lunes, 30 de enero de 2012

Un obispo italiano exige a sus sacerdotes obediencia a Summorum Pontificum

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Presentamos nuestra traducción de una Carta que Mons. Oliveri, obispo de Albenga-Imperia, ha escrito a sus sacerdotes, en la cual, incluso con palabras severas, corrige la actitud de algunos hacia el Motu Proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI y a disposiciones litúrgicas del propio obispo.

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Queridos sacerdotes y diáconos,


Es con mucha amargura de ánimo que he debido constatar que no pocos de vosotros habéis asumido y expresado una incorrecta actitud de mente y de corazón frente a la posibilidad, dada a los fieles por el Motu Proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, de tener la celebración de la Santa Misa “en la forma extraordinaria”, según el Misal del beato Juan XXIII, promulgado en 1962.


En la Tre Giorni del Clero de septiembre de 2007, indiqué con fuerza y claridad cuál es el valor y el sentido del Motu Proprio, cómo se debe interpretar y cómo se debe acoger, con la mente abierta al contenido magisterial del Documento y con la voluntad pronta a una convencida obediencia. La toma de posición del Obispo no faltaba a su sosegada autoridad, convalidada por su plena concordancia con un acto solemne del Sumo Pontífice. La toma de posición del Obispo estaba fundada en la racionalidad de su argumentar teológico sobre la naturaleza de la Divina Liturgia, de su inmutabilidad de la sustancia en sus contenidos sobrenaturales, y estaba además fundada en cuestiones de orden práctico, concreto, de sentido común eclesial.


Las reacciones negativas al Motu Proprio y a las indicaciones teológicas y prácticas del Obispo son casi siempre de carácter emotivo y dictadas por un razonamiento teológico superficial, es decir, por una visión “teológica” más bien pobre y miope, que no parte y que no alcanza la verdadera naturaleza de las cosas que conciernen a la fe y al obrar sacramental de la Iglesia, que no se nutre de la perenne Tradición de la Iglesia, que se fija en cambio en aspectos marginales o, por lo menos, incompletos de las cuestiones. No sin razón, en la citada Tre giorni, había hecho preceder a las indicaciones operativas y a las líneas de acción una exposición doctrinal sobre la “inmutable naturaleza de la Liturgia”.


He sabido que en algunas zonas, por parte de diversos sacerdotes y párrocos, ha existido la manifestación casi de burla hacia fieles que han pedido valerse de la facultad, más aún del derecho, de tener la celebración de la Santa Misa en la forma extraordinaria; y también la expresión de desprecio y casi de hostilidad frente a los hermanos sacerdotes bien dispuestos a comprender y secundar los pedidos de los fieles. También se ha opuesto una prohibición, no muy serena, sosegada y razonada (pero bien razonada no podía ser) de publicar avisos de la celebración de la Santa Misa en la “forma extraordinaria” en determinada iglesia, a determinado horario.


Pido que se deponga toda actitud no conforme a la comunión eclesial, a la disciplina de la Iglesia y a la obediencia convencida que se debe a actos importantes de magisterio o de gobierno.


Estoy convencido de que este pedido mío será acogido en espíritu de filial respeto y obediencia.


Siempre con referencia a la intervención del Obispo en aquella Tre Giorni del Clero del 2007, debo todavía volver sobre la debida aplicación de las indicaciones dadas por el Obispo sobre la buena disposición que debe tener todo lo que concierne al espacio de la iglesia que es justamente llamado “presbiterio”. Las indicaciones “Acerca del reordenamiento de los presbíteros y la posición del altar” han sido luego retomadas en el opúsculo “La Divina Liturgia”, en las páginas 23-26.


Aquellas indicaciones, a más de cuatro años de distancia, no han sido aplicadas en todos lados y por todos. Eran y son indicaciones razonables, fundadas sobre buenos principios y criterios de orden general, litúrgico y eclesial. He dado tiempo para que sobre ellas los sacerdotes, y sobre todo los párrocos, razonasen con los Consejos parroquiales Pastorales y Económicos, y se realizase también una oportuna catequesis litúrgica a los fieles. Quien hubiese considerado las indicaciones no oportunas o de difícil aplicación, habría podido fácilmente hablar con el Obispo, con ánimo abierto, para una mejor comprensión de las razones que han impulsado al Obispo a darlas, para que fuesen puestas en práctica de la manera más homogénea posible en todas las iglesia de la diócesis. Estas indicaciones no son ciertamente contrarias a las normas e incluso al “espíritu” de la reforma litúrgica que se llevado a cabo en el post-Concilio y partiendo del Concilio Vaticano II. Si alguno hubiese tenido dudas fundadas, habría podido expresarlas con sinceridad y con apertura al razonamiento sereno, y con la voluntad dirigida a la obediencia, después que la mente hubiese tenido mayor iluminación.


Estimo que ahora ya ha transcurrido un amplio tiempo de espera y de tolerancia, y por lo tanto ha llegado el momento de la ejecución de aquellas indicaciones por parte de todos, de modo que se llegue a la próxima Pascua con todos los presbiterios reordenados, o al menos con el estudio del reordenamiento decididamente puesto en marcha, allí donde éste requiera algunas dificultades de aplicación.


Debe ser dicho que la no aplicación de las indicaciones, en el tiempo que he mencionado, no podría ser considerada sino como una desobediencia explícita. Pero tengo confianza y esperanza en que esto no ocurra.


Me aflige no poco el haber debido escribir esta Carta, asegurándoos que la consideraré como no escrita si tiene una buena acogida y un efecto positivo.


Lo escrito lleva consigo todo mi deseo de que sirva para reavivar y reforzar nuestra comunión eclesial y nuestra común voluntad de cumplir nuestro ministerio con renovada fidelidad a Cristo y a su Iglesia.


Os pido finalmente mucha oración por mí y por mi ministerio apostólico, y de corazón os bendigo.


Albenga, 1° de enero de 2012, Solemnidad de la Madre de Dios.


Monseñor Mario Oliveri, obispo.


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Fuente: Diócesis de Albenga-Imperia


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 26 de enero de 2012

Cardenal electo Dolan: “Como David contra Goliat, ¡venceremos!”

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El lunes pasado se ha llevado a cabo, en Washington, una imponente Marcha por la vida, precedida por una vigilia nocturna de más de 20.000 personas, realizada en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción. La vigilia comprendía dos Misas, confesiones, rezo del Rosario, plegaria nocturna según el rito bizantino y seis horas santas guiadas por seminaristas, finalmente las Laudes y la bendición.


El Cardenal Daniel Di Nardo, de Galveston-Houston, ha presidido la Misa de inicio de la Vigilia, diciendo entre otras cosas en su homilía: “Nos acercamos al 40º aniversario de la enmienda Roe vs. Wade (Nota del Traductor: ley de la Corte Suprema de los Estados Unidos que permite el aborto con algunas condiciones). Desde entonces, 53 millones de niños han perdido la vida; la vida de millones de hombres y mujeres nunca más será la misma a causa de sus trágicas elecciones. Nuestra declaración de amor por la vida debe ser clara. Mientras lloramos la pérdida de tantas preciosas vidas humanas, casi todas sin nombre pero bien conocidas por Dios, no podemos permitir que nuestra voluntad de orar y de realizar un cambio se sirva de una retórica de tal modo severa contra aquellos que nos son hostiles que les impida arrepentirse y convertirse. Sí, Dios, mediante su Hijo, llora por las vidas destruidas, pero al mismo tiempo su compasión y misericordia se abren al perdón de aquellos que han pecado gravemente. Cuánto más sus hijos pecadores se hunden en el mal, tanto más Él promete misericordia y llama a la conversión”.


“El viernes pasado una noticia muy inquietante nos ha llegado del «Health and Human Services» (Servicios Humanos y Sanitarios) y de la Administración Obama: fundamentalmente, ha reiterado que el mandato para la esterilización y la contracepción debe formar virtualmente parte de todos los proyectos sanitarios”, agregó. “Nunca antes en la historia de los Estados Unidos un gobierno federal había obligado a los ciudadanos a adquirir directamente lo que contraste con nuestras convicciones. Aquí está en juego la piedra angular de la libertad tutelada por la Constitución, que garantiza el respeto por la conciencia y la libertad religiosa”.


La Misa de clausura de la Vigilia ha sido celebrada por el Arzobispo de New York, Timothy Dolan (que será creado cardenal en el próximo Consistorio del 18 de febrero), el cual ha declarado en su homilía: “Desde un punto de vista humano, nos veríamos en la tentación de rendirnos cuando nuestro gobierno inserta el embarazo, la concepción y el parto en la materia de competencia del «Center for Disease Control» (Centro para el Control de las Enfermedades), cuando bloquear químicamente una concepción o abortar un niño en el seno materno sean considerados «derechos» que deben ser subvencionados también por quien los aborrece, cuando la voluntad de nutrir, hospedar y curar de todos aquellos que luchan por la supervivencia del mundo es contrastada e impedida si al mismo tiempo no ayudan a las mujeres a abortar a sus niños”.


