Uno de nuestros lectores nos avisó sobre la nota que publica hoy el Catholic Herald de Inglaterra. Presentamos aquí su traducción. Se trata de interesantes afirmaciones del obispo de Lancaster sobre la realidad actual de la Iglesia.
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La Iglesia de Inglaterra y Gales está perdiendo su identidad católica, dijo un obispo esta semana.
El obispo Patrick O'Donoghue de Lancaster hizo esta afirmación en un documento de 92 páginas altamente crítico de la dirección de la Iglesia en los últimos 40 años. El documento, descrito por distintos párrocos como “dinamita”, trata sobre la disminución de vocaciones, la caída en la asistencia a Misa y el futuro de la Iglesia.
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La pérdida de identidad católica proviene del rechazo de la enseñanza de la Iglesia, unido a una ampliamente difundida mala interpretación de las reformas del Concilio Vaticano II, dice el documento.
El obispo desafía tanto al laicado como al clero a re-examinar lo que significa ser católico y a retornar a las “fuentes de nuestra identidad católica”.
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El obispo O'Donoghue escribe: “Estoy convencido de que si vamos a despertarnos del desánimo que está haciendo presa de la Iglesia en este país, debemos retornar a las fuentes de nuestra identidad católica y misión, para renovar nuestra fuerza y vitalidad”.
“De esta forma estaremos, por la Gracia del Espíritu Santo, en posición de contrarrestar la influencia negativa y restringente del secularismo y del hedonismo que actualmente domina nuestra sociedad”.
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El documento, titulado “Iglesia, ¿lista para la Misión?”, fue publicado el miércoles y viene inmediatamente después de “Escuelas, ¿listas para la Misión?” que pedía un ethos católico más fuerte para las escuelas diocesanas y que recibió mucho elogio del Vaticano.
Escrito para la diócesis, pero también para “todos los católicos que aman a la Iglesia y se preocupan profundamente por el futuro del Catolicismo”, marca el fin del examen diocesano de 16 meses por parte del Obispo O'Donoghue.
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Comenzó con la formulación de preguntas dolorosas acerca de la baja en la asistencia a Misa, la caída en el número de casamientos y bautismos, y la falta de vocaciones y energía en la Iglesia. Concluye que la Iglesia se ha distanciado a sí misma de las verdaderas intenciones del Concilio Vaticano II y de la Tradición.
Mons. O'Donoghue, de 74 años, dice: “Aunque somos fortalecidos y sanados por el Señor por medio de su Palabra y sus Sacramentos, la mayoría de entre nosotros no está respondiendo al llamamiento del Señor de tomar parte en la misión de esperanza. En particular, las misiones en las parroquias con familias y gente joven no están desarrolladas o permanecen en un bajo desarrollo, con unas pocas excepciones. La pasión por servir al Señor está notablemente ausente en muchos casos. Parece haber, a veces, un cansancio y una reticencia para predicar el Evangelio.
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“Una de las razones por las que nos vemos “reunidos pero no enviados” es la falta de confianza y de conocimiento de la fe católica. Esto es el resultado de una falta de formación y de catequistas preparados y de oración… nuestra Iglesia a menudo parece mirarse a sí misma, ocupada en sí misma y desprendida de la vida cotidiana de nuestras comunidades”.
“Pareciera que muchos de nosotros hemos olvidado la verdad básica sobre la naturaleza de la Iglesia, que hemos sido convocados como Pueblo de Dios, no para ser servidos sino para servir a Dios y a los demás, especialmente a los débiles y a los pobres”.
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En un análisis paso a paso de los problemas y los logros del Concilio Vaticano II, documento a documento, Mons. O'Donoghue identifica la necesidad de una renovación en la Iglesia principalmente por medio de una re-afirmación de la fe, de la obediencia a los obispos en comunión con el Papa, de una doctrina y liturgia sólidas.
El Obispo escribe: “Al reflexionar sobre los grandes temas que enfrenta esta generación en la vida de la Iglesia, me he convencido más y más de que las respuestas han de ser encontradas en un compromiso orante, fiel y creativo con el Depósito de la Fe presentado en los documentos del Concilio Vaticano II y en su gran resumen, el Catecismo de la Iglesia Católica”.
