miércoles, 30 de junio de 2010

Más sobre el nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos

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 Ouellet

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Como hemos informado, en lo que puede considerarse uno de los nombramientos más importantes de su Pontificado, el Papa Benedicto XVI, luego de aceptar la renuncia presentada por el cardenal Re, ha nombrado como nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos al cardenal Marc Ouellet, hasta ahora arzobispo de Québec y Primado de Canadá. De este modo, el reconocido purpurado canadiense, de 66 años de edad, guiará uno de los dicasterios clave de la Curia Romana, que “examina lo referente a la constitución y provisión de las Iglesias particulares, así como al ejercicio de la función episcopal en la Iglesia latina” y “trata todo lo que se refiere al nombramiento de los obispos”, según afirma la Constitución Apostólica Pastor Bonus del Papa Juan Pablo II.


Para conocer un poco más de cerca a este cardenal, que siempre se ha caracterizado no sólo por su firme fidelidad al Sucesor de Pedro sino también por una notable cercanía al pensamiento de Joseph Ratzinger, reproducimos una interesante entrevista que el purpurado concedió, en noviembre de 2003, a la revista 30Giorni, pocos días después de haber ingresado en el Colegio Cardenalicio, en la cual pueden apreciarse los rasgos más sobresalientes de su historia y pensamiento.

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Marc Ouellet es quizá el más poliglota de los nuevos cardenales creados por Juan Pablo II el 21 de octubre. Procede de Canadá, país de la Commonwealth británica, pero es hijo del Québec de lengua francesa. Ha trabajado durante muchos años en Hispanoamérica y discutió en alemán su licenciatura en teología. Habla perfectamente italiano, visto que ha enseñado también en Roma, donde tuvo una breve aunque intensa experiencia en la Curia como secretario del dicasterio encargado del dialogo ecuménico. Ouellet, que tiene 59 años y fue ordenado sacerdote en 1968, es además el nuevo cardenal elector con el nombramiento episcopal más reciente: fue consagrado obispo en marzo de 2001, y en noviembre del año pasado fue promovido a arzobispo de Québec, la sede primada canadiense.


El nuevo purpurado es el tercer cardenal canadiense que pertenece a la sociedad de vida apostólica de los Sulpicianos tras el fallecido Paul-Émile Léger, arzobispo de Montréal desde 1950 a 1968, y Edouard Gagnon, de 85 años, que desde hace unos años ha vuelto a su patria después de un largo servicio en la Curia romana. La archidiócesis de Québec cuenta también con un purpurado emérito, Louis-Albert Vachon, primado canadiense desde 1981 a 1990. Tanto Gagnon como Vachon no pudieron participar en las celebraciones del 25º aniversario de pontificado ni en el Consistorio. “Gagnon”, nos dice Ouellet, “tiene desde hace tiempo problemas de salud, pero aún conserva todas sus facultades. Vachon es muy anciano, tiene 91 años, de todos modos me llamó por teléfono la mañana de mi nombramiento. Estaba muy contento porque la tradición cardenalicia de Québec continúa…”.

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Eminencia, usted fue ordenado sacerdote en mayo de 1968, un periodo bastante agitado… ¿Qué recuerda del clima de aquellos años?


Era un clima algo caótico. Recuerdo muy bien que el día de mi ordenación, uno de mis parientes más estrechos me dijo: tendrás que replantearte tu decisión, porque parece que la Iglesia a la que vas a dar tu vida se está desmoronando, no parece que tenga futuro. Y lo decía seriamente, no era una broma.

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¿No le fascinó nada de aquel clima “revolucionario”?


No. Si bien en la protesta de los estudiantes había algo profundo, que iba más allá de la simple protesta política y social. Había una búsqueda de sentido, una insatisfacción global frente a las estructuras de la sociedad, también las religiosas… Al respeto he de decir que yo había terminado la universidad en abril, así que no viví directamente los hechos de mayo. De todos modos, recuerdo que en octubre los seminaristas que iban a la universidad tomaron parte masivamente en el movimiento estudiantil y para ser más creíbles ante los demás eran los más radicales en las protestas. El seminario permaneció cerrado durante quince días, después fueron admitidos sólo aquellos que aceptaban someterse a la autoridad de los superiores…

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Tras ser ordenado sacerdote, estuvo durante dos años como vicepárroco en Val d’Or…


Fue una época estupenda. El párroco tenía sesenta años y trabajábamos bien juntos. Me ocupaba sobre todo de la pastoral de la enseñanza y me encargaba del canto y la liturgia, que en aquel momento vivía un momento especialmente caótico…

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Volveremos a este tema. Luego comenzó su actividad académica, que desarrolló sobre todo en América Latina. También allí encontró una situación delicada…


Comencé en 1970 enseñando filosofía en el seminario de Bogotá. En aquel periodo había una fuerte crisis vocacional. No faltaron los momentos de tensión y protesta por parte de los seminaristas, pero la situación estaba bajo control…

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Son los años en que empieza a difundirse la Teología de la liberación…


Efectivamente, el primer libro del teólogo Gustavo Gutiérrez es precisamente de 1971. Pero he de decir que en Colombia no arraigó la versión de la Teología de la liberación dependiente de la ideología marxista. Gracias a la intensa actividad que desarrolló el entonces obispo, hoy cardenal, Alfonso López Trujillo.

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¿Tuvo aspectos positivos la Teología de la liberación?


Por supuesto que sí. La Teología de la liberación nace de la Palabra de Dios: ha sido una manifestación del Espíritu en el sentido de que ha dado voz al grito de los pobres que clama justicia, que pide ayuda y que se inspira en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento. La Teología de la liberación, además, deja una herencia muy positiva, una manifestación de vitalidad, mediante las comunidades eclesiales de base. Lo que le faltaba a la Teología de la liberación era una cristología más profunda. En la media en que había un influjo excesivo del análisis marxista de la sociedad, se tendía a hacer retroceder la inspiración evangélica hacia el Antiguo Testamento con, por ejemplo, una interpretación política del Éxodo. En la Teología de la liberación faltaba la comprensión del hecho de que Jesús no es un simple mártir de una causa, sino el cumplimiento de la historia humana. Por esto las intervenciones de la Congregación para la doctrina de la fe fueron muy útiles. También Gutiérrez después de estas intervenciones profundizó en la dimensión espiritual de su Teología de la liberación.

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En 1982 defendió usted en la Universidad Gregoriana su tesis de licenciatura en teología sobre la obra de Hans Urs von Balthasar. Un breve recuerdo personal del famoso teólogo suizo…


La primera vez que me puse en contacto con él fue en 1973. Estaba comenzando la Teodramática, la segunda parte de su Trilogía, tenía casi setenta años y pensaba que no iba a terminarla. Me acuerdo de que trató de convencerme de que no hiciera una tesis sobre su teología. No lo logró. Me fascinaba la dimensión mística y el amplio horizonte cultural de su teología, y me concentré en un tema candente como el de la antropología teológica. De aquí nació una amistad que se ha manifestado también en un intenso intercambio epistolar. Siempre me causó impresión la rapidez con la que respondía a mis cartas, pese a todo lo que tenía que hacer. Para mí era imposible. Lo que sobre todo me llamaba la atención en él era su mirada de águila –el símbolo de san Juan es el águila–, su capacidad de observarlo todo –Sagrada Escritura, tradición, literatura–… desde el punto más alto, y, por tanto, más profundo, posible. Von Balthasar ha iluminado mi mente y mi corazón.

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Después de enseñar en la Universidad Lateranense, tuvo una breve aunque intensa experiencia como secretario del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos.


Tras el Concilio Vaticano II la Iglesia católica entró de un modo decisivo e irreversible en el movimiento ecuménico. Y esto es un gran hecho pentecostal de nuestro tiempo, que hay que valorar. Pero la separación vivida durante mil años con los ortodoxos y durante quinientos con las comunidades que nacieron de la Reforma, no puede cicatrizarse rápidamente. Se necesita tiempo. Creo que con este pontificado la Iglesia católica se ha convertido en la fuerza motriz del movimiento ecuménico…

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No siempre con éxito…


Por desgracia no se han cumplido las enormes expectativas que suscitó el acontecimiento de gracia del encuentro entre Pablo VI y Atenágoras, un hecho de gran alcance simbólico. Por nuestra parte, no vemos grandes obstáculos para la unidad con la ortodoxia desde el punto de vista dogmático y sacramental, aunque persiste el problema no secundario de la unidad de la Iglesia cum Petro y sub Petro. Pero desde el punto de vista ortodoxo, las cosas no son simples: hay una desconfianza secular, existe el temor de una invasión nuestra en sus territorios tradicionales, del proselitismo católico. A veces me pregunto si los católicos prestamos la atención necesaria a este factor psicológico, cultural, histórico, en nuestros métodos de diálogo y de acercamiento.


El momento es especialmente difícil con la ortodoxia rusa, y en este caso hay que ejercer la virtud de la paciencia, pero hay que reconocer que se han dado pasos enormes durante estos años con Grecia, Bulgaria y Serbia. En este diálogo hay que estar atentos para evitar, cuando las relaciones se vuelven tirantes, jugar –por decirlo de alguna manera– “políticamente”, incluso mediante una guerra mediática. No es lo apropiado usar estos medios en las relaciones ecuménicas.

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Aludía usted a un punto especialmente delicado del diálogo ecuménico, el relativo al ejercicio del primado petrino.


