jueves, 31 de diciembre de 2009

Bajo el signo de la salvación

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theotokos

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En la historia de la familia humana, Dios ha querido introducir su Verbo eterno, haciéndole asumir una humanidad como la nuestra. Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad ha entrado en el tiempo, y la historia del hombre se ha abierto a la realización en lo absoluto de Dios.


El tiempo ha sido – por así decir – “tocado” por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y por Él ha recibido nuevos y sorprendentes significados: se ha convertido en tiempo de salvación y de gracia.


Precisamente en esta perspectiva, debemos considerar el tiempo del año que se cierra y del año que comienza, para poner los más diversos acontecimientos de nuestra vida – importantes o pequeños, sencillos o indescifrables, alegres o tristes – bajo el signo de la salvación y acoger la llamada que Dios nos dirige para conducirnos hacia una meta que está más allá del tiempo mismo: la eternidad.


Tomado de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI en las Primeras Vísperas de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, 31 de diciembre de 2009.

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Desde la Buhardilla de Jerónimo, queremos desear a todos nuestros lectores y bloggers amigos un santo y feliz año 2010, mientras pedimos a Dios que a todos nos bendiga y acompañe durante el año que ahora comienza.

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domingo, 27 de diciembre de 2009

La seguridad papal y una tradición nunca abrogada

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 Juan Pablo I en la sedia gestatoria

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El acontecimiento del pasado jueves, en que el Santo Padre fue víctima de la violencia de una persona desequilibrada, infundió temor a todos los fieles y suscitó cuestionamientos sobre la seguridad del Romano Pontífice. A esos cuestionamientos respondió el Padre Lombardi, vocero de la Santa Sede, afirmando que “es imposible un blindaje al cien por ciento en torno al Papa sin crear un muro divisor entre el Pontífice y sus fieles, algo impensable”. Luego de añadir que “de cada episodio puede sacarse alguna lección”, recordó (como solía decir también su antecesor en el cargo, el Doctor Navarro Valls) que “hay que abandonar la ilusión de que exista un riesgo cero”.


Sin embargo, a partir de este infortunio, surgieron comentarios en diversos sitios analizando la conveniencia de utilizar nuevamente la sedia gestatoria. A decir verdad, estos comentarios no han surgido inesperadamente el pasado jueves. En realidad, ya desde hace algunos meses surgieron algunos rumores, que desde entonces han ido in crescendo, de que el Santo Padre recuperaría esta tradición, por consejo de la Secretaría de Estado, y con el fin de poder ser visto por todos los fieles.


Con el accidente ocurrido al comienzo de la Santa Misa de Navidad, algunos han comenzado a valorar la restauración de esta tradición pontificia también desde el punto de vista de la seguridad. En efecto, utilizando nuevamente la silla gestatoria, el Pontífice no estaría tan expuesto a quien, violando las normas de seguridad (que, como ha sido recordado, nunca serán completamente seguras), intentara abalanzarse sobre él. La estabilidad de la silla estaría garantizada por doce sediarios y, además, se seguiría contando con la escolta de las fuerzas de seguridad vaticanas. Por supuesto, esto sería viable sólo en el interior de la Basílica Vaticana, donde pueden realizarse (y, de hecho, se realizan) estrictos controles para evitar que las personas que ingresan porten cualquier tipo de armas.


A la posibilidad de que el Santo Padre vuelva a utilizar la silla gestatoria se oponen algunos argumentos que, en la mayor parte de los casos, terminan revelándose carentes de auténticas motivaciones, siendo expresiones, más bien, de prejuicios injustificados. Habría que recordar, en primer lugar, que este elemento tradicional nunca fue abrogado sino que, en realidad, cayó en desuso. En efecto, de los Pontífices inmediatamente anteriores a Benedicto XVI, sólo Juan Pablo II no hizo uso de ella en ningún momento de su pontificado, a pesar de que le ofrecieron hacerlo. El mismo Pablo VI que, habiéndola utilizado algún tiempo, luego dejó de hacerlo, volvió a solicitar el servicio de los fieles sediarios cuando la enfermedad de sus piernas le impedía realizar largas procesiones. También Juan Pablo I, a quien en realidad no le gustaba, accedió a utilizarla ante el deseo de todos los peregrinos presentes en las audiencias que querían verlo. Para una crónica histórica más amplia, puede leerse el interesante artículo del Doctor Durand en Costumbrario Católico. Sin embargo, con esto ya queda claro que, en realidad, ninguno de los Predecesores de Benedicto XVI abolió la sedia gestatoria sino que, en cambio, ésta dejó de utilizarse en los últimos años y, más precisamente, en el último Pontificado. Por lo tanto, podemos concluir que la conveniencia de su utilización es una decisión que corresponde tomar, con absoluta libertad, a cada Pontífice, sin estar vinculado en esta materia a las decisiones, también libres, de sus Predecesores. También aquí puede aplicarse lo que Don Gagliardi afirmaba recientemente en una entrevista a propósito de las tradicionales vestiduras extralitúrgicas de los Papas, muchas de las cuales han sido usadas nuevamente por Benedicto XVI: “Si bien es cierto que, en las últimas décadas, los Sumos Pontífices han elegido no usarlas... también es cierto que éstas nunca han sido abolidas y, por lo tanto, cualquier Papa puede utilizarlas.”


Otra oposición, un poco más ideologizada, proviene de aquellos que consideran la eventual reutilización de la silla gestatoria como la restauración de un elemento pasado de moda o, peor aún, como el retorno a un temible triunfalismo pre-conciliar. En realidad, como denunciaba con ironía Joseph Ratzinger poco después de la clausura del Vaticano II, existe un nuevo triunfalismo de la vanagloria que puede ser mucho más peligroso que aquel antiguo que se pretendía denunciar. A esta injustificada acusación de triunfalismo, responde con precisión Francesco Colafemmina en su artículo de Fides et Forma: “es necesario entender, de una vez por todas, que algunos objetos del pasado no eran expresiones de exterioridad magnificente sino, más bien, instrumentos útiles y prácticos que ayudaban a los fieles a mirar al Papa, que exaltaban el sentido del debido respeto al Sucesor de Pedro, que salvaguardaban la salud y el cansancio de Su Santidad. Se dirá: «¡pero no es aceptable que un hombre sea llevado por otros hombres! ¡Es un signo de poder!». Éstas son ideas que derivan de una visión meramente materialista del Papado. El amor y el afecto por el Papa hacen gozosa la tarea de los sediarios, cuya institución permanece viva y pronta a servir al Pontífice. Un hombre anciano llevado en un pequeño trono sobre las espaldas es también un signo concreto de las palabras del Señor a Pedro en Juan 21, 18: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Ese trono es signo de una potestad diversa, de una autoridad completamente distinta de la del mundo y del poder material: ¡es la potestad del amor y la autoridad del Pastor que apacienta las ovejas de Cristo! Es la potestad y la autoridad del Pontífice que es sostenido físicamente por los sediarios y espiritualmente por todos los fieles. Es la potestad y la autoridad del Padre que gobierna la Iglesia de Roma y, en la sucesión apostólica, no se representa simplemente a sí mismo, a la propia persona, sino la auctoritas pontificia que desciende de la misión que Jesús confió a Simón Pedro”.


Un ejemplo de lo que afirma Colafemmina sobre el amor al Papa que “hace gozosa la tarea de los sediarios” lo ha dado precisamente uno de ellos, Silvano Bellizi, que murió recientemente a los ochenta años de edad, luego de haber servido fielmente a cinco Pontífices. En una entrevista concedida a L’Osservatore Romano un mes antes de su fallecimiento, contaba lo siguiente sobre Pablo VI: “El último año, cuando el dolor de las rodillas le impedía caminar y sentía sufrimientos atroces incluso al hacer pocos pasos, teníamos a disposición también una pequeña silla que usábamos para los desplazamientos más breves. La tarde del Corpus Domini de 1975, al retornar de la celebración en San Juan de Letrán, mientras, habiendo regresado al Vaticano, me preparaba para levantar la pequeña silla, crucé su mirada. Era de sufrimiento. Nos miramos por un momento y nos dijo: «Gracias. Vosotros sois mis piernas sanas» . Casi en coro le respondimos: «Para nosotros es un honor, Santidad»”.


¿Queremos decir con todo esto que el uso de la sedia gestatoria debe ser restaurado para que el Pontificado pueda presentarse ante el mundo en todo su esplendor? No, por supuesto que no. Afirmar eso significaría caer, efectivamente, en aquella visión materialista del papado que termina en un triunfalismo vacío. Lo que en realidad queremos decir es que el actual Sumo Pontífice, al igual que sus predecesores, tiene absoluta libertad para disponer de este instrumento de la tradición. Y que, si decidiera hacerlo, se trataría de una opción legítima basada en algunas innegables ventajas que la silla gestatoria ofrece: evita al Sumo Pontífice la fatiga de tener que recorrer a pie la extensa nave central de la Basílica Vaticana; satisface el deseo de todos los peregrinos de poder ver al Sucesor de Pedro, evitando la confusión y el desorden producidos precisamente por intentar, a toda costa y muchas veces sin éxito, mirar con los propios ojos al Vicario de Cristo; brinda seguridad al Pontífice, no sólo por estar más elevado del nivel de los peregrinos sino también por la cantidad de sediarios que portan la sedia junto al personal de seguridad que lo continuaría escoltando, resguardándolo de ese modo del fácil acceso que podría tener a él una persona que quisiera hacerle daño.


