miércoles, 26 de octubre de 2011

Benedicto XVI, en vísperas de Asís III: “Cristo es el Rey de la Paz”

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En vísperas de la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que se celebrará mañana en la ciudad de Asís, el Papa Benedicto XVI ha presidido hoy un momento de oración con la diócesis de Roma para pedir a Dios el don de la paz. Durante este encuentro, el Santo Padre pronuncio la homilía que aquí presentamos.

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Queridos hermanos y hermanas:


Hoy la acostumbrada cita de la Audiencia general asume un carácter particular, puesto que estamos en la víspera de la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que tendrá lugar mañana en Asís, veinticinco años después del primer histórico encuentro convocado por el Beato Juan Pablo II. He querido dar a esta jornada el título de “Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”, para manifestar el compromiso que queremos renovar solemnemente, junto con los miembros de diversas religiones, así como con personas no creyentes, pero que buscan sinceramente la verdad, para la promoción del verdadero bien de la humanidad y para la construcción de la paz. Como ya tuve la oportunidad de recordar, “el que está en camino hacia Dios no puede no trasmitir paz, el que construye la paz no puede no acercarse a Dios”.


Como cristianos, estamos convencidos de que la contribución más preciosa que podemos dar a la causa de la paz es la de la oración. Por este motivo nos encontramos hoy, como Iglesia de Roma, junto con los peregrinos presentes en la ciudad, en la escucha de la Palabra de Dios, para invocar con fe el don de la paz. El Señor puede iluminar nuestra mente y nuestros corazones y guiarnos a ser constructores de justicia y de reconciliación, en nuestras realidades cotidianas y en el mundo.


En el trozo del profeta Zacarías, que acabamos de escuchar, ha resonado un anuncio lleno de esperanza y de luz (cfr Zc 9,10). Dios promete la salvación, invita a “alegrarse mucho” porque esta salvación está por concretizarse. Se habla de un rey: “Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso” (v. 9), pero el que se anuncia no es un rey que se presenta con la potencia humana, la fuerza de las armas; no es un rey que domina con el poder político y militare; es un rey manso, que reina con la humildad y la mansedumbre ante Dios y ante los hombres, un rey distinto con respecto a los grandes soberanos del mundo: “está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna”, dice el profeta (ibidem). Él se manifiesta cabalgando el animal de la gente común, del pobre, en contraste con los carros de guerra de los ejércitos de los poderosos de la tierra. Aún más, es un rey que hará desaparecer estos carros, suprimirá los arcos de guerra y proclamará la paz a las naciones (cfr v. 10).


Pero ¿quién es este rey del que habla el profeta Zacarías? Vayamos, por un momento a Belén y volvamos a escuchar lo que el Ángel les dice a los pastores que estaban velando de noche para custodiar a sus rebaños. Él anuncia una alegría que será de todo el pueblo, ligada a una señal pobre: un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre (cfr Lc 2,8-12). Y la multitud celeste canta “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él” (v. 14). El nacimiento de ese niño, que es Jesús, trae un anuncio de paz para todo el mundo. Pero, vayamos también a los momentos finales de la vida de Cristo, cuando entra a Jerusalén acogido por una multitud en fiesta. El anuncio del profeta Zacarías de la llegada de un rey humilde y manso volvió al recuerdo de los discípulos de Jesús, en particular después de los eventos de la pasión, muerte y resurrección, del Misterio pascual, cuando volvieron con los ojos de la fe a ese gozoso ingreso del Maestro en la Ciudad Santa. Él cabalga un asna, prestada (cfr Mt 21,2-7): no está sobre una rica carroza, no está montado en un caballo como los grandes. No entra a Jerusalén acompañado por un poderoso ejército de carros y de caballeros. Es un rey pobre, el rey de aquellos que son los pobres de Dios. En el texto griego se emplea el término ‘praeîs’, que significa los mansos; Jesús es el rey de los ‘anawim’, de aquellos que tienen el corazón libre del frenesí de poder y de riqueza material, de la voluntad y del afán de dominio sobre los demás. Jesús es el rey de cuantos tienen esa libertad interior que hace capaces de superar la avidez y el egoísmo que hay en el mundo, y saben que solo Dios es su riqueza. Jesús es el rey pobre entre los pobres, manso entre los que quieren ser mansos. De este modo, Él es el rey de la paz, gracias a la potencia de Dios, que es la potencia del bien, la potencia del amor. Es un rey que hará desaparecer los carros y los caballos de batalla, que destruirá los arcos de guerra; un rey que realiza la paz sobre la Cruz, uniendo la tierra y el cielo y echando un puente fraterno entre todos los hombres. La Cruz es el nuevo arco de paz, signo e instrumento de reconciliación, de perdón, de comprensión, signo de que el amor es más fuerte que toda violencia y toda opresión, más fuerte que la muerte: el mal se vence con el bien y con el amor.
Es este el nuevo reino de paz en el que Cristo es el rey; y es un reino que se extiende sobre toda la tierra. El profeta Zacarías anuncia que este rey humilde, pacífico, dominará “de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Zc 9,10). El reino que Cristo inaugura tiene dimensiones universales. El horizonte de este rey pobre, pacífico no es aquel de un territorio, o de un Estado, sino que son los confines del mundo; más allá de toda barrera de raza, de lengua, de cultura, Él crea comunión, crea unidad. ¿Y donde vemos realizarse en el hoy este anuncio? En la gran red de las comunidades eucarísticas que se extiende sobre toda la tierra reemerge luminosa la profecía de Zacarías. Es un gran mosaico de comunidades en las cuales se hace presente el sacrificio de amor de este rey bueno y pacífico; es el gran mosaico que constituye el “Reino de paz” de Jesús de mar a mar hasta los confines del mundo; es una multitud de “islas de la paz”, que irradian paz. Por doquier, en cada realidad, en cada cultura, desde las grandes ciudades con sus edificios, hasta las pequeñas aldeas con las humildes moradas, desde las imponentes catedrales hasta las pequeñas capillas, Él viene, se hace presente; y en el entrar en comunión con Él también los hombres están unidos entre ellos en un único cuerpo, superando divisiones, rivalidades, rencores. El Señor viene en la Eucaristía para arrebatarnos de nuestro individualismo, de nuestros particularismos que excluyen a los demás, para formar de nosotros un solo cuerpo, un solo reino de paz en un mundo dividido.


