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El pasado 6 de agosto, en el 30º aniversario del fallecimiento del Papa Montini, hacíamos referencia a lo que fue llamado “el año de los tres Papas”. Continuando con esta temática, recordamos hoy los 30 años del día en que fue elegido el sucesor de Pablo VI.
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El cónclave había empezado el 25 de agosto de 1978. Al siguiente día y en la cuarta votación, el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, era elevado a la Cátedra de Pedro. “Que Dios os perdone por lo que habéis hecho” diría en broma el nuevo Papa a los cardenales electores, luego de haber impartido la primera bendición urbi et orbe.
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En consideración a Juan XXIII y Pablo VI, Luciani decide adoptar el nombre de Juan Pablo: “un binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado”, dirá su inmediato sucesor en su primera encíclica. “Yo no tengo ni la sapientia cordis del Papa Juan, ni la preparación y la cultura del Papa Pablo, pero estoy en su puesto y debo procurar servir a la Iglesia. Espero que me ayudéis con vuestras oraciones”, dijo el nuevo Papa al rezar por primera vez, en la Plaza de san Pedro, el Angelus dominical.
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Su lema episcopal, humilitas, fue también la virtud característica de su vida y de su pontificado. Al recibir en audiencia a los cardenales que lo habían elegido, les dijo: “espero que mis hermanos cardenales ayuden con su acción a este pobre y desventurado vicario de Cristo a llevar su cruz. Ayuda que necesito tanto…”. En su primera catequesis de los miércoles trató precisamente la virtud de la humildad y afirmó: “me expongo a decir un despropósito, pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite los pecados graves. ¿Por qué? Porque aquellos que han cometido estos pecados, después, arrepentidos, se mantienen humildes. A nadie le da ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves. El Señor lo ha recomendado insistentemente: ¡sed humildes!”.
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En las siguientes catequesis se propuso explicar las siete virtudes que Juan XXIII llamaba “lámparas de la santificación”: fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza. Sólo llegó a hablar de las tres primeras. Dice Andrea Tornielli en su libro Papa Luciani, il parroco del mondo que “las cuatro audiencias generales que Juan Pablo I tuvo en el Vaticano han sido únicas. Únicas por su simplicidad y a la vez por su grandeza, con el Papa que, sin discursos escritos y con la actitud del párroco, enseña a los fieles hablándoles de la humildad, de la fe, de la esperanza y de la caridad”.
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Al tomar posesión de la Basílica de San Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma, decía a todos los fieles encomendados a su cuidado pastoral: “Es ley de Dios que no se puede hacer el bien a nadie si antes no se le ama… Puedo aseguraros que os amo, que deseo solamente entrar a vuestro servicio y poner mis pobres fuerzas, lo poco que tengo y que soy, a disposición de todos”.
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En esa misma homilía, se refería a la Sagrada Liturgia y a la importancia de celebrarla con dignidad, de la siguiente manera: “Desearía también que Roma diera el buen ejemplo de Liturgia celebrada piadosamente y sin creatividad desentonante. Algunos abusos en materia litúrgica han podido favorecer, por reacción, actitudes que han llevado a tomas de postura en sí mismas insostenibles y en contraste con el Evangelio. Al apelar, con afecto y esperanza, al sentido de responsabilidad de cada uno, quisiera asegurar que toda irregularidad litúrgica será diligentemente evitada”.
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Un día antes de morir, el Papa celebró su cuarta y última audiencia general. En ella, habló de la virtud de la caridad. Podríamos considerar el texto de esa catequesis casi como el testamento que dejó a la Iglesia. “Amar significa viajar, correr hacia el objeto amado. Así pues, amar a Dios es un viajar con el corazón hacia Dios. El viaje comporta también sacrificios, pero estos no deben detenernos. Es un viaje bellísimo…”.
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El pontificado de Juan Pablo I, aún siendo brevísimo, representa un momento importante en la vida de la Iglesia. El entonces Cardenal Ratzinger, según reveló en una entrevista hace algunos años, se alegró mucho con su elección: “Tener como pastor de la Iglesia universal a un hombre con esa bondad y con esa fe luminosa era la garantía de que todo iba bien. Él mismo se quedó sorprendido y sentía el peso de la gran responsabilidad. Se veía que sufría un poco este golpe. No se esperaba la elección. No era un hombre que buscaba hacer carrera, sino que consideraba los cargos que había desempeñado como un servicio y también un sufrimiento”.
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Para terminar, citamos unas palabras que el Papa Wojtyla pronunció en el año 2003, con ocasión del 25º aniversario de la elección de Juan Pablo I: “Fue, ante todo, un maestro de fe límpida, sin concesiones a modas pasajeras y mundanas. Trataba de adaptar sus enseñanzas a la sensibilidad de la gente, pero conservando siempre la claridad de la doctrina y la coherencia de su aplicación a la vida. Pero el secreto de su fascinación era un contacto ininterrumpido con el Señor. «Tú lo sabes. Contigo me esfuerzo por tener un coloquio continuo», había apuntado en uno de sus escritos en forma de carta a Jesús... Humildad y optimismo fueron la característica de su existencia. Precisamente gracias a estas dotes dejó, durante su paso fugaz entre nosotros, un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones”.
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Para conocer más acerca de la vida del Siervo de Dios Juan Pablo I - Albino Luciani, recomendamos visitar el sitio Papa Luciani.
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