martes, 30 de junio de 2009

El Padre Pío, el Arzobispo Lefebvre y el Cardenal Ratzinger

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Padre Pío y Arzobispo Lefebvre

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Una puntualización respecto a la foto del Padre Pío con Lefebvre: la foto fue tomada durante el brevísimo encuentro entre los dos que ocurrió después de la Pascua de 1967. Citamos las palabras del mismo Mons. Lefebvre en una carta del 8 de agosto de 1990: “el encuentro tuvo lugar después de la Pascua de 1967 y duró dos minutos. Estaba acompañado por el Padre Barbara, un hermano del Espíritu Santo, el hermano Felin. He encontrado al Padre Pío en un pasillo, mientras se dirigía hacia el confesionario acompañado por dos capuchinos. Le dije, en pocas palabras, el objetivo de mi visita: que él bendiga a la Congregación del Espíritu Santo que debía desarrollar un capítulo general extraordinario, como todas las sociedades religiosas, para un aggiornamento, encuentro que yo temía que condujera a problemas. Entonces Padre Pío exclamó: “¿Bendecir yo a un Arzobispo? No, no, es usted quien debería bendecirme a mí”. Y se inclinó para recibir la bendición. Yo lo bendije, él besó mi anillo y continuó su camino hacia el confesionario…. Esto ha sido todo el encuentro, ni más ni menos. Para inventar una historia como la que me han enviado, se requiere una fantasía satánica y mentirosa. ¡El autor es un hijo del padre de la mentira!”.


Lefebvre se refería a la historia en base a la cual Padre Pío habría amonestado al Arzobispo para que permaneciera en obediencia al Papa y a la Iglesia y para que no tomara iniciativas que rompieran la obediencia. Esta leyenda, nacida- evidentemente – en una fecha sucesiva a 1967, ha sido utilizada para representar, por un lado, al habitual Lefebvre rebelde y cismático y, por otro, a un Padre Pío “conciliar” y contrariado por el acto de indisciplina de Lefebvre.


El juicio sobre Lefebvre no se ve afectado o modificado por la presencia del Padre Pío. De hecho, el Santo Padre Juan Pablo II lo ha excomulgado por el poco respeto tributado a la obediencia y específicamente por la ilícita ordenación episcopal de cuatro obispos. Una actitud que no puede conciliarse con la silenciosa resistencia que ha caracterizado toda la atribulada existencia de San Pío.


En cambio, no del mismo modo se puede afirmar que San Pío estuvo en grado de testimoniar con su existencia y su esencia cristina una Iglesia cristiana renovada por el Concilio Vaticano II. Más aún, también los recientes intentos desenmascarados por nosotros, de recuperar un Padre Pío conciliar y devoto del Novus Ordo, forman parte de una suerte de “angustia anti-tradicional” que persiste en la Iglesia y que últimamente se manifiesta aún más rabiosa y preocupada a raíz del lento “renacimiento litúrgico” promovido por el Papa Benedicto. Todo nos parece ligado a un aspecto literalmente vivido por San Pío en la liturgia eucarística: la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Este gran tabú de la liturgia postconciliar – aunque no es extraño al “espíritu del Concilio” – sigue siendo un tremendo escollo en el que tropiezan todos aquellos que buscan conciliar la “idea” comunitaria del Novus Ordo con la praxis litúrgica del gran Santo de Pietrelcina. En el ámbito de la hermenéutica de la continuidad y de la positiva discusión sobre el tema, me agrada citar lo afirmado por un gran hombre convertido en Papa: Joseph Ratzinger en su intervención del 2001 en el Congreso de Fontgombault. Este extracto de su ensayo explica claramente porque todavía es considerado “escandaloso” y “manipulable” el hecho de que el Padre Pío celebrase la Santa Misa según en Misal de 1962:


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«Volviendo al Vaticano II, encontramos la siguiente descripción de estas relaciones: “La Liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia” (Sacrosanctum Concilium, n.2). Todo esto se ha hecho extraño para el pensamiento moderno y también treinta años después del Concilio, incluso entre los liturgistas católicos, es objeto de interrogantes. ¿Quién habla, actualmente, del sacrificio divino de la Eucaristía? Ciertamente, las discusiones en torno a la noción de sacrificio han vuelto a estar sorprendentemente vivas, tanto de parte católica como de parte protestante. Se advierte que en una idea que ha ocupado siempre, bajo muchas formas, no sólo la historia de la Iglesia sino toda la historia de la humanidad, debe encontrarse la expresión de algo esencial que nos concierne también a nosotros.


Pero, al mismo tiempo, siguen todavía vivas en todas partes las viejas posiciones del iluminismo: acusación a priori de magia y de paganismo, sistemáticas oposiciones entre rito y ethos, concepción de un cristianismo que se libera del culto y entra en el mundo profano; teólogos católicos que no tienen ningún deseo, de hecho, de verse tildados de anti-modernidad.


Incluso si se tiene, de un modo u otro, el deseo de reencontrar el concepto de sacrificio, lo que finalmente queda es la perplejidad y la crítica. Recientemente Stephan Orth, en un vasto panorama de la bibliografía reciente consagrada al tema del sacrificio, ha creído reasumir toda su investigación con las siguientes constataciones: hoy, incluso muchos católicos, ratifican el veredicto y las conclusiones de Martín Lutero, para el cual hablar de sacrificio es el más grande y espantoso error, es una terrible impiedad. Por este motivo, queremos abstenernos de todo lo que huele a sacrificio, incluido todo el canon, y considerar solamente todo lo que es santo y puro. Luego Orth agrega: “después del Concilio Vaticano II, esta máxima fue seguida en la Iglesia Católica, por lo menos como tendencia, y condujo a pensar principalmente el culto divino a partir de la fiesta de la Pascua, citada en la narración de la Cena”. Haciendo referencia a una obra sobre el sacrificio editada por dos liturgistas católicos de vanguardia, afirma luego en términos un poco más moderados, que parece claro que la noción de sacrificio de la Misa, incluso más que la de sacrificio de la Cruz, es en el mejor de los casos una noción que se presta muy fácilmente a malentendidos.


No es necesario que diga que yo no formo parte de los “muchos católicos” que consideran con Lutero como el más espantoso error y una terrible impiedad el hecho de hablar de sacrificio de la Misa. Se comprende igualmente que el redactor haya renunciado a mencionar mi libro sobre el espíritu de la Liturgia que analiza detalladamente la noción de sacrificio. Su diagnóstico consterna. ¿Es también cierto? Yo no conozco a estos muchos católicos que consideran como una terrible impiedad el hecho de comprender la Eucaristía como un sacrificio. El segundo diagnóstico, más cauto, según el cual se considera la noción de sacrificio de la Misa como concepto altamente expuesto a malentendidos, puede ser verificado fácilmente. Pero, si se deja de lado la primera afirmación del redactor considerándola una exageración retórica, sigue habiendo un enorme problema que es necesario resolver. Una parte no desdeñable de liturgistas católicos parece haber llegado prácticamente a la conclusión de que es necesario dar sustancialmente la razón a Lutero en contra de Trento en el debate del siglo XVI; se puede constatar ampliamente la misma posición en las discusiones post-conciliares sobre el sacerdocio.


El gran historiador del Concilio de Trento, Hubert Jedin, indicaba este hecho en 1975, en el prefacio al último volumen de su Historia del Concilio de Trento: “el lector atento… no se encontrará, leyendo esto, menos consternado que el autor cuando se dé cuenta del numero de cosas, a decir verdad casi todas, que habiendo sido agitadas alguna vez por los hombres, son propuestas nuevamente hoy”. Sólo desde aquí, desde la descalificación práctica de Trento, se puede comprender la exasperación que acompaña la lucha contra la posibilidad de celebrar todavía, después de la reforma litúrgica, la Misa según el misal de 1962.»


Cardenal Joseph Ratzinger, Fonthombault, 22-24 de julio de 2001.

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Fuente: Fides et Forma 

(texto de Francesco Colafemmina)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 28 de junio de 2009

Clausura del Año Paulino

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En la Basílica de san Pablo Extramuros, se han celebrado las primeras vísperas de la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, clausurando de este modo el Año Paulino. Ante el sarcófago del apóstol -conservado bajo el altar papal-, el Pontífice ha anunciado que se ha realizado un exhaustivo estudio de su interior, desvelando que los restos hallados pertenecen a una persona que vivió entre el siglo I y II. De este modo se confirma, ha exultado Benedicto XVI, que se trata de los restos mortales del apóstol Pablo, “lo que nos llena de profunda emoción”.


