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Santa Misa conclusiva con la presencia de patriarcas y obispos de Medio Oriente
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El primer viaje de Benedicto XVI a una nación de mayoría ortodoxa se ha concretado cuando el Obispo de Roma, el pasado viernes 4 de junio, pisó el suelo de Chipre, convirtiéndose también en el primer Papa que visita la isla en 2000 años de cristianismo.
Uno de los principales motivos del décimo sexto viaje apostólico de Benedicto XVI fue la entrega del Instrumentum laboris de la asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, que se celebrará el próximo mes de octubre en el Vaticano. Pero el viaje también ha sido querido por el Santo Padre para confirmar en la fe, por primera vez en su propia tierra, a la pequeña comunidad católica chipriota (tan sólo un 3% de la población). Finalmente, como el mismo Pontífice expresó antes de dejar el país, la visita quiso marcar un nuevo paso adelante en el camino hacia “la meta de una perfecta unidad en la caridad” entre católicos y ortodoxos.
El viaje papal, que se inició en un contexto de gran dolor por el asesinato de Mons. Padovese, fue resumida por el mismo Papa en los grandes temas del testimonio de nuestra fe en un único Dios, el diálogo y la paz. En efecto, durante el encuentro con los periodistas en el avión, el Papa explicó que no se refería a la paz como un añadido político a la actividad religiosa de la Iglesia ya que la paz es una palabra del corazón de la fe. Y ante una nación que sufre desde hace más de treinta años las consecuencias de un grave conflicto político, el Papa afirmó con claridad: “no vengo con un mensaje político sino con un mensaje religioso, que debería preparar más a las almas para encontrar la apertura a la paz. Estas no son cosas que se hagan de un día para el otro pero es muy importante no sólo dar los necesarios pasos políticos sino, sobre todo, preparar las almas para ser capaces de dar los pasos políticos necesarios, crear esa apertura interior para la paz que, finalmente, viene de la fe en Dios”. El Papa Ratzinger, de quien Don Nicola Bux suele destacar precisamente “la paciencia del amor”, insistió en esta virtud también al nivel de las relaciones internacionales: “Después de todos los casos de violencia, no perder la paciencia, no perder el valor, no perder la longanimidad de volver a empezar; crear estas disposiciones del corazón para empezar siempre de nuevo, en la certeza de que podemos ir adelante, que podemos llegar a la paz, que la violencia no es la solución, sino la paciencia del bien. Crear esta disposición me parece el principal trabajo que el Vaticano y sus órganos y el Papa pueden hacer [para contribuir a superar el difícil momento de Medio Oriente]”.
En las palabras pronunciadas durante la ceremonia de bienvenida, el Papa quiso explicar la razón de que el “primer paso” del Sínodo se realizara allí: “Chipre es un sitio apropiado desde el que impulsar la reflexión de nuestra Iglesia sobre el puesto de la secular comunidad católica en el Medio Oriente, nuestra solidaridad con todos los cristianos de la región y nuestra convicción del papel insustituible que tienen en la consolidación de la paz y la reconciliación entre los pueblos”. Además, desde el primer momento de su visita, saludó “como a un hermano en la fe a Su Beatitud Crisóstomo II, Arzobispo de Nea Justiniana y de todo Chipre”, con quien se encontró poco tiempo después en el marco de una celebración ecuménica. Allí, el Sucesor de Pedro afirmó que “la Iglesia en Chipre puede sentirse orgullosa de sus vínculos directos con la predicación de Pablo, Bernabé y Marcos, y de su comunión con la fe apostólica, una comunión que la une a todas las Iglesias que tienen la misma norma de fe. Ésta es la comunión, real aunque imperfecta, que ya hoy nos une, y que nos impulsa a superar nuestras divisiones y a luchar por recuperar aquella plena unidad visible, que el Señor quiere para todos sus seguidores”. En el mismo discurso, Su Santidad recordó que “conversión y santidad son los medios privilegiados para abrir la mente y el corazón a la voluntad del Señor que quiere la unidad de su Iglesia”.
En su primer encuentro con la comunidad católica chipriota, formada principalmente por latinos y maronitas, el Vicario de Cristo los animó a “contribuir de un modo concreto en la vida diaria a la mayor unidad de los cristianos”. Además, preocupado por un auténtico diálogo entre los creyentes de diversas religiones, afirmó que “sólo una labor paciente puede edificar la confianza mutua, superar el peso de la historia y convertir las diferencias políticas y culturales entre los pueblos en motivo para procurar un mayor entendimiento”. Finalmente, en el marco del Año Sacerdotal, el Sumo Pontífice reiteró “la necesidad de sacerdotes buenos, santos y bien preparados”.