En conclusión, la silla gestatoria no es el poderoso signo de un pasado al que algunos quisieran volver y del que otros quisieran huir. Es, nada más pero también nada menos, un instrumento que la sabiduría de la tradición pontificia ha considerado útil por diversos motivos y que, por estar a disposición del Romano Pontífice, podría ser reutilizado en cuanto éste lo dispusiera. No está en la sedia, lo sabemos bien, la gloria y la grandeza del pontificado romano. Esta gloria y esta grandeza están en el hecho de que el Divino Maestro haya querido edificar su Iglesia sobre Pedro y sus legítimos sucesores. Esta gloria y esta grandeza están, actualmente, en la figura de Benedicto XVI, este hombre anciano que, en el atardecer de su vida, ha sido llamado por el Señor a la responsabilidad máxima de ser Su Vicario y, en la conciencia de ser un “humilde trabajador en la viña del Señor”, ha aceptado que se ponga sobre sus espaldas un peso que supera cualquier capacidad humana. En él, el Papa sabio, la entera Iglesia y cada uno de los fieles cristianos puede descansar, sabiendo que Dios “ no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que Él mismo ha escogido como vicarios de Su Hijo”(cfr. Prefacio de los Apóstoles I).


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Redacción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 24 de diciembre de 2009

I Parthenos simeron

San Romano el Cantor carecía del don de cantar. En una ocasión, pidió en la oración esta gracia a la Santísima Virgen María. La Madre de Dios se le apareció en una visión en sueños durante la Vigilia de Navidad, le entregó un rollo (“kontakion”, en griego), y le ordenó que lo comiese.


Fue así como este santo monje, fue dotado de agudeza intelectual, del don de la composición musical (por esto es conocido como “el melodista”). En dicha Vigilia, San Romano cantó con una voz admirable su primer kontakion:


I Parthenos


Este kontakion es el que podemos escuchar interpretado por Divna Ljubojevic en el video que presentamos:



“Hoy la Virgen da a luz al Trascendente. Y la tierra una cueva ofrece al inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban. Los magos caminan con la estrella; porque ha nacido por nosotros, un Niño Nuevo, el Dios de antes de los siglos”.

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Un cardenal, muchas historias

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Cardenal Tucci

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Ofrecemos una entrevista, publicada en L’Osservatore Romano, al cardenal Roberto Tucci, quien además de haber sido director de la revista La Civiltá Cattolica y de la Radio Vaticana, durante 20 años (desde 1982 hasta 2002) fue el organizador de los viajes pontificios. En la  entrevista, el cardenal Tucci habla de su servicio a la Iglesia, su relación con los Pontífices, el trabajo en la revista de los jesuitas y en la radio del Papa, y de algunos interesantes recuerdos de los viajes pontificios.

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Sacerdote, compañero de Jesús a toda costa. Al punto de irse de su casa, todavía muy joven, para seguir su vocación. Tenacidad coronada por una vida sacerdotal ejemplar y por una vivacidad intelectual internacionalmente reconocida, por un servicio a la Iglesia con fidelidad y humildad, hasta la púrpura romana. El cardenal Roberto Tucci acepta hablar con nuestro periódico, “si bien – dice previamente con la natural franqueza heredada de sus orígenes napolitanos – no entiendo por qué queréis entrevistarme. No soy un personaje importante como para terminar en las páginas de L’Osservatore Romano”. Y no es falsa modestia: como lo sabe quien conoce al “padre Tucci” – muchos continúan llamándolo así – que, entre otras cosas, nunca ha concedido entrevistas a ningún periódico. Y hablando, recorre los recuerdos de los últimos años de la historia de la Iglesia, muchos de los cuales ha vivido como protagonista, “no por voluntad mía – dice – sino por obediencia al Papa y a los superiores”. Nos encontramos en su estudio, en Radio Vaticana, a las 8.30. Ya está allí esperándonos y viene a nuestro encuentro sin aquel bastón convertido en su compañero de vida desde que sufre por un problema en la rodilla, “regalo de juventud”, bromea. Un café, como buen anfitrión napolitano, y luego comienza el viaje en la memoria.

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Jesuita, ¿por qué?


Si tuviera que darle una respuesta razonada, no sabría que decirle. Como sucede un poco con todos, ha sido el primer contacto con una figura o con una comunidad religiosa el que determinó la elección. Yo lo he tenido con la Compañía de Jesús y, por eso, cuando finalmente logré coronar mi deseo, fui con los jesuitas de Vico Equense.

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¿Por qué dice “cuando finalmente”?


Porque mi vocación ha tenido mucha oposición de mi madre. Era inglesa y anglicana pero, sobre todo, me consideraba demasiado joven para poder tomar una decisión tan importante. Y además era hijo único, y para ella era muy difícil aceptar la idea de que yo dejara la casa tan pronto.

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¿Y que hizo usted?


Me escapé de casa. Dos veces. Incluso sufrí el hambre: recuerdo que fui de algunos amigos para encontrar algo de comer. Llegué a Vico Equense, donde estaban los jesuitas. Y mi padre fue a buscarme con los policías del lugar y me llevó a casa, a pesar de mis protestas. Era menor de edad y no podía decidir solo.

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¿Y luego qué ocurrió?


Poco a poco, las cosas comenzar a ir por el lado correcto. Me acerqué a los jesuitas porque tenía una gran estima por el padre Alberto Giampieri, que entonces dirigía una congregación mariana en Posillio, donde estaba el teologado. Estaba un poco avergonzado porque aún no estaba bautizado en la Iglesia católica. Había sido bautizado en una iglesia anglicana y sentía que no estaba bien. Debo decir que, ante mi pedido de hacerme católico, mi madre enseguida estuvo de acuerdo y con un cierto entusiasmo. Pero no por motivos teológicos; en forma mucho más sencilla consideraba que, siendo italiano, era mucho mejor si era católico. Me lo dijo claramente mientras me llevaba de un anciano sacerdote católico que me preparó para el bautismo. Fui bautizado sub conditione, porque se consideraba válido ya el primer bautismo. Efectivamente era así. Cuando luego fui creado cardenal, fui en Nápoles a aquella iglesia anglicana donde había sido bautizado. Recuerdo al párroco, que me recibió con mucha gentileza. Incluso rezamos juntos. Tenía ya preparado el libro de los bautismos, abierto en la página correspondiente. Entre otras cosas, descubrí entonces que tenía un doble nombre: fui bautizado como Robert Francis.

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¿Recuerda algo del período vivido como anglicano?


Recuerdo que iba siempre con mi madre a los servicios en esta iglesia de Nápoles. Lo recuerdo porque era todo muy ordenado. Nos daban un pequeño misal apenas entrábamos y luego debíamos devolverlo antes de salir; hasta había almohadones para arrodillarse. Recuerdo que eran todas familias inglesas o algunas mixtas, como la mía. Luego encontré a este sacerdote realmente grande, que me cambió desde dentro y me infundió tanta determinación. De hecho, mi madre tuvo que rendirse frente a mi “cabeza dura” – como decimos en Nápoles – y me dio su aprobación. Pero la paz verdadera la hicimos algunos años más tarde, cuando fue a verme por primera vez en el noviciado. Fue algo cómico. Entre tantas reglas que nos imponían, estaba la de la modestia. Nos recomendaban, por ejemplo, tener la mirada baja, no mirar a los superiores a los ojos sino ligeramente por debajo. Y, por eso, frente a mi madre – que había ido a verme, entre otras cosas, para intentar convencerme una vez más de que desista –, yo permanecí en silencio y con la cabeza baja en signo de respeto. Ella interpretó mal esta actitud. Me tomó por el cuello de la túnica que usaba y me dijo, casi gritando, en inglés: “¡Mírame derecho a los ojos y no te hagas el jesuita!”. Luego, poco a poco, se fue convenciendo. Hizo amistad con varias parejas, padres de mis amigos, en particular con una señora italiana y el marido japonés que se había convertido al catolicismo. No me sorprendí cuando ella me dijo que se haría católica. Y terminó siendo mucho más fiel que muchos católicos de nacimiento.

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De estudioso a docente, y luego periodista. ¿Cuáles han sido las diversas etapas?


Una vez ordenado sacerdote – el 24 de agosto de 1950 –, tenía que ver qué hacer. Estaba en Nápoles, recientemente graduado en teología dogmática. Me fue ofrecida la cátedra en la facultad teológica San Luis y acepté con gusto. En esos años me acerqué al mundo periodístico. Con algunos colegas fundamos una revista y nunca habría pensando que esa aventura desembocaría en la dirección de La Civiltá Cattolica en 1959. Juan XXIII quería una actualización de la revista y tuve que encargarme de ello.

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¿Fue entonces  cuando comenzó su amistad con Roncalli?


Con frecuencia, el Papa me llamaba por diversas cuestiones. He tenido con él nueve largas audiencias privadas y, cada quince días, me encontraba con el Secretario de Estado. A veces, Juan XXIII me veía desanimado y me consolaba; otras veces me veía vacilante, y me animaba. Luego, cuando convocó el concilio Vaticano II, fui nombrado miembro de la comisión preparatoria para el apostolado de los laicos. El Papa me quiso como perito conciliar. Trabajé mucho en la redacción de la Lumen gentium y de la Apostolicam actuositatem. Si tuviera que decir que me quedó más grabado en el corazón de aquel período, diría seguramente el trabajo hecho para la elaboración de aquel “esquema trece” que se convirtió luego en la Gaudium et spes. Recuerdo también con satisfacción los encuentros cotidianos con los periodistas de lengua italiana para informarles sobre los trabajaos en el aula. Me divertía mucho y lo hacía con gusto. Me sentía bien con los periodistas.

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Y de su experiencia en la dirección de “La Civiltá Cattolica”, ¿qué recuerda con más satisfacción?


Diría todo. Pero si debo indicar algo, hay un episodio que me dejó primero un sabor amargo aunque luego intervino el Papa y entonces comprendí que debía estar orgulloso. Era el primer encuentro entre el Pontífice y un representante de la Comunión anglicana. El cardenal Tardini, entonces Secretario de Estado, me llamó y me dijo que debía escribir un artículo para atenuar un poco la importancia – en su opinión, excesiva – que estaba asumiendo esta visita para la prensa. Por lo tanto, tuve que escribir para demostrar que se trataba de una visita como muchas otras que representantes de diversas confesiones hacían al Papa. Nada más que eso, mucho menos “histórica”. Y el mismo cardenal Tardini eligió un frío título: “La visita de cortesía del dr. Fisher a Su Santidad”. El arzobispo de Canterbury se ofendió por este artículo y lo manifestó apenas llegó a Roma. Yo quedé mal y, apenas el Papa me recibió en audiencia – en vísperas de Navidad de 1960 –, le manifesté mi malestar. Juan XXII no me dejó, ni siquiera, terminar de hablar. Me dijo que sabía todo, también que había seguido las directivas de Tardini. Me explicó que el Secretario de Estado, a su vez, había sido objeto de presiones por parte de la jerarquía católica, temerosa de que la visita fuese de algún modo interpretada como una bofetada al afirmarse de la Iglesia católica en Inglaterra. Me dijo también que mi artículo era óptimo y que había hecho bien en seguir las indicaciones de Tardini.