Ha continuado el Arzobispo: “Estamos frente a la tentación del «pecado contra el Espíritu Santo», que conduce a la ruina. ¡No nosotros! ¡No por miles de personas que han estado en vigilia toda la noche en oración en este templo, que es la casa de la mujer embarazada!; ¡no por cientos de miles de hombres y mujeres que marcharán hoy con las palabras «We shall overcome», nosotros venceremos!; ¡no por aquellos entre nosotros que en su corazón dicen «Dios sea alabado» al ver a muchísimos jóvenes apasionados por la cultura de la vida!. Y pensar, aquellos aquí que son más viejos lo recuerdan, que 39 años atrás personas sofisticadas nos decían que el «movimento por la vida» era sólo una moda pasajera que pronto sería conducido a las orillas de “un nuevo mundo valiente”, agregó. “Hoy nosotros, veteranos, sonreímos al constatar que la batalla por la vida se ha convertido en el primero y principal de los movimientos por los derechos civiles, la causa más crucial y más sensible en circulación, aún teniendo en contra todos los editoriales de los periódicos y los escépticos de moda”.


“Sí, como el joven David, nos ha dicho la Palabra de Dios, también el movimiento por la vida es despreciado por el Goliat del movimiento pro-aborto, que se presenta con la piel brillante de aceite, de tatuajes, con personas ricas y famosas… ¿Pero acaso ha vencido el gigante Goliat? El pequeño David, confiado, inteligente, fiel, seguro de sí, enérgico, ¡él ha vencido!”.


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Fuente: Diócesis de Porto – Santa Rufina


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 23 de enero de 2012

Mons. Negri: “Si no intervenimos cuando se ataca la fe, ¿cuándo lo haremos?”

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Presentamos nuestra traducción de un artículo de Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, en el cual, con la claridad que lo caracteriza, se refiere a la polémica representación teatral blasfema que tendrá lugar en la ciudad de Milán en los próximos días y a las reacciones que ha suscitado dentro de la Iglesia.

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Intervengo sobre la base de las noticias leídas y escuchadas en este período. Noticias que son a veces confusas y contradictorias en los detalles, pero claras en cuanto a la sustancia, provienen de fuentes diversas y ciertamente por eso no están ideológicamente condicionadas.


Me parece que, en primer lugar, hay que decir que este es un episodio miserable desde el punto de vista de la expresión, no digo artística, sino de la expresión humana. Y es ciertamente confirmación de aquello que ya he dicho inmediatamente después de los enfrentamientos de Roma del pasado 15 de octubre, con el fin de destruir la estatua de la Virgen: el hilo conductor, que une expresiones que aparentemente parecen ser muy diferentes, es el anticristianismo.


Actualmente la ideología dominante es ya la anticristiana, aquella que tiende a la abolición sistemática de la presencia y del anuncio cristiano, que es sentido como una anomalía que pone en crisis esta homologación universal puesta en marcha por la mentalidad laicista, consumista, instintivista.


Por lo tanto, desde este punto de vista, el juicio no puede ser sino inapelablemente negativo: es una expresión mezquina de una voluntad de eliminar la tradición cristiana, en este caso atacando el contenido fundamental de la fe. Atacando la imagen y la figura de Jesucristo, sobre el cual, en el escrito final – creo que estará todavía a pesar de todas las modificaciones a las que de algún modo se han visto obligados –, aparecerá el rechazo de su ser hijo de Dios. Y por lo tanto se manifiesta la voluntad de sustituir la filiación divina con la proclamación de la propia autonomía y autosuficiencia, que ha sido el delirio de la modernidad.


Está luego el problema de la reacción. Sobre esto debo conducirme con mucho cuidado porque no quiero prestarme a ninguna crítica a otras Iglesias o a otros hermanos. Me ha alegrado mucho saber que – en una situación análoga – la Iglesia francesa y en particular la cabeza de la Conferencia episcopal francesa, el cardenal de París, ha propuesto un gesto rigurosamente penitencial frente a esa blasfemia, implicando la estructura fundamental de la Iglesia.


Yo me pregunto esto, y sobre esta pregunta me detengo: una Iglesia particular – o un conjunto de Iglesias particulares que adhieren a las Conferencias episcopales nacionales – que no reacciona en términos absolutamente esenciales y públicos a este violento ataque a la tradición católica, yo me pregunto: si no interviene sobre este punto, ¿sobre qué interviene?


¿Qué pone más en crisis la posibilidad de una comunicación objetiva de la fe que esta serie de iniciativas que buscan desacreditar, criminalizar, corromper nuestra tradición? Ciertamente que si las así llamadas Iglesias oficiales – pero el término me resulta absolutamente desagradable porque la Iglesia es una sola, no es ni la oficial ni la carismática: la Iglesia es el misterio del pueblo de Dios nacido del misterio de Cristo muerto y resucitado y de la efusión del Espíritu, por lo tanto hay una sola Iglesia -; si la Iglesia no reacciona adecuadamente, ciertamente de una manera no rencorosa, no agresiva, asumiendo en sentido igual y opuesto la actitud demencial de estos falsos hombres de cultura; si no reacciona la Iglesia, entonces necesariamente pueden intervenir de manera protagónica gente o grupos que en la Iglesia les preocupa enormemente no sólo la defensa de la Iglesia sino también la expresión legítima de sus convicciones.


Entonces no se diga luego que la protesta es de los tradicionalistas; la protesta es de los tradicionalistas porque la Iglesia como tal no toma una posición, que a mí me parecería absolutamente necesaria.


En mi diócesis no está previsto el espectáculo, afortunadamente. Esta es la ventaja de las pequeñas comunidades diocesanas, al margen del gran imperio de los medios masivos de comunicación. Pero en el caso de que en la diócesis de Milán se realizara efectivamente, yo debo considerar que todavía soy inmanente a Iglesia de Milán y lo seré mientras viva. Soy cabeza, soy padre, de la Iglesia de San Marino-Montefeltro, pero soy hijo de la Iglesia de San Ambrosio y de San Carlos, en la cual he recibido el bautismo y todos los sacramentos hasta la ordenación episcopal. Por lo tanto no podré no considerar una toma de posición discreta, medida, que afirme el disentimiento de un obispo de origen ambrosiano frente a aquello que ocurre en el ámbito de la sociedad de Milán.


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Fuente: La bussola quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 19 de enero de 2012

Mons. Bux: “Si no detenemos este virus, terminaremos igual que los hermanos separados”

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Mons. Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y experto en ecumenismo, ha concedido esta entrevista en la cual, partiendo de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, hace referencia a las concepciones erróneas del ecumenismo y al peligro que representa para la unidad de la Iglesia un equivocado sobredimensionamiento de las conferencias episcopales.


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Don Bux, ¿cuál es el valor de esta Semana de oración por la unidad de los cristianos?


Sirve, sobre todo, para aprender que la unidad no viene desde abajo sino desde lo alto. Después del primer impulso conciliar, que poco a poco se fue atenuando, parecía afirmarse un contra-modelo de ecumenismo que pensaba hacer surgir la unidad desde abajo. Hoy, tal vez con más realismo, se vuelve a comprender que la unidad es algo que viene de lo alto, no la podemos construir nosotros. El ecumenismo debe entenderse como el intento de dejar a Dios aquello que sólo Él puede hacer, es decir, a través de las divisiones y los pecados, llamar al hombre a la unidad con Él.

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Hoy se habla mucho de ecumenismo pero parece que hay muchas interpretaciones diversas de esta palabra, a veces incluso contradictorias. ¿Pero cuál es la interpretación correcta?


En general, el ecumenismo toma como afirmación de base aquella contenida en el capítulo 17 de Juan, dentro de la gran plegaria de Jesús antes de su Pasión: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros”. Jesús mismo, por lo tanto, invoca el don de la unidad de lo alto, también porque Él veía las divisiones existentes, que constataba entre los judíos de los cuales era hijo. Por lo tanto, en cierto sentido, la preocupación por la unidad le venía ante la constatación de la realidad. Tantos grupos, facciones, contrapuestos entre ellos, que los Evangelios – y Juan – documentan bien.