El Papa con la encíclica Ut unum sint ha abierto el camino al debate sobre este tema, invitando a los hermanos separados a expresar su punto de vista sobre el modo más aceptable para ellos en que podría ejercerse el primado. Aún se sigue debatiendo. Es una apertura de la Sede de Pedro para recibir sugerencias y esto significa que existe una disponibilidad a cambiar algo. Probablemente podemos asimilar más el principio de sínodo, muy desarrollado en Oriente. Por otra parte, el mundo ortodoxo, sin embargo, tiene dificultades para coordinarse entre sí. Desde hace treinta años se habla de una reunión panortodoxa, pero hasta ahora no han sido capaces de organizarla: les falta el principio petrino con su eficacia, mientras que predomina el principio nacional que obstaculiza todo por intereses de otro tipo.


Toda la Iglesia, pues, tiene que estar dispuesta a un intercambio de dones que va más allá de la búsqueda, digamos así, de las fórmulas políticas. Por esto, en mi reflexión sobre el movimiento ecuménico, he tratado de desarrollar el principio mariano.

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¿En qué sentido?


La orientación ecuménica se concentra demasiado en el episcopado, en las relaciones entre colegialidad y papado, y menos en los fundamentos de la fe y, por tanto, en el papel de María que –y en esto los ortodoxos están muy próximos a nosotros– es más profundo que el papel de Pedro o de los obispos. Haría falta una reflexión sobre el principio mariano como la base de la unidad de la Iglesia. En mi opinión, aún no ha sido profundizado suficientemente este hecho en el diálogo ecuménico.

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Este principio mariano puede ser menos eficaz respecto al mundo protestante.


No creo. Dialogando con los anglicanos he descubierto que en su tradición litúrgica mantienen fiestas marianas. Claro que ellos, a diferencia de nosotros, no rezan, no invocan a María, pero sobre otras cuestiones esenciales se ha hecho un texto común sobre el misterio de María en Cristo y en la Iglesia que será publicado próximamente. Además, en 1997 el Groupe des Dombes hizo un documento bien articulado en que el se llega a la conclusión de que María no es un factor de división entre teólogos reformados y católicos. Por tanto, entre católicos y ortodoxos, pero también entre católicos y anglicanos y entre católicos y reformados, hay puntos comunes de gran importancia que pueden dar lugar a consecuencias positivas. Partiendo siempre, es oportuno recordarlo, de las Escrituras. Porque la unidad es posible a partir de la Revelación y del modo en que juntos podemos acoger la Revelación. María es la figura clave, bíblica, para enseñarnos a acoger la Palabra.


Al respecto, he de confesar que en el mundo protestante, por desgracia, se habla con mucho énfasis de la Escritura, pero no se sigue. Ahora somos los católicos los que llevamos el diálogo a la base escrituraria. Cuando se dan divergencias en el campo antropológico y ético, por ejemplo, nosotros nos centramos en la Escritura, ellos, los protestantes, en la cultura.

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¿Cuáles son las cuestiones prioritarias que la Iglesia debe afrontar hoy?


La cuestión fundamental es y debe ser siempre la misión. La primera cuestión es siempre cómo anunciar el Evangelio al mundo que aún no lo ha recibido. Y es una cuestión demasiado olvidada, que no encuentra espacio en los medios de comunicación, pero es la cuestión de la Iglesia. Desde este punto de vista, lo que ha ocurrido con la beatificación de la madre Teresa es simbólico y epocal. En el sentido de que la pequeña gran hermana ha fundado las Misioneras de la caridad, no las hermanas de la caridad, y lo ha hecho en India. Ahora estas misioneras, en gran parte indias, están en todo el mundo, ejerciendo una caridad radical, gratuita, con los más pobres de los pobres. Este es el símbolo de la misión para el tercer milenio. Paradójicamente es Asia, el continente menos cristiano, el que nos ayuda y evangeliza, nos re-evangeliza…

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Al principio de la entrevista hablaba del caos litúrgico postconciliar. ¿Considera necesaria la reforma de la reforma litúrgica?


Después del Concilio Vaticano II ha habido un movimiento progresista litúrgico muy exagerado, que ha hecho desaparecer algunos tesoros de la tradición como el canto gregoriano, por ejemplo. Tesoros que hay que recuperar. Pero sobre todo, como afirma el cardenal Ratzinger, se debe recuperar el sentido sagrado de la liturgia, la percepción de que la liturgia no es algo nuestro que fabricamos nosotros, que podemos recomponer según nuestros gustos pasajeros, sino que es algo que se recibe, que se nos dona. Por tanto, la objetividad de las formas litúrgicas tiene su importancia. Creo que estas admoniciones del cardenal Ratzinger son importantes. Creo que el Concilio Vaticano II hizo una buena constitución sobre la sagrada liturgia, la Sacrosanctum Concilium. Pero la realización de la reforma litúrgica no siempre ha estado a la altura. Habría que volver a la letra de la Sacrosanctum Concilium.

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Otro tema actual en el debate eclesiástico es el de la colegialidad. ¿Cree usted que es necesario hacer reformas en esta cuestión?


El diálogo ecuménico me ha hecho descubrir la riqueza de las otras tradiciones. Los latinos tenemos una vida eclesial más centralizada. El principio petrino es nuestra fuerza y no hay que convertirlo en una debilidad. En la tradición ortodoxa rige el sínodo, mientras que entre los protestantes la base de los laicos participa más en la vida de la comunidad. El desarrollo de la colegialidad necesita ajustes que tengan de alguna manera en cuenta las tradiciones de nuestros hermanos separados. Veo la aspiración a una mayor participación de los obispos diocesanos en las relaciones con los dicasterios de la Curia romana, veo que hay dificultades en estas relaciones, debido a la actitud un poco rígida de ambos. Está claro que hay que inventar algo, pero no se me ocurre una receta que proponer, entre otras cosas porque mi experiencia en el colegio episcopal es aún muy reciente.

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Su país, Canadá, podría ser el tercer país, después de Bélgica y Holanda, que reconozca jurídicamente las parejas homosexuales. ¿Qué opina al respecto?


Existe este peligro. Es una señal más de la tremenda crisis antropológica que está viviendo el mundo occidental, en que toda diferencia sexual es insignificante. Pero ahora, gracias a la acción unánime y decidida de los obispos, es como si la población canadiense se hubiera despertado, y creo que el gobierno, que ha promovido este proyecto de ley, se ha dado cuenta de haberse pasado de la raya… No es una casualidad de que en el partido de mayoría absoluta [liberal, n de la r.] se haya dado una división sobre este tema. Espero que con el previsto cambio de líder en el partido de mayoría y, por tanto, de primer ministro [de Jean Cretien a Paul Martin, n. de la r.], se abandone para siempre este proyecto de ley.


La cuestión ha sido sometida a la Corte suprema federal y espero que los jueces interpreten la magna charta de los derechos de un modo no puramente formal, sino en el contexto de la vida nacional y también de la sabiduría filosófica y religiosa de la humanidad, que siempre ha concebido el matrimonio como la unión de un hombre y de una mujer. Esto debería ser algo de sentido común. Por eso espero que la Corte suprema federal no confirme las decisiones de las cortes inferiores que se han pronunciado en favor del reconocimiento jurídico de las parejas homosexuales que fue votado por un par de asambleas estatales. Se verá… pero si también la Corte de Ottawa se pronunciara a favor no sería una buena noticia para el mundo ni para nuestro país.


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La Buhardilla de Jerónimo

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Grandes cambios en la Curia del Papa Ratzinger

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Curia Romana

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El Papa Benedicto XVI, pocos días antes del comienzo de las vacaciones, ha realizado hoy importantes nombramientos en la Curia Romana, según informa la Oficina de Prensa de la Santa Sede:


- En primer lugar, ha aceptado la renuncia al cargo de Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina que, por límite de edad, le había presentado el Cardenal Giovanni Battista Re, luego de diez años en el cargo. Y ha nombrado como nuevo Prefecto de la misma Congregación al Cardenal Marc Ouellet, P.S.S., de 66 años de edad, hasta ahora Arzobispo de Québec.


- En segundo lugar, ha nombrado como primer Presidente del anunciado Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización a Mons. Salvatore Fisichella, de 59 años de edad, hasta ahora Presidente de la Pontificia Academia para la Vida.


- Además, en la Pontificia Academia para la Vida, el Papa ha nombrado como Presidente a Mons. Ignacio Carrasco de Paula, hasta ahora Canciller de la misma Academia.


- Finalmente, en el cargo de Rector Magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, hasta ahora desarrollado por Mons. Fisichella, Su Santidad ha nombrado al Padre Enrico dal Covolo, S.D.B.


- Se espera como inminente el nombramiento del sucesor del cardenal Walter Kasper en  la persona de Mons. Kurt Koch quien, según la prensa alemana, ya habría anunciado su partida a su clero diocesano.


- Entre los nombramientos del día de hoy, el Papa eligió también al nuevo Nuncio Apostólico en Polonia en la persona de Mons. Celestino Migliore, hasta ahora Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU. El anterior Nuncio en Polonia, Mons. Kowalczyk, había dejado el cargo al ser nombrado, hace dos meses, Arzobispo de Gniezno y Primado de Polonia.


