domingo, 31 de agosto de 2008

Os ruego: iros. Os lo repito: ¡marchaos!

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San_Carlos_Borromeo

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Cada vez que debo conferir los Sagrados Órdenes, queridísimos hermanos, pienso conmigo mismo con gran admiración, que ésta, entre todos los gestos pastorales, es con mucho la acción más elevada y noble. En efecto, aunque la misión pastoral de cualquier sacerdote deba considerarse tan elevada que casi es divina, sobre todo por el poder de celebrar el sacramento de la Eucaristía, y superior al ministerio de los ángeles, ¿quién podría negar que es aún más grande –y por ello aún más deseable – la dignidad de quien tiene la autoridad de conferir a otros el poder y la idoneidad para celebrar el Sacramento? Me dispongo a ejercitar este ministerio lleno de admiración –lo confieso – y todavía más lleno de estupor. Me considero un indigno ministro de Jesucristo, precisamente yo que hoy voy a celebrar Sacramentos tan sublimes mientras tengo las manos manchadas de culpas y el corazón impuro. ¿Qué debo decir, después, de la búsqueda diligente y minuciosa que ha de hacerse en torno a la vida y la preparación cultural de aquellos que deben ser elevados a los Sagrados Órdenes?

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La voz del Apóstol me advierte que sea profunda y completa en todos los aspectos, en la medida de lo posible: “No seas precipitado en imponer las manos a alguien” (1 Tim. 5,22). En todo esto, una negligencia mía por mínima que fuera podría volverse sobre mí como una grave culpa. Es verdad que de costumbre debe dejarse todo esto al arbitrio del Juez Supremo, porque en ese examen saldrán a la luz los secretos más profundos del corazón y deberemos rendir cuentas de cada acción nuestra: pero entretanto a la luz manifiesta del juicio de Dios, algunos Obispos vieron volverse pesadamente contra ellos esta culpa (de la que pagaremos la deuda al final de la vida), por haber admitido a alguien a los Órdenes sin un examen diligente; habían estimado que eran plenamente idóneos para llevar el peso del cuidado pastoral y ser válidos colaboradores. Diré más: han hecho todo esto de buena fe; pero han acabado por darse cuenta de que no sólo no eran útiles, sino que realmente les servían de obstáculo y acarreaban un daño no pequeño al culto divino.

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Por ello es evidente que no basta con investigar superficialmente sobre la vida y la preparación de cada candidato, sino que en cuanto sea posible, es menester indagar en profundidad también sobre sus intenciones; y, después de haber tomado todas las precauciones y cuidados, hay que pedir y sobre todo implorar al bondadoso Dios, que sea Él quien escoja y eleve a aquellos que Él sabe que llegarán a ser buenos ministros. Por esto precisamente hoy, durante esta sagrada ceremonia de la administración de las Órdenes, nos oiréis cantar aquella piadosa súplica que la santa Iglesia entona desde lo íntimo de su corazón: “Nosotros, como hombres que tienen el sentimiento de las cosas de Dios, pero a quienes se escapa la capacidad de conocer todo en profundidad, evaluamos en la medida que nos es posible la vida de éstos. A ti, Dios, sin embargo, no te pasa desapercibido lo que para nosotros es oscuro; no te engañan las cosas más misteriosas; Tú conoces los secretos y escudriñas los corazones. Tú podrás examinar la vida de éstos con tu juicio divino con el que resultas siempre vencedor, Tú puedes purificar las culpas cometidas y conceder la gracia de cumplir todo lo que se debe”.

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Pero, ¿por qué os digo todo esto, amadísimos? Para que comprendáis qué peligroso, qué difícil es nuestro ministerio pastoral, en toda circunstancia, pero también en la celebración de hoy. Movidos por sentimientos de devoción, junto a vosotros pediremos a Dios por vosotros del modo más intenso, para que os alcance con su divina y benévola clemencia, riegue vuestros corazones con la luz y el rocío de su Espíritu Santo; al mismo tiempo esforzaos por pensar con todo el ánimo si por casualidad hemos cometido alguna negligencia ante vosotros en todas estas cosas; finalmente, con fervientes oraciones y súplicas hay que implorar al Espíritu Santo. En cuanto a vosotros, en quienes puede hallarse alguna culpa, si no accedéis a los Sagrados Órdenes con aquella pureza de alma de la que hemos hablado antes, esforzaos desde ahora para obtener la ayuda divina.

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Escudo_San_Carlos_Borromeo

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La misión a la que hoy aspiráis es de gran prestigio y fuera de lo común: ¡cómo querría que meditaseis en lo profundo de vuestro ánimo la extraordinaria excelencia de vuestro grado! Si no queréis pues haceros indignos de lo que recibís, no reflexionéis solamente sobre la santidad de la vida, la ciencia, la fe, y la prudencia con las que podréis llevar dignamente el peso de tal misión, sino considerad también profundamente qué fin os habéis propuesto. En efecto, si habéis llegado hasta aquí con el solo objetivo de aseguraros comida y vestidos, y no tenéis otro propósito que conseguir beneficios financieros, como sucede normalmente en todas aquellas actividades que tienen fines deshonestos, lo mejor para vosotros, ahora, sería iros. No es posible tener dudas que, así como es un gran sacrilegio acercarse al altar por motivo de ganancia o de interés, igualmente grave sacrilegio es recibir el Sacramento del Orden, mediante el cual somos hechos idóneos para el ministerio del altar, sólo por un interés económico. Es cosa justa, como dice la palabra del Apóstol de acuerdo con la ley de Dios y la ley natural, que quienes sirven al altar vivan de los que se pone sobre el altar. Sin embargo se dice que a ninguno le está permitido anteponer cualquier necesidad al culto divino. Si por casualidad la ambición o el deseo de ganar ha llevado a alguno de vosotros a elegir esta condición de vida, os ruego, iros; os lo repito: ¡Marchaos! (cf. Is. 52, 11).

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El Espíritu Santo que se derrama de modo particular en las almas bien preparadas para recibir este Sacramento, inundándolas con un gran efluvio de gracias, no se posa sobre los soberbios y presuntuosos, sino sobre los humildes y mansos, como atestigua el profeta: ¿Sobre quién se posará el Espíritu del Señor? Sobre el que es manso, piadoso y humilde de corazón. Todos vosotros pues que deseáis ser introducidos y elevados al sagrado ministerio por otra razón que no sea el servicio y el culto de Dios grande y bondadoso, sois advertidos por mí repetidamente para que sepáis que sería mucho mejor para vosotros ataros al cuello una piedra de molino y arrojaros a los profundo del mar (cf. Mt. 18,6), antes que entrar de este modo en el redil de Cristo, es decir por otro camino que no sea la puerta; Cristo, en el Evangelio, asegura que esto es propio de los ladrones y maleantes, no de los pastores (cf. Jn. 10, 1). Os lo ruego, no queráis entristecer de este modo al Espíritu Santo; es ciertamente Espíritu de dulzura, pero se irrita con aquellos que lo ofenden y cometen pecados. Aquellos clérigos y sacerdotes que reciben los Sagrados Órdenes de modo indigno y con un ánimo tan alejado de propósitos santos, no sólo no reciben las gracias del Espíritu Santo, sino que a ellos no les puede suceder nada más infeliz y triste; no puede haber nada más dañino para la Iglesia. Son objeto de desprecio y menosprecio por parte del pueblo de los fieles; son abandonados por Dios en esta vida y se prepara para ellos la condenación eterna en la otra. Para que podáis evitar una infelicidad y miseria tan grande, queridísimos, esforzaos con toda atención y empeño para brillar como ejemplo. ¡Fortaleced vuestro ánimo! Si en vuestro corazón ha habido alguna intención torcida o impura, aunque os acerquéis al altar con un ánimo menos preparado y formado del debido, todo será purificado y bien dispuesto por la fuerza del Espíritu Santo: hoy van a derramarse con abundancia sus dones en vuestras mentes, si vosotros no se sois obstáculo. No quiero ni siquiera pensar que alguno se acerque a los Órdenes con el alma manchada de alguna culpa, o pecado grave, o condenado por la censura eclesiástica. En esta santa y divina celebración junto a mí, invocad los favores del Espíritu Santo, cuya octava estamos celebrando; imploremos “Ven, Espíritu Santo, calienta lo que está helado, endereza lo que está desviado”. A los fieles que hoy te invocan “concede tus santos dones. Concede virtud y premio, concede una muerte santa, concede gozo eterno”. Amén.

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Homilía de San Carlos Borromeo, Obispo de Milán. Sábado después de Pentecostés. 1º de junio de 1577.

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sábado, 30 de agosto de 2008

Descansar sobre la Roca de Pedro

Presentamos la traducción al español de una carta pastoral redactada por un obispo lituano el año 1923. El obispo, de regreso en su diócesis luego de haber visitado al Papa en Roma, se dirige a su clero y a los fieles laicos para contarles sus impresiones, enseñarles y exhortarles. Un texto, realmente, muy valioso.

