Mostrando entradas con la etiqueta Mons. Marini. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mons. Marini. Mostrar todas las entradas

domingo, 26 de mayo de 2013

Francisco, sobre la Liturgia y sobre Mons. Marini: “Valorar la tradición y que conviva con la novedad”

*

264478_571023899608870_1401855181_n

*

El vaticanista Sandro Magister, en este artículo publicado en su blog, cuya traducción ahora ofrecemos, ofrece algunos comentarios que el Papa Francisco ha realizado a obispos italianos, durante su visita ad limina, sobre la relación con la liturgia, también la tradicional, así como sobre su Maestro de las celebraciones litúrgicas, a quien ha decidido mantener en el oficio, pese a sugerencias de sustituirlo que el Papa recibió al comienzo de su pontificado.

***

Entre los obispos italianos que se han encontrado con Francisco en visita ad limina, los de la región de Puglia han sido los más locuaces al referir cosas que el Papa les ha dicho.


No ha sido sólo la “revelación” – en parte contradicha por el padre Federico Lombardi – del obispo de Molfetta, Luigi Martella, sobre las dos encíclicas en proceso: la primera, sobre la fe, firmada por el Papa actual pero escrita por el predecesor, que la estaría terminando en su morada actual; y la segunda, sobre la pobreza, preparada completamente por el Papa reinante.


Ha habido también indiscreciones referentes a la liturgia. Comenzando por el arzobispo de Bari, Francesco Cacucci, que ha declarado a Radio Vaticana que el Papa Francisco habría exhortado a los obispos a “vivir la relación con la liturgia con sencillez y sin superestructuras”


Luego ha sido el obispo de Conversano y Monopoli, Domenico Padovano, que ha contado a su clero que los obispos de la región se han lamentado con el Papa por la obra de división creada dentro de la Iglesia por los paladines de la Misa según el rito antiguo.


¿Y qué les ha respondido el Papa? Según lo referido por monseñor Padovano, Francisco los habría exhortado a vigilar sobre los extremismos de ciertos grupos tradicionalistas, pero también a atesorar la tradición y hacerla convivir en la Iglesia con la innovación.


Para explicar este último punto, el Papa habría puesto el propio ejemplo: “¿Lo ven? Dicen que mi maestro de ceremonias papales [Guido Marini] es de corte tradicionalista; y muchos, después de mi elección, me han invitado a relevarlo de su cargo y a sustituirlo. He respondido que no, precisamente para que yo mismo pueda beneficiarme de su preparación tradicional y al mismo tiempo él pueda aventajarse, del mismo modo, de mi formación más emancipada”.


Si son auténticas, son palabras instructivas sobre el espíritu litúrgico y el estilo de celebración del actual Papa. Pero no es seguro que los obispos de Puglia las hayan interpretado. Otro de ellos, el de Cerignola y Ascoli Satriano, Felice di Molfetta, ex presidente de la Comisión de Liturgia de la CEI, en un mensaje a su diócesis ha escrito entre otras cosas:


“No he dejado de alegrarme con el Papa por el estilo celebrativo que ha asumido; un estilo inspirado en la `noble sencillez´ sancionada por el Concilio, manifestando particular atención al tema y sobre el cual no han faltado de su parte consideraciones de alto perfil teológico-pastoral, compartidas por todos los obispos presentes.

He disfrutado mucho por el diálogo, habiéndome ocupado toda una vida de la enseñanza de la teología litúrgica y sacramental, al captar el interés del Santo Padre por este aspecto vital del ministerio petrino, ejercido por él tanto en las celebraciones feriales en Santa Marta como en las solemnes en la Basílica Vaticana, como por ejemplo en la Canonización de los 800 mártires de Otranto: una celebración contenida en el tiempo y, al mismo tiempo, en su desarrollo ritual.

El Papa Francisco, a la luz de ciertos fenómenos del pasado reciente en el que se han registrado en el plano litúrgico no pocas desviaciones, nos ha exhortado a los obispos, refiriéndonos también algunos ejemplos concretos, a vivir la relación con la acción litúrgica, en cuanto obra de Dios, como verdaderos creyentes, más allá de todo presuntuoso ceremonial, plenamente conscientes de que la `noble sencillez´ de que habla el Concilio no es descuido sino Belleza, belleza con la `B´ mayúscula”.


Pero enrolar al Papa Francisco entre las filas de los progresistas también en campo litúrgico es, por lo menos, arriesgado. No parece, de hecho, en particular, que él haya sido hostil a la liberalización de la Misa en el rito antiguo, decidida por Benedicto XVI con el Motu proprio Summorum Pontificum del 2007. Mientras que ciertamente Mons. Di Molfetta fue ese año uno de los más combativos críticos de aquel Motu proprio, antes y después de su publicación. Juzgaba la Misa en el rito antiguo “incompatible” con la post-conciliar y trabajó, sin éxito, para que la CEI produjese una nota interpretativa – en sentido restrictivo – de la Summorum Pontificum.

***
Fuente:
Settimo Cielo


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

viernes, 22 de febrero de 2013

El Papa modifica los ritos litúrgicos de comienzo de Pontificado

*

Giovanni_Paolo_II_e_Ratzinger

*

El pasado lunes 18 de febrero, en la audiencia concedida al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, monseñor Guido Marini, Benedicto XVI ha aprobado, “con su Autoridad Apostólica”, algunas modificaciones al Ordo rituum pro ministerio Petrini initio Romae episcopi y ha dispuesto su publicación. Hemos pedido a Monseñor Marini que nos ilustre estas modificaciones y su significado.

*

En primer lugar, ¿qué es el «Ordo rituum pro ministerii Petrini initio Romae episcopi»?


Como dicen las premisas al mismo Ordo en el n. 2, es el Ritual que “presenta las celebraciones previstas en tiempos diversos y en lugares vinculados a la sede episcopal de Roma en referencia a la cura pastoral de su Obispo sobre la entera grey del Señor”. Se trata, en otras palabras, del libro que contiene los textos litúrgicos usados en las celebraciones presididas por el nuevo Pontífice desde el momento del solemne anuncio de la Elección hasta la visita a la Basílica de Santa María la Mayor. El Ordo fue aprobado por Benedicto XVI, con Rescripto Ex audientia Summi Pontificis, el 20 de abril de 2005, al día siguiente de su elección como Sumo Pontífice. Debo decir que, en ese tiempo, la Oficina para las Celebraciones realizó, con competencia, un gran trabajo de estudio para la preparación y redacción del Ordo.

*

El Pontífice, con las mismas modalidades, ha aprobado ahora algunas modificaciones. ¿Puede explicarnos el motivo de este acto?


Me parece poder identificar al menos dos. Sobre todo, el Santo Padre ha podido vivir en primera persona las celebraciones del comienzo de pontificado en el 2005. Aquella experiencia, con la reflexión posterior, probablemente sugirió algunas intervenciones con intención de mejorar el texto, en la lógica de un desarrollo armónico. En segundo lugar, con este acto, se ha querido proseguir en la línea de algunas modificaciones aportadas en estos años a las liturgias papales. Es decir, distinguir mejor la celebración de la Santa Misa de los otros ritos que no son estrictamente propios. Me refiero, por ejemplo, al rito de Canonizaciones, al del Resurrexit en el Domingo de Pascua y a la imposición del palio a los nuevos arzobispos metropolitanos.

*

¿Qué ocurrirá en concreto?


Como ya he mencionado, tanto en la celebración para el inicio del ministerio del Obispo de Roma, como en la celebración para la toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en San Juan de Letrán, los ritos típicos serán colocados antes y fuera de la Santa Misa, y no ya dentro de ella.


