martes, 26 de junio de 2012

Mons. Di Noia: “La reconciliación parece cercana pero necesita un pequeño empuje”

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En el momento en que la definición de la situación de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X parece experimentar mayores dificultades, el Papa Benedicto XVI, entre varios importantes cambios en la Curia Romana, nombró hoy al Arzobispo Augustine Di Noia, hasta ahora secretario de la Congregación para el Culto Divino, como vice-presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, creando esta nueva figura que lo convierte en el “número dos” del Cardenal Levada para los trabajos de esta Comisión. El Arzobispo considera que la misión encomendada por el Pontífice con este nombramiento es, precisamente, ayudar a resolver la cuestión, buscando la modalidad para una reconciliación, siguiendo la voluntad del Papa. Presentamos un artículo del Catholic News Service, que ha podido dialogar con el Arzobispo Di Noia luego de su nombramiento.

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En un esfuerzo para ayudar a los intentos de reconciliación con los católicos tradicionalistas, el Papa Benedicto XVI ha nombrado al arzobispo norteamericano Augustine Di Noia para el nuevo oficio de Vice-presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei.


“El nombramiento de un prelado de alto rango en este puesto es un signo de la solicitud pastoral del Santo Padre por los católicos tradicionalistas en comunión con la Santa Sede y de su fuerte deseo de reconciliación con aquellas comunidades tradicionalistas que no están en comunión con la Sede de Pedro”, dijo el Vaticano en un comunicado del 26 de junio.


El comunicado, publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que supervisa Ecclesia Dei, dijo que este dominico nacido en New York es un respetado teólogo que ha dedicado mucho tiempo y atención a las cuestiones doctrinales que se examinan en los actuales diálogos con la disidente sociedad tradicionalista de San Pío X, guiada por el Obispo Bernard Fellay. La Fraternidad rechaza algunas de las enseñanzas del Vaticano II, como también las reformas modernas especialmente en la liturgia, que vinieron luego.


El Arzobispo Di Noia dijo a Catholic News Service el 26 de junio que el Vaticano necesitaba ayudar a la gente que tiene fuertes objeciones al Concilio a ver que “estos desacuerdos no tienen que dividir o impedir la misma mesa de Comunión”. “Es posible tener desacuerdos teológicos permaneciendo en comunión con la Sede de Pedro”, dijo.


“Parte de lo que estamos diciendo es que cuando se leen los documentos (del Vaticano II), no pueden leerse desde el punto de vista de algunos obispos liberales que pueden haber participado (en el Concilio), deben ser leídos por su valor nominal”, dijo el Arzobispo Di Noia a CNS. “Dado que el Espíritu Santo guía a la Iglesia, los documentos no pueden estar en discontinuidad con la Tradición”.


La oficina doctrinal dice que la experiencia del arzobispo como Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde el 2009 “facilitará el desarrollo de determinadas disposiciones litúrgicas durante la celebración según el Missale Romanum de 1962”, comúnmente conocido como el rito Tridentino.


El Arzobispo Di Noia, quien dijo que su cambio de oficio después de sólo tres años en la Congregación de Culto lo había “asombrado”, será reemplazado en esa tarea por el Obispo Arthur Roche de Leeds, Inglaterra, anunció el Vaticano.


La Congregación para la Doctrina de la Fe acentuó también que el Arzobispo Di Noia “goza de amplio respeto” en la comunidad judía, lo cual “contribuirá a solucionar algunos problemas que han surgido en el ámbito de las relaciones católico-judías durante los progresos del camino hacia la reconciliación de las comunidades tradicionalistas”.


Además de la conocida toma de posición del Obispo Richard Williamson, un obispo tradicionalista que niega el Holocausto, algunas declaraciones del Obispo Fellay, superior general de la Fraternidad, pusieron en duda que la Fraternidad acepte enteramente Nostra Aetate, el documento del Vaticano II que afirma que el pueblo judío no puede ser culpado por la muerte de Cristo.


Ecclesia Dei supervisa el cuidado pastoral de los católicos que tienen una especial devoción por la antigua liturgia en latín. El Papa Benedicto ubicó la Comisión bajo la Congregación para la Doctrina de la Fe en el 2009 para abordar mejor las cuestiones doctrinales que surgían de los diálogos entre el Vaticano y la Fraternidad San Pío X.


El cardenal estadounidense William J. Levada sigue siendo el presidente de la Comisión y Mons. Guido Pozzo continúa siendo su secretario.


El nombramiento del arzobispo es significativo ya que ha dedicado mucha atención y esfuerzo a las cuestiones que aún están en estudio por la Fraternidad San Pío X.


El sacerdote jesuita Federico Lombardi, vocero vaticano, dijo a los periodistas que la nueva posición es un signo de “lo importante y delicado que son las dificultades” que la Comisión está afrontando y no debe ser visto como una indicación de cómo están avanzando las cosas con la Fraternidad.


Las cuestiones que fueron estudiadas cuando comenzaron los diálogos en el 2009 incluyeron el concepto de Tradición; el Misal Romano posterior al Vaticano II; la interpretación del Vaticano II en continuidad con la tradición doctrinal católica; los temas de la unidad de la Iglesia y los principios católicos del ecumenismo; las relaciones entre cristianos y las religiones no cristianas; y la libertad religiosa.


En una reunión de alto nivel en el Vaticano, que tuvo lugar el 13 de junio, oficiales vaticanos presentaron al Obispo Fellay el borrador de un documento con la propuesta de una prelatura personal como el instrumento más adecuado para el eventual reconocimiento canónico de la Fraternidad, en el caso de que se resuelvan las diferencias doctrinales. Los oficiales vaticanos dieron también al Obispo Fellay su evaluación de la última declaración de la Fraternidad sobre las diferencias doctrinales.