Y por eso el Señor, en cierto sentido, preveía, presentía, que no habría sido muy diverso tampoco para sus discípulos. Y de alguna manera Él comprende que sólo un don de lo alto, un don abundante, el perdón, habría limitado los efectos de aquella culpa original que ha provocado la división. No hay que olvidar tampoco en el ecumenismo que la unidad visible no existe porque existe el pecado. Como decía Ireneo, “donde hay pecados existe la multitud, no la unidad”. Por otra parte, el pecado es una realidad al punto que en la liturgia pascual, en el canto del Exultet, se lo define al pecado de origen, una culpa feliz, felix culpa, casi un hecho útil. El mismo san Pablo en la primera carta a los Corintios (11, 19) dice textualmente que “es necesario que haya divisiones entre vosotros”. Impresiona que para el apóstol sean necesarias las divisiones. Podría parecer una contradicción: Jesús afirma la unidad que viene de lo alto, San Pablo de algún modo afirma que hay divisiones. Nosotros estamos lejanos en el tiempo pero vemos las divisiones reales de los cristianos, las históricas y las sutiles que pasan incluso dentro de cada confesión. Y entonces comprendemos realmente que las divisiones tal vez no las podremos quitar al menos hasta el fin de los tiempos. Porque es a través de ellas que debemos entender que la unidad no es algo que construimos nosotros. Es un don, es un perdón, porque si no hay perdón, no puede existir ninguna unidad. Bien lo saben los esposos.


Se debe reconocer que la realidad, contaminada por el pecado, produce divisiones, que deben ser continuamente atravesadas sin pretender esconderlas o amortiguarlas en nombre de una unidad imposible. Sino comprendiendo que nadie, ni católico ni protestante, puede imponer al otro algo que el otro no es o no tiene. Debe nacer desde el interior la escucha de todo lo que de verdadero y de bueno existe en el otro para que crezca el don de la unidad que, no obstante, nos viene de lo alto.

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Muy a menudo, hablando de unidad de los cristianos, se hace referencia – incluso teólogos católicos – a una ideal “federación entre las Iglesias”, todas al mismo nivel. Pero el objetivo del ecumenismo para la Iglesia católica es bien distinto.


La concepción que usted describe es exactamente lo que intentaba decir cuando hablaba de la idea de una unidad que se quiere construir desde abajo. Se hacen muchos esfuerzos, que no conducen a nada, para luego replegarse en una suerte de federación: nos ponemos todos juntos, cada uno sigue siendo lo que es y vamos para adelante. Me pregunto por qué luego, entre estos esfuerzos, está el intento de hacer cambiar de naturaleza a la Iglesia Católica.

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¿Puede dar algún ejemplo?


Pensemos en algunos grupos de protestantes que buscan empujar a la Iglesia católica hacia la intercomunión. Esto es típico de algunos grupos: hagamos intercomunión entre nosotros, incluso si cada uno concibe de manera diferente la realidad de la comunión. Como se sabe, la idea de Eucaristía de los protestantes no es la de los católicos: los protestantes ven la Eucaristía como cena; para nosotros, los católicos, el Cuerpo de Cristo como Iglesia y el Cuerpo de Cristo como especie sacramental constituyen el mismo misterio, único sacramento. Por lo tanto, para nosotros no es posible estar en comunión con quién lo concibe de forma distinta. Esto a pesar de que entre protestantes y algunos grupos católicos se quiera a toda costa impulsar una apariencia de unidad.


Pero la cuestión va más allá de los cristianos y se extiende, por ejemplo, a los judíos: esta mañana escuchaba una entrevista al rabino jefe de Roma, el cual en cierto sentido dictaba a la Iglesia católica los criterios para ser Iglesia. Decía: debemos eliminar la teología de la sustitución (el pueblo de Dios ha tomado el lugar del pueblo de Israel en lo concerniente a la salvación); luego hay que quitar del medio la beatificación (aludiendo a Pío XII); finalmente hay que estar atentos respecto a la unidad con los lefebvristas, porque significaría que el Concilio es traicionado. A mí me parece extraño que una persona que no es miembro de la Iglesia católica intervenga de este modo en lugar de mirar dentro de su propia ambiente. Si realmente quiere trabajar para hacer menos difícil la coexistencia entre diversos seres humanos o religiones, que se preocupe más bien por mirar dentro de su propio interior cuáles son los problemas, los puntos sobre los cuáles trabajar para hacer menos difícil la convivencia entre seres humanos – en este caso dos religiones – en lugar de dictar a la otra lo que debería ser. Esto es un mal modo de entender el ecumenismo y, en este caso, el diálogo interreligioso. Ninguno de nosotros pensaría en ir decirle a los judíos lo qué deben o no deben hacer.

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Se podría objetar, sin embargo, que también los católicos desean el cambio de los demás, que los otros vuelvan a la única Iglesia católica, que también los judíos se conviertan. ¿Por qué esto no es una falta de respeto?


Pertenece al ADN del católico – de lo contrario, no sería católico – concebir a la Iglesia como plenitud de la verdad y de la unidad. Menos que la Iglesia católica – decía Von Balthasar – quiere decir pertenecer a otra realidad que no es la Iglesia católica. Para un católico – consciente de su catolicidad –, la pertenencia a la Iglesia católica es el máximo de pertenencia eclesial cristiana que puede haber. Esto probablemente podrá no gustar a otros, pero trataré de explicarme con un ejemplo: si la idea de sacramento no caracteriza a la Iglesia protestante, o bien, si la idea del primado del Obispo de Roma en relación a todos los obispos del mundo no es característica de la Iglesia ortodoxa, quiere decir que estamos frente a un “menos” respecto a la plenitud católica. Decía Balthasar: estas realidades se encuentran ya en la Iglesia católica, no son externas. Por lo tanto, quien no las tiene, quien las ha rechazado, por razones históricas, ciertamente no puede pretender que los católicos vuelvan atrás. Ellos deberían preguntarse por qué los católicos nunca las han rechazado. Ciertamente puede haber responsabilidad por parte católica por estas divisiones pero esto no quita nada de la verdad respecto a la naturaleza de la Iglesia. Tengamos presente también que todos los cristianos profesan el mismo Credo, que ha sido confeccionado en los concilios de Nicea y de Constantinopla: por lo tanto, todos afirmamos “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”, aún si es evidente que la afirmación de las palabras – diría san Ireneo – no quiere decir que todos creamos del mismo modo.

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¿Y cómo se concilia el diálogo con la misión?


Un católico no puede no desear que cualquier ser humano se convierta en católico, porque de lo contrario debería plantearse la pregunta, grande como una casa, sobre por qué es católico. Si soy católico, creo que ha sido el don más grande que se ha hecho a mi vida. Si este don se me ha dado a mí, ¿por qué no debo desear que les sea dado a otros? Si yo creo que Jesucristo es el único Señor y el Salvador de la humanidad, ¿por qué debo creer que algunos sectores de la humanidad deben quedar excluidos? La catolicidad, la dimensión católica, está para indicar esta universalidad de mirada, de destino: para nosotros, los católicos, no es un límite sino una misión: ¡ay de nosotros si no lo anunciáramos!, como dice San Pablo. El diálogo es en la búsqueda de la verdad: entre los judíos muchos se han hecho cristianos por un movimiento espontáneo de profundización de su misma religión, han ido a fondo en la propia religión y Jesús es el cumplimiento de esta búsqueda de la verdad.

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Volviendo al diálogo entre cristianos, se tiene la impresión de que con los ortodoxos la unidad es más fácil – o más cercana – respecto a las Iglesias protestantes.


Creo que es una apariencia. Con los ortodoxos esencialmente diferimos porque la idea de Iglesia que ellos tienen no postula un principio visible de unidad que resida en el obispo de Roma. Ellos creen que la Iglesia se apoya únicamente sobre las Iglesias locales, sobre la visibilidad local. Decir que es más fácil es arriesgado porque incluso dentro de la misma Ortodoxia los obispos y las Iglesias en las que la Ortodoxia se articula han consolidado totalmente el principio de autonomía, cada uno hace según su propia cabeza (es el significado literal de autocéfalas). Los ortodoxos saben que éste es el gran problema: la estructura eclesiológica afirmada a lo largo de los siglos ha llegado a tal punto que no son capaces de salir de ella.


La autocefalía es una especie de virus que se convierte en un principio de destrucción de la Iglesia, y por desgracia ha atacado también a la Iglesia católica. Basta pensar en la elefantiasis de las conferencias episcopales (nacionales, regionales, territoriales) que prácticamente quieren dictar leyes incluso a la Sede apostólica de Roma. El riesgo es grave: la realidad – no de ahora – es que hay un intento por parte de algunas conferencias episcopales de constituirse como alter ego de la Santa Sede, olvidando que las conferencias episcopales no son de institución divina. Son organismos eclesiales que tienen, por lo tanto, todos los límites de los organismos humanos. Ni siquiera la autoridad de un obispo puede ser superada por una conferencia episcopal. Pero hoy se asiste a esto, a la lenta y directa desautorización de la autoridad del obispo individual por parte de las Conferencias Episcopales. Éstas, entre otras cosas, no tienen prerrogativas doctrinales y, sin embargo, muy a menudo vemos tomas de posiciones casi contestatarias frente a la autoridad del obispo de Roma, sin la cual no subsiste tampoco la de los organismos colegiales. Como enseña el Concilio Vaticano II, el colegio de los obispos no existe nunca sin su cabeza. Si no tratamos de curar pronto este virus, correremos el riesgo de encontrarnos también nosotros en situaciones análogas – y diría que cada vez más difíciles – a las de los así llamados hermanos separados.


