domingo, 31 de enero de 2010

Reavivar el sentido litúrgico en la vida de la Iglesia

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Benedicto XVI celebrando la Santa Misa

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Ofrecemos este artículo del Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que ha sido recientemente publicado en la edición española de L’Osservatore Romano pero que, en general, ha pasado desapercibido. En el mismo, que realmente puede ser considerado programático, el purpurado habla de la urgente necesidad de una educación litúrgica en toda la Iglesia y menciona que su dicasterio está trabajando “como en una especie de silencio de Nazaret”.

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Se ha cumplido un año del encargo que recibí como prefecto de la Congregación para el culto divino. No es la hora de hacer ningún balance. Este tiempo -todo lo que en él ha acaecido- me ha confirmado en la necesidad apremiante que hay de que la santa liturgia sea en nuestros días el centro y el corazón de la vida de la Iglesia; que sea, como corresponde a su misma naturaleza, en expresión del Vaticano II, «fuente y culmen de la vida cristiana».


Reavivar el espíritu y el verdadero sentido de la liturgia en la vida de la Iglesia, de todos los fieles, es un desafío y cometido principal siempre, pero aún más en estos momentos. Es urgente, en efecto, que se reavive el genuino y verdadero sentido de la liturgia, porque es algo que está en la misma entraña del ser y de la vida de la Iglesia: la liturgia es culto a Dios, instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de su transmisión. En ella se abren las puertas del cielo y los fieles entran en comunión con la santa e indivisible Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia es también anticipación de la bienaventuranza final y de la gloria celeste a la que estamos llamados, objeto y meta de la esperanza más grande.


Siempre, pero más todavía, si cabe, en estos momentos de la historia en los que padecemos una tan profunda crisis de Dios en el mundo y una secularización interna de la Iglesia tan fuerte, al menos en Occidente, el reavivar y fortalecer el sentido y el espíritu genuino de la sagrada liturgia en la conciencia y vida de la Iglesia es algo prioritario que apremia como ninguna otra cosa.


La Iglesia, las comunidades y los fieles cristianos tendrán vigor y vitalidad, vivirán una vida santa, serán testigos vivos, valientes, fieles e incansables anunciadores del Evangelio, si viven la liturgia y si viven de ella, si beben de esta fuente y se alimentan de ella, porque así vivirán de Dios mismo, y de su gracia, que es en Quien radica la santificación, la fuerza, la vida, la capacidad y valentía evangelizadora, toda la aportación de la Iglesia a los hombres y al futuro de la humanidad. El futuro del hombre está en Dios: el cambio decisivo del mundo está en Dios -nada más que en Dios- y en su adoración verdadera. Y ahí está la liturgia.


La liturgia nos remite a Dios; el sujeto de la liturgia es Dios, el Padre; es Cristo, el Hijo de Dios vivo; es el Espíritu Santo, que nos introduce en el misterio de Dios y nos santifica, nos hace ser hombres nuevos, hijos suyos, conforme a su voluntad creadora y redentora. El sujeto de la liturgia, como de toda la obra de la salvación, no somos nosotros.


Liturgia significa, ante todo, hablar de Dios, presencia y acción de Dios: reconocer a Dios en el centro de todo, de quien nos viene todo bien; es glorificar a Dios, dejar que Dios actúe y obre su salvación, nos renueve y santifique. La constitución sobre la sagrada liturgia del concilio Vaticano II enseña que el fin de la celebración litúrgica es la gloria de Dios y así la salvación y santificación de los hombres. En la liturgia, «Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados» (Sacrosanctum Concilium, 7); y no olvidemos, por lo demás, que son los santos, santificados por Él, los verdaderos adoradores de Dios, los más y profundos reformadores del mundo, testigos del mundo futuro que no perece.


Como recordaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger, el hecho, mirado retrospectivamente, de que la constitución Sacrosanctum Concilium se colocase al comienzo del Vaticano II tiene el sentido preciso de que en el principio «está la adoración. Y, por lo tanto, Dios. Este principio corresponde a las palabras de la Regla benedictina: Operi Dei nihil praeponatur». La Iglesia, por naturaleza, deriva de su misión de glorificar a Dios y, por ella, está irrevocablemente ligada a la liturgia, cuya sustancia es la reverencia y la adoración a Dios, el Dios que está presente y actúa en la Iglesia y por ella.


Una cierta crisis que ha podido afectar de manera importante a la liturgia y a la misma Iglesia desde los años posteriores al Concilio hasta hoy se debe al hecho de que frecuentemente en el centro no está Dios y la adoración de Él, sino los hombres y su capacidad «hacedora». «En la historia del posconcilio ciertamente la constitución sobre la liturgia no fue entendida a partir de este primado fundamental de Dios y de la adoración, sino como un libro de recetas sobre lo que podemos hacer con la liturgia. Sin embargo, cuanto más la hacemos nosotros y para nosotros mismos, tanto menos atrayente es, ya que todos advierten claramente que lo esencial se ha perdido» (J. Ratzinger). Cuando esto sucede, es decir, cuando se pretende que la liturgia la hacemos nosotros, en el fondo sólo nosotros, y esto se impone, entonces los fieles y las comunidades se secan, se debilitan y hasta languidecen.


En definitiva, si queremos una Iglesia presente en el mundo, renovándolo y transformándolo conforme al querer de Dios, tal y como señala emblemáticamente la Gaudium et spes y el magisterio social de la Iglesia, es preciso que, primero y por encima de todo, sea una Iglesia que viva de Dios y de cuanto de Él viene, es decir, de cuanto entraña y acontece en la liturgia de la Iglesia. Es lo que nos enseña y recuerda la Sacrosanctum Concilium.


Por ello, de lo que se trata en los momentos que vivimos, lo más urgente sin duda, es promover y reavivar un nuevo impulso litúrgico que haga revivir la verdadera herencia del concilio Vaticano II y de aquel gran movimiento litúrgico del siglo XIX y primera mitad del XX, en la mente de todos, que desembocó y fecundó la Iglesia en el Vaticano II.


Tenemos necesidad -sin duda una grandísima necesidad- de este nuevo. impulso. Así  lo ve con una lucidez y claridad meridiana un hombre tan providencial de nuestros días, testigo de la esperanza «grande» y comprometido como pocos en hacer posible que surja con fuerza una humanidad nueva hecha de hombres nuevos, así como una nueva cultura y un mundo nuevo, dignos del hombre: el Papa Benedicto XVI. Él está haciendo de la liturgia uno de los distintivos más ricos y esperanzadores de su pontificado. En plena conformidad con nuestro Papa sentimos y tenemos la necesidad y el deber de conducir la liturgia hacia una renovación profunda y verdaderamente conciliar.


El Papa, a través de sus escritos, sobre todo de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis y de sus gestos, aprecia y valora profundamente el camino genuino de la reforma conciliar, y trata de conducir a toda la Iglesia hacia un profundo redescubrimiento de la liturgia en fidelidad a las fuentes conciliares, en continuidad con la gran Tradición de la Iglesia e intenta enriquecerla con los tesoros y rica herencia de esa Tradición. Incluso liberarla de introducirse, por una u otra causa, bajo el influjo de una mentalidad que no ha interpretado bien el Concilio dentro de la «hermenéutica de la continuidad», y así lo ha empobrecido u oscurecido.


El Papa Benedicto XVI, antes de serlo, ha hablado de todo un proceso educativo que debiera conducir, en toda la Iglesia, al «culto razonable» a Dios (cf. Rm 12, 1). «Es urgente una vuelta al espíritu de la renovación litúrgica; no necesitamos nuevas formas para derivar cada vez más hacia lo externo, sino formación y reflexión, esa profundización mental sin la cual cualquier celebración degenera en exterioridad rápidamente» (J. Ratzinger).


La obra del Papa actual ha seguido, está siguiendo, ese mismo proceso educativo que él pide, de ir al «espíritu» de la liturgia para superar de este modo un pensamiento extrinsecista acerca de ella, que parece predominar en algunos ámbitos, y que ya denunciaba en su tiempo Pío XII, en su gran encíclica «litúrgica» Mediator Dei, al señalar que «no tienen noción exacta de la sagrada liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos».


Es indudable que una profundización y una renovación de la liturgia era necesaria; y así lo vio la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, en el Vaticano II. Pero, con frecuencia no ha sido una operación perfectamente lograda con toda la hondura y alcance que el Concilio reclamaba. Una buena parte, de hecho, de la constituciónSacrosanctum Concilium parece que todavía no ha entrado plenamente en el corazón del pueblo cristiano, sobre todo el llamado «espíritu» de la liturgia. Ha habido un cambio en las formas, pero tal vez no se ha dado suficientemente una honda y verdadera, o al menos suficiente, renovación, como pedían los padres conciliares, animados por el Espíritu de la verdad que alienta a la Iglesia.


A veces se ha cambiado por el simple gusto de cambiar respecto de un pasado percibido como totalmente negativo y superado, concibiendo la forma como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la Tradición. No se puede abandonar la herencia histórica de la Iglesia, su gran Tradición, y establecer todo ex novo; tal comportamiento sería como quitar la tierra debajo de los pies. El propio Vaticano II se ha leído por muchos en una clave diferente a una genuina hermenéutica del mismo que, como ha señalado el Papa Benedicto XVI, no puede ser otra que una hermenéutica de la continuidad. Desde ésta se pueden, además, abrir los tesoros de la liturgia a todos los fieles, posibilitándole descubrimiento de los tesoros del patrimonio litúrgico de la Iglesia a quienes lo desconocen todavía.