Homilía pronunciada por el Santo Padre Benedicto XVI:


Señores Cardenales, Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, Ilustres miembros de la Delegación del Patriarcado ecuménico, Queridos hermanos y hermanas,


Dirijo a cada uno mi saludo cordial. En particular, saludo al cardenal arcipreste de esta Basílica y a sus colaboradores, saludo al Abad de la comunidad monástica benedictina; saludo también a la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla. El año conmemorativo del nacimiento de san Pablo se concluye esta tarde. Estamos recogidos ante la tumba del Apóstol, cuyo sarcófago, conservado bajo el altar papal, fue recientemente objeto de un atento análisis científico: en el sarcófago, que no había sido abierto nunca en tantos siglos, le fue practicada una pequeñísima perforación para introducir una sonda especial, mediante la cual fueron relevados restos de un precioso tejido de lino de color púrpura, bañado en oro, y de un tejido de color azul con filamentos de lino. Fue también relevada la presencia de granos de incienso rojo y de sustancias proteicas calcáreas. Además, pequeñísimos fragmentos óseos, sometidos al examen del carbono 14 por parte de expertos que, sin saber la procedencia, han resultado pertenecer a una persona que vivió entre el primer y el segundo siglo. Esto parece confirmar la unánime e incontrovertida tradición de que se tratan de los restos mortales del apóstol Pablo. Todo esto llena nuestro ánimo de profunda emoción. Durante estos meses muchas personas han seguido los caminos del Apóstol –los exteriores y más aún los interiores que él recorrió durante su vida: el camino de Damasco hacia el encuentro con el Resucitado; los caminos en el mundo mediterráneo que él atravesó con la llama del Evangelio, encontrando contradicciones y adhesiones, hasta el martirio, por el cual pertenece para siempre a la Iglesia de Roma. A ella dirigió también su Carta más grande e importante. El Año Paulino se concluye, pero estar en camino junto a Pablo, -con él y gracias a él venir a conocer a Jesús y, como él, ser iluminados y transformados por el Evangelio– formará siempre parte de la existencia cristiana. Y siempre, yendo más allá del ámbito de los creyentes, él permanece el “maestro de las gentes”, que quiere llevar el mensaje del Resucitado a todos los hombres, porque Cristo los ha conocido y amado a todos; y murió y resucitó por todos ellos. Queremos, por tanto, escucharlo también en esta hora en la que iniciamos solemnemente la fiesta de los dos Apóstoles unidos entre sí por un estrecho lazo.


Forma parte de la estructura de las Cartas de Pablo que –siempre en referencia al lugar y a la situación particular– expliquen ante todo el misterio de Cristo, que nos enseñen la fe. En una segunda parte, sigue la aplicación a nuestra vida: ¿qué cosa consigue a esta fe? ¿Cómo se plasma nuestra existencia día a día? En la Carta a los Romanos, esta segunda parte comienza con el décimo segundo capítulo, en los primeros dos versículos del cual el apóstol resume rápidamente el núcleo esencial de la existencia cristiana. ¿Qué nos dice san Pablo en aquel pasaje? Ante todo afirma, como cosa fundamental, que con Cristo se inició un nuevo modo de venerar a Dios, un nuevo culto. Consiste en el hecho de que el hombre viviente se transforma él mismo en adoración, “sacrificio” hasta en el propio cuerpo. Ya no se ofrecen cosas a Dios. Es nuestra propia existencia que debe convertirse en alabanza de Dios. ¿Pero cómo sucede esto? En el segundo versículo se nos da la respuesta: “No se conformen a este mundo, sino déjense transformar renovando su modo de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios…” (12,2). Las dos palabras decisivas de este versículo son: “transformar” y “renovar”. Debemos convertirnos en hombres nuevos, transformados en un nuevo modo de existencia. El mundo siempre está a la búsqueda de la novedad, porque con razón está siempre descontento de la realidad concreta. Pablo nos dice: el mundo no puede ser renovado sin hombres nuevos. Sólo si hay hombres nuevos, habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. En el inicio está la renovación del hombre. Esto vale después para cada uno. Sólo si nosotros mismos nos convertimos en nuevos, el mundo se convertirá en nuevo. Esto significa también que no basta adaptarse a la situación actual. El Apóstol nos exhorta a un “no conformismo”. En nuestra Carta se dice: no someterse al esquema de la época actual. Debemos regresar sobre este punto reflexionando sobre el segundo texto que esta tarde quiero meditar. El “no” del Apóstol es claro y también convincente para quien observa el “esquema” de nuestro mundo. Pero llegar a ser nuevos, ¿cómo se puede conseguir? ¿Somos de verdad capaces? Sobre cómo convertirse en nuevos, Pablo alude a la propia conversión: a su encuentro con Cristo resucitado, encuentro del que la Segunda Carta a los Corintios dice: “Si uno está en Cristo, es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron; he aquí que han nacido de nuevo” (5,17). Era tan convulsionante para él este encuentro con Cristo que dice al respecto: “Estoy muerto” (Gal 2,19; cf. Rom 6). Él se convirtió en nuevo, en otro, porque no vive más para sí en virtud de sí mismo, sino por Cristo que está en él. En el curso de los años, no obstante, vio que este proceso de renovación y de transformación continúa durante toda la vida. Nos convertimos en nuevos, si nos dejamos aferrar y plasmar por el Hombre nuevo Jesucristo. Él es el Hombre nuevo por excelencia. En Él la nueva existencia humana se convierte en realidad, y nosotros podemos verdaderamente convertirnos en nuevos si nos consignamos en sus manos y de Él nos dejamos plasmar.


Pablo hace aún más claro este proceso de “refundición” diciendo que nos convertimos en nuevos si transformamos nuestro modo de pensar. Esto que aquí ha sido traducido como “modo de pensar”, es el término griego “nous”. Es una palabra compleja. Puede ser traducida como “espíritu”, “sentimiento”, “razón” y, también, como “modo de pensar”. Nuestra razón debe convertirse en nueva. Esto nos sorprende. Tal vez habríamos esperado que tuviera que ver con alguna actitud: aquello que en nuestra acción debemos cambiar. Pero no: la renovación debe ser completa. Nuestro modo de ver el mundo, de comprender la realidad, todo nuestro pensar, debe cambiar a partir de su fundamento. El pensamiento del hombre viejo, el modo de pensar común está dirigido en general hacia la posesión, el bienestar, la influencia, el éxito, y la fama. Pero de esta manera tiene un alcance muy limitado. Así, en último análisis, queda el propio “yo” en el centro del mundo. Debemos aprender a pensar de manera profunda. Qué significa eso. Lo dice san Pablo en la segunda parte de la frase: es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios, de modo que plasme nuestra voluntad, para que nosotros queramos lo que Dios quiere, porque reconocemos que aquello que Dios quiere es lo bello y lo bueno. Se trata, por tanto, de un viraje de fondo de nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y a mí. Debemos aprender a tomar parte en el pensar y en el querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo.


El mismo pensamiento de una necesaria renovación de nuestro ser como persona humana, Pablo lo ha ilustrado ulteriormente en dos párrafos de la Carta a los Efesios, sobre los cuales queremos reflexionar ahora brevemente. En el cuarto capítulo de la Carta, el apóstol nos dice que con Cristo tenemos que alcanzar la edad adulta, una humanidad madura. No podemos seguir siendo “niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina” (4,14). Pablo desea que los cristianos tengamos una fe “responsable”, una fe “adulta”. La palabra “fe adulta” en los últimos decenios se ha transformado en un eslogan difundido. A menudo se ve en el sentido de actitud de quien no escucha a la Iglesia y a sus pastores, sino que elige de forma autónoma lo que quiere creer y no creer –es decir, una fe “hecha por uno mismo”. Esto se interpreta como “valentía” de expresarse en contra de Magisterio de la Iglesia. En realidad para esto no es necesaria la valentía, porque se puede siempre estar seguro del aplauso público. En cambio la valentía es necesaria para unirse a la fe de la Iglesia, incluso si esta contradice el “esquema” del mundo contemporáneo. Es este “no-conformismo” de la fe que Pablo llama una “fe adulta”. Califica en cambio como infantil, el correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo. De este modo forma parte de la fe adulta, por ejemplo, comprometerse con la inviolabilidad de la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, precisamente en defensa de las criaturas humanas más vulnerables. Forma parte de la fe adulta reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, reestablecido nuevamente por Cristo. La fe adulta no se deja transportar de un lado a otro por cualquier corriente. Se opone a los vientos de la moda. Sabe que estos vientos no son el soplo del Espíritu Santo; sabe que el Espíritu de Dios se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesucristo. Pero Pablo no se detiene en la negación, sino que nos lleva hacia el gran “sí”. Describe la fe madura, realmente adulta de forma positiva con la expresión: “actuar según la verdad en la caridad” (cfr Ef 4, 15). El nuevo modo de pensar, que nos da la fe, se desarrolla primero hacia la verdad. El poder del mal es la mentira. El poder de la fe, el poder de Dios, es la verdad. La verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos se nos vuelve visible cuando miramos a Dios. Y Dios se hace visible a nosotros en el rostro de Jesucristo. Mirando a Cristo reconocemos una cosa más: verdad y caridad son inseparables. En Dios, ambas son una sola cosa: es precisamente ésta la esencia de Dios. Por este motivo, para los cristianos verdad y caridad van unidas. La caridad es la prueba de la verdad. Siempre de nuevo tenemos que ser medidos según este criterio, que la verdad se transforme en caridad y nos haga ser verdaderos.


Otro pensamiento importante aparece en el versículo de san Pablo. El apóstol nos dice que, actuando según la verdad en la caridad, contribuimos a hacer que el todo –el universo- crezca hacia Cristo. Pablo, en base a su fe, no se interesa sólo por nuestra personal rectitud o por el crecimiento de la Iglesia. Él se interesa por el universo: “ta pánta”. La finalidad última de la obra de Cristo es el universo –la transformación del universo, de todo el mundo humano, de la entera creación. Quien junto con Cristo sirve a la verdad en la caridad, contribuye al verdadero progreso del mundo. Sí, es completamente claro que Pablo conoce la idea del progreso. Cristo, su vivir, sufrir y resucitar, ha sido el verdadero gran salto del progreso para la humanidad, para el mundo. Ahora, en cambio, el universo tiene que crecer hacia Él. Donde aumenta la presencia de Cristo, allí está le verdadero progreso del mundo. Allí el hombre se hace nuevo y así se transforma en nuevo mundo.