En lo que respecta a la celebración del comienzo del ministerio del Obispo de Roma, el acto de la “obediencia” será realizado por todos los cardenales presentes en la concelebración. De este modo, ese gesto que en la Capilla Sixtina, inmediatamente después de la elección, es realizado por los cardenales electores, vuelve a tener una dimensión también pública y permanece abierto a todos los miembros del colegio cardenalicio, asumiendo al mismo tiempo un carácter de catolicidad. No se trata de una novedad, dado que todos recuerdan bien al comienzo del pontificado de Juan Pablo II el acto de obediencia realizado por todos los cardenales entonces presentes en la concelebración. Entre ellos basta pensar en las ya celebérrimas y conmovedoras fotografías que retratan el abrazo del Papa Wojtyla, tanto con el entonces cardenal Joseph Ratzinger, como con el cardenal Stefan Wyszyński.

*

Entre los primeros actos del nuevo Obispo de Roma están previstas las visitas a las dos basílicas papales de San Pablo Extramuros y de Santa María la Mayor. ¿Ha sido dispuesto algún cambio al respecto?


A diferencia de lo que estaba indicado en el Ordo, el nuevo Pontífice podrá realizarlas cuando considere más oportuno, incluso a distancia de tiempo de la elección, y en la forma que considere más apropiada, sea una Santa Misa, la celebración de la Liturgia de las Horas, o un acto litúrgico particular como el actualmente prescrito.

*

¿Ha sido contemplada alguna novedad también para la sección musical?


El actual Ordo, sin tener previstas otras posibilidades, indica un reportorio musical en su mayoría nuevo, compuesto con ocasión de la redacción del mismo Ordo. Conforme a lo dispuesto por Benedicto XVI con el presente acto, en cambio, se ofrece una mayor libertad en la elección de las partes cantadas, valorizando el rico repertorio musical de la historia de la Iglesia.

***

Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 16 de octubre de 2012

“Cuando el Papa reza tres veces”: es modificado el Rito de canonización

*

b_101649_Canonizzazione__2004_005

*

El próximo domingo 21 de octubre se celebrará, en Plaza San Pedro, la canonización de siete nuevos santos, uno de los acontecimientos importantes del Año de la Fe que está viviendo la Iglesia. Además, en esta ocasión, el Santo Padre utilizará por primera vez un nuevo Ritual para las ceremonias de canonización, preparado por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, que realiza algunas modificaciones al ritual hasta ahora vigente y recupera algunos signos del antiguo ritual. Presentamos nuestra traducción de la entrevista que Mons. Guido Marini, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, ha concedido a L’Osservatore Romano.


***

Entonces, ¿el rito de canonización ya no se realizará durante la celebración eucarística?


Exactamente, como ya ha ocurrido, por otro lado, para los otros ritos: piénsese en el rito del Resurrexit, el domingo de Pascua; en el consistorio para la creación de nuevos cardenales, a partir del pasado 18 de febrero; y en la bendición y imposición de los palios a los arzobispos metropolitanos, en la reciente solemnidad de los santos Pedro y Pablo.

*

¿Cuál es el motivo de fondo?


Evitar que dentro de la celebración eucarística estén presentes elementos que no pertenecen estrictamente a la misma, manteniendo así intacta la unidad, como es pedido por la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium. Además, no es modificada una tradición consolidada sino sólo una práctica reciente. La canonización es fundamentalmente un acto canónico, en el cual están involucrados el munus docendi y el munus regendi. El munus santificandi entra en escena como segundo momento y está constituido por el acto de culto que sigue a la canonización.

*

En pocas palabras, para decirlo con el documento del Vaticano II citado por usted, ¿“sana tradición y legítimo progreso”?


Ciertamente, si bien en este caso específico la renovación del rito de canonización se inserta en el surco del camino comenzado por Benedicto XVI en el 2005. Fue entonces que la Congregación para las Causas de los Santos, con comunicación del 29 de septiembre, dispuso – luego de las conclusiones del estudio de las razones teológicas y las exigencias pastorales sobre los ritos de beatificación y canonización aprobados por el Santo Padre – que la canonización seguiría siendo presidida por el Pontífice en San Pedro, mientras que la beatificación sería celebrada por un representante suyo, normalmente el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en las diócesis interesadas. La canonización, en efecto, es una sentencia definitiva, con la cual el Sumo Pontífice decreta que un siervo de Dios, ya incluido entre los beatos, sea insertado en el catálogo de los santos y se venere en la Iglesia universal con el culto debido a todos los canonizados. Se trata, por lo tanto, de un acto preceptivo y universal. La autoridad ejercida por el Papa en la sentencia de la canonización será ahora todavía más visible a través de algunos elementos rituales.

*

Más allá del cambio de lugar del Rito, que tendrá lugar enteramente antes del comienzo de la Misa, ¿cuáles son estos elementos rituales?


En primer lugar, el triple pedido, durante el cual el cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos se dirigirá al Santo Padre para pedirle que proceda a la canonización de los siete beatos. Es por lo tanto recuperada, si bien de forma renovada, la antigua tradición según la cual el Papa reza con insistencia para pedir la ayuda del Señor en la realización del importante acto. En particular, en respuesta a la segunda petición, él invocará al Espíritu Santo y, después de tal invocación, será entonado el himno del Veni Creator. En segundo lugar, el canto del Te Deum, presente en el Rito de canonización hasta 1969, acompañará la colocación y la veneración de las reliquias de los nuevos santos.

*

Respecto a la procesión con las reliquias de los nuevos santos, ¿está prevista alguna otra modificación?


La habitual procesión se detendrá brevemente frente al Santo Padre que, así, podrá venerar las reliquias. Una vez que sean colocadas ante el altar, las reliquias serán incensadas por el diácono.

*

La revisión del rito de canonización, como ya los otros ritos, ¿comporta también una simplificación?


Diría que sí. Y también esto es un aspecto importante del rito renovado, junto al de su reforma en armónica continuidad con una tradición ya secular. De este modo es posible realizar el “esplendor de la noble sencillez” auspiciado por el concilio Vaticano II. Las Letanías de los santos acompañarán la procesión inicial, resultando anticipadas respecto a la praxis actual. Ocurría así durante el pontificado de Pío XII, a partir de 1946. Serán además omitidas las biografías de los nuevos santos por parte del Prefecto, dado que el Santo Padre, como es costumbre, las presentará brevemente durante la homilía. No está ya previsto, finalmente, el saludo personal del Pontífice por parte de los postuladores, que podrán encontrarlo brevemente después de la Misa, en la sacristía de la basílica Vaticana.

***

Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 10 de enero de 2012

Cambios en la liturgia pontificia: el Papa modifica el rito del consistorio

*

concistoro1

*

Cuando el Papa celebre, el próximo 18 de febrero, el cuarto consistorio de de su Pontificado para la creación de nuevos cardenales, lo hará con un nuevo rito revisado y modificado por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas, que preside Mons. Guido Marini, y aprobado por él mismo. Este rito, junto a otros propios de la liturgia pontificia, fue modificado poco tiempo después de la clausura del Vaticano II, si bien el rito hasta ahora en vigor había sido preparado por Mons. Piero Marini, predecesor del actual Maestro de las celebraciones litúrgicas, y aprobado por el Beato Juan Pablo II. Presentamos un artículo de L’Osservatore Romano donde se explica este nuevo ritual.

***

El rito en vigor hasta ahora para la creación de nuevos cardenales es revisado y simplificado, con la aprobación del Santo Padre Benedicto XVI: en sustancia se unifican los tres momentos de la imposición del birrete, de la entrega del anillo cardenalicio y de la asignación del título o de la diaconía; cambian las oraciones colecta y conclusiva; y asume una forma más breve la proclamación de la Palabra de Dios.