Para impulsar una renovación profunda de la liturgia y una revitalización vigorosa de la misma en la vida de la Iglesia, tal y como el Vaticano II, asistido por el Espíritu Santo, indica y reclama, es preciso recurrir hoy a las enseñanzas lúcidas del Papa, obviamente en cuanto Papa, pero también, y no menos, debemos recurrir a sus enseñanzas anteriores como profesor, pastor, arzobispo y prefecto, que ha tratado tantas veces y con tan diferentes motivos de la liturgia. (La publicación de sus obras completas, de las que el primer volumen aparecido en alemán ha querido él mismo -todo un signo- que sea el que recoja sus escritos litúrgicos, ayudará, sin duda mucho, a recuperar hoy con fuerza el sentido y espíritu de la santa liturgia).


El punto de vista teológico es el que prima en el punto de mira y en la enseñanza del Papa; y aquí radica también su máximo interés, porque sin una fundamentación teológica, sin una base de una buena teología litúrgica, cristológica y eclesiológica inseparablemente unidas, no se llevará adelante la tan necesaria y urgente revitalización de la liturgia en la vida del pueblo de Dios. El Papa va al fondo y a lo esencial de la cuestión litúrgica; así, dice y pone por escrito aquello que considera la esencia de la sagrada liturgia, es decir, aquello que no se puede perder, aquello a lo que no se puede en modo alguno renunciar. Él, como sabemos, se preocupa muy mucho de exponer una y otra vez cuál es la verdadera esencia de la liturgia como lugar y acontecimiento absolutamente central en la Iglesia y como enteramente irrenunciable para el hombre.


El Papa, además, es muy consciente de que es en el ámbito litúrgico donde se puede observar y conservar con más nitidez la continuidad de la gran Tradición -también donde puede darse su ruptura más grave y profunda-. Esto, además, es fundamental en nuestros días, en los que la urgencia máxima de la Iglesia es la transmisión -traditio- de la fe, para que el mundo crea, se salve y tenga futuro y camine en esperanza. Su reflexión, como todo su quehacer teológico y magisterial, por otra parte, no se realiza en abstracto, sino que tiene muy presente la historia así como situaciones reales del desarrollo concreto de la liturgia y de cómo se actúa, en muchas ocasiones, desfigurando la verdad de la liturgia.


Pero además, como él mismo lo reconoce y confiesa en su propia autobiografía: «Así como había aprendido a comprender el Nuevo Testamento como alma de toda la teología, del mismo modo entendí la liturgia como el fundamento de la vida, sin la cual ésta acabaría por secarse. Por eso, consideré, al comienzo del Concilio, el esbozo preparatorio de la constitución sobre la liturgia que acogía todas las conquistas esenciales del movimiento litúrgico como un grandioso punto de partida para aquella asamblea eclesial. No era capaz de prever que los aspectos negativos del movimiento litúrgico volverían con mayor fuerza, con serio riesgo de llevar directamente a la autodestrucción de la liturgia» (J. Ratzinger). Tan en su entraña lleva el Papa la liturgia que, en su misma autobiografía, llega a decir algo que nos da la clave de cómo la liturgia, desde niño, ha estado en su experiencia humana más rica y profunda hasta hoy: «La inagotable realidad, dice, de la liturgia católica, me ha acompañado a lo largo de todas las etapas de mi vida; por este motivo, no puedo dejar de hablar continuamente de ella» (J. Ratzinger).


Necesitamos, pues, imbuirnos del pensamiento y directrices del Papa en el campo de la liturgia y de su teología litúrgica para un nuevo impulso en el movimiento litúrgico, por tantos motivos apremiantes. El conocer y dar a conocer, estudiar y aplicar sus enseñanzas, su pensamiento, sus orientaciones es, a mi entender, una de las tareas y posibilidades que la providencia de Dios nos ofrece y abre en estos momentos tan necesitados, sobre todo, de Dios, para que el hombre no perezca. La Congregación para el culto divino está empeñada en propiciar y promover el estudio y la divulgación del pensamiento y la obra litúrgica de Benedicto XVI, entre sacerdotes y fieles, como aportación insustituible, en estos momentos, si queremos en verdad reavivar el genuino espíritu y significado de la liturgia.


Este estudio y difusión de las enseñanzas del Papa, leídas en el horizonte y óptica de la hermenéutica de la continuidad, junto con una nueva profundización y amplia divulgación de las claves y la doctrina de la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium -de la que, en el año 2013, celebraremos con acción de gracias, los cincuenta primeros años de su aprobación y promulgación-, habrán de encaminarse a suscitar un gran movimiento, nuevo y empeñado, de formación litúrgica -objetivo prioritario de la Congregación- tanto de los sacerdotes como de las personas consagradas, y de los fieles, a través de diversos medios y cauces.


Estoy convencido de que la promoción y la revitalización del sentido genuino de la liturgia no puede ser fruto de un cierto voluntarismo o de sólo una serie de medidas administrativas, disciplinares y pastorales, que por lo demás también habrán de tenerse en cuenta, sin duda; no se trata, sin más, de nuevos cambios o de introducción o supresión de signos, de formas o de usos, sino que, ante todo y sobre todo, se trata de impulsar una gran obra educativa interior, una «iniciación» cristiana, que lleve a descubrir y vivir la verdad de la liturgia, del culto divino católico auténtico de la Iglesia.


Esto implica y requiere, sin duda, muchas cosas, entre otras: el propiciar entrar «dentro» de la liturgia; y gozar y experimentar desde ese «dentro», desde su interior más propio, no desde fuera o desde la superficie externa, lo que es su naturaleza, su estructura más íntima, su singular belleza, y su lugar y significación en la vida de la Iglesia y de los fieles. Lo mismo que para contemplar, saborear y gozar de la belleza y de la riqueza tan grande, por ejemplo, de la catedral de Toledo hay que entrar dentro de ella y «descansar» en ella; también para saborear y gozar de cuanto acontece en la liturgia hay que entrar y estar «dentro» de la liturgia, vivirla, sumergirse en ella, sumergirse en el Misterio inefable que en ella acontece y se hace presente como don y gracia desbordantes. Y esto requiere una inmensa tarea de formación y una labor tendente a poder ofrecer a todos, en el acontecer mismo de la celebración, vivir la verdad y la belleza, el Misterio infinito de amor que en ella se hace presente. Es en lo que está trabajando, como en una especie de «silencio de Nazaret», la Congregación para el Culto: éste es, creo, su servicio a la Iglesia, el que debe empeñar y llenar todas sus energías.


Es preciso reconocer que todavía queda mucho por asimilar del Vaticano II en lo que se refiere a la liturgia, y no menos lo que se necesita asumir de la tradición litúrgica eclesial en su conjunto. La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del Misterio, de modo que la liturgia sea momento de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica vida espiritual, como adoración, la Iglesia podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a quien la ha perdido.


En las celebraciones hay que poner como centro a Jesucristo, presente y actuante en ellas, para dejarnos iluminar y guiar por Él. La liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar lo deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús, que  vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús nuestro Señor.


Para todo ello se requiere ese gran esfuerzo de formación que ha de ser impulsada y moderada de manera muy particular y principal por los obispos. Esta formación se orienta a favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación para vivirla en plenitud. Por tanto, se ha de promover una auténtica «mistagogia litúrgica».


Subrayo que, en esta formación, se trata de dos aspectos inseparables: un aspecto es la instrucción –fundamentalmente teológica y doctrinal- sobre la liturgia y sus ritos, la iniciación cristiana en cuanto de ellos se significa y en aquello que reclama de quienes participan en la liturgia; y el otro aspecto es la participación misma en la liturgia, verdaderamente viva conforme al sentir y pensar de la Iglesia. Esta formación litúrgica no sólo ha de ser una formación doctrinal, teológica, sobre la naturaleza y la verdad de la liturgia y de las acciones litúrgicas sino que, de manera muy principal, ha de comportar un cuidado exquisito de la vida litúrgica de las comunidades, de la celebración en sí misma, de modo que esta constituya el alma y el corazón de toda la vida de las mismas comunidades.


Para esta formación, además de la constitución Sacrosanctum Concilium, y del Catecismo de la Iglesia Católica –imprescindible instrumento para toda la formación cristiana en general, y en lo particular que se refiere a la liturgia-, así como de otras enseñanzas y directrices del Magisterio de la Iglesia sobre la divina liturgia, tan rico a raíz del Concilio hasta hoy, habrá que facilitar instrumentos y orientaciones para dicha formación para diferentes destinatarios y con distintos cauces; habrá también que enriquecer los Praenotanda con las enseñanzas de los últimos Papas, de los Sínodos y la experiencia de lo acaecido durante las últimas décadas en la Iglesia y en el campo específico de la liturgia como signo de lo que el Espíritu dice a la Iglesia; habremos de estar muy atentos a la liturgia del Papa, a los signos y gestos que en ella se ponen de relieve, y que son indicativos de su magisterio, de por dónde hay que caminar; deberemos, asimismo, atender al canto, tan principal y de tanta incidencia educativa positiva y a veces negativa; habrá que cuidar mucho expresiones, signos y gestos en la liturgia, e incluso recuperar algunos de ellos perdidos u olvidados; no deberemos olvidar jamás el arte de la liturgia, la dignidad y belleza de los espacios celebrativos, que inviten a entrar en el Misterio que acontece en la liturgia y que ayuden a «ver y palpar» la «grandeza sobrecogedora» de lo que es y significa el «universo» o ámbito propio de la liturgia. Habrá que «mejorar» las celebraciones y llevar a cabo un grande y generalizado esfuerzo de catequización, de iniciación o de reiniciación cristiana, integral, de todo el pueblo de Dios, fuertemente arraigada y apoyada en el Catecismo de la Iglesia Católica.


En suma, nos sentimos urgidos a impulsar un nuevo, vigoroso, intenso y universal movimiento litúrgico, conforme al « derecho» de Dios y a lo que Él merece, y a las enseñanzas que la Iglesia ofrece. Que Dios nos ayude, o mejor, que nos dejemos ayudar por Él para que podamos ofrecerle «por Cristo, con Él y en Él, en la Unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria».

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Texto tomado del sitio web del Centro de Cultura Teológica.

