de Santa Gertrudis

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domingo, 28 de septiembre de 2008

Ostensus magis quam datus

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Un día como hoy, hace 30 años, la repentina muerte del Papa Juan Pablo I sorprendía a la Iglesia y al mundo. Como recordábamos con ocasión del 30º aniversario de su elección, durante sus treinta y tres días de pontificado, el nuevo Papa conquistó el corazón de los fieles cristianos, colmándolos de alegría y gratitud a Dios. “Y esta gran alegría y gratitud de la Iglesia - diría luego su inmediato sucesor - ni siquiera fue turbada por su repentina muerte. Sólo durante 33 días había ejercido su ministerio pastoral en la cátedra romana, a la que había sido mostrado más bien que dado, ostensus magis quam datus, palabras que fueron dichas con ocasión de la muerte de León XI, también repentina”.

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Tal vez quienes más afectados se vieron ante la sorpresiva desaparición física del entonces Obispo de Roma fueron precisamente aquellos que lo habían elegido para esa misión: los cardenales. Varios años después, recordaría el Cardenal Gantin: “La muerte de Juan Pablo I nos había desconcertado. Eran momentos de gran desconsuelo, nos sentíamos huérfanos, llenos de dolor. Pero no sin esperanza. El Espíritu Santo que nos había asistido no podía abandonarnos…”. También el Cardenal Ratzinger confesó que “tras esta muerte imprevista estábamos todos algo deprimidos. Había sido un golpe muy duro. También después de la muerte de Pablo VI había tristeza. Pero la de Montini había sido una vida completa, que había tenido un epílogo natural. Él mismo esperaba la muerte, hablaba de su muerte. Después de un pontificado tan grande había habido un nuevo comienzo, con un Papa de otro tipo, pero en total continuidad. Pero que la Providencia hubiera dicho que no a nuestra elección fue de verdad un duro golpe…”.

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Como todo duro golpe, sin duda fue muy difícil en aquel momento comprender aquel misterioso designio de la Providencia. Sólo el paso del tiempo permitió vislumbrar lo que pudo haber significado aquel breve papado. El Papa Wojtyla, un año después, afirmaba que “el pontificado de Juan Pablo I, a pesar de durar menos de 5 semanas, ha dejado, sin embargo, una impronta especial en la sede romana y en la Iglesia universal. Quizá esta impronta no esté aún delineada del todo: pero se percibe claramente. Para descifrarla hasta el fondo es necesaria una perspectiva más amplia. Sólo con el correr de los años se hacen más comprensibles los designios de la Providencia para las mentes habituadas a juzgar solamente según las categorías de la historia humana”. Y el Cardenal Ratzinger, 25 años después podrá afirmar que “la elección de Luciani no fue un error. Esos 33 días de pontificado han tenido una función en la historia de la Iglesia. No fue sólo el testimonio de bondad y de una fe gozosa. Esa muerte imprevista abrió también las puertas a una opción inesperada. La de un Papa no italiano…”.

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Mientras la Iglesia recuerda a uno de sus grandes Pastores, también se alegra porque su causa de beatificación avanza rápidamente. El periodista Andrea Tornielli informaba ayer que está por concluirse el proceso diocesano sobre el presunto milagro atribuido a la intercesión del Papa Luciani y que pronto será enviado a la Congregación para las Causas de los Santos, al mismo tiempo que se prepara la Positio super virtutibus que deberá demostrar la heroicidad de sus virtudes. Tanto la investigación del milagro como la de las virtudes deberán ser estudiadas y aprobadas por una comisión de consultores teólogos (en el caso del milagro, también por una conformada por médicos) y por la congregación ordinaria de cardenales y obispos.

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En el aniversario de su elección, hicimos referencia a algunas de las intervenciones públicas que llegó a pronunciar. Aún siendo pocas, representan la valiosa herencia que dejó a la Iglesia durante su rápido paso por la Sede de Pedro: cuatro bellísimas catequesis sobre las virtudes teologales y sobre la humildad; dos homilías, una al iniciar solemnemente el ministerio petrino y otra al tomar posesión de la cátedra romana; cinco intervenciones antes de rezar el angelus en la Plaza de San Pedro; dos discursos a dos conferencias episcopales en visita ad limina; algunos discursos, propios del comienzo de un pontificado, a diversos grupos de personas e instituciones eclesiales que, de alguna manera, marcaban el programa del nuevo pontífice; algunas pocas cartas, entre las que pueden destacarse la que escribió al Cardenal Ratzinger, nombrándolo su enviado especial al III Congreso Mariano de Ecuador (único nombramiento de este tipo que llegó a realizar) y otra a los obispos de Chile y Argentina, cuando las tensiones entre ambos países crecían peligrosamente. Ofrecemos ahora la descarga de todas sus intervenciones públicas como Sumo Pontífice, en formato Word.

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viernes, 26 de septiembre de 2008

Un derecho jurídico de los fieles

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Dr. Alcuin Reid con el Cardenal Ratzinger

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El Cardenal Castrillón Hoyos, Presidente de la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei” ha escrito el prefacio para la última edición del libro “Las Ceremonias del Rito Romano” (“Ceremonies of the Roman Rite Described”), editado por el Dr. Alcuin Reid. La primera edición del mismo correspondía al año 1917, y su autor fue el sacerdote inglés Adrian Fortescue.

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Es un placer para mí presentar esta decimoquinta edición de “Las ceremonias del Rito Romano”, la primera edición desde que el Motu Proprio “Summorum Pontificum” de nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, clarificó definitivamente que los ritos según los libros litúrgicos en uso en 1962 no fueron nunca abrogados, que constituyen un tesoro que pertenece a la entera Iglesia Católica y que deben estar disponibles para todos los fieles de Cristo. Ahora es claro que los católicos tienen un derecho jurídico a los ritos más antiguos, y que los párrocos y los obispos deben aceptar las peticiones y pedidos de los fieles que lo pidan. Ésta es la voluntad expresa del Sumo Pontífice, establecida legalmente en “Summorum Pontificum”, en una forma que debe ser respetada por los superiores eclesiásticos y también por los Ordinarios de lugar.

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El Santo Padre se alegra de la respuesta generosa de muchos sacerdotes a su iniciativa por que aprendan una vez más los ritos y ceremonias del Sacrificio de la Misa y de los demás Sacramentos según el usus antiquior, de forma que puedan servir a aquellos que los desean. Animo a los sacerdotes a hacerlo en un espíritu de generosidad pastoral y de amor por la herencia litúrgica del Rito Romano. Los seminaristas, como parte de su formación en la liturgia de la Iglesia, debieran familiarizarse con este uso del Rito Romano, no sólo para servir al Pueblo de Dios que pida esta forma del culto católico, sino también para alcanzar una apreciación más profunda del trasfondo de los libros litúrgicos actualmente en vigor. De esto se sigue que todos los Seminarios debieran proveer tal formación en sus cursos.

