lunes, 4 de agosto de 2008

Cuando pierdas un amigo...

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Santa_Gertrudis

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Rezaba Gertrudis a favor de una persona acongojada por la enfermedad de una amiga a quien temía perder en breve, y fue enseñada del Señor por estas palabras:

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“Cuando el hombre teme perder o perdió algún amigo muy querido, en quien tuvo no sólo el consuelo de la amistad, sino consejo y provecho de su alma, si me ofrece con entera voluntad aquella congoja que de esto siente su corazón, de tal modo que, aunque pudiera retener aquel amigo, de buena gana careciera de él a gloria mía, prefiriendo se cumpla mi voluntad en perder el amigo, a la suya en conservarle, debe estar cierto el que, siquiera durante una hora puede forzar su corazón a querer esto, que después de ese tiempo conserva mi benignidad el susodicho ofrecimiento en aquella perfección que por entonces tuvo en su corazón. Y toda angustia que después por flaqueza humana sufra, le servirá para el aprovechamiento de su salvación; de modo que, todos los pensamientos que atormentan su corazón, esto es, el pensar en tal o cual consuelo, ayuda o alivio, que de ese hombre pudiera tener ahora, consuelo de que le es forzoso carecer por el momento, tales y semejantes pensamientos que angustian al hombre por fragilidad humana, después del susodicho ofrecimiento causan tal efecto en el alma, que dan lugar en ella al divino consuelo; porque yo quiero de verdad infundir en su alma tantos contentos cuantas aflicciones permití entrasen en su corazón después de la citada ofrenda.

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Y quiero irrevocablemente hacerlo como por necesidad y forzado de mi natural bondad, como el artífice se ve como quien dice obligado a colocar en la alhaja de oro o plata que fabricó, tantas piedras preciosas cuantos engastes dispuso en ella.

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Mi consuelo divino se compara a las piedras preciosas, por cuanto se dice que algunas de ellas tienen particular virtud; el consuelo divino, por ende, que el hombre compra con una pasajera tribulación es de tan gran virtud, que ningún hombre jamás pudo dejar cosa tan grande en este mundo, a quien el consuelo divino no haya restituido el ciento por uno en esta vida, y mil tantos en la otra.

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(Tomado de: “Embajador del Amor Divino”, Revelaciones de Santa Gertrudis, Capítulo LXXXVI: Ofrecimiento de Nuestras Congojas)

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