Cabe señalar – como explica la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice – que la reforma litúrgica puesta en marcha por el concilio Vaticano II ha concernido también a los ritos consistoriales de imposición del birrete y de asignación del título a los nuevos purpurados, y que el texto renovado de la celebración, publicado en “Notitiae” 5, 1969, pp. 289.291, ha sido usado por primera vez por Pablo VI en 1969.


El criterio principal que guió la redacción del nuevo ritual fue la inserción en un ámbito litúrgico de lo que, de por sí, no formaba parte de él en sentido propio: la creación de nuevos cardenales debía ser colocada en un contexto de oración, evitando sin embargo al mismo tiempo todo elemento que pudiera dar una idea de un “sacramento del cardenalato”. El consistorio, de hecho, históricamente no ha sido considerado nunca un rito litúrgico sino más bien una reunión del Papa con los cardenales en relación al gobierno de la Iglesia y, por lo tanto, expresión del munus regendi, no del munus sanctificandi.


Teniendo presentes tales aspectos de la historia pasada y reciente, en una línea de continuidad con la forma actual del consistorio y de sus elementos principales, se ha revisado y simplificado la praxis vigente. En primer lugar, son retomadas del rito de 1969 la oración colecta y la oración conclusiva dado que son muy ricas en el contenido y provienen de la gran tradición eucológica romana. Las dos oraciones, de hecho, hablan explícitamente de los poderes confiados por el Señor a la Iglesia, en particular el de Pedro: el Pontífice ora también de modo directo por sí mismo, para realizar bien su oficio.


En la oración colecta, que viene del Veronense, el así llamado Sacramentarium Leonianum, una de las fuentes más antiguas de la eucología romana – se trata de la colecta para el aniversario de la ordenación episcopal del Obispo de Roma (Mense Septembris, in natale episcoporum, v alia missa. nn. 989 e 993; Corpus Orationum, n. 2301) — el Santo Padre dice: “Oremus. Domine Deus, Pater gloriae fons honorum, qui licet Ecclesiam tuam toto orbe diffusam largitate munerum ditare non desinis, sedem tamen beati Apostoli tui Petri tanto propensius intueris, quanto sublimius esse voluisti: da mihi famulo tuo providentiae tuae dispositionibus exhibere congruenter officium; certus te universis Ecclesiis collaturum quidquid illi praestiteris, quam cuncta respiciunt. Per Dominum nostrum Iesum Christum, Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia sæcula sæculorum».


En la oración conclusiva, también elegida en 1969 del Veronense – en este caso se trata , sin embargo, de otra colecta para el aniversario de la ordenación episcopal del Obispo de Roma (Mense septembris, in natale episcoporum, v alia missa, «alia collecta», nn. 992; Corpus Orationum, n. 1198) — el Papa reza así: “Deus cuius universae viae misericordia est semper et veritas, operis tui dona prosequere; et quod possibilitas non habet fragilitatis humanae, tuis beneficiis miseratus impende; ut hi famuli tui, Ecclesiae tuae iugiter servientes et fidei integritate fundati, et mentis luceant puritate conspicui. Per Christum Dominum nostrum”.


También la proclamación de la Palabra de Dios asume de nuevo la forma más breve, propia del rito de 1969, solamente con la perícopa evangélica (Marcos 10, 35-42), que es la misma en los dos rituales.


Finalmente, se integra la entrega del anillo cardenalicio en el mismo rito, mientras que antes de la reforma de 1969 la imposición del capelo rojo tenía lugar en el consistorio público, seguido por el secreto, en el cual se llevaban a cabo también la entrega del anillo y la asignación de la iglesia titular o de la diaconía. Hoy, de hecho, esta distinción entre consistorio público y secreto ya no es observada y en consecuencia parece más coherente incluir los tres momentos significativos de la creación de los nuevos cardenales en el mismo rito.


Se conserva, en cambio, la concelebración del Papa con los nuevos cardenales en la Misa del día siguiente, que se abre con las palabras de homenaje y de gratitud que el primero de los purpurados dirige al Pontífice en nombre de todos los otros.


***

Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

domingo, 28 de noviembre de 2010

Entrando en el Adviento

*

3

*

En este primer domingo de Adviento, que marca el comienzo de un nuevo año litúrgico, presentamos una entrevista a monseñor Guido Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias.

***

Monseñor Marini, ¿cuál es el significado del Adviento?


El Adviento es el tiempo de la espera. De la espera que hace referencia a una venida, la del Señor Jesús, el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo. El pueblo cristiano, en este tiempo fuerte del año litúrgico, vive la propia fe renovando la conciencia gozosa de una triple venida del Señor, de la que hablan también los Padres de la Iglesia.

*

¿Qué significa?


Una primera venida, de la cual hacer grata memoria, es la del Hijo de Dios en la historia de los hombres, al momento de la Encarnación. Una segunda venida es la que se realiza en el hoy de la vida, y que es incesante. Ésta toma forma en una multiplicidad de modos, comenzando por la Eucaristía, presencia real del Señor en medio de los suyos, para continuar con los sacramentos, la palabra de la divina Escritura, los hermanos, sobre todo los pequeños y necesitados. Una tercera venida, para esperar en la esperanza, es la que se realizará al final de los tiempos cuando el Señor volverá en la gloria y todo será recapitulado en Él.

*

El Adviento tiene también una dimensión mariana…


En el tiempo del Adviento el pueblo cristiano está llamado a renovar la conciencia de que su vida está toda contenida en el misterio de Cristo, Aquel que era, que es y que viene. También por esto el Adviento es un tiempo marcadamente “mariano”. La Santísima Virgen es aquella que, de modo único e irrepetible, ha vivido la espera del Hijo de Dios, es aquella que de modo singular está toda contenida en el misterio de Cristo.

*

¿De qué modo los fieles y las comunidades cristianas pueden ayudarse a vivir mejor este momento fuerte del tiempo litúrgico de la Iglesia?


Entrando en este tiempo con la actitud interior de quien se prepara a vivir un período de conversión y de renovación, orientando con decisión la propia vida al Señor Jesús. La Iglesia, con el año litúrgico, nos ofrece periódicamente la gracia de vivir momentos espiritualmente fuertes, ocasiones propicias para reencontrar el impulso del camino hacia la santidad. En el Adviento, tal impulso tiene un tono singular, que es el de la alegría. La alegría por el pensamiento de que el Señor es nuestro contemporáneo y está cerca de nosotros hoy, en el presente de nuestra existencia, en la cotidianeidad sencilla de nuestras jornadas. La alegría ante el pensamiento de que el futuro no está envuelto en la oscuridad sino que brilla la luz del Cielo de Dios en Cristo. Todo esto se convierte en experiencia de vida también en virtud de un camino personal y comunitario de conversión, hecho de una más intensa y prolongada oración, de alguna forma penitencial y de separación de la mentalidad del siglo presente, de una caridad más generosa y auténticamente cristiana.

*

¿Cuáles son las características de las celebraciones en este período?


La Liturgia, a través de los ritos y de las oraciones, conduce a la participación activa del misterio celebrado. Por lo tanto, en la celebración del tiempo de Adviento, debe transmitir el sentido de la espera típico del Adviento. Lo debe hacer con sus oraciones, con su canto, con su silencio, con sus colores y con sus luces. En todo debe hacerse presente el misterio del Señor que viene, Él que es el Principio y el Fin de la historia; en todo debe mostrarse de qué modo es tangible la alegría verdadera y sobria de la fe; en todo debe transparentarse el compromiso por el cambio del corazón y de la mente para una pertenencia más radical a Dios.

*

¿Y cuáles son las particularidades de las liturgias pontificias?