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Este libro, una guía clásica para la celebración del antiguo Rito Gregoriano en el mundo de habla inglesa, ayudará a los sacerdotes y los seminaristas del siglo veintiuno – así como ayudó a tantos sacerdotes del siglo veinte – en su misión pastoral, que ahora incluye necesariamente la familiaridad y la apertura hacia el uso de la antigua forma de la Sagrada Liturgia. Con alegría lo recomiendo al clero, a los seminaristas, y a los laicos como una herramienta confiable para la preparación y la celebración de los ritos litúrgicos permitidos por el Santo Padre, con su autoridad, en “Summorum Pontificum”.

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Felicito al distinguido erudito de la Liturgia, el Dr. Alcuin Reid, por su cuidado y precisión en asegurarnos que esta edición revisada se conforme con las últimas decisiones autorizadas con respecto a estos libros litúrgicos. Como escribió el Papa Benedicto XVI en su Carta que acompañó a “Summorum Pontificum”: “En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura”. El Rito Gregoriano es hoy un rito litúrgico vivo, que continuará su progreso sin perder ninguna de sus riquezas transmitidas en la Tradición. Porque como continúa el Santo Padre, “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser  improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”. Que este libro ayude a la Iglesia de hoy y de mañana en la realización de la visión del Papa Benedicto.


Cardenal Darío Castrillón Hoyos
Presidente Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”
25 de Septiembre de 2008

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Fuente: The New Liturgical Movement

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Superior de la FSSPX en México: "Que el Vaticano II se lea en continuidad con la Tradición"

Bruno Volpe nos ofrece hoy, en Pontifex, una entrevista al Padre Mario Trejo, Superior en México de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Es particularmente interesante la visión del Padre Trejo sobre el Concilio Vaticano II y su correcta lectura.


Mientras tanto, y según informa The New Liturgical Movement, la Congregación para el Culto Divino ha consultado a las conferencias episcopales acerca del posible cambio en el signo de la paz dentro de la Misa. El Arzobispo Robert Zollitsch, presidente de la conferencia episcopal alemana, en su discurso durante la conclusión de la asamblea plenaria, afirmó que los obispos alemanes no consideran útil el cambio, por razones teológicas, litúrgicas y pastorales, y que recomiendan no realizarlo. Recordemos que el Papa Benedicto XVI, en la Sacramentum Caritatis, había escrito que "teniendo en cuenta costumbres antiguas y venerables, así como los deseos manifestados por los Padres sinodales, he pedido a los Dicasterios competentes que estudien la posibilidad de colocar el rito de la paz en otro momento, por ejemplo, antes de la presentación de las ofrendas en el altar".

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Entrevista de Bruno Volpe al Padre Trejo


Padre, ¿cómo son las Misas por aquellos lugares?


Mire, en Ciudad de México y Guadalajara he asistido a celebraciones con el Novus Ordo también correctas, y lo tengo en cuenta. Pero con la misma honestidad afirmo que el clero, en su mayoría, no presta gran atención al tema litúrgico. Nosotros, los tradicionalistas, estamos también un poco distantes de ellos.

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¿Por qué razón este desinterés por la Liturgia?


Quizás por motivos teológicos. Hay abusos, es inútil negarlo. Para quien está en Europa, donde existe una mayor sensibilidad hacia este tema, la situación resulta aún más evidente. En fin, los sacerdotes deben comprender que las Misas no son espectáculos, como el circo o el cine, y que el verdadero Señor y Dueño de la Misa es sólo Cristo. A la Misa se va para rezar, nunca para asistir a exhibiciones del celebrante.

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Tal vez esto forma parte de la cultura religiosa mexicana y del continente americano…


Los católicos de México, Chile, Argentina, etc., son hijos espirituales de España y se reconocen en el catolicismo sano, bello y glorioso, proveniente de aquel país. Cada vez más en el continente hay influencias comunistas que están turbando la sociedad y el demonio lucha contra la Virgen, tan amada en estos lugares.

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Abusos litúrgicos: ¿cuáles?


Le repito: no quisiera nombrarlos porque no me considero un asiduo espectador de las Misas modernistas. Pero en la Basílica de Guadalupe se ha celebrado una Misa en dialecto indígena absolutamente ridícula, y digo ridícula porque nadie o pocos la entendían… Y entonces, si la celebran en dialecto indígena y está reservada a pocos elegidos está bien… Pero, ¿por qué razón y coherencia es justo oponerse al latín, afirmando que no se comprende? Luego, también he visto celebraciones con plumas y bailarinas, los Matachines absolutamente inadecuados a la sacralidad del rito. Es decir, un caos…

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Según usted, la fe de los latinoamericanos y de su gente, ¿es una fe real?


Los mexicanos y, en general, los latinoamericanos son pueblos religiosos, pero hay también muchas supersticiones. Muchos deben comprender, por ejemplo, que la Virgen y los Santos no son aquellos que hacen los milagros sino sólo una poderosa fuente de intercesión.

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¿Por qué razón el Motu Proprio del Papa Benedicto XVI, que ha liberado la Misa según el Rito romano antiguo, no ha tenido allí gran adhesión?


Le repito, depende un poco del clero local. También de gran parte de los medios de información que son poco atentos a las cuestiones religiosas o, peor aún, muchas veces incluso perseguidores.

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¿Los sacerdotes no harían bien… vistiéndose como sacerdotes?


Se trata de una triste herencia del pasado. Usted sabe de la influencia antirreligiosa de la masonería. Bien, sólo desde 1992 está permitido a los sacerdotes, en México, usar también en público la sotana o la camisa clerical. Pero ahora, por costumbre y quizás por pereza, casi ninguno la usa… un pecado.

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¿Qué idea tiene del Concilio Vaticano II?


Basta con la lectura o la hermenéutica de la discontinuidad. El Vaticano II debe ser leído, como justamente hace el Papa Benedicto XVI, en continuidad con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. No fue una revolución. Pero los modernistas, que han contribuido a herir gravemente a la Iglesia, no lo entienden y no lo quieren entender.

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¿Qué harán para promover el Motu Proprio?


Lucharemos. Pero la mentalidad de este clero, o de su mayoría, es esperar pasivamente lo que se hace en Roma.

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Texto original: Pontifex


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 25 de septiembre de 2008

Los editores católicos y las tentaciones mundanas

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¿Quién de nosotros no ha quedado un tanto confundido o, al menos, contrariado al ver en una librería católica libros de autores censurados por la Iglesia? Seguramente, los lectores habrán experimentado también la perplejidad al encontrarse, en medio de una lectura "católica", con afirmaciones contrarias al catecismo. Nicola Bux, con su habitual claridad,  reflexiona sobre estas y otras cosas en el artículo que aquí presentamos.


