sábado, 30 de enero de 2010

El cardenal de las “misiones imposibles”

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El Papa visita al Cardenal Etchegaray

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El cardenal Roger Etchegaray, vicedecano del Colegio Cardenalicio, ya casi recuperado de las consecuencias de su caída en la pasada Nochebuena a causa del incidente ocurrido al comienzo de la Misa papal, ha dialogado con el periódico italiano “Corriere della sera” sobre lo que pasó aquella noche así como también sobre algunas de las “misiones imposibles” que ha realizado por mandato de los Pontífices.

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“Ciertamente, no olvidaré nunca la última noche de Navidad, una noche excepcional en muchos sentidos… Pero no hablemos de mí, hablemos más bien del Papa… Yo no merezco nada. Digamos así: cayendo, he entrado en la historia”.


En realidad, Roger Etchegaray ya había entrado en la historia. Basta mirar el prestigioso currículum de este tenaz cardenal, vasco francés de Espelette, nunca realmente jubilado a pesar de sus 87 años, enviado pontificio de las “misiones imposibles”, desde el intento de frenar la guerra contra Saddam Hussein hasta el genocidio en Ruanda.


Pero también es cierto que, de Navidad en adelante, se ha vuelto “famoso” por haber sido la única e ilustre víctima de aquel contacto cercano, retomado por la televisión de todo el mundo, entre la joven ítalo-suiza Susanna Maiolo y Benedicto XVI: el salto de las barreras en la basílica de San Pedro, los guardias vaticanos apresurándose para hacer de escudo, un trastorno nunca visto, y finalmente todos a tierra, Papa incluido, pero todos ilesos excepto él. Que quedó con la fractura del fémur.


Ahora, después de casi un mes de hospitalización en el Gemelli, ha vuelto a su habitación, en el palacio vaticano de San Calixto de Trastevere, y habla por primera vez sobre aquella noche. Pero no sólo: hace proyectos para el futuro, “porque un cristiano vive el presente en el presente y mira siempre adelante”, no renuncia a la idea de nuevos viajes y no reniega de su pasión de siempre, desde que era arzobispo de Marsella, como cuando trabajó para la Curia como responsable del Pontificio Consejo Iustitia et Pax. Es decir, el trabajo por el diálogo y la paz.


La rehabilitación está ya en un buen punto (“¡los médicos han sido buenísimos!”), tanto que camina por los largos pasillos de su casa ayudándose con el andador y sólo se detiene en el salón, donde le gusta recibir a los huéspedes. A sus espaldas, un retrato suyo con Fidel Castro, fruto de una de las miles empresas en el exterior, un cuadro de Salvador Dalí y una obra de artesanía africana, donada por un compatriota vasco, el arzobispo de Niamey en Níger.


Pero, entonces, ¿cómo han sido las cosas aquella noche en San Pedro? “El primer pensamiento ha sido para el Papa: he tenido miedo por él. Ha habido una gran confusión, caí arrastrado por los guardias que se apresuraron para proteger a Benedicto XVI y a todos los celebrantes, tuve el tiempo justo para ver a aquella muchacha que trataba de alejarse caminando arrastrada en la nave, luego sentí un gran dolor… Pero hablemos de otra cosa”.


Se detiene un instante y retoma todo de un solo aliento: “Realmente he admirado al Papa. Para él ha sido, de todos modos, un shock, una experiencia traumática. Sin embargo, logró levantarse enseguida para continuar la procesión hacia el altar y presidir la Misa de la noche de Navidad. Así es Benedicto XVI, un hombre mando y valiente”.


Se ha hablado, poco después del incidente, de un reforzamiento de las medidas de seguridad y está quien ha invitado al Papa a tener contactos menos cercanos con la multitud. Etchegaray tuvo una primera llamada telefónica de Ratzinger apenas internado, luego el interés cotidiano del secretario Georg Ganswein, y finalmente la visita al Gemelli, pocos días después de la operación. Hablaron por más de media hora, no sólo de lo que había ocurrido aquella noche.


¿Cambia, entonces, algo? “No, el Papa no renunciará nunca a la relación estrecha que tiene con la gente. Basta pensar que habría podido quedarse tranquilo, anular los compromisos públicos, al menos por un poco de tiempo. Y, en cambio, apenas dos días después, el 27 de diciembre pasado, estaba sentado en la mesa de los pobres de la Comunidad de San Egidio, comiendo con extranjeros y con quienes no tienen casa. Se ha tratado de un gesto altamente simbólico. Un signo de su gran atención y cercanía a los pobres”.


¿Y Susanna Maiolo? “Yo nunca le he hablado. Por otro lado, no es a mí a quien buscaba. Ha bastado el perdón del Papa, que ha querido encontrarse con ella. La he perdonado junto con él y ahora, discúlpeme, prefiero hablar del futuro”.


Sí, porque para el cardenal de las “misiones imposibles” hay todavía, “si Dios quiere”, una vida por delante: “Cada día vienen a verme amigos y conocidos. Hay muchas cosas de las que hablar”. Y cuenta los encuentros históricos. Cuando fue a Bagdad: “Era febrero de 2003, la guerra estallaría pocos días después. Ya parecía descontada pero Juan Pablo II quiso a toda costa evitar lo imposible. Y yo, obedeciendo, partí para Bagdad, a pesar de que ya tenía 80 años. No fue un fracaso, en la vida siempre vale la pena intentar, sobre todo cuando está la paz de por medio”.


Como cuando fue a Ruanda, en 1994, con el genocidio ya iniciado, para tratar de detener la violencia entre tutsis y hutus que causó, en poco más de un mes, casi un millón de muertos: “Ha sido el viaje que más me ha marcado: me daba cuenta de que podía hacer poco pero hablaba lo más posible con todos y, le aseguro, las palabras de un hombre de Iglesia pueden hacer milagros aunque, tal vez, los efectos no se ven de inmediato”.


Las “misiones imposibles” son incontables. Etchegaray ha estado varias veces en Vietnam, país que conoce bien, en la Sarajevo devastada por la guerra de los Balcanes, en muchísimos países africanos, ha estado dialogando con el comunista Fidel Castro: “Es importante dialogar con todos, favorecer un reacercamiento con quien está lejos: es la misión de la Iglesia”.


Y ahora sus pensamientos se dirigen a Haití. Ha conocido bien al ex-sacerdote y ex-presidente Aristide, que tanto entusiasmo suscitó en el momento de su elección después de la feroz dictadura de Duvalier: “Lo encontré por primera vez cuando, siendo seminarista, jugaba al fútbol en el patio de una Iglesia. La suya fue una historia difícil que seguí de cerca. Ahora, frente a la tragedia del terremoto, es necesario hacer algo, no dejar a ese pueblo solo… Y hay muchas cosas por hacer, también en otros países desafortunados de este mundo”. ¿No será que ya piensa en un próximo viaje? “Si Dios quiere…”.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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