Esto mismo Pablo hace que sea evidente desde otro punto de vista. En el tercer capítulo de la Carta a los Efesios, él habla de la necesidad de ser “fortalecidos en el hombre interior” (3,16). Con esto retoma un argumento que anteriormente, en una situación de tribulación, había tratado en la Segunda Carta a los Corintios: “Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día” (4,16). El hombre interior tiene que reforzarse –es un imperativo muy apropiado para nuestro tiempo en el que los hombres a menudo permanecen interiormente vacíos y por lo tanto tienen que aferrarse a promesas y narcóticos, que después tienen como consecuencia un ulterior crecimiento del sentido de vacío en su interior. El vacío interior –la debilidad del hombre interior- es uno de los más grandes problemas de nuestro tiempo. Tiene que reforzarse la interioridad –la perspectiva del corazón; la capacidad de ver y comprender el mundo y el hombre desde dentro, con el corazón. Tenemos necesidad de una razón iluminada desde el corazón, para aprender a actuar según la verdad en la caridad. Pero esto no se realiza sin una íntima relación con Dios, sin la vida de oración. Tenemos necesidad del encuentro con Dios, que nos viene dado en los Sacramentos. Y no podemos hablar a Dios en la oración, sino lo dejamos que hable antes Él mismo, si no lo escuchamos en la palabra que Él nos ha donado. Sobre esto, Pablo nos dice: “que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los Santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento” (Ef 3,17). El amor ve más allá de la simple razón, esto es lo que Pablo nos dice con sus palabras. Y nos dice además que sólo en la comunión con todos los santos, es decir en la gran comunidad de todos los creyentes –y no en contra o en ausencia de ella- podemos conocer la enormidad del misterio de Cristo. Esta enormidad, él la circunscribe con palabras que quieren expresar la dimensión del cosmos: anchura, longitud, altura y profundidad. El misterio de Cristo es una enormidad cósmica: Él no pertenece sólo a un determinado grupo. El Cristo crucificado abraza el entero universo en todas sus dimensiones. Él toma el mundo en sus manos y lo lleva en alto hacia Dios. Empezando por san Ireneo de Lyon –es decir, desde el siglo II- a los Padres que han visto en esta palabra de anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Cristo, una alusión a la Cruz. El amor de Cristo ha abrazado en la Cruz la profundidad más baja –la noche de la muerte y la altura suprema- la elevación de Dios mismo. Y ha tomado entre sus brazos la amplitud y la enormidad de la humanidad y del mundo en todas sus distancias. Siempre Él abraza el universo, a todos nosotros.


Oremos al Señor, para que nos ayude a reconocer algo de la enormidad de su amor. Oremos para que su amor y su verdad toquen nuestro corazón. Pidamos que Cristo viva en nuestros corazones y nos haga ser hombres nuevos, que actúan según la verdad en la caridad. Amen.


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Fuente: Radio Vaticano


La Buhardilla de Jerónimo desea poner al alcance de sus lectores las catequesis sobre San Pablo brindadas por Benedicto XVI durante el Año Paulino. Para descargar el archivo haga click aquí.


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¡Más honestidad, por favor!

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¿Qué me impulsa?


¡Más honestidad, por favor!


En las últimas semanas muchos periodistas, y también algunos clérigos, han expresado sus opiniones sobre el Papa Benedicto. Opiniones que contienen muchas medias verdades, falsedades y calumnias. La peor acusación afirma que el Papa desea retornar a un pasado anterior al Concilio Vaticano II. Esta acusación es la peor porque implica que la persona misma que posee la autoridad de enseñar a la Iglesia universal estaría trabajando para minar la autoridad del Concilio. Tal veredicto estaría, sin embargo, completamente errado. De hecho, como joven teólogo, Benedicto XVI, contribuyó mucho dentro del concilio. Quienquiera que busque comprender hoy al Papa, no sólo a través de los medios, sino leyendo lo que él escribe, llegará a la conclusión de que ha orientado todo su magisterio según el Concilio. ¿Cómo debemos entender entonces la acusación?


Mucha gente ha firmado una petición de incondicional aceptación del Concilio. De entrada, la expresión “incondicional aceptación” me irrita porque no sé de nadie – incluido yo mismo – a quien se pueda aplicar esto. Unos pocos ejemplos, arbitrariamente elegidos, serán suficientes:


-El Concilio no abolió el Latín en la liturgia. Por el contrario, -enfatiza que en el Rito Romano, salvo casos excepcionales, el uso de la lengua latina debe ser mantenido. ¿Quién entre los ruidosos defensores del Concilio desea una “incondicional aceptación” de esto?


-El Concilio declara que la Iglesia considera el Canto Gregoriano como la “música propia del Rito Romano” y que, por lo tanto, a ésta debe “darse el primer puesto”. ¿En cuántas parroquias es implementado esto “sin condiciones”?


– El Concilio pidió expresamente que las autoridades gubernamentales cedieran voluntariamente aquellos derechos de participación en la selección de obispos que surgieron en el transcurso del tiempo. ¿Qué defensor del Concilio se ha dedicado “incondicionalmente” a esto?


– El Concilio describe la naturaleza fundamental de la liturgia como la celebración del misterio pascual y el sacrificio eucarístico como “la compleción de la obra de nuestra salvación” ¿Cómo puede conciliarse eso con mi experiencia, vivida en muchas parroquias diferentes, de que el sentido sacrificial de la Misa ha sido completamente eliminado del lenguaje litúrgico y la Misa es ahora entendida sólo como una comida o “fracción del pan”? ¿De qué manera puede uno justificar este cambio profundo basándose en el Concilio?


– A ningún oficio eclesiástico fue dada tanta importancia en el Concilio como al del obispo. Entonces, ¿cómo podemos entender la gran disminución de este oficio de la Iglesia en Suiza, justificada en referencia al Concilio? ¿Será, por ejemplo, cuando Hans Kung niega completamente la autoridad de enseñar de los obispos, permitiéndoles solamente el oficio de conducción pastoral?


No sería difícil alargar esta letanía. Aún así, ha de ser obvio por qué demando más honestidad en el presente debate sobre el Concilio. En vez de acusar a otros, incluso al Papa, de desear volver a un pasado anterior al Concilio, habría que aconsejar a todos estudiar sus libros y volver a examinar su posición sobre el Concilio. Porque no todo lo que fue dicho y hecho después del Concilio, fue llevado a cabo en concordancia con el mismo –y esto se aplica también a la diócesis de Basilea. En todo caso, las últimas semanas me han mostrado que un problema primordial de la situación actual ha sido un muy pobre y, en parte, un muy unilateral entendimiento y aceptación del Concilio, incluso por parte de los católicos que lo defienden “incondicionalmente”. En este sentido todos nosotros –una vez más me incluyo- tenemos mucho por hacer. Por lo tanto, nuevamente repito mi pedido urgente: ¡Más honestidad, por favor!


+ Kurt Koch
Obispo de Basilea


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Fuente: What Does The Prayer Really Say

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 26 de junio de 2009

Recuperando Tradición

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The Catholic Herald de hoy da cuenta de la iniciativa del arzobispo de Westminster en torno al año sacerdotal. Es de destacar cómo el obispo pone el acento en la oración eucarística tanto por parte de los fieles laicos como por parte de los sacerdotes mismos. Recomienda el regreso a la devoción de las Cuarenta Horas. Según Damian Thompson, Vincent Nichols, que ya ha recuperado el uso del Altar Mayor en su Catedral, “está retornando a sus raíces devocionales” acompañando el movimiento de revaloración de la Tradición que está viviendo la Iglesia de la mano del Papa Benedicto XVI.

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El Arzobispo Vincent Nichols de Westminster ha abierto el Año Sacerdotal urgiendo a los católicos a dedicar una hora a la semana a rezar por los sacerdotes frente al Santísimo Sacramento.


El Arzobispo hizo este pedido en una homilía en la Catedral de Westminster, en la que dijo que todas las parroquias deberían centrar los esfuerzos de este año en una renovación de la vida de oración.


También sugirió que las parroquias introduzcan la Devoción de las Cuarenta Horas, realizando la Adoración Eucarística continuadamente en distintas iglesias.


Sostuvo que la práctica “nos sostendrá en nuestra vida común, nos permitirá agradecer a Dios de todo corazón por el don de nuestros sacerdotes” y será una fuente de nuevas vocaciones.


Su homilía coincidió con la apertura formal del Año Sacerdotal que realizó el Papa con el rezo de las Vísperas en la Basílica de San Pedro, el pasado viernes.


Durante el servicio, el Papa Benedicto XVI rezó ante las reliquias del corazón de San Juan María Vianney, santo patrono de los párrocos. El énfasis puesto durante este año en el ministerio sacerdotal coincidirá con el 150 aniversario de la muerte de este santo.


El Papa dijo que el corazón del santo “ardía con el Amor Divino”, un Amor que los sacerdotes necesitan imitar si quieren ser verdaderos pastores.


Un día antes, Benedicto XVI había publicado una carta de seis páginas celebrando el sacerdocio y reconociendo, al mismo tiempo, el daño que habían causado algunos sacerdotes.


“Aquello que es más útil a la Iglesia… no es sólo el sincero y completo reconocimiento de la debilidad de sus ministros, sino también la gozosa y renovada comprensión de la grandeza del don de Dios [del sacerdocio]”.


En su homilía en Westminster, el Arzobispo Nichols dijo que el Año Sacerdotal es “un año en que, como Iglesia, afirmamos que estamos orgullosos de nuestros sacerdotes, que los amamos, que los honramos y que reconocemos con gratitud el testimonio de sus vidas y la generosidad de su trabajo pastoral”.


