miércoles, 25 de julio de 2012

Arzobispo Müller: “No hay negociaciones sobre la Palabra de Dios”

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Presentamos nuestra traducción de una interesante entrevista que el Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha concedido a L’Osservatore Romano.

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“La fe se caracteriza por la máxima apertura. Es una relación personal con Dios, que lleva en sí todos los tesoros de la sabiduría. Por eso, nuestra razón finita está siempre en movimiento hacia el Dios infinito. Podemos aprender siempre algo nuevo y comprender cada vez con mayor profundidad las riquezas de la Revelación. No podríamos nunca agotarla”. Lo afirma el nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, en un largo diálogo con quien escribe y con el director de nuestro periódico. Durante el encuentro en el antiguo palacio del Santo Oficio, monseñor Müller ha hablado también de su llegada al dicasterio de la Curia Romana, de su decisión de ser sacerdote, del tiempo transcurrido como docente de teología y como obispo, de sus repetidos viajes a América Latina. Y ha explicado cómo aprendió a conocer y apreciar a Joseph Ratzinger desde su Introducción al cristianismo, que ya en 1968 era un best-seller.

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Háblenos de sus primeras impresiones en el oficio, recién asumido, de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un ambiente que ya conocía bien como miembro, durante años, de varios organismos de la Curia Romana.


Por cinco años, como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, he podido participar en las reuniones de los cardenales y de los obispos, admirando el modo de trabajar colegial y a conciencia. Las tareas de este dicasterio, por lo tanto, no me resultan desconocidas. Por muchos años he formado parte también de la Comisión Teológica Internacional y he podido colaborar también con otros dicasterios. En su conjunto, sin embargo, muchas cosas son para mí nuevas e insólitas. Hará falta un poco de tiempo antes de que logre orientarme en la compleja estructura de la Curia.


Naturalmente para mí es nuevo, sobre todo, el rol de Prefecto. Como miembro he profundizado los documentos preparados por la Congregación y he participado en las consultas. Ahora, en cambio, debo desarrollar y guiar el trabajo de cada día con quien trabaja en el dicasterio, preparando y realizando de manera correcta las decisiones.


Estoy agradecido al Santo Padre por haberme dado confianza y por haberme confiado este oficio. Los problemas que hay que enfrentar son muy grandes si miramos a la Iglesia universal, con muchos desafíos que es necesario afrontar y frente a un cierto desánimo que se está difundiendo en algunos ambientes pero que debemos superar. Tenemos el gran problema de los grupos – de derecha o de izquierda, como se suele decir – que ocupan mucho de nuestro tiempo y de nuestra atención. Aquí nace fácilmente el peligro de perder un poco de vista nuestra tarea principal, que es la de anunciar el Evangelio y de exponer de modo concreto la doctrina de la Iglesia.


Estamos convencidos de que no existe alternativa a la revelación de Dios en Jesucristo. La Revelación responde a las grandes preguntas de los hombres de nuestro tiempo. ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cómo puedo afrontar el sufrimiento? ¿Existe una esperanza que va más allá de la muerte, visto que la vida es breve y difícil? Estamos fundamentalmente convencidos de que la visión secular e inmanentista no basta. No podemos encontrar una respuesta convincente. Por eso la Revelación es un alivio, ya que no debemos buscar las respuestas a toda costa. Nuestras capacidades, sin embargo, son tan grandes que hacen al ser humano capax infiniti. En Cristo, el Dios infinito se ha manifestado a nosotros. Cristo es la respuesta a nuestras preguntas más profundas. Por eso queremos afrontar el futuro con alegría y con fuerza.


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Se ha escrito mucho sobre el nuevo prefecto. ¿Quiere, en cambio, contar usted mismo algo sobre su persona, su familia, sus estudios, sobre la opción de hacerse sacerdote, sobre la experiencia de estudioso y docente de teología, de obispo?


Mi padre ha sido por casi cuarenta años un simple obrero de la Opel en Rüsselsheim. Nosotros habitábamos allí cerca, en Mainz-Finthen, una pequeña localidad fundada por los romanos y todavía hoy allí se encuentran los restos de un acueducto construido por ellos. Desde este punto de vista, nuestra impronta fundamental es romana. En Maguncia (Mainz) todavía se tiene conciencia de esta herencia, y estamos orgullosos de ella. Tener un horizonte romano en el corazón de Alemania ha dejado un signo. Y cuando uno es católico las dos realidades se vinculan automáticamente.