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Reflexiones sobre comunicación y promoción de la fe


Por Nicola Bux, consultor de la Cong. para la Doctrina de la Fe


Jesús ha querido a la Iglesia para hablar de Dios al mundo y para que el hombre se convierta y viva. En cambio, siempre con más frecuencia nos encontramos con libros escritos por cristianos y con intervenciones públicas de los pastores que describen y llevan a entender a la Iglesia como un fenómeno geográfico y político hasta el punto de que se juzga su eficacia según se venza o no en “el desafío”, o más bien, en “los desafíos” – palabra ahora preferida por laicos y eclesiásticos – que le son planteados, naturalmente y siempre, por el mundo. Así, se pone atención en asegurar que la Iglesia defienda los derechos humanos y no las dictaduras, que proteja a los pueblos en peligro de extinción en lugar de interesarse por la economía, y así sucesivamente. Pero, ¿está la Iglesia llamada precisamente a esto? ¿Es ésta su misión? ¿Es éste el motivo por el cual Jesucristo, su fundador, la ha instituido? Hoy se pretende que su misma extensión global, de donde también le viene el atributo de católica, sea valorada según los parámetros de las multinacionales. Tanto es así que hoy parece más importante que un misionero sepa todo sobre la cultura de los hombres de una nación que sobre el deseo de Dios, siempre igual en todos los tiempos y bajo todas las latitudes. Parece que se ha hecho más importante entender los desafíos que las culturas y la mentalidad representan para la Iglesia en lugar del llamado a la conversión que Jesús deseaba y desea dirigir a todo hombre de todo tiempo anunciándole el Evangelio, teniendo en cuenta que éste comienza con el llamado a la conversión (cfr. Marcos 1, 14-15).

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Los movimientos eclesiales de hoy en día, como las órdenes mendicantes medievales y las congregaciones religiosas modernas, se han trasladado desde Europa para hacer conocer el nombre de Jesús a quienes aún no lo conocen, para que, de este modo, le sea concedida al hombre la salud del alma y del cuerpo, o según el término clásico, la salvación. Con este fin, estas formaciones no han surgido de una mega-asociación de voluntariado para resolver definitivamente el hambre o llevar la paz al mundo o para otras emergencias graves similares, ni tampoco los misioneros son los héroes llamados a realizar hazañas épicas de este estilo: los unos y los otros forman parte de la Iglesia y están llamados simplemente a hacer hoy la “nueva evangelización”,- término utilizado por Juan Pablo II pero acuñado por Pablo VI, tras las huellas del impulso a la misión dado con la Fidei Donum de Pío XII – porque el hombre secularizado europeo o norteamericano, el pobre latinoamericano, africano o asiático, sin conocer el Evangelio de Jesús queda aún más pobre, privado de la respuesta al sentido de la vida. En este sentido, el Señor ha hecho la Iglesia para que el hombre lo conozca a Él, y por Él, al Padre; por eso, el encuentro con Jesús es la motivación de cada una de sus acciones, también las sociales. Y esto explica por qué a la Iglesia no le importa y no le puede importar demasiado el éxito mundano o la respuesta e incluso la victoria sobre los “desafíos” del mundo. Cristo ha dicho que ya ha vencido al mundo (cfr. Juan 16, 33): ¿en qué sentido? Basta que un solo hombre abandone el pecado y se convierta al amor de Dios: Deus caritas est.

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En la misión de la Iglesia participa con una especial responsabilidad la editorial católica mundial, como habían intuido don Alberione y el padre Dehon, a tal punto que hoy se ha convertido en una suerte de motor de búsqueda y de actualización teológica. Más aún, la Iglesia la considera entre sus obras apostólicas.


“Los fieles que trabajan en el campo editorial, incluida la distribución y venta de escritos, tienen, cada cual según la función específica que desarrolla, una responsabilidad propia y peculiar en la promoción de la sana doctrina y de las buenas costumbres”. La Congregación para la Doctrina de la Fe, republicando la Instrucción sobre algunos aspectos relativos al uso de los instrumentos de Comunicación Social en la promoción de la Doctrina de la Fe, quiere principalmente recordar que una fe que no se sabe defender no se puede difundir, y lo mismo dígase de la moral cristiana. Un ejemplo: no se puede continuar afirmando y escribiendo, por parte de exégetas y teólogos católicos, que la Resurrección no es un hecho histórico, que el sepulcro vacío sería una “leyenda etiológica”, mientras que sí sería histórica la fe en el Resucitado de los discípulos. Esto contradice explícitamente el magisterio del Papa, el cual incluso recientemente, ha reafirmado que “la Resurrección es un hecho histórico del que los Apóstoles son testigos y no ciertamente creadores”.

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Todos deberíamos volver a la respuesta que el staret ruso Ivan dio al “señor del mundo”, el Anticristo de turno: “¡Oh, gran emperador! Para nosotros, lo más querido que tenemos en el cristianismo es Cristo, Él mismo, y de Él todo depende porque sabemos que en Él reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad”. Es un imperativo también para los editores católicos. De lo contrario, ¿cómo confrontarse con las otras posiciones, religiosas y no?

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El editor católico no puede tener otra conciencia ni sentir otra responsabilidad; no puede ser negligente en la valoración de la ambigüedad y los errores; con sus publicaciones, debe ayudar a los obispos a ejercer la “vigilancia” precisamente sometiéndose a su discernimiento acerca de las obras de los teólogos, consciente de que se difunden doctrinas –como en el pasado – que deforman la enseñanza de la Iglesia. Que esto ocurra en la cultura es, teniendo en cuenta el pluralismo contemporáneo, prácticamente inevitable; pero no puede y no debe ocurrir en el interior de la Iglesia Católica. En la transmisión de la fe – la traditio o paradosi – no pueden existir tales errores, sino que deben ser identificados y corregidos con prudencia y oportunamente. El derecho de los teólogos a comunicar su pensamiento debe combinarse con el derecho de los fieles a recibir el Evangelio íntegramente en pureza y verdad, como dice el documento en cuestión y como lo exige, por otro lado, la deontología de cualquier profesión. Que las publicaciones teológicas deberían ser el lugar privilegiado de la promoción de la fe, especialmente en los seminarios y facultades eclesiásticas en las cuales se forman los futuros sacerdotes, es algo bien conocido: deberían sentir el deber de colaborar en la fidelidad a la enseñanza de la Iglesia. Que los eclesiásticos concedan entrevistas, sin la previa licencia, a periódicos que acostumbran atacar a la Iglesia y a la religión católica es algo preocupante debido a la instrumentalización a la que estas actitudes dan lugar casi siempre, junto con la confusión y el escándalo de los fieles. Si se es consciente de pertenecer a un cuerpo, a la communio católica de la Iglesia, el ser unánimes debe ser sentido por los editores como un vínculo especial. Los miembros del laicado no deben tomar las correcciones como una afrenta, y el clero debe trabajar con los laicos para lograr el obsequium razonable. Para ambos, la libertad de cometer errores debe ser acompañada de la obligación de recibir la corrección cuando esto sucede. En definitiva, como enseña John Henry Newman, la conciencia individual de los fieles (phronesis) encuentra su realización sólo en la conciencia común de la Iglesia en su totalidad (phronema). Éste es el “magisterio vivo” de la Iglesia.

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En cierto sentido, en cada generación se debe partir siempre de nuevo para la renovación de la Iglesia y, en relación a este fin, la teología tiene su función propia. Sin embargo, quedamos asombrados por la habilidad de algunos teólogos que llegan a escribir y sostener exactamente lo contrario a la doctrina de la Iglesia, presentándolo como el significado verdadero de este o aquel documento del magisterio. Pablo VI, en el diálogo con Jean Guitton, lo describió como “pensamiento no católico”: los antiguos padres lo llamaban error o herejía, es decir, la elección arbitraria de las verdades a creer, o como dice el Código de derecho canónico, la obstinada negación de alguna verdad o la duda obstinada sobre ella, a pesar de haber recibido el bautismo en la fe de la Iglesia Católica.