Dijo que, para los sacerdotes, es “un tiempo para la renovación en nuestro ministerio” – una renovación que dependerá de la relación de cada sacerdote con Cristo. “Es esta relación, sobre todo lo demás, lo que buscaremos renovar, ya que de esta brota nuestro amor por nuestra gente, y nuestro deseo de servirla libre y gozosamente”.


El Arzobispo dijo también que no había un día mejor en el año para comenzar el Año Sacerdotal que la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El Sagrado Corazón, dijo, es un símbolo del “amor del Señor que se da a Sí mismo por completo”, amor que los sacerdotes tratan de reflejar en sus propias vidas.


Afirmó que hay muchos modos de hablar sobre el rol del sacerdote – como líder, maestro, y como “el que capacita, el que ayuda a su pueblo a vivir enteramente los dones del Espíritu Santo”.


Pero su imagen favorita del sacerdote, dijo, es la de “un instrumento en la mano del Señor – un lápiz, lapicera o birome quizá – con el que el Señor puede escribir lo que el Padre le dice. Y lo que Él escriba – si se lo permitimos – seguramente será la historia de un amor indefectible”.


Dijo también que los sacerdotes son más claramente instrumentos de Cristo cuando celebran la Misa y cuando absuelven de los pecados – “el mayor tesoro y privilegio del sacerdocio”.


“Hoy, los sacerdotes necesitan recordar que todas nuestras palabras tienen una gran resonancia. Las palabras que decimos, las cosas que hacemos, pueden traer un gran bien, incluso no siendo nuestra intención. De la misma forma, nuestras palabras y acciones pueden causar un gran daño”.


“Nuestras palabras mal elegidas y nuestras malas acciones, también tienen una resonancia similar. Y esto lo sabemos bien”.


Es opinión difundida que la oración ante el Santísimo Sacramento se ha hecho mucho más común bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, después de la disminución de la práctica que siguió al Vaticano II.


El P. Peter Newby, párroco de St Mary Moorfields en la ciudad de Londres, dijo que ha visto el cambio en los últimos diez a quince años, y que lo sorprendía ver cuántas iglesias tienen alguna forma de Adoración semanal.


Dijo también que la vida de su comunidad se ha visto “profundamente afectada” por la Adoración perpetua.


“Permite a las personas llegar y retirarse sin tener que encontrarse con nadie más, teniendo una conversación privada con Dios”

El P. Newby dijo también que esto tiene un poderoso efecto en las vocaciones. “Ayuda a hacer crecer en gran número los católicos profundamente comprometidos. Aviva la intensidad”.


El P. Alexander Sherbrooke, párroco de St Patrick's, Soho, en Londres, en cuya parroquia también hay Adoración diaria, está de acuerdo en que parece tener un fuerte impacto en las vocaciones.


“Donde ha habido Adoración Eucarística, han surgido muchas vocaciones”, dijo.


“La oración de Adoración es un llamado a la humildad, es un llamado a volver a ponernos de rodillas y a implorar al Señor por Su ayuda”.


“Es también un llamado [a los sacerdotes] a centrarse más en la celebración de la Santa Misa. La Misa está en el centro del ser del sacerdote”


El P. Tim Finigan, párroco en Blackfen, Kent, dijo que la iniciativa del Arzobispo era “muy alentadora”. “Es un gran consuelo para los sacerdotes el saber que su pueblo esta rezando por ellos”.

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Fuente: The Catholic Herald

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 25 de junio de 2009

¿Prelatura personal?

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El Padre Franz Schmidberger, superior del distrito alemán de la FSSPX, ha concedido una entrevista a la Agencia Católica de Noticias en la que se vislumbra la que podría ser la solución canónica prevista  para la regularización de la Fraternidad, una vez terminados los diálogos teológicos.

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El superior de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en Alemania, Padre Franz Schmidberger, ha defendido la ordenación de los nuevos sacerdotes, planeada para el próximo fin de semana. En una entrevista con la Agencia Católica de Noticias (KNA), Schmidberger también comentó sobre su evaluación del Concilio Vaticano II y sobre lo que espera de las próximas discusiones con Roma.

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Sr. Schmidberger, ¿es usted un sacerdote de la Iglesia Católica?


Por supuesto. Fui ordenado al sacerdocio en 1975 por el Arzobispo Marcel Lefebvre en Econe.

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¿Dice esto sin reservas?


Sí. Vivo y trabajo en el corazón de la Iglesia.

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¿Qué significa para usted el Concilio Vaticano II?


No hay duda de que fue un concilio ecuménico, pero entre los 21 concilios éste posee un status único, como concilio pastoral. Ambos Papas del Concilio declararon que no deseaban definir ningún nuevo dogma. Por consiguiente, el Concilio Vaticano II no tiene el mismo status que los demás concilios.

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¿Qué hay de sus contenidos?


El espíritu del Concilio ha sido descripto como un espíritu malo, incluso por el Papa Benedicto XVI. Hay declaraciones ambiguas en los documentos, y muchas otras que no son conformes con la doctrina tradicional.

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¿Cómo debiera ser el diálogo teológico sobre el Concilio entre la Fraternidad y Roma?


En lo que se refiere a la forma externa, podría ser oral o escrito, pero debería ser primariamente escrito. Hemos seleccionado a los representantes de nuestro lado, y Roma también ha elegido a su gente. Las discusiones considerarán qué es ambiguo en el Concilio, qué contradice la doctrina tradicional de la Iglesia.

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Francamente, ¿cree que el antiguo y el nuevo rito pueden coexistir en el largo plazo?


Bueno, tendremos que ver cómo se desarrollan las cosas. Hay profundas diferencias entre los dos ritos; por ejemplo, la dirección de la celebración. El antiguo rito está centrado en Dios. El nuevo está centrado en el hombre. Muchos de los gestos, símbolos y rituales han sido fundamentalmente cambiados. Hoy, el antiguo rito es como una roca sólida en medio del turbulento oleaje, y debe permanecer sin cambios. El nuevo rito requiere una revisión radical, de modo que la naturaleza sacrificial sea, una vez más, expresada explícitamente.

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¿Qué piensa la Sociedad del decreto del Concilio sobre el Ecumenismo [Unitatis Redintegratio]?


Dice que otras religiones también poseen los medios de salvación. Si esto es verdadero, entonces ya no hay motivo para comprometerse en la actividad misionera. Esto necesita ser aclarado.

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¿Y sobre Nostra Aetate, que versa sobre la relación con los judíos?


No sólo con los judíos, trata también del Islam, del hinduísmo y del budismo. Estas religiones no cristianas son colmadas de alabanzas. Esto ha fomentado la expansión del Islam, por ejemplo. Hoy, hay 4.3 millones de musulmanes en Alemania. La Iglesia tiene el mandato de trabajar por su conversión, pero no conozco ni un solo obispo alemán que haya hecho algún plan para hacer esto. En lo que se refiere a la relación con los judíos, las declaraciones del Concilio no pueden ser criticadas en lo esencial. Pero a partir del Concilio, sigue apareciendo la idea de que los judíos tienen su propio camino de salvación. Esto se opone completamente al mandato misionero de Jesucristo.

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¿Y también tienen problemas con la descripción de los judíos, hecha por el Papa Juan Pablo II, como “hermanos mayores de los cristianos”?


Ciertamente lo son Abraham, Isaac, Jacob y los profetas. Pero los judíos del día de hoy no lo son porque no reconocen a Jesucristo como el único Redentor. ¿Cómo podrían ser, entonces, hermanos mayores?

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¿Es una impresión correcta pensar que ustedes, con sus posiciones, quieren fijar los términos para la unidad con la Iglesia Católica?


Queremos que la verdad triunfe. No tiene nada que ver con las opiniones subjetivas, se trata sólo de la verdad.

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Como ustedes la definen.


No, nosotros leemos todas las declaraciones previas de los Concilios y los Papas. El Papa Pío IX habló contra la libertad religiosa, por ejemplo. La cuestión es: estas religiones falsas, ¿poseen derechos naturales? El Concilio Vaticano II responde en forma diferente a Pío IX. Eso es una ruptura.

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El Derecho Canónico exige que los sacerdotes obedezcan al obispo local. ¿Por qué esto es para ustedes una dificultad?


No es difícil, para nada. Pero somos una Sociedad, que incluso fue alabada por Roma en 1971. Después, desarrollamos nuestra propia vida. Entonces surgieron tensiones porque nos negamos a participar en las destructivas reformas protestantizantes. Tenemos cuestiones acerca de la fe de la Iglesia, y los obispos sólo responden demandando obediencia. Pero la fe es superior a la obediencia.

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En conexión con el escándalo en torno a Williamson, el Papa Benedicto acusó a la FSSPX de arrogancia, y los urgió a evitar provocaciones. Pero lo que sucedió fue lo contrario. ¿Cómo pueden ustedes ayudar a recomponer el asunto?


Naturalmente, todo hombre tiene sus debilidades y se dijeron cosas desafortunadas. Pero queremos convivir pacíficamente. He escrito una carta privada personal al titular de la Conferencia Episcopal, el Arzobispo Zollitsch, pero los obispos no quieren entrar en las discusiones. Rechazan cualquier diálogo con nosotros. ¿Por qué exigen que obedezcamos el derecho canónico a la letra, y al mismo tiempo afirman que estamos fuera de la Iglesia?

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En el 2005, hubo conversaciones en Castel Gandolfo en las que, además del Papa, participaron el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, el obispo tradicionalista Bernard Fellay y usted mismo. ¿Qué se acordó en ese momento?


Discutimos la situación completa de la Sociedad, y acordamos el camino que ahora estamos siguiendo. El Motu Proprio del 2007 y el levantamiento de las llamadas excomuniones fueron los primeros pasos. Ahora viene el diálogo teológico. Después, tendremos que encontrar una estructura canónica para la Sociedad con sus 500 sacerdotes. Estamos satisfechos con la solución que Roma está considerando.