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Beato_Jorge_Matulevicius

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Jurgis Matulevicius

Por la Gracia de Dios y de la Santa Sede

Obispo de Vilnius


Mis saludos y bendición a todo el clero de la diócesis y a todos los fieles:

Amados en Cristo,


Acabo de regresar de ver al Santo Padre – de regresar de Roma, donde según una antigua tradición y como es requerido por la Iglesia, he honrado las reliquias de los Santos Pedro y Pablo, y he informado al Santo Padre sobre el estado de nuestra diócesis. Regreso con un corazón lleno de amor por la Santa Sede, y con la firme fe de que ha sido creada y dada a nosotros por Dios. Es también mi convicción inquebrantable que las “puertas del infierno” no prevalecerán contra ella. Quiero compartir estos sentimientos y convicciones con todos vosotros, amados en Cristo. Espero despertar y fortalecer convicciones semejantes también en vuestras almas.


Cristo dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré Mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 6, 18). Estas palabras, parece, jamás han sido tan claras y tan comprensibles como en el tiempo presente. ¿Acaso no vemos con nuestros propios ojos cómo las puertas del infierno atacan a la Roca de Pedro, sembrando opiniones perversas, propagando la corrupción, promoviendo el egoísmo y el orgullo, y cerrando iglesias, apresando a obispos y sacerdotes, persiguiendo a los fieles – incluso al punto de darles muerte o torturarles – de la misma manera que durante los primeros siglos de la cristiandad? ¿Acaso no vemos también cómo estas olas de engaños y corrupción se disipan al dar contra el poder sobrenatural de la Roca de Pedro? De la Santa Sede nos llega un aire de paz. ¡Qué Poder Divino que emana de ella! ¡Cómo toca las almas de los hombres cada vez más profundamente! En ningún lugar se siente esto más profundamente que ante la tumba de San Pedro y ante el trono de su sucesor.


La Basílica de San Pedro es incomparablemente hermosa, y el Vaticano es magnífico. Pero no es el tamaño de sus paredes, ni la pulcritud que exhiben sus mármoles, y ni siquiera el esplendor de sus pinturas y obras de arte lo que constituye su valor y su poder. En la Basílica de San Pedro se encuentra el Santísimo Sacramento – Jesús Mismo –; y bajo la Basílica hay una pequeña capilla con las reliquias de San Pedro. ¡En esto consiste la gloria de la Basílica, su valor y esplendor! En las muchas salas del Vaticano, donde se conservan las obras de los más grandes artistas, también vive el Obispo de los Obispos, un hombre anciano vestido de blanco , o – como aparece ante los ojos humanos – un débil prisionero: él es el alma del Vaticano y su gloria, porque es la cabeza de todos los fieles en la tierra. Entre este anciano vestido de blanco, Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento, y San Pedro bajo la Basílica, existen un vínculo indisoluble y una cercanía continua. Ese anciano es el Vicario de Cristo en la tierra, el verdadero sucesor de San Pedro. Por medio suyo, Jesucristo mismo nos gobierna, nos enseña y nos guía hacia la salvación. San Pedro sigue presente en él, y cumple las tareas que Cristo le encomendó.


“Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. El mundo pagano, contemplando a Pedro crucificado, se habrá reído probablemente de estas palabras de Cristo. Y hoy, el mundo, observando al anciano del Vaticano, privado de su trono terreno y de sus fuerzas armadas, dice de tanto en tanto que el gobierno de los papas ha llegado a su fin. E incluso los fieles que ven cómo las olas de la corrupción infernal – originadas sea por los enemigos de la Iglesia, sea por sus hijos descarriados – golpean contra la Roca de San Pedro, dudan acerca de si la Santa Sede tiene realmente fuerza sobrenatural. ¡Qué visión superficial, por un lado; y qué débil fe, por otro! ¡No! Las puertas del infierno no han prevalecido y no prevalecerán. Ha sido construida, y es sostenida, no por la mano del hombre, sino por la de Jesucristo. Una casa que no es construida sobre un fundamento firme e inquebrantable tiene que caerse; un barco sin un navegante se convierte en un juguete para las olas; un ejército que se enfrenta con su enemigo sin su comandante debe retirarse; una sociedad humana sin gobierno se desmorona. Cristo, cuando fundó su Reino sobre la tierra – la Santa Iglesia Católica –, la sociedad humana más numerosa y perfecta que abraza a todos los hombres de todos los tiempos, a todas las naciones y países, sabía que debía darle un arma poderosa para unir a todos, un corazón que cuidara de todos, y una cabeza que a todos rigiera. Y es por eso que nos dejó al Papa aquí en la tierra.


Así, de entre los doce Apóstoles, Cristo señala sistemática y públicamente a uno: a Simón. Él sólo recibe el cambio de nombre (por Pedro, la Roca); Jesús paga por ambos el impuesto requerido; desde su barca predica Jesús a la multitud. De esta forma, durante tres años prepara a Pedro para dirigir a la Iglesia. Al darle las llaves del Reino de los Cielos, le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré Mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos” – significando la suprema autoridad – “lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo” (Mt 6, 18-19). Esto significa: Tus órdenes serán Mis órdenes; tus permisos serán Mis permisos. Estas palabras no dejan lugar a la duda: San Pedro recibió la plena autoridad en la Iglesia. Donde la gente rechaza la autoridad de San Pedro, allí no está la Iglesia de Cristo. Es una posición elevada y de gran responsabilidad. ¿Y a quién llama Cristo para desempeñarla? Él llama a los débiles y a los que no tienen poder, para que en su debilidad sea más evidente Su Poder (cf. 1Cor 1, 27). Elige a un trabajador común, sin educación, a un pescador. Y para que no esté excesivamente confiado en sus propias fuerzas, y para que no dependa algo tan grande de algo tan débil, Él permite que Pedro caiga. Al escuchar las palabras de una criada, niega tres veces a su Redentor y a su Maestro (Mt 26, 69-75). Pero Cristo lo levanta después de que Él mismo se levanta de entre los muertos, y una vez más lo confirma como Príncipe de los Apóstoles y Cabeza de la Iglesia. Después de preguntar a Pedro tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”, recibe la afirmación de Pedro: “Sí, Señor, Tú sabes que Te quiero”. Y Cristo le dice: “Apacienta mis corderos… cuida de mis ovejas” (cf. Jn 21, 15-17). Es decir: cuida de todos en Mi Iglesia, tanto del rebaño como de los pastores. “Como el Padre Me envió, así Yo también os envío” (Jn 20, 21). Yo Soy el Pastor, y tú también cumplirás las tareas del pastor. Cualquiera que te escuche me estará escuchando a Mí, y cualquiera que te rechace a Mí me rechaza (cf. Lc 10, 16). Y para que Pedro, la Roca, ya no vacile, Cristo promete ayudarlo con Su propio Poder: “Has de saber que Yo estaré contigo siempre, sí, hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28, 20). Y para que ni él erre ni guíe a otros al error, Cristo le da la infalibilidad: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido poder para zarandearos como el trigo; pero Yo he orado por ti, Simón, para que tu fe no desfallezca. Y una vez que hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-31). Pero cuando el Espíritu del Gozo y de la Verdad que Cristo habría de enviar llegase, Él lo guiaría hacia la verdad completa (cf. Jn16, 13). Y desde ese entonces, San Pedro es, a través de sus sucesores, la fuerza y el apoyo de la Iglesia.


Todo esto es tan absolutamente claro. Después de que Cristo asciende a los Cielos, los Apóstoles no eligen otro líder. San Pedro es su líder. Él es el primero en hablar en representación de todos los Apóstoles a la multitud en Pentecostés, y es el primero en enseñarles (cf. Hech 2, 14). Él es el que acepta a los primeros conversos del judaísmo en la Iglesia de Jerusalén (cf. Hech 3, 37-41) y también a los primeros gentiles en Cesarea (cf. Hech 10, 47). Ordena la elección de otro Apóstol para que tome el lugar de Judas (cf. Hech 1, 15-21). Convoca el primer concilio y lo preside (cf. Hech 15, 6-7). Cuando San Pedro muere, los corintios no recurren en asuntos de fe al Apóstol Juan, que aún vivía, sino al Papa, San Clemente, sucesor de San Pedro. Así, todas las épocas, tanto en la vida como en la práctica, sostienen este principio: donde está Pedro, allí está la Iglesia. Todos afirman con San Agustín: Habló Roma, asunto concluido. Durante el siglo XIX, época inestable y de poca fe, todos los Obispos de la Iglesia se reunieron en el Concilio Vaticano, y proclamaron claramente al mundo entero que el Papa tiene la autoridad suprema en la Iglesia, y que cuando enseña como cabeza y pastor de la Iglesia entera en asuntos de fe y moral, no puede errar. Ningún Papa ha errado en este respecto, ni jamás ha quedado confundida la Roca de San Pedro. Las puertas del infierno no han prevalecido ni prevalecerán contra ella. Cristo mismo – el Dios hecho Hombre– ha dicho esto. El Cielo y la tierra pasarán, pero Sus Palabras no pasarán (cf. Lc 21, 33).