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En los siguientes años, de todos modos, usted ha tenido un rol importante precisamente en el ámbito ecuménico. Ha sido el primer sacerdote católico invitado a dirigir un discurso en una asamblea general del Consejo ecuménico de las Iglesias.


Fui llamado a Upsala, en Suecia, donde – era julio de 1968 – se realizaba la asamblea general. Me pidieron que intervenga sobre el tema “Movimiento ecuménico, Consejo ecuménico de las Iglesias e Iglesia católica”. Mi relación tuvo amplia resonancia y fue publicada en diversas revistas, tanto católicas como protestantes. Otras revistas me pidieron, luego, artículos sobre la cuestión ecuménica. También en 1975 fui invitado, esta vez en calidad de huésped, a otra asamblea general del Consejo ecuménico de las Iglesias. Era la quinta y se llevaba a cabo en Nairobi, en Kenya.

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Sus tiempos en la dirección de “La Civiltá Cattolica” coincidieron con un momento histórico muy importante para Italia: estaba en discusión la cuestión de la apertura a la izquierda sugerida por Aldo Moro. ¿Cuál fue el rol de la revista de los jesuitas?


Fueron, para mí, años llenos de incomodidad. Nuestros lectores eran muy atentos. Una de las tres secciones de la revista – junto a “Santa Sede” y “Exteriores” – era precisamente “Italia”. El cardenal Tardini, aún Secretario de Estado, era bastante contrario a esta apertura así como lo era, por otro lado, a la hipótesis de un partido católico conservador. Una vez me dijo: “Por caridad, esto lo quiere el cardenal Ottaviani. No yo, porque estoy convencido de que si se constituyen dos partidos católicos, pelearían más entre ellos que para defender los intereses de los católicos”. Y recuerdo también que toda nuestra crónica relativa a Italia volvía de la revisión de la Secretaría de Estado llena de observaciones y correcciones de los colaboradores de Tardini.

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¿Y cómo veía Juan XXIII la cuestión?


Le contaré una anécdota significativa. Me recibió en audiencia en vísperas del famoso congreso de la Democracia cristiana, en 1962 en Nápoles, durante el cual Aldo Moro pronunció el discurso rebautizado por Andreotti como “la encíclica Cauti connubi”. Durante el encuentro, el Pontífice me repitió algo que ya me había confiado durante el primero de nuestros encuentros: no deseaba ocuparse de los asuntos de Italia y quería que la Secretaría de Estado fuera muy prudente con las cuestiones italianas. Me dijo que no entendía de política y, en todo caso, pensaba que el Papa, perteneciendo a la Iglesia universal, no debía estar involucrado en cuestiones particulares concernientes a Italia. Respecto a las divisiones internas de la Democracia cristiana, agregó – pienso que refiriéndose a la izquierda – que, de todos modos, debían ser respetados también aquellos que no estaban, por así decir, en las posiciones más aceptables, porque se trataba de personas que defendían sus ideas en buena fe: “Yo no entiendo de esto pero francamente no comprendo por qué no se puede aceptar la colaboración de otros, que tienen una ideología distinta, para hacer cosas en sí mismas buenas, con tal que no se ceda en la doctrina”. Así entendí que Moro tendría luz verde. Es más, pienso que al estadista se le comunicó esta posición del Papa porque, conociendo su fe, no creo que hubiera procedido de otra manera por ese camino.

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Y llegamos a los años de su aventura en la dirección de la Radio Vaticana.


Era 1973, y fue Pablo VI quien me llamó a sustituir a mi hermano jesuita, el padre Giacomo Martegani, quien había renunciado por graves motivos de salud. Dejé con nostalgia la dirección de La Civiltá Cattolica. Sin embargo, puse alma y cuerpo en el proyecto de desarrollo de la emisora del Papa. Tenía junto a mí un buen grupo de colaboradores y, por lo tanto, no fue difícil. Fueron años maravillosos y llenos de satisfacción. Pero, sobre todo, fueron años fundamentales para mi experiencia personal, tanto humana como sacerdotal, porque precisamente en mi calidad de director general de Radio Vaticana pude entrar en contacto con el sacerdote que imprimió un giro decisivo a mi vida espiritual: Juan Pablo II. En realidad, yo ya había conocido a Karol Wojtyla en los tiempos del concilio Vaticano II. Pero no había estado directamente en contacto con él.

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¿De qué manera Juan Pablo II imprimió un giro a su vida?


El tema es extremadamente amplio. El espacio de este diálogo no puede, ciertamente, contener el balance de una vida o la síntesis de un pontificado largo, rico, variado, ni puede representar el pensamiento o la acción pastoral de un hombre que, como los profetas, ha ido delante para hablar a toda la humanidad en nombre de Dios, testigo él mismo de Dios con nosotros y por nosotros, de Dios como futuro del hombre. Y yo he tenido la suerte de seguir sus pasos desde el inicio – primero como director de la Radio Vaticana, luego como organizador de sus viajes – y ha sido la experiencia que marcó mi vida. Entre otras cosas, quiso elevarme a la dignidad cardenalicia. Era el 21 de febrero de 2001.

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¿A cuándo se remonta su primer encuentro con él después de su elección?


El momento más importante, que luego dio inicio a mi relación especial con él, fue cuando me pidió presentar a los periodistas su primer encíclica, la Redemptor hominis. Acudí primero a él y le expliqué de qué manera tenía intención de presentarla. Había entendido bien la encíclica pero comprendía poco de su autor. Comprendí, entonces, todas sus preocupaciones por la Iglesia, por ciertas tendencias post-conciliares caracterizadas por poca atención al misterio de la Iglesia. Pero comprendí también todo su amor por la humanidad, a la que quería libre para que pudiera comprender y seguir mejor el camino del Evangelio. Con pasión, traté de transmitir su ansia pastoral también a los periodistas. Y busqué que la Radio Vaticana abriera cada vez más los caminos al Papa e hiciese fructífero su ministerio apostólico en todo el mundo. No sé si lo logré. Dediqué todo mi ser a esta tarea.

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Padre Tucci con Juan Pablo II

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¿Cómo fue el paso al nuevo cargo de organizador de los viajes papales al exterior?


Fue casi natural. Los había seguido todos desde el comienzo del pontificado y había acumulado una gran experiencia. A menudo hablaba de ello con Juan Pablo II y compartíamos muchas observaciones. De este modo, en 1982 me confió el trabajo de ocuparme de todo lo necesario para su desarrollo. En esos años, tuve que tratar con obispos, sacerdotes, laicos, con gobiernos, con monarcas. Tuve que ocuparme de protocolo, transportes, seguridad, alojamientos. Piense que, una vez, al final de una de las tantas reuniones que se hacían con el Papa para preparar un viaje, después de haber escuchado mis peripecias, me tomó del brazo y me dijo textualmente: “¡Pobre Padre Tucci! ¡Cómo ha caído hacia abajo desde la cima de la teología!”. Me había conocido, en efecto, cuando yo era teólogo en el Vaticano II.

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¿Qué recuerda de aquellos viajes?



Necesitaría un libro entero para recoger todo. Los recuerdos son muchos, muchísimos, y vale la pena no olvidar nada. Me gusta empezar recordando la valentía que mostraba el Papa Wojtyla al afrontar situaciones difíciles, a veces también escabrosas o peligrosas. Era testarudo. ¿Cómo olvidar su determinación en querer orar a toda costa en la tumba del arzobispo Oscar Arnulfo Romero en San Salvador? Ignorar aquella tumba había sido una de las condiciones puestas por el Gobierno para permitir la visita. Los obispos desaconsejaron al Papa que vaya. No había nada que hacer: Juan Pablo II quería hacerlo porque se trataba de un obispo asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Cuando llegamos al lugar, encontramos la catedral cerrada. El Pontífice se detuvo y dijo que no se movería de allí hasta que no se le permitiera rezar en aquella tumba. Permanecimos por largo tiempo en la plaza desierta. La policía había hecho alejar a todos, no había nadie. Pero luego llegó la llave y el Papa pudo permanecer largo tiempo frente a aquella tumba.


Luego estuvo la contestación organizada por el Gobierno durante la Misa en Managua, Nicaragua, en 1983. Recuerdo que el mismo Juan Pablo II, en un momento, tomó el micrófono y gritó: “¡Silencio!”. Y obtuvo silencio.


¿Cómo olvidar el rostro de Wojtyla cuando se dio cuenta de la jugada que le hizo Pinochet durante el viaje a Chile en 1987? Lo hizo asomarse con él al balcón del palacio presidencial, contra su voluntad. Nos tomó el pelo a todos. A nosotros, los del séquito, nos hicieron sentar en un pequeño salón en espera del diálogo privado. Según lo pactado – que se había acordado por precisa disposición del Papa –, Juan Pablo II y el presidente no se asomarían para saludar a la multitud. Wojtyla era muy crítico con el dictador chileno y no quería aparecer junto a él. Yo mantenía continuamente la mirada en la única puerta que conectaba el salón, donde estábamos nosotros, con la habitación en la cual estaban el Papa y Pinochet. Pero con un movimiento estudiado, lo hicieron salir por otra puerta. Pasaron frente a una gran cortina negra cerrada – nos contó luego el Papa furioso – y Pinochet hizo detener allí a Juan Pablo II, como si tuviese que mostrarle algo. La cortina fue abierta de golpe y el Pontífice se encontró frente al balcón abierto hacia la plaza llena de gente. No pudo retirarse pero recuerdo que, cuando se despidió de Pinochet, lo fulminó con la mirada. Alfonsín, en Argentina, fue más respetuoso y no pretendió absolutamente aparecer a su lado. En cambio, en África, reyes, dictadores y gobernantes corruptos lo llevaban a todas partes para explotar la imagen. Él lo sabía pero era un precio que debía pagar para encontrarse con la gente. Esto lo afligía pero lo soportaba. Luego se desahogaba con nosotros. Y cuando hablaba, no ahorraba denuncias.