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¿Y cuál es?


Está en la dirección de una prelatura personal.

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¿Similar al Opus Dei?


Algo así.

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Hay más ordenaciones planeadas para el próximo fin de semana, aunque Roma ha dicho que son ilícitas. ¿Por qué insisten con estas ordenaciones?


La más alta ley de la Iglesia es la salvación de las almas. Los fieles tienen el derecho a la celebración de la forma tradicional de la Misa. Se trata tan sólo de proveer sacerdotes que deseen proclamar el evangelio. Las ordenaciones no buscan ser una afrenta a nadie. En realidad, se hacen para ayudar al Papa y a los obispos, pero éstos actúan como los enfermos que se rehúsan a tomar la medicina que los ayudaría a mejorar su salud.

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Y entonces están reclamando el rol de médicos.


Sí, es verdad. La Tradición es la única guía para sacar a la Iglesia de la crisis presente. En 1950, 13 millones de católicos asistían a la Misa dominical. Hoy son menos de 2 millones. Eso es una caída del 85 por ciento. En diez años, todas las Iglesias estarán vacías. ¿Es eso lo que los obispos quieren? ¿Qué va a suceder con nuestros niños? Se trata de preservar la cristiandad en occidente.

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Fuente: Rorate Caeli


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Más sobre el próximo Motu Proprio

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El ultra progresista semanario francés Golias ofrece algunos detalles y expone sus reservas sobre el próximo Motu Proprio que unirá la Comisión Ecclesia Dei con la Congregación para la Doctrina de la fe. El artículo, al mismo tiempo, muestra el terror del progresismo francés ante las posturas del Padre Charles Morerod O.P., nuevo secretario de la Comisión Teológica Internacional, y de Mons. Nicola Bux, mencionado como principal colaborador en la redacción del próximo documento.

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Según nuestra información, y estando en la víspera de las ordenaciones de la FSSPX el 27 de junio en Alemania, el Papa desea escribir un segundo motu proprio en los próximos meses. El documento que será publicado esta vez no trata solamente de la Liturgia en latín, sino de una reintegración más global de la FSSPX en la Iglesia. Esto implicará exigir condiciones, por supuesto, pero igualmente involucrará a toda la Iglesia en este proceso. ¡Gravísimo!


En otras palabras, los obispos no tendrán más derecho a expresar en una manera tan declarada su abierta renuencia, e incluso tendrán menos derecho a frenar el retorno de los tradicionalistas. Debe comprenderse que los representantes de estas tendencias se quejan regularmente al Papa de los obstáculos que ponen los obispos y sus entornos para su rehabilitación. Hasta ahora, Roma y la Comisión Ecclesia Dei se han venido saltando a los obispos, pero esto, sin desautorizar abiertamente sus posturas.


De esta forma, en 1988, la Comisión regularizó muy rápidamente y en un modo muy cuidado a la Abadía Benedictina de Barroux, sin informar ni consultar al entonces Arzobispo de Avignon, Raymond Bouchex. Más recientemente, Roma procedió de la misma manera con respecto al Instituto Buen Pastor, sin informar al Arzobispo de Bordeaux, en el que fue establecido. Recientemente, llegó otro signo del Vaticano cuando se restableció a un párroco tradicionalista en disenso con su obispo en Calvados, un llamado al orden a los obispos. Después de este Motu Proprio, el obispo que sea considerado como demasiado reacio a dar la bienvenida a los fundamentalistas, recibirá, seguramente, un golpe en los nudillos.


Los obispos ya no podrán expresar sus reservas


Benedicto XVI y sus consejeros intentan aprovechar la tranquilidad del verano para avanzar por el camino de la reconciliación. Después de la autorización que permite la celebración según todos los antiguos libros litúrgicos (Motu proprio de 2007), después del levantamiento de la excomunión de los cuatro obispos cismáticos ordenados por el Arzobispo Lefebvre, se está abriendo una nueva fase, por cierto más delicada: sobre el divisivo terreno teológico, en particular con respecto al Vaticano II y al magisterio de los últimos Papas. Debe tenerse en cuenta que el Papa ha elegido como nuevo secretario de la Comisión Teológica Internacional al sacerdote dominico Chrles Morerod, precisamente por sus sensibilidad hacia los interlocutores tradicionalistas. De hecho, Morerod es el autor de una tesis doctoral por la facultad de teología de la Universidad de Friburgo, Suiza, sobre el superior general de los dominicos y comentador de Santo Tomás de Aquino, (Tomás de Vio) Cayetano (1469-1534) y su debate con Lutero.


El Padre Morerod, para el acuerdo teológico


Pero el Padre Morerod es conocido especialmente por su obra “La Tradición y la unidad cristiana”. El dogma es considerado la condición para la posibilidad del ecumenismo (“Palabra y silencio”, París, 2005). Y golpea duro contra el ecumenismo más liberal (de teólogos como Fries, Rahner o Tillard), al poner énfasis en la naturaleza esencial de un verdadero pensamiento católico, que debe ser verdaderamente teológico y filosófico.


Así, acentúa la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo, en un modo que no disgusta a los círculos más “tradis”. El mismo Padre Morerod revisó minuciosamente el pensamiento de un protestante liberal británico, John Hick, y atacó especialmente el espíritu relativista. ¡Oh, esto nos recuerda a otra persona…! ¡La elección del Padre Morerod no es una casualidad! En términos muy concretos, la Comisión Ecclesia Dei se adjuntará a la Congregación para la Doctrina de la Fe. En un momento se pensó que podría ser unida a la Congregación para al Culto Divino, pero esto implicaría olvidar que el problema no es solamente o primariamente litúrgico. El nuevo Motu Proprio, que será preparado por quien tuvo un rol principal en el bosquejo del Motu proprio del 2007, Monseñor Nicola Bux – profesor de teología en Bari y estimado consultor de Joseph Ratzinger – justificará la importancia que se concede a la dimensión doctrinal de la controversia tradicionalista. No se puede hacer suficiente hincapié en el rol de Don Nicola.


El prelado italiano Nicola Bux, para el nuevo Motu proprio


Consultor de la Congregación para la Doctrina de la fe y a la espera de una promoción estratégica, Monseñor Bux, un sacerdote italiano de 63 años, cordial y discreto pero terriblemente conservador y preciso en sus argumentos, es el decidido e incansable artesano no sólo de un acercamiento a los fundamentalistas sino de una restauración del catolicismo tradicional en su conjunto. Es él quien redactó el Motu Proprio sobre la Misa en latín en el 2007. En su último libro, publicado el pasado mes de octubre en Italia, “La reforma de Benedicto XVI”, con prefacio de Vittorio Messori, Mons. Bux estima que se debe revalorizar la esencia de la “sagrada y divina liturgia”, que no es obra de las manos del hombre. Si así fuera, “no tendría ninguna finalidad distinta a representarse a sí misma y, sobre todo, no salvaría al hombre o al mundo, no lo santificaría”. Está convencido de que la liturgia de San Pío V respeta más el sentido de lo sagrado que la de Pablo VI. Critica también muy duramente a la reforma bautizada con el nombre del papa Montini, según él una verdadera “descomposición” de la liturgia, expresando y agravando lo que el teólogo Louis Bouyer denominaba “descomposición del catolicismo”.


En efecto, Mons. Bux no se limita únicamente al campo litúrgico. Denuncia la apertura al mundo que profana el misterio cristiano; y censura la vida relajada de los sacerdotes, en particular con respecto a la vida privada (celibato). También se opone a la desviación fundamental, según él, de la teología contemporánea, que consiste en un “giro antropológico” (que también fue denunciado, por Cornelio Fabro, en Karl Rahner). A esto opone un nuevo giro teocéntrico y cristocéntrico, simbolizado por el hecho de celebrar nuevamente hacia el Este, de espaldas a los fieles. Es fácil imaginar el contenido y el tono del futuro y próximo Motu Proprio con tal autor. El Cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con problemas de salud, exasperado y afligido, desmoralizado, no tiene más el poder ni el ánimo necesario para oponerse a este cambio ultra-conservador. Lejos de presentarse como una defensa del Concilio, el Motu Proprio propondrá una lectura minimalista, borrando las novedades y cuestionando el espíritu. En resumen, un Concilio “según la tradición”, tal como el arzobispo Lefebvre estaba dispuesto a aceptar. ¿Es éste el mismo Concilio del que Pablo VI proclamó su importancia en 1976 frente a la disidencia integrista? Nada es más incierto.

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Fuente: Golias

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 23 de junio de 2009

Hombre por naturaleza, ángel en cuanto al modo de vida

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DEISIS

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Ofrecemos nuestra traducción de un artículo de Manuel Nin, para L’Osservatore Romano, sobre la natividad de san Juan bautista en la tradición bizantina.

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La figura del profeta y “precursor” (pródromos) Juan Bautista es una de las más celebradas en la tradición litúrgica bizantina. Como para Cristo y María, se celebra la concepción (23 de septiembre), el nacimiento (24 de junio) y la muerte (el martirio, la decapitación, el 29 de agosto). El Bautista es recordado, luego, el 7 de enero, inmediatamente después de la fiesta del Bautismo de Cristo, según la praxis de las liturgias orientales por la cual el día siguiente a una gran fiesta celebran al personaje por medio del cual Dios lleva a término su misterio de salvación. Se celebra también el hallazgo de las reliquias (la cabeza) de Juan, mientras que cada martes la Liturgia lo conmemora de modo especial.