Todo lo que ha sido construido por las manos del hombre, con el tiempo se desmorona y desaparece. Las invencibles lanzas de las legiones romanas se han convertido en polvo, y el imperio romano mismo se ha caído. Ya no se oyen más las palabras de los filósofos. Las terribles herejías que en otro tiempo, como embravecidas olas del mar, se estrellaron contra la Roca de Pedro, han sido todas dispersadas. Pero la Roca de Pedro permanece intacta, inamovible, sin vacilar. Su poder divino se hace cada vez más evidente, y su gloria y su dignidad crecen cada vez más.


Y en nuestro tiempo, ¿no hemos sido testigos, acaso, de cómo se han derrumbado los tronos más poderosos, de cómo han caído los estados más poderosos, mientras que el Papa, sin ejército, sin armas, aún se sienta en el trono de Pedro y rige al mundo? Más y más la humanidad herida por la guerra dirige a él su mirada. En todo el mundo, especialmente entre los intelectuales, entre aquellos que reflexionan más profundamente, se puede detectar una fuerte re-orientación hacia la fe y hacia la Iglesia. De la misma manera que durante el tiempo de la Iglesia primitiva, igual que en todas las épocas subsiguientes y hasta ahora, el Papa continúa cumpliendo su misión como heraldo de Dios.


Mientras que el mundo se aleja cada vez más de Dios – la Fuente de la Verdad –, incluso teniendo en gran consideración el pensamiento científico, se hunde cada vez más en la nebulosa de teorías falsas e irracionales. El Papa sigue firme en su guarda de la Verdad Eterna y de los principios perennes, y los proclama con coraje. Mientras que el mundo sigue detrás de slogans altisonantes dejando de lado el amor de Dios, y basa su vida en el egoísmo y en la codicia promoviendo injusticias ya demasiado profundamente enraizadas, la explotación, la guerra, la violencia, sin consideración real por la justicia, el Papa, como siempre, guarda los principios de justicia y los recuerda valientemente al mundo.


Mientras que en el mundo la fe ha declinado, el orgullo y el odio han crecido, así como las contiendas egoístas de clases, partidos y naciones. Cuando la terrible Guerra Mundial alcanzó a todas las naciones y países, y a pesar de los gritos de igualdad y fraternidad, se derramaron en la batalla ríos de sangre. Sólo el Papa ha llamado con coraje – y aún hoy nos llama – al amor y a la misericordia, a la tranquilidad y a la paz. Él solo habla a todos, tanto a los individuos como a las naciones, recordándonos constantemente que somos hijos de un mismo Padre Celestial, y hermanos unos de otros. Entre nosotros no debiera haber hombres libres y esclavos, conquistadores y conquistados, ni griegos, ni romanos, ni judíos, sino solamente hermanos en Cristo. Y no tendremos nunca una paz y una tranquilidad genuina y permanente si no se apoya en la Verdad de Dios y en la justicia. No será bueno vivir en este mundo si no nos unimos en un verdadero y fraterno amor de Dios, dentro de una comunidad en armonía, trabajando juntos como verdadera familia de Dios.


La Santa Sede, tanto en tiempos antiguos como en el presente, mantiene todo equilibrado. Cuando las personas se alejan de Dios, pierden su equilibrio y comienzan a caer hacia su perdición, tanto en lo moral y en lo espiritual como en lo ordinario de la vida. ¡Si tan sólo el mundo retornara a la Iglesia Católica y se apoyara en la Roca de Pedro! ¡Si tan sólo comenzara realmente a vivir según los principios de la fe…! Entonces, sin duda, habría en el mundo menos dolor, menos mal y menos guerras, y la paz y las bendiciones de Dios descansarían sobre él. El mundo sería más como el Paraíso que ansiamos.


Como nación católica, tenemos la bendición de pertenecer a la Iglesia Católica y de descansar sobre la Roca de Pedro. Tenemos la bendición de que nuestra cabeza sea el Papa Pío XI, que ha visitado nuestro país y ha celebrado la Misa en nuestra Catedral, que conoce nuestras desgracias, nuestras debilidades y nuestras preocupaciones. Como ningún otro, nos lleva en su corazón y, a través de los labios de este indigno siervo, envía su saludo paterno y la bendición apostólica a todo el clero y a todos los fieles.


Entonces, hagamos a un lado todo lo que es malo. Que desaparezcan de nuestra tierra la embriaguez, la inmoralidad, la explotación, el fraude, y todo tipo de injurias. Que todo desacuerdo y riña entre nosotros lleguen a su fin. Fortalecidos por la bendición del Papa, que es signo de la Bendición de Dios, permanezcamos unidos como verdaderos hijos de un mismo país, de una misma Iglesia, y de un mismo Dios. Permanezcamos unidos en un solo corazón y una sola alma, para cumplir nuestra labor común en unidad.


Que la Bendición del Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y permanezca para siempre. Amén.


Dado en Vilnius, en la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, 8 de Septiembre de 1923.

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Tomado del libro "George Matulaitis-Matulewicz. Journal" editado por Sister Ann Mikaila, MVS.


Traducción por La Buhardilla de Jerónimo


El Arzobispo Jurgis Matulevicius fue beatificado por Juan Pablo II en 1987.


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viernes, 29 de agosto de 2008

Summorum Pontificum: congreso en Roma

 

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Con ocasión del primer aniversario de la entrada en vigor del Motu Proprio Summorum Pontificum, se realizará en Roma una importante iniciativa organizada por el Movimiento Giovani e Tradizione y patrocinada por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. Se trata del Congreso que se celebrará del 16 al 18 de septiembre con el tema: “El Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, una riqueza espiritual para toda la Iglesia: un año después”. El programa de este importante evento, que contará con la presencia de autorizados oradores, puede verse aquí.


Mientras esperamos su comienzo, ofrecemos la traducción de dos interesantes entrevistas que el periodista Bruno Volpe ha realizado para Pontifex: la primera, al Padre Vincenzo Nuara, sacerdote dominico que trabaja como Asistente espiritual del Movimiento Giovani e Tradizione; la segunda, al Padre Manfred Hauke, prefecto de estudios del Seminario de Lugano (Suiza) y director de la revista Ephemerides Liturgicae, quien en el curso del Congreso dedicará su relación al tema: “La Santa Misa, Sacrificio de la Nueva Alianza”.

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Padre Nuara, ¿qué representa y ha representado el Motu Proprio del Papa?


En primer lugar, quiero expresar al Papa toda nuestra gratitud, afecto filial y cercanía. Creo que el Motu Proprio es un documento de importancia histórica para la Iglesia universal. Debe ser leído en comunión y no como ruptura. El Pontífice ha querido dar una mano a nuestros hermanos y, con el tiempo, veremos los frutos.

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Con frecuencia, usted ha denunciado los abusos litúrgicos que han surgido después del Vaticano II debido a una idea de creatividad mal entendida…


Así es. La Santa Misa es sacrificio, misterio y don. Por lo tanto, es teológicamente equivocado pretender comprender la totalidad de aquello que, por naturaleza, es un acto de fe. Por lo tanto, quiero decir a mis hermanos sacerdotes: la Misa y la Liturgia no pertenecen a ninguno, son sólo propiedad de la Tradición de la Iglesia.

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¿Entonces?


Los sacerdotes deben dejar de actuar como los protagonistas, de considerarse el centro de la celebración Eucarística. En resumen: basta con las Misas-espectáculo; basta de predicadores encendidos. Por otro lado, dando excesivo énfasis a las homilías, se corre el riesgo de disminuir la parte de la Cena Eucarística.

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¿Cómo debe ser administrada la Comunión?


Según la sana tradición de la Iglesia. De rodillas, por respeto y reverencia. Además, el Papa lo está demostrando ampliamente. Actualmente vemos toda clase de abusos, la Comunión en la mano tiene mucho de protestante. Vemos a gente que se acerca al Sagrado Banquete como si estuviera en la discoteca, con una actitud displicente, sin entender qué va a recibir…

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Aplausos en la iglesia…


¿Es broma? La iglesia es templo de oración. Basta de buscar el consenso barato. Los sacerdotes deben dar buen ejemplo. ¿Qué representa el aplauso fácil e inútil? Nada, una exageración al límite del mal gusto, una banalidad pueril, un infantilismo litúrgico.

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Háblenos de la música litúrgica…


No hay alternativa: el gregoriano o la polifonía clásica. Deben dejarse de lado ciertas canciones populares demasiado empalagosas, e incluso desagradables, y también instrumentos como la guitarra eléctrica o la batería.

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¿Cómo deben vestirse los sacerdotes?


Con la vestidura talar. Sin embargo, el tema nos lleva a hablar de la neo-protestantización de la teología que ha causado efectos negativos sobre las vestiduras de los sacerdotes, sobre la calidad de la Misa y sobre la Liturgia. Es necesario redescubrir el sano valor de nuestra Tradición católica, sin compromisos con nada ni con nadie.

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¿Qué espera del Congreso que nos parece importantísimo?


Espero que se afronten las cuestiones fundamentales de la reforma de la reforma litúrgica, en espíritu y en verdad.