Tras la reunión, la Fraternidad dijo que las no resueltas dificultades doctrinales con el Vaticano II y la posterior reforma litúrgica podrían derivar en “una nueva fase de discusiones” sobre una posible reconciliación con Roma.


Las conversaciones se han centrado en la redacción de un “preámbulo doctrinal” que el Vaticano describe como “algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad” a la enseñanza formal de la Iglesia.


En una carta del 25 de junio a los obispos y sacerdotes de la FSSPX publicada en internet, el secretario general de la Fraternidad, Padre Christian Touvenot, escribió que el Obispo Fellay consideró la última versión vaticana del preámbulo “claramente inaceptable”.


El Arzobispo Di Noia dijo que su tarea será ayudar a resolver el impasse en torno a los términos de un acuerdo.


“El diálogo teológico se ha prologando por tres años pero ahora (el Papa) espera encontrar el lenguaje o la modalidad para la reconciliación”, dijo el Arzobispo Di Noia a CNS. “Nosotros estamos en una etapa de delicadeza, para ayudarles a encontrar una fórmula que respete su propia integridad teológica”.


“A todos parece que (la reconciliación) está cercana, pero ahora necesita un pequeño empuje”, dijo.


Cuando el Arzobispo Di Noia fue sub-secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, él estuvo involucrado con el establecimiento, en el 2009, por parte del Papa, de ordinariatos personales, estructuras especiales para ex-anglicanos que quieren entrar a la plena comunión con la Iglesia Católica, preservando aspectos de su herencia espiritual y litúrgica anglicana.


“Es posible que (el Papa Benedicto) haya tenido presente aquella experiencia” cuando lo seleccionó para este último trabajo, dijo el arzobispo.


El Beato Juan Pablo II nombró al entonces Padre Di Noia como número tres de la Congregación para la doctrina de la Fe en el 2002, cuando estaba encabeza por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. El arzobispo trabajó extensamente con el Papa Benedicto, especialmente como miembro de la Comisión Teológica Internacional, de la que era presidente el actual Papa.


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Fuente: Catholic News Service


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 25 de junio de 2012

Patriarca Moraglia: “Una pastoral pelagiana y una Iglesia autorreferencial: peligros siempre actuales”

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Presentamos nuestra traducción de una interesante entrevista que el nuevo Patriarca de Venecia, Mons. Francesco Moraglia, ha concedido a la revista 30Giorni.

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“No seremos capaces de dar respuestas adecuadas sin una nueva acogida del don de la Gracia; no sabremos conquistar a los hombres para el Evangelio a no ser que nosotros mismos seamos los primeros en volver a una profunda experiencia de Dios”. Así ha hablado Benedicto XVI a los obispos italianos reunidos en asamblea plenaria, el pasado 24 de mayo. Mientras se acerca el Año de la Fe, el Sucesor de Pedro no pierde ocasión de sugerir lo único que parece importarle fuertemente. Son tiempos confusos, que sin embargo deben mirarse con “una mirada de gratitud por el crecimiento del grano de trigo incluso en un terreno que se presenta a menudo árido”. Tiempos en que también la actualidad eclesiástica parece hacer más evidentes y luminosas las palabras de Jesús: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn. 15, 5). “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). En este marco monseñor Francesco Moraglia ha vivido los primeros pasos de su ministerio como nuevo Patriarca de Venecia. Sus respuestas, en la siguiente entrevista, son una ayuda sencilla para vivir como tiempo propicio el inminente Año de la Fe. Despejando el campo de cualquier riesgo de “auto-ocupación” eclesial.

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Benedicto XVI, durante su viaje a Portugal, había dicho: “Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista”. Luego ha convocado un Año de la Fe. ¿Qué ha querido sugerir de este modo el Papa?


Convocando el Año de la Fe, el Santo Padre ha querido indica lo que desde siempre – por lo tanto, también hoy – es la realidad fundante de la vida del creyente y de la Iglesia: la fe. Es precisamente la concepción que se tiene de la fe la que determina el consiguiente modo de entender el cristianismo. Y dado que la fe es el inicio de la vida cristiana, entonces, vale para la fe lo que el evangelista Marcos dice a propósito de la parábola del sembrador: si no comprendéis esta, ¿cómo podréis entender todas las otras parábolas? En pocas palabras: según la idea que tenemos de la fe se origina y se despliega un tipo de cristianismo u otro.

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Los periódicos escriben: este Año sirve para “revitalizar” la fe. ¿Pero esto está en nuestro poder? ¿Somos nosotros – la Iglesia, el Papa o los fieles – los artífices de nuestra fe?


La Iglesia, el Papa, los fieles, como también los teólogos, no están en el origen del acto de fe y de la vida del creyente. Por eso debemos prestar atención a nuestro modo de hablar. En el ámbito humano y eclesial, el lenguaje reviste una importancia fundamental. Ahora bien, hablar de la Iglesia sólo o principalmente en términos de programación, como también reducir la evangelización a una cuestión de lenguaje, lleva inevitablemente a pensar que, finalmente, son los hombres los que están al comienzo de la fe. Así todo es reducido a una operación humana. Pero esto – pensándolo bien – es la transposición, en términos pastorales, del pensamiento de Pelagio; en mi opinión, hoy, más que nunca, debe resonar el nombre de Agustín, a cuya escuela todos, pastores y fieles, debemos volver. Para volver a su pregunta: la Iglesia, el Papa y los fieles pueden – propiamente hablando – revitalizar la fe, sobre todo, poniéndola con renovada fuerza en el centro de la vida eclesial y proponiéndola como método de vida, como lo más importante del cristiano.