Las celebraciones de la concepción, del nacimiento y de la muerte ponen al Bautista junto a Cristo y a la Madre de Dios, y esto se refleja también en la iconografía: el Déisis es el ícono de los grandes intercesores, María y Juan, con Cristo representado como el rey sentado sobre el trono de gloria, que tiene a la derecha a “la reina vestida con un manto de oro multicolor” y a la izquierda al Precursor, el ángel que le prepara el camino y que lo anuncia e indica como “el cordero de Dios”.


El oficio de la fiesta recoge troparion compuestos por los grandes iconógrafos bizantinos Juan Damasceno y Andrés de Creta y por la monja Casiana (siglo IX), única mujer himnógrafa en la tradición bizantina que nos ha dejado también bellísimos textos para el miércoles santo y el sábado santo. Toda la liturgia del día subraya cómo el nacimiento de Juan Bautista es el inicio del anuncio de la salvación que llegará con el nacimiento de Cristo: “Juan, naciendo, rompe el silencio de Zacarías, porque no convenía que el padre callase al nacimiento de la voz”.


Los títulos dados a Juan están siempre relacionados con Cristo: “Lámpara de la luz, rayo que manifiesta el sol, mensajero del Dios Verbo, paraninfo del esposo”. Varias veces los textos litúrgicos lo llaman “óptimo hijo y ciudadano del desierto”, mientras que la tradición monástica de Oriente y Occidente tendrá siempre gran estima por el Bautista en su dimensión de soledad y de ascesis en el desierto. Y aún en varios textos la liturgia presenta a Juan sirviéndose de imágenes por contraste: “Brote de la estéril, alba que anticipa el sol”.


El final de la esterilidad de Isabel es presentado como tipo y prefiguración de la fecundidad de la Iglesia; aquella dará a luz al Bautista, ésta da a luz a los hijos en el bautismo. El rol que los textos dan a Juan es el de intercesor ante Cristo, voz que lo anuncia, ángel que lo precede y prepara el camino; por eso, también la iconografía del Bautista muy frecuentemente lo presenta con las alas del ángel. Él es el ángel, el soldado que precede al rey, como lo canta Casiana en el oficio vespertino de la fiesta: “Precediendo como soldado al rey celestial, realmente allana los senderos de nuestro Dios, hombre por naturaleza pero ángel en cuanto al modo de vida; abrazadas la castidad perfecta y la templanza, las poseyó según naturaleza”.


Diversos troparion ponen en paralelo, con un fin claramente cristológico, el nacimiento del Bautista y el nacimiento de Cristo, nacimiento de la voz y nacimiento del Verbo, nacimiento de una estéril y nacimiento de una Virgen; el del Bautista no ocurre sin concurso humano, mientras que el de Cristo ocurre de la Virgen sin concurso humano: “Celebramos al precursor del Señor, que Isabel ha dado a luz como madre estéril, pero no sin semilla: Cristo sólo, de hecho, ha atravesado una tierra no transitable y sin semilla. A Juan lo ha generado una estéril pero no sin hombre lo ha dado a luz; a Jesús lo ha dado a luz una Virgen pura, cubierta con la sombra del Padre y del Espíritu de Dios”.


El ícono de la fiesta retoma el del nacimiento de la Madre de Dios, y con muchas semejanzas el del nacimiento de Cristo. En la parte superior, Isabel está tendida en el lecho, después de haber dado a luz al niño, en la misma disposición que Ana en el ícono del nacimiento de María, y de ésta en el ícono del nacimiento de Cristo. Las tres mujeres en los tres íconos son símbolo de la fecundidad de la Iglesia por medio del bautismo. En el ángulo inferior vemos diversas mujeres que lavan al recién nacido, escena que encontramos también en los íconos de los nacimientos de María y de Cristo. En los tres, el recién nacido es lavado en una jofaina, con una simbología ligada al bautismo.


En un ángulo, Zacarías escribe en una tablilla el nombre del recién nacido, Juan. También Joaquín y José ocupan un ángulo en los íconos del nacimiento de María y de Cristo, el primero en una actitud de contemplación del misterio y el segundo representando en sí mismo el asombro de la humanidad frente al misterio de la encarnación. Aquel que es “profeta de Dios y precursor de la gracia”, que anuncia y precede el don de Cristo, lo celebramos hoy en el misterio del nacimiento de una pareja de ancianos, avanzados en los años pero hechos fecundos por la gracia del Espíritu, que de la vejez y de la esterilidad hace fructificar la verdadera alegría.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 22 de junio de 2009

Clarificaciones doctrinales en Estados Unidos

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La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ha publicado una Nota que clarifica algunas ambigüedades en torno al documento “Reflexiones sobre la alianza y la misión”. El blog Rorate Coeli señala los párrafos más significativos, de los cuales presentamos esta traducción.

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Comité de Doctrina y Comité sobre Asuntos Religiosos y Ecuménicos, Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (USCCB)


Nota sobre las ambigüedades contenidas en “Reflexiones sobre la alianza y la misión”


Junio 18, 2009


2. Dado que “Reflexiones sobre la alianza y la misión” no es una declaración oficial de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, no fue sujeto del mismo proceso de revisión que se lleva a cabo con los documentos oficiales. En los años que siguieron a su publicación, sin embargo, algunos teólogos, incluso católicos, han tratado el documento como un documento de autoridad. Esto trajo problemas, porque la sección que representa al pensamiento católico contiene algunas afirmaciones que no son lo suficientemente precisas, y son potencialmente desorientadoras. “Reflexiones sobre la alianza y la misión” no debe ser tomado como una presentación autorizada de la enseñanza de la Iglesia. En orden a evitar cualquier confusión, el Comité de Doctrina y el Comité sobre asuntos religiosos y ecuménicos de la USCCB han decidido señalar algunas de estas ambigüedades y ofrecer las correspondientes clarificaciones.


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8. “Reflexiones sobre la alianza y la misión” declara correctamente que la Iglesia “siempre debe evangelizar y siempre debe dar testimonio de su fe en la presencia del Reino de Dios en Jesucristo, a los judíos y a todos los demás pueblos”. También afirma correctamente que la Iglesia respeta la libertad religiosa tanto como la libertad de conciencia, y que aunque la Iglesia no tiene una política que señala en particular a los judíos como pueblo para la conversión, siempre dará la bienvenida a “cada individuo que se convierta, de cualquier tradición o pueblo, incluyendo al pueblo judío”. Este centrarse en el individuo, sin embargo, no alcanza a dar cuentas de la enseñanza completa de San Pablo acerca de la inclusión del pueblo judío, en su totalidad, en la salvación de Cristo. En Romanos 11, 25-26, explica que cuando “haya entrado la totalidad de los paganos… todo Israel será salvado”. Él no especifica cuando tendrá lugar esto, ni como ocurrirá. Esto es un misterio que espera su cumplimiento. Sin embargo, San Pablo nos dijo que aguardemos con deseo la inclusión de todo el pueblo de Israel, que traerá una gran bendición para al mundo (Rom 11, 12).


9. “Reflexiones sobre la alianza y la misión”, sin embargo, hace dudosa incluso la posibilidad de la conversión individual, con una nueva afirmación que implica que en general no es bueno que los judíos se conviertan, ni que los católicos hagan nada que pueda llevar a los judíos a la conversión porque esto amenaza con eliminar “el distintivo testimonio judío”: “Su testimonio [el del pueblo judío] del Reino, que no se originó en la experiencia de la Iglesia de Cristo Crucificado y Resucitado, no debe ser reducido buscando la conversión del pueblo judío a la cristiandad”. En esto debe introducirse una advertencia, dado que esta línea de razonamiento puedo llevar a algunos a concluir, erróneamente, que los judíos tienen la obligación de no hacerse cristianos, y que la Iglesia tiene la correspondiente obligación de no bautizar a los judíos.


Conclusión:


10. Con San Pablo, reconocemos que Dios no lamenta, ni se arrepiente, ni cambia de parecer acerca de “los dones y el llamado” que Él ha dado al pueblo judío (Rom 11, 29). Al mismo tiempo, también creemos que el cumplimiento de las alianzas y, de hecho, de todas las promesas de Dios a Israel, se encuentra sólo en Jesucristo. Por gracia de Dios, el derecho a escuchar esta Buena Noticia pertenece a todas las generaciones. Cumpliendo el mandato dado por el Señor, la Iglesia, respetando la libertad humana, proclama en la caridad las verdades del Evangelio.


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Fuente: Rorate Caeli

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 21 de junio de 2009

La FSSPX y Roma

Rorate Caeli presenta un resumen, en inglés, de la entrevista concedida por monseñor Bernard Fellay al diario austríaco Die Presse.

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¿Cómo están los diálogos entre la SSPX y Roma, siendo que desataron una tormenta en enero?

Hemos ordenado nuestras ideas a principios de junio. La decisión del Papa sobre el modelo de las conversaciones será anunciada en los próximos días. Es cierto que se establecerá una comisión especial para las discusiones – con algunos teólogos de Roma y algunos de nuestros sacerdotes.

[...]

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El otro punto principal de atascamiento entre ustedes y Roma es el Rito Tridentino. Debido a la re-autorización de este Rito por parte del Papa, este punto, cuanto menos, se ha distendido grandemente. ¿Es esto suficiente, o hubieran esperado incluso más?

Estoy seguro que habrá más próximamente. No de nuestra parte, sino que para la misma Roma la situación litúrgica debe mejorar. Eso vendrá.

[...]

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En una reconciliación con Roma, probablemente necesitarán hacer algún tipo de declaración de fidelidad. ¿Pueden hacer esto si la Iglesia no regresa, en todos los puntos, a “vestirse” con las prendas previas al Vaticano II?