Si bien en un contexto peculiar, como es el debido a la presencia del Santo Padre, las liturgias pontificias no pueden presentar sino las características típicas de este tiempo del año. Con una característica adicional: la ejemplaridad. Porque no hay que olvidar nunca que las celebraciones presididas por el Papa están llamadas a ser punto de referencia para toda la Iglesia. Es el Papa, el Sumo Pontífice, el gran licurgo de la Iglesia, aquel que, también a través de la celebración, ejerce un auténtico magisterio litúrgico al que todos deben mirar.

*

Este año en particular la liturgia de las primeras Vísperas de Adviento está insertada en una “Vigilia por la vida naciente”. ¿Cuál es el significado de esta particular “combinación”?


Se trata de una combinación que se está revelando feliz. La iniciativa de una “Vigilia por la vida naciente”, promovida por el Pontificio Consejo para la Familia, se inserta de este modo en la celebración de inicio del Adviento, un tiempo muy indicado para llamar la atención sobre el tema de la vida. El Adviento es el tiempo de la espera de María, que llevaba en su seno al Verbo de Dios hecho carne. El Adviento es la espera de la Vida verdadera, que se ha manifestado en el Hijo de Dios hecho hombre, plenitud y cumplimiento del designio de Dios sobre la humanidad. En aquella Vida, aparecida en Belén, ha encontrado un significado nuevo y definitivo la dignidad de toda vida humana. De este modo, realmente, rezar por la vida naciente, en el contexto de la celebración de las primeras Vísperas para el comienzo del año litúrgico, resulta significativo y providencial.

***

Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 7 de septiembre de 2010

La cruz del Obispo de Roma

*

610x (1)

*

Continuando con la serie de profundizaciones preparadas por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrecemos hoy nuestra traducción del artículo referido a la férula papal.

***

El báculo como insignia episcopal de los obispos y de los abades se remonta al siglo VII en algunas fuentes españolas, aunque su uso podría ser tal vez más antiguo. Parece que el báculo como símbolo de la autoridad episcopal ha pasado desde la península ibérica a Inglaterra, a la Galia y Alemania. Sin embargo, de las descripciones de la solemne Misa papal en los Ordines Romani no se evidencia su uso. También las representaciones de los papas confirman que el báculo episcopal no formaba parte de las insignias del Papa, porque no se lo ve en ningún monumento iconográfico realizado en Roma. Por eso, Inocencio III († 1216) escribe en su De sacro altaris mysterio (I, 62): “Romanus Pontifex pastorali virga non utitur”.


La razón de esta costumbre reside tal vez en el hecho de que el báculo era un símbolo de la investidura del nuevo obispo electo por parte del metropolitano o de otro obispo (ceremonia que, desde el período carolingio hasta la época de la lucha de las investiduras, era hecha cada vez más por los soberanos seculares). El Papa, en cambio, no recibía la investidura de otro obispo, como señaló Bernardo Bortono de Parma (†1263) en la Glosa ordinaria de los Decretales de Gregorio IX (I,15): el Papa recibe su poder sólo de Dios. Santo Tomás de Aquino hace un razonamiento ulterior cuando comenta que “Romanus pontifex non utitur baculoetiam in signum quod non habet coarctatam potestatem, quod curvatio baculi significat” (Super Sent., lib. 4 d. 24 q. 3 a. 3 ad 8), refiriéndose a la forma ya común del báculo curvado en la cima, como signo del cuidado pastoral y de la jurisdicción.


Desde la Alta Edad Media, si no antes, los Papas se sirvieron de la ferula pontificalis como insignia que indicaba su potestad temporal. La forma de la férula no es bien conocida. Probablemente era un bastón que llevaba una cruz en su parte superior. En el Medioevo, cuando después de su elección el Papa tomaba posesión de la Basílica Lateranense, se le presentaba la férula del prior de San Lorenzo en el Laterano (es decir, de la Sancta Sanctorum) como “signum regiminis et correctionis”, es decir, como símbolo de gobierno que incluye el castigo y la penitencia. La presentación de la férula era un acto importante pero no tenía el mismo significado que la imposición del palio en la coronación del Papa. De hecho, ya no fue observada al menos desde el comienzo del siglo XVI.


El uso de la férula nunca ha formado parte de la liturgia papal, exceptuando algunas ocasiones como la apertura de la puerta santa y las consagraciones de las iglesias, en las que el Papa tomaba la férula para golpear tres veces la puerta y para dibujar el alfabeto latino y griego sobre el pavimento de la iglesia. En la Baja Edad Media , los Papas usaban como férula también un bastón con la cruz triple.

*

5

*


Después de su elección en 1963, el Papa Pablo VI encargó al escultor napolitano Lello Scorzelli un bastón pastoral para las solemnes celebraciones litúrgicas. Este báculo de plata retomó de la férula tradicional la forma de cruz, acompañada sin embargo por la figura del Crucificado. Pablo VI utilizó este báculo por primera vez con ocasión de la clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965. Sucesivamente, lo adoptó en modo análogo al báculo del obispo, frecuentemente pero no siempre en las celebraciones litúrgicas. Pablo VI y Juan Pablo II han usado, en ciertas ocasiones, también la cruz triple como insignia.

*

1

*


Para el Domingo de Ramos del año 2008, el Papa Benedicto XVI sustituyó este báculo, usado también por Juan Pablo I, Juan Pablo II y por él mismo, con uno que termina en una cruz dorada, regalado por el Círculo de San Pedro al Beato Pío IX en 1877, con ocasión del 50º aniversario de su ordenación sacerdotal. Este bastón ha sido adoptado como férula ya por el Beato Juan XXIII para varias celebraciones litúrgicas durante el Vaticano II.

*

4140553585_a4fac70629_o

*

Con la celebración de las Primeras Vísperas de Adviento del año 2009, el Santo Padre Benedicto XVI ha comenzado a usar un nuevo báculo, que le ha sido donado por el Círculo de San Pedro, similar en la forma al de Pío IX.

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

jueves, 10 de junio de 2010

Clausura del Año Sacerdotal: Mons. Marini comenta las particularidades litúrgicas

*

CALIZ

Benedicto XVI celebrará la Santa Misa con el cáliz del Cura de Ars

*

Ayer han comenzado las celebraciones conclusivas del Año Sacerdotal, providencial iniciativa del Papa Benedicto XVI con ocasión del 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. El Santo Padre se unirá a las celebraciones hoy por la noche, presidiendo una Vigilia de oración en plaza San Pedro, donde el viernes por la mañana celebrará la Santa Misa. Será la reunión internacional de sacerdotes más numerosa de la historia. Ofrecemos nuestra traducción de un artículo en el que Monseñor Guido Marini comenta algunas particularidades litúrgicas de estas importantes celebraciones.

***

Benedicto XVI celebrará la Misa de clausura del Año Sacerdotal – programada para el viernes 11 de junio, por la mañana, en plaza San Pedro – con el cáliz usado por san Juan María Vianney, que se conserva en la parroquia del Cura de Ars. Lo informa el maestro de las Celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice, monseñor Guido Marini, anticipando que será la Eucaristía con el mayor número de concelebrantes – se esperan quince mil – que se haya realizado en Roma.


Debido a las circunstancias extraordinarias, la celebración incluye también otras particularidades. En primer lugar, el rito de la aspersión con el agua bendita como acto penitencial: cuatro cardenales concelebrantes se unirán al Papa para rociar a la asamblea. Se ha pensado en este rito – explica monseñor Marini – considerando la solemnidad del Sagrado Corazón y la referencia a la sangre y el agua que manan del corazón del Señor para la salvación del mundo pero también para retomar el tema de la purificación, sobre el cual el Pontífice ha vuelto recientemente en diversas circunstancias.