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¿Cómo comienza la fe? ¿Puede ser el resultado de un plan educativo que haga surgir el sentido religioso del hombre?


La fe, siendo el término de la gracia, ¡es puro don! No quisiera, de hecho, que, sobre todo en el contexto actual, suavizando el vigor de esta afirmación se terminase – como ya he dicho – por calificar la fe en términos demasiado humanos. Ciertamente, la expresión “la fe es pura gracia” debe entenderse en el sentido de que la fe siempre se nos ofrece en modo humano, es decir, interpelando nuestra libertad y nunca prescindiendo de ella como de nuestra responsabilidad.

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¿Cómo se mantiene, se nutre y crece la fe? ¿Cómo no se pierde? ¿Es cuestión de tenacidad?


La fe se mantiene sencillamente viviéndola en lo cotidiano en compañía de la Iglesia; día tras día, por lo tanto, se nutre y crece perteneciendo al mundo de la fe y renovando cada día la opción de la fe. En otras palabras, dejándose llevar por la fe y recordando que – en lo concreto de la vida – al final, para el cristiano, todo es don. Ciertamente descubrirse creatura y alegrarse de serlo, percibirse en las propias personas y en la propia historia como parte de un todo, de un proyecto que siempre nos precede y acompaña, esta es, podemos decir, la gracia en obra. Me parece particularmente eficaz la expresión usada por Benedicto XVI en Porta Fidei: “La fe crece cuando es vivida como experiencia de un amor recibido y cuando es comunicada como experiencia de gracia y de alegría…”.

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Cuando se habla de la fe, las referencias al Espíritu, a la Gracia, a Jesús, a veces parecen como fórmulas rituales, premisas obligatorias de la “jerga” eclesial, para luego pasar al “discurso real” donde el acento está puesto en la estrategia, en la fórmula a adoptar, en el plan educativo confiado a nosotros.


¡A veces sucede también que estas referencias están casi totalmente ausentes del lenguaje de quien se profesa cristiano! Así se descuidan los fundamentos de la vida bautismal. Esto es todavía más grave si pensamos que el lenguaje es la máxima forma expresiva de la cultura de una persona: en cierta catequesis, por ejemplo, se ha pasado de la confesión de Jesús salvador, a Jesús entendido como maestro, luego amigo, finalmente como fuerza espiritual. Pero si la fe, que en la vida de la persona y de la Iglesia es esencialmente don y realización, es disminuida a esta dimensión, y todo tiende a ser programación pastoral y construcción humana, deteniendo al Espíritu en opciones organizativas, entonces también la salvación se convierte en un hecho de pura proyección teológica y organización pastoral. Los ejemplos se pueden multiplicar, aquí me limito a indicar uno del ámbito celebrativo litúrgico: el hiper-activismo creativo y un cierto protagonismo frente a la asamblea.

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En muchos discursos, la fe es identificada “e contrario”, como si su afirmación fuese sobre todo una respuesta a tendencias y corrientes culturales de la modernidad en que vivimos. ¿Qué piensa de esta modalidad de acercamiento? ¿La fe tiene como primer movimiento expresivo la refutación cultural de la no- fe?


Sí, es cierto, el riesgo indicado existe realmente. La fe, antes que nada, debe ser fiel a sí misma, es decir, debe decir a Jesucristo, decirlo bien, decirlo a todos, decirlo de modo comprensible y partiendo – como enseña la Dei Verbum – de la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. La crítica que se dirigía a cierta “manualística” coincidía precisamente con el dejarse llevar por determinadas “cuestiones” que se querían refutar terminando, sin embargo, por reducir o incluso distorsionar, de manera inaceptable, las verdades de fe que, de por sí, se querían anunciar.

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Concretamente, para aprovechar la ocasión del Año fe la Fe, ¿qué hay que hacer? ¿Emprender iniciativas? ¿Hacer discursos?


La fe es respuesta a una persona – a la persona de Jesucristo -; entonces los discursos, las conferencias, los congresos, por sí solos son todavía insuficientes frente a la realidad humano-divina de la fe. Serían suficientes si la fe se colocase, únicamente, en el plano humano, si fuese una simple opción ética o una tesis filosófica. La fe, en cambio, pide ser acogida y vivida en su realidad sacramental, es decir, realidad humana y divina. Estoy convencido, luego, por dar un ejemplo, de que una más intensa participación y cuidada educación a la celebración litúrgica, por parte del pueblo de Dios – pastores y fieles -, en vistas de una renovada vida de caridad hacia Dios y el prójimo, es una propuesta oportuna, un correcto punto de partida, en vista del Año de la Fe. Se trata, lo repito, de involucrar a toda la comunidad eclesial en el evento de la Pascua – muerte/resurrección – de Cristo; de este modo somos conducidos al centro del evento salvífico que sólo puede ser acogido en la fe; el corazón del acto eucarístico se caracteriza, de hecho, como mysterium fidei.

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Si la fe es un don de gracia, al comienzo y en cada paso del camino, ¿qué implica esto para la Iglesia, para su forma y para sus dinámicas?


