domingo, 14 de septiembre de 2008

María, "Vaso insigne de devoción"

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Nuestra Señora de los Siete Dolores

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Ser devotos equivale a vivir entregados, consagrados. ¿Quién no entiende bien lo que significa una mujer o una hija dedicada por entero - consagrada - a su marido o a su padre? Es alguien cuyo pensamiento está centrado en esa persona a la que ama tan profunda y tan tiernamente. Lo sigue a todas partes con la mirada, está buscando siempre la manera de servirlo, y aunque esos servicios sean menudos, eso mismo está demostrando lo íntimos y constantes que son. Y especialmente si el objeto de su amor es frágil, o sufre, o está próximo a la muerte, ella vive más intensamente de la vida de él y no quiere saber de nada ni de nadie más que de él.

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Un ejemplo de esta devoción al Señor, que lo llevaba a olvidarse de sí mismo por amor a él, lo tenemos en San Pablo, cuando dice: No quiero saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado (1Co 2, 22);y también: Vivo yo, pero no soy yo: es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí (Gál 2, 20).

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Pero por grande que fuera la devoción de San Pablo al Señor, mucho mayor fue la de la Virgen Santísima, porque ella era Su Madre, y porque lo tuvo realmente presente - a Él y Sus Sufrimientos - ante sus ojos, y porque vivió con Él una larga intimidad de treinta años, y porque, debido a su santidad, estuvo tan inefablemente cerca de Él en el espíritu. Por eso, cuando se burlaron de Él, cuando lo abofetearon, cuando lo azotaron y lo clavaron en la Cruz, ella lo sufrió tan intensamente como si cada una de esas humillaciones y torturas que le estaban infligiendo a Su Hijo se las infligieran a ella. María podría haber lanzado gritos de agonía a cada espasmo de su Hijo.

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A esto lo llamamos su compasión, su sufrir con su Hijo, y provenía del hecho de que era "Vas insigne devotionis".

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John Henry Newman, “Meditaciones sobre las Letanías”

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