¿Pero cómo podemos construir este reino de paz del cual Cristo es el rey? El mandamiento que Él deja a sus Apóstoles y, a través de ellos, a todos nosotros es: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos... Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19). Como Jesús, los mensajeros de paz de su reino deben ponerse en camino, deben responder a su invitación. Deben caminar, pero no con la potencia de la guerra o con la fuerza del poder. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado Jesús envía setenta y dos discípulos a la grande mies que es el mundo, invitándolos a orar al Señor de la mies para que no falten obreros en su mies; pero no los envía con medios potentes, sino como “como corderos en medio de lobos”, sin bolsa, ni alforja, ni calzado. San Juan Crisóstomo, en una de sus Homilías, comenta “Hasta cuando seamos corderos, venceremos y, también si estaremos circundados por numerosos lobos lograremos superarlos. Pero si nos hacemos lobos, seremos derrotados, porque seremos privados de la ayuda del pastor”. Los cristianos no deben nunca caer en la tentación de ser lobos entre los lobos; no es con el poder, con la fuerza, con la violencia que el reino de paz de Cristo se extiende, sino con el don de sí, con el amor llevado hasta el extremo, aún hacia los enemigos. Jesús no vence el mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la Cruz, que es la verdadera garantía de la victoria. Y esto tiene como consecuencia para quien quiere ser discípulo del Señor, su invitado, el estar también preparado a la pasión y al martirio, a perder la propia vida por El, para que en el mundo triunfen el bien, el amor, la paz. Es esta la condición para poder decir entrando en cada realidad “Paz sea a esta casa” (Lc 10,5).


Frente a la Basílica de San Pedro, se encuentran dos grandes estatuas de los santos Pedro y Pablo, fácilmente identificables: san Pedro tiene en mano las llaves, san Pablo en cambio tiene en las manos una espada. Para quien no conoce la historia de este último podría pensar que se trate de un gran caudillo que ha guiado potentes ejércitos y con la espada ha sometido pueblos y naciones, procurándose fama y riqueza con la sangre de otros. En cambio es exactamente al contrario: la espada que tiene entre las manos es el instrumento con el que Pablo es sometido a muerte, con que sufrió el martirio y derramó su sangre. Su batalla no fue aquella de la violencia de la guerra, sino aquella del martirio por Cristo. Su única arma fue justamente el anuncio de Jesucristo y Cristo crucificado. Su predicación no se basó en palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder. Dedicó su vida a llevar el mensaje de reconciliación y de paz del Evangelio, gastando toda su energía para hacerlo resonar hasta los confines de la tierra. Y esta ha sido su fuerza: no buscó una vida tranquila, cómoda, lejana de las dificultades, de las contrariedades, sino que se gastó por el Evangelio, dio todo sí mismo sin reservas, y así se convirtió en el gran mensajero de la paz y de la reconciliación de Cristo. La espada que san Pablo tiene en las manos evoca también la potencia de la verdad, que muchas veces puede herir, puede hacer mal; el Apóstol permaneció fiel hasta el fondo en esta verdad, la sirvió, sufrió por ella, entregó su vida por ella. Esta misma lógica vale también para nosotros, si queremos ser portadores del reino de paz anunciado por el profeta Zacarías y realizado por Cristo: debemos estar dispuestos a pagar de persona, a sufrir en primera persona la incomprensión, el rechazo, la persecución. No es la espada del conquistador que construye la paz, sino la espada del sufriente, de quien sabe donar la propia vida.


Queridos hermanos y hermanas, como cristianos queremos invocar de Dios el don de la paz, queremos rogarle que nos haga instrumentos de su paz en un mundo todavía lacerado por el odio, por divisiones, por egoísmos, por guerras, queremos pedirle que el encuentro de mañana en Asís favorezca el diálogo entre personas de diversa pertenencia religiosa y traiga un rayo de luz capaz de iluminar la mente y el corazón de todos los hombres, para que el rencor ceda lugar al perdón, la división a la reconciliación, el odio al amor, la violencia a la mansedumbre, y en el mundo reine la paz. Amén.


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Traducción de Radio Vaticana


La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 20 de octubre de 2011

En la Universidad del Papa, se discute sobre el Concilio

 

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Con ocasión del 50º aniversario del Concilio Vaticano II, la Pontificia Universidad Lateranense ha organizado un Congreso y una profunda investigación que se prolongará hasta el 2015 sobre todo lo relacionado con el último concilio (no sólo los documentos sino también los mismos diarios de padres y peritos) para poder llegar, luego de una investigación sin prejuicios, a conclusiones ciertas sobre la hermenéutica correcta. Un trabajo que, sin duda, será de interés para toda la Iglesia.

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Personalmente comparte la lectura del Concilio propuesta por el Papa Ratzinger el 20 de diciembre de 2005, cuando prefirió la línea de la continuidad a aquella del Vaticano II como ruptura de la Tradición. Pero monseñor Enrico Dal Covolo aclara que la Pontificia Universidad Lateranense, de la cual es rector desde hace poco más de un año, quiere examinar “sin prejuicios ni conclusiones predeterminadas todas las cartas disponibles sobre los trabajos del Concilio, comenzando por los apuntes y diarios de los padres y de los peritos teológicos que participaron en la elaboración de las declaraciones y de los otros documentos aprobados”.


“Sólo así, es decir, con un trabajo realmente científico e imparcial, será posible verificar cuál de las dos hermenéuticas es, efectivamente, la más correcta”, afirmar monseñor Dal Covolo, anunciando para el año próximo (del 3 al 6 de octubre de 2012) un primer Congreso Internacional en colaboración con la Pontificia Comisión para las Ciencias Históricas sobre el tema de la interpretación del Concilio, en el cual serán fijados los criterios para esta investigación, y para el 2015 la presentación – en otra asamblea internacional – de los resultados alcanzados, “sean los que sean”. “Para sacar todo a la luz como nos hemos propuesto – explica el rector – el trabajo de investigación deberá ser absolutamente imparcial”.


Para el obispo salesiano, la reflexión concerniente a la vexata quaestio de la hermenéutica del Concilio es emblemática en la misión de una Universidad como la Lateranense. De hecho, se trata – explica monseñor Dal Covolo a la Agi, con ocasión del comienzo de las actividades académicas – de tener fe en la cientificidad de esta institución sin renunciar obviamente a la especificidad que le viene de la relación con el Papa y la Santa Sede.