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(Texto original: Pontifex)

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Padre Hauke, ¿qué aprecia en particular del Misal de San Pío V?


En principio, y no es por pedantería de estudioso, lo definiría Misal de Gregorio Magno… San Pío V, un gran Papa, ha reordenado aquello que ya pertenecía a la Tradición de la Iglesia. Por lo tanto, no me parece justo definir con un nombre un Misal que pertenece a la Iglesia. Dicho esto, afirmo “de San Gregorio Magno” porque el canon fundamental fue aprobado precisamente por aquel gran Papa.

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Hablemos, entonces, del Misal antiguo…


Bellísimo. Garantiza solemnidad, sobriedad, elegancia… cosas que, al menos en parte, el nuevo Misal no permite. Obviamente no censuro el Misal conciliar sino que hago valoraciones de estudioso. Tomemos el acto penitencial…

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¿Qué puede decirnos?


En el Rito antiguo realmente existe la voluntad de pedir perdón, se ve la necesidad de suplicar misericordia. El acto penitencial del Novus Ordo me parece demasiado apresurado.

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Vayamos al Canon de la Misa…


Creo que muchos sacerdotes modernos no recitan el Canon Romano tal vez porque es largo. Sin embargo me parece el mejor, con su letanía de santos. Mi modesta opinión es que sería necesario recitarlo. En el Rito antiguo, al susurrarlo en voz baja, el celebrante lo dice más rápidamente.

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¿Qué es la Liturgia?


Belleza, sobriedad, gloria de Dios. Nunca espectáculo. El sacerdote jamás debe ser el protagonista, el centro de la atención: en pocas palabras, el celebrante, no el presidente (¿presidente de qué?), actúa en la persona de Cristo, entre los fieles y Dios.

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¿Comunión de rodillas o de pie?


De rodillas me parece la posición más adecuada. Indica respeto, sumisión, docilidad, cercanía al Santísimo. Por otro lado, el Papa actualmente está administrando así la Comunión a aquellos que comulgan con él. No se trata de algo casual.

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Aplausos en la Iglesia…


Una cosa fuera de lugar y que es necesario evitar. La Iglesia debe ser lugar de oración y meditación, nunca de espectáculo. Los aplausos deben evitarse: no estamos en el circo, mucho menos en el estadio.

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Música litúrgica: ¿qué dice de la guitarra eléctrica y la batería?


Absolutamente no. El órgano es el príncipe de la música sagrada. También la flauta va bien, pero no precisamente la batería y la guitarra eléctrica porque quitan sacralidad a la Liturgia.

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Un pensamiento para el Papa Benedicto XVI…


¡Gracias! El Motu Proprio ha sido un acto de libertad y de justicia. Y quiero lanzar una propuesta: ¿por qué no recitar, en la Misa actual, el Canon y la plegaria Eucarística en latín?

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Texto original: Pontifex

Traducciones: La buhardilla de Jerónimo

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jueves, 28 de agosto de 2008

¿Hemos olvidado lo que significa ser católico?

Uno de nuestros lectores nos avisó sobre la nota que publica hoy el Catholic Herald de Inglaterra. Presentamos aquí su traducción. Se trata de interesantes afirmaciones del obispo de Lancaster sobre la realidad actual de la Iglesia.

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O`Donoghue

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La Iglesia de Inglaterra y Gales está perdiendo su identidad católica, dijo un obispo esta semana.


El obispo Patrick O'Donoghue de Lancaster hizo esta afirmación en un documento de 92 páginas altamente crítico de la dirección de la Iglesia en los últimos 40 años. El documento, descrito por distintos párrocos como “dinamita”, trata sobre la disminución de vocaciones, la caída en la asistencia a Misa y el futuro de la Iglesia.

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La pérdida de identidad católica proviene del rechazo de la enseñanza de la Iglesia, unido a una ampliamente difundida mala interpretación de las reformas del Concilio Vaticano II, dice el documento.


El obispo desafía tanto al laicado como al clero a re-examinar lo que significa ser católico y a retornar a las “fuentes de nuestra identidad católica”.

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El obispo O'Donoghue escribe: “Estoy convencido de que si vamos a despertarnos del desánimo que está haciendo presa de la Iglesia en este país, debemos retornar a las fuentes de nuestra identidad católica y misión, para renovar nuestra fuerza y vitalidad”.


“De esta forma estaremos, por la Gracia del Espíritu Santo, en posición de contrarrestar la influencia negativa y restringente del secularismo y del hedonismo que actualmente domina nuestra sociedad”.

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El documento, titulado “Iglesia, ¿lista para la Misión?”, fue publicado el miércoles y viene inmediatamente después de “Escuelas, ¿listas para la Misión?” que pedía un ethos católico más fuerte para las escuelas diocesanas y que recibió mucho elogio del Vaticano.


Escrito para la diócesis, pero también para “todos los católicos que aman a la Iglesia y se preocupan profundamente por el futuro del Catolicismo”, marca el fin del examen diocesano de 16 meses por parte del Obispo O'Donoghue.

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Comenzó con la formulación de preguntas dolorosas acerca de la baja en la asistencia a Misa, la caída en el número de casamientos y bautismos, y la falta de vocaciones y energía en la Iglesia. Concluye que la Iglesia se ha distanciado a sí misma de las verdaderas intenciones del Concilio Vaticano II y de la Tradición.


Mons. O'Donoghue, de 74 años, dice: “Aunque somos fortalecidos y sanados por el Señor por medio de su Palabra y sus Sacramentos, la mayoría de entre nosotros no está respondiendo al llamamiento del Señor de tomar parte en la misión de esperanza. En particular, las misiones en las parroquias con familias y gente joven no están desarrolladas o permanecen en un bajo desarrollo, con unas pocas excepciones. La pasión por servir al Señor está notablemente ausente en muchos casos. Parece haber, a veces, un cansancio y una reticencia para predicar el Evangelio.

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“Una de las razones por las que nos vemos “reunidos pero no enviados” es la falta de confianza y de conocimiento de la fe católica. Esto es el resultado de una falta de formación y de catequistas preparados y de oración… nuestra Iglesia a menudo parece mirarse a sí misma, ocupada en sí misma y desprendida de la vida cotidiana de nuestras comunidades”.


“Pareciera que muchos de nosotros hemos olvidado la verdad básica sobre la naturaleza de la Iglesia, que hemos sido convocados como Pueblo de Dios, no para ser servidos sino para servir a Dios y a los demás, especialmente a los débiles y a los pobres”.

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En un análisis paso a paso de los problemas y los logros del Concilio Vaticano II, documento a documento, Mons. O'Donoghue identifica la necesidad de una renovación en la Iglesia principalmente por medio de una re-afirmación de la fe, de la obediencia a los obispos en comunión con el Papa, de una doctrina y liturgia sólidas.


El Obispo escribe: “Al reflexionar sobre los grandes temas que enfrenta esta generación en la vida de la Iglesia, me he convencido más y más de que las respuestas han de ser encontradas en un compromiso orante, fiel y creativo con el Depósito de la Fe presentado en los documentos del Concilio Vaticano II y en su gran resumen, el Catecismo de la Iglesia Católica”.

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El Obispo critica a los católicos que se han alejado de la enseñanza de la Iglesia en nombre del Concilio Vaticano II.


Dice: “Todos nosotros, con alarma, hemos sido testigos de cómo muchos que profesan ser católicos desautorizan la autoridad de enseñar de la Iglesia, particularmente del Papa y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desestimando las tradiciones apostólicas y las doctrinas de los Padres, y dando el lugar de honor a las opiniones de moda en la sociedad”.

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Citando al teólogo Henri de Lubac, dice que para implementar verdaderamente el Concilio Vaticano II “es necesario que todos nosotros recuperemos el sentido católico de equilibrio entre el cambio y la continuidad, manteniendo la comprensión católica de la Iglesia que «en la práctica es una tradición continua y una viva autoridad presente»”.


La primera mitad trata sobre asuntos de dirección e identidad, mientras que la segunda trata sobre el Concilio. En la sección titulada: “¿Hemos olvidado lo que significa ser católico?”, Mons. O’Donoghue dice que las personas que deliberadamente no asisten a Misa los domingos, niegan el pecado y no acuden a la Confesión, no son completamente católicas.

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“Ser «católico» tiene el significado definido de abrazar totalmente a Cristo como Él se expresa a Sí mismo por medio de su Iglesia Católica. Lo opuesto a ser católico sería ponernos como jueces de la fe de la Iglesia, tomar y elegir lo que nos atrae y rechazar lo que no nos gusta”, dice.


Critica el aumento de una fe “privatizada” que se centra demasiado “en la experiencia subjetiva personal de la fe” y hace caso omiso de “la verdad objetiva, revelada, de la Iglesia”.


La justicia y la paz, dice, no son más importantes que la Misa, y la enseñanza de la Iglesia sobre la santidad de vida no es opcional.

