lunes, 21 de diciembre de 2009

“Sin sacerdotes, ya no habría Iglesia de Cristo”

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Ordenacion sacerdotal

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Habiendo llegado a la mitad del Año Sacerdotal, convocado por el Papa con ocasión del 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, el secretario de la Congregación para el Clero, Mons. Mauro Piacenza, con la claridad doctrinal y la fidelidad al Papa que lo caracterizan, ha hablado con Radio Vaticana sobre el balance que hasta ahora puede hacerse y sobre la importancia fundamental del sacerdocio ministerial en la Iglesia. Ofrecemos, a continuación, nuestra traducción de sus valiosas palabras.

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El “balance” auténtico es el que trazará el Señor, mirando el corazón de cada uno, mirando cómo cada uno ha sabido y ha querido aceptar la invitación del Santo Padre a una auténtica, si bien inicial, “renovación espiritual”. Nosotros sólo podemos afirmar, con satisfacción, que de todas partes del mundo, tanto de enteras Conferencias episcopales como de diócesis particulares, se multiplican las iniciativas, sobre todo de oración, ligadas al Año Sacerdotal.


Y no podría ser de otro modo ya que, en la Iglesia, la renovación auténtica comienza únicamente por la renovación interior y, por lo tanto, por la oración. Hay gran atención al magisterio pontificio ordinario, el cual no pocas veces, incluso en circunstancias aparentemente lejanas del tema, vuelve sobre el Año Sacerdotal, ofreciendo preciosas indicaciones.


La gran “red de oración” que se quería tejer para que abrazase a todos los sacerdotes se está formando poco a poco, según los modos y los tiempos que decide el Espíritu y no nosotros. Las Horas Eucarístico-marianas en la Basílica de Santa María la Mayor, animadas por la Congregación para el Clero, en los primeros jueves de mes del Año Sacerdotal, quieren ser un ejemplo ofrecido a todos y un estímulo a realizar similares “cenáculos de oración” con María. Sería muy bello que cada Diócesis del mundo tuviera una cita mensual de este tipo así como un lugar de adoración perpetua por la santificación de los sacerdotes. ¡Cuántas cosas, entonces, podrían cambiar en positivo! Las grandes cosas siempre nacen de las rodillas dobladas. Es necesario potenciar al máximo la mirada de fe y leer todo con esa mirada.

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¿Cuáles son los próximos eventos eclesiales importantes por el Año Sacerdotal?


Además de los más propiamente litúrgicos, en los que escucharemos lo que el Santo Padre quiera recordar también respecto al Año Sacerdotal – pienso particularmente en la próxima Santa Misa Crismal y en la Santa Misa In Coena Domini -, tenemos frente a nosotros, en orden cronológico, un importante Congreso Teológico Internacional que se realizará los próximo 11 y 12 de marzo de 2010, en el Aula Magna de la Pontificia Universidad Lateranense. Se trata de una ocasión particularmente propicia para hacer un balance de las situaciones, confirmando todo lo que hay de permanente e inmutable en el sacerdocio ministerial, y observando las circunstancias concretas y los verdaderos signos de los tiempos en los cuales cotidianamente somos llamados a desarrollar el ministerio. Intervendrán cardenales, obispos, teólogos y estudiosos de todo el mundo, que se dirigirán especialmente a los responsable de la formación del clero de las diversas Conferencias episcopales, como también a todos los obispos y ordinarios particularmente sensibles a los temas del sacerdocio ministerial. Las mismas universidades de la Urbe están haciendo llegar el propio reconocimiento académico al Congreso, con la posibilidad de obtener créditos para los jóvenes seminaristas y sacerdotes que participarán.


En junio tendremos el Encuentro Internacional de clausura del Año sacerdotal, abierto a todos los sacerdotes del mundo. Nos encontraremos, en torno al Papa, para meditar sobre temas centrales de la vida sacerdotal, en una peregrinación ideal entre las Basílicas papales de San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Pedro. Se trata de los días 9, 10 y 11 de junio de 2010, que se concluirán en la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, precedida por una vigilia Eucarístico-Sacerdotal en la Plaza de San Pedro, la tarde del jueves 10, en identificación espiritual con el Cenáculo de Jerusalén, donde los Apóstoles, en torno a María y con Pedro, rezan en espera del don del Espíritu para la misión. Se desea que todas las diócesis del mundo están presentes con una representación del propio presbiterio, guiada por el Obispo; así como también se desea la presencia de todos los Institutos de vida consagrada guiados por sus Superiores generales, pero se espera también a los seminaristas y fieles laicos que quieren demostrar su fe en el sacerdocio y su apoyo a los sacerdotes.