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Desde el post-Concilio se ha instaurado un nuevo modo de disentir: ya no más oponerse, sino más bien reducir a una opinión más entre otras aquello que dice el Papa y los obispos unidos a él; así, el magisterio no es considerado en la Iglesia el único intérprete de la Palabra de Dios (cfr. Dei Verbum, 10). Lamentablemente, a veces contribuyen a esto algunos pastores con la ambigüedad de sus intervenciones, incrementando el relativismo mediático que reduce todo a opinión y duda. Contribuyen también a esto algunos centros editoriales, donde la verdad católica es propuesta como complementaria a la de las otras confesiones.

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Ahora bien, la teología, que es el esfuerzo por comprender el sentido de la Revelación, debe ayudar al hombre a acercarse al misterio, que se presenta así como su pre-juicio, es decir, su fundamento, su materia y su fuente y, por tanto, su necesario impulso. En este sentido, se puede decir que cada creyente es, en germen, un teólogo. Alejada del misterio y de su aceptación en la fe, la teología no puede sino reducirse a abstracción, limitarse a hipótesis y terminar en la irrealidad. La fe no puede no madurar en teología y el creyente no puede no ser teólogo precisamente porque el momento y el nivel teológico no son añadidos desde fuera sino que crecen desde dentro de la fe, llena del misterio. De otra manera, son escandalizados “los pequeños que creen” (Marcos 9, 42; cfr. Mateo 18, 6; Lucas 17, 2), aquellos que son débiles en la fe y que aún deben crecer. Como pide el Apóstol Pablo, es necesario acoger a “quien es débil en la fe, sin entrar en discusiones” (Primera carta a los Corintios 8, 7-13; cfr. Carta a los Romanos 14, 1; 15, 4). Se requiere caridad y paciencia, y no interponer obstáculos, piedras de tropiezo. Sobre todo se requiere la fe, que quiere decir también creer junto con toda la Iglesia.

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¿A quién le corresponde “vigilar” todo esto? Teniendo en cuenta que el término griego episkopé tiene precisamente este significado, les corresponde principalmente a los obispos, como pastores y doctores, a los superiores religiosos, en especial si son los responsables últimos de facultades teológicas, junto a los directores y rectores de seminarios, vigilar que se enseñe la doctrina católica y, en constante relación con ella, se realice la reflexión filosófica y teológica. Muchas veces se oye decir que algunos obispos, para vivir tranquilos o por negligencia, omiten la tarea de “vigilancia” sobre clérigos en la fase de formación o sobre laicos en la fase de preparación. No raramente es posible encontrar también un defecto de competencia teológica que pone al pastor en una inexplicable condición de inferioridad psicológica siendo que, por el contrario, él es el verdadero “magister” en su diócesis. Ésta es una omisión grave porque, de este modo, los futuros sacerdotes, confesores y pastores así como los laicos que enseñarán (o deberían hacerlo) la religión católica y el catecismo, no transmitirán la verdad católica sino las propias opiniones, confundiendo y perturbando a los fieles. Cuando esta instancia primaria de verificación doctrinal y disciplinar no funciona, intervienen los organismos competentes de la Santa Sede; este procedimiento de verificación no tiene nada de tenebroso sino que se realiza según el método evangélico de la corrección fraterna.

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Entonces, favorezcamos también hoy el debate, como en el pasado: “Si un teólogo decía algo suyo -observa Newman-, otro le respondía. Si la controversia crecía, era llevada ante un obispo, en una facultad teológica o en alguna universidad extranjera. La Santa Sede no era sino el lugar del recurso último y definitivo…”. En fin, que florezca la compasión y el respeto mutuo entre pastores y fieles, entre los estudiosos y el pueblo simple. Así la Iglesia está viva. El editor católico, ante tal tarea de edificación continua de la communio entre obispos y laicos, teólogos y fieles, debe advertir toda la responsabilidad del propio carisma.

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Artículo publicado en la edición del 24 de septiembre de 2008 de L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 24 de septiembre de 2008

Bux: "¿Qué consejos podría dar yo al Papa?"

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En nuestra entrada anterior, informábamos acerca de los nuevos consultores que Benedicto XVI nombró hoy para la Oficina de las celebraciones litúrgicas. Bruno Volpe ha entrevistado a uno de ellos, Monseñor Nicola Bux. Ofrecemos nuestra traducción.

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ROMA – “El Papa sabe mucho, todo. ¿Qué cosa podría añadir o qué consejos, en mi pobreza, podría darle? En verdad, pocos…”. Así habla Monseñor Nicola Bux, nuevo consultor de la Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice, un rol de absoluto prestigio e importancia que recompensa a un culto, serio y gran sacerdote de nuestra Iglesia, siempre modesto y nunca protagonista.

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Monseñor Bux, ¡felicitaciones!


¿Por qué cosa?

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Por la nueva tarea…


Una bella responsabilidad pero créame, ¿qué cosa puedo añadir o sugerir al Papa? Nada o casi nada. Él nos sorprende siempre con su sabiduría doctrinal y litúrgica.

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Vayamos a las cosas concretas: ¿cuándo iniciará su trabajo en esta nueva tarea?


Tenemos una reunión a principios de octubre y allí trazaremos las líneas-guía…

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¿Que mensaje transmiten las celebraciones litúrgicas del Santo Padre?


Que el sentido común triunfa. Quiero decir que estoy en contra de los efectos especiales, es decir, de la creatividad exasperada. Pero también estoy en contra de la búsqueda salvaje del museo. La Liturgia consiste en una sabia y sensata mezcla de lo nuevo y lo antiguo, y cuando digo antiguo me refiero a la tradición. En el sentido literal del término, es decir, transmisión de ideas.

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Con gusto hemos visto salir de los armarios, bajo la gestión de Monseñor Guido Marini, ornamentos antiguos de absoluto prestigio y valor, que habían sido olvidados durante años…


Le repito. Está bien que se usen y sean valorizados. Yo soy un hombre de elasticidad y de síntesis. La tradición debe ser respetada, valorizada y comprendida. No me gustan los efectos especiales, las misas espectáculo o cosas similares. Pero tampoco podemos caer en el culto del museo.

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¿Cómo piensa que será la convivencia con Monseñor Guido Marini?


Lo estimo y aprecio. Todos trabajaremos por el bien de las celebraciones. Yo respeto siempre las ideas de los otros, defendiendo las mías.

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¿Qué es, para usted, la Santa Misa?


Sacrificio, sentido de lo sagrado, búsqueda de Dios. Es cantar la gloria de Dios. Por eso, una celebración que excluya el sentido de lo sagrado es lo contrario de lo que debería ser.

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El tabernáculo en el centro del Altar. Un querido sacerdote de Bari, don Antonio De Santis, afirma que le da pena ver el Santísimo a un costado. De hecho, la ausencia del Santísimo en el centro del altar principal es como la casa sin su dueño que te recibe…


Efectivamente, creo que estaría bien colocar al Santísimo en el centro del altar y nunca el lugar del sacerdote como trono en el centro del presbiterio.