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Mons. O’Donoghue insiste en que la Eucaristía tiene que estar en el centro de la fe, y que debe animarse a la adoración. También reclama una adhesión más fiel al Derecho Canónico, y un renovado enfoque en la salvación y en las vocaciones, así como el uso del Catecismo.


En la segunda parte del documento, el obispo afirma que se ha dado un enfoque indebido a una interpretación del Concilio centrada en el hombre, lo que llevó a interpretaciones populares e incorrectas nunca queridas por los Padres Conciliares.

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Mons. O’Donoghue dice: “En sus procedimientos, el Concilio buscó dar la primacía a Dios y no al hombre, como muchas interpretaciones populares han pretendido sostener, poniendo el énfasis en la novedad de la Constitución Pastoral sobre el mundo moderno”.


El obispo también deja su parte de culpa a los obispos mismos, por delegar sus responsabilidades a comisiones formadas por laicos.

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Dice que las agencias y departamentos de la Conferencia Episcopal actúan autónomamente – pero no siempre sostienen la enseñanza de la Iglesia en su totalidad al tratar con las autoridades seculares. Las estructuras de la Conferencia no dejan que los obispos hablen individualmente sobre asuntos de importancia para la Iglesia y la sociedad.


También dice que la falla de los obispos en obtener acuerdo sobre distintos temas, ha resultado, a menudo, en declaraciones o intervenciones inadecuadas en lugar del testimonio que “tan urgentemente” se necesita.

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Mons. O’Donoghue dice que ha querido registrar particularmente su “desilusión” porque los obispos han fallado en producir una “respuesta colegial a la legislación del gobierno sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo” en la que se amenaza con el cierre a las agencias católicas de adopción a no ser que estén de acuerdo en evaluar a parejas homosexuales como potenciales padres adoptivos.


“El problema de intentar llegar a un consenso entre obispos con visiones divergentes es que las declaraciones y documentos de la Conferencia Episcopal tienen una tendencia a ser a menudo monótonas e inocuas, en un tiempo en que necesitamos declaraciones públicas apasionadas y llenas de coraje, en las que nos atrevamos a decir la completa verdad en caridad”.

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Fuente: Catholic Herald

Traducción por La Buhardilla de Jerónimo

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P. Amorth: "Hay una nota del Papa ordenando el nombramiento de exorcistas"

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Hace dos meses comentábamos la necesidad del ministerio de los exorcistas e informábamos acerca de las palabras que el Papa había dicho sobre el tema a un Obispo emérito: "será preciso proveer".


Ahora, es el reconocido sacerdote exorcista Padre Gabriel Amorth quien, en una entrevista a un medio italiano, ha confirmado la existencia de una nota del Santo Padre en la cual dará directivas a los Obispos para que nombren exorcistas en sus diócesis.


El sacerdote dijo que conoce perfectamente la nota que será enviada a los Obispos y que representa una alegría después de muchos años de "batalla" de los exorcistas frente a algunos prelados que se negaban a delegar sacerdotes para el ministerio de exorcistas.


Con este documento, el Papa impartirá la orden de nombrar el número necesario de exorcistas para cada diócesis. Amorth, que siempre ha elevado su voz contra los obispos que no se ocupaban del tema, ha calificado como trágica la realidad de que haya obispos y cardenales al frente de importantes diócesis que nunca han nombrado un exorcista porque no creen en la existencia del demonio o sólo tienen una vaga creencia.


En este contexto, el sacerdote ha expresado a un periodista de Petrus que considera providencial la intervención de Benedicto XVI y ha recordado que el actual Pontífice siempre ha animado a los exorcistas a seguir adelante con su ministerio. El Padre Amorth, que en varias ocasiones se ha encontrado con el Cardenal Ratzinger, ha revelado hace algunos años que fue precisamente el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe quien logró, junto al Cardenal Medina Estévez, que los sacerdotes exorcistas pudieran seguir usando el Ritual antiguo, aún estando en vigencia uno nuevo.

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Según informa Bruno Volpe, en Pontifex, al ser consultado sobre la posible instrucción referente al exorcismo de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Padre Ciro Benedettini, vicedirector de la sala de prensa de la Santa Sede, respondió: "Me informaré. Ahora no sé nada".

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miércoles, 27 de agosto de 2008

Bajo la directa indicación de Pío XII

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DE LORENZO FAZZINI

Pío XII debe ser nombrado “Justo entre las Naciones” porque fue el líder mundial que más hizo, durante la Segunda Guerra Mundial, para salvar a los judíos perseguidos por Hitler; por tanto, están equivocados aquellos que, desde Cornwell hasta Hitchens, señalan al Papa Pacelli como filo-nazista.


Gary L. Krupp, hebreo americano, presidente de la Fundación Pave the Way de Nueva York (que en el 2005 organizó el encuentro más grande de rabinos con un Papa, Juan Pablo II, realizado en el Vaticano y que en junio se encontró con Benedicto XVI), aporta inéditas revelaciones sobre el rol de Pío XII en el rescate de grupos de judíos del exterminio hitleriano.


Como, por ejemplo, aquellos que el Pontífice hizo huir desde 1939 a 1945 –por medio de millares de visas- a la República Dominicana. De esto se hablará en Roma en un congreso promovido por Pave the Way y previsto del 15 al 17 de septiembre en Palazzo Salviati. En este encuentro participarán estudiosos como el historiador jesuita Peter Gumpel, Monseñor Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano, Martin Gilbert, biógrafo de Churchill y autor de “I giusti. Gli eroi sconosciuti dell`Olocausto” y Andrea Tornielli, vaticanista, que ha escrito el documentado libro “Pío XII”.


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Doctor Krupp, ¿por qué ha decidido indagar en la acción de Pío XII para ayudar a los judíos durante el Holocausto?


Pave the Way es una fundación independiente que obra para eliminar el abuso de la religión con fines privados. Construimos relaciones con diversas confesiones religiosas a través de gestos concretos e identificando los obstáculos que existen entre ellas. Hemos encontrado en el papado de Pío XII uno de los temas más difíciles en las relaciones entre judíos y católicos; el único camino para llegar a la verdad es el testimonio de las personas presentes durante los eventos de aquellos terribles años. Pave the Way ha decidido financiar este proyecto que significó encontrarse con las personas aún vivas, cuyos testimonios han sido registrados en video.

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¿Cuáles son los principales descubrimientos de esta investigación?


Mi mujer Meredith y yo hemos crecido pensando que Pío XII fue un colaborador del nazismo y un antisemita. Se puede imaginar nuestro shock cuando indagamos directamente aquella época y descubrimos nuestra desinformación, y luego, nuestro desconcierto frente a aquellos a los cuales había sido confiada la tarea de efectuar esas investigaciones.


Personalmente, el descubrimiento más importante ha sido la entrevista realizada en Provenza sobre la actividad de Monseñor Giovanni Ferrofino, hoy con 96 años, emisario de Pío XII y secretario del nuncio Monseñor Maurilio Silvani (representante vaticano en Haití desde 1939 a 1946). Monseñor Ferrofino recibía dos veces al año, en Haití, dos telegramas cifrados de parte de Pío XII y luego iba con el nuncio al General Trujillo (entonces presidente de la República Dominicana) para pedirle – en nombre del Papa - 800 visas para los judíos que, desde Portugal, estaban escapando de Europa a bordo de un barco. Esto ocurrió dos veces al año, desde 1939 a 1945: quiere decir que al menos 11 mil judíos pudieron ser salvados, sólo en referencia a este País.


Algunos expertos vaticanos a los cuales mostré esta entrevista, me han confesado no tener ninguna idea de este hecho. Monseñor Ferrofino fue testigo privilegiado de la frustración de Pío XII por la falta de ayuda de los Estados Unidos y de otros Países respecto a la necesidad de salvar a los judíos.


El encuentro con Martin Gilbert en Londres ha resultado muy instructivo: él, siendo judío, afirma que Pío XII debería ser reconocido como “Justo entre las Naciones” por el museo Yad Vashem por el trabajo que realizó al procurar visas a los judíos. Gilbert también sugiere con fuerza cambiar la inscripción que sobre Pío XII está en el memorial del Holocausto en Jerusalén.

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En la opinión pública, en los medios o en la publicidad – basta pensar en el reciente “Dios no es grande” de Hitchens – permanece, sin embargo, la imagen de Pío XII como el “Papa de Hitler”. ¿Debe haber otro apelativo con el cual recordar al Papa Pacelli?


Puedo decir que el libro de Cornwell (me refiero a “El Papa de Hitler”) ha sido completamente desmentido por expertos como el jesuita Peter Gumpel y Ronald Rychlak. Ha sido absolutamente equivocada la idea de que Pío XII fuese antisemita y colaborador, o tuviese alguna simpatía con la Alemania nazista. Durante el congreso de Roma intentaremos probar este hecho sobre la base de pruebas recogidas, y el mensaje debe ser difundido en los ambientes hebreos. Como judío puedo también decir que, en la obra de salvación de los hebreos durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII hizo concretamente mucho más que todos los otros líderes políticos y religiosos juntos: esto debería ser conocido en todo el mundo. Creo que para un hebreo es una obligación reconocer que, durante el período más oscuro de nuestra historia, fueron precisamente los gestos de la Iglesia Católica, bajo la directa indicación de Pío XII, el esfuerzo más grande para reducir al mínimo el sufrimiento del pueblo judío.


