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Santa Misa de conclusión del Año Sacerdotal
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En estos últimos días se ha hablado bastante, en medios católicos, de la inesperada decisión de no proclamar a San Juan María Vianney patrono de todos los sacerdotes. Esta iniciativa, que fue comunicada por la Congregación para el Clero ya desde el anuncio del Año Sacerdotal aunque no fue mencionada por el Papa en su discurso, fue confirmada muy recientemente por la Oficina de Prensa. Sin embargo, finalmente no se realizó.
Dejando a un lado las valoraciones sobre la omisión de este acto, hay que reconocer que San Juan María Vianney sí fue reconocido como un modelo válido para los sacerdotes de nuestros tiempos en todas las iniciativas promovidas por la Santa Sede durante este año así como también en los discursos papales. De hecho, ha sido por el aniversario de su muerte que se convocó este Año Sacerdotal e incluso en la misma homilía de la Misa de clausura, Benedicto XVI afirmó que el Santo Cura de Ars es un “modelo del ministerio sacerdotal en nuestros días”. Lo que no se ha hecho, por razones que desconocemos, es la proclamación de este santo sacerdote como patrono de todos los sacerdotes del mundo, manteniendo el tradicional título de “patrono de los párrocos”.
En algunos de los análisis sobre la cuestión, pareció insinuarse la imagen de un Pontífice débil, que no logra imponer su voluntad, que termina siendo absorbido por círculos de poder que lo rodean y no le permiten gobernar, logrando que renuncie a realizar aquellos actos que considera necesarios. Esta visión, tal vez favorecida por la desilusión ante la ausencia de un gesto esperado y por la constatación de una real oposición al Papa en algunos ambientes de la Curia, no corresponde con la realidad. El Papa, en estos años de Pontificado, nos ha demostrado precisamente lo contrario. Esta característica suya es reconocida tanto por aquellos que están más cerca de él como por sus más fervientes enemigos. Es un hombre coherente, que cuando considera que debe realizar algo, lo hace, independientemente de las críticas que por ello reciba o de las consecuencias que ello provoque.
Sobre este tema, el vaticanista Salvatore Izzo publicó, en el conocido “Papa Ratzinger Blog”, un valioso comentario, cuya traducción aquí presentamos.
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Ayer y hoy hemos visto un Papa muy valiente, lúcido, sólido, capaz de gastarse hasta el fondo por la Iglesia y sobre todo de asumir sobre sí mismo – como Jesús sobre la Cruz – tanto el dolor de las víctimas inocentes de los abusos como las culpas de aquellos sacerdotes criminales. Todo con una transparencia de intenciones que sinceramente me conmueve y que pienso, y espero, podrá revelarse realmente sanadora para la Iglesia. Pues bien, ¿cómo podemos pensar que un hombre así pueda ser rehén de las oficinas de la Curia (comprendiendo, en esta expresión, desde el Secretario de Estado hasta el portavoz, pasando por los jefes de dicasterio)? A mí me parece bien claro que no estamos frente a ningún sabotaje: la decisión de proclamar o no proclamar al Cura de Ars patrono de los sacerdotes concierne al Papa y sólo a él. Si ha decidido suspenderla, es una elección asumida responsablemente, sobre la cual no me permito expresar críticas ni hacer hipótesis. Es absurdo también pensar que el problema sea la demora de algún amanuense en la preparación del Motu proprio.
Las resistencias a la acción de Benedicto XVI, también en una parte de la Curia, lamentablemente son reales, pero no conciernen a los actos que competen directamente al Papa, el cual hoy habría podido tranquilamente proceder – si hubiese querido hacerlo –, anunciando la proclamación y reenviando el documento a una fecha sucesiva. Por desgracia, hay muchas otras decisiones que el Papa toma y que muchos en la Iglesia tratan de obstaculizar, como hemos visto con el Motu proprio sobre la forma extraordinaria del rito latino y también con las oposiciones de algunos episcopados frente a nombramientos como el del auxiliar de Linz y al levantamiento de las excomuniones a los obispos lefebvristas. Estas resistencias, Joseph Ratzinger las conoce bien y sabe cómo afrontarlas. No hay necesidad de inventarnos otras que no son verosímiles. Debemos tener cuidado de no provocar, en quienes apoyan al Papa con sus oraciones, un síndrome de asedio que finalmente le haría parecer débil. No es así. Benedicto XVI, en efecto, no es un Papa desarmado. No hagamos un regalo al “enemigo”, del que nos ha hablado en la homilía de hoy, acreditando esta idea que algunos medios repiten con tediosa insistencia. Su fuerza es la de la razón sostenida por una fe profunda, como hemos visto en Plaza San Pedro esta mañana, y también la semana pasada en Chipre, y un mes atrás en Fátima. No debemos temer, nos repite: el Señor no nos deja solos en la oscuridad.
Y él, el Papa, ciertamente es consciente de la situación difícil que atravesamos. Pero no se deja asustar ni desviar: avanza derecho por el camino que considera que debe seguir, sin dejarse condicionar por nadie. Nos lo ha demostrado con el caso Maciel. Lo veremos con los nombramientos de las próximas semanas – el del visitador de los Legionarios y, sobre todo, el de quien irá a la cabeza de la Congregación para los Obispos – que alguno parece en estos días querer condicionar con anticipaciones infundadas. Gracias por la hospitalidad.
Salvatore Izzo (vaticanista de AGI)
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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