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¿La “renovación espiritual”, deseada por Benedicto XVI, está ocurriendo realmente? ¿O se realizan sólo “nuevas iniciativas” que se sobreponen a muchas ya existentes?


La renovación espiritual concierne a la conciencia personal de cada sacerdote y a la acogida que cada uno reserva a los dones de la gracia que el Señor ofrece, también a través del Año sacerdotal. Lo que ciertamente se puede decir es que algunos “aspectos cruciales” de nuestro tiempo están siendo enfocados.


Renovación espiritual es, por ejemplo, redescubrir la centralidad y el primado del “ser” sobre el “hacer”. Es cada vez más urgente que los sacerdotes sepan establecer la propia existencia y, en consecuencia, el ministerio a ellos confiado, sobre el primado absoluto de Dios. Del primado de Dios, reconocido en la vida y afirmado en el mundo, deriva todo otro posible fruto de renovación auténtica: desde la santidad personal hasta la pastoral vocacional; del florecimiento de iniciativas pastorales fecundas a la eficacia del testimonio para los laicos y los que se encuentran alejados, hasta el ejercicio de la caridad que, nunca separada de la verdad, es un indispensable camino de evangelización. Este primado de Dios se comprueba en la atención y en la dedicación apasionada a la realización de aquellos “actos de ministerio” que son, en realidad, la vida misma del sacerdote: pienso, sobre todo, en la celebración de la Santa Misa y en la administración del Sacramento de la Reconciliación.

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Sobre la confesión también será preparado un documento. Sin embargo, parece que la “crisis” de este sacramento continúa…


Exactamente, más que un documento sobre la confesión, se trata de una suerte de “Vademécum” para confesores y directores espirituales. Es una ocasión para reiterar la importancia fundamental de este sacramento que, al celebrarlo, el sacerdote obedece al explícito y directo mandamiento del Señor: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (cfr. Jn. 20, 19-23). Ciertamente también es una ocasión para impulsar una atenta reflexión, y si es necesario también un examen de conciencia, sobre la real y concreta dedicación a las confesiones sacramentales. El “Vademécum” para los confesores debería ayudar a redescubrir la belleza de la celebración de este sacramento, tanto para el sacerdote como para el penitente, y eventualmente mostrar cómo este sacramento está en estrecha conexión con la identidad misma del sacerdote, que recibe el mandado de Cristo Señor.


Considero que cada sacerdote, también mirando el extraordinario ejemplo del Santo Cura de Ars que el Santo Padre ha indicado como modelo, debe y puede confesar cotidianamente, dedicando un tiempo y un espacio establecido y constante para las confesiones sacramentales. La experiencia muestra, con infalible constancia, que cuando el sacerdote “se mete en el confesonario” con humildad y fidelidad, los penitentes llegan. Existirá también la “crisis del sacramento” pero hay, tal vez al mismo tiempo, demasiados confesionarios desiertos. Será necesario pensar en organizarse bien y establecer prioridades, sabiendo que las prioridades son tales según el lugar que ocupan en la obra de la redención y no en relación a las necesidades del momento. Pero cuando se habla de confesión y dirección espiritual, no debemos entender sólo la disponibilidad de los sacerdotes a confesar y ejercer la dirección espiritual sino también la práctica regular de la confesión y de la dirección espiritual de los mismos sacerdotes.

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Al sacerdote de parroquia, que es la condición común vivida por más del 95% de los sacerdotes, se le pide prácticamente todo. ¿Cómo es posible que haga todo?


Por el compromiso que ciertamente implica, la “cura de almas” es una pesada tarea y tiene necesidad de toda la solicitud orante de la Iglesia. Los sacerdotes, casi en su totalidad, están de verdad totalmente involucrados e identificados en su ministerio y se dedican con extraordinaria generosidad a anunciar el Evangelio, enseñar la doctrina auténtica, celebrar la Santa Misa, perdonar a los pecadores y guiar a la comunidad. Por todo esto, el Pueblo de Dios está profundamente agradecido a los sacerdotes y ellos representan un auténtico tesoro, tanto para la Iglesia como para la sociedad, sobre todo por aquel “suplemento de alma” que llevan constantemente.