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Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


Fuente: Papa Ratzinger Blog

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martes, 26 de agosto de 2008

Un gran Pontificado de breve duración

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El pasado 6 de agosto, en el 30º aniversario del fallecimiento del Papa Montini, hacíamos referencia a lo que fue llamado “el año de los tres Papas”. Continuando con esta temática, recordamos hoy los 30 años del día en que fue elegido el sucesor de Pablo VI.

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El cónclave había empezado el 25 de agosto de 1978. Al siguiente día y en la cuarta votación, el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, era elevado a la Cátedra de Pedro. “Que Dios os perdone por lo que habéis hecho” diría en broma el nuevo Papa a los cardenales electores, luego de haber impartido la primera bendición urbi et orbe.

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En consideración a Juan XXIII y Pablo VI, Luciani decide adoptar el nombre de Juan Pablo: “un binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado”, dirá su inmediato sucesor en su primera encíclica. “Yo no tengo ni la sapientia cordis del Papa Juan, ni la preparación y la cultura del Papa Pablo, pero estoy en su puesto y debo procurar servir a la Iglesia. Espero que me ayudéis con vuestras oraciones”, dijo el nuevo Papa al rezar por primera vez, en la Plaza de san Pedro, el Angelus dominical.

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Su lema episcopal, humilitas, fue también la virtud característica de su vida y de su pontificado. Al recibir en audiencia a los cardenales que lo habían elegido, les dijo: “espero que mis hermanos cardenales ayuden con su acción a este pobre y desventurado vicario de Cristo a llevar su cruz. Ayuda que necesito tanto…”. En su primera catequesis de los miércoles trató precisamente la virtud de la humildad y afirmó: “me expongo a decir un despropósito, pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite los pecados graves. ¿Por qué? Porque aquellos que han cometido estos pecados, después, arrepentidos, se mantienen humildes. A nadie le da ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves. El Señor lo ha recomendado insistentemente: ¡sed humildes!”.

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En las siguientes catequesis se propuso explicar las siete virtudes que Juan XXIII llamaba “lámparas de la santificación”: fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza. Sólo llegó a hablar de las tres primeras. Dice Andrea Tornielli en su libro Papa Luciani, il parroco del mondo que “las cuatro audiencias generales que Juan Pablo I tuvo en el Vaticano han sido únicas. Únicas por su simplicidad y a la vez por su grandeza, con el Papa que, sin discursos escritos y con la actitud del párroco, enseña a los fieles hablándoles de la humildad, de la fe, de la esperanza y de la caridad”.

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Al tomar posesión de la Basílica de San Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma, decía a todos los fieles encomendados a su cuidado pastoral: “Es ley de Dios que no se puede hacer el bien a nadie si antes no se le ama… Puedo aseguraros que os amo, que deseo solamente entrar a vuestro servicio y poner mis pobres fuerzas, lo poco que tengo y que soy, a disposición de todos”.

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En esa misma homilía, se refería a la Sagrada Liturgia y a la importancia de celebrarla con dignidad, de la siguiente manera: “Desearía también que Roma diera el buen ejemplo de Liturgia celebrada piadosamente y sin creatividad desentonante. Algunos abusos en materia litúrgica han podido favorecer, por reacción, actitudes que han llevado a tomas de postura en sí mismas insostenibles y en contraste con el Evangelio. Al apelar, con afecto y esperanza, al sentido de responsabilidad de cada uno, quisiera asegurar que toda irregularidad litúrgica será diligentemente evitada”.

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Un día antes de morir, el Papa celebró su cuarta y última audiencia general. En ella, habló de la virtud de la caridad. Podríamos considerar el texto de esa catequesis casi como el testamento que dejó a la Iglesia. “Amar significa viajar, correr hacia el objeto amado. Así pues, amar a Dios es un viajar con el corazón hacia Dios. El viaje comporta también sacrificios, pero estos no deben detenernos. Es un viaje bellísimo…”.

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El pontificado de Juan Pablo I, aún siendo brevísimo, representa un momento importante en la vida de la Iglesia. El entonces Cardenal Ratzinger, según reveló en una entrevista hace algunos años, se alegró mucho con su elección: Tener como pastor de la Iglesia universal a un hombre con esa bondad y con esa fe luminosa era la garantía de que todo iba bien. Él mismo se quedó sorprendido y sentía el peso de la gran responsabilidad. Se veía que sufría un poco este golpe. No se esperaba la elección. No era un hombre que buscaba hacer carrera, sino que consideraba los cargos que había desempeñado como un servicio y también un sufrimiento”.

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Para terminar, citamos unas palabras que el Papa Wojtyla pronunció en el año 2003, con ocasión del 25º aniversario de la elección de Juan Pablo I: “Fue, ante todo, un maestro de fe límpida, sin concesiones a modas pasajeras y mundanas. Trataba de adaptar sus enseñanzas a la sensibilidad de la gente, pero conservando siempre la claridad de la doctrina y la coherencia de su aplicación a la vida. Pero el secreto de su fascinación era un contacto ininterrumpido con el Señor. «Tú lo sabes. Contigo me esfuerzo por tener un coloquio continuo», había apuntado en uno de sus escritos en forma de carta a Jesús... Humildad y optimismo fueron la característica de su existencia. Precisamente gracias a estas dotes dejó, durante su paso fugaz entre nosotros, un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones”.

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Para conocer más acerca de la vida del Siervo de Dios Juan Pablo I - Albino Luciani, recomendamos visitar el sitio Papa Luciani.

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lunes, 25 de agosto de 2008

Ranjith: Debemos reunir el coraje para corregir esto

Presentamos la traducción de otra entrevista realizada a Mons. Malcolm Ranjith. El presente reportaje fue llevado a cabo por el diario católico alemán Die Tagespost después de la celebración de la Misa que ofició el Secretario de la Congregación para el Culto Divino en Baviera el día de la Asunción de la Santísima Virgen.

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Die Tagespost: Asia es considerada en Europa como el continente de la contemplación, el misticismo y la profundidad espiritual. ¿Qué es lo que la Iglesia Universal puede aprender de la Iglesia en Asia?


Mons. Ranjith: La Iglesia Universal puede aprender mucho de la Iglesia en Asia. El pre-requisito para esto es la inculturación entendida correctamente, es decir, la integración exitosa de ciertos aspectos de la cultura asiática en una cristiandad viva. Hablo aquí de la inculturación entendida propiamente, porque la inculturación ha sido en parte mal entendida en Asia, y no en parte menor por aquellos mismos que hablan de la inculturación. Debemos no engañarnos a nosotros mismos acerca de lo que es realmente asiático. Con relación a las ideologías occidentales, escuelas de pensamiento, la influencia del secularismo y las perspectivas horizontales que no liberan verdaderamente al hombre, no podemos hablar de espiritualidad asiática y valores asiáticos. Sólo si retornamos a las raíces y hablamos auténticamente acerca de los valores de Asia y del estilo asiático de vida, podemos contribuir a la Iglesia Universal. Cualquier otra cosa no sería sino humo y espejismos. En orden a evitar una visión superficial de la inculturación debemos distinguir entre lo que es verdaderamente asiático y lo que pertenece a las religiones asiáticas. Muchas prácticas religiosas se han desarrollado a partir de la vida cotidiana. Confundir las dos sería dejar espacio a una teología sincretista y a la destrucción del estilo de vida católico romano. Por eso, debemos primero hacer una especie de desmitologización y ver qué es lo que está detrás de muchas actitudes religiosas. Sólo entonces puede discernirse qué es lo verdaderamente asiático.

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DT: ¿Dónde ve ejemplos de una inculturación cristiana fallida en Asia?


MR: Es, por ejemplo, completamente asiático el respetar los símbolos religiosos, tales como el atuendo sacerdotal y la vestimenta religiosa. En ningún templo budista encontrarán monjes que no usen hábito. Los “Hindusanyasis” tienen signos de identidad que los distingue de otros en el templo o en la calle. Esta actitud no es ni típicamente budista ni típicamente hindú, es asiática. Los asiáticos quieren señalar con estos símbolos la realidad que está detrás de la realidad exterior visible. Consideran, por ejemplo, a las vestimentas sacerdotales o religiosas como una distinction que hace que la persona determinada se destaque de la masa por su ideal personal. Cuando los sacerdotes y religiosos aparecen con la ropa civil occidental y no revelan su estado, esto no tiene nada que ver con la inculturación, sino con una mirada pseudo-asiática, que es de hecho bastante europea. Por esto, es muy lamentable que los sacerdotes y religiosos en muchos países de Asia no usen ya más las vestimentas correspondientes a su estado. Una de las congregaciones mundialmente conocidas, que ha diseñado exitosamente un hábito religioso modelado según la forma de vestir local, es la Congregación de las Misioneras de la Caridad (las Hermanas de la Madre Teresa). Ellas son un ejemplo de inculturación cristiana exitosa, porque cada niño en la calle las puede identificar inmediatamente.