En segundo lugar, después de la homilía, los presbíteros renovarán las promesas sacerdotales, como en el día del Jueves Santo en la Misa crismal. Además, al final de la celebración, antes de la bendición conclusiva, el Papa renovará el acto de entrega y de consagración de los sacerdotes a la Virgen María, según la fórmula usada con ocasión de la reciente peregrinación a Fátima. El acto se realizará frente al original de la Virgen Salus populi Romani, en razón del particular significado que tal imagen mariana tiene en Roma. Cuarta y última particularidad: un gran tapiz con la imagen del santo Cura de Ars será colocado en el balcón central de la Basílica. San Juan María Vianney ha estado en el centro del Año Sacerdotal y en esta ocasión será proclamado por Benedicto XVI patrono de todos los presbíteros.


En preparación a la Misa conclusiva, en la tarde del jueves 10, a partir de las 21.30, el Pontífice presidirá la vigilia de oración, que estará precedida por una hora de meditaciones y reflexiones a cargo de la Congregación para el Clero. El programa prevé la llegada en papamóvil de Benedicto XVI, recibido con el canto del Tu es Petrus y por la bienvenida del cardenal Hummes, prefecto del dicasterio para el Clero. El saludo litúrgico del Papa con la sucesiva oración y la lectura de una página evangélica introducirán las preguntas por parte de cinco sacerdotes, a las cuales se alternarán las respuestas de Benedicto XVI. Luego del canto del Pater noster seguirá la procesión con el Santísimo Sacramento, que accederá a la plaza por el Portón de Bronce de la basílica Vaticana.


El palio procesional – precedido por dos guardias suizos – será sostenido por ocho hombres de la asociación Santos Pedro y Pablo, mientras que doce estudiantes universitarios portarán las antorchas. El servicio litúrgico está a cargo del Pontificio Colegio Escocés.


Después de la exposición del Santísimo y un momento de adoración silenciosa, el Papa recitará la oración del Año Sacerdotal. Finalmente, el himno Tantum ergo precederá a la bendición eucarística, seguida del canto conclusivo Salve Regina que acompañará la salida del Pontífice, en torno a las 22.30, a través de la puerta central de la basílica.


El viernes por la mañana, a las 10, será la Misa, en la cual está prevista también una participación significativa por parte de los fieles. Por eso, se ha dispuesto que cerca de cuatrocientos sacerdotes y diáconos se encarguen de la distribución de la Comunión. Previamente, desde las 9.10 hasta las 9.40 horas, se interpretarán cantos y piezas musicales con el fin de llevar a todos a un clima de recogimiento y de oración. Antes del inicio de la celebración, se darán indicaciones en varias lenguas para ayudar a los presentes a una participación lo más digna y atenta posible.


Benedicto XVI entrará en la plaza con el papamóvil, uniéndose a la procesión de los cardenales concelebrantes, y saldrá de la plaza, al final de la Misa, también en papamóvil. Realizarán el servicio litúrgico los seminaristas de los Rogacionistas del Corazón de Jesús, considerando su específico carisma vocacional.

***

Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

viernes, 28 de mayo de 2010

Los Cardenales Diáconos en la Liturgia Papal

*

cardenales diaconos

*

Los cardenales diáconos y el uso de la dalmática” es el título de este artículo preparado por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y cuya traducción en lengua española ofrecemos a continuación. 

***

Al igual que en Jerusalén, también en la primitiva Iglesia de Roma encontramos enseguida, cuando los cristianos son más numerosos, siete diáconos que asistían al Pontífice en la asamblea de los fieles, en la administración y en el ejercicio de la caridad. El Liber Pontificalis atribuye a Clemente I (92-99) la división de Roma en siete regiones para el cuidado de los pobres de la ciudad, y para este servicio encontramos a los diáconos. De hecho, su sucesor, el Papa Evaristo (99-108), precisó sus funciones en la Iglesia y ordenó siete diáconos para asistir al Obispo de Roma en la distribución de las limosnas.


En el siglo III, el Papa Fabián (236-250) organizó mejor el trabajo de los siete diáconos, creando catorce regiones en Roma y confiando dos regiones a cada uno de los diáconos. Al crecer el número de los cristianos, fueron asignados otros sacerdotes y diáconos como auxiliares al principal titular de las iglesias o diaconías. En realidad, para el servicio de la Iglesia de Roma no bastaban los diáconos y, de este modo, el Papa Cleto (80-92) había fijado también en 25 el número de sacerdotes para el servicio de la ciudad, con un territorio confiado a cada uno de ellos y fue así que surgieron las parroquias.


En el pontificado de Gregorio I (590-604) se duplicó el número de regiones y también el de los diáconos, que pasaron a ser catorce. Bajo el pontificado de Gregorio II (715-731) fueron añadidos cuatro nuevos diáconos llamados palatinos para servir la basílica de Letrán y así los diáconos fueron dieciocho. Su tarea consistía en ayudar al Papa en la Misa, por turno, en los días de la semana. En la segunda mitad del siglo XI, con el reordenamiento del Colegio cardenalicio, las iglesias de las diaconías comienzan a ser asignadas en título a 18 cardenales, que por eso se llamaron cardenales diáconos, firmando como tales, además del título de la respectiva iglesia.


Se puede decir que estos sacerdotes y diáconos principales debían ayudar al Papa en las basílicas romanas donde estaban incardinados y se comenzó a calificarlos como “cardenales”. Son llamados, desde este momento, “sacerdotes o diáconos cardenales”, es decir, “incardinados”. En este punto, nos encontramos con el presbiterio romano, consejeros y cooperadores del Papa, Obispo de Roma, que desde 1150 formaron el Colegio Cardenalicio con un Decano, que es el Obispo de Ostia, y un Camarlengo como administrador de los bienes.


De este modo, vemos que desde los primeros tiempos, para la administración de la ciudad de Roma y para el servicio litúrgico del Papa, se encuentran los Cardenales diáconos. Y así seguirá siendo a lo largo de los siglos. Será en el siglo XI, con la reforma eclesiástica de León X, cuando los cardenales comenzarán a estar menos ligados al servicio litúrgico y pastoral de Roma para convertirse en colaboradores directos del Papa al servicio de la Iglesia universal.


Por otra parte, y en relación directa con los Cardenales diáconos, encontramos la dalmática. Esta vestidura, a principios del siglo III, se había convertido en la vestidura de las personas más distinguidas. La encontramos en el Liber Pontificalis como un distintivo de honor concedido a los diáconos romanos por el Papa Silvestre (314-335), “ut diaconi dalmaticis in ecclesia uterentur” (Liber Pontificalis), para distinguirlos de entre el clero en razón de la especial relación que tenían con el Papa. Precedentemente, era parte de las vestiduras del pontífice y hábito propio y distintivo del obispo. Fuera de Roma, los diáconos usaban en el servicio litúrgico la sencilla túnica blanca, sobre la que pronto pusieron el orarium o estola.


La noticia de la concesión del Papa Silvestre es confirmada por el autor romano de las Quaestionum Vet. et novi Testamenti (cerca del 370), el cual, no sin algo de ironía, escribe: “Hodie diaconi dalmaticis induuntur sicut episcopi” (n. 46). Esto prueba que la Iglesia romana consideraba el uso de la dalmática como un privilegio propio y que sólo el Papa podía conferirlo. Esta costumbre romana todavía en el siglo X se afirma en el OR XXXV, cuya rúbrica mantiene la prerrogativa de la dalmática para los diáconos cardenales, es decir, para los siete diáconos regionales, que la recibirán en su Ordenación, mientras los diáconos forenses estaban excluidos de esto.