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La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 28 de junio de 2010

El Papa relanza la nueva evangelización y anuncia el nuevo dicasterio

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El Papa Benedicto XVI acudió hoy a la Basílica de San Pablo extramuros para presidir las primeras Vísperas de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En su homilía, dedicada a la urgencia de una nueva evangelización para contrarrestar los efectos de la secularización actual, el Pontífice anunció su decisión de crear un nuevo dicasterio con este objetivo, un proyecto del que habíamos informado un tiempo atrás. Ofrecemos nuestra traducción de amplios pasajes de la homilía.

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El Siervo de Dios Giovanni Battista Montini, cuando fue elegido Sucesor de Pedro, en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II, eligió llevar el nombre del Apóstol de los gentiles. Dentro de su programa de aplicación del Concilio, Pablo VI convocó en 1974 la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la evangelización en el mundo contemporáneo, y cerca de un año después publicó la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, que se abre con estas palabras: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (n.1).


Impresiona la actualidad de estas expresiones. Se percibe en ellas toda la particular sensibilidad misionera de Pablo VI y, a través de su voz, el gran anhelo conciliar de la evangelización del mundo contemporáneo, anhelo que culmina en el Decreto Ad gentes, pero que penetra todos los documentos del Vaticano II y que, aún antes, animaba los pensamientos y el trabajo de los Padres conciliares, convocados para representar, de un modo nunca antes tan tangible, la difusión mundial alcanzada por la Iglesia.


No hacen falta palabras para explicar cómo el Venerable Juan Pablo II, en su largo pontificado, desarrolló esta proyección misionera que – debe ser siempre recordado – responde a la naturaleza misma de la Iglesia, la cual, con san Pablo, puede y debe repetir siempre: “Anunciar el Evangelio no es para mí una gloria, es para mí una necesidad imperiosa: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16). El Papa Juan Pablo II representó vivamente la naturaleza misionera de la Iglesia, con los viajes apostólicos y con la insistencia de su Magisterio sobre la urgencia de una “nueva evangelización”: “nueva” no en los contenidos, sino en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo que constituye la fuerza de la ley nueva del Evangelio y que siempre renueva la Iglesia; “nueva” en la búsqueda de modalidades que correspondan a la fuerza del Espíritu Santo y sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones; “nueva” porque es necesaria también en países que ya han recibido el anuncio del Evangelio. Es evidente para todos que mi Predecesor ha dado un impulso extraordinario a la misión de la Iglesia, no sólo – repito – por las distancias por él recorridas, sino sobre todo por el auténtico espíritu misionero que lo animaba y que nos ha dejado en herencia al amanecer del tercer milenio.


Recogiendo esta herencia, he podido afirmar, al inicio de mi ministerio petrino, que la Iglesia es joven, abierta al futuro. Y lo repito hoy, cercano al sepulcro de san Pablo: la Iglesia es en el mundo una inmensa fuerza renovadora, no ciertamente por sus fuerzas, sino por la fuerza del Evangelio, en que sopla el Espíritu de Dios, el Dios creador y redentor del hombre. Los desafíos de la época actual están ciertamente más allá de las capacidades humanas: los desafíos históricos y sociales, y con mayor razón los espirituales.


A nosotros, Pastores de la Iglesia, nos parece a veces revivir la experiencia de los Apóstoles, cuando millares de personas necesitadas seguían a Jesús, y él preguntaba: ¿qué podemos hacer por toda esta gente? Ellos, entonces, experimentaban su impotencia. Pero Jesús les había demostrado que con la fe en Dios nada es imposible, y que unos pocos panes y peces, bendecidos y compartidos, podían alimentar a todos. Pero no había – y no hay – solamente hambre de alimento material: hay un hambre más profunda, que sólo Dios puede saciar. También el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito.


También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios viviente. Por esto, Juan Pablo II escribió: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse”, y agregó: “una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Enc. Redemptoris missio, 1). Hay regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización; otras que la han recibido pero necesitan de un trabajo más profundo; otras en las que el Evangelio ha echado raíces desde hace largo tiempo, dando lugar a una auténtica tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos - con dinámicas complejas – el proceso de secularización produjo una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a Dios.


En esta perspectiva, he decidido crear un nuevo Organismo, en forma de “Pontificio Consejo”, con la tarea peculiar de promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una suerte de “eclipse del sentido de Dios”, que constituyen un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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El Papa se encuentra con el Card. Schönborn: inusual comunicado

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El Papa Benedicto XVI recibió hoy en audiencia al cardenal Schönborn, arzobispo de Viena. Al final de dicha reunión, a la que luego se unieron también los cardenales Sodano y Bertone, la Oficina de Prensa publicó el siguiente comunicado, que ahora ofrecemos en español.

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1) El Santo Padre ha recibido hoy en audiencia al Cardenal Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena y Presidente de la Conferencia Episcopal Austríaca. Éste había pedido poder informar personalmente al Sumo Pontífice sobre la presente situación de la Iglesia en Austria. En particular, el Cardenal Christoph Schönborn ha querido aclarar el sentido exacto de sus recientes declaraciones sobre algunos aspectos de la actual disciplina eclesiástica, como también algunos juicios sobre la actitud tomada por la Secretaría de Estado, y en particular por el entonces Secretario de Estado del Papa Juan Pablo II de venerada memoria, en lo que concierne al fallecido Cardenal Hans Hermann Groër, Arzobispo de Viena desde 1986 a 1995.


2) Sucesivamente, han sido invitados al encuentro los Cardenales Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, y Tarcisio Bertone, Secretario de Estado. En la segunda parte de la audiencia, se han aclarado y resuelto algunos equívocos muy difundidos y en parte derivados de algunas expresiones del Cardenal Christoph Schönborn, el cual expresa su pesar por las interpretaciones dadas.


En particular:


a) Se recuerda que en la Iglesia, cuando se trata de acusaciones contra un Cardenal, la competencia corresponde únicamente al Papa; las otras instancias pueden tener una función de consulta, siempre con el debido respeto por las personas.


b) La palabra “charlatanería” [“chiacchiericcio”] ha sido interpretada erróneamente como una falta de respeto por las víctimas de los abusos sexuales, por las cuales el Cardenal Angelo Sodano nutre los mismos sentimientos de compasión y de condena del mal, como se expresa en diversas intervenciones del Santo Padre. Tal palabra, pronunciada en el discurso pascual al Papa Benedicto XVI, estaba tomada literalmente de la Homilía pontificia del Domingo de Ramos y estaba referida al “la valentía que no se deja intimidar por la charlatanería de las opiniones dominantes”.


3) El Santo Padre, recordando con gran afecto su visita pastoral a Austria, envía por medio del Cardenal Christoph Schönborn Su saludo y aliento a la Iglesia que está en Austria y a sus Pastores, confiando a la celestial protección de María, tan venerada en Mariazell, el camino de una renovada comunión eclesial.

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Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 25 de junio de 2010

El cardenal Kasper anuncia su partida y traza un balance de su gestión

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Mientras todo parece indicar que el Santo Padre aceptará la renuncia del cardenal Walter Kasper en los próximos días, nombrando como nuevo Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos al obispo suizo Kurt Koch, el cardenal alemán se ha encontrado hoy con los periodistas, anunciando su próxima partida y realizando ante ellos un balance de los once años al frente del dicasterio del ecumenismo, con sus luces y sus sombras. Ofrecemos nuestra traducción de un artículo, publicado en la prensa italiana, donde se presenta un interesante resumen de las declaraciones del cardenal Kasper.

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“He llegado al final de mi servicio como presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Durante 11 años, éste ha sido para mí un cargo no sólo comprometedor sino también apasionante. Una experiencia que deja una marca profunda”. Así se ha presentado hoy el cardenal Walter Kasper, en una conferencia de prensa, saludando a los periodistas. En vista de un pronto cambio de la dirección del dicasterio vaticano, el cardenal quiso trazar un balance, también personal, de lo que se ha realizado en estos años de diálogo ecuménico.


“Mis sentimientos – dijo – son ambivalentes: por una parte, ser emérito a los 77 años es algo normal, incluso una liberación. Por otra parte, sin embargo, dejo un trabajo que he realizado con entusiasmo, que he considerado siempre como una cantera de la Iglesia del futuro”. “El ecumenismo no es para la Iglesia un opcional de lujo sino un elemento constitutivo, uno de sus objetivos principales, y lo mismo vale para las relaciones religiosas con el judaísmo”. “¿En qué punto estamos hoy?”, se preguntó el cardenal.


“En primer lugar, quisiera subrayar que, aún siendo fundamentales, los diversos documentos de diálogo no son lo esencial. Permanecerían como letra muerta si no se reflejaran en las relaciones personales, en las relaciones de respeto, de estima, de confianza y de amistad”. “Allí donde no existen tales relaciones – prosiguió el cardenal Kasper – no puede existir tampoco un diálogo fructífero, que es siempre un diálogo de la vida. El ecumenismo no se hace en el escritorio. El diálogo es vida. El diálogo es parte integrante de la vida de la Iglesia”.