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Fuente: La bussola quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 16 de enero de 2012

El camino de la paciencia: balance ecuménico 2012 del Card. Koch

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El Cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, en esta entrevista cuya traducción ahora presentamos, ha trazado, con gran honestidad y claridad, un balance de la situación ecuménica a 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II y ha hablado de los desafíos actuales que enfrenta el ecumenismo, a pocos días de comenzar la Semana de oración por la unidad de los cristianos que, como cada año, tendrá lugar del 18 al 25 de enero.

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La Semana de Oración del 2012 se celebra en el año en que la Iglesia universal recuerda la apertura, 50 años atrás, del Concilio Vaticano II: por lo tanto, son 50 años de diálogo con los hermanos cristianos. ¿Nos puede trazar un balance “ecuménico” de los objetivos más importantes alcanzados y los nuevos desafíos que han surgido?


El Beato Juan XXIII fundó este Pontificio Consejo, en su tiempo Secretariado, en 1960, por lo tanto, dos años antes del Concilio. Y lo quiso fuertemente por dos deseos: la renovación de la Iglesia católica y el restablecimiento de la unidad de los cristianos. Dos inspiraciones presentes en el Concilio. Pienso que estos son los dos desafíos también para hoy. La renovación está siempre presente en la vida de la Iglesia y el Papa Benedicto XVI invita constantemente a una profundización espiritual de la renovación de la Iglesia.


El otro gran desafío está bien definido en el decreto conciliar sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio: en estos 50 años se han dado muchos pasos. Hemos puesto en marcha 16 diálogos diversos. Y si hemos podido dar muchos pasos en el diálogo con los ortodoxos, en el mundo occidental los problemas se han vuelto más complejos a causa de tres nuevos desafíos: en primer lugar, en el mundo de las Iglesias de la Reforma nos encontramos frente a una gran fragmentación y al nacimiento constante de nuevas Iglesias. El segundo desafío es que hoy han aumentado las diversidades a nivel ético, y esto es un gran cambio respecto a los años setenta y ochenta, durante los cuales se decía: “la fe separa, la práctica une”. Pero para dar hoy un testimonio creíble en la sociedad, debemos encontrar un acercamiento común sobre los temas fundamentales de la ética porque en un mundo fuertemente secularizado hay necesidad de una voz común de los cristianos. El tercer aspecto problemático es haber olvidado el objetivo último del ecumenismo. No pocas Iglesias y comunidades eclesiales que han nacido de la Reforma no ven ya como meta última la unidad visible en la fe, en los sacramentos, en los ministerios, sino que entienden la unidad como suma de todas las Iglesias. Una visión ecuménica que, como católicos, no podemos aceptar.

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Del 19 al 25 de febrero, el Ordinariato inglés de Nuestra Señora de Walsingham irá en peregrinación a Roma. Días atrás, ha sido erigido un Ordinariato personal para los Estados Unidos. ¿Cómo está cambiando la galaxia ecuménica luego de estos eventos?


En primer lugar, habría que aclarar que, en el siglo del ecumenismo, la decisión tomada por una persona de pasar de una Iglesia a otra debe ser siempre respetada y, por lo tanto, es posible, porque es una decisión tomada a conciencia. Lo nuevo que ha surgido en esta situación con los anglicanos es que grupos de fieles, con presbíteros y obispos, han pedido entrar a la Iglesia católica. Y esto es una novedad. Pienso que también en este caso el Santo Padre no ha tenido otra alternativa más que abrir la puerta a aquellos que han pedido ingresar. Es claro que esta hospitalidad provoca algunos problemas en la comunidad anglicana mundial. Pero, desde este punto de vista, es importante recordar que la Sede Apostólica tiene la clara conciencia de la diferencia de que respecto a la Anglicanorum cooetibus [la Constitución Apostólica del Papa Benedicto XVI en la cual se contienen las disposiciones a seguir para los anglicanos que entran en la plena comunión con la Iglesia Católica] es responsable la Congregación para la Doctrina de la Fe, mientras el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos prosigue su camino y su búsqueda de diálogo y de unidad.

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¿En qué punto estamos, por otro lado, con las Iglesias ortodoxas?


Las relaciones bilaterales con Constantinopla son óptimas y también las relaciones bilaterales con Moscú han mejorado mucho. Y estas relaciones representan un signo de providencia. Me he encontrado con el Patriarca Kirill en marzo del año pasado y me ha dicho que un encuentro con el Papa es ciertamente importante pero todavía no quiere hablar de fechas y lugares, porque considera que este encuentro debe ser realizado con una buena preparación. Por lo tanto, las relaciones bilaterales (también con los otros Patriarcados) van muy bien.


Respecto, en cambio, a la Comisión mixta internacional entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, que involucra a 15 Iglesias ortodoxas, debemos decir con honestidad que hemos llegado a una situación muy difícil. Pensábamos haber dado un paso importante después del encuentro de Ravena en el 2007. Se había decidido hacer un estudio histórico sobre el primer milenio respecto a la práctica del primado del obispo de Roma en este tiempo pero los ortodoxos no han querido continuar. Es decir, resulta difícil hablar de la tradición petrina a partir de la Biblia. La discusión teológica sobre la sinodalidad y el primado, por lo tanto, deberá proseguir, pero no hemos llegado este año a un texto para presentar a la plenaria el próximo año. Creo que la razón de este retraso debe ser buscada en el hecho de que las Iglesias ortodoxas tienen un gran desafío, que es el Sínodo panortodoxo. Estoy convencido que del éxito de este Sínodo puede depender un paso importante para todo el ecumenismo y, en este sentido, los católicos deben tener paciencia y sostener esta importante cita para los ortodoxos. De todos modos, estoy convencido de que se proyecta un buen futuro en el diálogo y, incluso si actualmente es difícil, sabemos que la vida no siempre es un camino recto.

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¿Por qué el ecumenismo se ha vuelto hoy tan difícil?


Porque en los años inmediatamente posteriores al Concilio el entusiasmo era muy fuerte y tal vez se pensaba que la unidad de la Iglesia estaba muy cerca. Después tuvimos que darnos cuenta de que los problemas eran más grandes de lo que imaginábamos. Que se necesitaba más tiempo, paciencia y estudio. También tuvimos que aprender que no somos nosotros los que hacemos la unidad de la Iglesia; que la unidad es un don de Dios y nosotros debemos estar disponibles para aceptar esta realidad. El tema de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de este año [“Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo”] nos lleva de nuevo al principio de todo el ecumenismo, al poder transformador de la oración. Un principio que no podemos dejar en el pasado sino que debe acompañar siempre todo empeño ecuménico. El Concilio Vaticano II ha hablado del ecumenismo espiritual como alma del movimiento ecuménico y, en este sentido, esta Semana de oración debe mostrar el núcleo del ecumenismo.

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Aquí en Italia la Semana es precedida por la Jornada para la profundización y el desarrollo del diálogo entre católicos y judíos, que este año tiene como tema de reflexión “La sexta palabra: no matarás”. ¿De qué modo, en su opinión, es importante traducir este mandamiento en el mundo actual?


En primer lugar, estoy muy contento de que exista esta Jornada antes de la Semana porque el judaísmo es la madre del cristianismo y esta memoria es muy importante. Este mandamiento es muy actual. Veo sobre todo tres desafíos: el primero es el terrorismo, las masacres y la persecución contra los cristianos en razón de su fe. El segundo desafío es la pena de muerte, que todavía persiste en algunos países e incluso en otros se discute para reintroducirla. Estoy muy contento de que el Santo Padre haya pronunciado palabras claras contra esta práctica. En tercer lugar, hablaría de los desafíos bioéticos del aborto pero sobre todo de la eutanasia en Europa, que es presentada como un derecho humano y que para la visión cristiana es exactamente lo contrario. Promover y sostener la dignidad de la vida de todo hombre, desde el inicio al fin natural, es un gran desafío en las sociedades secularizadas y sobre estos temas judíos y cristianos tienen la común tradición bíblica y, por lo tanto, la profunda convicción de que el hombre ha sido creado a imagen de Dios: suprimir la vida humana es una violencia contra la imagen de Dios en cada hombre y contra Dios como creador de la vida. En este sentido, es importante que judíos y cristianos den el mismo testimonio en el mundo actual.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 14 de enero de 2012

Cardenal electo Grech: “Leer los signos de los tiempos, a pesar del rechazo del mundo”

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Sólo un día después de que el Papa anunciara que creará cardenal de la Santa Iglesia Romana al Padre Prosper Grech, L’Osservatore Romano publicó un artículo del benemérito sacerdote agustino, cuya traducción ahora presentamos.