En el frenético mundo contemporáneo, sobre todo en las sociedades secularizadas donde baja el número de sacerdotes, es importante saber “elegir” entre lo que está absolutamente reservado al sacerdote, porque está estrechamente vinculado a su ministerio, y entre lo que puede ser “hecho por otros”. En este sentido, siempre es muy bueno saber identificar y formar personas idóneas (laicos, hombres y mujeres) que puedan efectivamente colaborar, en virtud del bautismo recibido y de un eventual mandato, con el ministerio jerárquico de la Iglesia, sabiendo, sin embargo, y sabiéndolo muy bien, que las suplencias más “visibles” son, de hecho, “suplencias”, por lo tanto provisorias y de “emergencia”, y no pueden asumir carácter definitivo alguno, ni dar lugar a equívocos sobre el carácter absolutamente insustituible del sacerdocio ministerial y sobre su necesidad para que haya Eucaristía y, por lo tanto, Jesucristo y la Iglesia.

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El sacerdote, en la mentalidad actual, está presente en el territorio junto a la gente. Las nuevas estructuras pastorales y el descenso del número de sacerdotes, ¿seguirán garantizando esta presencia?


Más allá de la mentalidad corriente, yo diría que también en las legítimas expectativas del pueblo de Dios. Los fieles laicos sienten fuertemente la necesidad de proximidad, e incluso del vínculo sanamente afectivo, con “su sacerdote”. Esta proximidad, que se funda en la presencia capilar de la Iglesia “en medio de las casas” con la parroquia y en la definición del párroco en cura de almas como “pastor propio” de la comunidad a él confiada, debe ser, en cuanto sea posible, mantenida y promovida. Es una de las riquezas más grandes que la estructura capilar de las parroquias ofrece a la Iglesia y es garantía de que la fe cristiana siga siendo “fe de pueblo” y no de grupos minoritarios o de élites.


La creación de nuevas “estructuras”, a veces necesarias, como las así llamadas “unidades pastorales”, puede responder a una exigencia concreta de garantizar un cierto servicio también en condiciones de escasez de clero y lleva consigo, allí donde es vivida con equilibrio y responsabilidad, también el florecimiento de nuevas colaboraciones eficaces entre los sacerdotes, y entre laicos y sacerdotes. Sin embargo, en tales circunstancias, es siempre necesario salvaguardar dos elementos: por un lado, el rol del sacerdote como primer responsable de la pastoral a él confiada, en comunión con el Obispo – y no subordinado a otros presbíteros; por otro lado, la proximidad, e incluso la “accesibilidad”, del sacerdote por parte de los fieles laicos comunes, sin demasiadas “barreras” o “filtros pastorales” que, precisamente por ser “filtros”, de pastoral no tienen más que el nombre, el cual es, además, incorrecto. El pueblo, más allá de todas las “estructuras”, tiene necesidad del sacerdote, de su palabra, de su consuelo, de su cercanía, que es la cercanía de Cristo mismo.

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Pero en condiciones de escasez numérica, ¿cómo realizar todo esto? ¿Hay novedades para las vocaciones al sacerdocio?


El primer signo de la renovación es precisamente una mayor conciencia y fidelidad a la propia identidad sacerdotal, visiblemente demostrada, por la presencia en el lugar junto a las personas, en todas las circunstancias de su vida (desde las escuelas hasta los hospitales, desde las universidades hasta las cárceles, etc.). El hábito mismo es mucho más importante de lo que se cree: entre otras cosas, permite no mimetizarse y ser inequívocamente reconocibles por todos, demostrando que el sacerdote está, siempre y en todos lados, en servicio.


De la claridad sobre la identidad y del primado de Dios, explicitado por un renovado vigor en la oración, particularmente con la Adoración Eucarística por las vocaciones, florecen las “respuestas” a la llamada del Señor, que siempre está y en proporción adecuada a las necesidades de la Iglesia. Las “vocaciones”, es decir, las llamadas de Dios, están siempre, pero es necesario tener el oído para sentirse llamados y, para que esto ocurra, se necesita silencio interior. Es necesario “escuchar” y “ver”. La legítima creación de nuevas “estructuras pastorales” puede responder temporalmente a una situación de emergencia pero nunca debe debilitar la pastoral vocacional, que se nutre fundamentalmente del encuentro con “sacerdotes santos”, ni tampoco debe hacer pensar en un hipotético tiempo en el cual se podrá “hacer todo” sin sacerdotes. Sin sacerdotes, sencillamente, ya no habría Iglesia de Cristo y la corriente salvífica de la redención ya no estaría en acto.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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