Yo diría que sí: si los principios católicos han sido clarificados, incluso si no todo se ha resuelto, entonces es posible. Hay una cuestión muy práctica, que ahora es evidente y es la siguiente: ¿cómo somos aceptados? Existe un bloqueo muy agudo. Al presente, esto nos frena para seguir adelante. Si vemos tanta oposición, simplemente decimos: bueno, aún esperaremos un poco.

[...]

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¿No sería prudente suspender las ordenaciones en orden a mejorar el clima?

El problema existe sólo en Alemania. En Roma, hay simpatía por estas ordenaciones, incluso si dicen que son ilícitas, o no conformes con el derecho canónico. Nos han dicho que estamos en un estado intermedio, en el que podemos hablar de paz, y en el que Roma también puede observarnos. No tendríamos nada en contra de que Roma nos enviase un observador. Lo hemos ofrecido, pero quizá no con la suficiente claridad.

[...]

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Entonces, ¿ustedes no reconocen que el Papa haya repudiado sus actos?

Eso sería una mala interpretación del evento. Esto no es un acto hostil. Le he escrito al Papa y le he pedido que considere estas ordenaciones no como una rebelión, sino como un paso de supervivencia en estas circunstancias difíciles y complejas.

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Como quiera que interpreten las ordenaciones, el Papa queda, por lo menos, en una situación incómoda.

Entiendo bien eso. Esta situación es incómoda para todos. Quiero repetirlo: este problema es consecuencia de diferentes corrientes en la Iglesia, que difícilmente pueden soportarse mutuamente. Este problema, en definitiva, sólo puede ser resuelto por el Papa. Pero no estoy seguro si puede ser resuelto.

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¿Qué es de Monseñor Williamson?

Está en Londres. Reza, estudia, nada más.

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¿Ven un término previsible para este exilio interno?

No lo veo. Todo el asunto depende de él.

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Probablemente les gustaría que tomara una mayor distancia de su negación del holocausto.

Si tales declaraciones se repitiesen, sería insostenible.

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Fuente: Rorate Caeli

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 20 de junio de 2009

La verdad de la fe puede ser perdida, adulterada, contaminada

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Ofrecemos nuestra traducción de la homilía que el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Papa Benedicto XVI, pronunció al comenzar la reunión pastoral con los obispos de Austria, realizada en el Vaticano los días 15 y 16 de junio.

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Queridos y venerados Hermanos,


Al inicio de una reunión pastoral que examinará la realidad de una Iglesia particular, estamos reunidos en torno al altar del Señor en este lugar donde todo nos habla de fe en Cristo y de servicio a su Iglesia. Nos hemos puesto juntos a la escucha de la Palabra de Dios, en la consoladora certeza de que de aquí podemos sacar todo aquello que necesitamos para nuestro ministerio y también para afrontar las dificultades que comporta. Es motivo de alegría y de reconocimiento pensar que el Santo Padre quiera tomar cuidado de una Iglesia particular – como el pastor que se preocupa de una oveja – para conocer bien la situación, profundizar los problemas y las potencialidades espirituales, rezar juntos pidiendo luz y fuerza al Espíritu Santo, sugerir los remedios necesarios y orientar el camino. Desde aquí, de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, nosotros tomamos la verdad y la fuerza de la comunión. También los santos Apóstoles Pedro y Pablo vigilan sobre este encuentro, y su asistencia espiritual es invocada precisamente a partir de la Liturgia que estamos celebrando. De san Pedro y de su intercesión nos habla el ambiente mismo en donde nos encontramos, junto a su Sepulcro; mientras que a san Pablo nos refieren las oraciones y las lecturas bíblicas, propias de la Misa votiva del Apóstol de los gentiles. Y es esta elección litúrgica la que me sugiere una primera consideración de fondo.


Cuando el Santo Padre Benedicto XVI inauguró el Año Paulino, que ya se acerca a su conclusión, ofreció a la Iglesia universal una multiforme riqueza, de la que nos damos cuenta cada vez más con el pasar de los meses. Uno de esos dones, que considero particularmente precioso también para vuestra presente reunión, es éste: pensar en San Pablo, confrontarse con su carisma y su extraordinario testimonio, ayuda a cada comunidad eclesial, a cada cristiano, a despertar en sí el fervor de la misión, de modo que los problemas, las dificultades, los límites, aún permaneciendo como son, son vistos y vividos dentro de una perspectiva distinta, como bajo la acción de un soplo vital que es el Espíritu animador de la Iglesia. San Pablo nos ayuda particularmente a nosotros, los Pastores, a renovar nuestro fervor apostólico, la sensibilidad al valor sobrenatural de nuestro ministerio. Releyendo y meditando las Cartas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo toda la Iglesia fue entonces fuertemente edificada por el testimonio de Pablo y sus ejemplos, se sintió fortalecida por el impulso apostólico que surge de la caridad de Cristo y del poder de su resurrección. Es lo que nos sucede hoy, en esta Liturgia: nos confiamos a la fuerza de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo, tras el ejemplo de Pablo y de sus compañeros de misión.


En el Evangelio, hemos vuelto a escuchar las palabras de Jesús Resucitado, que dice a los Apóstoles: “Id… predicad” (Mc. 16, 17-18). El Señor promete que la misión estará acompañada, para cuantos reciban la Buena Noticia, por algunos “signos”, que manifiestan su señorío sobre el mal: demonios, serpientes y venenos no tendrán poder sobre los creyentes (cfr. Mc. 16, 17-18). Esto hace pensar en las pruebas y en las insidias que la Iglesia encuentra y encontrará siempre durante su peregrinación terrena. Las comunidades cristianas, como los judíos en el éxodo a través del desierto, se encuentran afrontando peligros y tentaciones de diversos géneros. Algunos provienen del exterior pero otros – particularmente dolorosos y dañinos – del interior. También de esto encontramos múltiples testimonios en el Nuevo Testamento. San Pablo mismo ha debido hacer frente a muchos problemas que surgían del interior de las comunidades por él fundadas, y en cada situación ha hablado y actuado con la fuerza que le venía del Señor resucitado y de su Espíritu Santo, animado siempre y solamente por la pasión por la verdad y por la comunión, por el amor por Cristo y por su cuerpo que es la Iglesia.


En san Pablo nos impresiona, además, la seguridad con la que afirma haber hecho siempre todo lo que estaba en su poder para cumplir fielmente la misión y por el bien de la Iglesia. Lo vemos en el texto de la Segunda Carta a Timoteo que constituye la primera lectura de hoy, pero también en el discurso de despedida a los ancianos de Éfeso que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles (20, 18-25). No se trata, naturalmente, de una confianza en sí mismo y en las propias capacidades: de esto Pablo está, por así decir, inmunizado a partir de su conversión. Justamente y solamente porque todo para él y en él se ha convertido en “gracia”, es que puede “jactarse” de lo que la cruz de Cristo obra en su vida y en su ministerio.


Quisiera destacar brevemente dos cosas, queridos Hermanos. La primera es el hecho de que el Apóstol diga: al fin de la vida, después de tanto trabajo por el Evangelio, “he conservado la fe” (2 Tm. 4, 7). Nos podría sorprender pero nos hace reflexionar: la fe es el don más precioso y nunca es adquirido de una vez para siempre. La fe se puede perder en cualquier edad y condición de vida. O más bien, se puede perder la verdad de la fe, adulterándola, contaminándola, confundiéndola – casi sin darse cuenta – con otra cosa, con certezas – o incertidumbres – humanas, que toman el lugar de la fe en Cristo y en su Palabra. La segunda reflexión se refiere a la perspectiva escatológica: Pablo no ha ahorrado energías en el trabajo pastoral pero su “carrera” siempre ha apuntado más allá, hacia la meta última. Lo escribe a los Filipenses (3, 12-14), en términos muy similares, y lo dice aquí, a Timoteo. El Apóstol tiene la clara conciencia de que su único verdadero juez es el Señor y que a Él deberá rendir cuentas. Los tribunales humanos hacen su parte pero la instancia decisiva es la de Cristo, que es justo y dará a cada uno según sus obras. También esta actitud espiritual de san Pablo es para nosotros un saludable recordatorio: a no perder nunca, en los acontecimientos y cuestiones de este mundo, el horizonte supremo, el horizonte de Dios.


Queridos y venerados Hermanos, dejemos que esta divina Palabra ilumine y conforte nuestros corazones. Invoquemos con confianza al Espíritu Santo para que, mediante el encuentro de estos días, ayude a la Iglesia, particularmente a la Iglesia que está en Linz, a caminar en la verdad y en la caridad. Nos lo obtenga la intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia, de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y de los santos Patronos de la Diócesis de Linz.

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Texto original: Sitio de la Santa Sede


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 19 de junio de 2009

ANNUS SACERDOTALIS

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Annus Sacerdotalis

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AÑO SACERDOTAL

19 de junio de 2009 - 19 de junio de 2010

"Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote"


Convocado por Su Santidad Benedicto XVI

con ocasión del 150º aniversario del dies natalis de San Juan María Vianney

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- Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI a los sacerdotes para la convocación del Año Sacerdotal.


- Decreto de la Penitenciaría Apostólica concediendo indulgencias para el Año Sacerdotal.


- Carta del cardenal Claudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, a los sacerdotes.


- Carta del arzobispo Mauro Piacenza, Secretario de la Congregación para el Clero, a los sacerdotes.


- Discurso del Papa Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero.