Entra en juego así una reflexión considerada – por la Lateranense – cada vez más urgente sobre la “crisis” de la teología actual, que pierde demasiado a menudo su referencia a la “fe creída”. Al respecto, monseñor Dal Covolo cita algunos interrogantes que el Papa ha enumerado en un reciente discurso a la Fundación Joseph Ratzinger: “¿Acaso ciencia no es lo contrario de fe? ¿No cesa la fe de ser fe cuando se convierte en ciencia? Y ¿no cesa la ciencia de ser ciencia cuando se ordena o incluso se subordina a la fe?”. Cuestiones que, como ha dicho el mismo Pontífice en aquella ocasión, “constituían un serio problema ya para la teología medieval, y con el concepto moderno de ciencia se han vuelto aún más apremiantes, a primera vista incluso sin solución”.


Benedicto XVI, sin embargo, ha subrayado “la grandeza del desafío frente a las otras ciencias, hoy cada vez más especializadas en el método y en los contenidos, mientras la teología, si es verdadera teología, es decir, fiel a su epistemología auténtica, posee una instancia ulterior de verdad, transversal a las otras ciencias, y decisiva en su objetivo propio”. Al respecto, monseñor Dal Covolo destaca la línea de coherencia y equilibrio encarnada siempre por la Lateranense, con personalidades ilustres como Pietro Pavan y Umberto Betti, que después de su rectorado han recibido la púrpura cardenalicia, y también el aporte del profesor Antonio Piolanti, también él en el siglo pasado rector de la Universidad, que en el pasado mes de mayo lo ha celebrado en el centenario de su nacimiento como conclusión de las actividades de la Cátedra “Santo Tomás y el pensamiento contemporáneo”. Personajes que con sus estudios han preparado e iluminado el Concilio.


Precisamente la calidad de la enseñanza y la disponibilidad de los profesores son, para monseñor Dal Covolo, dos temas decisivos. Al punto de no escatimar los recursos necesarios para garantizar la estabilidad de los docentes y los procesos de verificación (por otro lado, requeridos por la Santa Sede) sobre las prestaciones que ofrecen. Es necesario tener fe, explica, “en las indicaciones ofrecidas por el Papa en el discurso del 20 de agosto a los profesores en la basílica del monasterio de San Lorenzo, en El Escorial de Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud, cuando nos pidió encarnar un ideal que no debe desvirtuarse, ni a causa de ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado”. En aquella ocasión, concluye Dal Covolo, “el Pontífice nos ha recordado que los jóvenes tienen necesidad de auténticos maestros, personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad.”.


Una “aspiración alta” que debería ser transmitida “de modo personal y vital a nuestros estudiantes”, sin olvidar nunca que “si verdad y bien están unidos, como explicó el Papa, lo están también conocimiento y amor, y de esta unidad deriva la coherencia de vida y de pensamiento, la ejemplaridad que se exige de todo buen educador”.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 17 de octubre de 2011

Encuentros de Asís: ¿en espíritu y en verdad?

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Presentamos un resumen de la intervención de Mons. Nicola Bux en el Congreso realizado en Italia sobre la próxima Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia, que se celebrará en Asís el próximo 27 de octubre.

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La interesante intervención de Mons. Nicola Bux ha abierto una ventana sobre cómo los encuentros de Asís han sido erróneamente recibidos por el mundo católico. Es emblemático, al respecto, el ejemplo asombroso del cual habla: “una placa de bronce en el pórtico frente a la basílica inferior de San Francisco de Asís dice: «Joannes Paulus II cunctis in orbis Dei cultoribus in spiritu et veritate convocatis…»; pensaba que conmemoraba una reunión mundial de cristianos. El culto «en espíritu y en verdad» debería ser el que está fundado en el reconocimiento de Jesucristo, el Hijo en el cual Dios se ha revelado plenamente, ha hecho conocer su rostro… En cambio, la placa de Asís no se refiere a los cristianos sino a los representantes de las religiones reunidos en el 2002 para la oración por la paz. Algo ha cambiado. Esa placa muestra una opinión muy difundida entre los católicos: que todas las religiones reconocen, en el fondo, al mismo Dios, y lo adoran en espíritu y en verdad”.


Tal interpretación de los encuentros de Asís no deja dudas sobre la deriva sincretista que afecta al mundo católico: “los cristianos que adoran un Dios personal, reconocido presente, especialmente en el Sacramento del altar, terminan por retroceder a la adoración de un Dios impersonal o incluso de otros dioses. Este pensamiento no católico se ha difundido y confunde a muchos en la Iglesia”.


Las palabras de Mons. Bux muestran no sólo la gran confusión que reina lamentablemente en las mentes de muchos católicos, sino también el hecho de que tal confusión es por desgracia extendida por aquellos que deberían apacentar la grey de Cristo y velar por ella.


Es por eso que se vuelve cada vez más urgente aclarar el significado auténtico de los encuentros de Asís, el único que puede ser compatible con la confesión esencial para todo católico de que Jesucristo es el Hijo de Dios, el único Salvador, fundador de la única Iglesia católica, necesaria para la salvación.


¿Y cuál es este significado? Mons. Bux lo explica con claridad: “El encuentro de las religiones puede tener lugar en el punto originario identificado como el sentido religioso…, el desiderium naturale videndi Deum que la Iglesia reconoce… Sin embargo, se debe convenir con la reflexión del entonces cardenal Ratzinger cuando, refiriéndose al episodio de San Pablo en el Areópago (Hechos 17, 16-34), pone en guardia respecto al optimismo, porque por parte de las religiones también ha venido una negación decidida, cuando no han querido aceptar proseguir el camino o hasta querer volver atrás en la idea de Dios”.


Por lo tanto, no son las religiones las que están en el centro del encuentro de Asís sino el hombre religioso, que manifiesta y encarna la propia religiosidad en formas concretas, formas que ciertamente no son caminos de salvación para aquellos que las practican.


Mons. Bux ha confirmado varias veces su total confianza en el hecho de que el Papa Benedicto XVI, en la modalidad con la cual dirigirá la organización de tal jornada, dará señales claras sobre su cercanía al hombre religioso y sobre la confianza de que pueda colaborar para alcanzar objetivos para una convivencia civil, pero al mismo tiempo de su distancia de toda confusión sincretista o de actos cultuales que sean contrarios al primer Mandamiento.


