viernes, 19 de septiembre de 2008

El Espíritu de la Divina Liturgia y las razones del Motu Proprio de Benedicto XVI (Parte III)

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the real presence

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Por Mons. Nicola Bux


El Motu Proprio Summorum Pontificum


De todo lo dicho hasta aquí, se podrían deducir ya las razones del Motu Proprio Summorum Pontificum. Sin embargo, nos acercaremos más a él: es un acto legislativo específico, como resulta del mismo documento y también de la carta que Su Santidad Benedicto XVI ha escrito a los obispos acompañando las nuevas disposiciones. Por usar una expresión teológica, el Motu Proprio constituye un importante ejercicio de su munus regendi, es decir, del poder propio de la jerarquía católica, con el Papa a la cabeza, de gobernar la Iglesia. Por lo tanto, el objetivo “doctrinal” del documento pontificio puede resumirse en tres puntos: favorecer la reconciliación interna en la Iglesia; ofrecer a todos la posibilidad de participar en la forma extraordinaria, considerada un tesoro que no debe perderse; garantizar el derecho del pueblo de Dios – los sacerdotes, los laicos, y los grupos que lo pidan – al uso de la forma extraordinaria.

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La Pontificia Comisión Ecclesia Dei debe vigilar y promover su realización en diálogo con los obispos, sacerdotes y fieles laicos, respondiendo a las numerosísimas cartas que contienen consideraciones y presentan dificultades. Sin embargo, por las informaciones aparecidas en los medios, parece necesario dar ulteriores clarificaciones sobre algunos puntos y respuestas a varias preguntas. Con este fin, será publicada una Instrucción específica. Pero principalmente es necesario conocer la interpretación que el Santo Padre mismo ha dado en la carta que acompañó el Motu Proprio.

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A) Las líneas doctrinales y disciplinares del Motu Proprio


Para quitar el temor de que, restableciendo el Misal Romano en su última edición de 1962, fuera menoscabada la autoridad del Concilio, en base al cual Pablo VI publicó el nuevo Misal, la carta afirma que se trata de dos redacciones consiguientes, como otras veces ha ocurrido en los siglos, en el desarrollo del único rito. En efecto, quien conoce la historia de los libros litúrgicos, sabe que en ocasión de su reedición, fueron enmendados y enriquecidos con formularios para Misas, bendiciones, etc. Por eso, los dos misales no pertenecen a dos ritos. Es una respuesta a cuantos, desde derecha e izquierda, habían afirmado que el antiguo rito romano había muerto con la reforma litúrgica y que había nacido otro en total discontinuidad. Una ruptura precisa y verdadera. Es interesante notar esta coincidentia oppositorum.

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Para entender las razones opuestas, pueden verse, por ejemplo, los escritos de Klaus Gamber y Aníbal Bugnini. Cuando en 1970 fue publicado el Novus Ordo Missae, se pensaba que el Misal de 1962 sería usado sólo por pocos y que el problema se resolvería caso por caso. No ha sido así: el uso del Misal de 1962 ha ido bastante más allá de los grupos tradicionalistas, los nostálgicos y los ancianos, “se ha visto claramente que también personas jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en la misma una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía”. Ha nacido la necesidad de un reglamento jurídico, mediante el Motu Proprio, también para ayudar a los obispos a ejercer, en un modo católico, la tarea de moderadores de la Liturgia en la Iglesia particular. Para disipar un segundo temor, de desórdenes y divisiones en la comunidad parroquial, el Papa señala que no tiene fundamento, porque el uso del Misal antiguo presupone un cierto nivel de formación litúrgica y un acceso a la lengua latina: cosas no tan frecuentes en la realidad de los fieles. Por eso, el nuevo Misal permanece válido para el uso ordinario, y el antiguo para el uso extraordinario.

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Las exageraciones pueden existir, sea de parte de los fieles vinculados al antiguo, sea de parte de aquellos que aman la novedad siempre y de cualquier modo, como es el caso de los sacerdotes “creativos”. El modo de evitarlas es el uso aconsejado – no obligado – de ambas formas, a los unos y a los otros. Porque se puede prever que deberán enriquecerse recíprocamente o “contaminarse” en el buen sentido, en especial la nueva si recupera la sacralidad y la reverencia “de acuerdo con las prescripciones” en ella contenidas y que harían visible “la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal”. Así ha ocurrido en la historia de las liturgias orientales y occidentales, por ejemplo, entre la antioquena y bizantina, o entre la romana y la alejandrina. Después de haber mostrado la falta de fundamento de los temores, la carta presenta la razón positiva, se podría decir, el verdadero objetivo “doctrinal”: “Una reconciliación interna en el seno de la Iglesia… hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo”. ¿No ha dicho Jesús: que sean una sola cosa para que el mundo vea y crea? ¿Quién podría objetar algo a esto? Sin embargo, hay quien no comparte la siguiente afirmación de la carta: “No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”. Es una advertencia a los unos y a los otros para que reencuentren el equilibrio.