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¿Hay algo que recuerde en particular del período preparatorio de los viajes?


Muchas cosas, ciertamente. Las tratativas en los países comunistas, por ejemplo, porque las autoridades tendían a aislar lo más posible al Papa de la multitud. O bien, la necesidad de estudiar en los mínimos detalles posibles escenarios de atentados para evitar peligros: en los Estados Unidos ha sido una verdadera obsesión, ¡pero he aprendido diversas técnicas de los servicios secretos!


Tal vez una cosa que me quedó en la mente más que otras: la preparación de la visita a Cuba. Recuerdo, sobre todo, la gran disponibilidad por parte de las autoridades a dejar al Papa que fuera libre de hacer todo lo que deseaba. Pero el aspecto más interesante es que, tomadas las decisiones, debía hablar con Fidel Castro en persona. El hecho es que él comenzaba a trabajar a las nueve de la noche y, por lo tanto, a veces me recibía cerca de la medianoche.

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¿Ha habido algún viaje programado pero nunca realizado?


Más de uno, a decir verdad. Es conocido el último, el que el Papa quería realizar a Sarajevo durante la guerra, en 1994. Cuando hice la inspección del lugar con Alberto Gasbarri – actual director administrativo de la Radio Vaticana y organizador de los viajes papales fuera de Italia –, nos obligaron a usar el chaleco antibalas. Era demasiado peligroso y casi imposible garantizar la seguridad absoluta. Por lo tanto, con mucha amargura para el Papa, no pudo hacerse nada.


Recuerdo con pena el fracaso de la visita a Hong Kong. El cardenal John Baptist Wu Cheng-chung, obispo desde 1975, me manifestó sus perplejidades. Hong Kong tenía todavía su autonomía pero la presencia del Papa podía ser interpretada como un acto descortés con Taiwán: estábamos en 1994, en vísperas del paso de Hong Kong a China, ocurrido en 1997.


Otra desilusión fue el fracaso del viaje que el Papa quería hacer a Irak después de la guerra del Golfo. Recuerdo que llegamos, en avión, a una base militar en plena noche. Luego, seis horas en auto hasta Bagdad. Estuvimos tres días discutiendo con dos vice-ministros de Exteriores, los cuales sostenían que el Papa no entendía nada, porque Abraham era musulmán. Finalmente nos dijeron que el Papa en la tierra de Abraham, es decir en el sur de Irak, en el límite con Irán, habría representado un riesgo muy serio por posibles atentados, de los cuales luego serían culpados los iraquíes. Por lo tanto, era necesario reflexionar mucho antes de tomar una decisión. Entonces desaconsejé el viaje.


En tema de fracasos, no puedo dejar de recordar los encuentros nunca realizados con Alejo II. La primera vez, cuando el Papa viajaría a Austria. Por voluntad de la Santa Sede, organicé un encuentro con el Patriarca de Moscú, Alejo II, porque el padre Pierre Duprey, entonces secretario del actual Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, había sondeado el terreno y parecía que los tiempos estaban maduros. Hubo negociaciones y decidieron que podrían encontrarse en Viena. Preparé todo hasta los mínimos detalles. Habíamos elegido el monasterio cisterciense de la Santa Cruz. Pero, pocos días antes, el Patriarcado de Moscú nos hizo saber que el encuentro no se realizaría. El motivo, nos dijeron, era el maltrato reservado por los católicos a los ortodoxos en Ucrania por la recuperación de sus iglesias, un pretexto. Lo mismo ocurrió con ocasión de la visita a Pannonhalma, en Hungría, en 1996. También aquella vez estaba todo listo pero luego fueron puestas ulteriores condiciones y se canceló todo.

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El último pensamiento es para dos amigos.


El primero, que aún siento muy cerca de mi corazón, es el padre Pasquale Borgomeo. Un hermano para mí, antes que un compañero. Me ayudó muchísimo en mi aventura en la Radio Vaticana. Recuerdo que el día de las exequias, dije que si había alguien que podía decir verdaderamente al Señor “gracias por habérnoslo dado”, ese alguien era yo. En el período de mi dirección, dirigí la radio junto a él. Estábamos muy unidos y él, en cuanto a la radio, sabía más que yo: siento que he perdido mucho, si no todo [el Padre Borgomeo falleció el 2 de julio de este año].


Y luego, Alberto Gasbarri, un amigo auténtico, sincero, devoto. También él ha sido, para mí, insustituible. Al punto de que, cuando festejé mi púrpura cardenalicia con todos mis amigos, conocidos, colegas y parientes, en el discurso que pronuncié, dije sin medios términos que si este reconocimiento del Papa era por el servicio hecho a su pontificado itinerante, entonces el cardenalato lo habría merecido, mucho más que yo, el laico Gasbarri.

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Fuente: L’Osservatore Romano

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


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martes, 22 de diciembre de 2009

Los cambios en la Liturgia pontificia

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Papa con el camauro

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En esta entrevista concedida a la edición italiana de Zenit, que ofrecemos ahora traducida al español, el Padre Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, ofrece su visión sobre el sentido auténtico de los cambios introducidos en la Liturgia pontificia bajo el actual Pontificado.

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Leyendo el artículo de Luigi Accattoli, “El rito del silencio según el Papa Ratzinger”, surge la idea de un cierto trabajo, solicitado por el mismo Santo Padre, para poner la liturgia papal más en línea con la tradición. Ya que nos acercamos a las solemnes celebraciones de las fiestas navideñas, que serán presididas en San Pedro por Benedicto XVI, quisiéramos aprovechar la ocasión para hablar con Usted sobre estos cambios.


El artículo de Accattoli presenta un panorama eficaz de algunas de las más visibles entre las recientes decisiones en materia de liturgia pontificia, si bien hay otras, probablemente no mencionadas por razones de brevedad o porque son de comprensión más difícil por parte del gran público. El conocido y estimado vaticanista subraya varias veces que estos cambios están casi inspirados por el mismo Santo Padre, el cual, como todos saben, es experto en liturgia.

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Accattoli comienza su reconstrucción mencionando las vestiduras papales que habían sido abandonadas en las últimas décadas: el camauro, el saturno rojo, la muceta con piel de armiño. Además menciona los cambios ocurridos en lo referente al palio.


Se trata de elementos de las vestiduras propias del Pontífice, como también el color rojo de los zapatos, no mencionado explícitamente por el periodista. Si bien es cierto que, en las últimas décadas, los Sumos Pontífices han elegido no usar estas vestiduras o modificar su forma, también es cierto que éstas nunca han sido abolidas y, por lo tanto, cualquier Papa puede utilizarlas. No debe olvidarse que, al igual que la mayoría de los elementos visibles de la liturgia, también las vestiduras de uso extralitúrgico responden tanto a necesidades prácticas como simbólicas. Recuerdo que, cuando el Papa Benedicto utilizó por primera vez el camauro – un sombrero invernal que protege bien del frío -, una conocida revista italiana publicó el rostro sonriente del Santo Padre, que llevaba puesto el camauro, y debajo de la foto añadió un epígrafe que decía: “¡Ha hecho bien!”, refiriéndose al hecho de que también el Papa tiene derecho a resguardarse del frío. Pero no hay sólo razones prácticas. No debemos olvidar quién es y qué rol desarrolla la persona que usa estas vestiduras: por eso, éstas tienen también un valor simbólico que se expresa con su belleza y su particular decoro.


Distinto es el caso del palio que es, en cambio, un ornamento litúrgico. Juan Pablo II utilizaba uno igual al que usan los arzobispos metropolitanos. Al comienzo del pontificado de Benedicto XVI, se había preparado uno de forma diversa que retomaba usos antiguos y que el Santo Padre utilizó por algún tiempo. Luego de cuidadosos estudios, se vio que era preferible volver a la forma usada por Juan Pablo II, aunque han sido aportadas pequeñas modificaciones de modo que se resalte claramente la diferencia entre el palio de los metropolitanos – impuesto a ellos por el Papa – y el palio del Sumo Pontífice. Mayores informaciones sobre esto se pueden encontrar en la entrevista a mons. Guido Marini, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, publicada en L’Osservatore Romano del 26 de junio de 2008.

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¿Qué puede decirnos de la férula elegida por Benedicto XVI en lugar del crucifijo del escultor Scorzelli, utilizado por Pablo VI y por los dos Juan Pablo, hasta la primera parte del pontificado del mismo Papa Benedicto?


Se podría decir que también para esto vale el mismo principio. Se puede mencionar una razón práctica: el actual báculo de Benedicto XVI, que él utiliza desde el comienzo de este año litúrgico, pesa 590 gramos menos que el crucifijo de Scorzelli; por lo tanto, más de medio kilo de diferencia, que no es poco. Luego, a nivel histórico, el báculo en forma de cruz responde más fielmente a la forma del báculo típico de la tradición romana, es decir, utilizado por los Sumos Pontífices, que siempre ha sido en forma de cruz y sin crucifijo. Por otro lado, también aquí se podrían añadir otras reflexiones desde el punto de vista simbólico y estético.

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Accattoli cita también otros cambios, que podríamos definir más sustanciales: el cuidado por los momentos de silencio, la celebración hacia el crucifijo y de espaldas a la asamblea, y la Comunión distribuida a los fieles de rodillas y en la lengua.


Se trata de elementos de gran significado que, obviamente, no puedo analizar aquí en forma detallada sino sólo brevemente. La Institutio Generalis del Misal Romano publicado por Pablo VI prescribe observar el sagrado silencio en diversos momentos. La atención a este aspecto en la liturgia papal, por lo tanto, no hace más que poner en práctica las normas establecidas.