Mons. Bux precisó también que tampoco “Juan Pablo II, con la reunión de Asís de 1986, quería de hecho difundir el indiferentismo relativista: precisamente él, cuatro años después, en 1990, escribió la Encíclica Redemptoris missio, en la que afirma que una religión no vale la otra (cfr. Redemptoris missio n. 36). Por lo tanto, ni la Onu de las naciones ni una «Onu de las religiones» podrá realizar una unidad más verdadera que aquella que la Iglesia manifiesta, no por virtud propia sino por el misterio de Cristo que se refleja sobre ella: Lumen gentium cum esset Christus (LG n 1)”.


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Fuente: Verum peregrinantes


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Porta Fidei”

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CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO

PORTA FIDEI

DEL SUMO PONTÍFICE

BENEDICTO XVI

CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE


1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.


2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud». Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.


3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis, realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca». Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla». Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar», consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz».


En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).


7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo». El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios. Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».


Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.


8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.


9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.


No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón».


10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf.Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.


Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”».


Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor.


Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre». Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.


11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial».


Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.


En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.


12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.


En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.


13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.


Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.


Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf.Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf.Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.


Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).


Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.


Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).


Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.


También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.


14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).


La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).


15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.


Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.


Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.


BENEDICTUS PP XVI

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Traducción de Radio Vaticana

La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 16 de octubre de 2011

Benedicto XVI anuncia un Año de la Fe

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En la homilía de la Santa Misa celebrada esta mañana en la Basílica de San Pedro, con ocasión del encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el Santo Padre Benedicto XVI ha anunciado su decisión de declarar un nuevo Año de la Fe (el Siervo de Dios Pablo VI lo hizo en 1967-1968, al final del cual promulgó el Credo del Pueblo de Dios), que comenzará el 11 de octubre de 2012 y culminará el 24 de noviembre de 2013. Ofrecemos a continuación las palabras pronunciadas por el Pontífice:


“Precisamente para dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el cual muy a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da su vida en plenitud, quisiera anunciar en esta Celebración eucarística que he decidido declarar un “Año de la Fe”, que ilustraré con una carta apostólica. Comenzará el 11 de octubre del 2012, en el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará el 24 de noviembre del 2013, Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Será un momento de gracia y de compromiso por una cada vez más plena conversión a Dios, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con gozo al hombre de nuestro tiempo.”


Además, antes de rezar el Angelus en Plaza San Pedro, el Papa repitió el anuncio y añadió algunos detalles de su decisión:


“Como ya hice hace poco, durante la homilía de la Misa, aprovecho con gusto esta ocasión para anunciar que he decidido declarar un especial Año de la Fe, que tendrá inicio el 11 de octubre de 2012 – 50º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II – y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Cristo Rey del universo. Las motivaciones, las finalidades y las líneas directrices de este “Año”, las he expuesto en una Carta Apostólica que será publicada en los próximos días. El Siervo de Dios Pablo VI convocó un análogo Año de la Fe en 1967, con ocasión del XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo, y en un período de grandes cambios culturales. Considero que, transcurrido medio siglo desde la apertura del Concilio, ligada a la feliz memoria del Beato Juan XXIII, es oportuno recordar la belleza y la centralidad de la fe, la exigencia de reforzarla y profundizarla a nivel personal y comunitario, y hacerlo en perspectiva no tanto celebrativa sino más bien misionera, en la perspectiva, precisamente, de la misión ad gentes y de la nueva evangelización.”


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La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 14 de octubre de 2011

El Papa pone en marcha la Nueva Evangelización

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“En nuestro tiempo, cuando en vastas regiones de la tierra la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue, la prioridad más importante de todas es hacer presente a Dios en este mundo y facilitar a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que ha hablado en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor hasta el extremo, en Cristo crucificado y resucitado”. Así se expresó Benedicto XVI en el Santuario de Fátima, en su memorable visita del año 2010. Por eso, la necesidad de una nueva evangelización se ha convertido en uno de los puntos centrales del actual pontificado, y tanto la creación de un dicasterio ad hoc como la convocatoria de un sínodo sobre este tema son sólo expresiones de lo que constituye una preocupación principal del actual Pontífice y una línea de acción para toda la Iglesia. Por eso, sus palabras durante el encuentro que se realizará en el Vaticano este fin de semana, y sobre el cual informa la entrevista que ahora ofrecemos, serán particularmente valiosas para el camino futuro de la Iglesia.

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El bautismo público oficial del dicasterio querido por Benedicto XVI para la promoción de la nueva evangelización se coloca a mitad de camino entre la institución del Pontificio Consejo – que tuvo lugar poco más de un año atrás, el 21 de septiembre de 2010 – y el Sínodo de los Obispos que se realizará en octubre de 2012. El sábado próximo, 15 de octubre, se lleva a cabo en el Vaticano – con la participación del mismo Pontífice – el encuentro “Nuevos evangelizadores para la nueva evangelización”, que se concluye el domingo 16 con la Misa presidida por el Papa en San Pedro. En esta entrevista, el arzobispo Rino Fisichella presente motivaciones y contenidos de la cita.

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¿Quiénes son, concretamente, los nuevos evangelizadores?


Son representantes de todas las realidades eclesiales, de la Iglesia en todas sus manifestaciones: delegados de más de treinta Conferencias episcopales, es decir, más de la mitad de aquellas que recaen bajo nuestra competencia, las de Occidente, entendiendo con esto Europa, Canadá, Estados Unidos y América Latina; diócesis y parroquias, movimientos antiguos y nuevos, órdenes religiosas tradicionales y nuevas expresiones de vida consagrada. Y sobre todo muchísimos jóvenes, porque la nueva evangelización ha entusiasmado en particular a las nuevas generaciones. Ciertamente hay realidades que sienten más directamente este compromiso, porque han nacido en vistas a la nueva evangelización. Pero no podemos tampoco olvidar a aquellas órdenes religiosas que han comprendido la necesidad de emprender este camino.

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¿Cuál es el objetivo del encuentro?


En primer lugar queremos presentar al Papa a aquellos miles y miles, tal vez incluso millones, de creyentes que ya están haciendo nueva evangelización. Habrá más de ocho mil personas pero es evidente que los nuevos evangelizadores son muchos más. Es un primer signo con el cual mostramos al Pontífice una realidad viva, dinámica, compuesta entre otros por muchos jóvenes, que han tomado en serio el mensaje de Juan Pablo II primero y luego de Benedicto XVI, de recuperar una profunda identidad cristiana, a través de un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia y para hacer partícipes de la alegría de la fe a tantos otros que son indiferentes y que tal vez están en búsqueda.

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¿Qué tema habéis elegido?