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sábado, 30 de enero de 2010

El cardenal de las “misiones imposibles”

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El Papa visita al Cardenal Etchegaray

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El cardenal Roger Etchegaray, vicedecano del Colegio Cardenalicio, ya casi recuperado de las consecuencias de su caída en la pasada Nochebuena a causa del incidente ocurrido al comienzo de la Misa papal, ha dialogado con el periódico italiano “Corriere della sera” sobre lo que pasó aquella noche así como también sobre algunas de las “misiones imposibles” que ha realizado por mandato de los Pontífices.

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“Ciertamente, no olvidaré nunca la última noche de Navidad, una noche excepcional en muchos sentidos… Pero no hablemos de mí, hablemos más bien del Papa… Yo no merezco nada. Digamos así: cayendo, he entrado en la historia”.


En realidad, Roger Etchegaray ya había entrado en la historia. Basta mirar el prestigioso currículum de este tenaz cardenal, vasco francés de Espelette, nunca realmente jubilado a pesar de sus 87 años, enviado pontificio de las “misiones imposibles”, desde el intento de frenar la guerra contra Saddam Hussein hasta el genocidio en Ruanda.


Pero también es cierto que, de Navidad en adelante, se ha vuelto “famoso” por haber sido la única e ilustre víctima de aquel contacto cercano, retomado por la televisión de todo el mundo, entre la joven ítalo-suiza Susanna Maiolo y Benedicto XVI: el salto de las barreras en la basílica de San Pedro, los guardias vaticanos apresurándose para hacer de escudo, un trastorno nunca visto, y finalmente todos a tierra, Papa incluido, pero todos ilesos excepto él. Que quedó con la fractura del fémur.


Ahora, después de casi un mes de hospitalización en el Gemelli, ha vuelto a su habitación, en el palacio vaticano de San Calixto de Trastevere, y habla por primera vez sobre aquella noche. Pero no sólo: hace proyectos para el futuro, “porque un cristiano vive el presente en el presente y mira siempre adelante”, no renuncia a la idea de nuevos viajes y no reniega de su pasión de siempre, desde que era arzobispo de Marsella, como cuando trabajó para la Curia como responsable del Pontificio Consejo Iustitia et Pax. Es decir, el trabajo por el diálogo y la paz.


La rehabilitación está ya en un buen punto (“¡los médicos han sido buenísimos!”), tanto que camina por los largos pasillos de su casa ayudándose con el andador y sólo se detiene en el salón, donde le gusta recibir a los huéspedes. A sus espaldas, un retrato suyo con Fidel Castro, fruto de una de las miles empresas en el exterior, un cuadro de Salvador Dalí y una obra de artesanía africana, donada por un compatriota vasco, el arzobispo de Niamey en Níger.


Pero, entonces, ¿cómo han sido las cosas aquella noche en San Pedro? “El primer pensamiento ha sido para el Papa: he tenido miedo por él. Ha habido una gran confusión, caí arrastrado por los guardias que se apresuraron para proteger a Benedicto XVI y a todos los celebrantes, tuve el tiempo justo para ver a aquella muchacha que trataba de alejarse caminando arrastrada en la nave, luego sentí un gran dolor… Pero hablemos de otra cosa”.


Se detiene un instante y retoma todo de un solo aliento: “Realmente he admirado al Papa. Para él ha sido, de todos modos, un shock, una experiencia traumática. Sin embargo, logró levantarse enseguida para continuar la procesión hacia el altar y presidir la Misa de la noche de Navidad. Así es Benedicto XVI, un hombre mando y valiente”.


Se ha hablado, poco después del incidente, de un reforzamiento de las medidas de seguridad y está quien ha invitado al Papa a tener contactos menos cercanos con la multitud. Etchegaray tuvo una primera llamada telefónica de Ratzinger apenas internado, luego el interés cotidiano del secretario Georg Ganswein, y finalmente la visita al Gemelli, pocos días después de la operación. Hablaron por más de media hora, no sólo de lo que había ocurrido aquella noche.


¿Cambia, entonces, algo? “No, el Papa no renunciará nunca a la relación estrecha que tiene con la gente. Basta pensar que habría podido quedarse tranquilo, anular los compromisos públicos, al menos por un poco de tiempo. Y, en cambio, apenas dos días después, el 27 de diciembre pasado, estaba sentado en la mesa de los pobres de la Comunidad de San Egidio, comiendo con extranjeros y con quienes no tienen casa. Se ha tratado de un gesto altamente simbólico. Un signo de su gran atención y cercanía a los pobres”.


¿Y Susanna Maiolo? “Yo nunca le he hablado. Por otro lado, no es a mí a quien buscaba. Ha bastado el perdón del Papa, que ha querido encontrarse con ella. La he perdonado junto con él y ahora, discúlpeme, prefiero hablar del futuro”.


Sí, porque para el cardenal de las “misiones imposibles” hay todavía, “si Dios quiere”, una vida por delante: “Cada día vienen a verme amigos y conocidos. Hay muchas cosas de las que hablar”. Y cuenta los encuentros históricos. Cuando fue a Bagdad: “Era febrero de 2003, la guerra estallaría pocos días después. Ya parecía descontada pero Juan Pablo II quiso a toda costa evitar lo imposible. Y yo, obedeciendo, partí para Bagdad, a pesar de que ya tenía 80 años. No fue un fracaso, en la vida siempre vale la pena intentar, sobre todo cuando está la paz de por medio”.


Como cuando fue a Ruanda, en 1994, con el genocidio ya iniciado, para tratar de detener la violencia entre tutsis y hutus que causó, en poco más de un mes, casi un millón de muertos: “Ha sido el viaje que más me ha marcado: me daba cuenta de que podía hacer poco pero hablaba lo más posible con todos y, le aseguro, las palabras de un hombre de Iglesia pueden hacer milagros aunque, tal vez, los efectos no se ven de inmediato”.


Las “misiones imposibles” son incontables. Etchegaray ha estado varias veces en Vietnam, país que conoce bien, en la Sarajevo devastada por la guerra de los Balcanes, en muchísimos países africanos, ha estado dialogando con el comunista Fidel Castro: “Es importante dialogar con todos, favorecer un reacercamiento con quien está lejos: es la misión de la Iglesia”.


Y ahora sus pensamientos se dirigen a Haití. Ha conocido bien al ex-sacerdote y ex-presidente Aristide, que tanto entusiasmo suscitó en el momento de su elección después de la feroz dictadura de Duvalier: “Lo encontré por primera vez cuando, siendo seminarista, jugaba al fútbol en el patio de una Iglesia. La suya fue una historia difícil que seguí de cerca. Ahora, frente a la tragedia del terremoto, es necesario hacer algo, no dejar a ese pueblo solo… Y hay muchas cosas por hacer, también en otros países desafortunados de este mundo”. ¿No será que ya piensa en un próximo viaje? “Si Dios quiere…”.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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El Papa ha recibido al Card. Pell: ¿será el sucesor de Re?

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Cardinal Pell, Cobh Cathedral, EF Mass, July 13, 2009 (4)

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Con este título, el reconocido vaticanista Andrea Tornielli informa de la audiencia que Benedicto XVI concedió hoy al Cardenal Arzobispo de Sidney y de las probabilidades de que se convierta en el próximo Prefecto de la Congregación para los Obispos:

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Esta mañana, Benedicto XVI ha recibido en audiencia al cardenal George Pell, arzobispo de Sidney. La audiencia estaba programada algunos días atrás pero el purpurado australiano debió aplazarla por un pequeño problema de salud, prontamente resuelto. Es posible que él esté en pole position para tomar el puesto del cardenal Giovanni Battista Re, en el delicado y crucial rol de Prefecto de la Congregación para los Obispos, el dicasterio que ayuda al Papa en la elección de los nuevos pastores diocesanos.

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Fuente: Sacri Palazzi

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 29 de enero de 2010

El Papa a la Rota Romana: “Caridad, justicia y verdad en los procesos de nulidad”

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Rota Romana

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Al recibir esta mañana al Tribunal de la Rota Romana, con ocasión de la tradicional audiencia para la inauguración del Año judicial, el Papa Benedicto XVI pronunció un importante discurso sobre la relación entre la justicia, la caridad y la verdad, en el ámbito de los procesos de nulidad matrimonial. Ofrecemos nuestra traducción de amplios extractos de dicho discurso.

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[…] Hoy deseo detenerme en el núcleo esencial de vuestro ministerio, tratando de profundizar sus relaciones con la justicia, la caridad y la verdad. Haré referencia, sobre todo, a algunas consideraciones expuestas en la Encíclica Caritas in veritate, las cuales, aún siendo consideradas en el contexto de la doctrina social de la Iglesia, pueden iluminar también otros ámbitos eclesiales. Es necesario tomar nota de la extendida y arraigada tendencia, aunque no siempre manifiesta, que lleva a contraponer la justicia a la caridad, casi como si una excluyera a la otra. En esta línea, refiriéndose más específicamente a la vida de la Iglesia, algunos consideran que la caridad pastoral podría justificar todo paso hacia la declaración de la nulidad del vínculo matrimonial para ir al encuentro de las personas que se encuentran en situación matrimonial irregular. La misma verdad, aunque invocada en las palabras, tendería así a ser vista en una óptica instrumental que la adaptaría de cuando en cuando a las diversas exigencias que se presentan. […]


Todos aquellos que trabajan en el campo del Derecho, cada uno según la propia función, deben estar estar guiados por la justicia. Pienso, en particular, en los abogados, que no sólo deben poner toda atención en el respeto de la verdad de las pruebas sino también evitar cuidadosamente asumir, como abogados defensores, el patrocinio de causas que, según su conciencia, no sean objetivamente sostenibles.