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El bellísimo Instrumentum laboris para el sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización, además de ofrecer un buen análisis de la situación actual, formula el deseo de que en el debate se desarrolle un documento que pueda dar un impulso decisivo a un despertar de la fe en Cristo. La Iglesia es lumen gentium y tiene una misión profética a la que no puede renunciar.


¿Cuál es esta misión profética? En el Antiguo Testamento los profetas tenían, entre otras, la función de interpretar los signos de sus tiempos; exhortaban, en nombre de Dios, tanto a Israel como a Judá, a la fidelidad a la Alianza, amenazando tanto a los israelitas como a las naciones extranjeras con el castigo divino; desarrollaban el sentido moral del pueblo y predecían acontecimientos salvíficos porque consideraban al Dios de Israel como Señor de la historia. El pueblo de Dios no debía fiarse ni de Egipto ni de Babilonia, sino seguir una política ex fide, porque la historia de la salvación no tiene como protagonistas a Israel o el pueblo judío sino al mismo Dios. Es Él quien conduce los acontecimientos de la historia, siempre mirando a la salvación del género humano.


En el Nuevo Testamento, el Señor de la historia es Cristo resucitado: es Él quien camina sobre las olas del caos de los acontecimientos humanos y salva de las tempestades a la barca de Pedro. Pero es también Él quien predica que en la red de la Iglesia se encontrarán peces buenos y malos (Mateo 13, 47-50) y en el campo habrá grano de trigo y cizaña (Mateo 13, 24-43). Él nos abre los ojos, nos invita a no escandalizarnos cuando veamos carencias, guerras, revoluciones, terremotos y otras desgracias, porque tales cosas deben ocurrir (Marcos 13, 5-13). La historia es una parábola: la entiende quien tiene oídos para entender. ¿Pero por qué estas cosas deben ocurrir?


El camino de la historia de la salvación en nuestros tiempos está en la misma línea que el del Antiguo Testamento. El libro del Apocalipsis está dominado por el Cristo Pantocrátor como en un ábside bizantino; advierte en primer lugar a las siete Iglesias, que representan a la Iglesia universal, con promesas y amenazas. La renovación de la historia tiene comienzo “a partir de la casa de Dios” (1 Pedro 4, 17), como subraya también el documento preparatorio del sínodo. El mensaje no concierne, sin embargo, sólo a cada una de las naciones, sino también a las estructuras económicas, políticas y sociales que sujetan el mundo a las diversas idolatrías. Los terribles monstruos y las amenazas del Apocalipsis repugnan a la mentalidad actual y preferimos silenciarlas, tal vez porque hemos amansado demasiado nuestra imagen de Dios según los modelos del buenismo y del permisivismo de nuestros tiempos.


El libro del Apocalipsis habla poco del fin de mundo y su mensaje no es sino una clave para leer los signos de los tiempos en que vivimos a la luz de la historia de la salvación universal con la Iglesia en el centro. Describe con símbolos que dan temor lo que ya Jesús había predicho y da las razones de ello. Ahora es tarea de la Iglesia leer e interpretar estos signos, sin caer en tendencias apocalípticas y en los fundamentalismos peligrosos de ciertas sectas. El Apocalipsis es esencialmente un libro dirigido a una comunidad perseguida, asegurando que la última victoria no será la del mal y del Maligno sino del Pantocrátor que domina la historia.


¿Cuáles son hoy los signos de los tiempos? Basta ver un telediario u hojear cualquier periódico para que salten inmediatamente a nuestros ojos: hambrunas, atentados, persecuciones, guerras, crisis económicas, ataques a la familia, injusticias y desórdenes sociales, caídas de imperios y nacimiento de otros nuevos, droga, aborto, mafias de todos los géneros; este elenco podría continuar ampliamente. No olvidemos, sin embargo, que los periódicos a menudo cierran los ojos frente al bien que hay en el mundo porque no hace noticia, aquel bien escondido sólo conocido por el Espíritu que lo produce. Son estos “justos”, a cualquier pueblo que pertenezcan, quienes mantienen la historia en pie, para que ésta pueda ser finalmente llamada historia de la salvación.


Ciertamente no quiero ser un laudator temporis acti; estos males han existido, de un modo u otro, desde Adán en adelante. Lo que tal vez distingue los presentes es que, en un Occidente laico y agnóstico, con la relativización de valores de la que habla a menudo Benedicto XVI, hoy nos falta una medida para valorar lo que está bien o lo que está mal, lo verdadero y lo falso, corriendo el riesgo incluso de invertirlos.


¿Debemos entonces concluir, según lo que hemos dicho, que Dios está castigando al mundo? Tal expresión no encontraría hoy mucho favor, incluso entre los teólogos. Dios no castiga al mundo en el sentido de que es una divinidad con el látigo en la mano, que quiere lanzar rayos y truenos por cada mal que se comete. Dios deja que el mal se castigue por sí mismo. Él es fuente del ser, es Logos, razón, orden. Lo opuesto es el caos. Cuanto más el cosmos de separa de Dios, más se resquebraja y cae en el caos, con los dolores que eso causa al individuo y a la sociedad. Los signos de los tiempos se leen teniendo el periódico en una mano y la Sagrada Escritura en la otra, en un espíritu de oración. La Iglesia no puede sustraerse de leer estos signos y de interpretarlos, de la manera correcta, para el mundo, para los creyentes y para los no creyentes, porque ella sirve a todo hombre. Éste es su munus propheticum. Ciertamente un anuncio así encontrará toda suerte de resistencia, ¿pero qué profeta no fue rechazado o perseguido incluso “en su patria”? Estoy convencido de que el próximo Sínodo de los obispos encontrará el coraje, con la ayuda de aquel Espíritu que siempre ha llenado a la Iglesia de “profunda convicción” (plerophorìa, in I Tessalonicesi, 1, 5), y continuará demostrando – como se lee en el Evangelio de Juan (16, 8) – “la culpa del mundo en lo que concierne al pecado, a la justicia y al juicio”.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 10 de enero de 2012

Cambios en la liturgia pontificia: el Papa modifica el rito del consistorio

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Cuando el Papa celebre, el próximo 18 de febrero, el cuarto consistorio de de su Pontificado para la creación de nuevos cardenales, lo hará con un nuevo rito revisado y modificado por la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas, que preside Mons. Guido Marini, y aprobado por él mismo. Este rito, junto a otros propios de la liturgia pontificia, fue modificado poco tiempo después de la clausura del Vaticano II, si bien el rito hasta ahora en vigor había sido preparado por Mons. Piero Marini, predecesor del actual Maestro de las celebraciones litúrgicas, y aprobado por el Beato Juan Pablo II. Presentamos un artículo de L’Osservatore Romano donde se explica este nuevo ritual.

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El rito en vigor hasta ahora para la creación de nuevos cardenales es revisado y simplificado, con la aprobación del Santo Padre Benedicto XVI: en sustancia se unifican los tres momentos de la imposición del birrete, de la entrega del anillo cardenalicio y de la asignación del título o de la diaconía; cambian las oraciones colecta y conclusiva; y asume una forma más breve la proclamación de la Palabra de Dios.


Cabe señalar – como explica la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice – que la reforma litúrgica puesta en marcha por el concilio Vaticano II ha concernido también a los ritos consistoriales de imposición del birrete y de asignación del título a los nuevos purpurados, y que el texto renovado de la celebración, publicado en “Notitiae” 5, 1969, pp. 289.291, ha sido usado por primera vez por Pablo VI en 1969.


El criterio principal que guió la redacción del nuevo ritual fue la inserción en un ámbito litúrgico de lo que, de por sí, no formaba parte de él en sentido propio: la creación de nuevos cardenales debía ser colocada en un contexto de oración, evitando sin embargo al mismo tiempo todo elemento que pudiera dar una idea de un “sacramento del cardenalato”. El consistorio, de hecho, históricamente no ha sido considerado nunca un rito litúrgico sino más bien una reunión del Papa con los cardenales en relación al gobierno de la Iglesia y, por lo tanto, expresión del munus regendi, no del munus sanctificandi.


Teniendo presentes tales aspectos de la historia pasada y reciente, en una línea de continuidad con la forma actual del consistorio y de sus elementos principales, se ha revisado y simplificado la praxis vigente. En primer lugar, son retomadas del rito de 1969 la oración colecta y la oración conclusiva dado que son muy ricas en el contenido y provienen de la gran tradición eucológica romana. Las dos oraciones, de hecho, hablan explícitamente de los poderes confiados por el Señor a la Iglesia, en particular el de Pedro: el Pontífice ora también de modo directo por sí mismo, para realizar bien su oficio.