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¿Se está preparando para otros cargos?


No le respondo…

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Texto original: Pontifex


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Nuevos (y buenos) consultores para Mons. Guido Marini

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Padre Uwe Lang y Monseñor Nicola Bux

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Informamos brevemente lo que la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha hecho público hace algunos minutos. El Santo Padre ha nombrado nuevos consultores para la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, presidida por Monseñor Guido Marini.

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Se trata de: Monseñor Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y amigo personal del Papa Benedicto XVI, que suele escribir artículos muy interesantes sobre la Sagrada Liturgia; el Padre Uwe Michael Lang C.O., Oficial de la Congregación para el Culto Divino y autor del libro "Vueltos al Señor. La orientación de la oración litúrgica" cuyo prefacio fue escrito por el Cardenal Ratzinger; el Padre Paul Gunter O.S.B., docente en el Ateneo Pontificio San Anselmo y miembro del consejo editorial del nuevo periódico Usus Antiquior; el Padre Mauro Gagliardi, docente en el Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"; y el Padre Juan José Silvestre Valor, docente en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

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Sin duda, podemos esperar que los nuevos consultores realicen valiosos aportes al excelente trabajo que, hace ya casi un año, está realizando Monseñor Guido Marini en las Liturgias del Romano Pontífice. En este sentido, tanto Monseñor Bux como el Padre Lang, que son probablemente los dos más reconocidos, se han mostrado en sus diversas intervenciones, muy cercanos al pensamiento del Papa Benedicto XVI en lo referente a la Sagrada Liturgia.

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A la  Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice le corresponde, según la Constitución Apostólica Pastor Bonus del Papa Juan Pablo II, "preparar todo lo necesario para las celebraciones litúrgicas y otras funciones sagradas que celebre el Sumo Pontífice u otro en su nombre, y dirigirlas según las prescripciones vigentes del derecho litúrgico"(Pastor Bonus, 182, §1).

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Dispensadora de los Tesoros de la Redención

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Nuestra Señora de la Merced

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Hace más de 750 años los mahometanos habían conquistado más de la mitad de España. También en esta época, el mar Mediterráneo estaba infestado de corsarios que tan pronto abordaban los barcos como desembarcaban en las costas, incendiando campos y caseríos y aprisionando a los habitantes. Los hijos del Islam encarcelaban a miles y miles de cristianos. A muchos los vendían como esclavos, otros morían.

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El pueblo invocó fervorosamente la ayuda de la Madre de Dios y en la noche del 1º de agosto de 1218 Ella se presentó a San Pedro Nolasco dándole la misión de fundar una nueva Orden para el rescate de los cristianos cautivos (para la fundación recibió luego el apoyo de San Raimundo de Peñafort y del Rey Don Jaime I de Aragón). Así fueron muchísimos los prisioneros que alcanzaron la libertad; se calcula que alrededor de 300.000. Unos 3000 religiosos murieron mártires en el cumplimiento de su misión.

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Oficialmente la Orden se creó el 10 de agosto de 1218 en la Catedral de Barcelona ante el altar de Santa Eulalia, y en honor de Nuestra Señora la llamaron de Santa María de las Mercedes, añadiéndole “para la redención de cautivos”. Los religiosos, además de los votos comunes de obediencia, pobreza y castidad, asumían un cuarto voto, por el cual se obligaban a quedarse como rehenes en poder de los infieles y dar la vida si fuese necesario para lograr la libertad de aquellos desdichados.

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Esta fue una merced hecha por la Virgen a los hombres, y por eso se estableció tal festividad de María con el título de las Mercedes. La imagen que se venera en Barcelona, en el magnífico templo que lleva su nombre, es la misma que colocó en su primer altar San Pedro Nolasco. Es de rara y singular belleza, y pasa por ser un retrato verdadero del natural, ya que muchas veces la Madre de Dios se apareció a este santo.

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Es una bella imagen de madera policromada, procedente del siglo XIII, que representa a la Virgen sedente, con el Niño sobre la rodilla izquierda. Atributos de realeza universal adornan a la Madre y a su divino Hijo. Al santuario se le dio también el nombre de cámara angelical, pues una tradición dice que allí la misma Virgen cantó una noche unos maitines a los cuales asistió San Pedro Nolasco.

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Después de pasados doce años de la fundación de la Orden de la Merced, el Papa Gregorio IX dio indulgencias plenarias para sus continuadores. Pablo V instituyó la fiesta de la advocación de la Virgen de la Merced; Inocencio X extendió el culto de la festividad a toda España, y después Inocencio XII en 1696 lo extendió a toda la Iglesia, apareciendo en el calendario romano el 24 de septiembre. La advocación de Nuestra Señora de la Merced, además de Aragón y Cataluña en España, es muy venerada en América Latina, principalmente en Argentina, donde recibió también el título de Madre Generala.

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En la liturgia que celebra en su honor la Orden Mercedaria, y que fue recogida por la Congregación para el Culto Divino para la elaboración del libro de las Misas de la Virgen María, compuesto por especial mandato de Juan Pablo II, la Santísima Virgen es celebrada como:


Nueva Judit ya que así como la antigua Judit, con gran valentía, liberó al pueblo del asedio de Holofernes, así María, luchando contra la serpiente primordial, trajo el bien al Pueblo de Israel y a toda la Iglesia.


Profetisa de la Redención de Israel, ya que convertida en voz de su pueblo, proclamó la grandeza del Señor, que, acordándose de su misericordia, había auxiliado a Israel, redimiéndolo de la esclavitud del pecado.


Asociada a la Pasión de Cristo, ya que la Santísima Virgen, que estuvo junto a su Hijo desde su “humilde nacimiento”, estuvo también “asociada a su Pasión junto a la Cruz”.


Madre amantísima, que el Señor nos concedió misericordiosamente, y que “cuida siempre con afecto materno a los hermanos de su Hijo que se hallan en peligros y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda opresión, alcancen la plena libertad del cuerpo y del espíritu”.


Abogada nuestra y Celestial Patrona; María, en efecto, “elevada a la Ciudad Celeste”, intercede constantemente por nosotros.

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La Santa Misa en honor de Nuestra Señora de la Merced, celebra en primer lugar a Cristo, "Redentor de los hombres", que nos mereció con su sacrificio la verdadera libertad de hijos. Luego conmemora a la Santísima Virgen que, por ser esclava del Señor y estar totalmente entregada a la obra del Hijo Redentor, es llamada con razón "dispensadora de los tesoros de la Redención".


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martes, 23 de septiembre de 2008

El Padre Pío y el Sacrificio de la Misa

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San Pío de Pietrelcina

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Todos los que asistieron a la Misa del Padre Pío, quedaron admirados por la lentitud y el dolor que ponía en las palabras y los gestos de la celebración… Wladimir d’Ormesson, que fue embajador de Francia ante la Santa Sede en la posguerra, ha dado testimonio de una Misa del Padre Pio a la que asistió. Eran los años 50:

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“[...] A las 6 en punto, el Padre Pío entró en la capilla por una puerta lateral, con la cabeza cubierta por la capucha de capuchino. Ayudado por dos monaguillos, se abrió paso dificultosamente. Como se elevó un clamor entre la asistencia, se volvió para imponer silencio, subió los escalones del altar, se descubrió. Empezaba la celebración.