Implica innumerables cosas. Indico una que, sin embargo, pienso que nos ayuda a comprender: me refiero al uso del adjetivo posesivo “nuestra”, puesto frente al sustantivo Iglesia. Este es un modo de expresarse que indica cercanía, afecto, simpatía hacia la Iglesia. Pero si no se tiene la advertencia de mantenerlo unido a otra expresión, “Su” Iglesia, el riesgo es considerar a la Esposa de Cristo como una creatura nuestra, un producto nuestro, una realización humana que, finalmente, precisamente porque es “nuestra”, podemos siempre de nuevo reconstruir o deconstruir a gusto. En cambio, la Iglesia, sobre todo, es Suya, es decir, es de Cristo que, según la bella simbología patrística de los primeros siglos, retomada luego en la Edad Media, es el sol, mientras la Iglesia se presenta como mysterium lunae y es totalmente iluminada por el sol.

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A veces, también en nuestra reciente actualidad eclesial, esta percepción de la Iglesia parece ofuscarse para muchos cristianos, con una suerte de inversión: de reflejo de la presencia de Cristo se pasa a percibir la realidad eclesial como una realidad comprometida en atestiguar por sí misma la propia presencia relevante en la historia. Y tal afirmación de sí misma es presentada como un modo de “demostrar” la credibilidad” del cristianismo. ¿A qué pueden llevar estas dinámicas?


Si se pierde de vista que el evento cristiano es algo real e histórico, que concierne la carne y la sangre, entonces este hecho nos lleva a una visión “espiritualista” que ya no logra alcanzar al hombre concreto, hecho, precisamente, de carne y sangre. De este modo, si se pierde de vista que la Iglesia es cuerpo de Cristo, entonces, en cada situación, la Iglesia estará a la búsqueda de su legitimación y afirmación, volviéndose autorreferencial. Pensemos en los dos discípulos de Emaús que no se dan cuenta del Resucitado, continúan hablando de sus problemas, de sus tristezas y no logran abrir los ojos sobre Él y verlo. Es el drama siempre posible de la autorreferencialidad de la Iglesia, que quiere decir: pérdida de su identidad sacramental. La Iglesia, de hecho, nos recuerda el Vaticano II en la Lumen gentium, es sacramento de Cristo y, por eso, el empañarse de esta realidad no es algo de poca importancia.

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Análogamente, a veces parece que la intención de atestiguar la fe en el mundo deba confiarse a iniciativas extraordinarias o incluso espectaculares.


Pero encaminarse por esta senda quiere decir estar en contraste con lo que Jesús ha dicho y hecho en el Evangelio, y con la misma realidad del vivir humano, hecho de gestos cotidianos. La Iglesia, de este modo, se auto-liquidaría. No se puede vivir de cosas extraordinarias, sino ordinarias: las cosas de cada día. El Evangelio no es para pocos elegidos y no está hecho de cosas vividas una tantum. Por el contrario, es cuestión de salvación todos los días y para cada hombre.

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El comienzo del Año de la Fe coincide con los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II. Algunos atribuyen directamente a aquel evento la crisis de fe, llegando a interpretarlo como el origen del decaimiento del cristianismo o incluso como el instrumento de penetración de un pensamiento no católico en la Iglesia. ¿Usted qué piensa sobre esto?


Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar en 1977, por lo tanto, puedo decir que he nacido teológicamente y como sacerdote después del gran evento eclesial del Concilio ecuménico Vaticano II. Si releemos los textos conciliares, si interpretamos su espíritu a partir de la letra y no contra la letra, si no nos lanzamos con afirmaciones del estilo “por fidelidad al Concilio es necesario ir más allá del Concilio” (frase en la que cada uno puede encontrar aquello que, de tanto en tanto, más le agrada), entonces no podemos más que considerar el Concilio como una verdadera gracia para la Iglesia de nuestro tiempo. También aquí, una vez más, Benedicto XVI nos ha indicado el camino maestro hablando de la hermenéutica de la reforma en la continuidad y tomando distancia de toda hermenéutica de la ruptura.

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El Año de la Fe tiene su precedente en aquel convocado por Pablo VI en 1967, que culminó en la proclamación del Credo del Pueblo de Dios. ¿Cómo vivió usted personalmente aquella etapa, cómo la recuerda?


Entonces era adolescente, tenía catorce años. Recuerdo bien, sin embargo, que se percibía en los medios, y consecuentemente en la sociedad, el crecimiento de un clima de sospecha y adverso al magisterio de la Iglesia. Aparecía con claridad el intento de dividir la realidad eclesial, contraponiendo el magisterio – sobre todo el del Papa – a los fieles, considerados el verdadero pueblo de dios. Se olvidaba, o tal vez no se quería recordar, que la Lumen gentium, hablando del pueblo de Dios como el titular del poder profético y carismático, afirma, citando a Agustín: “La totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree… cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» (cfr. San Agustín, De praedestinatione sanctorum 14, 27: PL 44, 980) presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres”. Eran años en los que, con una oportuna catequesis, se habría debido sostener y acompañar más la fe de los sencillos frente al abrumador poder de los especialistas.

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El Año de la Fe coincide con una crisis económica que está arrollando también la sociedad del bienestar. Alguno diría que se busca refugio en lo espiritual para soportar los problemas materiales. ¿Qué tiene que ver la fe, por ejemplo, con la pérdida del trabajo que está angustiando también en Italia a millones de personas?