Una expresión de los Hechos de los Apóstoles: “La Palabra de Dios crece y se difunde” (12, 24). Por lo tanto, presentaremos de modo visible a la Iglesia los nuevos evangelizadores, porque así se hace conocer la Palabra de Dios y aumenta el número de los discípulos del Señor. Por lo tanto, existe en primer lugar la voluntad de crear una mentalidad y una cultura que expresen la conciencia de la urgencia y de la necesidad de la nueva evangelización. Luego, un segundo objetivo más a largo plazo es dar al próximo Sínodo de los Obispos un ulterior signo de la presencia de la nueva evangelización, que no nace por la institución de un dicasterio de la Curia Romana sino que, por el contrario, ya se está haciendo y es una realidad presente en la Iglesia. Sólo tiene necesidad de encontrar un fundamento común en el respeto de la complementariedad de las diversas experiencias eclesiales.

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¿Cómo os habéis preparado?


Hemos invitado a las realidades que se han presentado a nosotros durante este primer año de vida del Pontificio Consejo, desde los comienzos, cuando todavía no teníamos ni siquiera los escritorios. Ha sido una continua peregrinación de muchas realidades: de obispos, de diócesis, de movimientos antiguos y nuevos, de órdenes y congregaciones religiosas. La iniciativa ha nacido en colaboración con ellos, a través de sus sugerencias y con su participación. Vayamos a la agenda de los trabajos. Por la mañana, se encontrarán los delegados de las diversas categorías. Queremos escucharlos para hacer llegar al Sínodo de los obispos del 2012 una síntesis sistemática y unitaria del aporte de todas las realidades que ya operan en los diferentes ámbitos de la nueva evangelización: cultura, inmigración, comunicación, liturgia, política, familia y pastoral ordinaria. Por lo tanto, no será tanto una simple auto-presentación sino más bien un camino realizado juntos, un momento en el cual se verifica qué hacer en concreto, con la ayuda de quien ya trabaja en tales ámbitos.

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El sábado por la tarde, en el Aula Pablo VI, antes del concierto del tenor Andrea Bocelli y del saludo del Papa, están previstos cuatro testimonios. ¿Puede anticiparnos los contenidos?


En el primer caso tendremos una experiencia de profunda espiritualidad, la de la Madre Verónica Berzosa, una mujer extraordinaria que en poco tiempo, con el entusiasmo que posee y con la gran propuesta de una vida religiosa radical, ha dado vida en España a Iesu Communio, una realidad con más de 150 jóvenes muchachas de vida consagrada. El segundo concierne al tema de la cultura, es decir, las preguntas que Occidente le hace hoy a Jesucristo. Luego estará el mundo de la ciencia, porque los jóvenes hoy reciben mensajes que no son ciertos, como que la fe es contraria al progreso y a la investigación. El cuarto ámbito será América Latina, donde está en acto la gran misión continental, rica en experiencias de nueva evangelización.

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Benedicto XVI os concede una doble cita. ¿Cómo juzga esta atención?


Es un gran don y un privilegio, y confieso sentir algo de pena por haber pedido al Santo Padre un esfuerzo tan grande. Pero esto hace comprender también cuán importante es para él la nueva evangelización, no sólo porque a él le debemos, con un acto profético, la institución del nuevo Pontificio Consejo, sino también porque en sus viajes, como ha hecho recientemente en Alemania, en los discursos tan profundos que ha pronunciado no ha dejado de subrayar su importancia. Pienso, por ejemplo, en el encuentro con el Comité central de los católicos alemanes (Zdk), en Friburgo, el 25 de septiembre. Se trata, por lo tanto, de un itinerario, de un camino que el Papa indica a la Iglesia, porque la nueva evangelización es la misión misma de la Iglesia.

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De aquí al Sínodo del próximo año, ¿qué otros proyectos tenéis en preparación?


El primero será presentado precisamente durante el encuentro del sábado y se refiere a nuestra presencia cualificada en el mundo de los medios. Se trata del sitio de Internet de preguntas y respuestas sobre los temas de la fe www.Aleteia.org, vinculado al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales. Además estamos trabajando en el Enchiridion de la nueva evangelización, con todos los textos del magisterio pontificio sobre el tema, desde Pío XII hasta Benedicto XVI. Lo estamos estudiando de modo que sea provechoso y útil para los obispos y los sacerdotes, pero también para los fieles, para la catequesis y para el estudio.

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Sin olvidar la “misión metrópolis” para la Cuaresma 2012…


Una experiencia que, por el momento, está limitada a Europa pero destinada a ser extendida a otras áreas geográficas. Se trata de doce grandes ciudades – un número altamente simbólico, el de los apóstoles – que tienen también una elevada tasa de cultura y de vida secularizada. El objetivo es dar un signo unitario: doce grandes metrópolis que caminan juntas y realizan el mismo itinerario en el mismo momento, si bien con las típicas tradiciones de cada realidad singular. La Iglesia local está llamada a vivir la centralidad de la catedral, que se convertirá de nuevo en madre que acoge y que expresa su enseñanza, que celebra la fe y que vive de la caridad.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 11 de octubre de 2011

Benedicto XVI con América Latina

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“Yo amo mucho a América Latina”, afirmaba Benedicto XVI al visitar por primera vez el continente como Sumo Pontífice, en mayo del año 2007. Ahora, en una nueva muestra de su afecto y solicitud pastoral, el Papa ha acogido la propuesta de la Pontificia Comisión para América Latina, que preside el Cardenal Marc Ouellet, de celebrar una solemne Misa en la basílica Vaticana con ocasión del bicentenario de la independencia de los países de la región, tal como informa esta noticia de L’Osservatore Romano, cuya traducción ofrecemos.

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En la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América Latina, Benedicto XVI celebrará el lunes 12 de diciembre, a las 17.30 hs., en la basílica Vaticana, la Misa por el bicentenario de la independencia de los Países latinoamericanos. Acogiendo la propuesta de la Pontificia Comisión para América Latina, el Papa se asociará así a las conmemoraciones que tienen lugar en cada sitio del “continente de la esperanza” – tal como ha sido definido por los Pontífices, desde Pablo VI hasta Benedicto XVI – y que involucran en primera persona no sólo a las instituciones estatales y culturales sino también a las Iglesias en las diversas naciones.