Lo digo porque es verdad: nunca en mi vida había asistido a una Misa tan conmovedora. Y, sin embargo, tan sencilla. El Padre Pío actuaba siguiendo los ritos tradicionales. Pero recitaba los textos litúrgicos con tal nitidez, con tal convicción; se desprendía tal intensidad de sus invocaciones; sus gestos, aunque muy sobrios, eran de tal grandeza que la Misa adquiría no sé qué proporciones y se convertía en un acto absolutamente sobrenatural, lo que en realidad es y lo que precisamente hemos olvidado con frecuencia que es. Cuando sonó la elevación de la Hostia, luego del Cáliz, el Padre Pío quedó inmóvil en la contemplación. ¿Durante cuánto tiempo tuvo la Hostia, con los brazos elevados, por encima de nuestras cabezas? ¿Cuánto tiempo el Cáliz?... Diez, doce minutos, quizá más… No lo sé… En medio de aquella multitud, sólo se oía el murmullo de su oración. Era de verdad el intermediario de los hombres ante Dios, la extrema punta de la criatura finita ante el Infinito.


En ese momento insigne, yo tenía a no sé cuántos vecinos aupados sobre mis hombros. Literalmente no los sentía. Mi mujer, que se hallaba un poco a mi izquierda y que veía al Padre Pío de lado, en el momento que consagró las especies vio muy claramente brotar sangre de las palmas de sus manos…


Después de bendecir a la asistencia, cuando el Padre Pío abandonó la capilla, me di cuenta, al mirar el reloj, que su Misa había durado exactamente una hora y cincuenta minutos”.

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El Padre Pío vivía realmente en su carne y en su alma los Misterios que celebraba en el altar. La teología católica nos enseña que la Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo. En una de sus oraciones solemnes, la Iglesia dice que “cada vez que renovamos la celebración de este sacrificio, operamos la obra de nuestra salvación”. Así, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza y acción de gracias, memorial del sacrificio ofrecido en la Cruz, pero también “verdadero sacrificio de propiciación para aplacar a Dios y hacerlo favorable a nosotros”. Esta teología de la Misa como sacrificio fue la del Padre Pío durante sus cincuenta y ocho años de sacerdocio. Y él, a quien Dios había querido marcar con los signos visibles de su Pasión, celebraba la Misa experimentando un dolor semejante – pero no igual – que el de Jesús en la Cruz. “Todo lo que Jesús sufrió en la Pasión – dijo – yo también lo sufro inadecuadamente, en lo que es posible a una criatura humana. Y esto a pesar de mis pocos méritos y por su sola bondad”.

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[...] Sí, ciertamente la Misa del Padre Pío no era ordinaria. Y si duraba tanto tiempo, comprendemos un poco más por qué. Pero no era en absoluto un cara a cara entre un sacerdote y su Dios, un encuentro más allá del tiempo y del espacio, una aventura mística que se repetía a diario. Era un sacerdote ofreciendo un Sacrificio y ofreciéndose a sí mismo en sacrificio, de manera no igual, por la salvación de los fieles y por su propia salvación. Los fieles no estaban ausentes del pensamiento del Padre Pío cuando se hallaba en el altar. Muy al contrario. Un día dijo: “En el altar veo a todos mis hijos como en un espejo”. Rezaba por sus intenciones, rezaba por su salvación y les entregaba el alimento de la vida eterna.

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Fuente: “El Padre Pío” de Yves Chiron.

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lunes, 22 de septiembre de 2008

El desquite de la mujer

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La mujer se levantó sin ruido y se inclinó sobre el nidal de sus hijos, de donde había surgido un gemido. Los cuatro dormían sobre montón de grama y en medio de animales. La mujer se arrodilló al lado y apoyó sobre una roca su cabeza. No podía dormir.

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En el borde superior de la caverna, se veía una estrella extraordinariamente grande. Los pinos de los farallones susurraban suavemente, como el ruido de un río lejano. La noche era templada y clara. La mujer comenzó a llorar hilo a hilo sin ningún sollozo, por nada, por un no sé qué, por la general inquietud y angustia indeterminada que sienten las mujeres acerca de sus hijos y forma parte del instinto materno.

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Allí estaba el mayor, llamado Poseí-un-hombre-por-Dios: encogido, los puños cerrados, la cabeza replegada sobre el pecho, ensortijado y moreno, su inquietante tesoro.

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El segundo, llamado Esto-es-mi-nuevo-paraíso, estirado, rígido en su posición habitual, la boca levemente abierta, cara al techo; los brazos derechos y envarados, inmóvil. La madre, que ya sabía lo que era la muerte, se sobrecogió al verlo y lo tocó levemente: el niño se movió y gimió.

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Las dos mellizas dormían al lado, descuajaringadas en posiciones inverosímiles, los graciosos y rechonchos miembros como desparramados, las cabecitas amorosas juntas, a la vez iguales y diferentes. La mujer sintió invadirla de nuevo la tierna y absoluta maravilla ante esa cosa nueva y milagrosa, el niño. Tú-también-serás-madre y Mujer-y-hermana dormían profundamente al lado de los varones. Miró más allá y vio a su hombre, Tierra-Roja, medio envuelto en el pedazo de piel fulva manchada de sangre, tal como había llegado rendido por la caza; y por primera vez en su vida le pareció ver una especie de bestia, un animal de presa; sofocó inmediatamente un primer moto levísimo de repugnancia. Recordó el golpe con que el padre al llegar había arrojado por tierra al caprichoso hijo mayor, el golpe que a ella le pareció tremendo. El golpe fue moderado y merecido, porque le estaba pegando al otro; pero ella lo recibió en pleno corazón, y allí no fue moderado. Sin dejar de llorar pronunció de nuevo sus nombres, las palabras inventadas por ella, los cuatro disílabos extraños que en el primer idioma tienen preñez y fuerza de frase: Kain´m, Abheil, Ajdah, Leizrha.

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Eso que estaba ahí amontonado era lo único absolutamente que le quedaba en el mundo; esos cuatro seres vivos que rompiéndola por el centro le habían enseñado el Miedo y el Dolor, la cara interior de la Muerte. De golpe la primera mujer fue visitada por la majestad de la tristeza, una tristeza más inmensa que el día de la condena, una tristeza de sudar sangre, mezcla de todas las pasiones: una cólera sorda contra Dios, que iba a hacer sufrir y morir a sus hijitos por una culpa de ella; una angustiosa ansiedad de todo lo que irían a pasar en esta vida; un horror en la médula de los huesos, como un cuchillo en un nervio, de que ellos podían también pecar y perderse. Eva sintió que su corazón desfallecía. Conoció que su deseo rencoroso de vengarse de Dios, de que Él también sufriera y muriera, que fuera un niño impotente sujeto a una mujer, era culpable. Invocó a Dios contra su corazón malvado, contra esas impulsiones malas que nacían ahora en él y eran en su cabeza como una corona de espinas.