El cardenal recordó luego todos los viajes y los encuentros que han acompañado su compromiso ecuménico en estos años, hablando actualmente de “una sólida red de relaciones humanas con cristianos que, estoy seguro, podrá resistir también a eventos menos favorables y son una base segura para ulteriores pasos adelante”. Y comentó: “Ésta es la verdadera novedad ecuménica”. “El fulcro y el alma de un ecumenismo tan vital – agregó – es el ecumenismo espiritual. La unidad de la Iglesia no puede ser planificada ni fabricada”. El cardenal, utilizando una metáfora, comparó el ecumenismo con un “monasterio invisible en el que se vive y se ora dispersos en todo el mundo pero unidos en la oración. ¿No es ésta ya una comunión eclesial intensa y profunda?”.


El “balance” del cardenal Kasper pasó revista a los 11 años de diálogo. Con las Iglesias ortodoxas orientales (coptos, sirios, armenios, etíopes, etc.) que, después de los “primeros dificilísimos años”, se ha llegado a acuerdos que pueden ser considerados hoy como “un milagro del Espíritu”.


En lo que concierne, en cambio, a las Iglesias ortodoxas, el cardenal Kasper recordó la suspensión del diálogo en el 2000, con la sesión de Baltimore, definiendo aquel momento como un “fracaso”, “la peor experiencia ecuménica que jamás haya tenido”. Se requirieron “5 años de pacientes negociaciones” para enmendar las relaciones y llegar al encuentro de Rávena que dio lugar a “un gran giro inesperado”. Del diálogo con las Iglesias ortodoxas, el cardenal quiso subrayar también “las relaciones personales de confianza” y la presencia de las diversas delegaciones en los funerales de Juan Pablo II y en la entronización de Benedicto XVI, “signo claro y fuerte del cambio acontecido”.


El balance examinó luego las relaciones con las Iglesias y las comunidades eclesiales de la Reforma: “Errores o, más bien, imprudencias en el modo de formular la verdad – admitió el cardenal Kasper -, han sido cometidos entre nosotros e incluso de parte nuestra”. Pero en lo que concierne a este diálogo, el cardenal quiso remitirse al texto recientemente publicado por el dicasterio, “Harvesting the fruits”, en el que se hace un balance de los resultados y de los acuerdos alcanzados.


“Dejo el cargo – concluyó – con esperanza, que no es optimismo humano sino esperanza cristiana. La «antorcha» pasa ahora a una nueva generación que ciertamente mirará los diálogos emprendidos con nuevos ojos”.

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Fuente: Toscana Oggi


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 24 de junio de 2010

“La evangelización no acepta límites: el anuncio es hacia todos”

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20100624 GENOVA -REL- SANTO PATRONO DI GENOVA IN VISITA CARDINALE BERTONE. S.E. Tarcisio Bertone segretario di Stato Vaticano oggi a Genova per la celebrazione della festa del Santo Patrono della citt?, su invito dell'Arcivescovo di Genova e presidente della Cei S.E. Angelo Bagnasco.
-ANSA/LUCA ZENNARO-

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La evangelización no acepta límites: los cristianos son responsables del anuncio hacia todos. Lo dijo el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, invitado a celebrar en Génova la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la ciudad. Al cardenal Bertone se unieron, el jueves 24 de junio por la mañana, en el altar de la catedral de Génova, el cardenal arzobispo Angelo Bagnasco, los auxiliares de la arquidiócesis y otros numerosos obispos. También muchos fieles genoveses que han querido, con su presencia, mostrar a su antiguo pastor todo su afecto, sobre todo en el momento en que, en medio de ellos, ha dado comienzo a las celebraciones por el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal. “A todos y a cada uno – dijo el cardenal Bertone, sorprendido por la demostración de afecto que se le había reservado – quisiera manifestar mis sentimientos de reconocimiento y de estima, recordando con especial alegría los años transcurridos como arzobispo de esta ciudad, antes de asumir el cargo de Secretario de Estado de Su Santidad. Quiero deciros, con toda franqueza, que nunca os he olvidado y os agradezco por el apoyo y, sobre todo, por la oración, con la cual me acompañáis en el cargo de primer colaborador del Santo Padre”.


Refiriéndose, luego, a la solemnidad de la natividad del Bautista, el cardenal aprovechó la ocasión para guiar una reflexión “sobre la identidad de la comunidad, sobre el sentido y el valor de la pertenencia, particularmente sobre el significado de la presencia de la comunidad cristiana en un territorio, sobre el valor de la fe en la construcción de la sociedad”.


Centró sus palabras en la relación entre Juan, el precursor de Jesús, y Jesús mismo, es decir, entre el “testigo de la luz” y la “luz verdadera”. “Estos dos aspectos: la luz que vence las tinieblas y el extenderse a todos los confines humanos – explicó el cardenal – son particularmente relevantes para la tarea de los creyentes en nuestro tiempo, también hoy aquí, en Génova. Se nos pide, en primer lugar, brindar un servicio a la humanidad en orden a la verdad, no como arrogantes poseedores de ella sino como humildes servidores de un testimonio que no atrae la mirada sobre nosotros sino que la remite a Jesucristo, el hombre perfecto. Al hombre vacilante y fragmentado de hoy, al hombre degradado a una sola dimensión, la materialista y la consumista, al hombre atemorizado por sus mismas conquistas, la fe y el testimonio de los cristianos deben poder mostrarle la plenitud de vida y de esperanza que brilla en el rostro de Cristo”.


“La única respuesta a la angustia de vivir – prosiguió – está en la contemplación de esta luz que irradia su verdad a toda criatura. Esta revelación de la verdad es lo específico del cristiano en la vida cultural y social, un servicio irrenunciable para no reducir la fe a una opinión vacía de significado por la cual no vale la pena comprometerse. Renunciar a testimoniar la verdad sería traicionar al santo patrono, el testigo por excelencia de Jesús-Verdad, y sería traicionar la historia de Génova, que ha enraizado en la fe su mejor florecimiento”.


Al mismo tiempo, es necesario reivindicar que “esta palabra de verdad vale para todos los hombres y para todo el hombre. La evangelización no acepta límites y nos hace responsables del anuncio hacia todos, sin distinciones. Como también nos llama a iluminar con la sabiduría del Evangelio toda dimensión de lo humano, evitando relegar la fe a espacios y tiempos delimitados, dejando la mayor parte de la vida fuera de su alcance. Hay una luz que proviene del Evangelio que sola puede iluminar definitivamente el rostro de la persona humana y, en virtud de esta exigencia, hay una palabra de la fe que afecta a todo ámbito de la existencia del hombre”.


El purpurado recordó luego el sentido auténtico del nacimiento de Juan para reconocer allí “la acción de Dios para dar a la historia del hombre una esperanza y conservar en el corazón las palabras y las experiencias que conciernen al niño. Hay que plantearse la pregunta: «¿Qué será de este niño?». Pregunta que debe hacerse para cada niño que nace, porque nace siempre con una esperanza, con un futuro que está aún enteramente por escribirse y puede llevar los signos de la creatividad y de la novedad: «Realmente la mano del Señor estaba con él »(Lc 1, 66). Por lo tanto, hay una novedad vinculada a Juan y hay una actitud por parte de Juan para expresar esta novedad. Por eso, vive en regiones desiertas hasta el día de su manifestación a Israel y, después de este camino de crecimiento en el desierto, Juan está listo, preparado para desarrollar su misión”.


Toda comunidad cristiana, recordó el Secretario de Estado, está llamada a introducir continuamente en la historia aquella novedad que genera pasión por el presente y lo abre con esperanza al futuro. Pero no se trata – precisó – de una novedad cualquiera, como si todo lo que hoy surge o el hombre persigue fuera constructivo de la dignidad y promoción del hombre: se trata, más bien, de “aquella novedad que nace del vincular al hombre, su origen, su destino, con Dios. Hay una condición que la figura del Bautista indica para realizar todo esto y es la elección del desierto, es decir, la capacidad de salir un poco de la corriente caótica de los eventos, no para evadir, sino para recuperar lo esencial y para saber captar las preguntas auténticas, la voz del corazón y de la inteligencia, y las respuestas que deben darse para construir la civilización de la verdad y del amor”.


En la perspectiva de la edificación de un mundo nuevo, basado en los presupuestos evangélicos, el cardenal Bertone ha querido dirigirse directamente a los jóvenes, a los presentes en gran número en la catedral y a los todavía más numerosos en espera de una palabra de ánimo, en particular a los jóvenes genoveses que se preparan para recibir, o han recibido recientemente, la Confirmación. “Me he encontrado en Roma– recordó – con un gran grupo de vosotros durante vuestra peregrinación, acompañados por el arzobispo, y me gusta, aunque brevemente, continuar nuestro diálogo. Queridos muchachos y muchachas, a imitación de Juan Bautista comprometeos también vosotros a crecer y fortificaos en el espíritu, construyendo relaciones de amor y de paz para vosotros mismos, para vuestros compañeros, y para el mundo presente y futuro. Cultivad, en particular, vuestra relación con Jesús, buscando una relación personal con Él en la comunión de su Iglesia: es en la Iglesia, de hecho, donde se encuentra a Jesucristo, el cual os ama y se ha ofrecido a sí mismo en la cruz por vosotros. Sólo Él puede satisfacer vuestras expectativas más profundas y dar plenitud de sentido a vuestra existencia”.