Al establecerse la liturgia romana en la Galia, en el tiempo de los carolingios, la dalmática se vuelve bastante común, si bien Roma siempre se opuso a ello. Probablemente desde el siglo XI, la dalmática se convertirá en la vestidura litúrgica superior propia de los diáconos mientras que obispos y presbíteros la usarán bajo la casulla.


Por lo que brevemente hemos mencionado, se puede ver que cuando los cardenales diáconos se revisten con la dalmática para servir al Sumo Pontífice en las celebraciones litúrgicas, nos encontramos frente a un uso típicamente romano en estrecha relación con la historia de los Papas y de su liturgia.

*

cardenales diaconos 2

*

Los cardenales diáconos usan la dalmática cuando sirven al Pontífice, tanto en la santa Misa como en otras celebraciones litúrgicas, pero no cuando concelebran con él. En este segundo caso, usan la vestidura propia del sacerdote celebrante, que es la casulla. El uso de la dalmática cuando sirven al Pontífice es, en realidad, para manifestar exteriormente su función de “ministros” del Pontífice. Sin olvidar que, como nos ha mostrado la historia, la verdad del signo “dalmática” no supone necesariamente que sólo los diáconos pueden usarla.


Por otra parte, los Obispos la revisten en las grandes solemnidades bajo la casulla, y también como vestidura superior en la unción del altar o en el lavatorio de los pies. En este último caso, como refiere el Caeremoniale Episcoporum, 301, el obispo se quita la mitra y la casulla pero no la dalmática. Se quiere resaltar no tanto la plenitud del sacerdocio como el carácter de servicio del ministerio episcopal. En el caso de los cardenales diáconos revestidos con la dalmática, se quiere subrayar su carácter de servidores, colaboradores estrechos del Romano Pontífice también en la liturgia. La dalmática es signo de servicio, dedicación al Obispo y a los otros. Pero también cuando el Obispo usa la dalmática lo hace para servir: tanto en el lavatorio de los pies como en el especial servicio litúrgico que desarrollan los obispos – cardenales diáconos – junto al Romano Pontífice.


Podemos decir que la dalmática utilizada para el servicio litúrgico por parte de los cardenales diáconos se mueve en aquella dinámica de servicio que hace decir a Benedicto XVI: “El cristiano está llamado a asumir la condición de «siervo» siguiendo las huellas de Jesús, es decir, gastando su vida por los demás de modo gratuito y desinteresado. Lo que debe caracterizar todos nuestros gestos y nuestras palabras no es la búsqueda del poder y del éxito, sino la humilde entrega de sí mismo por el bien de la Iglesia. En efecto, la verdadera grandeza cristiana no consiste en dominar, sino en servir. Jesús nos repite hoy a cada uno que él «no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45). Este es el ideal que debe orientar vuestro servicio. Queridos hermanos, al entrar a formar parte del Colegio de los cardenales, el Señor os pide y os encomienda el servicio del amor: amor a Dios, amor a su Iglesia, amor a los hermanos con una entrega máxima e incondicional, usque ad sanguinis effusionem, como reza la fórmula de la imposición de la birreta y como lo muestra el color púrpura del vestido que lleváis”.

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 25 de mayo de 2010

La Comunión de rodillas y en la lengua

*

comunione-in-ginocchio

*

La más antigua práctica de distribución de la Comunión fue, muy probablemente, la de dar la Comunión a los fieles en la palma de la mano. Sin embargo, la historia de la Iglesia evidencia también el proceso, iniciado tempranamente, de transformación de esta práctica. Desde la época de los Padres, nace y se consolida una tendencia a restringir cada vez más la distribución de la Comunión en la mano y a favorecer la distribución en la lengua. El motivo de esta preferencia es doble: por una parte, evitar al máximo la dispersión de los fragmentos eucarísticos; por otra, favorecer el crecimiento de la devoción de los fieles hacia la presencia real de Cristo en el sacramento.


A la costumbre de recibir la Comunión sólo sobre la lengua hace referencia también santo Tomás de Aquino, el cual afirma que la distribución del Cuerpo del Señor pertenece sólo al sacerdote ordenado. Esto, por diversos motivos, entre los cuales el Doctor Angélico cita también el respeto hacia el sacramento, que “no es tocado por nada que no esté consagrado: y, por eso, están consagrados el corporal, el cáliz, y también las manos del sacerdote, para poder tocar este sacramento. A ningún otro, por lo tanto, le es permitido tocarlo, fuera de casos de necesidad: si, por ejemplo, estuviera por caer al suelo u otras contingencias similares” (Summa Theologiae, III, 82, 3).


A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha tratado de caracterizar el momento de la Comunión con sacralidad y suma dignidad, esforzándose constantemente por desarrollar de la mejor manera gestos externos que favorecieran la compresión del gran misterio sacramental. En su atento amor pastoral, la Iglesia contribuye a que los fieles puedan recibir la Eucaristía con las debidas disposiciones, entre las cuales figura el comprender y considerar interiormente la presencia real de Aquel que se va a recibir (cf. Catecismo de san Pío X, nn. 628 e 636). Entre los signos de devoción propios de los que comulgan, la Iglesia de Occidente estableció también el estar de rodillas. Una célebre expresión de san Agustín, retomada en el n. 66 de la Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI, enseña: “Nadie come de esta carne [el Cuerpo eucarístico] sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos” (Enarrationes in Psalmos, 98,9). Estar de rodillas indica y favorece esta necesaria adoración previa a la recepción de Cristo eucarístico.


En esta perspectiva, el entonces cardenal Ratzinger había asegurado que “la Comunión alcanza su profundidad sólo cuando es sostenida y comprendida por la adoración” (Introducción al espíritu de la liturgia). Por eso, él consideraba que “la práctica de arrodillarse para la santa Comunión tiene a su favor siglos de tradición y es un signo de adoración particularmente expresivo, del todo apropiado a la luz de la verdadera, real y sustancial presencia de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies consagradas” (cit. en la Carta This Congregation de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, del 1° julio de 2002).


Juan Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucaristia, escribió en el n. 61:


“Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este «tesoro». [...] No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación»”.


En continuidad con la enseñanza de su Predecesor, a partir de la solemnidad del Corpus Domini del 2008, el Santo Padre Benedicto XVI comenzó a distribuir a los fieles el Cuerpo del Señor, directamente en la lengua y estando arrodillados.

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

jueves, 20 de mayo de 2010

El latín en la Liturgia

*

lingua-latina

*


Continuando con la serie de profundizaciones preparadas por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrecemos hoy nuestra traducción del artículo titulado: “El uso de la lengua latina”.

***

El latín es, sin duda, la lengua más longeva de la liturgia romana: se la utiliza, de hecho, desde hace más de dieciséis siglos, es decir, desde cuando se perfeccionó en Roma, bajo el Papa Dámaso († 384), el paso del griego a esta lengua. Los libros litúrgicos oficiales del Rito Romano son, por lo tanto, publicados hasta hoy en latín (editio typica).


El Código de Derecho Canónico, en el can. 928, establece: “La celebración eucarística hágase en lengua latina, o en otra lengua con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados”. Este canon traduce de modo sintético, y teniendo presente la situación actual, la enseñanza de la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II.


En el célebre n. 36, la Sacrosanctum Concilium establece como principio:


“Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular” (§ 1).


En este sentido, el Código afirma en primer lugar: “La celebración eucarística hágase en lengua latina”.


En los siguientes incisos, la Sacrosanctum Concilium admite la posibilidad de utilizar también las lenguas nacionales:


“Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes” (§ 2).


“Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica” (§ 3).


“La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada” (§ 4).