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Se sintió pesada, fatigadísima sobre la tierra, impotente a todo. Miró a sus hijos, y miró a los hijos de sus hijos, y más allá a innumerables hijos nacideros de los hijos de sus hijos; y de todos se sintió ser la madre. Sintió el dolor de todas las madres: que toda mujer que había de concebir y dar a luz era ella misma, que por eso se llamaba ahora Euah, sucio Manantial-Viviente, la primera y la última de todas las madres. Y de su inmenso arrepentimiento nació un amor colosal hacia todos sus hijos, una especie de viento arrollador y solemne que iba a buscarlos hasta el fin de los siglos y trataba desesperadamente de acariciarlos, de cubrirlos y de protegerlos. Pero sintió que no podía nada; y el viento arrollador la empujó hacia atrás, la arrojó sin que ella pudiera impedirlo a los días pasados, a los tiempos sin horas de la amistad con Dios, al Paraíso.

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Por primera vez después de siglos, pensó en el Paraíso. Nunca pensaba en el Paraíso, cuya imagen indeleble había de emponzoñar de nostalgia eternamente la sangre de sus hijos: el recuerdo de su pérdida le producía náuseas de muerte. Pero ahora se vio de golpe sobre el césped blando, debajo de los terebintos, a la orilla de los ríos grandes como el mar, gozando del dominio danzante de su cuerpo intacto, libando la miel primera de todas las cosas, tomando posesión deslumbrada de la natura nueva y sumisa, los pies desnudos sobre el terrible terciopelo dorado de los enormes felinos dominados por la luz de los ojos del ser inteligente; sentada como en un trono sobre las rodillas de su hombre. Recordó sus largos coloquios con Adán inocente, sus juegos de doncella arisca, de hermanita salvaje, el diálogo primigenio y eterno en el cual se inventaron todas las lenguas, a partir de los primeros gestos totales, cuando comprendieron el valor inteligente de los sonidos y empezaron a jugar con ellos como dos niños gozosos.

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Pero su recuerdo más lancinante era el de sus coloquios con Dios: el éxtasis del atardecer, la oceánica invasión del dueño invisible, la pérdida del yo y la fusión perfecta con la causa infinita de todo, esa pasividad vibrante surcada como relámpagos de deliciosas palabras en silencio, que venía cuando quería y se iba cuando quería, como la brisa de la tarde, dejándola después por un rato con la sensación de que nada existía y que la creación era una sombra vana.

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Justamente por allí empezó la tentación, por querer tener la disposición del éxtasis, “seréis como dioses”. Eva se estremeció de horror y desdicha. Había codiciado lo que es estrictamente divino, quiso ser dueña del embeleso total, tenerlo cuando quisiera y sobre todo darlo, sí, ser capaz de comunicar cuando quisiera el éxtasis boca a boca a otra criatura que por lo tanto tuviera que adorarla; como la adorara allí mismo embriagadoramente aquella nueva criatura fulgurante que ostentaba vagamente las vivísimas formas del ofidio.

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Eva se postró en el suelo, en un total reconocimiento de su error, en una conciencia traspasadora de su infatuación y su ignorancia. Ya era tarde. Pero ella sabía que la justa e irrevocable sentencia estaba unida a una misteriosa misericordia, cuyo signo eran esos mismos hijos que diéransele en lugar del Paraíso, uno de los cuales aplastaría un día a la poderosísima serpiente. Miró de nuevo su doloroso paraíso. De la boca de Abel surgió de nuevo el gemido, sordo, articulado en las sílabas ma-ma, el fonema misterioso que la penetraba, la palabra que ella nunca había dicho a nadie. Un inmenso anhelo de decirlo a alguien surgió de su soledad infinita. Sintió el deseo absurdo de decírselo al Dios lejano y perdido, pero decírselo en medio del éxtasis antiguo en que su boca lo tocaba; decirlo y que él lo tragara; el deseo de ser hija chiquita de alguien, de esconder como Abel en un regazo su pequeñez y su desolación infinita, de resignar por un momento la carga insoportable de ser madre de todos los vivientes, responsable única de toda la vida. Todos aquellos que habían de ser sus hijos, serían hijos bastardos de Dios al mismo tiempo, hijos de mala madre, inficionados de más en más por la tara de su cuerpo maculado. Tuvo un deseo inmenso de ser madre otra vez, pero madre de un ser absolutamente puro, más intacto que ella en su perdida virginidad paradisíaca; el deseo disparatado de ser madre de Dios mismo, o por obra de Dios. Y sintió con horror que ese deseo imposible y casi sacrílego era más fuerte que ella, y que la arrastraba vertiginosamente hacia la pasividad de otrora, hacia el estado antiguo, en que se bañaba, en el seno de la Deidad, como en un mar aniquilante de delicias. Sintió que su cuerpo se levantaba en el aire; o por mejor decir, no sintió más su cuerpo, como si estuviese por encima del mundo entero y al lado de aquella solitaria estrella, el lucero de la tarde, Venus. Tembló.

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Entonces en su exceso quiso temblando decir a Dios las dos sílabas ma-ma. Gimió su alma, mareada como quien se siente trastabillar en un abismo. Pero, en vez de decirle a Dios las no acostumbradas sílabas, con un gran temblor de su cuerpo y sin saber lo que decía, lo llamó Hijo.

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P. Leonardo Castellani, Doctor Sacro Universal.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

La muerte de Adán

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Cuando murió el más antiguo de los hombres, conoció que Dios había condonado su culpa; y también que en cierto modo esa culpa era irreparable; de lo cual sacó la forzosa y oscura consecuencia, la cual estaba allí delante de él como un muro de sombra.

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Sus ojos se llenaron de lágrimas, que rompieron a correr horas y horas hilo a hilo. Sobre su rimero de pieles bravas, frente a su última tarde que caía inmensa y clara, en medio de sus hijos de todas edades venidos de todas partes, el que había puesto sus nombres a todas las cosas, callaba. En una tremenda locución sin palabras, el Hombre Caído pedía a Dios la re-creación del Hombre. Todas las cosas se le hacían lejanas, y sentía a Dios como algo más resistente y duro que todas las cosas.

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Eva inclinada reclinó su cabeza sobre sus rodillas y dijo: “Adam”. Y él la sintió extraña y lejana; sus hijos le eran ya extraños y lejanos. Calladamente lo miraban todos los hirsutos patriarcas: Set, el segundo Abel y su hijo Enós, los que inventaron el culto externo; Mahalahil, el que inventó el carro con ruedas; Jared, el constructor de chozas; el segundo Enoc, el que caminó con Dios, y su hijo el dócil Matusalén, hombre parecido a un niño; Kaimán, Lamec y Noé. Algunos hijos de Caín habíanse allegado, recelosos: Jahel, padre de los que viven en tiendas, y Túbal, el inventor del arpa y del cuerno, con Naamah, hermana de Túbal-caín. Faltaba Caín, el vagabundo y negro patriarca, padre de los que no tienen tierra. Toda carne corrompía su camino.