Antes de concluir su homilía, el cardenal quiso volver con el pensamiento a aquel primero de julio de cincuenta años atrás, cuando fue ordenado sacerdote. “No olvidaré nunca aquel día tan luminoso – dijo – y lleno de emociones. Ahora, a distancia de cincuenta años, puedo mirar nuevamente el pasado y proclamar a todos cuán bueno es el Señor y la dulzura que Él hace gustar a quien lo ama. Me ha acompañado en la vida, me ayudado a crecer en la fe, a acoger su llamada, a vivir el ministerio sacerdotal y, luego, el episcopal”. Y precisamente para honrar su largo sacerdocio quiso rezar con todos los sacerdotes presentes, recitando la oración formulada por el Papa al final de la homilía de la celebración para la conclusión del Año Sacerdotal.


Al comienzo de la Misa, el cardenal arzobispo de Génova, Angelo Bagnasco, había dirigido al Secretario de Estado el saludo litúrgico. Después de haber expresado la profunda alegría con la que toda la comunidad eclesial lo recibía “en la que ha sido por algunos intensos años su catedral y su diócesis”, se hizo intérprete de los sentimientos con que los fieles genoveses – entre los cuales “el recuerdo de su amable persona y de su incansable ministerio están bien vivos tanto en el presbiterio como en el laicado, en la vida eclesial y en la vida ciudadana” – acompañan su ministerio de primer colaborador del Papa. “Le agradecemos de corazón – añadió – porque sentimos que también desde Roma, no obstante los compromisos de carácter universal junto al Papa, su afecto por Génova no ha disminuido sino que es vivo, atento, continuo y discreto”.


El purpurado – después de haber renovado la expresión del afecto y de la gratitud de los fieles por su ministerio al lado del Papa – quiso también manifestar la alegría de haber podido compartir en la oración común el quincuagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal del cardenal Bertone. “Era nuestro deseo – aseguró – celebrar esta fecha, tan significativa para su vida, con usted y usted con nosotros, porque nos consideramos siempre parte de su familia”. Precisamente por eso “estamos seguros – concluyó – que usted nos llevará en su oración; le estamos agradecidos: contamos con usted del mismo modo que usted puede contar siempre con nosotros, con «su» Génova”.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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En Corea, una Iglesia que crece

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Por primera vez el número de católicos en Corea ha superado el 10% de la población total. Actualmente hay 115.997 católicos más que en el 2008. Desde el año 1999 ha habido un incremento anual de entre el 2 y el 3%.


La Iglesia da testimonio del considerable aumento en el número de los fieles en Corea, hoy el 10,1% de la población. Las estadísticas fueron compiladas en base a documentos pastorales recogidos en 15 diócesis, siete universidades y un número de institutos religiosos católicos en Corea.


De las 15 diócesis, que tienen un total de 5 millones 120 mil fieles, la más grande es la Arquidiócesis de Seúl, donde vive el 24,4% de los católicos. El número de los bautizados en el 2009 alcanzó los 157 mil, 10,9% más que en el 2008. Si bien la cantidad de niños bautizados creció un 7,5% en un año, el número de los bautizados antes de cumplir un año de edad decreció significativamente, y es un motivo de preocupación porque indica que aún es necesario exhortar al Bautismo de los niños recién nacidos.


En el 2009 fueron ordenados 149 sacerdotes, 21 más que en el 2008; y el 69% de los 4913 sacerdotes presentes en Corea tienen entre 20 y 40 años de edad. Según las estadísticas que tienen en cuenta el número de sacerdotes y de fieles, en Corea hay un sacerdote cada 1171 fieles.

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Fuente: Asia News


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 23 de junio de 2010

“400.000 sacerdotes y, sin embargo, un único Sacerdote”

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Cardenal Ouellet

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En el encuentro internacional de sacerdotes, con ocasión de la clausura del Año Sacerdotal, además del Arzobispo de Colonia, intervino también el Cardenal Marc Ouellet, Arzobispo de Québec y Primado de Canadá. Ofrecemos nuestra traducción de su conferencia.

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Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hechos 1, 13-14)


Queridos amigos,


El Santo Padre Juan Pablo II amaba particularmente esta escena de los Hechos de los Apóstoles. Se sumergía literalmente en contemplación, en la conciencia de pertenecer a este misterio con toda la Iglesia y de modo especial con los sacerdotes. Desde el Cenáculo de Jerusalén, él les dirigía este mensaje:


Desde este lugar santo me surge espontáneamente pensar en vosotros en las diversas partes del mundo, con vuestro rostro concreto, más jóvenes o más avanzados en años, en vuestros diferentes estados de ánimo: para tantos, gracias a Dios, de alegría y entusiasmo; y para otros, de dolor, cansancio y quizá de desconcierto. En todos quiero venerar la imagen de Cristo que habéis recibido con la consagración, el «carácter» que marca indeleblemente a cada uno de vosotros. Éste es signo del amor de predilección, dirigido a todo sacerdote y con el cual puede siempre contar, para continuar adelante con alegría o volver a empezar con renovado entusiasmo, con la perspectiva de una fidelidad cada vez mayor” (Carta a los sacerdotes, Jueves Santo del año 2000).


Este mensaje formulado en el cenáculo de Jerusalén, la ciudad santa por excelencia, nos interpela en esta primera basílica mariana de la cristiandad y en esta hora bendita del Año Sacerdotal. Nos recuerda el amor de predilección que nos eligió y nos reúne en oración en el cenáculo, como los Apóstoles permanecieron en oración con María después de la Resurrección, en la espera de que se cumpliera la promesa del Señor: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1, 8).


San Ireneo de Lyon describe esta fuerza del Espíritu que ha atravesado los siglos:


“El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor de Dios. A su vez, el Señor lo ha donado a la Iglesia, enviando al Paráclito sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo” (Contra las herejías).


El día de mi ordenación sacerdotal, después de la imposición de manos, yo quedé impresionado por una palabra de San Pablo para el resto de mis días: “Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil. 3, 12). Ordenado sacerdote en 1968, comencé mi ministerio en una atmósfera de contestación general que habría podido hacer desviar o incluso interrumpir mi carrera, como ocurrió en aquel período para muchos sacerdotes y religiosos. La experiencia misionera, la amistad sacerdotal y la cercanía de los pobres me ayudaron a sobrevir a la agitación de los años postconciliares.


Hoy somos testigos de la irrupción de una ola de contestación sin precedentes sobre la Iglesia y el sacerdocio, tras la revelación de escándalos de los que debemos reconocer la gravedad y reparar con sinceridad las consecuencias. Pero más allá de las necesarias purificaciones merecidas por nuestros pecados, también hay que reconocer en el momento presente una abierta oposición a nuestro servicio de la verdad y también los ataques desde el exterior y desde el interior que buscan dividir a la Iglesia. Nosotros rezamos juntos por la unidad de la Iglesia y por la santificación de los sacerdotes, estos heraldos de la Buena Noticia de la salvación.


En el auténtico espíritu del Concilio Vaticano II, nos recogemos en la escucha de la Palabra de Dios, como los padres conciliares que nos han dado la Constitución Dei Verbum: "Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn.1, 2-3).


Queridos amigos, una gran figura sacerdotal nos acompaña y nos guía en esta meditación, el santo Cura de Ars, declarado patrono de todos los sacerdotes, por la gracia de Dios y la sabiduría de la Iglesia.


San Juan María Vianney confesó a la Francia arrepentida, desgarrada y atormentada por la Revolución y de lo que allí surgió. Fue un sacerdote ejemplar y un pastor lleno de celo. Puso la oración en el corazón de la vida sacerdotal. “Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con Él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada”. “Oh Dios mío, si mi lengua no pudiera decir que te amo en cada instante, quiero que mi corazón te lo repita tantas veces cuantas respiro”.


Estamos aquí, en gran número, en esta Basílica, con María, madre de Jesús y madre nuestra. Juntos “adoramos al Padre en espíritu y en verdad por la mediación del Hijo que hace descender sobre el mundo, de parte del Padre, las bendiciones celestiales” (San Cirilo de Alejandría). A través de la fe, estamos unidos a todos los sacerdotes del mundo en comunión fraterna, bajo la guía de nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI, a quien agradecemos desde lo profundo del corazón por haber convocado este Año Sacerdotal.


El misterio del sacerdocio


La Iglesia Católica cuenta hoy con 408.024 sacerdotes distribuidos en los cinco continentes. 400.000 sacerdotes: es mucho y es poco para más de mil millones de católicos. 400.000 sacedotes y, sin embargo, un solo Sacerdote, Jesucristo, el único medidador de la Nueva Alianza, aquel que presentó “súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión” (Heb. 5, 7).


A causa de la desobediencia, el hombre pecador ha perdido desde los orígenes la gracia de la filiación divina. Es por eso que los hombres nacen privados de la gracia original. Era necesario que esta gracia fuese restaurada por la obediencia de Jesucristo: “Aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, porque Dios lo proclamó Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Heb 5).


Este único y gran Sacerdote está en la cima del calvario como un nuevo Moisés, sosteniendo el combate de las fuerzas del amor contra las fuerzas del mal. Con los brazos clavados a la cruz de nuestras iglesias, pero los ojos abiertos como el crucifijo de San Damián, Él pronuncia sobre la Iglesia, sobre el mundo y sobre el universo entero, la gran Epíclesis.