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En cuanto a la autoridad del obispo, nada se quita: debe vigilar y moderar – nunca, como en este caso, tiene tanto sentido el término moderador- “en total armonía con cuanto fue establecido por las nuevas normas del Motu Proprio”. Podría decir que tal moderación consiste en favorecer el enriquecimiento de unos y otros, como he mencionado antes. En efecto, hacia el final de la carta se dice que aquellos que celebran con el antiguo Misal deberían celebrar también con el nuevo. No es una obligación sino una sugerencia, mientras que sí es obligatorio el respeto por ambos usos. En consecuencia, quien celebra según el uso antiguo debe evitar menospreciar el otro uso, y viceversa. Por lo tanto, no está admitido un rechazo a celebrar el nuevo uso por motivaciones de principio porque no sería signo de comunión el negarse, por ejemplo, a concelebrar con un obispo que intentara hacerlo según el nuevo Misal. La Iglesia no es una monarquía hereditaria y, por tanto, en línea de principio ningún Papa está vinculado a las decisiones de su predecesor, porque se van creando situaciones nuevas. Pero el Santo Padre ha pedido a los obispos un informe para evaluar la situación de aquí a tres años, y que se abran espacios también para las comunidades interesadas, sea de fieles laicos o de religiosos que se sientan vinculados a la tradición, sobre todo aquellos que permanecen en comunión con Roma, para demostrar con su conducta que quieren verdaderamente alcanzar la concordia y la reconciliación. Sería paradójico que la Misa, cuyo momento culminante es la Eucaristía, sacramento por excelencia de la unidad y de la paz, terminara convirtiéndose en signo de división, de discordia y, por consiguiente, llevar a la confrontación.

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Agregaría que tanto para los seguidores de monseñor Lefebvre como para los partidarios de los abusos en la liturgia renovada, se trata de una importante ocasión para demostrar, con gran humildad y sencillez, su intención de abandonar: los primeros, la postura de separación, volviendo a la plena comunión católica con Roma sin ningún deseo de revancha que no es un sentimiento cristiano; los segundos, los actos de manipulación de la liturgia, que no es de su propiedad, celebrándola en espíritu católico porque pertenece a toda la Iglesia. Sería el signo de que el Motu Proprio ha logrado un resultado importante, de acuerdo a lo que deseaban los primeros, es decir, que la liberación del antiguo rito sea propedéutica para la plena reconciliación, y a lo que afirmaban los segundos, es decir, que la nueva liturgia contiene y desarrolla la antigua, de los Sacramentarios y Ordines romanos. Más allá de las formas rituales, no hay que olvidar, como oportunamente señala también el Santo Padre en su carta, que la sustancia de la Liturgia es la reverencia y la adoración de Dios, ese Dios que está presente en la Iglesia. No se debe reducir la naturaleza de la Liturgia a una disquisición sobre las formas: la verdadera cuestión es si la liturgia, antigua y nueva, ayuda verdaderamente a dar el debido culto a Dios en las formas más apropiadas, en espíritu y en verdad.

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B) Un poco de historia


Es curioso que el antiguo rito sea observado tanto por los amantes de la tradición como por los amantes de la innovación: unos para conservar, otros para renovar. ¿No afirman estos últimos que nueva liturgia ha tomado antiguos ritos caídos en desuso (como, por ejemplo, la oración de los fieles y la concelebración)? Entonces es justo que la carta haga un poco de historia para deducir en síntesis algunos principios doctrinales de la Liturgia Católica.

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1- Los Papas, desde los orígenes hasta el día de hoy, han cuidado el culto que la Iglesia debe ofrecer a la Divina Majestad para que fuese un culto digno, “para alabanza y gloria de Su nombre” y “para nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia”. Se recuerda, entonces, el principio a observar (cfr. Instrucción general del Misal Romano, III Editio typica, n. 397) acerca de la concordancia entre doctrina, signos y usos de la Iglesia particular con la universal, “para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe”.