Al encontrarse con el mundo político y diplomático, Benedicto XVI señaló tres caminos para promover la verdad moral: en primer lugar, actuar de manera responsable partiendo del conocimiento de los hechos, adquiriendo una visión objetiva y completa de una determinada cuestión; en segundo lugar, poner al descubierto las ideologías políticas que pretenden suplantar la verdad, dado que “en nuestros días, asistimos a continuos intentos de fomentar supuestos valores bajo la apariencia de paz, desarrollo y derechos humanos”; en tercer lugar, realizar un esfuerzo constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural, ya que “individuos, comunidades y estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir”.
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Crisóstomos II, Arzobispo ortodoxo de Chipre, recibe al Papa Benedicto XVI
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La dimensión ecuménica de este viaje apostólico merece una mención especial. Se ha tratado, como ya mencionamos, del primer viaje de Benedicto XVI a una nación ortodoxa (un deseo que Juan Pablo II sólo pudo realizar 21 años después del inicio de su Pontificado con el histórico viaje a Rumania). Como muchos observadores han señalado, Benedicto XVI y Crisóstomos II han entablado una relación personal cordialísima. El Arzobispo ortodoxo de Chipre nunca ha ocultado su admiración por el actual Obispo de Roma e incluso ha manifestado su voluntad de servir de puente para un futuro encuentro del Papa con el Patriarca de Moscú. El Arzobispo recibió con gran cordialidad y alegría a aquel que, durante su visita a Roma tres años atrás, había descrito como “teólogo sabio, incansable pastor y dinámico líder eclesiástico”. Crisóstomos II acompañó al Papa en todos los actos públicos que el Pontífice celebró en Chipre y lo recibió en el Arzobispado ortodoxo de Nicosia el sábado por la tarde. Durante el encuentro, y antes del coloquio privado, el Papa pronunció un discurso en el que agradeció “el apoyo que la Iglesia de Chipre ha dado siempre a los trabajos del diálogo, mediante la claridad y apertura de sus aportaciones” y rogó “que el Espíritu Santo dirija y consolide esta gran iniciativa eclesial, que pretende restaurar la comunión plena y visible entre las Iglesias de Oriente y Occidente, una comunión que debe ser vivida en fidelidad al Evangelio y a la tradición apostólica, apreciando las legítimas tradiciones de Oriente y Occidente, y abierta a la diversidad de dones con los que el Espíritu edifica la Iglesia en unidad, santidad y paz”.
Los momentos más importantes que el Sucesor de Pedro compartió con la comunidad católico chipriota fueron, naturalmente, las dos celebraciones eucarísticas que presidió durante su estadía en la isla. El sábado por la tarde, en la iglesia latina de la Santa Cruz, Benedicto XVI celebró la Santa Misa con sacerdotes, religiosos y catequistas. En la homilía, el Papa presentó toda una teología de la cruz: “La cruz es algo más grande y misterioso de lo que puede parecer a primera vista. Indudablemente, es un instrumento de tortura, de sufrimiento y derrota, pero al mismo tiempo muestra la completa transformación, la victoria definitiva sobre estos males, y esto la convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren… y les ofrece la esperanza de que Dios puede convertir su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece esperanza ilimitada a nuestro mundo caído”. Y en el pasaje central de su predicación afirmó: “Por eso, el mundo necesita la cruz. No es simplemente un símbolo privado de devoción, no es un distintivo de pertenencia a un grupo dentro de la sociedad, y su significado más profundo no tiene nada que ver con la imposición forzada de un credo o de una filosofía. Un mundo sin cruz sería un mundo sin esperanza, un mundo en el que la tortura y la brutalidad no tendrían límite, donde el débil sería subyugado y la codicia tendría la última palabra. La inhumanidad del hombre hacia el hombre se manifestaría de modo todavía más horrible, y el círculo vicioso de la violencia no tendría fin. Sólo la cruz puede poner fin a todo ello. Mientras que ningún poder terreno puede salvarnos de las consecuencias de nuestro pecado, y ninguna potencia terrena puede derrotar la injusticia en su origen, la intervención redentora de Dios Amor puede transformar radicalmente la realidad del pecado y la muerte. Esto es lo que celebramos cuando nos gloriamos en la cruz del Redentor”.