La acción de quien administra la justicia no puede prescindir de la caridad. El amor hacia Dios y hacia el prójimo debe informar toda actividad, también aquella aparentemente más técnica y burocrática. La mirada y la medida de la caridad ayudará a no olvidar que siempre se está frente a personas marcadas por problemas y por sufrimientos. También en el ámbito específico del servicio de los operadores de la justicia vale el principio según el cual “la caridad excede a la justicia” (Enc. Caritas in veritate, n. 6). En consecuencia, el acercamiento a las personas, aún teniendo su específica modalidad ligada al proceso, debe bajar al caso concreto para facilitar a las partes, mediante la delicadeza y la solicitud, el contacto con el tribunal competente. […]


Sin embargo, es necesario recordar que toda obra de auténtica caridad comprende la referencia indispensable a la justicia, especialmente en nuestro caso. “El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. " (Enc. Caritas in veritate, n. 1). “Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella” (Ibid., n. 6). La caridad sin justicia no es tal sino sólo una falsificación porque la misma caridad requiere aquella objetividad típica de la justicia, que no debe ser confundida con inhumana frialdad. Al respecto, como afirmó mi Predecesor, el venerable Juan Pablo II, en la alocución dedicada a las relaciones entre pastoral y derecho: “El juez […] debe siempre cuidarse del riesgo de una equivocada compasión que terminaría en sentimentalismo, sólo en apariencia pastoral” (18 de enero de 1990, en AAS, 82 [1990], p. 875, n. 5).


Es necesario huir de reclamos pseudo-pastorales que sitúan las cuestiones en un plano meramente horizontal en el que lo que cuenta es satisfacer los pedidos subjetivos para llegar, a toda costa, a la declaración de nulidad con el fin de poder superar, entre otras cosas, los obstáculos para la recepción de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. El bien altísimo de la readmisión a la Comunión eucarística después de la reconciliación sacramental exige, en cambio, considerar el auténtico bien de las personas, inseparable de la verdad de su situación canónica. Sería un bien ficticio, y una grave falta de justicia y de amor, allanarles de todos modos el camino hacia la recepción de los sacramentos con el peligro de hacerlos vivir en contraste objetivo con la verdad de la propia condición personal. […]


Hoy quisiera subrayar que tanto la justicia como la caridad exigen el amor a la verdad e implican esencialmente la búsqueda de la verdad. En particular, la caridad hace todavía más exigente la referencia a la verdad. “Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6)” (Enc. Caritas in veritate, n. 1). “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario” (Ibid., n. 3).


Debemos tener presente que tal vaciamiento puede verificarse no sólo en la actividad práctica del juzgar sino también en los planteamientos teóricos que luego influyen mucho en los juicios concretos. El problema surge cuando es más o menos oscurecida la misma esencia del matrimonio, enraizada en la naturaleza del hombre y de la mujer, que permite expresar juicios objetivos sobre cada matrimonio. En este sentido, la consideración existencial, personalista y relacional de la unión conyugal nunca puede ser hecha con perjuicio de la indisolubilidad, propiedad esencial que en el matrimonio cristiano alcanza, con la unidad, una particular firmeza por razón del sacramento (cfr CIC, can. 1056). Tampoco debe ser olvidado que el matrimonio goza del favor del derecho. Por lo tanto, en caso de duda, debe ser considerado válido hasta que se demuestre lo contrario (cfr CIC, can. 1060). De lo contrario, se corre el grave riesgo de quedar sin un punto de referencia objetivo para los pronunciamientos sobre la nulidad, transformando cualquier dificultad conyugal en un síntoma de fallida realización de una unión cuyo núcleo esencial de justicia – el vínculo indisoluble – es, de hecho, negado. […]


Ilustres Prelados Auditores, Oficiales y Abogados, os confío estas reflexiones, conociendo bien el espíritu de fidelidad que os anima y el empeño que ponéis para dar plena aplicación a las normas de la Iglesia, en la búsqueda de verdadero bien del Pueblo de DIos. […]

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Fuente: Santa Sede


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 28 de enero de 2010

El ministerio petrino, según Joseph Ratzinger

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Cardenal Ratzinger con Juan Pablo II

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Mientras el diálogo teológico con la Iglesia ortodoxa, como informábamos recientemente, continúa estudiando el tema crucial del ministerio petrino, ofrecemos un extracto de las conversaciones del Cardenal Joseph Ratzinger con el periodista Peter Seewald sobre el ministerio del Sucesor de Pedro, la infalibilidad pontificia y el desarrollo de la doctrina del primado. Este valioso texto es aún más interesante al considerar que, poco tiempo después de haber publicado el libro, su autor ha sido elevado, precisamente, a la Sede de Pedro.

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Muchos piensan que la Iglesia es un aparato de poder formidable.


Sí, pero primero hay que comprender que su finalidad es el servicio. El Papa no es el mandatario supremo - desde Gregorio Magno se llama el «siervo de los siervos de Dios» -, sino que debería, yo suelo expresarlo así, ser el garante de la obediencia, de que la Iglesia no haga lo que quiera. Ni siquiera el propio Pontífice puede decir: «La Iglesia soy yo», o «La tradición soy yo», sino al contrario: él está obligado a obedecer, encarna ese compromiso de la Iglesia. Si en la Iglesia surgen las tentaciones de hacer las cosas de una manera diferente, más cómoda, él tiene que preguntar: « ¿Podemos hacerlo?».


Así pues, el Papa no es el órgano capaz de proclamar una Iglesia diferente, sino el dique de contención frente a la arbitrariedad. Mencionaré un ejemplo: desde el Nuevo Testamento sabemos que el sacramento del matrimonio, una vez consumado, es perpetuo, indisoluble. Ahora hay corrientes que afirman que el Papa podría cambiarlo. Y en enero de 2000, él, en un gran discurso a los jueces romanos, explicó que, frente a esa tendencia de modificar la indisolubilidad del matrimonio, sólo podía decir que el Pontífice no puede hacer todo lo que quiere, sino que, por el contrario, debe inculcarnos siempre la obediencia, que en ese sentido tiene que continuar el gesto del lavatorio de pies, si me permite la expresión.

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El pontificado es una de las instituciones más fascinantes de la historia. Pero además de grandeza, la historia de los papas contiene también simas dramáticas. Benedicto IX, por ejemplo, tras ser depuesto en dos ocasiones, recuperó la tiara convirtiéndose él solo en el Papa número 145, I47 y 150. Subió por primera vez a la sede de Pedro a los doce años. No obstante, la Iglesia católica se aferra a ese cargo de representante de Cristo en la tierra.


Desde un punto de vista puramente histórico, el papado es, de hecho, un fenómeno muy asombroso. Es la única monarquía, como suele decirse, que se mantiene desde hace más de dos mil años, algo en sí inconcebible.


Yo diría que uno de los misterios que indican algo más grande es sin duda la prolongada existencia del pueblo judío. Por otra parte, también la estabilidad del papado sorprende y plantea una pregunta. Usted ha aducido un ejemplo de los fallos y vulneraciones que tuvo que soportar este cargo, y, ateniéndonos a la probabilidad histórica, en realidad habría debido desaparecer más de una vez. Creo que fue Voltaire quien dijo que había llegado el momento de que al fin desapareciera ese Dalai Lama europeo y la humanidad se librase de él. Pero continuó. Esto nos indica que su supervivencia no se debe a la eficiencia de esas personas -muchas de ellas hicieron lo imposible por destruirlo-, sino que ahí subyace otra fuerza. Precisamente la que se concedió a Pedro. Los poderes del infierno, de la muerte, no vencerán a la Iglesia.

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Ya hemos hablado de la denominada infalibilidad. ¿Por qué se instituyó tan tarde este dogma?


Primero es preciso hacer constar que la doctrina sobre el cargo de Pedro, y sobre todo su desempeño práctico, son muy tempranos. Hacia el año 90, cuando el papa Clemente I escribe una carta a la comunidad de Corinto amenazada de escisión, ya se patentiza en ella la responsabilidad de la Iglesia y del obispo de Roma. En el siglo II, la disputa de la fiesta de Pascua evidencia con claridad meridiana que como punto de convergencia de la unidad al Papa le compete una responsabilidad especial. La centralidad de Roma se va conformando poco a poco como norma en la Iglesia, y es reconocida por todos.


Finalmente, en el concilio de Nicea de 325, se habla de los tres primados existentes en la Iglesia: Roma, Alejandría y Antioquía. Roma es la primera, pero las otras dos sedes también están relacionadas con Pedro. Las listas de los participantes en los concilios mencionan siempre en primer lugar a los delegados pontificios. Roma es respetada y denominada prima sedes, “la primera sede”, y el concilio de Nicea potencia dicho sistema.


En la posterior historia conciliar, la especial función del Papa se manifiesta cada vez con mayor claridad. No es que él ejerza un gobierno universal que esté continuamente trabajando como sucede hoy, pero en los momentos críticos se sabía que el obispo de Roma desempeñaba una función muy específica. En la crisis arriana, en la que el arrianismo casi se convierte en artículo de fe, san Atanasio ve en el Papa el necesario punto de orientación, y esto continúa reiteradamente.


En el año 1054 se produce finalmente la ruptura entre Oriente y Occidente. Oriente había reconocido plenamente una especial función de Roma, aunque más reducida de lo que Roma esperaba. Tras la separación se potencia en Roma la idea del primado, sobre todo con el papa Gregorio VII. Esta idea experimenta un nuevo impulso con la aparición de las órdenes mendicantes, las cuales, por así decirlo, están unidas al Papa. Dado que las órdenes no pertenecen a ninguna Iglesia local, en la práctica se nutren de la existencia de un órgano de universalidad. Esto es lo que posibilita el sacerdocio y los movimientos que se extienden por la Iglesia entera, convirtiéndose de ese modo en el requisito previo de la evangelización.


