"...está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel: En los últimos tiempos - dice Dios- derramaré mi espíritu sobre todos: sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños..." (Hechos 2, 16-17)
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A los historiadores escépticos les resulta fácil rechazar lo que se llama el elemento onírico de los biógrafos tradicionales, pues simplemente se preguntan ¿qué prueba tenemos de que todo eso no fue inventado más tarde?
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Esto significaría desconocer la psicología del hombre de la Edad Media que con tanta frecuencia actuaba por premoniciones y veía en el sueño un medio elegido por Dios para comunicarse con él y a veces transmitirle su voluntad. Lo mismo sucedía con las visiones. Intelectuales sin duda, pero de una precisión tal que el hombre tenía la certeza de ver una imagen exterior a sí mismo. A sus ojos, la ilusión no era posible y la acción continuaba, apartando todo razonamiento. No existía entonces el psicoanálisis para perturbar ese sistema de ideas-fuerzas venidas de otro mundo. Para la humanidad de esos tiempos lejanos, el sueño brindaba una fuente de energía espiritual e incluso de revelaciones místicas. ¿Hemos cambiado mucho en ese punto?
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Las exploraciones científicas en las profundidades del cerebro del hombre dormido nos proporcionan interesantes comprobaciones acerca de las intermitencias del sueño. Se puede privar a un hombre de sus sueños despertándolo en el instante en que el sueño comienza, pero, al cabo de cierto número de noches sin sueños, morirá. Necesitamos de nuestros sueños para vivir. Esta magnífica verdad es un descubrimiento de nuestro tiempo, pero deja intacto el secreto de esa extraña vida en la que el alma se mueve durante aproximdadamente un tercio de nuestra experiencia terrena. Una vez cumplido su rol, los sueños se borran. Los que nos quedan, conservan a veces una apariencia de realidad alucinante. El hombre de la Edad Media no los ocultaba y se dejaba dirigir por ellos cuando los creía venidos de lo alto, pero, para nosotros, esta imaginería un poco fantasmal es como una serie de recuerdos de un viaje hecho por un irresponsable y rechazamos el testimonio de un viajero que no es guiado por la diosa Razón. Aunque la verdad es que esta fantasmagoría vital ocupa su lugar en nuestro destino.
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En esas confrontaciones nocturnas de sí mismo consigo mismo, el soñador de los siglos XII y XIII, más cerca de un mundo instintivo que nosotros, sabía, quizás mejor de lo que creemos, separar lo carnal de lo espiritual. Algunos textos de la Escritura le proporcionaban abundantes ejemplos que hoy seguimos considerando históricos. El sueño de Jacob que vio ángeles subiendo y bajando una escalera que llegaba al cielo, el del Faraón que soñó con vacas gordas seguidas de vacas flacas, lo que luego sería dilucidado por José. Estos sueños reveladores irrumpen en la noche de la Historia, y eso hasta en los tiempos modernos.[...]
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Entre Inocencio III y Francisco de Asís la comunicación se realizaba de visión a visión, respondiéndose una a otra, como dos barcos que se cruzan de noche en pleno océano. [En una oportunidad] mientras observaba al bondadoso obstinado [es decir, a San Francisco] el Papa recordó un sueño que había tenido hacía mucho tiempo y que lo había llenado de inquietud. Se veía durmiendo en su cama, con la tiara en la cabeza, y la basílica de Letrán inclinándose peligrosamente hacia un lado, cuando, felizmente, un monje, con aspecto de mendigo, apoyando su hombro en ella, la sostuvo e impidió que se derrumbara. Ahora reconocía al mendigo: era el mismo que le estaba hablando.
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Tomado de la obra de Julien Green, “Hermano Francisco”.
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