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DT: ¿Qué estándares se aplican a la inculturación exitosa?


MR: El texto sinodal “Ecclesia in Asia” señala expresamente que Cristo fue asiático. Las raíces de la cristiandad y la cultura judía que Jesús encontró en Jerusalén, eran asiáticas. Por supuesto que la cristiandad se ha extendido en Occidente por medio del pensamiento greco-romano. San Pablo y otros fueron una especie de pioneros en esto. Desafortunadamente, las vicisitudes de la historia hicieron imposible una pronta difusión de la cristiandad en Asia. Simplemente no hubo suficiente “entrada” en la forma asiática de pensar. En Asia, aún predomina la imagen de la cristiandad como una religión importada por los colonialistas. Pero eso no es verdad. La cristiandad llegó a Asia mucho antes que los poderes coloniales. En la India, por ejemplo, tenemos la fuerte tradición de los cristianos de Santo Tomás. El que quiera transferir la cristiandad a la forma de vida asiática, debe mostrar humildad ante el Misterio de Dios. Sólo una persona creyente puede tener éxito.


No es un asunto de competencia teológica o filosófica. El hombre de la calle, simple y devoto, puede estar a menudo en ventaja, porque se acerca al Misterio de Dios sin prejuicios, y está completamente impregnado por el mensaje cristiano. La “vox populi” juega un rol importante en la inculturación. La inculturación sólo es posible con personas profundamente religiosas y de oración.


Los teólogos a menudo olvidan que sólo de rodillas podemos descubrir el verdadero valor del mensaje de Jesús. Vemos esto en la forma en que evangelizó Pablo. Él era un hombre de Dios, que amaba a Dios y que dedicó su vida totalmente a Cristo y vivió en constante contacto con Él. Sólo gente como ésta puede ser el estándar para la inculturación cristiana. De lo contrario, la cristiandad no pasará de ser una mera cubierta de libro. Y desafortunadamente, uno tiene que decir que, al presente, no hay en Asia un pensamiento teológico serio. Tenemos un gran popurrí de ideas: un poco de teología de la liberación de América Latina, un poco de teología occidental, algo de la actual filosofía de las universidades occidentales – todo se intenta impulsivamente. Así, hay una especie de aislamiento, por el cual uno no está ya abierto al Misterio de los caminos de Dios. La teología es solamente considerada una especie de evento humano. Falta la apertura a la Luz de Dios. Falta el sentido de la profunda unión mística con Dios, así como la habilidad para comprender la fe de la gente ordinaria. Pero son precisamente éstas las características que un teólogo necesita.

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DT: Se oyen voces desde Asia que dicen que el debate sobre la liturgia tridentina es típicamente europeo y no tiene nada que ver con las preocupaciones de las personas en áreas de misión. ¿Cómo evalúa esto?


MR: Bueno, ésas son opiniones individuales que no pueden ser generalizadas. Que Asia entera rechace la Misa Tridentina es inconcebible. Uno debe estar precavido de generalizaciones como “la Misa antigua no pega con Asia”. Es precisamente la liturgia de rito extraordinario la que refleja en toda su profundidad algunos valores asiáticos. Por sobre todo, el aspecto de la Redención y la perspectiva vertical de la vida humana; la relación profundamente personal entre Dios y el sacerdote y entre Dios y la comunidad son expresadas más claramente en la liturgia antigua que en el Novus Ordo. En contraste, el Novus Ordo remarca más la perspectiva horizontal. Esto no significa que el Novus Ordo en sí mismo se identifique con una perspectiva horizontal, sino que ésta es la interpretación de diferentes escuelas litúrgicas que consideran la Misa más como una experiencia de comunidad. Cuando se cuestiona la forma de pensar establecida, algunos se sienten incomodados. La Santa Misa no es solamente el Memorial de la Última Cena, sino que es también el Sacrificio de Cristo y el Misterio de nuestra Salvación. Sin el Viernes Santo, la Última Cena carece de significado. La Cruz es el maravilloso signo del Amor de Dios, y sólo en relación con la Cruz es posible una verdadera comunidad. Aquí está el verdadero punto de partida para la evangelización de Asia.

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DT: ¿En qué forma ha contribuido la reforma litúrgica postconciliar a una renovación espiritual?


MR: El uso del vernáculo ha hecho que mucha gente comprenda más profundamente el Misterio de la Eucaristía, y ha procurado una relación más intensa con los textos de la Escritura. Se ha animado a la participación activa de los fieles. Sin embargo, esto no significa que la Misa deba ser enteramente orientada al diálogo. La Misa debe tener momentos de silencio, de oración personal e interior. Donde se habla incesantemente, el hombre no puede ser profundamente penetrado por el misterio. No debemos hablar ininterrumpidamente en la Presencia de Dios, también tenemos que dejarle hablar a Él. La renovación litúrgica se ha visto afectada, sin embargo, por arbitrariedades experimentales con las que la Misa se celebra como una liturgia del “hágalo usted mismo”. El espíritu de la liturgia ha sido, hablando de alguna manera, secuestrado. Lo que ha sucedido ya no puede deshacerse. El hecho es que nuestras iglesias están más vacías. Por supuesto que hay también otros factores: el consumismo desenfrenado, el secularismo, una imagen agrandada del hombre. Debemos reunir el coraje para corregir esto, porque no todo lo que sucedió después de la reforma de la liturgia estuvo de acuerdo con la intención del Concilio. ¿Por qué tendríamos que arrastrar un lastre que el Concilio definitivamente no quiso?

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DT: En Alemania, es cada vez más frecuente que la Santa Misa sea reemplazada por celebraciones de la Palabra de Dios guiadas por laicos, aunque hay sacerdotes disponibles. Además, en muchos lugares los sacerdotes, debido a la fusión de parroquias, tienen que concelebrar más frecuentemente, por lo que incluso se celebran menos Misas. ¿La Iglesia tiene que repensar la práctica de la concelebración?


MR: Ésta no es tanto una cuestión de concelebración como una cuestión de comprensión de la Misa y de la imagen del sacerdote. El sacerdote realiza en la Eucaristía lo que los demás no pueden hacer. Como “alter Christus”, no es él la persona principal, sino el Señor. Las concelebraciones debieran limitarse a ocasiones especiales. Una concelebración que signifique la despersonalización de la celebración de la Misa es, además, tan equivocada como la noción de que puede obligarse a un sacerdote a concelebrar regularmente, o que pueden cerrarse las iglesias de distintos pueblos y concentrar la Misa en un solo lugar aún cuando hay suficientes celebrantes disponibles.

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Traducción realizada por La Buhardilla de Jerónimo


Texto fuente en The New Liturgical Movement

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Liturgia, canto y sensus ecclesiae

 

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En todos los tiempos, Santos y Pontífices se han preocupado por el problema del canto sagrado.

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Apenas terminado el himno de la sangre y la música de los mártires ante el rugido de las fieras y la ferocidad de las hienas humanas, desde Jerusalén y desde Roma, desde la Milán de San Ambrosio y de la Hipona de San Agustín, se elevó el canto.

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En Jerusalén, como nos narra la Peregrinatio Sylviae, los niños intervenían en los oficios litúrgicos, y ciertas antífonas “cum infantibus” que quedan en algunas liturgias son un eco lejano y fascinador. El Papa San Gregorio Magno descendía y enseñaba entre los niños, con la palmeta del maestro en las manos, y dondequiera, desde las iglesias de Oriente a las de Occidente, una armonía se iba difundiendo y expresaba una vida interior profundamente sentida.

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Dos eran los principios informadores de aquel canto sagrado. Ante todo, se decía, el alma es la que debe cantar. La música de Dios no era considerada como una cuestión de buena voz de la misma manera que una poesía no es cuestión de tinta. Naturalmente, si las cuerdas vocales funcionan defectuosamente, no se tiene oído, es mejor callarse, porque tampoco Dante hubiera podido escribir la Divina Comedia si le hubierais roto la pluma. Aparte de esto, recomendaba San Agustín: “Cante tu corazón, cante tu alma; cante todo tu ser”. Como se pinta y se esculpe con el alma, así con el alma se canta.

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Esta es la ley de todo artista, incluido el teatral. Si quiere conmover, arrastrar, comunicar sus sentimientos de ira o de alegría, debe transformarse en su personaje, identificarse con él y cantar con él. Pero el canto sagrado tiene un carácter específico: exige que nos unamos a la Iglesia, que nos sintamos unidos y viviendo con ella, que junto con ella se eleve la voz a Dios. Por esto –como recordaba San Pío X en el Motu Proprio sobre la música sagrada- el canto gregoriano se había prefijado como principal objetivo el hacer florecer y conservar en los fieles el verdadero espíritu cristiano.

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Por eso, a la música polifónica la Iglesia prefirió el canto llano, la voz única que mejor expresa la unidad de la Iglesia que canta.