Corresponde a una idea equivocada de fe aquella de quien se refugia en la fe sólo para no sucumbir a los problemas materiales. El creyente, de hecho, es aquel que adhiere al Señor Jesús prescindiendo del hecho que las cosas, humanamente, vayan bien o mal. La fe, “sobre todo”, no concierne a algo que es colateral al hombre. El hombre no está ya realizado en sí mismo, prescindiendo de su relación con Jesucristo. Por el contrario, la fe es lo que lleva a cumplimiento lo humano, respetándolo en su especificidad y autonomía. Dicho esto, ciertamente la fe sostiene de modo particular a aquellos que atraviesan situaciones difíciles, ayudándolos a vivir en un horizonte más amplio. Con esto, sin embargo, la fe no garantiza al creyente realizar todos los pasos que humanamente debe realizar y que está en sus manos hacer. En un chiste que circulaba en ámbito teológico, algunos años atrás, se cuenta que un barco que está por hundirse y entonces el capitán ordena: “¡Los ateos a las bombas, los creyentes a rezar!”.

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Usted ha nacido y crecido en Génova y ahora es Patriarca de Venecia. ¿Hay algún rasgo particular que identifica y caracteriza la fe de la gente de mar?


El amor a la propia historia y el vínculo con las propias raíces, el mantener vivos los recuerdos y las tradiciones, el valor dado a la religiosidad popular y el entender el sentido de la vida como viaje, el ir hacia una meta. Luego, en última instancia, una gran apertura al futuro y a los demás. Por otra parte, el mar une países y continentes diversos, el mar hace posibles la comunicación entre los hombres a través de encuentros e intercambios comerciales pero sobre todo culturales. Finalmente, el mar, precisamente en su inmensidad, se vuelve símbolo de Dios y de su infinidad.

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¿Y qué diría usted de su fe? ¿Cómo ha germinado? ¿Qué acontecimientos y encuentros la han nutrido?


Mi fe, como asentimiento a las realidades creídas, es ahora la misma de cuando muchos años atrás me preparaba para la primera Comunión y de cuando era monaguillo. Esto lo considero algo bellísimo porque habla una vez más de la verdad del Evangelio. Me refiero a la invitación de Jesús: dejad que los niños vengan a mí. La fe, de este modo, aparece – como es realmente – para todos: niños y adultos, sencillos y doctos, ricos y pobres. Aquí aparece, en un sentido auténtico, toda el “carácter democrático” de la fe. La modalidad de adhesión, por lo tanto, no afecta a la sustancia del acto de fe que es, en la gracia, adhesión al misterio y no elaboración cultural. Precisamente por esto, los diferentes y múltiples modos de adhesión, más o menos cultos, no afectan la fe misma, es decir, el sí que salva.

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¿Y qué indicaciones dará a todos para vivir el Año de la Fe?


La indicación es redescubrir la fe en sus características propias, superando toda posible reducción y distorsión. El riesgo es hacer de la fe una realidad intelectual o sentimental, no acogiéndola ya como evento salvífico que lleva a cumplimento la humanidad. El hombre, por sí solo, no puede hacerlo, y la fe le permite realizar su humanidad. La fe completa lo que mi creaturalidad sólo entrevé y preanuncia. Por eso, la indicación de método que Jesús da a los suyos, cuando los llama al apostolado, es fundamental. A la pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?”, Jesús responde invitándolos a seguirlo. También nosotros, al comienzo de este Año de la Fe, en primer lugar, debemos redescubrir la vida eclesial como sequela Christi. Se trata de vivir no sólo en la Iglesia sino, como decía casi un siglo atrás Romano Guardini, la Iglesia. Y para hacer esto es fundamental volver a centrarse en una oración más auténtica – en especial la litúrgica – y también redescubrir el gesto humilde de la peregrinación, signo de un camino común hacia la meta, que es el Señor Jesús, principio y consumación de nuestra fe.

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El Papa Luciani, también él Patriarca, hizo como Papa sus primeras catequesis sobre fe, esperanza y caridad. ¿De qué modo esta figura puede ofrecer principios de edificación en la actividad pastoral?


Este año se cumple el centenario de su nacimiento, y trataremos de celebrarlo de modo digno. Por algunos ha sido considerado duro o incluso criticado por ser demasiado fiel al Papa y a su magisterio. En realidad, él ha tratado hasta el final de poder componer las cosas y encontrar solución a los problemas. Y, a más de treinta años de su muerte, en el pueblo y en las parroquias ha quedado un recuerdo vivísimo de Luciani. Los venecianos, tanto de tierra como de mar, conservan un recuerdo grato y afectuoso del paso de este Patriarca. Lo recuerdan como un hombre de Dios, un pastor que ha dejado un signo entre el pueblo, también con la concreción de su homilética y con su capacidad de escucha y de diálogo.


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Fuente: 30Giorni


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 17 de junio de 2012

Benedicto XVI: “Queda mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real”

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Hoy se ha clausurado, en Dublin, el 50º Congreso Eucarístico Internacional, con la Santa Misa celebrada por el Cardenal Marc Ouellet, Legado Pontificio. Al final de la celebración, se transmitió el siguiente video-mensaje del Santo Padre Benedicto XVI, en el cual hizo referencia a la reforma litúrgica, al Concilio Vaticano II así como también a la situación actual de la Iglesia en Irlanda. Además, el Papa anunció que el próximo Congreso Eucarístico Internacional se celebrará en Cebu, Filipinas, en el año 2016.

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Queridos hermanos y hermanas:

Con gran afecto en el Señor, saludo a todos los que os habéis reunido en Dublín para el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en especial al Señor Cardenal Brady, al Señor Arzobispo Martin, al clero, a las personas consagradas, a los fieles de Irlanda y a todos los que habéis venido desde lejos para apoyar a la Iglesia en Irlanda con vuestra presencia y vuestras oraciones.