A la celebración eucarística están invitados a participar de modo particular toda la Curia Romana, el personal diplomático de los Países de América Latina acreditado ante la Santa Sede y ante Italia, los sacerdotes latinoamericanos que estudian en Roma, los religiosos y religiosas que provienen de aquellas naciones y pertenecen a las numerosas órdenes y congregaciones religiosas residentes en Roma, las comunidades de argentinos, brasileros, mexicanos y de todos los otros países latinoamericanos que por motivos familiares, laborales, u otros, residen en la Urbe. Se prevé además la presencia de significativas personalidades públicas venidas expresamente desde América latina para este importante acontecimiento. Sin embargo, la celebración no estará reservada a los latinoamericanos, sino abierta a todos los romanos y a los fieles que deseen participar en ella. Para el ingreso en la basílica bastará exhibir el billete – absolutamente gratuito – que podrá ser pedido con una cierta anticipación a la Prefectura de la Casa Pontificia y retirado en los días precedentes a la Misa ante el Portón de Bronce.


La iniciativa es un gesto de exquisita atención, afecto y solidaridad por parte de Benedicto XVI hacia los pueblos y las naciones del continente de la esperanza. Es también expresión de aquella solicitud pastoral con que el Pontífice abraza idealmente a aquellos pueblos, entre los cuales ha sido sembrado y hecho fecundo el Evangelio de Jesucristo: en América Latina, de hecho, está presente el 40 por ciento de los bautizados en la Iglesia católica, vinculados por filial devoción a la Virgen María, en la fiel comunión de sus Iglesias locales con la Sede de Pedro. Y es, finalmente, el signo de la contribución original que la Iglesia católica está ofreciendo para conmemorar, a la luz de la verdad histórica, este bicentenario, para iluminar mejor la situación actual de América latina y para alimentar la esperanza de un futuro de paz y de justicia.


Las conmemoraciones para recordar la independencia han adquirido gran importancia y resonancia en los Países latinoamericanos. Las celebraciones que ya se han desarrollado hasta hoy – y que continuarán desarrollándose en los próximos años – ven comprometidos a los Estados, las administraciones públicas nacionales y locales, los diversos organismos intergubernamentales regionales, las universidades y los institutos académicos, numerosísimas organizaciones no gubernamentales y muchas otras instancias civiles, culturales y militares. Están comprometidas en forma directa también las Iglesias locales en América Latina, y en particular el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).


Al bicentenario han sido dedicados numerosos documentos y declaraciones – tanto por parte de las Conferencias episcopales como de los obispos individualmente – y han sido elaborados diversos programas eclesiales de celebraciones a nivel litúrgico, académico y editorial. Estas celebraciones se concentran especialmente en un marco de tiempo que va desde el 2010 al 2014, si bien Perú y Brasil conmemorarán el bicentenario de la independencia entre el 2020 y el 2022. De hecho, el proceso de emancipación latinoamericana tuvo lugar desde 1808 hasta 1824, y esto en tierra firme, porque sería necesario incluir la independencia de Haití (1804), la muy posterior de Cuba (1898) y las más recientes en la zona del Caribe.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 10 de octubre de 2011

El Encuentro de Asís y el “no” normativo de los Padres

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Presentamos un resumen de dos interesantes intervenciones del reciente Congreso sobre la próxima “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”, convocada por Benedicto XVI en el XXV aniversario del Encuentro de Asís querido por el Beato Juan Pablo II. En una de las interesantes ponencias, cuyo resumen ahora presentamos, se ha explicado la auténtica posición de los Padres de la Iglesia frente al pluralismo religioso de su tiempo y cómo se concilia esto con la jornada convocada por el Santo Padre.

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La intervención inicial del Congreso estuvo a cargo del P. Serafino Lanzetta, profesor en el Seminario Teológico Inmaculada Mediadora. Su interesante relación estuvo centrada en la perspectiva de la Dominus Iesus (“La Dominus Iesus: la unicidad salvífica de Cristo y de la Iglesia”), famoso documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que se remonta al año 2000, año en que era Prefecto el entonces Card. Ratzinger.


Después de haber indicado que este documento es una respuesta del Magisterio a los problemas teológicos del pluralismo religioso, el P. Lanzetta pasó a afrontar algunos nudos importantes que surgen de la Dominus Iesus.


Él puso en evidencia, en primer lugar, que “faltando en este variado panorama teológico denunciado un concepto claro de «salvación», fácilmente se la confunde con las meras aspiraciones humanas de liberación, de progreso, de una cierta armonía y pacificación intramundana. Para muchos, el verdadero diálogo interreligioso habría alcanzado su meta cuando hubiese asegurado a todos los diversos liderazgos religiosos una convivencia pacífica, en un mundo de por sí plural”.


Esta eventual “recíproca estima” – dice el P. Lanzetta – “podría ser un primer paso, pero ciertamente no basta para responder a la pregunta religiosa de «¿quién es Dios? ¿Cómo puedo encontrarlo?»”.


Luego el P. Lanzetta afrontó el tema del Congreso haciendo una consideración muy importante: “con frecuencia, de cincuenta años atrás a esta parte, se ha generado un equívoco: el Cristianismo, como cualquier otra religión, no puede pretender un carácter de absoluto, porque nadie puede gloriarse de poseer la verdad. La verdad está siempre más allá de nosotros mismos. Sí, es cierto: la verdad nos trasciende siempre porque la verdad es Dios. Sin embargo, al mismo tiempo que nos trasciende, no se pierde en los intentos pluralistas de buscarla. Permanece siempre una e idéntica”. He aquí porque hay sólo una posible peregrinación en la vida: la que conduce a la verdad, a Cristo, el cual viene al encuentro del hombre diciendo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14,6).


El problema de la verdad no es un problema de “cantidad sino de esencia”: “el cristiano – explica el P. Lanzetta – no es un cínico defensor de un título de superioridad respecto a los otros; es más bien alguien que, en cuanto santificado por la verdad, vive en ella, está en la verdad, y su permanecer allí se convierte en posibilidad para que también otros se acerquen a ella”.


Después de un amplio razonamiento teológico, que se podrá apreciar en su totalidad en las actas del Congreso, es muy interesante la conclusión del P. Lanzetta: “Hoy, en nuestra Iglesia, es necesario tener el coraje, después de muchos años de intentos de diálogos, a menudo sin éxito, de decir al mundo que hay varias religiones - este es un dato sociológico fácilmente verificable - pero que hay un solo Dios, una sola religio vera, una sola mediación salvífica. Detenerse en el pluralismo y justificarlo de todos los modos no da razón del verdadero problema. ¿Entonces no se puede hablar más de paz? Sí, pero también ser realistas: ella siempre estará lejos hasta que no seamos alcanzados por Aquel que ha hecho de los dos pueblos, de los judíos y de los griegos, un solo pueblo, derribando el muro de separación, la enemistad con Dios, por medio de la Cruz”.