En la oración colecta, que viene del Veronense, el así llamado Sacramentarium Leonianum, una de las fuentes más antiguas de la eucología romana – se trata de la colecta para el aniversario de la ordenación episcopal del Obispo de Roma (Mense Septembris, in natale episcoporum, v alia missa. nn. 989 e 993; Corpus Orationum, n. 2301) — el Santo Padre dice: “Oremus. Domine Deus, Pater gloriae fons honorum, qui licet Ecclesiam tuam toto orbe diffusam largitate munerum ditare non desinis, sedem tamen beati Apostoli tui Petri tanto propensius intueris, quanto sublimius esse voluisti: da mihi famulo tuo providentiae tuae dispositionibus exhibere congruenter officium; certus te universis Ecclesiis collaturum quidquid illi praestiteris, quam cuncta respiciunt. Per Dominum nostrum Iesum Christum, Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia sæcula sæculorum».


En la oración conclusiva, también elegida en 1969 del Veronense – en este caso se trata , sin embargo, de otra colecta para el aniversario de la ordenación episcopal del Obispo de Roma (Mense septembris, in natale episcoporum, v alia missa, «alia collecta», nn. 992; Corpus Orationum, n. 1198) — el Papa reza así: “Deus cuius universae viae misericordia est semper et veritas, operis tui dona prosequere; et quod possibilitas non habet fragilitatis humanae, tuis beneficiis miseratus impende; ut hi famuli tui, Ecclesiae tuae iugiter servientes et fidei integritate fundati, et mentis luceant puritate conspicui. Per Christum Dominum nostrum”.


También la proclamación de la Palabra de Dios asume de nuevo la forma más breve, propia del rito de 1969, solamente con la perícopa evangélica (Marcos 10, 35-42), que es la misma en los dos rituales.


Finalmente, se integra la entrega del anillo cardenalicio en el mismo rito, mientras que antes de la reforma de 1969 la imposición del capelo rojo tenía lugar en el consistorio público, seguido por el secreto, en el cual se llevaban a cabo también la entrega del anillo y la asignación de la iglesia titular o de la diaconía. Hoy, de hecho, esta distinción entre consistorio público y secreto ya no es observada y en consecuencia parece más coherente incluir los tres momentos significativos de la creación de los nuevos cardenales en el mismo rito.


Se conserva, en cambio, la concelebración del Papa con los nuevos cardenales en la Misa del día siguiente, que se abre con las palabras de homenaje y de gratitud que el primero de los purpurados dirige al Pontífice en nombre de todos los otros.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 7 de enero de 2012

El Santo Padre pone todas sus fuerzas en el próximo Año de la Fe

 

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Cuando aún faltan nueve meses para la solemne inauguración del Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI y que se llevará a cabo desde el 11 de octubre del 2012 al 24 de noviembre del 2013, la Congregación para la Doctrina de la Fe, por mandato y con la aprobación del mismo Papa, ha publicado hoy una importante Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, cuya lectura recomendamos.


Esta iniciativa del Papa Benedicto XVI puede considerarse, ciertamente, como una de las más importantes de su luminoso Pontificado y prueba de ello es, precisamente, que las grandes cuestiones que él ha tratado de fortalecer en la Iglesia desde su elevación a la Sede de Pedro se encuentran integradas en este Año de la Fe: la necesidad de descubrir la belleza de la fe como encuentro con Cristo, la importancia de exponer la fe en toda su pureza e integridad, la correcta hermenéutica del Concilio Vaticano II entendido a la luz de la Tradición eclesial y no en ruptura con ella, la importancia de la Liturgia celebrada dignamente como expresión de la fe, la urgencia del compromiso por la unidad de todos los que creen en Cristo, etc. Todo parece señalar que, tal como afirmamos en el título, el Santo Padre pone todas sus fuerzas en el próximo Año de la Fe.


Lo que ofrecemos ahora es una entrevista al Padre Hermann Geisler, responsable de la oficina doctrinal del dicasterio, en la cual el sacerdote habla de la importancia de esta Nota, de las propuestas más importantes que en ella se contienen, de los graves peligros que amenazan hoy a la Iglesia y de la clarividencia del Pontífice al convocar este Año de la Fe.


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Padre Geisler, ¿cuál es objetivo de ofrecer, por parte de su dicasterio, indicaciones pastorales para el Año de la Fe?


Como se sabe, la Congregación para la Doctrina de la Fe es competente no sólo para corregir los errores sino también, y en primer lugar, para promover la doctrina de la verdad. Me parece que esta Nota, con sugerencias pastorales, entra perfectamente en esta tarea promocional, que es también específica de la misma Congregación; me parece también que entra perfectamente en el programa del Papa que, desde el comienzo de su Pontificado, ha buscado renovar la fe partiendo de Cristo: solamente recuerdo sus palabras recientes a la Curia Romana, cuando dijo que “si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán  ineficaces”. La reforma realmente necesaria, hoy, en la Iglesia es, por lo tanto, la renovación de la fe. Diría que el objetivo de esta Nota es triple. El primero es ayudar a los fieles a redescubrir el núcleo de la fe, el fundamento de la fe, que es el encuentro personal con Cristo, el encuentro personal con el Señor, que nos ama, nos sostiene, nos perdona, nos anima y nos muestra un gran futuro. Partiendo de esto, pienso que hay un segundo objetivo de la Nota – que también es muy importante – que es ayudar a todos a redescubrir el significado y los documentos del Vaticano II. Muchos hablan del Vaticano II pero cuando luego se profundiza un poco más uno se da cuenta que pocos conocen realmente los textos de este gran y último Concilio. Por lo tanto, pienso que es realmente muy importante redescubrir el tesoro de todo esto. Menciono también el tercer objetivo, que es el de redescubrir la fe en toda su belleza y en su integridad. Para esto creo, obviamente, que el Catecismo de la Iglesia Católica puede ayudarnos mucho porque es importante hoy comprender también la Doctrina de la Fe. El Año de la Fe quiere ayudarnos precisamente en esto.

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¿Qué propuestas pastorales ofrece la Nota?


La Nota ofrece muchas propuestas: son cuarenta y son propuestas a nivel de Iglesia universal, a nivel de Conferencias episcopales, a nivel de las diócesis, de las parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos. En lo que concierne a las propuestas de la Iglesia universal estarán obviamente caracterizadas por muchos eventos que contarán con la participación del Santo Padre: la apertura del Año de la Fe, por ejemplo, será una solemne celebración en recuerdo del 50º aniversario de apertura del Vaticano II; recuerdo luego el Sínodo dedicado a la nueva evangelización, al comienzo de este Año de la Fe, que representará un momento muy importante; recuerdo también los simposios y congresos que se realizarán aquí en Roma a nivel internacional, precisamente para redescubrir el significado del Vaticano II. Siempre a nivel de Iglesia universal están previstas también celebraciones ecuménicas para promover la unidad de los fieles: un punto fuerte del Concilio. Habrá una solemne celebración con todos los cristianos para reafirmar la fe común en Cristo.



Luego, a nivel de Conferencias episcopales, recuerdo sólo una propuesta, que es la de empeñarse nuevamente en la catequesis, porque la catequesis es muy importante para la Iglesia: sabemos, de hecho, que la catequesis está viviendo un momento de crisis en muchas partes de la Iglesia y respecto a esto la Nota anima a los obispos a rehacer los subsidios, que no están en parte aún en conformidad con el Catecismo de la Iglesia católica. Creo que es muy importante que los textos de la catequesis estén realmente bien hechos para ser realmente de ayuda para los fieles. En lo que respecta a las propuestas a nivel diocesano, está la propuesta de que cada obispo haga una Carta pastoral sobre la fe; está también la propuesta de ofrecer catequesis para los jóvenes en las catedrales y en las grandes iglesias o para aquellas personas que están buscando la fe o el sentido de la vida; está la propuesta de un renovado diálogo entre fe y razón, que parece muy importante en nuestros días en los que muchos piensan que entre fe y razón no puede haber sintonía. El Papa, en cambio, dice que sí, más aún, que hay también una amistad. Con este fin se ha pedido a las Universidades católicas que se comprometan en la promoción de simposios, jornadas de estudio, etc.


Luego, en lo concerniente a las parroquias, hago presente que la propuesta central es muy sencilla, pero de todos modos central, y es la celebración de la Eucaristía: que sea bien hecha, porque la Eucaristía es el Misterio de la Fe y en la Eucaristía Jesús mismo renueva la fe en nosotros, nos anima, nos sostiene, nos fortifica. Partiendo de la Eucaristía deben nacer luego todas las otras propuestas a nivel parroquial: renovación de la catequesis, distribución del Catecismo, colaboración con los movimientos, con las asociaciones. Aquí se requiere también un nuevo acuerdo, una nueva sinergia, una nueva colaboración de todas las fuerzas de la Iglesia.