El tema del Congreso – «La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros» – nos lleva a reflexionar sobre la Iglesia como misterio de comunión con el Señor y con todos los miembros de su cuerpo. Desde los primeros tiempos, la noción de koinonia o communio ha sido central en la comprensión que la Iglesia ha tenido de sí misma, de su relación con Cristo, su Fundador, y de los sacramentos que celebra, sobre todo la Eucaristía. Mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo, renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía, entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los demás.


Recibimos también la prenda de la vida eterna futura.

El Congreso tiene lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación del rito romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes de la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles en el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz de la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte, pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades. La renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real.


En un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida. La Eucaristía es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente el pleno compromiso de cada cristiano en la misión de la Iglesia; implica una llamada a ser pueblo santo de Dios, pero también a la santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas; nos une en el Espíritu, pero también nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a otros. Por otra parte, la Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo.


Durante siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá de sus costas. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de un sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación que nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de Dios, es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente al altar del Señor en el sacrificio de la Misa.


La gratitud y la alegría por una historia tan grande de fe y de amor se han visto recientemente conmocionados de una manera terrible al salir a la luz los pecados cometidos por sacerdotes y personas consagradas contra personas confiadas a sus cuidados. En lugar de mostrarles el camino hacia Cristo, hacia Dios, en lugar de dar testimonio de su bondad, abusaron de ellos, socavando la credibilidad del mensaje de la Iglesia. ¿Cómo se explica el que personas que reciben regularmente el cuerpo del Señor y confiesan sus pecados en el sacramento de la penitencia hayan pecado de esta manera? Sigue siendo un misterio. Pero, evidentemente, su cristianismo no estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una mera cuestión de hábito. El esfuerzo del Concilio estaba orientado a superar esta forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda con la bondad de Jesucristo. El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar. Aquí queremos encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta lo más hondo. Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles su Espíritu, derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo, y así nos ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad es su amor. El amor de Cristo es la verdad.


Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que el Congreso sea para cada uno de vosotros una experiencia espiritualmente fecunda de comunión con Cristo y su Iglesia. Al mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros a mí en la oración, para que Dios bendiga el próximo Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en 2016 en la ciudad de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo de Filipinas, asegurando mi cercanía en la oración durante el periodo de preparación a este gran encuentro eclesial. Estoy seguro de que aportará una renovación espiritual duradera, no sólo a ellos, sino también a todos los participantes del mundo entero. Ahora, encomiendo a todos los participantes en este Congreso a la protección amorosa de María, Madre de Dios, y a san Patricio, el gran Patrón de Irlanda, a la vez que, como muestra de gozo y paz en el Señor, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.


BENEDICTUS PP. XVI


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Fuente: Il Sismografo

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lunes, 11 de junio de 2012

Card. Ouellet, Legado Pontificio: “Una especial bendición en estos tiempos turbulentos”

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El Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, es el Legado que Benedicto XVI ha enviado a Dublín, Irlanda, para presidir en su nombre el 50º Congreso Eucarístico Internacional, que se celebra esta semana en esa nación. Presentamos nuestra traducción de la homilía pronunciada por el cardenal canadiense en la Solemne Misa de Apertura de este importante acontecimiento eclesial.

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Saludo con afecto a todos vosotros, aquí presentes: a mis hermanos obispos y sacerdotes, a los consagrados y consagradas, y a los muchos fieles de Irlanda y del mundo que han venido aquí para este Congreso Eucarístico Internacional. Como Legado de nuestro amado Santo Padre, Papa Benedicto XVI, quiero agradecer en forma especial al Arzobispo Diarmuid Martin y a sus muchos colaboradores, que han trabajado muy duro para organizar este importante evento, como también a las autoridades civiles por su valiosa cooperación. Yo agradezco especialmente a los sacerdotes por su amor y coraje en este difícil tiempo de purificación en la vida de la Iglesia.


Es muy oportuno que, en la Providencia de Dios, este encuentro tenga lugar aquí en Irlanda. Es un país conocido por su belleza natural, su hospitalidad y su rica cultura, pero muy especialmente por su larga tradición de fidelidad a la fe católica. La fuerte historia de fidelidad de Irlanda ha enriquecido no sólo estas tierras sino también, a través de sus hijos e hijas misioneros, ha ayudado a llevar el Evangelio a muchos otros, lejos de aquí.


Ahora la Iglesia en Irlanda está sufriendo y enfrentando muchos nuevos y serios desafíos para la fe. Siendo bien conscientes de estos desafíos, nosotros nos volvemos a Nuestro Señor, que renueva, sana y fortalece la fe de Su pueblo. Sé, por mi propia experiencia del último Congreso Eucarístico Internacional en la ciudad de Quebec, que un evento como éste trae muchas bendiciones a la Iglesia local y a todos los participantes, incluyendo a aquellos que lo sostienen a través de la oración, el trabajo voluntario y la solidaridad. Y por eso rezamos con confianza en el Señor Eucarístico para que esta 50º edición de este gran evento de la Iglesia universal traiga una muy especial bendición para Irlanda en estos tiempos turbulentos y para todos vosotros.


Hemos venido aquí como familia de Dios, llamada por Él a escuchar su Santa Palabra, a recordar lo que somos a la luz de historia de la salvación y a responder a Dios por medio de la mayor y más sublime oración que jamás se haya conocido en el mundo: la Sagrada Eucaristía. Que el Espíritu Santo nos ayude a ser plenamente conscientes de cuán bendecidos y privilegiados somos.


El libro del Éxodo nos recuerda la alianza de Dios con Su pueblo. La alianza estaba basada en la palabra proclamada por Moisés al pueblo y sellada con la sangre derramada sobre el altar y sobre el pueblo: “Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con vosotros” (Ex. 24, 8). El pueblo formalmente prometió su obediencia diciendo: “Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho” (Ex. 24, 7).