La praxis y la formulación paulatina progresan paso a paso. En el concilio de Florencia, durante el siglo XV, pero también en el de Lyon, del siglo XIII, inician la doctrina del primado. Pero en Trento, como bastante había que hacer con la disputa protestante, no se quiso encima abordar y definir esta cuestión, de forma que quedó ahí hasta que el Concilio Vaticano I de 1870 le dio una versión digamos conceptualmente severa, que para muchos constituyó una sorpresa. Sabemos que una serie de obispos se marcharon para evitar firmar. Pero incluso estos obispos minoritarios reconocieron que la sustancia de la doctrina del primado forma parte de los fondos esenciales de la fe católica y cuyo fundamento se remonta a las promesas de Cristo a Pedro en los evangelios. En este sentido, el dogma en su forma más dura aportó una nueva precisión, pero no introdujo novedad alguna, sino que recopiló y concretó lo que se había formado y gestado a lo largo de la historia.

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Pedro apenas pudo adivinar que legaba a sus sucesores una tarea en el fondo imposible: el Papa, en cuanto obispo de Roma, ha de tener presente la situación local; en cuanto jefe de Estado de la Santa Sede, los problemas de los Estados, y en cuanto Santo Padre, los problemas de la Iglesia mundial. Tiene que escribir discursos, encíclicas, sermones, celebrar grandes y pequeñas audiencias. Ahí están las congregaciones, los tribunales de justicia, comisiones, consejos papales, además de las grandes instituciones para la doctrina, la liturgia, la disciplina, la educación. Hay cientos de casas matrices de órdenes, más de cien colegios, etcétera, etcétera.


Aunque el Papa cuenta con el apoyo de un equipo de asesores muy valioso, el Colegio Cardenalicio, integrado por personalidades de culturas, presupuestos ideológicos y experiencias políticas diferentes, de la Secretaría de Estado llegan a diario maletas llenas de papeles, y cada hoja plantea un problema. Obispos de todo el mundo le asedian con demandas más o menos imposibles. Y además tiene que vivir una vida de oración y recogimiento y buscar la inspiración para hacer una aportación muy personal. La Iglesia mundial es cada día mayor, ¿puede seguir siendo el pontificado tal como es?


Bien, la manera en que se gestiona lógicamente puede cambiar. La del siglo VIII es distinta a la del XV, y la del XV diferente a la del XX. Muchas de las cosas que usted acaba de enumerar no deberían ser por fuerza así. Comencemos por el Estado Vaticano: en realidad es una pura construcción auxiliar. El Papa en sí no necesita un Estado, pero sí precisa libertad, una garantía de independencia mundana, no puede estar al servicio de gobierno alguno.


Yo soy de la opinión de que el primado sólo pudo desarrollarse en Roma porque con Constantino el Imperio se había trasladado lejos, a Bizancio. Sólo entonces surgió la libertad necesaria. La idea de que llegó a ser tan eficaz porque aquí estaba la sede del gobierno me parece que es confundir los términos. Durante los tres primeros siglos, llevar una vida cristiana en Roma era la forma más segura de exponerse al martirio. Esto confirió al pontificado un carácter «martirológico». Sólo cuando el Imperio se traslada a Oriente, el vacío de poder propicia en Italia esa forma de independencia eclesiástica que no subordinaba directamente al Papa al poder político. Más tarde surgió de aquí el Estado Pontificio, que trajo consigo muchas e infaustas confusiones y que se perdió finalmente en 1870, gracias a Dios, hemos de decir hoy.


Su lugar lo ocupó la creación de un mini-estado, cuya única función es garantizar al Papa la libertad para ejercer su misión. Podríamos preguntarnos si es posible simplificarlo aún más.


Muchas otras cuestiones que usted ha mencionado son variables. Por ejemplo, no todas las casas matrices deberían estar en Roma. Y el número de encíclicas que desea escribir el Papa, la frecuencia con la que quiere hablar, son cuestiones coyunturales que dependen asimismo del temperamento de cada pontífice. A pesar de todo, subsiste la pregunta de si no sigue siendo todavía excesivo. Los contactos masivos que le impone la unión con la Iglesia mundial; las decisiones que hay que tomar; y al mismo tiempo la necesidad de no perder la propia situación contemplativa, de estar enraizado en la oración: todo esto constituye, de por sí, un gran dilema.

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¿Pero no existen hoy corrientes completamente nuevas?


Se investiga hasta qué punto puede remediarse mediante la descentralización. El mismo Papa, en su encíclica sobre el ecumenismo, ha solicitado propuestas sobre sus posibles aplicaciones al pontificado. Aquí existen ya distintas voces. Quinn, el arzobispo jubilado de San Francisco, por ejemplo, ha planteado con mucha fuerza la problemática de la descentralización. Yo, desde luego, considero las visitas ad limina de las conferencias episcopales a Roma algo muy importante para propiciar el contacto, el encuentro. Son necesarias para fortalecer la unidad interna de la Iglesia. Las cartas no consiguen compensar el encuentro personal. Hablarse, escucharse, verse y discutir entre sí es un proceso insustituible.


Por esta razón, yo diría que estas modalidades de encuentro personal, que el Papa actual ha desritualizado y concretado, serán siempre muy importantes. Precisamente también porque la unidad, la comprensión mutua - y concretamente a través de las problemáticas y los retos culturales-, son tan elementales que resulta casi imposible desarrollarlas sin contactos personales.


Hoy día, por consideraciones muy racionales, se hace cada vez más patente la necesidad de contar con un punto de referencia unitario como el que representa el Papa. También los protestantes abogan por la existencia de un portavoz de la cristiandad que simbolice la unidad. Y, con las transformaciones adecuadas, piensan algunos, podríamos llegar a un acuerdo.


Sea como fuere, tal como usted lo ha expresado vulgarmente, es una «tarea imposible» que casi no se puede soportar. Por otro lado es una labor necesaria, y que con la ayuda del Señor también puede ser vivida.

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Descentralización, ¿significa que también en la Iglesia católica habrá patriarcados?


Realmente cada vez me cuestiono más si ésta es la forma en que se deben organizar grandes unidades continentales -yo antes lo creía así-. Pues la raíz de esos patriarcados había sido precisamente la relación con sus respectivos lugares de origen apostólicos. El Concilio Vaticano II, por el contrario, concretó y definió las conferencias episcopales como unidades suprarregionales a las que se han añadido después unidades continentales.


Tanto Latinoamérica, como África y Asia, poseen ya comunidades episcopales con diferentes estructuras. Acaso sean éstas las posibilidades mejor adaptadas a la situación actual. En cualquier caso, han de ser estructuras de colaboración suprarregional, que no sean demasiado rígidas ni degeneren en burocracias desmesuradas o susceptibles de generar un poder funcionarial. Pero indudablemente esas agrupaciones suprarregionales, que después pueden asumir también tareas de Roma, son necesarias.

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¿Imagina usted que un día el Papa sea reconocido de nuevo por la Iglesia protestante, la ortodoxa o la anglicana?


Existe un diálogo teológico formal con los ortodoxos, aunque nadie se ha atrevido hasta ahora a abordar este punto candente. Por una parte, el primado del Papa no es del todo ajeno a la tradición ortodoxa, porque Roma siempre ha sido reconocida como la primera sede. Pero por otra, ésta se opone a su estructura de autocefalias (unidades eclesiásticas autónomas), de manera que muchas sensibilidades históricas se oponen al reconocimiento y lo dificultarán. Quizás haya ámbitos aislados donde sea menos complicado. No debemos confiar en éxitos rápidos, pero hay que luchar por ellos.


En su respuesta a la encíclica del Papa sobre ecumenismo, los anglicanos han desarrollado una visión para entender el papado que supone un paso hacia Roma. Además, está el diálogo sobre «Authority in the Church», que tiene como trasfondo esta cuestión. También aquí se dan acercamientos, aunque el origen histórico del anglicanismo obstaculiza el camino. Ya se verá.


El protestantismo es muy heterogéneo. Por un lado están las Iglesias protestantes tradicionales -luterana reformada, metodista, presbiteriana, etcétera-, que en numerosas zonas del mundo se encuentran sumidas en una crisis. Se observa un desplazamiento del peso del protestantismo de las Iglesias históricas clásicas a las evangélicas, a las pentecostales, a los movimientos fundamentalistas en los que aparece una revitalización de la fe protestante y una cierta refundición de los pesos históricos. Los evangélicos y los fundamentalistas han sido siempre los enemigos clásicos del papado. Pero hay cambios asombrosos, porque comprenden que en realidad el Papa es la roca, y representa claramente ante todo el mundo aquello que también ellos profesan enfrentándose a los modernos intentos de aguar el cristianismo. Así, en cierto sentido consideran al Papa un aliado, a pesar de que siguen manteniendo sus antiguas reservas. Es decir, que el panorama es muy dinámico. Debemos esperar con confianza, pero también armarnos de paciencia.

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Tomado de “Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald”, de Joseph Ratzinger.

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miércoles, 27 de enero de 2010

Nuevo Patriarca Serbio: “Es tiempo de un encuentro con el Papa”

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Patriarca Irinej

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El viernes 22 de enero, el obispo Irinej, de 80 años de edad, fue elegido patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia. El Papa Benedicto XVI le envió un mensaje donde aseguró su oración para que tenga “la fuerza interior para consolidar la unidad y el crecimiento espiritual de la Iglesia Ortodoxa Serbia, así como para construir lazos fraternos con las otras Iglesias y comunidades eclesiales”. El patriarca Irinej, por su parte, en declaraciones a la prensa que ahora ofrecemos en español, expresó su seguridad de que ha llegado el momento de un encuentro con el Obispo de Roma.

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Irinej, el nuevo patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia, ha reiterado el deseo de encontrarse con el Papa Benedicto XVI, sosteniendo que “ha llegado el momento para tal encuentro” que podría tener lugar en Serbia.


“También antes se hablaba de una posible visita del obispo de Roma. Nuestra posición era, entonces, que aún no había llegado el tiempo y que era necesario esperar una mejor ocasión. Ahora, en cambio, considero que es necesario realizar estos diálogos”, dijo Irinej, citado hoy por la prensa de Belgrado.