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Novecientas treinta veces habían pasado sobre su cabeza cana las cuatro estaciones; había visto nacer al hijo del duodécimo hijo de su segundo hijo segundo, el Primer Muerto, desde que el Señor lo había vestido de pieles y él había caído en las convulsiones terríficas de la enfermedad que no lo abandonó nunca.

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Adán repasaba con inmenso dolor en su cabeza la bajada vertiginosa de la humanidad, de esos enjambres humanos que pululaban ya por todas partes hasta perdérsele de vista; y sus pensamientos en turbión lo torturaban a semejanza de los espasmos insoportables de su vieja enfermedad.

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Vio a sus pies muerto a su hijo segundo, y conoció el abominable pecado de Lamec. Contempló las extrañas vías de los hijos de Caín y sus precipitadas invenciones; ellos habían comenzado a matar ovejas y comer sus carnes, en vez de solamente tundir la lana y ofrecerlas en sacrificio humeante al Creador; obteniendo con ello una vida más breve, agresiva y tumultuosa; sabía que un grupo de ellos se mantenía de caer en gavilla sobre los bienes de sus hermanos, pillando y matando con afilados bastones de bronce. Una maldición nueva había surgido en la tierra espinosa, que estaba sin embargo contenida en la maldición de la mujer: “Multiplicaré tus preñeces”, y en la suya propia: “La tierra te dará abrojos”; un horrible fratricidio colectivo que él había nombrado “guerra”. Vio a los hombres locos a causa de ella, descuidando el conocimiento de Dios, aguzar sus intelectos para crear instrumentos de dominio. Sintió su corazón desfallecer de angustia, porque él, su misión divina desviada, era la causa de todo. El Hombre quería de todos modos ser señor del universo. Sus hijos pretendían sin Dios reconquistar el Paraíso. La negra tierra, joven ardiente, cedía con una sonrisa ambigua a sus esfuerzos como una amada fecunda y traidora.

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Hablaban ya de hacer una torre que llegase al cielo, incitados por Lamec, el constructor de muros de piedra, hijo de Jabal, que lo fue de Zillah, que lo fue de Methusael, que lo fue de Mehujalhá, que lo fue de Irad, que lo fue del primer Enoc, que lo fue de Caín en el país de Enoc, al este del Edén. Hablaban ya de hacer una sola inmensa ciudad con puertas de bronce que reuniera de grado o por fuerza a todos los hombres. Tenían muchas mujeres y luchaban hasta la muerte por ellas. Construían en ritmos torpes imitaciones de la Ley. Era imposible ya parar todo eso, las consecuencias de un solo pecado, los desarrollos infalibles de la soberbia infinita de querer ser como Dios sin Dios.

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Sabía también cómo se sostenía milagrosamente la Ley; sabía que en docenas de vivaques se repetía cada noche a la luz de la hoguera patriarcal la ceremonia que él había inaugurado la noche de la muerte de Abel: la repetición ritual y fiel hecha por el Padre y musitada por los oyentes del Relato del Origen, las Genealogías, los Cuatro Grandes Mandatos, las Cuatro Grandes Verdades y las Siete Cosas que odiaba el Señor. Pero esa larga melopea sacra, conservada como un río en su cauce pétreo, dentro de las cadenetas danzarinas de las estrofas del estilo oral, ¡cuán dormidos corazones encontraba en muchos! Y ya aparecían las torpes imitaciones o temerarias innovaciones que llamaban las Pequeñas Leyes.

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Sólo él podía inventar libremente en los graciosos collares del lenguaje sacro; pero ya lo repetían mal, suprimían perícopas, y después lo comentaban libremente en interpretaciones opuestas. Él sabía empero que allí se contenía al animal modo humano la palabra del Señor.

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Quiso ver a Dios. Su dolor llegó a lo sumo. Era la noche, la verdadera noche, la noche sin sueño y sin despertar, desde la cual había de poner la planta temerosa en un umbral ignoto, igual que se paró en el umbral solemne del Paraíso, el día que surgió de un salto de la tierra. Recordó su primera exclamación: “¡Yo soy!”; su segunda exclamación: “¿De dónde?”; su tercera inmensa exclamación, que lo envolvió como un ala de fuego: “¡Oh Creador!”, después de la cual oyó a Dios y recibió las Tres Preseas. ¿Cuál sería, dentro de un momento, la Nueva Revelación?

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Las Tres Preseas estaban perdidas para siempre, la inmortalidad, la santidad esencial, la integridad regia. Eran como tres joyas gratuitas de una corona, como tres capas de barniz celeste, como una triple transparente túnica de luz supraterrena; pero cuando se le arrancaron, sintió que se llevaban con ellas la piel misma, quedó más que desnudo, descorticado. Desde entonces espió con avidez la aparición de su primer hijo, concebido en el tumulto, en el frenesí y en la ira. Quería ver si Dios creaba un nuevo Adán, si renovaba su extraña apuesta. Sabía que no podía ser. No lo fue, en efecto.

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Cuando recibió de rodillas al lado de la hembra gimiente aquel gusano informe, ensangrentado, todavía no separado de ella; cuando contempló el lamentable boceto del animal más desvalido, más impotente que un topo enfermo, apenas más que una planta, conoció que las Tres Preseas divinas eran un don único y caprichoso, no hecho a él mismo, sino a la especie en él; y que no se repetirían nunca, porque todo lo Sumo es siempre Uno. Delante de aquella miniatura ridícula de la humanidad, torpemente móvil, sintió la punzada de la pérdida irreparable y desafió a Dios que hiciera un nuevo Adán, mayor que él mismo, no por él, sino porque la serpiente inmunda no prevaleciera; mientras la mujer vuelta a la vida recogía con celo y amparaba en su seno al engendro.

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Adán repitió ahora su desafío vuelto ruego. Sentía que Dios no lo rechazaba, reconocía las señas augustas de la Adoración. Habiendo sido la obra perfecta y lujosa de las manos de Dios ahora rota, sabía que no se podía hacer nada igual, y no sabía cómo era posible hacer algo mejor; pero sabía también que la Sierpe debía ser vencida. Recogió todos los dolores que había sufrido y los que había visto sufrir; y con un inmenso esfuerzo los puso sobre su cabeza y se ofreció con ellos a Dios. Extendió a lo largo sobre la tierra los dos brazos en gesto de ruego, juntó los pies, gimió. Recorriendo todo el tiempo futuro, se ofreció al Omnipotente con todas las penas de la humanidad, varón de dolores, sabedor de lo que es enfermedad. Como la noche inmensa llena de estrellas, como la calma augusta y amarga del mar, como una montaña humeante inmóvil en su ancho solio, el Primer Hombre hablaba con Dios; y sus hijos oían solamente sus sollozos en lo oscuro. De repente los sollozos se torcieron en un único estertor. Y se hizo un gran silencio.

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Recogieron los restos del que nunca había nacido, sino simplemente sido, y los soterraron profundamente en la tierra su madre, conforme a su voluntad, en el lugar por él designado; en el lugar que algún día otro Ser que siempre había sido, dos veces nacido, debía derramar toda su sangre por todos los nacidos.

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P. Leonardo Castellani, Doctor Sacro Universal.

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