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El Papa Benedicto XVI acudió hoy a la Basílica de San Pablo extramuros para presidir las primeras Vísperas de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En su homilía, dedicada a la urgencia de una nueva evangelización para contrarrestar los efectos de la secularización actual, el Pontífice anunció su decisión de crear un nuevo dicasterio con este objetivo, un proyecto del que habíamos informado un tiempo atrás. Ofrecemos nuestra traducción de amplios pasajes de la homilía.
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El Siervo de Dios Giovanni Battista Montini, cuando fue elegido Sucesor de Pedro, en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II, eligió llevar el nombre del Apóstol de los gentiles. Dentro de su programa de aplicación del Concilio, Pablo VI convocó en 1974 la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la evangelización en el mundo contemporáneo, y cerca de un año después publicó la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, que se abre con estas palabras: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (n.1).
Impresiona la actualidad de estas expresiones. Se percibe en ellas toda la particular sensibilidad misionera de Pablo VI y, a través de su voz, el gran anhelo conciliar de la evangelización del mundo contemporáneo, anhelo que culmina en el Decreto Ad gentes, pero que penetra todos los documentos del Vaticano II y que, aún antes, animaba los pensamientos y el trabajo de los Padres conciliares, convocados para representar, de un modo nunca antes tan tangible, la difusión mundial alcanzada por la Iglesia.
No hacen falta palabras para explicar cómo el Venerable Juan Pablo II, en su largo pontificado, desarrolló esta proyección misionera que – debe ser siempre recordado – responde a la naturaleza misma de la Iglesia, la cual, con san Pablo, puede y debe repetir siempre: “Anunciar el Evangelio no es para mí una gloria, es para mí una necesidad imperiosa: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16). El Papa Juan Pablo II representó vivamente la naturaleza misionera de la Iglesia, con los viajes apostólicos y con la insistencia de su Magisterio sobre la urgencia de una “nueva evangelización”: “nueva” no en los contenidos, sino en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo que constituye la fuerza de la ley nueva del Evangelio y que siempre renueva la Iglesia; “nueva” en la búsqueda de modalidades que correspondan a la fuerza del Espíritu Santo y sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones; “nueva” porque es necesaria también en países que ya han recibido el anuncio del Evangelio. Es evidente para todos que mi Predecesor ha dado un impulso extraordinario a la misión de la Iglesia, no sólo – repito – por las distancias por él recorridas, sino sobre todo por el auténtico espíritu misionero que lo animaba y que nos ha dejado en herencia al amanecer del tercer milenio.
Recogiendo esta herencia, he podido afirmar, al inicio de mi ministerio petrino, que la Iglesia es joven, abierta al futuro. Y lo repito hoy, cercano al sepulcro de san Pablo: la Iglesia es en el mundo una inmensa fuerza renovadora, no ciertamente por sus fuerzas, sino por la fuerza del Evangelio, en que sopla el Espíritu de Dios, el Dios creador y redentor del hombre. Los desafíos de la época actual están ciertamente más allá de las capacidades humanas: los desafíos históricos y sociales, y con mayor razón los espirituales.
A nosotros, Pastores de la Iglesia, nos parece a veces revivir la experiencia de los Apóstoles, cuando millares de personas necesitadas seguían a Jesús, y él preguntaba: ¿qué podemos hacer por toda esta gente? Ellos, entonces, experimentaban su impotencia. Pero Jesús les había demostrado que con la fe en Dios nada es imposible, y que unos pocos panes y peces, bendecidos y compartidos, podían alimentar a todos. Pero no había – y no hay – solamente hambre de alimento material: hay un hambre más profunda, que sólo Dios puede saciar. También el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito.
También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios viviente. Por esto, Juan Pablo II escribió: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse”, y agregó: “una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Enc. Redemptoris missio, 1). Hay regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización; otras que la han recibido pero necesitan de un trabajo más profundo; otras en las que el Evangelio ha echado raíces desde hace largo tiempo, dando lugar a una auténtica tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos - con dinámicas complejas – el proceso de secularización produjo una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a Dios.
En esta perspectiva, he decidido crear un nuevo Organismo, en forma de “Pontificio Consejo”, con la tarea peculiar de promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una suerte de “eclipse del sentido de Dios”, que constituyen un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo.
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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