“Tal vez ha llegado el momento de que unos y otros nos digamos lo que tenemos para decir, y que unos y otros reflexionemos sobre todo”, agregó el patriarca serbio, según el cual “las divisiones no son cosas positivas”. Y “la división entre Oriente y Occidente dura desde hace siglos”. Un encuentro es, por lo tanto, indispensable para comenzar a examinar los problemas que están sobre el tapete. Para afrontar y examinar los problemas – ha subrayado Irinej –, es necesario encontrarse y hablar. “¿Cómo podemos acercarnos sin hablar ni entrar en contacto?”.


En los días pasados – en vísperas de su elección para el cargo de patriarca de la Iglesia Serbia en lugar de Pavle, el patriarca fallecido el pasado 15 de noviembre a la edad de 95 años -, Irinej, expresando el deseo de encontrar al Pontífice, había dicho que una posible visita en Serbia podría ocurrir en el 2013 con ocasión de las celebraciones para los 1700 años del Edicto de Milán (313), con el cual el emperador romano Constantino acogió el Cristianismo. Tales celebraciones están en programa en Nis, ciudad del sur de Serbia, donde nació Constantino y de la cual Irinej ha sido obispo hasta su elección como Patriarca.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 25 de enero de 2010

Católicos y ortodoxos: balance y perspectivas

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Benedicto XVI y Bartolomé I

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Concluye hoy, con la celebración de las Vísperas presidida por Benedicto XVI en la Basílica de San Pablo, la Semana de oración por la unidad de los cristianos. En la clausura estará presente, junto al Santo Padre, el Cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la unidad de los cristianos.


Se habla mucho en estos días sobre la sucesión del cardenal alemán de 76 años y, si bien algún vaticanista ha hablado de mons. Bruno Forte(arzobispo de Chieti-Vasto), la mayoría menciona como posible sucesor al actual obispo de Ratisbona, monseñor Gerhard Ludwig Müller.


Ofrecemos ahora nuestra traducción de un artículo que el sub-secretario del dicasterio, Mons. Eleuterio Fortino, ha escrito para L’Osservatore Romano sobre el estado actual del diálogo teológico entre católicos y ortodoxos, en vistas del próximo encuentro que se llevará a cabo en Viena, en el mes de septiembre, para continuar tratando el tema del ejercicio del ministerio petrino.

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El diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto ha desembocado en el estudio del problema crucial del contencioso histórico y doctrinal entre Oriente y Occidente, el rol del obispo de Roma en la Iglesia de Cristo. El diálogo teológico es conducido por la Comisión mixta internacional entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, pero se desarrolla en el ámbito de las relaciones entre la Iglesia católica y las diversas Iglesias ortodoxas (Patriarcado ecuménico, Patriarcado de Moscú, Patriarcado de Serbia, Patriarcado de Rumania, Iglesia de Grecia, Iglesia de Albania, y así sucesivamente). Además, conversaciones también de carácter teológico tienen lugar a diversos niveles y, en particular, en las facultades teológicas y en los institutos de investigación ecuménica. Estas relaciones han registrado varios momentos positivos en el año transcurrido. Las mismas dificultades que naturalmente se encuentran contribuyen a precisar el método del diálogo.


Benedicto XVI, en el mensaje dirigido al Patriarca ecuménico para la fiesta de san Andrés del 30 de noviembre pasado, afirmó que el Espíritu Santo “que guía a la Iglesia y puede transformar todas las debilidades humanas en oportunidades para el bien. Esta apertura ha caracterizado el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, que el mes pasado celebró en Chipre su undécima sesión plenaria” (Paphos, 16-23 de octubre de 2009). El Papa añadió un comentario sobre el excelente clima que sostuvo los trabajos: “La reunión estuvo marcada por un espíritu de solemne compromiso y un afectuoso sentimiento de cercanía”. Refiriéndose al tema que se ha comenzado a estudiar, Benedicto XVI expresó la siguiente consideración: “el tema de la sesión plenaria —"El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio"—, ciertamente es complejo y requerirá un estudio amplio y un diálogo paciente si queremos aspirar a una integración compartida de las tradiciones de Oriente y de Occidente”.


Debe recordarse que en Chipre se ha recompuesto la plenitud moral de la representación ortodoxa con la presencia de la delegación rusa que había abandonado la precedente sesión de Rávena (2007) a causa de una controversia interna entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado Ecuménico. Después de la caída del comunismo y la declaración de independencia de los Países bálticos, el Patriarcado ecuménico había reconfirmado la autonomía a la Iglesia ortodoxa de Estonia y en Rávena la había invitado como Iglesia miembro del diálogo. No reconociendo el Patriarcado de Moscú aquella autonomía, sus delegados, al constatar la presencia de dos representantes de Estonia en Rávena, se sintieron en el deber, con el consentimiento de las propias autoridades eclesiásticas, de no participar en el encuentro para no manifestar ningún reconocimiento, tampoco implícito. Era una cuestión interna de la ortodoxia pero causaba una herida al diálogo católico-ortodoxo. Los contactos entre los dos patriarcados y las relaciones con las otras Iglesias ortodoxas han favorecido una decisión que ha resuelto el problema, aún quedando abierta la controversia sobre la autonomía de la Iglesia de Estonia. En un encuentro de los Primados de las Iglesias ortodoxas (Estambul, octubre de 2008), convocado por el Patriarca ecuménico, se decidió que la Iglesia ortodoxa está representada solamente por todas las Iglesias autocéfalas. Las Iglesias autónomas están representadas por las respectivas Iglesias-madres, tanto en las comisiones preconciliares que preparan el Gran Concilio pan-ortodoxo como en los diálogos ecuménicos. Por lo tanto, la cuestión de la presencia de Iglesias autónomas en el diálogo no tenía más consistencia. Las Iglesias autocéfalas (patriarcados y arzobispados) son ahora quince con el ingreso de la Iglesia autocéfala de Albania, después de su reestructuración luego de la caída del comunismo.


La comisión mixta de diálogo entre católicos y ortodoxos se encontró en Chipre para tratar el primado del obispo de Roma sobre la base del documento acordado en Rávena (2007) y su mandato. Ese documento afirma con cierta solemnidad: “Ambas partes – católicos y ortodoxos – concuerdan en el hecho de que Roma, en cuanto Iglesia que «preside en la caridad», según la expresión de san Ignacio de Antioquía, ocupaba el primer puesto en la tàxis (en el orden entre las Iglesias) y que el obispo de Roma es, por lo tanto, el pròtos (es decir, el primero) entre los patriarcas". Es una afirmación importante, también porque es hecha conjuntamente por católicos y ortodoxos. ¿Pero cuál es su alcance en la vida de la Iglesia? ¿Cuáles son las implicancias que se siguen en el ejercicio de tal función primacial? El documento de Rávena precisa: “Ellos – católicos y ortodoxos –no concuerdan en la interpretación de los testimonios históricos de esta época en lo que concierne a las prerrogativas del Obispo de Roma en cuanto pròtos, cuestión entendida de modo diverso ya en el primer milenio” (n. 41). El documento de Rávena, sobre el primado en los diversos niveles eclesiales, pone de relieve dos puntos. En primer lugar, que “el primado en todos los niveles es una práctica sólidamente fundamentada  en la tradición canónica de la Iglesia”. Y luego, que “mientras el hecho del primado a nivel universal es aceptado tanto por Oriente como por Occidente, existen diferencias en el modo de entender, sea el modo según el cual debería ejercerse, sea sus fundamentos escriturísticos y teológicos” (n. 43). La Comisión, por lo tanto, declara que hay un acuerdo en el hecho de la existencia en la praxis de la Iglesia de un pròtos también a nivel universal. Al mismo tiempo, señala tres zonas de diferencias. Entre Oriente y Occidente, existen diferencias de comprensión sobre los testimonios históricos, sobre los fundamentos escriturísticos y teológicos, así como sobre el modo de ejercicio del primado.


En la conclusión, el documento de Rávena indica la problemática que se deberá afrontar en el diálogo. Se afirma: “Queda por estudiar de modo más profundo la cuestión del papel del Obispo de Roma en la comunión de todas las Iglesias”. El documento señala dos cuestiones: “¿Cuál es la función específica del obispo de la “prima sede” en una eclesiología de koinonìa, en vista de lo que hemos afirmado sobre la conciliaridad y la autoridad? ¿De qué manera la enseñanza sobre el primado universal de los concilios Vaticano I y Vaticano II puede ser comprendida y vivida a la luz de la práctica eclesial del primer milenio?”. Y comenta: “Se trata de interrogantes cruciales para nuestro diálogo y para nuestras esperanzas de restablecer la plena comunión entre nosotros” (n. 45). Este estudio integral implica una investigación sobre el primer milenio, es decir, sobre el período en que Oriente y Occidente vivieron en la comunión plena; para pasar luego al segundo milenio, tiempo en que el ejercicio del primado del obispo de Roma ha conocido un refuerzo significativo incluyendo la declaración dogmática del Vaticano I y la explicación de su ejercicio confirmado por el Vaticano II. El conjunto implica, al menos, dos zonas de investigación común: la identificación de los hechos históricos en su objetividad y el intento de una hermenéutica compartida que pueda llevar a un consenso concorde. Se trata, por lo tanto, de un proceso razonablemente largo.