La sangre es uno de los símbolos más importantes en la Biblia. La sangre significa vida, y la vida pertenece a Dios. Desde el principio, a los hombres les está prohibido derramar la sangre de otros hombres ya que tal acción los corrompe y los pone fuera de la presencia de Dios y de su amistad.


Conscientes del dominio de Dios sobre la vida, y muy especialmente sobre la vida humana, la gente de la mayor parte de las religiones ha ofrecido oraciones y sacrificios a Dios con el fin de obtener Su favor o compensar acciones de muerte. En el pueblo elegido de Israel, esta búsqueda de redención y purificación alcanza su culmen en Jesucristo, el Mediador de la nueva alianza.


Leemos en la Carta a los Hebreos: “¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” (Hebreos 9, 14).


La sangre de Cristo tiene este poder de redención y purificación porque es una sangre derramada por perfecto amor por Dios y por la humanidad, una sangre divina que lleva la alianza a la perfección, no sólo para Israel sino para todos los pueblos.


En la última Cena, Jesús, después de consagrar el pan en Su Cuerpo, tomó el cáliz, volvió a dar gracias y se lo dio a sus discípulos diciendo: “Éste es el cáliz de mi sangre, la sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por muchos” (Mc. 14, 24). “Derramada por muchos”, en lugar de “derramada por todos”, es una traducción más fiel del texto original, pero esto no quiere sugerir que el sacrificio de Jesús por todos los pueblos esté de alguna manera restringido. De hecho, el único sacrifico de Cristo ofrece salvación a todos y cada uno de los hombres. No sabemos, ni nos corresponde saber, si algunos o muchos rechazarán Su gracia al final. Sin embargo, nosotros rezamos para que la voluntad de Dios para la salvación de todos sea cumplida.


Queridos hermanos y hermanas, nosotros nos hemos reunido hoy aquí en esta Solemnidad del Corpus Domini como un símbolo de la Iglesia universal, venidos aquí desde todos los rincones de la tierra para celebrar el memorial de la nueva y eterna alianza en la sangre de Cristo.


Nuestra reunión es un acto de fe en la Sagrada Eucaristía, el tesoro de la Iglesia, que es esencial para su vida y para nuestra comunión como hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia vive de la Eucaristía, ella recibe su propia identidad del don del Cuerpo de Cristo. En comunión con Su Cuerpo, la Iglesia se convierte en lo que ella recibe: se convierte en un solo cuerpo con Él en el Espíritu de la nueva y eterna alianza. ¡Qué gran y maravilloso misterio! ¡Un misterio de amor!


El Señor resucitado ha desaparecido de nuestra vista pero Su amor está más cerca que nunca. Su Cuerpo resucitado ha adquirido nueva libertad y nuevas propiedades que hacen posible la maravilla de la Sagrada Eucaristía. Por el poder de Su divina palabra y Espíritu, Él convierte el pan y el vino realmente en Su Cuerpo y Sangre. Como nos enseña el Papa San León Magno: “La divina presencia de nuestro Redentor ha pasado a los sacramentos” (Sermo 2 de Ascensione 1- 4: PL 54, 397-399).


Cuando recibimos la Comunión, el Espíritu del Señor presente en el Cuerpo de Cristo pasa a nuestros corazones y a nuestros cuerpos, haciéndonos un nuevo cuerpo eclesial, el cuerpo místico del Señor. Este cuerpo eclesial es nuestra más profunda identidad. Cada domingo y cada día especial de fiesta nosotros vamos a la iglesia a encontrarnos con el Señor resucitado, a fortalecer nuestro vínculo de amor con Él por la participación en la Sagrada Eucaristía. Si bien a los ojos del mundo puede parecer que nos reunimos por razones sociales o según nuestras tradiciones religiosas y culturales, de hecho somos convocados juntos por el mismo Señor, el Señor de la alianza nueva y eterna, que quiere que seamos un solo cuerpo con Él en una real y fiel alianza de amor.


A estas reuniones nosotros venimos como somos, pobres pecadores, y es posible que no siempre tengamos la adecuada disposición para recibir la Comunión. Pero, como nos recuerda el documento preparatorio para este Congreso Eucarístico, todos son capaces de vivir lo que se llama “comunión espiritual”, en el sentido de un acto de alabanza en el que cada uno se une a la dinámica de entrega personal que se celebra en la Misa (cfr. The Eucharist: Communion with Christ and with one another, n. 121).


Incluso cuando no se recibe la Comunión sacramental, nosotros podemos compartir en la gracia que fluye del Cuerpo y Sangre de Cristo a Su cuerpo eclesial. Esta participación consciente y activa significa pertenecer a un solo cuerpo y recibir de él amor, paz, esperanza y coraje para seguir adelante, aceptando nuestra propia cuota de sufrimiento. El Papa Benedicto nos dice: “Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa” (Sacramentum caritatis, n. 55).


Por lo tanto, abrámonos a la Palabra de Dios, que nos está llamando a ser más fieles colaboradores de la nueva alianza. Seamos más conscientes del inconmensurable don de la Sagrada Eucaristía. Dios merece mucha más adoración y gratitud por este regalo de amor.


Que nuestro testimonio de amor mutuo y servicio a nuestros hermanos y hermanas sea una humilde proclamación de la buena noticia de la Sagrada Eucaristía.