En base a estos sucesivos incisos, el Código añade: “…o en otra lengua con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados”.


Como se ve, también en las actuales disposiciones normativas, la lengua latina sigue estando aún en el primer lugar, como aquella que la Iglesia prefiere en línea de principio, aún reconociendo que la lengua nacional puede resultar útil para los fieles. En la situación concreta actual, la celebración en latín se ha vuelto más bien poco común. Se trata de un motivo mayor para que, en la liturgia pontificia (pero no sólo en ella), el latín sea custodiado como preciosa herencia de la tradición litúrgica de Occidente. No por casualidad el siervo de Dios Juan Pablo II recordó:


“La Iglesia romana tiene especiales deberes, con el latín, espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarlo siempre que se presente ocasión” (Dominicae cenae, n. 10).


En continuidad con el Magisterio de su Predecesor, Benedicto XVI, además de desear un mayor uso de la lengua tradicional en la celebración litúrgica, en particular con ocasión de celebraciones que se realizan durante encuentros internacionales, escribió:


“Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; y se ha de procurar que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia” (Sacramentum Caritatis, n. 62).

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

sábado, 15 de mayo de 2010

El silencio en la Liturgia

*

BXVI-silenzio

*

Continuando con la serie de profundizaciones preparadas por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrecemos hoy nuestra traducción de otro artículo, titulado: “Los espacios de silencio dentro de la celebración”.

***

El n. 45 de la Institutio Generalis Missalis Romani (editio typica tertia emendata, 2008), prescribe:


“Debe guardarse también, en el momento en que corresponde, como parte de la celebración, un sagrado silencio. Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo [singuli ad seipsos convertuntur]; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran [in corde suo Deum laudant et orant]. Ya desde antes de la celebración misma, es laudable [laudabiliter] que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada”.


El texto cita, como nota, el n. 30 de la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium, que igualmente prescribe: “Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado”. Nótese cómo, en ambos casos, se precisa que el silencio litúrgico es un silencio sagrado, sacrum silentium.


El n. 56 de la Institutio especifica mejor la importancia del silencio dentro de la Liturgia de la Palabra, mientras que en lo que respecta a la Liturgia eucarística, el n. 78 precisa: “La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio”.

Luego, el n. 84 subraya la importancia de la observancia del silencio para prepararse bien a recibir la Santa Comunión: “El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio”.

Finalmente, la misma actitud es sugerida para la acción de gracias después de la Comunión: “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (n. 88). En varios otros números de la Institutio se repiten prescripciones similares con respecto al silencio, que resulta ser parte integrante de la misma celebración.


El siervo de Dios Juan Pablo II reconoció que, en la praxis actual, la prescripción del Concilio Vaticano II referente al sagrado silencio – prescripción que luego pasó a la Institutio – no siempre fue observada fielmente. Él escribía:


“Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio [...] La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del silencio” (Spiritus et Sponsa, n.13).


Podemos recordar aquí también un texto del entonces teólogo y cardenal Joseph Ratzinger:


“Nos volvemos cada vez más claramente conscientes de que la liturgia implica también el callar. Al Dios que habla, nosotros le respondemos cantando y rezando, pero el misterio más grande, que va más allá de todas las palabras, nos llama también a callar. Debe ser, sin duda, un silencio lleno, más que una ausencia de palabras y de acciones. De la liturgia se espera precisamente que nos de el silencio positivo en el cual nos encontramos a nosotros mismos” (Introducción al espíritu de la liturgia).


Por lo tanto, es de gran importancia la observancia de los momentos de silencio previstos por la liturgia. Ellos son parte integrante tanto del ars celebrandi de los ministros como de la actuosa participatio de los fieles. El silencio en la liturgia es el momento en que se escucha con mayor atención la voz de Dios y se interioriza su Palabra para que produzca un fruto de santidad en la vida de cada día.

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas
del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

sábado, 8 de mayo de 2010

El Crucifijo en el centro del altar

*

cruz2

*

Continuamos ofreciendo las profundizaciones de la Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice. En esta ocasión, el artículo dedicado al crucifijo en el centro del altar.

***

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, en el n. 218, hace la pregunta: “¿Qué es la liturgia?”; y responde:


“La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio Pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios”.


A partir de esta definición, se comprende que en el centro de la acción litúrgica de la Iglesia está Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y su Misterio pascual de Pasión, Muerte y Resurrección. La celebración litúrgica debe ser transparencia celebrativa de esta verdad teológica. Desde hace muchos siglos, el signo elegido por la Iglesia para la orientación del corazón y del cuerpo durante la liturgia es la representación de Jesús crucificado.


La centralidad del crucifijo en la celebración del culto divino se resaltaba mucho más en el pasado, cuando estaba vigente la costumbre de que tanto el sacerdote como los fieles se dirigieran durante la celebración eucarística hacia el crucifijo, puesto en el centro, sobre el altar, que normalmente estaba adosado a la pared. Por la actual costumbre de celebrar “hacia el pueblo”, con frecuencia el crucifijo es hoy colocado a un lado del altar, perdiendo de este modo la posición central.


El entonces teólogo y cardenal Joseph Ratzinger subrayó en varias ocasiones que, también durante la celebración “hacia el pueblo”, el crucifijo debería mantener su posición central, siendo por otro lado imposible pensar que la representación del Señor crucificado – que expresa su sacrificio y, por lo tanto, el significado más importante de la Eucaristía – pueda ser de alguna manera una molestia. Siendo Papa, Benedicto XVI, en el prefacio al primer volumen de sus Gesammelte Schriften, se ha dicho feliz por el hecho de que cada vez más se está abriendo camino la propuesta que él había hecho en su célebre ensayo Introducción al espíritu de la liturgia. Tal propuesta consistía en la sugerencia de “no proceder a nuevas transformaciones sino poner simplemente la cruz en el centro del altar, hacia la cual pueden mirar juntos el sacerdote y los fieles, para dejarse así conducir hacia el Señor, al cual todos juntos oramos”.


*

CRUZ1

*


El crucifijo en el centro del altar recuerda muchos espléndidos significados de la sagrada liturgia, que pueden resumirse refiriendo el n. 618 del Catecismo de la Iglesia Católica, un pasaje que concluye con una bella cita de santa Rosa de Lima:


“La Cruz es el único sacrificio de Cristo «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, «se ha unido en cierto modo con todo hombre» (GS 22,2), él «ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22,5). El llama a sus discípulos a «tomar su cruz y a seguirle» (Mt 16,24) porque él «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35): «Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo» (Sta. Rosa de Lima, Vida)”.

***

Fuente: Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

miércoles, 5 de mayo de 2010

La belleza en cada aspecto del rito litúrgico

*

BELLEZA

*

Ofrecemos la primera de una serie de interesantes profundizaciones que la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, presidida por Mons. Guido Marini, ha publicado en lengua italiana en el sitio web de la Santa Sede. Por su gran interés y por su valor formativo, esperamos publicar próximamente nuestra traducción de los otros artículos.

***

Escribe el Santo Padre Benedicto XVI, en el n. 35 de la Exhortación Sacramentum Caritatis:


“La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión [...] La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. [...]La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza”.


La belleza de Cristo se refleja sobre todo en los santos y en los cristianos fieles de cada época pero no hay que olvidar o subestimar, por esto, el valor espiritual de las obras de arte que la fe cristiana ha sabido producir para ponerlas al servicio del culto divino. La belleza de la liturgia se manifiesta concretamente a través de objetos materiales y gestos corporales, de los que el hombre – unidad de alma y de cuerpo – tiene necesidad para elevarse a las realidades invisibles y reforzarse en la fe. El Concilio de Trento ha enseñado:


“Como la naturaleza humana es tal que sin los apoyos externos no puede fácilmente levantarse a la meditación de las cosas divinas, por eso la piadosa madre Iglesia instituyó determinados ritos [...] con el fin de encarecer la majestad de tan grande sacrificio [la Eucaristía] e introducir las mentes de los fieles, por estos signos visibles de religión y piedad, a la contemplación de las altísimas realidades que en este sacrificio están ocultas” (DS 1746).