En la sesión de Chipre se comenzó el estudio del rol del obispo de Roma sobre la base de un boceto preparado por el Comité mixto de coordinación, que se reunió en Creta (Elounda, 27 septiembre-4 de octubre de 2008). Se dio inicio al estudio de los testimonios históricos sobre el rol particular de la Iglesia de Roma y de su obispo en los primeros siglos. Se constató que los escritos apostólicos testimonian con claridad que la Iglesia de Roma ha ocupado un puesto distinguido entre las Iglesias y ha ejercido un particular influjo en materia doctrinal, disciplinar y litúrgica. En cuanto capital del imperio, Roma tenía una relevancia única. La llegada a Roma de Pedro y Pablo y su martirio, las peregrinaciones a sus tumbas, han dado una gran resonancia religiosa a la entera comunidad cristiana. En un momento de crisis en la vida de la Iglesia de Corinto, la Iglesia de Roma interviene escribiendo una carta para la reconciliación, para restablecer la unidad y la armonía. Esa carta es atribuida al obispo de Roma que san Ireneo identifica con el Papa Clemente. Sigue la Carta a los romanos de san Ignacio de Antioquía que, refiriéndose a la Iglesia de Roma, dice que ella “preside en la caridad”. San Ireneo, elogiando las características de apostolicidad y ortodoxia de la Iglesia de Roma, afirma que es necesario que cada Iglesia concuerde con ella a causa de su origen y de su autoridad (propter potentiorem principalitatem).


El análisis en la doble vía – identificación de los datos e intento de interpretación – continuará sobre otros elementos manifestados en el primer milenio, como las decisiones de los concilios ecuménicos relativos a la táxis de las Iglesias, el rol determinante de Roma en momentos particulares de crisis: arrianismo, monofisismo, monoteísmo, iconoclasia. El panorama completo de las cuestiones a afrontar incluye las temáticas del rol de la Iglesia de Roma en la comunión de las Iglesias, el obispo de Roma y su sucesión al apóstol Pedro, el recurso al obispo de Roma en tiempos de tensiones en la comunión eclesial, y el influjo de factores no teológicos que han contribuido al desarrollo del rol del obispo de Roma en la Iglesia y en la sociedad.


Benedicto XVI, refiriéndose al trabajo de la Comisión mixta, en el citado mensaje dirigido al Patriarca ecuménico, ha dado una orientación preciosa sobre el rol del obispo de Roma: “Este ministerio no debe interpretarse desde una perspectiva de poder, sino en el ámbito de una eclesiología de comunión, como un servicio a la unidad en la verdad y en la caridad”. Y añadió: “El obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad (san Ignacio de Antioquía), se entiende como el Servus servorum Dei (san Gregorio Magno)”. Luego, reforzó la idea recordando la propuesta sobre la necesidad de un diálogo fraterno para encontrar juntos las formas de ejercicio del ministerio del obispo de Roma. Él escribió: “Como escribió mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, y como reiteré con ocasión de mi visita a El Fanar en noviembre de 2006, se trata de buscar juntos, inspirándonos en el modelo del primer milenio, las formas en que el ministerio del Obispo de Roma pueda realizar un servicio de amor reconocido por todos”.


La Comisión mixta internacional continuará el estudio del tema del rol del obispo de Roma en el primer milenio en la siguiente sesión plenaria convocada en Viena, en los días 20-27 de septiembre de 2010. Benedicto XVI ha pedido oración por este diálogo sobre un tema crucial. “Pidamos, por lo tanto, al Señor – exhortó - que nos bendiga y que el Espíritu Santo nos guíe a lo largo de este camino difícil pero prometedor.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 19 de enero de 2010

El milagro de Pío XII y el rol de Juan Pablo II

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 Eugenio Pacelli

El joven Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII

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Ofrecemos nuestra traducción de un artículo de Andrea Tornielli donde narra, con mayores detalles, el presunto milagro atribuido a la intercesión del Venerable Papa Pío XII, del que informaba ayer Infocatólica. Un dato interesante sobre este milagro es el rol que el Venerable Juan Pablo II tuvo en el asunto, vinculando aún más a estos dos grandes Pontífices, de los cuales Benedicto XVI reconoció en el mismo día sus virtudes heroicas.

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Hay un presunto milagro atribuido a la intercesión de Pío XII que podría llevar, en tiempos relativamente breves, a su beatificación. Un milagro que vería implicado, de modo misterioso, también a Juan Pablo II, cuyo decreto sobre la heroicidad de las virtudes fue promulgado por Benedicto XVI el mismo día que el del Papa Pacelli: la curación de una joven madre de un linfoma maligno. En estas circunstancias, el condicional es obligatorio, pero el caso está siendo atentamente analizado por la postulación de la causa y por la diócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia, donde ha ocurrido. La noticia ha sido hecha conocida por el periódico online “Petrus”, sin ningún detalle, pero con la importante confirmación del vicario de la misma diócesis. Il Giornale ha podido ahora reconstruir el asunto, que será estudiado en los próximos meses.


Estamos en el 2005, poco tiempo después de la muerte del Papa Wojtyla. Una joven pareja que ya ha tenido dos niños, espera un tercero. Para la madre de treinta y un años, que es maestra, el embarazo se presenta difícil: tiene fuertes dolores y los médicos no logran inicialmente comprender el origen de sus molestias. Finalmente, después de muchos análisis y una biopsia, se le diagnostica un linfoma de Burkitt, tumor maligno del tejido linfático más bien agresivo, que frecuentemente aparece en los huesos mandibulares y se extiende a las vísceras del abdomen y la pelvis y al sistema nervioso central. La espera de la nueva vida que la mujer lleva en su seno se transforma en un drama. El marido de la mujer comienza a rezar al Papa Wojtyla, fallecido poco tiempo atrás, para pedirle que interceda por su familia. Una noche, el hombre ve en sueños a Juan Pablo II. “Tenía el rostro serio. Me dijo: «Yo no puedo hacer nada, debéis rezar a este otro sacerdote...». Me mostro la imagen de un sacerdote delgado, alto, flaco. Yo no lo reconocí, no sabía quién era”. El hombre permaneció preocupado por el sueño pero no pudo identificar al sacerdote que Wojtyla le indicó. Pocos días después, abriendo casualmente una revista, encontró una foto del joven Eugenio Pacelli que llamó su atención. Era el que había visto retratado en el sueño.


Se pone en marcha una cadena de oración para pedir la intercesión de Pío XII. Y la mujer se sanó, después de los primeros tratamientos. El resultado es considero tan importante que los médicos piensan en un posible error diagnóstico inicial. Pero los exámenes y las carpetas clínicas confirman la exactitud de los resultados de los primeros análisis. El tumor desapareció, la mujer está bien, tuvo su tercer hijo, y volvió a su trabajo y escuela. Luego de dejar pasar un poco de tiempo, es ella quien se dirige al Vaticano para señalar su caso.


Una confirmación del vicario general de la diócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia, don Carmine Giudici: “Es todo cierto – ha declarado a Petrus -, la Santa Sede nos ha comunicado un milagro por intercesión de Pío XII. El arzobispo Felice Cece ha decidido, por lo tanto, instituir en días el correspondiente Tribunal diocesano”. Este tribunal será el que examine el caso para formular una primera sentencia. Si es positiva, los documentos pasarán a Roma, a la Congregación para las Causas de los Santos: aquí deberán ser estudiados primero por la Consulta médica, llamada a pronunciarse sobre la imposibilidad de explicar la curación. Si también los médicos que colaboran con la Santa Sede dicen sí, el caso de la madre sanada será discutido primero por los teólogos de la Congregación, luego por los cardenales y obispos. Sólo después de haber superado estos tres grados de juicio, el dossier sobre el presunto milagro llegará al escritorio de Benedicto XVI, que decidirá sobre el reconocimiento final. Entonces, y sólo entonces, el Papa Pacelli podrá ser beatificado.


La institución de un Tribunal diocesano y la eventual llegada de la documentación al dicasterio que estudia los procesos de beatificación y canonización no significan ningún reconocimiento sino sólo que el caso en cuestión es juzgado interesante y digno de atención. Por lo tanto, es totalmente prematuro predecir desarrollos, aún más imaginar fechas. Lo que impresiona, en la historia de la familia de Castellammare di Stabia, es el rol que tuvo en el asunto el Papa Wojtyla, que en sueños habría sugerido al marido de la mujer rezar a aquel “sacerdote delgado”, que luego se revelaría como Pacelli. Casi parecería que Juan Pablo II hubiese querido, de algún modo, ayudar a la causa de su predecesor. La noticia del presunto milagro ha llegado al Vaticano pocos días antes de que Benedicto XVI promulgara el decreto sobre las virtudes heroicas de Wojtyla y, sorpresivamente, desbloquease también el de Pío XII, que estaba en espera por dos años con motivo de ulteriores verificaciones en los archivos vaticanos.

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Fuente: Il Giornale


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 18 de enero de 2010

Mons. Léonard, Arzobispo de Malinas-Bruselas y Primado de Bélgica

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Se ha confirmado hoy, en forma oficial, la noticia adelantada recientemente por el vaticanista Andrea Tornielli: el Papa Benedicto XVI ha nombrado a un nuevo Arzobispo de Malinas-Bruselas en la persona de Monseñor André Mutien Léonard.


Elevamos nuestra oración a Dios para que el nuevo Arzobispo, con la ayuda de la Gracia, pueda dar su contribución para la salud espiritual de la Iglesia que está en Bélgica, de modo que pueda superar la profunda crisis en la que se encuentra inmersa desde hace algunos años.


Ofrecemos, a continuación, el texto del nombramiento publicado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

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El Santo Padre ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la arquidiócesis de Malinas-Bruselas (Bélgica), presentada por el Eminentísimo Cardenal Godfried Danneels, en conformidad con el can. 401 § 1 del Código de Derecho Canónico.


El Papa ha nombrado Arzobispo Metropolitano de Malinas-Bruselas (Bélgica) a Su Excelencia Monseñor André-Mutien Léonard, hasta ahora Obispo de Namur (Bélgica).


S.E. Mons. André-Mutien Léonard


S.E. Mons. André-Mutien Léonard  nació el 6 de mayo de 1940 en Jambes, en la diócesis de Namur (Bélgica). Después de los estudios secundarios en el "Collège Notre-Dame de la Paix" en Namur, completó los estudios filosóficos en la Universidad Católica de Lovaina, obteniendo la licenciatura, y los teológicos en la Pontificia Universidad Gregoriana hasta la  licenciatura. De nuevo en Bélgica, consiguió el Doctorado en Filosofía en Louvain-le-Neuve.


Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de julio de 1964 para la diócesis de Namur.


De 1970 a 1991 ha sido Profesor de Filosofía en la Universidad Católica de Louvain-la-Neuve. Desde 1978 fue también Rector del Seminario Universitario "Saint-Paul" en Louvain-la-Neuve. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional.


Elegido Obispo de Namur el 7 de febrero de 1991, fue ordenado el 14 de abril sucesivo.

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Y Schonborn pidió perdón: “Me equivoqué, lo siento”

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Carta Schonborn-Peric

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Ofrecemos esta noticia, publicada en Petrus, sobre la carta que el Cardenal Schonborn, Arzobispo de Viena, envió a Mons. Peric, Obispo de Mostar, pidiéndole perdón por haber visitado el lugar de las presuntas apariciones sin hablar antes con el Ordinario del lugar.

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Después del llamado al orden del Papa, a quien no le agradó la visita de fin de año y las declaraciones pro-apariciones de Medjugorje del Cardenal Christoph Schonborn, el purpurado austríaco, el mismo día en que fue “corregido” por el Pontífice, el pasado 15 de enero, envió una carta de disculpa al Obispo de Mostar, Monseñor Ratko Peric, que no había sido informado de la llegada del prelado y a quien, de todos modos, no le gustó la presencia junto a Schonborn de una de las seis presuntas videntes.


El Obispo de Mostar, de hecho, nunca ocultó su escepticismo hacia apariciones que, tanto él como su difunto predecesor, nunca han considerado auténticas. Benedicto XVI, pidiendo al cardenal austríaco mayor prudencia sobre Medjugorje (como anticipó nuestro periódico en exclusiva), ha hecho propias no sólo las quejas de Monseñor Peric sino también – probablemente –de diversos sectores del Colegio Cardenalicio que no están convencidos de la veracidad de las apariciones y que, sin embargo, piden un pronunciamiento oficial por parte de la Santa Sede (al respecto, se confió al Cardenal Camillo Ruini la guía de una Comisión ad hoc).


Recordemos que el último Cardenal que expresó sus propias dudas fue José Saraiva Martins, un experto en apariciones marianas, que ha dicho que no está convencido de la autenticidad de lo que ocurre en el pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina, invadido cada año por millones de fieles provenientes de todo el mundo.


En cualquier caso, como puede verse en la copia de la carta que adjuntamos a este artículo, el Cardenal Schonborn (al cual el Obispo de Mostar había manifestado, con una precedente carta del 2 enero, su disensión por su comportamiento) se ha dicho apenado si con la peregrinación a Medjugorje no contribuyó a la paz. El purpurado austríaco, que es Arzobispo de Viena y está entre los más famosos Príncipes de la Iglesia, ha asegurado que no era su intención crear desorden. El hecho es que muchos han instrumentalizado su viaje a Medjugorje como una autenticación de las apariciones, facultad que, en cambio, pertenece sólo y exclusivamente al Papa y a la Sede Apostólica.

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Fuente: Petrus


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 16 de enero de 2010

“No hay puntos en común entre Medjugorje y Fátima”

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Ofrecemos nuestra traducción de una entrevista que el Cardenal José Saraiva Martins ha concedido a Petrus  sobre el fenómeno de las presuntas apariciones de Medjugorje.

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Continúan provocando debate y suscitando polémicas, dentro y fuera de la Iglesia, las presuntas apariciones de Medjugorje. La presencia, a principio de año, del cardenal Christoph Schonborn, Arzobispo de Viena, en la pequeña localidad de Bosnia-Herzegovina, ha sido sólo la última ocasión en orden cronológico para verificar la tensión existente en los lugares en que, desde el inicio de los años ’80, se aparecería la Virgen a seis videntes.


El purpurado austríaco, de hecho, celebró Misa para los fieles provenientes de todo el mundo pero no avisó de su presencia al Obispo diocesano, mons. Ratko Peric, desde siempre (como su predecesor) no convencido de la veracidad de tales fenómenos. El obispo local, por su parte, ha manifestado públicamente el propio desacuerdo frente a lo que, evidentemente, ha considerado una ofensa. Todo esto mientras el Papa Benedicto XVI, que ha debido ocuparse de Medjugorje desde que era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, habría decidido (pero no hay aún confirmación oficial al respecto) confiar al cardenal Camillo Ruini la coordinación de una Comisión que asegure definitivamente la verdad sobre la autenticidad o no de las apariciones en el pequeño país de la ex Yugoslavia.


Pero, ¿cuáles son, entonces, los frutos de Medjugorje? Quien cree a los videntes, habla de curaciones milagrosas, liberaciones del maligno, conversiones; es indudable que, en ese lugar, son muchos los que rezan, comulgan y se confiesan. Pero los “escépticos”, aquellos que no creen en la veracidad de las apariciones, subrayan precisamente las divisiones dentro del pueblo de Dios entre favorables y contrarios para demostrar que se trata de un engaño. “Diablo”, por otro lado, significa “aquel que divide”.


De este complejo asunto hemos hablado con el cardenal portugués José Saraiva Martins, colaborador cercano y de confianza del Venerable Juan Pablo II y, luego, del Sumo Pontífice Benedicto XVI, rector de la Universidad Urbaniana muy apreciado por Pablo VI, fino teólogo, ex-Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, amigo personal de Sor Lucía dos Santos y gran experto en las apariciones marianas (reconocidas oficialmente por la Iglesia) de Fátima.

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Eminencia, en su opinión, las presuntas apariciones de Medjugorje ¿han de considerarse verdaderas o falsas?


No hay dudas: las apariciones no deben ser consideradas auténticas hasta que no sean oficialmente aprobadas por la Iglesia en la persona del Santo Padre.

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Se dice que la Santa Sede quiere esperar lo más posible antes de pronunciarse.


Me parece el mejor comportamiento. La Iglesia hace muy bien en ser prudente frente a asuntos tan delicados que, inevitablemente, involucran la sensibilidad de millones de fieles.

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¿Cómo debe comportarse el fiel que quiere ir en peregrinación a Medjugorje?


No debe dar por descontado y no debe estar convencido de que las apariciones son auténticas: debe, por lo tanto, dirigirse a ese lugar para rezar pero no para reconocer con su presencia la veracidad de fenómenos cuya aprobación depende sólo y exclusivamente de la Iglesia y que, de todos modos, no quita ni añade nada a la Revelación que se ha completado en Cristo.

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Mientras tanto, ¿bastan las conversiones para creer en Medjugorje?


Absolutamente no. El de las conversiones, pero también el de las sanaciones, no es un argumento suficiente para justificar la tesis de la autenticidad de las apariciones. Sólo porque en ese lugar hay gente que se convierte, no está dicho que se aparezca la Virgen. La conversión es posible también en una pequeña parroquia de pueblo.

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Vayamos a los “videntes”. Está quien los acusa de haber inventado todo y de tener intereses económicos. Y está quien piensa que, en realidad, se les aparece el demonio con el aspecto de la Virgen para llevar división a la Iglesia, aún a costa de algunas conversiones . ¿Usted qué piensa?


No sé si estas apariciones han sido inventadas o si tienen intereses económicos; seguramente, en este tipo de casos, puede estar la mano del demonio. Pero Dios es tan grande que sabe servirse del maligno para el bien de la humanidad: podrían explicarse así los beneficios que muchos afirman recibir en Medjugorje.

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Siempre en referencia a los “videntes”, ninguno de ellos, al contrario de la gran mayoría de los otros videntes reconocidos oficialmente por Iglesia, ha elegido la vida consagrada. Entre ellos, está quien incluso se ha casado con una modelo americana y vive en los Estados Unidos en una mega-villa con piscina.


La vida consagrada habría sido un bello testimonio por parte de estas personas pero veo que hay una gran diferencia con Fátima, donde los tres pastorcitos eligieron ser aún más pequeños y humildes de lo que eran antes para vivir en plenitud el gran don de las apariciones.

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A propósito: los “videntes” sostienen que las apariciones de Medjugorje son la prosecución natural de las de Fátima.


Yo no creo que lo sean. Veo demasiadas diferencias. Como decía antes, los pastorcitos de Fátima se hicieron humildes y eligieron el silencio; no sé si en Medjugorje está ocurriendo esto. Sor Lucía entro en la clausura; en Medjugorje ninguno ha elegido la vida consagrada. La misma Sor Lucía puso por escrito los secretos confiados por la Virgen, mientras que en Medjugorje continúan guardándolos para sí. No, no veo puntos en común entre Fátima y Medjugorje.

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Eminencia, en algunas apariciones la Virgen pediría a los seis “videntes” de Medjugorje no obedecer las prohibiciones del Obispo diocesano como, por ejemplo, la de no hablar más públicamente de las presuntas visiones.


La Virgen no podría, en ningún caso, ser anti-jerárquica e incitar a la desobediencia, incluso si el Obispo de Mostar estuviese equivocado. Este es otro elemento sobre el cual reflexionar.

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El Obispo de Mostar, recientemente, ha manifestado su malestar por no haber sido avisado de la presencia del Cardenal Schonborn en Medjugorje. Una presencia “pesada”, que alguno podría valorar erróneamente como un reconocimiento de las apariciones por parte de la Santa Sede.


Lejos de mí la intención de juzgar el comportamiento del Cardenal Schonborn... Pero yo, considerando la atención morbosa que está concentrada en Medjugorje, habría hablado antes con Monseñor Peric, como hago por otro lado cada vez que voy fuera de Roma. Cuando nosotros, los cardenales, vamos a una diócesis, entramos en la “casa” del Obispo del lugar y debemos tener la educación y el buen sentido de anunciarnos.

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Fuente: Petrus


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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