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Sitio oficial del Año Sacerdotal preparado por la Congregación para el Clero


Sección dedicada al Año Sacerdotal del sitio de la Santa Sede

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Oración por la santificación de los sacerdotes (del Papa Pío XII)


Oh Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor, Fuente de vida, que por singular generosidad de tu dulcísimo Corazón nos has dado nuestros sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que tu gracia inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa.

Sé en ellos, oh Jesús, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que tu palabra, rayo de la eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas.

Concédeles, oh Señor, desprendimiento de todo interés terreno y que sólo busquen tu mayor gloria. Concédeles ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia hasta el postrer aliento. Y cuando con la muerte del cuerpo entreguen en tus manos la tarea bien cumplida, dales, Jesús, Tú que fuiste su Maestro en la tierra, la recompensa eterna: la corona de justicia en el esplendor de los santos. Amén.

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jueves, 18 de junio de 2009

Aprobado el milagro para la beatificación del Cardenal Newman

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Gracias a nuestro amigo Juanjo Romero, blogger de De Lapsis, hemos tenido conocimiento de la feliz noticia, difundida por medios ingleses,  de que los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos han aprobado, el pasado 2 de junio, el milagro necesario para la beatificación del Cardenal John Henry Newman.


Luego de la aprobación de la comisión médica (realizada el 24 de abril de 2008) y de la comisión teológica (el 28 de marzo de 2009), este era el último paso necesario antes de la presentación del milagro al Santo Padre Benedicto XVI quien, probablemente en poco tiempo, firmará el decreto con el reconocimiento del milagro atribuido a la intercesión del cardenal inglés. Luego del decreto de Su Santidad, se establecerá la fecha y el lugar de la ceremonia de beatificación (mientras algunos hablan de Londres, otros sostienen que podría ser en Roma).


Ha sido Jack Sullivan, diácono de la Arquidiócesis de Boston, quien invocó al Venerable Siervo de Dios y fue sanado de una grave enfermedad de la columna vertebral que le impedía caminar.


Pidamos al Señor que, una vez que el Papa  firme el correspondiente decreto, la beatificación del Cardenal Newman traiga grandes frutos espirituales para toda la Iglesia, que conceda fuerza a tantos cristianos anglicanos que desean seguir sus pasos en el camino que los lleva a Roma y que, como decía Juanjo hace algunos meses, acompañe a tantos clérigos y religiosos en el trayecto que va "desde el liberalismo teológico a la plena comunión con la Iglesia".

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Profundizar en la identidad sacerdotal

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“El año sacerdotal ha sido una feliz intuición del Papa Benedicto XVI, a la que nuestro dicasterio se ha asociado prontamente poniéndose a completa disposición para que sea un período fuerte para la renovación espiritual de todo el clero y de toda la Iglesia”. El cardenal brasileño Claudio Hummes, prefecto de la Congregación para el Clero – 74 años, franciscano, anteriormente arzobispo de San Pablo – está particularmente satisfecho por la buena recepción que la iniciativa pontificia ha encontrado en el mundo eclesial y también en los medios de comunicación social católicos. Avvenire lo ha entrevistado en la vigilia de la solemne inauguración que será presidida el viernes por el Papa.

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Eminencia, ¿por qué celebrar un Año Sacerdotal?


El motivo ocasional ha sido el 150º aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, figura ejemplar de sacerdote, que desde hace mucho tiempo es patrono de los párrocos y que probablemente el Papa proclamará patrono de todos los sacerdotes. Pero hay también un motivo más profundo: la exigencia de estimular ulteriormente la espiritualidad de los sacerdotes en el mundo de hoy. Un mundo determinado por una cultura postmoderna, secularizada, relativista, laicista, que no ama la religión y que, más bien, quisiera relegarla a la esfera privada. Y los sacerdotes de hoy deben vivir esta nueva situación que tal vez es menos fácil que la de otros tiempos. Y, en este panorama, el sacerdote debe redescubrir el propio rol misionero. No se trata de demonizar esta nueva cultura añorando un mundo que ya no está o soñando un futuro que no existe. También esta cultura debe ser evangelizada. Y éste es el tiempo que se nos ha dado. El motivo del Año Sacerdotal es, por lo tanto, ayudar a nuestros sacerdotes a afrontar los desafíos que impone este mundo. Pero hay también otro motivo por el que ha sido convocado.

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¿Cuál?


En los últimos años, la prensa mundial ha dado un relieve realmente excepcional a los delitos cometidos por sacerdotes, como la pedofilia, y a las debilidades concernientes a la falta de observancia del celibato. Estas cosas han ocurrido. Y quien se ha manchado por crímenes, es justo que sea sometido a la justicia eclesiástica y civil. Es decir, debe ser juzgado y castigado, según las leyes vigentes. Pero está bien recordar que estos tristes casos conciernen a una parte realmente mínima de los sacerdotes. Verdaderamente se trata de algunos puntos en porcentaje, no más. Mientras que la mayoría, la grandísima mayoría, vive fielmente el propio ministerio, desarrollando también un precioso servicio a la sociedad en campos como la educación, la asistencia, la ayuda a los pobres. Y esto hay que decirlo en alta voz. El Año sacerdotal debe servir también para esto. Alentar a los sacerdotes y animarlos a continuar en su servicio por la Iglesia y por toda la humanidad.

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¿Y cómo?


Siempre es necesario que cada sacerdote pueda vivir continuamente el encuentro personal con Jesucristo, en la Palabra de Dios y en la Eucaristía. Sólo de este modo el sacerdote puede afrontar los desafíos del mundo y ser testigo creíble del Evangelio. Para obtener esta gracia, es siempre necesario rezar por los sacerdotes y con los sacerdotes. Igualmente necesario es profundizar la identidad sacerdotal, que no es la de los laicos. Los laicos son importantísimos pero no pueden sustituir a los sacerdotes.

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¿Cómo trabajará concretamente la Congregación para este Año sacerdotal?


En nuestro sitio, www.clerus.org, pondremos a disposición numerosos textos que pueden ser de ayuda. Es un instrumento realmente precioso. Los sacerdotes podrán encontrar los tesoros litúrgicos y patrísticos de la Iglesia y también contribuciones de expertos del mundo de hoy. Pero es importante que también las Conferencias episcopales, las diócesis y las parroquias no esperen desde lo alto documentos o indicaciones sino que localmente celebren y sientan como propio este Año sacerdotal.

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¿Cuáles serán los “momentos fuertes”?


Ciertamente lo será la inauguración, con las Vísperas del viernes. Otro momento particularmente solemne será la celebración de clausura, en la solemnidad del Sagrado Corazón del 2010. En aquella ocasión, se celebrará en Roma un Encuentro mundial de los sacerdotes. Entre estos dos eventos, habrá otras iniciativas señaladas vez por vez.

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¿Es más grave la falta de clero que se registra en no pocas zonas de la catolicidad o las dificultades que los sacerdotes encuentran a veces al vivir el ministerio?


Los números son importantísimos. Hay zonas en las que se asiste a un dramático decrecimiento del número de sacerdotes, como en Europa y en el mundo occidental. Esperamos y rezamos para que el Señor no haga faltar operarios en estas partes de su Viña.

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Pero más importante aún es el modo en que el sacerdote vive la propia condición…


En su gran mayoría, los sacerdotes están contentos por su vida. Pero no falta quien vive dificultades. Es importante que los sacerdotes vivan alegremente el propio ministerio. Cuando los sacerdotes están felices, toda la comunidad lo advierte y también las vocaciones pueden florecer más fácilmente. Aún siendo cierto que el Señor puede suscitar – y suscita- llamadas a la vida sacerdotal incluso en las situaciones más difíciles e impensadas.

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Recientemente, se han publicado nuevas disposiciones para reducir al estado laical a los sacerdotes que, de hecho, abandonan el sacerdocio. ¿Es un fenómeno en crecimiento?


Es un problema que se remonta a los años sucesivos al Concilio. Al respecto, no tenemos estadísticas completas. Estas últimas disposiciones no quieren tener una connotación punitiva sino que, más bien, son un instrumento de misericordia para readmitir a pleno título en el cuerpo eclesial a aquellos sacerdotes que se han alejado de su ministerio y que, por diversas razones, no han pedido la dispensa o la dimisión del estado clerical. Es necesario recordar siempre que la ley suprema de la Iglesia, también en las normas canónicas, es la salvación de las almas, aún cuando por parte de los beneficiarios de las disposiciones por usted citadas no haya siempre buena voluntad.

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¿Cómo ve el estado de las relaciones entre obispos y sacerdotes?


Considero que la preocupación por el propio clero debe ser una prioridad absoluta para un obispo. Porque un obispo sin sus sacerdotes no puede hacer mucho y es como un hombre sin miembros. La Iglesia camina con los pies de los sacerdotes. Ellos están en la primera línea. Si se frenan, la Iglesia va más lenta. Si se debilitan espiritualmente, la Iglesia se debilita. Por eso, entre los obispos y el clero debe haber una comunión afectiva y efectiva. Y el obispo debe seguir con atención y cuidado paterno al propio clero y a cada sacerdote personalmente.

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¿Y cómo pueden los laicos ayudar a los sacerdotes?


Los laicos deben ayudar a sus sacerdotes humanamente y espiritualmente. Deben confortarlos con su estima, con su afecto, con su consideración, porque a todo hombre le gusta ser bien considerado por quienes están cerca de él. Y los sacerdotes no son superhombres. Y, por lo tanto, los laicos deben rezar por los propios sacerdotes, por su santificación. Esto es importante también para suscitar nuevas vocaciones. Porque si en una parroquia hay un sacerdote feliz, entonces los jóvenes ven en él un modelo y la llamada del Señor encuentra así un terreno más fértil para ser recibida.

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Fuente: Avvenire


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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