Respecto a la celebración hacia el crucifijo, vemos que, como regla general, el Santo Padre está manteniendo la posición del altar denominada “hacia el pueblo”, tanto en San Pedro como en otros lugares. Sólo pocas veces ha celebrado hacia el crucifijo: en particular, en la Capilla Sixtina y en la Capilla Paulina, recientemente restaurada. Dado que toda celebración de la Misa, cualquiera sea la posición física del celebrante, es celebración dirigida al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo y nunca está dirigida “al pueblo” o a la asamblea, salvo en los pocos momentos dialogados, no es extraño que quien celebra la Eucaristía pueda disponerse también físicamente “hacia el Señor”. Particularmente en lugares como la Capilla Sixtina, donde el altar está adosado a la pared, es algo natural y fiel a las normas celebrar sobre el altar fijo y dedicado, por lo tanto en dirección al crucifijo, en lugar de agregar un altar móvil para la ocasión.


Finalmente, respecto al modo de distribuir la Santa Comunión a los fieles, es necesario distinguir el aspecto de la recepción de rodillas del de la recepción en la lengua. En la actual forma ordinaria del rito romano (o Misa de Pablo VI), los fieles tienen el derecho de recibir la Comunión estando de pie o de rodillas. Si el Santo Padre ha establecido administrar la Comunión de rodillas, pienso –obviamente, es sólo una opinión personal – que él considera esta actitud más adecuada para expresar el sentido de adoración que debemos cultivar siempre frente al don de la Eucaristía. Es una ayuda que el Papa brinda a aquellos que reciben la Comunión de sus manos, una ayuda para considerar con atención quién es Aquel al que se va a recibir en la santísima Eucaristía. Por otro lado, en la Sacramentum Caritatis, citando a san Agustín, el Santo Padre había recordado que, al recibir el Pan eucarístico, debemos adorarlo porque pecaríamos recibiéndolo sin adoración. Antes de comulgar, el mismo sacerdote se arrodilla frente a la Hostia: ¿por qué no ayudar a los fieles a cultivar el sentido de adoración precisamente a través de un gesto similar?


En lo que respecta, en cambio, a la recepción de la Comunión en la mano, debe recordarse que esto es actualmente posible en muchos lugares (posible, no obligatorio) pero que sigue siendo una concesión, una derogación a la norma ordinaria que afirma que la Comunión se recibe sólo en la lengua. Esta concesión ha sido hecha a las Conferencias episcopales que la han pedido, y no es la Santa Sede quien la sugiere o promueve. Y, de todos modos, ningún obispo miembro de la Conferencia episcopal que ha pedido y obtenido el indulto, está obligado a aplicarlo en su diócesis: todo obispo puede siempre decidir que, en su diócesis, se aplique la norma universal, que rige a pesar de todos los indultos concedidos, norma que establece que los fieles deben recibir la Santa Comunión en la lengua. Si ningún obispo del mundo está obligado a hacer uso del indulto, ¿cómo podría estarlo el Papa? Más bien, es importante que precisamente el Santo Padre mantenga la regla tradicional, confirmada una vez más por Pablo VI, que prohíbe a los fieles recibir la Comunión en la mano (para mayores detalles, cfr. Mauro Gagliardi, “La liturgia fonte de vita”, Fede & Cultura, Verona 2009, pp. 170-181).

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En conclusión, Usted, que forma parte del “staff” de consultores de mons. Guido Marini, ¿qué sentido ve en las novedades introducidas en la liturgia papal bajo Benedicto XVI?


Naturalmente puedo hablar sólo a título personal, sin que tengan mis opiniones ningún carácter de posición oficial de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. Me parece que lo está tratando de hacerse es combinar sabiamente cosas antiguas y cosas nuevas, aplicar en el espíritu y en la letra, en cuanto sea posible, las indicaciones del Vaticano II, y actuar de modo que las celebraciones pontificias sean ejemplares en todos los aspectos. Quien asiste a la liturgia papal, debe poder decir: “¡He aquí: así se hace! ¡Así debemos hacer también nosotros en nuestra diócesis, en nuestra parroquia!”.


Quisiera señalar, por último, que estas “novedades”, como Usted las define, no son introducidas simplemente de modo autoritario. Habrá notado que a menudo son explicadas, por ejemplo a través de las entrevistas que el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias concede a L’Osservatore Romano o a otros periódicos. También nosotros, los consultores, de tanto en tanto publicamos artículos en el periódico de la Santa Sede para explicar el sentido histórico y teológico de las decisiones que se toman. Por usar una palabra que está de moda, diría que hay una forma “democrática” de proceder, entendiendo con esto no que las decisiones son tomadas por mayoría sino que se trata de hacer comprender cuál es el motivo profundo de estos cambios, que es siempre un motivo histórico, teológico y litúrgico, y nunca simplemente estético, mucho menos ideológico. Podríamos decir que hay un esfuerzo por hacer conocida la ratio legis y me parece que también este hecho representa una “novedad” de cierta importancia.

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Fuente: Zenit (edición italiana)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 21 de diciembre de 2009

“Sin sacerdotes, ya no habría Iglesia de Cristo”

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Ordenacion sacerdotal

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Habiendo llegado a la mitad del Año Sacerdotal, convocado por el Papa con ocasión del 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, el secretario de la Congregación para el Clero, Mons. Mauro Piacenza, con la claridad doctrinal y la fidelidad al Papa que lo caracterizan, ha hablado con Radio Vaticana sobre el balance que hasta ahora puede hacerse y sobre la importancia fundamental del sacerdocio ministerial en la Iglesia. Ofrecemos, a continuación, nuestra traducción de sus valiosas palabras.

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El “balance” auténtico es el que trazará el Señor, mirando el corazón de cada uno, mirando cómo cada uno ha sabido y ha querido aceptar la invitación del Santo Padre a una auténtica, si bien inicial, “renovación espiritual”. Nosotros sólo podemos afirmar, con satisfacción, que de todas partes del mundo, tanto de enteras Conferencias episcopales como de diócesis particulares, se multiplican las iniciativas, sobre todo de oración, ligadas al Año Sacerdotal.


Y no podría ser de otro modo ya que, en la Iglesia, la renovación auténtica comienza únicamente por la renovación interior y, por lo tanto, por la oración. Hay gran atención al magisterio pontificio ordinario, el cual no pocas veces, incluso en circunstancias aparentemente lejanas del tema, vuelve sobre el Año Sacerdotal, ofreciendo preciosas indicaciones.


La gran “red de oración” que se quería tejer para que abrazase a todos los sacerdotes se está formando poco a poco, según los modos y los tiempos que decide el Espíritu y no nosotros. Las Horas Eucarístico-marianas en la Basílica de Santa María la Mayor, animadas por la Congregación para el Clero, en los primeros jueves de mes del Año Sacerdotal, quieren ser un ejemplo ofrecido a todos y un estímulo a realizar similares “cenáculos de oración” con María. Sería muy bello que cada Diócesis del mundo tuviera una cita mensual de este tipo así como un lugar de adoración perpetua por la santificación de los sacerdotes. ¡Cuántas cosas, entonces, podrían cambiar en positivo! Las grandes cosas siempre nacen de las rodillas dobladas. Es necesario potenciar al máximo la mirada de fe y leer todo con esa mirada.

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¿Cuáles son los próximos eventos eclesiales importantes por el Año Sacerdotal?


Además de los más propiamente litúrgicos, en los que escucharemos lo que el Santo Padre quiera recordar también respecto al Año Sacerdotal – pienso particularmente en la próxima Santa Misa Crismal y en la Santa Misa In Coena Domini -, tenemos frente a nosotros, en orden cronológico, un importante Congreso Teológico Internacional que se realizará los próximo 11 y 12 de marzo de 2010, en el Aula Magna de la Pontificia Universidad Lateranense. Se trata de una ocasión particularmente propicia para hacer un balance de las situaciones, confirmando todo lo que hay de permanente e inmutable en el sacerdocio ministerial, y observando las circunstancias concretas y los verdaderos signos de los tiempos en los cuales cotidianamente somos llamados a desarrollar el ministerio. Intervendrán cardenales, obispos, teólogos y estudiosos de todo el mundo, que se dirigirán especialmente a los responsable de la formación del clero de las diversas Conferencias episcopales, como también a todos los obispos y ordinarios particularmente sensibles a los temas del sacerdocio ministerial. Las mismas universidades de la Urbe están haciendo llegar el propio reconocimiento académico al Congreso, con la posibilidad de obtener créditos para los jóvenes seminaristas y sacerdotes que participarán.


En junio tendremos el Encuentro Internacional de clausura del Año sacerdotal, abierto a todos los sacerdotes del mundo. Nos encontraremos, en torno al Papa, para meditar sobre temas centrales de la vida sacerdotal, en una peregrinación ideal entre las Basílicas papales de San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Pedro. Se trata de los días 9, 10 y 11 de junio de 2010, que se concluirán en la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, precedida por una vigilia Eucarístico-Sacerdotal en la Plaza de San Pedro, la tarde del jueves 10, en identificación espiritual con el Cenáculo de Jerusalén, donde los Apóstoles, en torno a María y con Pedro, rezan en espera del don del Espíritu para la misión. Se desea que todas las diócesis del mundo están presentes con una representación del propio presbiterio, guiada por el Obispo; así como también se desea la presencia de todos los Institutos de vida consagrada guiados por sus Superiores generales, pero se espera también a los seminaristas y fieles laicos que quieren demostrar su fe en el sacerdocio y su apoyo a los sacerdotes.

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¿La “renovación espiritual”, deseada por Benedicto XVI, está ocurriendo realmente? ¿O se realizan sólo “nuevas iniciativas” que se sobreponen a muchas ya existentes?


La renovación espiritual concierne a la conciencia personal de cada sacerdote y a la acogida que cada uno reserva a los dones de la gracia que el Señor ofrece, también a través del Año sacerdotal. Lo que ciertamente se puede decir es que algunos “aspectos cruciales” de nuestro tiempo están siendo enfocados.


