domingo, 1 de agosto de 2010

El libro en poder del comerciante

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Quijote2

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… Ésta es otra de las aberraciones intelectuales que a mi tío el cura lo ponían fuera de sí… ¡El libro en poder del comerciante!


Quien hace una cosa, es suya. ¿Quién hace un libro? Primeramente el autor del libro, a veces con pedacitos sanguinolentos de su cerebro y fibrillas vivas de su corazón. Después del autor, el que hace un libro es el impresor, que le da cuerpo material. Terceramente hace el libro el editor, que, prestando su capital, hace posible a los otros dos obreros su obra, a veces trabajando él muy poco. Finalmente entra el librero, el cual lo tiene depositado en su casa y lo va vendiendo. La justicia más obvia pediría, pues, que el producto pecuniario de esa producción cultural fuese de mayor a menor en este orden: al autor, al impresor, al editor, y al librero. ¿Qué pasa?


Pasa todo al revés. En la Argentina, el librero, cuyas manos sólo barajan el libro, gana el 30 por ciento del precio; el editor el 20 por ciento, el impresor el 10 por ciento, y el miserable autor recibe el 5 por ciento o el 1 por ciento, cuando no le piratean los derechos. Y lo más grave del caso: son el librero y el editor los que deciden principalmente qué libros han de existir, qué libros deben salir, qué libros leerá una nación, ellos que del contenido del libro (de lo que es esencialmente el libro, puesto que un libro puede ser desde un don de Dios hasta una ponzoña y un asesinato) son los que menos pueden juzgar. ¡Oh delicias del liberalismo! ¡Oh progresos de la civilización!


Si fuera posible retroceder la historia, darían ganas de volver a aquellos tiempos bárbaros en que Juan Gallo de Andrada tasaba a tres maravedís y medio el pliego de los 83 que tiene el Quijote, el Licenciado Teólogo Francisco Murcia de la Llama certificaba no haber en él erratas notables, y el mismo Rey de Castilla y Emperador de las Indias en persona, habido el dictamen pericial de los dos letrados, daba solemne real cédula permitiendo imprimir y vigilando la venta por diez años del volumen, todo en beneficio de un soldado pobretón y trotamundo, y en beneficio de España, de América y del mundo…


¡Tiempos brutales de teocracia y dictadura, en que los reyes se ocupaban de libros en vez de montar elecciones, y los soldados mataban herejes con una mano y con la otra escribían Quijotes!


Dirá alguno: -¡y aquí yerra!

“¡pues no fue manco ese autor!

Y fue manco, sí señor,

pero manco desta tierra.


Oye la lección que encierra

Cervantes en esta hazaña

y espeta al que en torpe maña

franchutea gemebundo:

“que el mejor libro del mundo

lo escribió un manco en España”…


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Tomado de “Crítica Literaria”,  Leonardo Castellani, 1939

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