Luego, en cada Eucaristía, la inmensa epíclesis de Pentecostés escucha y corona la invocación de la cruz. Cristo, con los brazos extendidos entre cielo y tierra, recoge todas las miserias y todas las intenciones del mundo. Él transforma en ofrenda agradable todo el dolor, todos los rechazos y todas las esperanzas del mundo. En un único Acto de Amor infinito, Él presenta al Padre el trabajo de los hombres, los sufrimientos de la humanidad y los bienes de la tierra. En Él, “todo está cumplido”. El sacrificio de amor del Hijo satisface todas las exigencias de amor de la Nueva Alianza. Su descenso a los infiernos, hasta las profundidades extremas de la noche, hace resonar la Palabra de Dios, la Palabra del Padre, que proclama hasta los confines del universo: “Tú eres mi Hijo muy amado, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Mc 1, 11).


De este modo, el Padre responde a la oración del Hijo: “Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera” (Jn 17, 5). No pudiendo negar nada a su Hijo, el Padre hace descender sobre él el don último de la gloria, el don del Espíritu Santo, según la palabra de san Juan Evangelista y la interpretación que da de ella san Gregorio de Nisa.


De aquí el Evangelio de Dios proclamado por Pablo a los Romanos, “acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos” (Rm 1, 3-4). Resurrección de Cristo: revelación suprema del misterio del Padre, confirmación de la gloria del Hijo, fundamento de la creación y de la salvación.


La Iglesia de Dios lleva este Evangelio de Dios a todo el mundo desde sus orígenes, en el poder del Espíritu Santo. De esto, nosotros somos testigos.


Queridos hermanos sacerdotes, la Iglesia es el sacramento de la salvación. En ella, nosotros somos el sacramento de este gran Sacerdote de los bienes presentes y futuros. Hemos nacido del intercambio de amor entre las Personas divinas y el Cristo-Sacerdote ha puesto sobre nosotros su celestial y gloriosa impronta. Habitados y poseídos por Él, elevamos a Dios Padre la súplica y el grito de la humanidad sufriente. Por Él, con Él y en Él, en comunión con el pueblo de Dios, reconocemos el misterio que nos es propio y damos gracias a Dios.


400.000 sacerdotes y, sin embargo, un único Sacerdote. Por el poder del Espíritu Santo, el Resucitado une a sí ministros de su Palabra y de su ofrenda. Por medio nuestro, Él permanece presente como el primer día y aún más que en el primer día ya que ha prometido que nosotros haríamos cosas más grandes. Cristo iba al encuentro de sus hermanos y sus hermanas caminando hacia la Cruz. Nosotros, sus ministros, vamos hacia nuestros hermanos y hermanas en su Nombre y en su poder de Resucitado. Nosotros estamos aferrados a Cristo, plenitud de la Palabra, y enviados por todos los caminos del mundo sobre las alas del Espíritu.


“Por lo tanto – escribe Benedicto XVI –, el sacerdote que actúa in persona Christi Capitis y en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz” (Audiencia general, 14 de abril de 2010).


El Espíritu Santo garantiza nuestra unidad de ser y de obrar con el Único Sacerdote, aunque sigamos siendo 400.000. Él es quien hace de la multitud una sola grey, un solo Pastor. Ya que si el sacramento del sacerdocio es multiplicado, el misterio del sacerdocio permanece único e idéntico, como las hostias consagradas son múltiples pero único e idéntico es el Cuerpo del Hijo de Dios presente en ellas.


Benedicto XVI señala las consecuencias espirituales y pastorales de esta unidad: “Para el sacerdote vale lo que Cristo dijo de sí mismo: «Mi doctrina no es mía» (Jn 7, 16); es decir, Cristo no se propone a sí mismo, sino que, como Hijo, es la voz, la Palabra del Padre. También el sacerdote siempre debe hablar y actuar así: «Mi doctrina no es mía, no propago mis ideas o lo que me gusta, sino que soy la boca y el corazón de Cristo, y hago presente esta doctrina única y común, que ha creado a la Iglesia universal y que crea vida eterna»” (Audiencia general, 14 de abril de 2010).


Que nosotros podamos, queridos amigos, conservar una conciencia viva de actuar in persona Christi, en la unidad de la Persona de Cristo. Sin esto, el alimento que ofrecemos a los fieles pierde el gusto del misterio y la sal de nuestra vida sacerdotal se vuelve insípida. Que nuestra vida conserve el sabor del misterio y, por eso, sea en primer lugar una amistad con Cristo: “Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas” (Jn. 21, 15). Vivida en este amor, la misión del sacerdote de apacentar las ovejas será entonces realizada en el Espíritu del Señor y en la unidad con el Sucesor de Pedro.


El Espíritu Santo, la Virgen María y la Iglesia


Busquemos ahora el secreto y desconocido fundamento de la santidad sacerdotal allí donde convergen todos los misterios del sacerdocio: en la intimidad espiritual de la Madre del Hijo en la que reina el Espíritu de Dios.


Sobre las agua de la creación primordial, el Espíritu aletea y hace surgir el orden y la vida. El salmista se hace eco de esta maravilla cantando: “Oh Señor, nuestro Dios, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2). A lo largo de toda la historia de la salvación, el Espíritu desciende sobre patriarcas y profetas, reuniendo al Pueblo elegido en torno a la Promesa y a las “diez Palabras” de la Alianza. El profeta Isaías se hace eco de esta historia santa: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia!” (Is 52, 7).


En la casa de Nazareth, el Espíritu cubre a la Virgen con su sombra para que dé a luz al Mesías. María adhiere con todo su ser: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Ella acompaña al Verbo encarnado en el curso de su vida terrena; camina con Él en la fe, a menudo sin comprender, sin dejar nunca de otorgar el asentimiento sin condiciones y sin límites que había dado de una vez para siempre al Ángel de la Anunciación.


Bajo la cruz está de pie, en silencio, aceptando sin comprender la muerte de su Hijo, asistiendo dolorosamente a la muerte de la Palabra de vida que había dado a luz.


El Espíritu la tiene en este sí “nupcial” que desposa el destino del Cordero inmolado. La Virgen de los dolores es la Esposa del Cordero. En ella y por ella, toda la Iglesia es asociada al sacrificio del Redentor. En ella y por ella, en la unidad del Espíritu, toda la Iglesia es bautizada en la muerte de Cristo y participa en su resurrección.


Estamos aquí con ella en el cenáculo, nosotros, sacerdotes de la Nueva Alianza, nacidos de su maternidad espiritual y animados por la fe en la victoria de la Palabra sobre la muerte y el infierno. Estamos aquí para implorar con un solo corazón la venida del Reino de Dios, la revelación de los hijos de Dios y la glorificación de todas las cosas en Dios (cfr. Rm 8, 19).


Nuestra santidad sacerdotal en y con Cristo está envuelta en la unidad de la Madre y del Hijo, en la unión indisoluble del Cordero inmolado y de la Esposa del Cordero. No olvidemos que la sangre redentora del Sumo Sacerdote proviene del seno inmaculado de María que le ha dado vida y que se ofrece con Él. Esta sangre purísima nos purifica, esta sangre de Cristo “que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios” (Heb 9, 14).


“Todas las buenas obras juntas – escribe el Cura de Ars – no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios. El martirio no es nada en comparación: es el sacrificio que el hombre hace de su vida a Dios; pero la Misa es el Sacrificio que Dios ofrece al hombre de Su Cuerpo y de Su Sangre”


La grandeza y la santidad del sacerdote derivan de esta obra divina. Nosotros no ofrecemos a Dios una obra humana; nosotros ofrecemos Dios a Dios. “¿Cómo puede ser esto?”, podríamos preguntar con María, haciéndonos eco de la pregunta que ella hizo al Ángel. “Nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37) fue la respuesta dada a la Virgen con el signo tangible de la fecundidad de Isabel. Recibamos y hagamos nuestra esta respuesta, con María, para que “no vivamos ya para nosotros mismos sino para Él, que por nosotros murió y resucitó” (Plegaria Eucarística IV). “Nada es imposible para Dios”. El Evangelio nos dice en otro punto: “Todo es posible para el que cree” (Mc. 9, 23).


“Los sacerdotes están en una relación de especial alianza con la santísima Madre de Dios – escribe San Juan Eudes –. Así como el eterno Padre la ha hecho partícipe de su divina paternidad, del mismo modo dona a los sacerdotes formar a este mismo Jesús en la santa Eucaristía y en el corazón de los fieles. Así como el Hijo la ha hecho cooperadora en la obra de la redención del mundo, así los sacedotes son sus cooperadores en la obra de la salvación de las almas. Así como el Espíritu Santo la ha asociado en aquella obra maestra que es el misterio de la Encarnación, así se asocia a los sacerdotes para una continuación de este misterio en cada cristiano mediante el bautismo…”.


Virgen María, Mater misericordiae, vita, dulcedo et spes nostra, salve! En tu santa compañía, Madre de misericordia, nosotros bebemos de la fuente del amor. Nuestros corazones sedientos y nuestras almas inquietas tienen acceso, a traves de ti, a la habitación nupcial de la Nueva Alianza. “He aquí que los sacerdotes, al poseer una alianza tan estrecha y una conformidad tan maravillosa con la Madre del supremo Sacerdote – añade San Juan Eudes –, tienen vínculos especialísimos de amor hacia ella, de honrarla y de revestirse de sus virtudes y sus disposiciones. Entrad en el deseo de tender a esto con todo vuestro corazón. Ofrecéos a ella y pedidle que os ayude con fuerza”.