Renovación espiritual es, por ejemplo, redescubrir la centralidad y el primado del “ser” sobre el “hacer”. Es cada vez más urgente que los sacerdotes sepan establecer la propia existencia y, en consecuencia, el ministerio a ellos confiado, sobre el primado absoluto de Dios. Del primado de Dios, reconocido en la vida y afirmado en el mundo, deriva todo otro posible fruto de renovación auténtica: desde la santidad personal hasta la pastoral vocacional; del florecimiento de iniciativas pastorales fecundas a la eficacia del testimonio para los laicos y los que se encuentran alejados, hasta el ejercicio de la caridad que, nunca separada de la verdad, es un indispensable camino de evangelización. Este primado de Dios se comprueba en la atención y en la dedicación apasionada a la realización de aquellos “actos de ministerio” que son, en realidad, la vida misma del sacerdote: pienso, sobre todo, en la celebración de la Santa Misa y en la administración del Sacramento de la Reconciliación.

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Sobre la confesión también será preparado un documento. Sin embargo, parece que la “crisis” de este sacramento continúa…


Exactamente, más que un documento sobre la confesión, se trata de una suerte de “Vademécum” para confesores y directores espirituales. Es una ocasión para reiterar la importancia fundamental de este sacramento que, al celebrarlo, el sacerdote obedece al explícito y directo mandamiento del Señor: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (cfr. Jn. 20, 19-23). Ciertamente también es una ocasión para impulsar una atenta reflexión, y si es necesario también un examen de conciencia, sobre la real y concreta dedicación a las confesiones sacramentales. El “Vademécum” para los confesores debería ayudar a redescubrir la belleza de la celebración de este sacramento, tanto para el sacerdote como para el penitente, y eventualmente mostrar cómo este sacramento está en estrecha conexión con la identidad misma del sacerdote, que recibe el mandado de Cristo Señor.


Considero que cada sacerdote, también mirando el extraordinario ejemplo del Santo Cura de Ars que el Santo Padre ha indicado como modelo, debe y puede confesar cotidianamente, dedicando un tiempo y un espacio establecido y constante para las confesiones sacramentales. La experiencia muestra, con infalible constancia, que cuando el sacerdote “se mete en el confesonario” con humildad y fidelidad, los penitentes llegan. Existirá también la “crisis del sacramento” pero hay, tal vez al mismo tiempo, demasiados confesionarios desiertos. Será necesario pensar en organizarse bien y establecer prioridades, sabiendo que las prioridades son tales según el lugar que ocupan en la obra de la redención y no en relación a las necesidades del momento. Pero cuando se habla de confesión y dirección espiritual, no debemos entender sólo la disponibilidad de los sacerdotes a confesar y ejercer la dirección espiritual sino también la práctica regular de la confesión y de la dirección espiritual de los mismos sacerdotes.

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Al sacerdote de parroquia, que es la condición común vivida por más del 95% de los sacerdotes, se le pide prácticamente todo. ¿Cómo es posible que haga todo?


Por el compromiso que ciertamente implica, la “cura de almas” es una pesada tarea y tiene necesidad de toda la solicitud orante de la Iglesia. Los sacerdotes, casi en su totalidad, están de verdad totalmente involucrados e identificados en su ministerio y se dedican con extraordinaria generosidad a anunciar el Evangelio, enseñar la doctrina auténtica, celebrar la Santa Misa, perdonar a los pecadores y guiar a la comunidad. Por todo esto, el Pueblo de Dios está profundamente agradecido a los sacerdotes y ellos representan un auténtico tesoro, tanto para la Iglesia como para la sociedad, sobre todo por aquel “suplemento de alma” que llevan constantemente.


En el frenético mundo contemporáneo, sobre todo en las sociedades secularizadas donde baja el número de sacerdotes, es importante saber “elegir” entre lo que está absolutamente reservado al sacerdote, porque está estrechamente vinculado a su ministerio, y entre lo que puede ser “hecho por otros”. En este sentido, siempre es muy bueno saber identificar y formar personas idóneas (laicos, hombres y mujeres) que puedan efectivamente colaborar, en virtud del bautismo recibido y de un eventual mandato, con el ministerio jerárquico de la Iglesia, sabiendo, sin embargo, y sabiéndolo muy bien, que las suplencias más “visibles” son, de hecho, “suplencias”, por lo tanto provisorias y de “emergencia”, y no pueden asumir carácter definitivo alguno, ni dar lugar a equívocos sobre el carácter absolutamente insustituible del sacerdocio ministerial y sobre su necesidad para que haya Eucaristía y, por lo tanto, Jesucristo y la Iglesia.

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El sacerdote, en la mentalidad actual, está presente en el territorio junto a la gente. Las nuevas estructuras pastorales y el descenso del número de sacerdotes, ¿seguirán garantizando esta presencia?


Más allá de la mentalidad corriente, yo diría que también en las legítimas expectativas del pueblo de Dios. Los fieles laicos sienten fuertemente la necesidad de proximidad, e incluso del vínculo sanamente afectivo, con “su sacerdote”. Esta proximidad, que se funda en la presencia capilar de la Iglesia “en medio de las casas” con la parroquia y en la definición del párroco en cura de almas como “pastor propio” de la comunidad a él confiada, debe ser, en cuanto sea posible, mantenida y promovida. Es una de las riquezas más grandes que la estructura capilar de las parroquias ofrece a la Iglesia y es garantía de que la fe cristiana siga siendo “fe de pueblo” y no de grupos minoritarios o de élites.


La creación de nuevas “estructuras”, a veces necesarias, como las así llamadas “unidades pastorales”, puede responder a una exigencia concreta de garantizar un cierto servicio también en condiciones de escasez de clero y lleva consigo, allí donde es vivida con equilibrio y responsabilidad, también el florecimiento de nuevas colaboraciones eficaces entre los sacerdotes, y entre laicos y sacerdotes. Sin embargo, en tales circunstancias, es siempre necesario salvaguardar dos elementos: por un lado, el rol del sacerdote como primer responsable de la pastoral a él confiada, en comunión con el Obispo – y no subordinado a otros presbíteros; por otro lado, la proximidad, e incluso la “accesibilidad”, del sacerdote por parte de los fieles laicos comunes, sin demasiadas “barreras” o “filtros pastorales” que, precisamente por ser “filtros”, de pastoral no tienen más que el nombre, el cual es, además, incorrecto. El pueblo, más allá de todas las “estructuras”, tiene necesidad del sacerdote, de su palabra, de su consuelo, de su cercanía, que es la cercanía de Cristo mismo.

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Pero en condiciones de escasez numérica, ¿cómo realizar todo esto? ¿Hay novedades para las vocaciones al sacerdocio?


El primer signo de la renovación es precisamente una mayor conciencia y fidelidad a la propia identidad sacerdotal, visiblemente demostrada, por la presencia en el lugar junto a las personas, en todas las circunstancias de su vida (desde las escuelas hasta los hospitales, desde las universidades hasta las cárceles, etc.). El hábito mismo es mucho más importante de lo que se cree: entre otras cosas, permite no mimetizarse y ser inequívocamente reconocibles por todos, demostrando que el sacerdote está, siempre y en todos lados, en servicio.


De la claridad sobre la identidad y del primado de Dios, explicitado por un renovado vigor en la oración, particularmente con la Adoración Eucarística por las vocaciones, florecen las “respuestas” a la llamada del Señor, que siempre está y en proporción adecuada a las necesidades de la Iglesia. Las “vocaciones”, es decir, las llamadas de Dios, están siempre, pero es necesario tener el oído para sentirse llamados y, para que esto ocurra, se necesita silencio interior. Es necesario “escuchar” y “ver”. La legítima creación de nuevas “estructuras pastorales” puede responder temporalmente a una situación de emergencia pero nunca debe debilitar la pastoral vocacional, que se nutre fundamentalmente del encuentro con “sacerdotes santos”, ni tampoco debe hacer pensar en un hipotético tiempo en el cual se podrá “hacer todo” sin sacerdotes. Sin sacerdotes, sencillamente, ya no habría Iglesia de Cristo y la corriente salvífica de la redención ya no estaría en acto.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Pacelli y Wojtyla: “feliz coincidencia”

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Angelo Amato

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“Estoy verdaderamente contento de que el Santo Padre haya decidido autorizar a nuestra Congregación a promulgar juntos los decretos referentes a las virtudes heroicas de dos grandes Pontífices: Pío XII y Juan Pablo II”. El arzobispo salesiano Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, está realmente satisfecho. Lo oímos después de que Benedicto XVI ha dado luz verde a la publicación de veintiún decretos que conciernen a otros tantos candidatos a la gloria de los altares. Obviamente, los que suscitan más clamor a nivel mediático son los dos Papas, Wojtyla y Pacelli. Y de sus figuras parte nuestro diálogo con el obispo.

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Excelencia, los medios de comunicación se esperaban el placet pontificio respecto a Juan Pablo II y, en cambio, sorpresivamente, ha llegado también el de Pío XII.


Para nuestro dicasterio, ciertamente no puede considerarse una sorpresa, dado que el Congreso de los cardenales y obispos miembros de la Congregación ya había votado, hace tiempo, unánimemente a favor de la heroicidad de las virtudes de Eugenio Pacelli. Y una investigación posterior en los archivos de la Secretaría de Estado había concluido positivamente.

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¿El anuncio de ayer significa que las dos causas procederán de ahora en adelante en forma paralela?


Cada una seguirá su curso. Se ha tratado de una feliz coincidencia.

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Es conocido que se ha registrado una presunta curación milagrosa atribuida a la intercesión de Juan Pablo II…



Este eventual presunto milagro será examinado con los rigurosos procedimientos de nuestra Congregación y sólo después se podrá proceder, eventualmente, a la ceremonia de beatificación.

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¿Es técnicamente utópico pensar que esta ceremonia pueda tener lugar el próximo año, tal vez cerca del aniversario de la elección al papado de Juan Pablo II, que es el 16 de octubre?