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El Obispo critica a los católicos que se han alejado de la enseñanza de la Iglesia en nombre del Concilio Vaticano II.
Dice: “Todos nosotros, con alarma, hemos sido testigos de cómo muchos que profesan ser católicos desautorizan la autoridad de enseñar de la Iglesia, particularmente del Papa y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desestimando las tradiciones apostólicas y las doctrinas de los Padres, y dando el lugar de honor a las opiniones de moda en la sociedad”.
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Citando al teólogo Henri de Lubac, dice que para implementar verdaderamente el Concilio Vaticano II “es necesario que todos nosotros recuperemos el sentido católico de equilibrio entre el cambio y la continuidad, manteniendo la comprensión católica de la Iglesia que «en la práctica es una tradición continua y una viva autoridad presente»”.
La primera mitad trata sobre asuntos de dirección e identidad, mientras que la segunda trata sobre el Concilio. En la sección titulada: “¿Hemos olvidado lo que significa ser católico?”, Mons. O’Donoghue dice que las personas que deliberadamente no asisten a Misa los domingos, niegan el pecado y no acuden a la Confesión, no son completamente católicas.
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“Ser «católico» tiene el significado definido de abrazar totalmente a Cristo como Él se expresa a Sí mismo por medio de su Iglesia Católica. Lo opuesto a ser católico sería ponernos como jueces de la fe de la Iglesia, tomar y elegir lo que nos atrae y rechazar lo que no nos gusta”, dice.
Critica el aumento de una fe “privatizada” que se centra demasiado “en la experiencia subjetiva personal de la fe” y hace caso omiso de “la verdad objetiva, revelada, de la Iglesia”.
La justicia y la paz, dice, no son más importantes que la Misa, y la enseñanza de la Iglesia sobre la santidad de vida no es opcional.
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Mons. O’Donoghue insiste en que la Eucaristía tiene que estar en el centro de la fe, y que debe animarse a la adoración. También reclama una adhesión más fiel al Derecho Canónico, y un renovado enfoque en la salvación y en las vocaciones, así como el uso del Catecismo.
En la segunda parte del documento, el obispo afirma que se ha dado un enfoque indebido a una interpretación del Concilio centrada en el hombre, lo que llevó a interpretaciones populares e incorrectas nunca queridas por los Padres Conciliares.
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Mons. O’Donoghue dice: “En sus procedimientos, el Concilio buscó dar la primacía a Dios y no al hombre, como muchas interpretaciones populares han pretendido sostener, poniendo el énfasis en la novedad de la Constitución Pastoral sobre el mundo moderno”.
El obispo también deja su parte de culpa a los obispos mismos, por delegar sus responsabilidades a comisiones formadas por laicos.
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Dice que las agencias y departamentos de la Conferencia Episcopal actúan autónomamente – pero no siempre sostienen la enseñanza de la Iglesia en su totalidad al tratar con las autoridades seculares. Las estructuras de la Conferencia no dejan que los obispos hablen individualmente sobre asuntos de importancia para la Iglesia y la sociedad.
También dice que la falla de los obispos en obtener acuerdo sobre distintos temas, ha resultado, a menudo, en declaraciones o intervenciones inadecuadas en lugar del testimonio que “tan urgentemente” se necesita.
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Mons. O’Donoghue dice que ha querido registrar particularmente su “desilusión” porque los obispos han fallado en producir una “respuesta colegial a la legislación del gobierno sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo” en la que se amenaza con el cierre a las agencias católicas de adopción a no ser que estén de acuerdo en evaluar a parejas homosexuales como potenciales padres adoptivos.
“El problema de intentar llegar a un consenso entre obispos con visiones divergentes es que las declaraciones y documentos de la Conferencia Episcopal tienen una tendencia a ser a menudo monótonas e inocuas, en un tiempo en que necesitamos declaraciones públicas apasionadas y llenas de coraje, en las que nos atrevamos a decir la completa verdad en caridad”.
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Fuente: Catholic Herald
Traducción por La Buhardilla de Jerónimo
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