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A nivel pastoral, ¿cómo serán recordados los dos eventos conmemorativos que caracterizan el Año de la Fe y que usted ya ha citado: el 50º aniversario del Concilio Vaticano II y el 20º aniversario del Catecismo de la Iglesia católica?


Diría que hay obviamente una celebración solemne de apertura del Año de la Fe y que será un momento conmemorativo también de la apertura del Concilio Vaticano II, cincuenta años atrás, y habrá luego una solemne celebración conclusiva no sólo en Roma – porque se propone hacerlo en todas las diócesis del mundo – en la cual reafirmar la fe de la Iglesia, reafirmar la alegría de la fe de la Iglesia. Sin embargo, el acento de la Nota no está en las celebraciones; el acento está sobre todo en la formación: lo que me parece hoy importante es realizar una gran obra de formación en toda la Iglesia. Ya hice referencia a cuán necesario es redescubrir realmente el significado y los textos del Vaticano II, precisamente porque este Concilio ha querido, partiendo precisamente de Cristo, renovar toda la Iglesia, profundizando así su naturaleza y su relación con el mundo contemporáneo. Me parece que aquí hay graves lagunas, porque muchos – como ya dije – no conocen los textos; muchos no han comprendo bien el Vaticano II. El Vaticano II ha querido abrir las ventanas para que el Espíritu del Señor pudiese penetrar el mundo: pero, en realidad, en muchas partes por desgracia es el espíritu del mundo el que ha entrado en la Iglesia. Debemos, por lo tanto, volver a los textos del Concilio para redescubrir de nuevo las grandes intenciones y el verdadero significado de estos textos. Me parece que el Catecismo de la Iglesia católica, que es otro gran movimiento que será conmemorado, es de gran ayuda: el Catecismo presenta la doctrina del Concilio dentro de toda la tradición, de toda la doctrina de la Iglesia, de la fe, de los sacramentos, de la moral, de la oración y representa realmente una gran obra de síntesis que nos presente la sinfonía de la fe, la belleza de la fe, la integridad de la fe. Me parece, por lo tanto, que es de gran ayuda y espero que los fieles y todos aquellos que tienen un rol en la Iglesia utilicen mucho este instrumento para redescubrir el tesoro de la fe.


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Entre las sugerencias particulares a nivel de las diócesis, la nota propone “celebraciones penitenciales para pedir perdón a Dios especialmente por los pecados contra la fe”. ¿Puede profundizar el significado que se quiere dar a estas celebraciones y el valor de estas iniciativas en el contexto del Año de la Fe?


Sí, ya he dicho que la fe es un don precioso. El Evangelio habla en una ocasión de la “perla preciosa” y si la fe es realmente un gran don, debemos valorar este don, debemos acogerlo, debemos nutrirlo, debemos difundirlo, dar testimonio y me parece que, si somos sinceros, debemos decir que en la gran Iglesia hay grandes lagunas. Hay fieles que, de hecho, no conocen la fe, que no practican la fe, que no se interesan por formarse en la fe. Por no hablar del testimonio, que no existe: cuando el corazón no está encendido, la fe no puede ser transmitida. Debemos admitir que existen estas grandes lagunas y me permito también decir que hay catequistas y sacerdotes que no presentan la fe en su integridad, en su belleza y que, en parte, siembran también dudas e inseguridades. Estas son cosas graves. Hay sectores de la Iglesia en los que el acento ha sido puesto demasiado en la dimensión social, humanitaria, que es importante, pero a veces la fe ha sido puesta en segunda fila. Pienso que esto es un problema y debemos admitir que también dentro de la Iglesia nos hemos equivocado. En mi opinión, debemos comprender de nuevo que los pecados contra la fe son muy graves, son muy nocivos para la Iglesia. Jesús mismo nos dice: “si la sal pierde su sabor, ¿de qué sirve?”. Me parece una pregunta muy seria. Jesús dijo en otra ocasión: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Debemos plantearnos estas preguntas y debemos pedir humildemente perdón a Dios por los pecados contra la fe que hemos cometido.

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¿La Nota se sirve de la contribución de otros Dicasterios de la Santa Sede?


Naturalmente. En Roma se trabaja siempre de modo colegial. La Nota ha sido preparada sustancialmente por el Comité para la preparación del Año de la Fe y este comité ha estado compuesto por cerca de 15 cardenales y obispos, en parte de grandes diócesis del mundo, en parte jefes de dicasterio aquí en Roma, los jefes de dicasterio más involucrados: sobre todo Educación Católica, Obispos, Clero, Evangelización, Nueva Evangelización, también Laicos… Por lo tanto, ya en la preparación de todo el Año de la Fe ha habido un trabajo colegial aquí en Roma – como, en mi opinión, debe ser - y luego, cuando el proyecto de la Nota fue elaborado, se transmitió a todos los Dicasterios involucrados, también a aquellos que no estaban representados en el Comité, como el Dicasterio para la Vida Consagrada, el Dicasterio para la Unidad de la Iglesia, para la Cultura, todos han contribuido en la preparación final de la Nota. Espero que este trabajo colegial, tan bien iniciado, pueda continuar y no sólo en Roma. Pienso que todos debemos reunirnos en torno al Papa: todos los obispos, los sacerdotes, los laicos, toda la Iglesia, para promover este Año de la Fe, para que se convierta realmente en un año de gracia.

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¿Cómo serán coordinadas las variadas iniciativas promovidas por los diversos Dicasterios de la Santa Sede para este Año de la Fe?


Es una pregunta importante porque se necesita coordinar bien las diversas iniciativas. Con este fin, en el Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, ha sido instituida una Secretaría que tiene la tarea de coordinar todas las iniciativas promovidas aquí en Roma, las iniciativas mayores a nivel universal y, luego, también proponer iniciativas, sugerir nuevas iniciativas, porque las propuestas que la Nota ofrece son sólo a modo de ejemplo, puede haber muchas otras que el Espíritu Santo tal vez suscita en la cabeza y en el corazón de los fieles, de los pastores... Luego esta Secretaría preparará un sitio de internet que ofrecerá informaciones útiles para los fieles para estar realmente bien informados y actualizados sobre todas las iniciativas del Año de la Fe.

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Fuente: Radio Vaticana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 6 de enero de 2012

22 nuevos cardenales serán creados por Benedicto XVI

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Este mediodía, luego de haber celebrado la Santa Misa en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Benedicto XVI ha anunciado que el próximo 18 de febrero celebrará el cuarto Consistorio de su Pontificado en el cual creará 22 nuevos cardenales, de los cuales 18 serán electores. Ellos son:


1. Mons. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.


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Este arzobispo italiano de 65 años de edad, que desde mayo del pasado año preside el dicasterio encargado de los territorios de misión – un tercio de las diócesis del mundo-, colaboró previamente durante cuatro años con el cardenal Bertone como Sustituto de la Secretaría de Estado para los Asuntos Generales. Proveniente del ámbito diplomático, fue nuncio en Irak cuando estalló la guerra, siendo uno de los pocos representantes que permaneció en el país.


2. Mons. Manuel Monteiro Castro, Penitenciario mayor.

MONTEIRO CASTRO

Nombrado ayer, con 73 años, al frente de la Penitenciaría Apostólico, el portugués Monteiro de Castro fue consagrado obispo por el cardenal Casaroli en 1985 y se desempeñó como nuncio apostólico en diversas naciones, la última de las cuales España, donde llegó en el año 2000 y permaneció por nueve años hasta su nombramiento como secretario de la Congregación para los Obispos.


3. Mons. Santos Abril y Castelló, Arcipreste de la Basílica papal de Santa María la Mayor.

ABRIL Y CASTELLO

Sucesor del cardenal norteamericano Bernard Law en el oficio de arcipreste de la basílica Liberiana, este arzobispo español ha sido nuncio apostólico en Bolivia por cuatro años, en Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial por siete, en Yugoslavia por cuatro, y en Argentina por tres hasta el año 2003, cuando recibió el último encargo diplomático como nuncio en Macedonia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina, cargo que desempeñó hasta un año atrás, cuando cumplió 75 años y fue nombrado vice-camarlengo de la Iglesia Romana.


4. Mons. Antonio María Veglió, Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes.

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Este arzobispo italiano, que cumplirá 74 años el próximo mes, desde 1985 ha ocupado el oficio de nuncio apostólico en diversas naciones hasta ser nombrado, en el año 2001, secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales. Dos años atrás, el Papa Benedicto XVI lo llamó a suceder al Cardenal Martino al frente del Consejo para los Migrantes e Itinerantes dando por concluida, de ese modo, la experiencia de unión de ese dicasterio con el de Justicia y Paz bajo un mismo presidente, unión que el mismo Pontífice había realizado en el año 2006.


5. Mons. Giuseppe Bertello, Presidente de la Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano y Presidente de la Gobernación del mismo Estado.