2- La figura que más se destaca es la de san Gregorio Magno, el cual “ordenó que fuera definida y conservada la forma de la sagrada Liturgia, relativa tanto al Sacrificio de la Misa como al Oficio Divino, en el modo en que se celebraba en la Urbe”. Porque él, en cierto sentido, confió a los Benedictinos tanto la difusión del Evangelio como la realización de la Regla en la que se recomienda: “Nada se anteponga a la obra de Dios” (cap. 43), lo que permitió que la liturgia romana enriqueciera la fe, la piedad y la cultura de muchos pueblos. Después de san Gregorio, otros Pontífices continuaron esa obra: en particular san Pío V, que según la exhortación del Concilio de Trento, “renovó todo el culto de la Iglesia, revisó la edición de los libros litúrgicos enmendados y renovados según la norma de los Padres y los dio en uso a la Iglesia Latina". Entre estos, especialmente el Misal Romano.


3- Después de la actualización y la definición de ritos y libros litúrgicos por parte de otros Pontífices como Clemente VIII y Urbano VIII, llegamos a la reforma general del siglo XX con san Pío X, Benedicto XV, Pío XII y el beato Juan XXIII. Por último, el Concilio Vaticano II “expresó el deseo de que la debida y respetuosa reverencia respecto al culto divino, se renovase de nuevo y se adaptase a las necesidades de nuestra época”. Movido por este deseo, Pablo VI “aprobó en 1970 para la Iglesia latina los libros litúrgicos reformados, y en parte, renovados”. Fueron bien acogidos por los obispos, sacerdotes y fieles en el mundo. Juan Pablo II ha revisado la tercera editio typica del Misal, o sea, su reedición actualizada. El objetivo de este trabajo es el esplendor, por su dignidad y armonía, de la liturgia como culto católico rendido a Dios uno y trino.


4- Pero el hecho de que en algunas regiones, no pocos fieles continuaban adhiriendo “a las anteriores formas litúrgicas, que habían embebido tan profundamente su cultura y su espíritu”, animaron a Juan Pablo II en 1984 a emanar un Indulto de la Congregación para el Culto Divino que daba facultad de usar el Misal de 1962; y en 1988, con el Motu Proprio Ecclesia Dei, exhortó a los obispos “a utilizar amplia y generosamente esta facultad a favor de todos los fieles que lo solicitasen”. Este es el antecedente que ha llevado a Benedicto XVI, también después de la insistencia de muchos fieles y luego del Consistorio del 22 de marzo de 2006, “tras haber reflexionado profundamente sobre cada uno de los aspectos de la cuestión, invocado al Espíritu Santo y contando con la ayuda de Dios”, a establecer en 12 artículos las normas a seguir por los obispos y los fieles.


En síntesis:


1. Una sola es la lex orandi de la Iglesia Católica de Rito latino, pero son dos sus expresiones que no llevan, en modo alguno, a la división de la lex credendi de la Iglesia; es decir, un solo rito en dos usos: ordinario y extraordinario. El Misal romano precedente no ha sido nunca abrogado.


2. La Misa antigua es, en su estructura esencial, la de san Gregorio Magno, sobre todo el Canon Romano. Se dirige a todos y la puede celebrar cualquier sacerdote en comunión con la Iglesia Católica, sin ningún permiso de la Santa Sede o del obispo diocesano. Debe ser ofrecida a todos y cualquiera puede participar, sin límite de número. Lo mismo se dice para el bautismo, matrimonio, penitencia y unción. Las fórmulas antiguas de la confirmación y del orden sagrado siguen siendo válidas. Igualmente, para el oficio divino.


3. Las lecturas se pueden proclamar en lengua vernácula, según el Misal de 1962.


4. Los fieles que no obtienen la satisfacción a su pedido por parte del párroco, deben informar al obispo. Si tampoco él estuviera en condiciones de proveer, deben dirigirse a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei que ejerce la autoridad de la Santa Sede, vigilando sobre la observancia y la aplicación de las disposiciones. Por lo tanto, el Motu Proprio pone al antiguo rito junto al nuevo, no lo sustituye; permanece como facultativo, no obligatorio. No quita ni agrega: expresa la unidad en la variedad. Es un enriquecimiento que debe sanar las heridas causadas por la ruptura de la comunión y llevar a la reconciliación interna en la Iglesia, superando las interpretaciones del Concilio que han llevado a “deformaciones de la liturgia al límite de lo soportable”.


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Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


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