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La intervención del profesor Don Manfred Hauke, docente de Dogmática y Patrología en la Facultad teológica de Lugano, ha ofrecido algunos elementos fundamentales para poder orientarse dentro de la teología de las religiones, que en los últimos años produjo una gran cantidad de publicaciones, no siempre conformes a la fe católica.


El prof. Hauke recordó que no es la primera vez en la historia que la Iglesia se encuentra viviendo una situación de pluralismo: ya en el tiempo antiguo, los cristianos se encontraban viviendo en medio de un pluralismo religioso muy amplio, que incluía los cultos paganos, las religiones orientales, hasta el encuentro, en los tiempos de Juan Damasceno, con el Islam. En ese contexto son realmente abundantes las intervenciones de los Padres de la Iglesia y de los escritores eclesiásticos que asumen para nosotros no sólo y no tanto un rol informativo sino también normativo.


El interés por la posición de los Padres frente a las religiones de su tiempo es una nota característica y constante de la reflexión del actual Sumo Pontífice, que siempre ha compartido aquel rasgo fuertemente contestatario de los Padres respecto a los cultos paganos. El prof. Hauke recuerda que para Joseph Ratzinger “el cristianismo, en su teología de la historia de la religión, no toma sencillamente partido por lo religioso, por lo conservador que se atiene a las reglas de sus instituciones heredadas; el «no» cristiano a los dioses significa más bien una opción por lo rebelde que se atreve a salir de las costumbres a causa de la conciencia: tal vez este rasgo revolucionario del cristianismo ha sido escondido por demasiado tiempo bajo lemas conservadores”.


¿Cómo puede ser resumida, entonces, la posición de los Padres frente al pluralismo religioso de su época? La posibilidad del hombre ser salvado es real, pero al mismo tiempo está amenazada por el pecado y por la acción del diablo. Tal influjo negativo se muestra en particular en la veneración de los ídolos, de las imágenes que representaban a los dioses paganos. Los ídolos son estrechamente vinculados a la acción de los demonios. Testimonio de esta lectura patrística de la realidad pluralista es la traducción de los LXX del versículo 5 del Salmo 96: Omnes dii gentium daemonia (los dioses de los gentiles son demonios).


Se trata, por lo tanto, esencialmente, de una posición más bien negativa: ciertamente no se trataba de una recepción tout-court de la herencia religiosa pagana. Los viejos cultos, según los Padres, debían dejar lugar a la adoración del verdadero Dios y del único Señor Jesucristo. Sólo para algunos puntos singulares de la religión pagana se destacaban elementos positivos mientras que las muy citadas “semillas del Verbo” no eran buscadas tanto en la religión sino más bien en la reflexión filosófica.


El tiempo patrístico, por lo tanto, está bien lejos de considerar las religiones paganas en cuanto tales como portadores de revelación divina. Para los Padres, un “diálogo” parecía posible con los no-cristianos individuales con el fin de abrirlos a Cristo, y no tanto con las religiones mismas.


Por lo tanto, para un acercamiento de la teología de las religiones que permanezca fiel a la tradición patrística, es fundamental que se valorice la necesidad de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia para la salvación y que se reconozca la adoración del único Dios en los “santos paganos” y la presencia del Verbo en los elementos de verdad y de bondad presentes en las religiones y en la filosofía. Sin embargo, no son estos elementos en sí mismos los que abren al Evangelio: depende del no-cristiano individual, de cómo él recoge estos elementos, el llegar a una praeparatio evangelica y poder ser alcanzado por la gracia divina.


En el interesante debate conclusivo del Congreso, el prof. Hauke ha recordado además cómo la modalidad que el Santo Padre quiere imprimir al próximo encuentro de Asís tiene presente, precisamente, este “no” normativo de los Padres; él, de hecho, no ha querido ninguna oración en común y ninguna oración según los diversos ritos, sino una oración silenciosa, donde el corazón de cada uno pueda abrirse a las inspiraciones del Espíritu Santo, según la propia rectitud y buena voluntad. Los momentos en común, en cambio, concernirán no a un diálogo interreligioso con una finalidad religiosa sino más bien a algunas problemáticas concretas, como la paz, la persecución religiosa, etc., que ven involucradas a las mismas religiones en cuanto fenómenos socialmente significativos.


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Fuente: Verum peregrinantes


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 7 de octubre de 2011

Comunicado de la FSSPX y una ausencia inesperada

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Presentamos el comunicado de la Casa General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, publicado por la agencia DICI, luego de la reunión que se realizó hoy en Albano con todos los responsables de la Fraternidad para examinar el Preámbulo doctrinal propuesto por la Santa Sede como base para la plena reconciliación. Ha llamado la atención la ausencia en la foto oficial de la reunión de uno de los cuatro obispos pertenecientes a la FSSPX, Mons. Williamson . Rorate Caeli reporta que fuentes cercanas al obispo le han informado que su ausencia fue intencional. En este tiempo de definiciones, es importante continuar rezando a la Santísima Virgen del Rosario pidiendo el don de la unidad.

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El 7 de octubre de 2011 se desarrolló en Albano (Italia) una reunión de los responsables de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, durante la cual el Superior General, Mons. Bernard Fellay, expuso el contenido del Preámbulo doctrinal que le había entregado el Cardenal Levada, prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, en la reunión del Vaticano, el 14 de septiembre pasado.


En el curso de esta jornada, los 28 responsables de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X presentes en la reunión – directores de seminario y superiores de distrito de todo el mundo – manifestaron una profunda unidad en la voluntad de conservar la fe en su integridad y totalidad, fieles a la enseñanza que, siguiendo a San Pablo, les dejó Mons. Lefebvre: tradidi quod et accepi (1 Cor. 15, 3), he entregado lo que recibí.