El misterio de la Cruz de Cristo, que podríamos considerar como el “corazón” del mensaje que Benedicto XVI quiso transmitir en Chipre, ilumina de modo especial a los sacerdotes, a quienes el Papa dijo: “Mientras pensamos en nuestras faltas, tanto individual como comunitariamente, reconozcamos humildemente que hemos merecido el castigo que Él, Cordero inocente, ha sufrido por nosotros. Y si, en consonancia con cuanto nos merecemos, participamos en el sufrimiento de Cristo, alegrémonos porque tendremos una felicidad mucho más grande cuando se revele su gloria”. Este mismo misterio envuelve a aquellos cristianos que, en regiones como Oriente Medio, sufren dificultades y contrariedades: “abrazando la cruz que se les presenta – dijo Benedicto XVI -, los sacerdotes y religiosos de Oriente Medio pueden irradiar realmente la esperanza que está en el centro del misterio que celebramos en la liturgia de hoy”.
La Santa Misa que el Sucesor de Pedro presidió el pasado domingo en Nicosia fue el culmen de su viaje apostólico y, al mismo tiempo, hizo presente a toda la región de Medio Oriente, con la participación de los patriarcas y obispos de las distintas comunidades eclesiásticas allí presentes. En su homilía, Benedicto XVI exhortó a los presentes a “ser Cristo” para aquellos que los rodean, poniendo como ejemplo a las primitivas comunidades cristianas: “Ponían sus bienes en común y cualquier apego material era superado por amor a los hermanos. Encontraban soluciones equitativas a sus diferencias […] Así, un atento observador pudo comentar poco más tarde: «Mirad cómo se aman estos cristianos, y cómo están dispuestos a morir unos por otros» (Tertuliano, Apologia, 39). Más aún, su amor no se limitaba al grupo de los creyentes. No se veían a sí mismos como beneficiarios exclusivos y privilegiados de los favores divinos, sino más bien como mensajeros, para llevar la buena noticia de la salvación en Cristo hasta los confines del mundo. De esta manera, el mensaje que Cristo resucitado confió a los Apóstoles se extendió con rapidez por todo el Medio Oriente, y desde allí por el mundo entero”.
Antes de concluir la Santa Misa, y de entregar el Instrumentum laboris del próximo Sínodo, Benedicto XVI pronunció un breve discurso en el cual afirmó que “la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, convocada a petición vuestra, intentará profundizar los vínculos de comunión entre los miembros de vuestras Iglesias locales, así como entre esas mismas Iglesias y con la Iglesia universal. Esta Asamblea desea también animaros en el testimonio que dais de vuestra fe en Cristo, en los países donde esta fe ha nacido y crecido”. Además, reconociendo el “papel inestimable” realizado por estas comunidades, expresó su esperanza de que todos sus derechos sean cada vez más respetados y exhortó a la comunidad internacional a buscar una solución justa y duradera a los conflictos y tensiones que persisten en Medio Oriente, “antes de que dichos conflictos lleven a un mayor derramamiento de sangre”.
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El Papa se encuentra con un anciano jeque sufí. El Gran Muftí de Chipre
no pudo llegar a tiempo porque fue bloqueado por la policía local en la frontera
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Finalmente, en la ceremonia de despedida, el Peregrino Apostólico se refirió en forma explícita al problema de la ocupación turca en el norte de la isla, un problema que había sido mencionado en sus alocuciones tanto por el Presidente de la República como por el Arzobispo ortodoxo: “Estas pasadas noches, alojándome en la Nunciatura Apostólica, he visto algo de la triste división de la isla, así como de la pérdida de una parte significativa del legado cultural que pertenece a toda la humanidad. He escuchado también a los chipriotas del norte que desean volver en paz a sus casas y lugares de culto, y me he conmovido profundamente por sus lamentos. Ciertamente, la verdad y la reconciliación, junto con el respeto, son las bases más sólidas para alcanzar un futuro de paz y unidad para la isla, y para la estabilidad y prosperidad de todas sus gentes. A este respecto, muchas cosas buenas se han alcanzado en los últimos años a través de un diálogo importante, aunque quede mucho por hacer para superar las divisiones. Le animo a usted y a sus conciudadanos a trabajar con paciencia y firmeza, junto con sus vecinos, en la construcción de un futuro mejor y más estable para todos sus hijos”.
De este modo, los “grandes temas” que Benedicto XVI había señalado al inicio de su viaje se fueron desarrollando en un mensaje intenso, cuyo centro indiscutible fue la Cruz de Cristo, único misterio capaz de dar esperanza a un mundo caído. Y el Papa, que como confesó recientemente en Portugal, “necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad”, se convirtió una vez más en el primer testigo de esta Cruz gloriosa. Seguramente por eso, por su apertura interior a este misterio altísimo, también este viaje ha dado frutos tan valiosos.
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