Epíclesis sobre el mundo


“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva” (Jn. 4, 10). El Espíritu del Señor es un agua viva, un soplo vital, pero es también un fuerte viento que sacude la casa, una alegre paloma portadora de paz, un fuego que arde, una luz que rompe las tinieblas, una energía creadora que cubre con su sombra a la Iglesia.


De un extremo al otro de las Sagradas Escrituras, el Dios de la Alianza se revela como un Esposo que quiere donar todo y donarse a sí mismo, a pesar de los límites y los errores de la humanidad pecadora, su Esposa. El Dios celoso y humillado no se cansa de buscar a la esposa vagabunda e idólatra hasta el día bendito de las bodas del Cordero. Es por eso que la esperanza del don de Dios nunca falla: “El Espíritu y la Esposa dicen: « ¡Ven!», y el que escucha debe decir: « ¡Ven!». Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida” (Ap 22, 17).


Sí, Padre, nosotros te damos gracias porque Tú ya derramas tu agua viva sobre la tierra en el corazón de los más pobres entre los pobres, gracias a la incansable dedicación de todas estas almas consagradas que hacen de su existencia un sacramento de tu amor gratuito.


Oh, Padre de todas las gracias, por la luz inaccesible en la que habitas y en la que somos introducidos por el Espíritu, con Jesús y María, nosotros te pedimos consumirnos en la unidad consagrándonos en la verdad.


Infunde tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre toda carne, el Espíritu de verdad que regenera la fe, el Espíritu de libertad que resucita la esperanza, el Espíritu de amor que hace a la Iglesia santa, creíble, atrayente y misionera.


¡Venga tu Reino! Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Tu voluntad salvífica realizada en tu Hijo crucificado y glorificado se realice también en nosotros, sacerdotes de la Nueva Alianza, y en las almas confiadas a nuestro ministerio.


“Con el Espíritu Santo – escribe san Basilio el Grande – llega nuestra readmisión al Paraíso, el retorno a la condición de hijos, la audacia de llamar a Dios Padre, el llegar a ser partícipes de la gracia de Cristo, el ser llamados hijos de la luz, el compartir la gloria eterna”.


“Si, por lo tanto, queréis vivir del Espíritu Santo – escribe san Agustín –, conservad la caridad, amad la verdad, desead la unidad, y alcanzaréis la eternidad”.


Nosotros, pobres pecadores, llevamos dentro las heridas de la humanidad desgarrada por los crímenes, por las guerras y por las tragedias. Nosotros confesamos los pecados del mundo en su crudeza y en su miseria con Jesús crucificado, convencidos de que la gracia y la verdad hacen libres. Nosotros confesamos los pecados en la Iglesia, sobre todo aquellos que son motivo de escándalo y de alejamiento de los fieles y de aquellos que no creen.


Por encima de todo, nosotros confesamos, Señor, tu Amor y tu Misericordia que se irradia desde tu corazón eucarístico y por la absolución de los pecados que nosotros damos a los fieles.


El Santo Padre nos los ha recordado abundantemente en todo el desarrollo de este Año Sacerdotal:


“Queridos sacerdotes, ¡qué extraordinario ministerio nos ha confiado el Señor! Como en la celebración eucarística él se pone en manos del sacerdote para seguir estando presente en medio de su pueblo, de forma análoga en el sacramento de la Reconciliación se confía al sacerdote para que los hombres experimenten el abrazo con el que el padre acoge al hijo pródigo, restituyéndole la dignidad filial y la herencia (cf. Lc 15, 11-32)”. (Discurso a los participantes en un curso sobre fuero interno, 10 de marzo de 2010).


San Juan María Vianney nos lo repite a su manera:


“El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!"


En el altar del Sacrificio, en unión con María, ofrecemos a Cristo al Padre y nos ofrecemos nosotros mismos con Él. Somos conscientes, queridos amigos, de que al celebrar la Eucaristía no realizamos una obra humana sino que ofrecemos Dios a Dios. ¿Cómo puede ser esto?, se podría objetar. Es posible mediante la fe, ya que la fe nos da a Dios. La fe nos da también a Dios. De alguna manera, nosotros disponemos de Dios como Él dispone de nosotros. Aquel que los filósofos designan como el Totalmente Otro y el Inaccesible por excelencia ha querido nacer y vivir entre nosotros, hombre entre los hombres, en virtud de una Sabiduría que es escándalo para los judíos y locura para los paganos (cfr. 1 Cor 1, 23). En su divina compañía, nos asemejamos a veces a niños despreocupados y rebeldes que se acercan a tesoros, prontos a derrocharlos como si nada fuese.


¡Qué abismo es el misterio del sacerdocio! ¡Qué maravillas el sacerdocio común de los bautizados y el sacerdocio ministerial! Estos misterios sacramentales remiten finalmente al misterio del Dios uno y trino. La ofrenda sacrificial de Cristo redentor es, en el fondo, la eterna Eucaristía del Hijo que responde al Amor del Padre en nombre de toda la creación. Nosotros estamos asociados a este misterio por el Espíritu de nuestro bautismo que nos hace partícipes de la naturaleza divina (2 Pe. 1, 4). El Espíritu hace que los bautizados vivan de la filiación divina y que los sacerdotes resplandezcan por la paternidad divina; los dos se unen en una común epíclesis que irradia sobre el mundo la alegría del Espíritu. “Para que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17, 21).


Reunidos en el Cenáculo, invocando al Espíritu Santo con María, en comunión fraterna, oramos por la unidad de la Iglesia. El escándalo permanente de la división de los cristianos, las recurrentes tensiones entre clérigos, laicos y religiosos, la laboriosa armonización de los carismas, la urgencia de una nueva evangelización, todas estas realidades piden sobre la iglesia y sobre el mundo un nuevo Pentecostés.


Un nuevo Pentecostés, en primer lugar, sobre los obispos y sus sacerdotes para que el Espíritu de santidad recibido con la ordenación produzca en ellos nuevos frutos, en el espíritu auténtico del Concilio Vaticano II. El decreto Presbyterorum Ordinis ha definido la santidad sacerdotal partiendo de la caridad pastoral y de las exigencias de unidad del presbyterium:


La caridad pastoral exige que los presbíteros, para no correr en vano, trabajen siempre en vínculo de unión con los obispos y con otros hermanos en el sacerdocio. Obrando así hallarán los presbíteros la unidad de la propia vida en la misma unidad de la misión de la Iglesia, y de esta suerte se unirán con su Señor, y por El con el Padre, en el Espíritu Santo, a fin de llenarse de consuelo y de rebosar de gozo” (PO 14).


Actualmente, como en los orígenes de la Iglesia, los desafíos de la evangelización están acompañados por la prueba de las persecuciones. Recordemos que la credibilidad de los discípulos de Cristo se mide en el amor recíproco que les permite convencer al mundo (cfr. Jn. 13, 35; Jn. 16, 8). “Más aún – dice san Pablo a los Romanos –, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom. 5, 3-5).


Acción de gracias Trinitaria


Queridos amigos, demos gracias a Dios por el don insigne del sacerdocio de la Nueva Alianza. Desde el momento en que somos asociados al sacrificio del Cordero inmolado, nosotros entramos en contacto con la plenitud de la fe que abre los misterios de la vida eterna. Junto con María dejémonos llevar por el Espíritu con el coro de los ángeles en la alabanza de la gloria del Dios tres veces santo. “Que Él nos transforme en ofrenda permanente” (Plegaria Eucarística III).


“Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti”. San Juan María Vianney, patrono de todos los sacerdotes, nos guíe en el seguimiento de Cristo por el camino de la intimidad con el Padre en el gozo del Espíritu Santo, nos conserve en la alegría del servicio de Dios.


Siguiendo su ejemplo, amemos a Dios con todo nuestro corazón en la unidad del Espíritu Santo y amemos también a la Iglesia que es su morada en la tierra:


“Recibimos también nosotros – escribe san Agustín – el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, si somos compañeros en la caridad, si nos alegramos de poseer el nombre de católico y la fe católica. Creedlo, hermanos: en la medida en que uno ama a la Iglesia, posee el Espíritu Santo”.


El Siervo de Dios Juan Pablo II resumía en dos palabras su existencia sacerdotal en el seguimiento de Cristo: Don y Misterio. Don de Dios, Misterio de comunión. Sus grandes brazos abiertos para abrazar al mundo entero permanecen grabados en nuestra memoria. Son para nosotros el ícono de Cristo, Sacerdote y Pastor, remitiendo sin cesar nuestro espíritu a lo esencial, el Cenáculo, donde los Apóstoles con María esperan y reciben el Espíritu Santo, en la alegría y en la alabanza, en nombre de la humanidad entera. ¡Amén!

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Fuente: Annus Sacerdotalis


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 22 de junio de 2010

“Ofrecí mi hijo a Dios”

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Marianna Popieluszko

Marianna Popieluszko asiste a la beatificación de su hijo

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El Padre Jerzy Popieluszko, un joven sacerdote polaco martirizado por la policía secreta del régimen comunista en 1984, fue beatificado el pasado 6 de junio. El semanario católico polaco “Niedziela” publicó recientemente una entrevista exclusiva concedida por Marianna Popieluszko, la madre del Padre Jerzy. Robert Moynihan, de “Inside the Vatican”, la presenta traducida al inglés. Aquí presentamos nuestra traducción de la versión inglesa.

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¿Le reza a su hijo?


Le rezo a Dios, porque a Él debemos rezar y no a los hombres. Sí podemos pedir a los santos que intercedan por nosotros.