Luego de esta reunión de trabajo, el estudio del Preámbulo doctrinal – cuyo contenido permanece confidencial – se continuará en el ámbito del Consejo General de la Fraternidad San Pío X, donde un examen más profundo por parte del Superior General y de sus dos Asistentes, el P. Niklaus Pfluger y el P. Alain-Marc Nély, permitirá presentar dentro de un plazo razonable una respuesta a las propuestas romanas


Albano, 7 de octubre 2011


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La Buhardilla de Jerónimo

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La Virgen, el Rosario y la unidad de la Iglesia

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En el mes del Santo Rosario, y al celebrarse precisamente la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, ofrecemos un artículo que nos ha enviado un amigo de Una Voce Cuba para compartir con nuestros lectores. Aprovechamos la ocasión para invitar a todos los que nos visitan a elevar oraciones a nuestro Señor, por intercesión de la Reina del Santísimo Rosario, por la unidad de la Iglesia y en particular por la reunión de los superiores de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en la que discutirán el preámbulo doctrinal ofrecido por la Santa Sede como base fundamental para la plena reconciliación.

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San Francisco de Borja, cuarto Duque de Gandia y tercer General de la Compañía de Jesús, hizo que un hábil y piadoso artista dibujase en las paredes del pequeño oratorio, que en forma de ataúd hizo fabricar en su palacio, para recogerse allí a tener su oración y rigurosa penitencia. La vista de los pasos de la vida, pasión y resurrección de nuestro adorable Redentor, excitaba en su alma suavísimos afectos, en el rezo del Rosario, los cuales dejó anotados en sus preciosos apuntes espirituales, los que acá transcribo, para que aprovechándose de ellos, logres también rezarlo con especial devoción y provecho para tu alma, durante este mes de Octubre.


Dice el Santo: “El modo de rezarle es: lo primero, detenerse con la consideración un poco en cada uno de los misterios; lo segundo, reconocer el beneficio de allí; tercero, confusión de lo poco que de él me hubiese aprovechado; cuarto, pedir alguna merced conforme al misterio, en esta forma:


Misterios Gozosos. (Para lunes y jueves)


I-En la Anunciación del Ángel Gabriel a María y Encarnación del Hijo de Dios en sus Purísimas entrañas:


Puntos: 1)-Reconocer el amor que trajo Cristo Ntro. Sr.  al mundo y darle muchas gracias por el. 2)- Humillarme por lo poco que a Dios he amado. 3)-Pedir amor de Dios y encendida caridad para con su Majestad y para con los prójimos.


II-En la Visitación de Santa María a su parienta Isabel y Santificación de San Juan Bautista:


Puntos: 1)-Considerar el amor de la Santísima Virgen para con Santa Isabel. 2)- Confundirme con mi poco amor al prójimo. 3)- Pedirle este amor con mucho afecto.


III-En el nacimiento de Ntro. Sr. Jesucristo de María Santísima en un humilde y pobre portal de Belén:


Puntos: 1)-Mirar la pobreza y desnudes del Hijo de Dios. 2)- Darle gracias y avergonzarme de verme a mi envuelto en tanta comodidad. 3)- Pedir amor a la Santa Pobreza


IV- La presentación del Niño Dios en el Templo y la Purificación de su Santísima Madre.


Puntos: 1)- Admirar y venerar la pureza y la limpieza de la Santísima Virgen. 2)-Llorar lo que a mi me falta. 3)-Pedir perfecta castidad.


V- La alegría de María al encontrar a Jesús en el templo, luego de tres días de pérdida.


Puntos: 1)- Considera la obediencia de Cristo a su Eterno Padre. 2)-Avergonzarme por no haber obedecido la ley y los mandamientos  de Dios. 3)- pedir obediencia perfecta y voluntad con la Divina Voluntad.



Misterios Dolorosos. (Para Martes y Viernes)


I-En la Oración y agonía de Ntro. Sr. Jesucristo en el Huerto de los Olivos:


Puntos: 1)- Reconocer mi tibieza en la oración. 2)- pedir el don de la oración. 3)-pedir resignación para recibir cualquier Cáliz que la Divina Majestad me enviase.


II-En los múltiples azotes que procuraron a Ntro. Sr. Jesucristo durante la Flagelación:


Puntos: 1)-Llorar mi poca paciencia. 2)- pedir animo y esfuerzo para castigar mi carne.


III-En la Corona de espinas que colocaron sobre las sacratísimas sienes del Redentor y las burlas que le procuraron:


Puntos: 1)- Dolerme de la ambición y estima que tengo de honras humanas. 2)- Pedir a ntro. Sr. desprecio de ellas.


IV- En la toma de la Cruz a cuestas hasta el Monte Calvario:


Puntos: 1)- considerar cuan áspera se nos hace a nosotros cualquier tribulación. 2)- pedir conformidad y alegría para llevar las que Dios nos enviase, auque fuesen pesadas y duras.


V- En la crucifixión y muerte del Salvador:


Puntos: 1)-Darle mil gracias por tal merced, que nos ha traído la salvación. 2)- Imitar aquella perseverancia en obedecer al Eterno Padre. 3)- Llorar la nuestra poca perseverancia en los buenos deseos y propósitos, y pedirle a Ntro. Sr. morir por su amor.


Misterios Gloriosos. (Para Miércoles, Sábado y Domingo.)


I-En la triunfante Resurrección de Ntro. Sr. Jesucristo de entre los muertos:


Puntos: 1)- Cobraré esperanza en la mía. 2)- Confundirme de no haber yo resucitado a una nueva y santa vida. 3)- pedir renovación del hombre interior.


II-En la ascensión del Señor a los cielos por su propia virtud y majestad:


Puntos: 1)- Gozarme de ver a cristo donde merecía su santísima humanidad. 2)-Llorar de verme tan terreno. 3)-Pedir el verle y gozarle para siempre, y que de aquí en adelante su conversación y trato en el cielo.


III-En la venida del Espíritu santo sobre la Virgen Inmaculada y el Colegio Apostólico:


Puntos: 1)- Agradecer al Señor, el dar a la Iglesia el parabién de tal huésped. 2)- Dolernos del poco aparejo que tenemos en nuestras almas para recibirle. 3)- Pedir sus dones.


IV-En el transito dichoso de la Bienaventurada y siempre Virgen María a los cielos, asunto por manos de los Ángeles:


Puntos: 1)-Gozarse de tener allí a tal abogada y mediadora. 2)-Pesarme no haber sido mas devoto de Maria. 3)- Pedir su intercesión ante su Hijo amado, para que nos alcance de el gracia y salvación.


V-En la Coronación de la Santísima Virgen como Reina Soberana de cielos y tierra:


Puntos: 1)- Mirar como se corona la virtud en el cielo. 2)- Confundirme de verme tan indigno de ser allí coronado. 3)- Pedirle a la Santísima Virgen ella nos ayude a ir también al cielo.


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La Buhardilla de Jerónimo

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