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San Pio X
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Ninguna lectura parcial y ningún análisis crítico del período histórico en el que vivió, o incluso de su servicio pontifical, pueden afectar aquello que ha sido y sigue siendo el juicio de la Iglesia sobre este hombre que, como se ha dicho justamente, fue grande porque fue santo…
De hecho, como todos los grandes Pontífices, podemos decir que no hay sector o aspecto de la vida de la Iglesia en el que Pío X no haya entrado para discernir, orientar, determinar, relanzar. Recordamos brevemente el campo de la liturgia, los sacramentos, la catequesis y la predicación, el canto y el arte sacros, el derecho eclesiástico, el apostolado social, los seminarios y la formación sacerdotal, los estudios bíblicos, la organización eclesiástica: en cada uno de estos ámbitos intervino con mano hábil y firme, con decisiones providenciales e incisivas. Dio orientaciones innovadoras y proféticas y, al mismo tiempo, consolidó e incrementó la fe de la Iglesia. Esta fue su máxima aspiración y preocupación: la autenticidad, la claridad, la transparencia de la fe en todo el pueblo de Dios. Luchó y sufrió por la libertad de la Iglesia, y por esta libertad se mostró pronto a sacrificar privilegios y honores, a afrontar incomprensiones y ofensas, ya que valoraba esta libertad como garantía última para la integridad y la coherencia de la fe. No se dejó detener por ningún respeto humano ni por cálculos oportunistas cuando se trató de defender los derechos de Cristo, de la Iglesia y de los más pequeños de sus hermanos…
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Ciertamente, Pedro se sentía indigno cuando Cristo habló con él después de la resurrección – después de la triple negación – y se sentía indigno Pablo, que en el pasado había perseguido a los cristianos. Indigno se sentía también Giuseppe Sarto cuando Cristo lo llamó: primero, al sacerdocio; luego, al episcopado; y finalmente -en la Capilla Sixtina, en la elección del Cónclave- como Sucesor de San Pedro en Roma. Se sentía indigno. Y al mismo tiempo, por la gracia del Espíritu Santo, tenía conciencia de que Dios, que desde el inicio confiaba su Evangelio a “hombres indignos”, quería a través de las diversas etapas confiárselo precisamente a él: a Giuseppe Sarto, hijo de esta tierra en la cual hoy se encuentra en peregrinación otro indigno sucesor de San Pedro para dar gracias a Dios por todo el servicio del Evangelio que la Iglesia debe a Pío X, Giuseppe Sarto. El Evangelio le fue confiado a él porque “sufrió”, experimentó el sacrificio en su vida, en la pobreza de sus orígenes, en la asidua aplicación al estudio, en la necesidad de la caridad de los demás, para alcanzar la deseada meta del sacerdocio.
Tuvo la valentía de anunciar el Evangelio de Dios en medio de muchas luchas. Desde que era un joven sacerdote -como atestiguan los laboriosos cuadernos del catecismo compilado en Salzano- luchó contra la ignorancia religiosa, se prodigó hacia los pobres contribuyendo solícitamente con su promoción social. Como Obispo de Mantova se dedicó a llevar al clero a una conveniente práctica de la vida pastoral. Pero sobre todo como Sumo Pontífice vivió su pontificado “en medio de muchas luchas”, obrando con valentía, a veces en la incomprensión y en el llanto, pero con una decidida voluntad de salvar a la Iglesia del riesgo de doctrinas alienantes para la integridad del Evangelio. Trabajó con gran sinceridad para poner en evidencia los pliegues solapados del sistema teológico del modernismo, con gran valentía y movido sólo por el deseo de la verdad a fin de que la revelación no fuera desfigurada en su contenido esencial.
Este gran proyecto obligó a Pío X a un continuo trabajo interior para no buscar “agradar a los hombres”. Sabemos bien cuántas adversidades debió sufrir precisamente por la impopularidad a la que se sometió con sus decisiones. Quiso agradar “a Dios, que examina nuestros corazones”, como discípulo fiel del maestro Jesús. “Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia” (cfr. Pío X, Encíclica Pascendi).
Dio un ejemplo a la Iglesia buscando siempre todas las ocasiones posibles para “partir el pan” de la palabra de Dios a los pequeños, a la gente simple, mediante la catequesis, cuidando de sus creaturas como una madre que nutre, educa y defiende. Hombre de sentido práctico, se sentía en el deber de trazar detalladamente los programas de su acción pastoral también para los demás pastores de la Iglesia a fin de que ninguno quedara excluido de la empresa apostólica que era necesaria por el bien del Pueblo de Dios. Verdaderamente, de este modo amó con todo su ser a la comunidad cristiana y dio la propia vida, su entero compromiso, para servir auténticamente como guía de la grey.
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Palabras del Santo Padre Juan Pablo II durante su visita pastoral al Véneto en junio de 1985 con ocasión del 150º aniversario del nacimiento del Papa San Pío X – Giuseppe Sarto - y del 100º aniversario de su ordenación episcopal.
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2 Comentarios:
Tuvo San Pío X la suerte de contar a su lado con Rafael Merry del Val, gloria de la Iglesia en España.
Curioso que San Pío X tenga un aire a Juan Pablo II en la foto que ilustra el artículo.
Es cierto. El Papa santo tuvo a su lado a un santo Secretario de Estado. Juntos trabajaron y sufrieron por la Iglesia de Cristo.
Recientemente leí en algún sitio que se estaría estudiando actualmente un milagro concedido por la intercesión del Siervo de Dios Cardenal Rafael Merry del Val. ¡Esperemos que pronto sea elevado al honor de los altares!
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