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Fuente:
Salt and light


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 5 de junio de 2012

El Papa vuelve de Milán “más consolado que cansado”: “es hermoso estar en una Iglesia viva”

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En medio de los dolorosos episodios de estos días en el Vaticano, el Santo Padre ha tenido un “respiro” durante los tres días en que visitó la arquidiócesis ambrosiana para presidir el VII Encuentro Mundial de las Familias, donde fue recibido por el Cardenal Angelo Scola, a quien confesó que se iba “más consolado que cansado”. De este acontecimiento, que superó las expectativas de los organizadores y donde el Papa pudo proclamar una vez más, con la claridad que lo caracteriza, la visión cristiana de la familia, habla el Cardenal Antonelli en esta entrevista al periódico Avvenire.

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Mucha satisfacción, mucha alegría, ciertamente. Pero también un hilo de preocupación. Son sentimientos ambivalentes, si no propiamente contradictorios, los que se entrecruzan el día después de la clausura del Encuentro Mundial de las Familias. Tal vez porque, sobre todo por parte de aquellos que, con fatiga y empeño, han organizado y conducido el evento en estos meses, existe una clara conciencia. La edición milanesa del EMF no ha sido sólo un éxito de números, de participación y de eficiencia ambrosiana, sino también un logro bajo el perfil de la riqueza y de la originalidad de los contenidos. Tanto que ya Milán 2012 – aunque “históricamente” tan joven – representa un punto de inflexión. De ahora en más, hablando de familia y de pastoral, no se podrá prescindir de todo lo dicho, visto, hecho, escuchado, en los pasados días en la capital lombarda. De esto es consciente el Cardenal Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Ayer por la mañana, bajando del auto en el patio del arzobispado ambrosiano – donde estaba programada la conferencia de prensa conclusiva del EMF 2012 – tenía una sonrisa que era la síntesis más elocuente de su estado de ánimo.

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¿Misión cumplida, Eminencia?


Diría que sí. Hemos vivido realmente jornadas extraordinarias. Cada momento de este Encuentro Mundial ha sido notable. Pero el recuerdo de la Misa del domingo, con aquella participación tan atenta y tan coral, y sobre todo las palabras del Papa, representan una experiencia realmente única.

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La satisfacción de Benedicto XVI era evidente…


Ciertamente, al final nos ha dicho que “es hermoso estar en una Iglesia viva”. Me parece una síntesis eficaz de lo que representan las familias en la sociedad. Una presencia viva, que puede realmente incidir en la perspectiva del bien común. Me parece que también los contenidos de los tres días del congreso teológico-pastoral han ido en este sentido.

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¿Podemos indicar algunos puntos fuertes surgidos de las contribuciones de los expertos y de las mesas redondas?


Me parece que todas las ideas han contribuido a redescubrir la importancia de las buenas relaciones. Es decir, el hombre como sujeto relacional hecho para vivir, en armonía, con todos. Sólo a la luz de las buenas relaciones el momento de la fiesta adquiere su sentido profundo.

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¿Las relaciones son la clave también para leer el empeño de la familia en la sociedad?


Sin duda. En una red de buenas relaciones todos tienen la posibilidad de crecer. Y se ponen las bases para la cohesión de la sociedad. Para nosotros, cristianos, la bondad de las relaciones remite a la comunión con Dios. En clave civil ayuda a construir las virtudes como la gratuidad, la solidaridad, la cooperación, la disponibilidad, el sentido de sacrificio, que son importantísimas para la sociedad.

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Y aquí se enmarca también el tema del trabajo. En este caso, ¿cuál es el rol de las buenas relaciones?


Una vez más, fundamental. Diría que un valor agregado. Pero también una modalidad para comprender cómo el factor principal es siempre y de todos modos el hombre. La Iglesia no se cansa de subrayar la centralidad del capital humano. Y ahora también las empresas son conscientes de ello. Un trabajador satisfecho, que tiene detrás una situación familiar serena, estará también en la oficina más disponible al empeño y la productividad.

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En resumen, la familia que “funciona” o , como decía Juan Pablo II, la que logra “ser ella misma”, ¿puede marcar la diferencia también en la sociedad?


Pero no lo dice solamente la Iglesia. Existen investigaciones autorizadas de ámbito laico que lo demuestran con la fuerza de los datos. La familia feliz, la que representa un valor añadido para la sociedad, es aquella con dos o más hijos.

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Existe, sin embargo, un número creciente de familias que se disgregan. ¿Cómo será posible acompañar y sostener de modo más orgánico el sufrimiento de los divorciados y de los que están en una nueva unión, de acuerdo a las indicaciones de Benedicto XVI?


En primer lugar, es necesario reiterar que los divorciados en nueva unión no sólo son amados por la Iglesia, sino que deben ser valorizados en todos aquellos ámbitos en los cuales su participación es posible. Y luego también a ellos se les pide crecer en la fe.

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¿Hay una estrategia para lograrlo?


A mí me gusta indicar cinco puntos. En primer lugar, la humildad. Es decir, nadie debe pretender establecer por sí mismo lo que está bien y lo que está mal. El segundo punto es la oración para conocer la voluntad de Dios. El tercero es el compromiso: no dejar nunca de hacer el bien. El cuarto es la búsqueda, para comprender la verdad y la belleza del matrimonio. El quinto es la confianza en la Misericordia de Dios, que nunca debe perderse.

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Ahora la cita es dentro de tres años, en Filadelfia…


La elección ha sorprendido a todos. Entre las candidaturas había importantes ciudades europeas, pero el Papa ha indicado los Estados Unidos. Aquí la familia vive situaciones de fragilidad, pero también de gran vitalidad. Una vez más, será un bello desafío.

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Fuente: Avvenire


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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