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Desde los primeros tiempos, los ingenuos cantos de las sagradas preces y del sacrificio encendían en el pueblo el fervor cristiano. Fue allí, en las vetustas basílicas, donde el obispo, clero y pueblo alternaban en las divinas alabanzas, donde no pocos de los bárbaros, como dice la historia, conmovidos por los cantos de la liturgia, ingresaron en la civilización cristiana. Era allí en el Templo donde el propio opresor de la familia cristiana sentía mejor el valor y la eficacia del dogma de la Comunión de los Santos; por ello el emperador Valente, arriano, quedó aturdido ante la majestad con que San Basilio celebraba los divinos misterios y en Milán los herejes acusaban a San Ambrosio de hechizar a las turbas con el encantamiento de sus cantos litúrgicos, con los mismos cantos que conmovieron a San Agustín y los decidieron a abrazar la fe de Cristo.

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Fue luego en las iglesias, donde casi toda la civilización se unía como en un inmenso coro, donde los artistas, los arquitectos, los pintores, los escultores y los mismos literatos, aprendieron de la liturgia aquel complejo de conocimientos teológicos que hoy tanto brillan y se admiran en aquellos insignes monumentos de la Edad Media. Precisamente porque el sensus Ecclesiae hacía vibrar como un arpa el alma de los artistas, por medio de ellos se comunicaba a todos los demás; y a todos comunicaba la divina belleza y la vitalidad del Cuerpo Místico de Cristo.

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Pero no queremos detenernos sólo en el canto sagrado. Debemos hablar también aquí de otra música, de otro arte, que todo cristiano debe cultivar y que se rige por los mismos principios fundamentales del canto sagrado. En efecto, vivir unidos, conscientemente unidos a la Iglesia; sentire cum Ecclesia, es el secreto para que la oración sea espontánea y bella, para que también nuestra alma cante el himno de la piedad. El camino más indicado para realizar nuestra vida cum Ecclesia es la liturgia. La primera e indispensable fuente de la que se puede beber el fervor de la piedad no es otra sino la participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración solemne de la Iglesia.

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Sensus Ecclesiae y vida litúrgica están unidos como los miembros de un organismo y ejercen mutuamente sus influencias. Si no se tiene unión vívida y consciente con la Iglesia es imposible comprender las maravillas que en inmensa abundancia nos ofrece la liturgia, ni menos se puede vivirla. Por otra parte, si la oración pública y oficial de la Iglesia nos resulta una añadidura cualquiera de nuestra oración privada desprovista de importancia, no podremos jamás afirmar con verdad el sentire cum Ecclesia.

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Si los monjes de San Benito interrumpían el sueño para levantarse a cantar los maitines para el Esposo; si San Francisco Javier exclamaba, a propósito del Oficio Divino: “Psalterium meum, gaudium meum”; si Santa Catalina de Bolonia ardía en deseos de cerrar su vida salmodiando en el coro; si la piadosa campana del monasterio que invitaba al Oficio hacía estremecer de alegría a Santa María Magdalena de Pazzi; si San Alfonso colocaba a la Misa sobre todo homenaje al Señor y añadía que “cien oraciones privadas no tienen el valor de una sola plegaria del Oficio”, era porque estas almas, completa y profundamente cristianas, comprendían la diversidad existente entre una palabra pronunciada en nombre propio, y la misma palabra, pronunciada por el mismo individuo, en calidad de embajador de una nación. La diferencia que hay entre el yo que ora y todo el Cuerpo Místico de Cristo que se dirige al Padre, vivificado y hecho omnipotente en la invocación, por los “gemidos inenarrables” del Espíritu Santo.

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Cuando rezamos, si nuestro espíritu está unido a la Iglesia con renovada conciencia, aún cuando no supíesemos leer, o estuviésemos privados del texto litúrgico, nuestra participación en la oración litúrgica puede ser activa. Las hermanas de un monasterio recitaban el Breviario en latín sin comprender lo que decían. Alguien observó al respecto: no importa, pronuncian palabras de la Iglesia; es la Iglesia que ora en ellas; y las mismas escriben un documento en el cual Jesucristo no rehusa estampar su firma. Es la confianza en la Iglesia, confianza en la madre, la que hace decir Amén a los fieles aún cuando no comprendan algunas palabras que pronuncia el sacerdote en la celebración litúrgica.

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Del capítulo IX del libro “La Piedad Cristiana”

de Mons. Francisco Olgiati.

Adaptación realizada por La Buhardilla de Jerónimo.

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sábado, 23 de agosto de 2008

Ego obtuli orationem tuam Domino

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Un sacerdote interroga a un joven de su parroquia:


-¿Cuántos sois en casa?


- Somos siete…


- Bien. Entonces hay allí siete ángeles. Seguro que no has sido capaz de dirigirles un pensamiento de saludo… ¿Cuándo has saludado en tu vida, en el silencio de tu corazón, al Ángel de tu papá, de tu mamá, o de tus hermanos?... De la misma manera, vienes a menudo a visitarme; me sonríes y me hablas; y está muy bien. Pero ¿cuándo saludaste a mi Ángel?...


- Nunca. Jamás se me ocurrió saludar a los ángeles de los demás. Sólo algunas veces rezo el Ángel de Dios…


- Muy mal. ¿Te parece coherente decir que crees en los ángeles y luego, en la práctica, obras como sin no creyeses absolutamente? Lo sobrenatural tiene su lógica inexorable y es necesario seguirla. Por eso voy a enseñarte algo muy importante… Pon mucha atención.


1º) Por la mañana, apenas despierto, debes imitar el ejemplo de Santa Margarita María, que se dirigía, abriendo los ojos a la luz del día, a su Ángel y le confiaba su corazón, para que lo llevase al Corazón de Jesús en el Tabernáculo: “Enviad a menudo –solía decir– por medio de vuestro Ángel vuestro corazón a rendir homenaje al de Jesús Sacramentado”.


2º) Luego, mientras te vistes, recitarás el Ángel de Dios, pero no de manera mecánica, sino con atención y saludando con afecto a tu Ángel que está cerca.


3º) Caminando por la calle, aprenderás a saludar a los ángeles. Junto a cada persona que pasa a tu lado, pasa también un Ángel. Quizá está suplicando por el alma que le está confiada, que se encuentra en pecado… Si tú le rezas en tu corazón, él llevará tu oración al Señor. Este es uno de los oficios de los ángeles. (Cuando orabas, dijo Rafael a Tobías, “ego obtuli orationem tuam Domino…” [yo presentaba al Señor tus oraciones]). Cuántas conversiones podríamos obtener, si supiéramos rezar en la calle a los ángeles. Además, ya ves cómo el saludo a los ángeles en la calle, es el medio práctico para no caer en el lago de las miradas impuras y de las tentaciones.


4º) Entrando en la iglesia, no olvidarás nunca la enseñanza de los Padres y sobre todo de San Juan Crisóstomo. Era obispo de Constantinopla y acostumbraba a sus fieles a recordar que el altar está circundado de ángeles y que éstos, sobre todo en el momento de la Consagración, presentan a Dios la Sangre de su Divino Hijo.


5º) Además, cuando estés en la iglesia, rezarás juntamente con tu Ángel. Cuando digas, por ejemplo, el Angelus, es la visión de Gabriel que se te presenta. Si recitas un Ave María, debes saludar a la Virgen con el mismo afecto del Ángel. Cuando comulgues piensa que tu Ángel Custodio te conduce a la balaustrada y recibe alegremente a Jesús que viene hacia ti, y luego lo adora en tu corazón. ¡Qué bien haríamos las comuniones si nos recordáramos de nuestro Ángel!


6º) Cuando estés en la Santa Misa, busca todos los puntos que tengan alguna referencia con los ángeles: el Gloria, que fue cantado un día sobre la gruta de Belén, y es repetido ahora sobre cada iglesia; el prefacio, donde la Iglesia invoca las jerarquías angélicas, que alaban al Padre por medio de Cristo: “per quem maiestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates…”. La oración a San Miguel Arcángel, tan recomendada para el final de la Misa, debes rezarla con el pensamiento puesto en el Príncipe de los Ángeles.


7º) Así, durante todo el día. En familia, saludarás al Ángel de tu papá, de tu mamá, y de tus hermanos. En la escuela saludarás a los ángeles de tus compañeros. Cada blasfemia, cada mala conversación que escuches, será para ti una ocasión y una invitación a pensar en los ángeles, a rezar a los ángeles, a unirte a ellos en la reparación. Ante cada tentación vuelve prontamente tu pensamiento e invocación a tu Ángel Custodio. Cuando te acerques a hablar con alguien, saluda a su Ángel. Especialmente tenemos que hacer esto cuando nos acercamos a un sacerdote.


8º) Por último, la jornada debe cerrarse con el Ángel de Dios en las oraciones de la noche. Acompaña esta oración con el pensamiento de que cerca de tu lecho el Ángel vela y te sustituye en tu saludo al Señor mientras duermes.


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Del capítulo VIII del libro “La Piedad Cristiana” de Mons. Francisco Olgiati.

Adaptación realizada por La Buhardilla de Jerónimo.

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