BERTELLO

Luego de haber sido nuncio apostólico en algunos países africanos, en México por siete años y en Italia por cuatro, el arzobispo Bertello, de 69 años, cuyo nombre circulaba insistentemente como posible Prefecto de la Congregación para los Obispos, fue nombrado finalmente Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano y de la Pontificia Comisión homónima en octubre del año pasado.


6. Mons. Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos.

COCCOPALMERIO

Doctor en Derecho Canónico por la Universidad del Sagrado Corazón de Milán, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de la arquidiócesis ambrosiana en 1993 y permaneció en el oficio hasta el año 2007, cuando Benedicto XVI lo llamó a Roma encomendándole el dicasterio en el cual hoy realiza su servicio y que está actualmente estudiando una revisión del libro VI del actual Código de Derecho Canónico.


7. Mons. Joao Braz de Aviz, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

BRAZ DE AVIZ

Llamado hace un año a Roma por el Papa Benedicto XVI, el anterior arzobispo de Brasilia, a sus 64 años, preside el dicasterio romano encargado de la vida consagrada. Como afirmó en una entrevista al comienzo de dicha misión, el prelado – que en los próximos meses deberá guiar las conclusiones de la visita a la religiosas de Estados Unidos -, espera que, luego de la crisis post-conciliar, se pueda dar nuevo esplendor a la vida religiosa, partiendo de la fidelidad a los fundadores y una comunión profunda con la Iglesia.


8. Mons. Edwid O’Brien, Pro-Gran Maestre de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro.

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Llamado para suceder al recientemente fallecido cardenal Foley a la cabeza de la asociación milenaria encargada de colaborar con el Patriarcado de Jerusalén en el sostenimiento de la comunidad cristiana y de los Lugares Sagrados de Tierra Santa, este arzobispo norteamericano fue anteriormente ordinario de Baltimore, sede primada de los Estados Unidos. Junto al arzobispo Dolan estuvo también encargado de realizar la visita apostólica a los seminarios de Irlanda.


9. Mons. Domenico Calcagno, Presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica.

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Este arzobispo italiano es uno de los varios discípulos del gran arzobispo de Génova, el Cardenal Siri, que han llegado a ocupar puestos de importancia en la Curia Romana durante el actual Pontificado. Fue nombrado primero secretario y luego presidente de la APSA, el organismo encargado de administrar los bienes que son propiedad de la Santa Sede, destinados a proveer de los fondos necesarios para el cumplimiento de las funciones de la Curia Romana.


10. Mons. Giuseppe Versaldi, Presidente de la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede.

VERSALDI

Este arzobispo italiano, cercano al Cardenal Bertone – proviene de la diócesis de Vercelli, donde el Secretario de Estado fue obispo –, fue nombrado en 2007 obispo de Alessandria y en 2011 presidente de este dicasterio en lugar del cardenal De Paolis. Durante el Año Sacerdotal, en medio de los brutales e injustos ataques al Papa Benedicto XVI a raíz de la crisis de los abusos sexuales por parte de miembros del clero, Mons. Versaldi lo defendió enérgicamente en un artículo publicado en el periódico vaticano.


11. Su Beatitud George Alencherry, Arzobispo mayor de Eranakulam-Angamaly de los Siro-Malabares.

GEORGE ALENCHERRY

Luego de que en mayo del año pasado fuera elegido Arzobispo mayor de la segunda Iglesia oriental católica más numerosa, este prelado de 66 años de edad ha tenido oportunidad de encontrarse con Benedicto XVI para exponerle las preocupaciones y solicitudes de su Iglesia. En una reciente entrevista, afirmó compartir la visión del Papa sobre la necesidad de interpretar correctamente el último Concilio y reconoció que la mundanización de la Iglesia está ya muy extendida. “El Magisterio del actual Papa – afirmó – está realmente salvando a la Iglesia de nuestro tiempo”.


12. Mons. Thomas Collins, Arzobispo de Toronto (Canadá).

COLLINS

Próximo a cumplir 65 años, Mons. Collins fue nombrado Arzobispo de Toronto por Benedicto XVI cinco años atrás. Acogiendo el llamado del Pontífice para un redescubrimiento de la lectio divina, el prelado canadiense se destacó precisamente por la promoción de esta práctica, dirigiéndola en su diócesis y publicando un libro para acercar esta práctica a todos los fieles.


13. Mons. Dominik Duka, Arzobispo de Praga (República Checa).

DUKA

Este arzobispo dominico preside desde el año 2010 la sede primada de la República Checa. Ordenado sacerdote en 1971 y encarcelado por el régimen comunista diez años después, Duka se convirtió en obispo de su ciudad natal en 1998. Bajo su dirección se encuentra ahora el necesario proceso de entendimiento con el Estado para resolver la cuestión de las propiedades eclesiales confiscadas durante la época comunista.


14. Mons. Willem Eijk, Arzobispo de Utrecht (Holanda).

EIJK

Llamado en el año 2007 a presidir la sede primada de Holanda, Mons. Eijk, anteriormente miembro de la Comisión Teológica Internacional, se ha esforzado por llevar la visión teológica y litúrgica del Papa Benedicto XVI a una Iglesia que se encuentra en crisis desde hace ya muchos años. Nombró rector de su iglesia catedral a un sacerdote conocido por su fidelidad a la tradición litúrgica de la Iglesia. También puso en marcha en la arquidiócesis una campaña vocacional destacando la necesidad de que el rol espiritual del sacerdote prevalezca sobre el social.


15. Mons. Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia (Italia).

BETORI

Con casi 65 años de edad, Mons. Betori es desde el año 2008 arzobispo de Florencia, donde sucedió al cardenal Antonelli, nombrado por el Papa al frente del Pontificio Consejo para la Familia. Previamente Mons. Betori sirvió durante siete años como secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, trabajando de cerca con el entonces presidente Cardenal Ruini. Hace dos meses fue víctima de un atentado en el cual resultó herido su secretario.


16. Mons. Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York (Estados Unidos).

DOLAN

El Arzobispo Dolan, que a sus 61 años es una de las figuras más destacadas del episcopado norteamericano, fue puesto al frente de la arquidiócesis de Nueva York en febrero de 2009 y al año siguiente, en una elección sin precedentes, se convirtió en el presidente de la Conferencia de los Obispos de Estados Unidos. Realizó la visita apostólica a los seminarios de Irlanda. Se caracteriza por un estilo pastoral enérgico y por su sintonía con la visión de Benedicto XVI.


17. Mons. Rainer Maria Woelki, Arzobispo de Berlín (Alemania).

WOELKI

Éste arzobispo, de 55 años de edad, fue nombrado ordinario de Berlín en julio del año pasado como sucesor del fallecido cardenal Sterzinsky. Previamente, desde el año 2003, se había desempeñado como obispo auxiliar de Colonia, su arquidiócesis de origen, colaborando de cerca con el Cardenal Arzobispo Meisner, amigo personal del Papa Benedicto XVI. En el pasado mes de septiembre recibió al Pontífice en su sede diocesana con ocasión de su tercer viaje apostólico a su patria.


18. Mons. John Tong Hon, obispo de Hong Kong (China).

TONG

El obispo Tong fue nombrado auxiliar de Hong Kong por el Beato Juan Pablo II en 1996 y coadjutor por Benedicto XVI en el año 2008. Un año después sucedió al salesiano cardenal Zen en el gobierno de la diócesis. Al igual que la creación cardenalicia de su predecesor en el primer consistorio del actual Papa, también este anuncio puede interpretarse como un signo del amor y la solicitud del Santo Padre por el pueblo chino.

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Además, el Sumo Pontífice ha decidido elevar al cardenalato a un Arzobispo que desarrolla su misión de Pastor y Padre de una Iglesia y a tres eclesiásticos mayores de 80 años, por lo tanto no electores, reconociendo de ese modo sus méritos al servicio de la Iglesia. Ellos son:

 

19. Su Beatitud Lucian Mureşan, Arzobispo Mayor de Făgăraş y de Iulia Alba de los rumanos.

LUCIAN MURESAN

Desde el año 2005, y teniendo actualmente 80 años de edad, preside la Iglesia greco-católica rumana que, según sus propias palabras, experimenta “un renacimiento muy sufrido que, a pesar de todo, es una primavera”. Intenta favorecer el diálogo con los ortodoxos en circunstancias difíciles: luego de la persecución comunista estos han devuelto sólo 200 de las casi 2500 iglesias que pertenecían a los greco-católicos.

20. Mons. Julien Ries, de 91 años, sacerdote de la diócesis de Namur y Profesor emérito de Historia de las religiones en la Universidad Católica de Lovaina.


21. P. Prosper Grech, O.S.A., de 86 años, Docente emérito de varias Universidades romanas y Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.


22. P. Karl Becker, S.I., de 83 años, Docente emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana, por muchos años Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

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La Buhardilla de Jerónimo

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