Sic rebus stantibus, sería técnicamente no utópico.

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Se ha hablado mucho de que el Papa ha permitido un “curso preferencial” en el proceso de beatificación…


Benedicto XVI ha concedido una derogación a la norma que permite el inicio de la causa de beatificación sólo cinco años después de la muerte del candidato. La derogación ha sido solamente en relación a los tiempos del proceso pero no respecto a los procedimientos, que han sido – como siempre, por otra parte – extremadamente rigurosos.

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Ayer han sido aprobados también los decretos sobre otras figuras de candidatos al honor de los altares. Está, por ejemplo, el martirio del padre Jerzy Popieluszko...


Su asesinato fue un abominable acto de crueldad. Su fortaleza nos enseña a todos nosotros, que vivimos en Occidente, que la Iglesia debe ir contracorriente, contraponiendo la cultura de la vida y de la verdad a la cultura de la muerte y de la mentira.

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Luego está la beata sor Mary MacKillop que podrá ser canonizada, convirtiéndose así en la primera santa australiana...


Para toda Australia, y particularmente para los católicos, sor MacKillop es un símbolo de rescate social y promoción humana. Su canonización ciertamente podrá contribuir a renovar el entusiasmo y la voluntad de bien, para reafirmar la fe en Jesús e inspirar una vida cristiana cada vez más generosa y comprometida.

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Otra figura interesante es la de la religiosa inglesa Mary Ward, de la que han sido aprobadas las virtudes heroicas.


Ward vivió en la así llamada era isabelina e intuyó que la salvación de la sociedad pasa a través de la promoción de la figura femenina y se comprometió, en tiempos difíciles, a favorecer la instrucción de las mujeres y su inserción en el mundo de la cultura y del trabajo.

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¿Es verdad que el Papa, de niño, frecuentó el asilo de las hermanas de la Congregación fundada por Ward, las “Damas inglesas”?


Es cierto, lo ha recordado él mismo.

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Han sido aprobadas también las virtudes de un hermano salesiano.


Sí, don Giussepe Quadrio, gran profesor de teología, que tuvo un rol importante cuando Pío XII decidió definir solemnemente el dogma de la Asunción. Pero, sobre todo, un gran sacerdote que puede ser considerado un modelo a proponer en este Año sacerdotal.

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Fuente:Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 19 de diciembre de 2009

Pío XII y Juan Pablo II: VENERABLES

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En continuidad con lo que informábamos el pasado 16 de noviembre sobre el proceso de beatificación del Siervo de Dios Juan Pablo II, en el día de hoy, el Santo Padre Benedicto XVI ha recibido en audiencia privada a Su Excelencia Reverendísima Monseñor Angelo Amato s.d.b., Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia, el Santo Padre ha autorizado a la Congregación para promulgar varios Decretos, entre los cuales se encuentra, como se esperaba, el de “las virtudes heroicas del Siervo de Dios Juan Pablo II (Karol Wojtyla), Sumo Pontífice; nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920 y muerto en Roma el 2 de abril de 2005”.


Pero el Papa Benedicto XVI ha dado otra gran alegría a la Iglesia universal al firmar, en la misma audiencia, el decreto referente a “las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pío XII (Eugenio Pacelli), Sumo Pontífice; nacido en Roma el 2 de marzo de 1876 y muerto en Castelgandolfo el 9 de octubre de 1958”. De este modo, en un mismo día, nuestro Santo Padre nos ha dado el gozo de poder llamar con el título de “Venerable” a dos grandes Romanos Pontífices de nuestro tiempo. Continuemos orando fervientemente por la pronta beatificación de estos dos Sucesores del Apóstol San Pedro.


“Las principales etapas del reconocimiento de la santidad por parte de la Iglesia – dijo precisamente hoy Benedicto XVI en un discurso con ocasión del 40º aniversario de la Congregación para las Causas de los santos -, es decir, la beatificación y la canonización, están unidas entre ellas por un vínculo de gran coherencia. A ellas deben ser añadidas, como indispensable fase preparatoria, la declaración de la heroicidad de las virtudes o del martirio de un Siervo de Dios y la comprobación de algún don extraordinario, el milagro que el Señor concede por intercesión de un fiel Siervo suyo.


¡Cuanta sabiduría se manifiesta en tal itinerario! En un primer momento, el Pueblo de Dios es invitado a mirar a aquellos fieles que, después de un primer cuidado discernimiento, son propuestos como modelos de vida cristiana; luego, es exhortado a dirigir a ellos un culto de veneración y de invocación circunscrito al ámbito de las Iglesias locales o de Órdenes religiosas; finalmente, es llamado a exultar con la entera comunidad de los creyentes por la certeza de que, gracias a la solemne proclamación pontificia, un hijo o hija suya ha alcanzado la gloria de Dios, donde participa en la perenne intercesión de Cristo a favor de los hermanos (cfr. Hebreos 7, 25)”.

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miércoles, 16 de diciembre de 2009

90 años con la mirada hacia Oriente

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Card. Spidlik

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“Ahora ya no dirá ni hará más bromas”, le susurró un colega purpurado viéndolo con las vestiduras rojas y el anillo cardenalicio en el dedo. En el solemne marco del consistorio del 2003, Tomas Spidlík no se inmutó: “Eminencia –respondió-, esté seguro que continuaré diciendo y haciendo solamente bromas serias”. Pero “ahora la Providencia - dice- ha sido mejor que yo en hacer bromas, me ha hecho una sorprendente, regalándome el cumpleaños más bello”: el 17 de diciembre, el cardenal Spidlík cumplirá noventa años y para celebrarlo Benedicto XVI celebrará con él la Misa en la capilla Redemptoris Mater. Una obra de arte nacida de manos del padre Marko Rupnik y del pensamiento de Tomas Spidlík. En la entrevista a L’Osservatore Romano, el cardenal moravo – elegido para realizar la prédica a los cardenales reunidos en cónclave el 18 de abril de 2005 – recorre “como en un film” sus noventa años, recordando encuentros y yendo al núcleo de su pensamiento. Siempre con la sonrisa.

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Su primer consejo es que un poco de humor nunca está de más…


Bromear es útil en una experiencia cristiana auténtica y no sólo para permanecer despiertos. La broma es una cosa seria. Racionalismo y tecnicismo absolutizan toda afirmación parcial. La broma la relativiza. La verdad no puede ser relativa pero debemos tener en cuenta nuestro conocimiento parcial de los misterios. La palabra herejía quiere decir tomar una parte por el todo. La broma, por lo tanto, es también un arma eficaz contra las herejías. Y entonces iniciemos la entrevista con un episodio gracioso. Una vez, Juan Pablo II levantó la mano para bendecidme pero yo me defendí: “Santidad, ya no puedo arrodillarme”. Y el Papa dijo: “Tampoco yo”. De aquí mi apotegma: “Santidad, ¡qué suerte que nuestras debilidades corporales comienzan por las piernas y no por la cabeza!”. El Papa comenzó a reír. ¡Hoy espero que esto todavía valga para mí!

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No es algo común para todos celebrar los “primeros” noventa años con el Papa. Y, aún más, en la capilla Redemptoris Mater que significa tanto para Usted.


Según los cálculos bíblicos, Dios habría limitado la edad del hombre a ciento veinte años (Génesis 6, 3), por lo que – siempre bromeando – debo considerar que sólo he transcurrido tres cuartos de mi vida. Preveo pasar el último cuarto en la Roma “eterna”: tengo, al menos, treinta años por delante… Bromas aparte, es necesario seguir confiando en la Providencia. En la vida, hay momentos para mirar hacia adelante: es la mañana. Hay otros momentos para volverse hacia atrás: es el atardecer. Habiendo llegado al atardecer de mi vida, no debo caer en una proyección cinematográfica de recuerdos incoherentes que engañan, como las crónicas superficiales de los programas televisivos. Me hace falta, en cambio, una mirada contemplativa para comprender que quiere hacer todavía conmigo la Providencia.

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¿Y que quiere hacer la Providencia con Usted?


Mi vida me ha llevado donde ni siquiera lo hubiera imaginado y sólo después descubrí que lo esperaba inconscientemente en mi corazón. Por decir algo, jamás habría pensado celebrar mis noventa años con el Papa y vestido de púrpura. Ciertamente no lo imaginaba cuando, a comienzos de la segunda guerra mundial, la irrupción del nazismo interrumpió brutalmente mis estudios de literatura en la universidad de Brno, alterando mis perspectivas. Ya entonces la Providencia tuvo mucho trabajo conmigo. Me ocurrió lo impensable: un agente de la Gestapo se transformó para mí en ángel visible liberándome del campo de concentración, mientras que el ángel custodio invisible me condujo a la Compañía de Jesús. Luego, San Ignacio estableció para mí otras sorpresas: el noviciado en Benesov y en Velehrad, donde está sepultado san Metodio, y el estudio de la filosofía mientras estaba en los trabajos forzados, primero con los soldados alemanes y luego con los rusos y rumanos.

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Parece una paradoja: uno de los más conocidos pensadores comienza a estudiar filosofía durante los trabajos forzados…


Aprendí desde pequeño a hacer sacrificios, he debido ganarme por mí mismo el dinero para estudiar el bachillerato en mi pueblo natal de Boskovice. Pero nunca he percibido una sensación de injusticia social comparándome con los jóvenes acomodados. Más bien estaba orgulloso de mi independencia. Con la despreocupación de un proletario, me inscribí en la universidad y cayó sobre mí la verdadera prueba: la guerra.

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En 1939, con veinte años, ¿cómo ha vivido “la verdadera prueba” de la segunda guerra mundial?


