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La piedad de la Iglesia ha sabido penetrar en su Liturgia hasta el fondo mismo de la vida de Jesús, de la Virgen, de los Santos, para hallar en ella los hechos de mayor fuerza emotiva y exponerlos, en el decurso del año litúrgico, con una penetración de lenguaje, con tal plenitud de ritos y riqueza de símbolos, que no parece sino que se haya propuesto penetrar hasta la médula de la vida de sus fieles y atarlos, por el pensamiento, por el sentido, por la pasión, a Dios y a las cosas de Dios.
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Nada hay, bajo este aspecto, comparable a las fiestas cristianas, a las dulces intimidades de la piedad cristiana, al regalado perfume de nuestra literatura litúrgica. Recuérdense las fiestas de Navidad, Semana Santa y Resurrección, Ascensión y Corpus; la Inmaculada y Purificación, la Anunciación y Encarnación, Dolores, Asunción, Maternidad, etc.; recórrase la literatura de los oficios del Nombre de Jesús, del Corazón de Jesús, de su Pasión y de los consagrados a los instrumentos de la misma; júntese a todo ello lo que podríamos llamar “acumulación del sentimiento cristiano”, en tradiciones, costumbres populares, simbolismo, color local, y se verá que no es posible hallar en ningún otro ambiente mayor tensión y exquisitez de sensibilidad que en nuestra Liturgia.
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Por la Liturgia católica se ha elevado el sentimiento de los pueblos europeos, ha dicho Maurras. No hay religión que no haya utilizado los recursos emocionales del hombre en el ejercicio de su culto; y ésta ha sido una marca de su falsedad. Las religiones paganas satisfacían el sentimiento religioso, producían emociones religiosas; pulsaban ciertas fibras inferiores del alma humana, sin poder agitar las fibras superiores, las que no vibran sino por el verdadero ideal moral. La alianza de la emoción religiosa con la satisfacción de las pasiones es un fenómeno que se halla con frecuencia en la historia de la humanidad. Es la fuente del falso misticismo que la Iglesia ha debido siempre vigilar y reprimir. En el culto católico se verifica la alianza de la emoción con el espíritu, no para la satisfacción de las pasiones en el sentido humano, sino para levantarlas al plano de lo divino y apacentarlas con lo que rebosa del espíritu, con las migajas que del festín de la Liturgia caen en la tierra para delicia de nuestro corazón de carne.
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Del hecho histórico de la santidad cristiana, de este maravilloso encumbramiento de la vida cristiana, que ha llegado a ser una nota de la Iglesia, no dudamos en sacar un argumento en pro de la fuerza emotiva de nuestro culto. Si la Liturgia no hubiera sido más que maestra de verdad y escuela de voluntades, la vida cristiana no se hubiese traducido en la forma pletórica, variadísima, llena de divinas armonías, como nos lo muestra la historia. Doctrina religiosa sin culto, es muerta; un culto sin calor de corazón no es capaz de traducir en obras de vida prodigiosa el pensamiento religioso que le informa. El protestantismo antilitúrgico se ha hecho estéril en orden a la santidad; de él no queda más, como de estas tempestades que se alejan después de haber acumulado ruinas, que el fatuo relampagueo de unas doctrinas inconsistentes. Por un fenómeno inverso, el anglicanismo, que ha conservado casi en toda su integridad la Liturgia católica, devuelve cada día a la Iglesia Romana mayor número de sus adeptos. Es el “sentimiento religioso”, ya que el error dogmático fue común a ambas ramas, el que se mantuvo vivo, gracias a esta gran excitatriz de la sensibilidad que es la Liturgia.
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En la práctica de la religión, en las relaciones del alma con Dios, o se peca por el predominio de un intelectualismo árido, o de una blanda sensiblería. Temperamentos, hábitos, profesiones, tienen su parte en la vida espiritual, como en toda manifestación de la actividad anímica. El hombre de ciencia propende al intelectualismo, hasta en su oración; una inteligencia débil, un corazón afectuoso, harán descender las altas cosas del espíritu hasta el plano de un sentimentalismo malsano. El desequilibrio es hasta frecuente y de explicación fácil. Por eso nos asombran San Pablo, San Agustín, San Crisóstomo, Santo Tomás de Aquino, en quienes la fuerza de nuestra religión pudo fundir el vigor del genio con las exquisiteces de un corazón delicadísimo. Contrapeso del alma en ambas manifestaciones morbosas de la experiencia religiosa, es la Liturgia.
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La Liturgia católica es una obra estupenda de equilibrio; en ella se refleja el sumo equilibrio de la vida de Cristo, cuyo pensamiento fue tan grande como su amor, y en el que pensamiento y amor, al chocar con las fibras de la sensibilidad, produjeron la más dulce armonía de vida. Ella refleja el equilibrio de la vida de la Iglesia que, en la elaboración secular de la Liturgia, ha vaciado en ésta los tesoros de su espíritu y la ternura de sus entrañas de Madre.
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Quien vive el espíritu de la Liturgia queda al abrigo del frío del pensamiento y de los ardores malsanos que enervan el corazón.
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Fuente: “El valor educativo de la Liturgia Católica” del Cardenal Isidro Gomá y Tomás; capítulo VIII (passim).
El Cardenal Gomá (+1940) fue Arzobispo de Toledo y Primado de España.
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1 Comentarios:
¡Muy bien y oportunamente traido! Si señor.
A esto hay que darle circulación...
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