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¿Le ayuda el Padre Popieluszko? ¿Es eficaz su intercesión?


¿Debo contarle a todos cómo me ayuda? Si alguien quiere saber si el Padre Popieluszko ayuda a los hombres, debería empezar pidiéndole que interceda; lo descubrirá por sí mismo.

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¿Ha obtenido alguna gracia por medio de la intercesión de su hijo?


Él me ha ayudado más de una vez. Algún tiempo atrás, tuve problemas con mis piernas y tenía que ser operada. Recé en la tumba de mi hijo. El dolor terminó, y fui capaz de cosechar papas en los campos toda la semana.

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Recuerdo que algunos años atrás usted dijo que quería vivir para ver al Padre Jerzy beatificado. El día ha llegado finalmente. ¿Está feliz?


Siempre estoy feliz. Siempre debemos estar felices, si las cosas van bien o si van mal. Dios sabe qué es lo mejor para el hombre. Si he vivido para ver a mi hijo beatificado, significa que Dios quería que pudiera. La beatificación del Padre Jerzy es importante porque aquellos que derramaron lágrimas, se regocijarán. Yo me separé de mi hijo con lágrimas, ahora lo veré de nuevo con gozo.

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¿Cuál es la más significativa de las enseñanzas de su hijo?


“Vence el mal con el bien”. Si la gente pusiera en práctica estas palabras, estaría mejor; y si la gente está mejor, el mundo también estará mejor.

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Usted es la madre de un santo. ¿Qué fue lo más importante en la educación de su hijo?


Siempre recordé a mis hijos que dijeran: “Que Jesús sea alabado”. Cuando entro en una Iglesia, mi corazón se regocija y exclamo: “Que Jesús sea alabado”. El Padre Jerzy sabía que el Señor es lo más importante en la vida.

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¿Cómo aprendió Jerzy a rezar?


Cuando niño, solía rezar en casa, con todos nosotros. Solíamos rezar juntos. Los miércoles rezábamos frente a la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la cocina, los viernes frente al Sagrado Corazón de Jesús, los sábados frente a la Virgen de Czestochowa. Era siempre así. En otras palabras, mi hijo recibió la primera lección de oración en casa. Pero todo lo que había de bueno en él, era un don de la gracia de Dios. En fin, Jesucristo era importante para él. Como niño solía construir pequeños altares y jugar con estampas, y construir pequeñas capillas a las que llevaba flores; incluso se vestía como un sacerdote. Cuando se hizo monaguillo tenía una casulla corta, ¡pero él quería una larga! Vivía de estas cosas.

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¿Iba a la Iglesia todos los días cuando era monaguillo?


Sí, en cualquier clima, en cualquier estación. Se levantaba a las cinco de la mañana todos los días para ir a la Iglesia y caminar cuatro kilómetros cruzando el bosque desde Okopy hasta Suchowola. Como monaguillo jamás se perdió la Misa, ni siquiera una vez. Nunca se quejaba de estar cansado. Nunca lo hizo: él era así.

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¿Y cómo era Jerzy de niño?


Era un buen chico. Nunca tenía que reprenderlo. Me obedecía en todo lo que le pedía que hiciera. Ya desde la niñez era claro cómo era él. Por ejemplo, amaba a la personas, le atraía el prójimo. Una mujer anciana vivía al lado nuestro; ella llevaba a pastar a sus vacas cada día. Él la solía acompañar para conversar. Incluso cuando, como seminarista, volvía a casa, siempre visitaba a esta mujer. Por otra parte, yo le repetía: “El amor a Dios y al prójimo es lo que nos conduce al Cielo”.

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En la vitrina de la Sala de la Memoria dedicada al Padre Jerzy en Suchowola, hay un libro que él recibió como premio que lleva la siguiente dedicatoria: “Por el desempeño escolar, 9 de enero de 1955” ¿Siempre le iba bien en la escuela?


Recuerdo en particular el tiempo en el que se estaba preparando para su Primera Comunión; él era un estudiante muy aplicado. Era paciente, constante y trabajador. El párroco me dijo: “Señora, su hijo es muy talentoso, puede llegar a ser muy bueno o muy malo, depende de cómo sea criado”. Lo crié lo mejor que pude, enseñándole a no mentir. Él sabía que en casa no había lugar para la falsedad, que no debía robar ni siquiera una pera de un árbol en el camino.

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Un maestro un día la citó, pidiéndole que reprendiera a su hijo...


Quería informarme que Jerzy pasaba demasiado tiempo rezando el Rosario en la iglesia. Era verdad que, después de la escuela, él iba a la iglesia y rezaba el Rosario, todos los días. Pero el maestro trataba de intimidarnos, amenazando con bajarle las notas por su conducta. Le contesté que había libertad de culto en Polonia y que todos podían hacer lo que quisieran (el Espíritu Santo me debe haber inspirado en ese momento). Al final, no le bajaron las notas por conducta, aunque siempre iba a la iglesia para el Rosario.

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¿Sentía que su hijo sería sacerdote?


Había pedido a Dios que me concediera esta gracia. Había rezado para ser madre de un sacerdote. Incluso cuando estaba embarazada de él, lo ofrecí a Dios. No sé si por esto se hizo sacerdote. No sé si Dios me escuchó a mí o a algún otro...

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¿Qué quiere decir con que ofreció su hijo a Dios?


Poco antes que naciera, simplemente lo ofrecí a la Virgen María.

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La decisión de su hijo de entrar al seminario, ¿la daba por descontado o le llegó como una sorpresa?


Me sorprendió. Dios me había concedido la gracia. La vida es así: Dios concede una gracia, y si uno la acepta, caminará en sus pisadas.

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¿Recuerda el momento en que Jerzy le dijo que quería ser sacerdote?


Sí, después de los deportes al finalizar el tiempo escolar, fue al Seminario de Varsovia a entregar sus documentos. En aquella ocasión subía a un tren por primera vez, pero no se perdió. Creo que eligió el Seminario de Varsovia porque era el más cercano a Niepokalanów (un pueblo no muy distante de la capital de Polonia, cuyo nombre significa “pueblo de la Inmaculada Concepción”; allí el Padre Maximiliano Kolbe estableció una importante comunidad franciscana). Estaba profundamente ligado a este lugar, quizá porque cuando pasaba el tiempo con su abuela, había encontrado muchos números de la revista “Rycerz Niepokalanej” (“El Caballero de la Inmaculada”). Los tenía con él y siempre los hojeaba. En ese entonces deseaba ir a Niepokalanów. Hablaba mucho del Padre Kolbe: lo consideraba como un ejemplo. Recuerdo que, cuando vino a casa, trajo imágenes y diapositivas del Padre Maximiliano. Mostró las diapositivas a todas las personas de la aldea que se reunieron en nuestra casa para la ocasión. Contó de su vida, y se emocionó cuando habló de su arresto, su prisión y martirio en el campo de concentración. Era muy sensible. Fui muy feliz cuando fue ordenado sacerdote y recé todo el tiempo para que permaneciera fiel a Dios, ya que esto es lo más importante en la vida.

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¿Volvía poco a casa mientras estudió en el Seminario?


Usualmente venía a casa cuando estaba en vacaciones. Nos ayudaba con la cosecha y con la construcción del granero. Lamentablemente era propenso a enfermarse, en particular porque había sido operado de tiroides después del servicio militar. Su salud había empeorado en el ejército. Sufrió mucha injusticia, aunque nunca nos contó nada, nunca se quejó. Él era así. Después de su muerte, sus compañeros soldados nos contaron del abuso que había sufrido. Un día fue forzado a permanecer descalzo en la nieve, porque se había negado a entregar su Rosario. Después de terminar sus estudios, venía a casa menos aún. Un día me dijo: “Mamá, tienes muchos niños y cuidas de ellos. Yo tengo muchos más y tendré que dar cuenta a Dios de ellos”. La última vez que vino a casa me dejó su sotana diciendo: “La llevaré la próxima vez. De lo contrario, tendrás un recuerdo mío”. La he conservado hasta ahora.

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¿Tuvo usted miedo mientras él sirvió como sacerdote en Varsovia?


Sí, lo tuve, como una madre. Pero, ¿qué podía hacer? Él sabía qué hacer, nosotros no. Por otro lado, si había dado a mi hijo a la Iglesia, no podía volver a tomarlo. Si Dios lo había llamado a servir a la Iglesia, él no podía servir a su familia. El Padre Jerzy no decía lo que hacía en Varsovia. Pero yo sabía que la policía secreta lo seguía, incluso cuando regresaba a casa con nosotros. Él no quería que le sacaran fotografías (“¿Por qué tanto alboroto conmigo?”, decía). Era valiente, de otro modo no habría tomado ese curso y corrido tantos riesgos. Era fuerte, aunque físicamente débil. Sabía que había elegido servir a Dios y que Le sería fiel hasta el fin.

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Después del funeral de su hijo, usted declaró que los que lo asesinaron no habían peleado contra él, sino contra Dios...


Sí, lo hice, porque ellos no apuntaron a Popieluszko sino a la Iglesia. Su muerte seguirá pesándome mientras viva. Es un gran dolor. Es una herida que no sanará, es imposible de olvidar. Pero no condeno a nadie. Dios los juzgará un día. Pero sería feliz si para entonces se hubieran convertido.

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Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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