Vuelvo, como en un film, a mis recuerdos de setenta años atrás. Precisamente a la Navidad de 1939, la última que pasé con mis seres queridos. Mi familia era muy pobre; sin embargo, de niño nunca he tenido esa impresión. La atmósfera de aquella Navidad de 1939 era triste. Con mi padre y mi madre comimos, junto al café con leche, un pedazo de pan dulce. En silencio. Mis esperanzas eran nulas, los estudios universitarios destruidos y una única posibilidad para el futuro: la deportación. Para no pensar en eso, pasé los días entre Navidad y Año nuevo patinando salvajemente. El 31 de diciembre mi mamá me llamó al orden: “¡Ve a la iglesia!”. La obedecí más por desesperación que por devoción. Y cuando el párroco nos invitó a cantar el Te Deum “en agradecimiento al Señor por los bienes recibidos durante el año”, me quedé mudo: ¿realmente debía agradecer a Dios por lo que me había ocurrido? Venciendo no pocas dudas, también yo canté el Te Deum. Precisamente en el nuevo año, en 1940, experimenté de cerca que la Providencia te salva incluso a través de situaciones extrañas y nunca antes pensadas y, sin embargo, coherentes.

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El fin de la guerra significó para Usted el estudio de la teología en Maastricht, donde fue ordenado sacerdote en 1949.


Sólo después de la guerra pude estudiar teología, yendo al exterior. En 1949, como sacerdote, estaba dispuesto a volver con mis nuevas ideas a la patria. El nuevo régimen totalitario comunista no me lo permitió. Una vez mas parecía que todo estaba perdido. Pero he aquí que, de nuevo, la Providencia obró y aquella vez se sirvió de un error “administrativo”: un superior mío se olvidó de escribir una carta y me encontré exiliado en Roma. En definitiva, la Providencia me dio la posibilidad de dedicarme a lo que, en secreto, deseaba mi corazón: el estudio de la espiritualidad oriental.

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En 1951, comenzó a trabajar en Radio Vaticana y todavía hoy, el viernes por la tarde, está en el aire para comentar las lecturas de la Misa dominical…


Hay dos posibilidades para alguien que, por casi sesenta años, hace el mismo trabajo en la radio cada semana: o nadie te escucha, o los oyentes quieren escuchar siempre las mismas cosas. Según mi experiencia, voto por la segunda hipótesis. Siempre he hecho las transmisiones a partir de mis estudios sobre los Padres de la Iglesia. La conclusión es que los Padres tienen todavía que decir algo para la actualidad y, por lo tanto, no son tan antiguos. Con mi programa he tratado de ayudar a los sacerdotes en la predicación y me dicen que, bajo el comunismo, fue un servicio particularmente útil: no había ni libros ni retiros espirituales.

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Usted es el maestro de la espiritualidad oriental, reconocido también por el mundo ortodoxo. ¿Cuál es el núcleo de su pensamiento?

Se lo puede adivinar simbólicamente precisamente en la capilla Redemptoris Mater, donde los mosaicos tratan de “respirar con dos pulmones”. No sólo los hombres sino también las naciones tienen una vocación, para ofrecer su contribución a la Iglesia universal. He tratado de conocer el mensaje cristiano del Oriente europeo y de darle voz en Occidente.

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Profesor universitario por medio siglo pero también padre espiritual por treinta y ocho años en el Pontificio Colegio Nepomuceno. ¿Qué experiencia ha vivido?

He experimentado la distinción entre un moralista, que conoce las reglas de la vida espiritual, y un padre espiritual, que debe tener el conocimiento de las personas. El segundo sin el primero se expone al peligro de un vago carismatismo. El primero sin el segundo queda paralizado. Como padre espiritual del Colegio, he tenido también la oportunidad de encontrar personas que hoy llevo en mi corazón como los Papas Pío XII y Pablo VI, y el cardenal Josef Beran.

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¿Puede hablarnos de estos tres encuentros?


Cuando el Papa Pacelli recibió en audiencia a los sacerdotes del colegio, hacía poco que estaba en Roma. Quedé impresionado con lo informado que estaba, hasta en los detalles, de la triste realidad de Checoslovaquia. Tuvo palabras de estímulo para nosotros, los sacerdotes expulsados de nuestra patria. Las suyas no eran expresiones circunstanciales porque enseguida procedió a regular nuestro estado jurídico. Sabiendo que era el padre espiritual del colegio, Pío XII me dio óptimos consejos prácticos sobre cómo resolver ciertas dudas sobre la vocación de los candidatos al sacerdocio.

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¿Y su encuentro con el Papa Montini?

Conocí a Pablo VI el día de la muerte de Beran, el 17 de mayo de 1969. Viví cuatro años en el Colegio junto al cardenal, expulsado de Praga en 1965, y siempre he estado dispuesto a dar testimonio para su beatificación. Poco antes de morir Beran, enfermo de cáncer, celebró la Misa en su capilla. Golpeado por una improvisa crisis respiratoria, pidió la extremaunción. Estaba junto a él tratando de sostenerlo pero no había más nada que hacer. Pablo VI, llamado por el secretario del cardenal, entró en la habitación precisamente mientras Beran estaba muriendo. Me corrí para hacerlo acercar al lecho. El Papa dio al cardenal un beso sobre la frente. He visto morir a Beran en los brazos de Pablo VI. La Providencia me puso junto a ellos.

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Papas y cardenales, entonces. ¿Ha conocido de cerca también a políticos?


Con Dubcek y Havel he conversado sobre espiritualidad, escuchando lo que tenían para decirme de íntimo. Pero es La Pira el único político con el que he hablado de espiritualidad y de asuntos públicos, sin hacer distinciones. Estaba interesado en sus experiencias en el Kremlin con Krusciov. Y puedo testimoniar que sus famosas “profecías” eran exactas. Cinco años antes de la primavera de Praga, cuando no había signos que lo presagiaran, La Pira me dijo que tornaría pronto a mi patria. Y especificó precisamente: “dentro de cinco años”. Me parecieron bellas palabras de un visionario. Le confié mi escepticismo. Me respondió que un régimen basado en la negación de los valores cristianos no puede más que destruirse solo. La Pira ha tenido razón tanto en lo que dijo sobre la caída del totalitarismo ateo como sobre mi vuelta a la patria en los tiempos por él “profetizados”.

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En 1991, Usted eligió vivir en el Centro Aletti de Roma con el padre Rupnik y un grupo de artistas. Con los años, el Centro se convirtió en un lugar de estudio de la tradición del Oriente cristiano en relación con los problemas del mundo contemporáneo.

Juntos tratamos de continuar conscientemente la tradición iconográfica según la cual la imagen visual es igual a los testimonios de la fe hablada o escrita. Más aún, tiene la precedencia, porque respeta más el misterio. Vivimos en una sociedad que abunda en imágenes pero nadie enseña a leerlas. De este modo, con frecuencia me encuentro explicando pensamientos escatológicos del film Nostalgia del director ruso Andrej Tarkovskij; luego todos quieren volver a verlo. En la Pontificia Universidad Gregoriana he dado muchos cursos sobre cómo la vida espiritual puede ser leída en los íconos. El Centro Aletti está propagando esta “belleza que salva”, una visión teológica donde prevalece un acercamiento simbólico, litúrgico.

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Todo esto abre al diálogo ecuménico. Son conocidas sus relaciones de amistad en el mundo ortodoxo, tanto que entre sus alumnos está también el Patriarca Bartolomé de Constantinopla. ¿Cuál es actualmente el estado de salud del ecumenismo?


Para delinearlo, tal vez basta un episodio. Era amigo del famoso teólogo ortodoxo Dumitru Staniloe, llamado el “Rahner rumano”. Lo encontré por última vez en 1993, poco antes de su muerte. Mientras hablábamos, llegó a su casa una persona que, maravillada por nuestras relaciones amistosas, nos preguntó cual era “la diferencia fundamental entre los ortodoxos y los católicos”. No teníamos ganas de discutir pero, cediendo a la insistencia, el teólogo ortodoxo dijo: “a fin de cuentas, es la infalibilidad del Papa, que nos resulta incomprensible”. Le respondí: “Para mí no es tan incomprensible, porque también yo soy infalible”. Staniloae se puso serio: “No bromeemos sobre un tema de este género”. Pero yo le respondí: “No bromeo. Creo en la infalibilidad de mis palabras «esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre» en la Misa, o «yo te absuelvo» en la confesión. Y él me dijo: “¡Pero ésta es la infalibilidad de la Iglesia!”. “Y esto queremos decir – confirmé – también con el dogma de la infalibilidad del Papa”. Staniloae concluyó: “Si el problema se afrontase de ese modo, sería más fácil de discutir”.

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Cardenal Spidlik 2

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¿Cuál ha sido su relación con Juan Pablo II, el primer Papa eslavo?


Hasta me ha creado cardenal, pienso que para dar más visibilidad a la espiritualidad oriental. He conocido a Juan Pablo II de cerca en 1995, durante los ejercicios espirituales cuaresmales que me pidió predicar en el Vaticano. La decisión de hacer la capilla Redemptoris Mater vino inmediatamente después. Luego nos hemos encontrado antes de sus viajes a Europa del este o cuando estaba a punto de tomar alguna decisión en el campo de la espiritualidad oriental.

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¿Cómo nació en Juan Pablo II la idea de una Europa espiritualmente unida que debe volver a respirar con sus dos pulmones, oriental y occidental?


El Papa Wojtyla hizo propia la expresión “respirar con dos pulmones” del pensador ruso Vjaceslav Ivanov. A su vez, Ivanov ha utilizado esta expresión en 1926 en el momento de su reconciliación pública con la Iglesia Católica en la basílica de San Pedro.

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¿Hay, por lo tanto, un pensador ruso en uno de los fundamentos del Pontificado de Wojtyla?


Ivanov, especialista de filología e historia antigua que obtuvo el doctorado en Berlín con el célebre Mommsen, no podía aceptar que todas las grandes culturas del pasado terminaran en los museos. ¿Pero cómo se salva una cultura? El único sistema es arraigarla en Cristo. Ivanov percibió esta intuición también a propósito de las diversas tradiciones eclesiales. Unirlas a Cristo quiere decir hacerlas vivir en la comunión y no separadas ni aisladas. Esto que pertenece a Cristo, es de todos, y contribuye a mover el corazón hacia Él. Así podemos “respirar con dos pulmones”. Es exactamente lo que también yo trato de hacer desde hace noventa años.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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