El arte sagrado, las vestiduras sagradas y los utensilios, la arquitectura sagrada: todo debe concurrir a hacer consolidar el sentido de majestad y de belleza, hacer transparentar la “noble sencillez” (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 34) de la liturgia cristiana, que es liturgia de la verdadera Belleza.


El siervo de Dios Juan Pablo II recordó el episodio evangélico de la unción de Betania para responder a las posibles objeciones sobre la belleza de las iglesias y de los objetos destinados al culto, que podrían resultar inapropiadas si se pusieran frente a la gran masa de los pobres de la tierra. Él escribió:


“Una mujer [...] derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume precioso, provocando en los discípulos –en particular en Judas (cf. Mt 26, 8; Mc 14, 4; Jn 12, 4)– una reacción de protesta, como si este gesto fuera un «derroche» intolerable, considerando las exigencias de los pobres. Pero la valoración de Jesús es muy diferente. Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos [...], se fija en el acontecimiento inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona” (Ecclesia de Eucharistia, n. 47).


Y concluyó:


“Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía. [...] En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. [...] También sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración” (ibid., nn. 48-49).


Por eso, es necesario tener todas las atenciones y los cuidados posibles para que la dignidad de la liturgia resplandezca incluso en los mínimos detalles en la forma de la verdadera belleza. Hay que recordar que también aquellos santos que han vivido la pobreza con particular empeño ascético, siempre han deseado que los objetos más bellos y preciosos fuesen destinados al culto divino. Mencionamos aquí un solo ejemplo, el del Santo Cura de Ars:


“Don Vianney había amado de inmediato aquella vieja iglesia [de Ars] como la casa paterna. Para embellecerla, comenzó por lo principal, es decir, por el altar, centro y razón de ser de todo el santuario. Por respeto a la Eucaristía, quiso lo más bello que fuera posible tener [...] Por lo tanto, aumentó el guardarropa del buen Dios, como decía él, en su lenguaje colorido e imaginativo. Visitó en Lyon los negocios de bordado, de orfebrería, y adquirió lo más precioso que encontró. «En los alrededores – confiaban, asombrados, sus proveedores -, hay un pequeño Cura, delgado, desaliñado, que parece no tener nunca nada en el bolsillo y que, para su iglesia, ¡quiere siempre lo mejor que hay!»” (“Il Curato d’Ars”; F. Trochu).

***

Fuente: Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

viernes, 27 de noviembre de 2009

La Liturgia en Adviento y el nuevo báculo papal

*

***

“El sábado por la tarde, durante las primeras Vísperas de Adviento en la basílica Vaticana, el Papa usará un nuevo báculo”. Lo anuncia monseñor Guido Marini, en vísperas de la celebración con que se inicia el año litúrgico.


“Similar en las formas a la férula de Pío IX hasta ahora en uso – añade el Maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias –, éste puede ser considerado a todos los efectos el báculo de Benedicto XVI”. Donado por el Círculo de San Pedro, tiene una altura de 184 centímetros, pesa 2 kilos y 530 gramos, y tiene una mejor manejabilidad respecto al del Papa Mastai Ferretti, gracias a las más reducidas dimensiones del báculo y de la cruz. Y es también más liviano por 140 gramos, incluso por 590 respecto al de Juan Pablo II. De hecho, debe recordarse que el Papa Ratzinger ha utilizado inicialmente el báculo de plata coronado con el crucifijo – realizado por Lello Scorzelli – introducido por Pablo VI y luego usado también por Juan Pablo I y por el Papa Wojtyla. Posteriormente, desde el Domingo de Ramos del 2008, comenzó a utilizar la férula dorada en forma de cruz griega, perteneciente a Pío IX, también ella donada al Pontífice en 1877 por el Círculo de San Pedro. El antiguo sodalicio romano renueva así la tradición propia de fidelidad al Papa, testimoniada desde su fundación que se remonta a 140 años atrás, en el lejano 1869.


En la parte delantera del nuevo báculo de Benedicto XVI están representados, al centro, el cordero pascual, y a los costados, los símbolos de los cuatro evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El motivo de la red reproducido en los brazos de la cruz recuerda la de Pedro, el pescador de Galilea. En el reverso, están grabados: al centro, el monograma de Cristo – formado por las primeras dos letras de la palabra Christòs en griego, la X y la P entrelazadas juntas –, y en las cuatro extremidades, los rostros de los padres de la Iglesia de Occidente y de Oriente: Agustín y Ambrosio, Atanasio y Juan Crisóstomo. “El cordero y el monograma de Cristo puestos al centro – comenta monseñor Marini – reflejan la unidad del misterio pascual: cruz y resurrección”.


Deteniedo la mirada en el anillo de debajo de la cruz, se notan: en la parte superior, el nombre de Benedicto XVI “que lo personaliza y lo hace suyo”, explica el Maestro; en la inferior, el de los donantes, es decir, el Círculo de San Pedro. Un último elemento significativo, finalmente, se encuentra en la parte alta del báculo, donde está impreso el escudo del Papa Ratzinger.


Otra novedad predispuesta por la Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice para las Vísperas del sábado concierne a la imagen de la Virgen que será colocada bajo el altar de la confesión: se trata de la escultura de madera policromada, que representa a la Virgen en el trono con el Niño bendiciendo, que en los años anteriores era expuesta sólo en la solemnidad de la Santísima Madre de Dios y que el año pasado se introdujo desde la Noche de Navidad hasta la Epifanía. El tiempo de Adviento es, de hecho, un tiempo mariano en el que la espera del Señor que viene está acompañada por el ejemplo de la espera de María, como se subraya por el canto de la antífona mariana Alma Redemptoris Mater en la conclusión del rito.


La costumbre iniciada con Benedicto XVI de celebrar las primeras Vísperas de Adviento en San Pedro evidencia la apertura de un nuevo ciclo anual en el que la Iglesia revive todo el misterio de Cristo: desde la Encarnación hasta Pentecostés y la espera del retorno del Señor. Por eso, el adorno floral es sobrio, significando la especificidad litúrgica y espiritual de este tiempo de espera del Señor que viene, en el signo de la alegría pero también de la penitencia y de la vigilancia como evoca el estribillo cantado en las intercesiones: Veni, Domine, et noli tardare. En este mismo sentido debe comprenderse el uso del color morado en las vestiduras litúrgicas, que acompaña todo el tiempo de Adviento, que comienza en las Vísperas del sábado 28.


Antes del inicio del rito, como en las otras celebraciones, está previsto un tiempo de preparación para que la asamblea se disponga a la oración, dejando atrás los ruidos y las distracciones de la vida cotidiana. En esta espera serán ejecutados algunas piezas musicales y se leerán pasajes de la homilía de Benedicto XVI en las primeras Vísperas de Adviento del 2008.


Durante la celebración propiamente dicha, que comenzará a las 17 horas, breves pausas de silencio al final de los salmos y de la lectura breve ayudarán a la oración personal y al recogimiento. La lectura breve, tomada como de costumbre de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, adquiere en esta circunstancia un significado particular. El primer viaje internacional de Benedicto XVI en el 2010 será, de hecho, a Malta, para celebrar los 1950 años del naufragio del Apóstol en la isla del Mediterráneo.

***

Fuente: Papa Ratzinger Blog


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***