Mi madre era ama de casa. Estoy agradecido a mis padres por habernos educado de manera normal desde el punto de vista humano, sin exagerar en una u otra dirección. Así hemos crecido en la fe católica y en su práctica, en el justo equilibrio entre libertad y vínculos, con principios claros. Todavía hoy concuerdo plenamente con mis padres.


Luego han seguido los estudios teológicos gracias a los cuales me he apropiado de una dimensión más profunda de la fe. Para mi opción de ser sacerdote ha sido importante haber seguido encontrando sacerdotes que llevaban una vida espiritual ejemplar, con una exigencia intelectual. Desde este punto de vista, para mí no ha habido nunca contradicciones entre el ser sacerdote y el estudio. Siempre he estado convencido de que la fe católica corresponde a las exigencias intelectuales más elevadas y que no debemos escondernos. La Iglesia puede enorgullecerse de muchas grandes figuras en la historia de la cultura. Por eso podemos responder con seguridad a los grandes desafíos de las ciencias naturales, de la historia, de la sociología y de la política.


La fe se caracteriza por la máxima apertura. Es una relación personal con Dios, que lleva en sí todos los tesoros de la sabiduría. Por eso nuestra razón finita está siempre en movimiento hacia el Dios infinito. Podemos aprender siempre algo nuevo y comprender con cada vez mayor profundidad la riqueza de la Revelación. No podríamos nunca agotarla.


Como obispo he continuado subrayando a los seminaristas que la identidad de la vocación al sacerdocio tiene necesidad del encuentro con sacerdotes auténticos. La fe comienza con los encuentros personales, partiendo de los padres, de los sacerdotes, de los amigos, en la parroquia, en la diócesis, en aquella gran familia que es la Iglesia universal. No debe temer nunca la confrontación intelectual; no tenemos una fe ciega, pero la fe no puede ser reducida de modo racionalista. Deseo a todos el tener una experiencia similar a la mía: la de identificarse de manera sencilla y sin problemas con la fe católica y de practicarla. Es bellísimo.


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El Papa Benedicto le ha confiado sus «Gesammelte Schriften». Dejándole también su apartamento romano, donde el cardenal Ratzinger vivió hasta el cónclave del 2005 y donde están todavía muchos de sus libros. ¿Cómo ha conocido a Joseph Ratzinger?


Siendo un joven estudiante leí su libro “Introducción al cristianismo”. Ha sido publicado en 1968, y prácticamente lo hemos absorbido como esponjas. En aquellos años, de hecho, en los seminarios había incertidumbre. En el libro, la profesión de fe de la Iglesia es expuesta de modo convincente, analizada con la ayuda de la razón y explicada con maestría. Se trata de un tema importante que caracteriza toda la obra teológica de Joseph Ratzinger: fides et ratio, fe y razón.


Luego he conocido y aprendido a apreciar a Ratzinger también en persona. En mi empeño como docente y como obispo ha sido para mí un sostén y un punto de referencia claro. Lo definiría un amigo paterno, siendo más anciano que yo por una generación. Y considero que el motivo de mi venida a Roma no es ciertamente el de cargarlo con las diversas cuestiones. Mi trabajo es aliviarlo de parte del trabajo y no presentarle problemas que pueden ser resueltos ya a nuestro nivel. El Santo Padre tiene la importante misión de anunciar el Evangelio y de confirmar a los hermanos y las hermanas en la fe. Corresponde a nosotros tratar todas las cuestiones relativas menos agradables, para que no sea cargado con demasiadas cosas, aún siendo naturalmente siempre informado de los hechos esenciales.


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Poco antes de la conclusión del concilio, Pablo VI ha transformado el Santo Oficio en Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Qué piensa de este cambio y del rol actual del dicasterio?


La Iglesia es, sobre todo, una comunidad de fe y, por eso, la fe revelada es el bien más importante, que debemos transmitir, anunciar y custodiar. Jesús confió a Pedro y a sus sucesores el magisterio universal, y a esto debe servir este dicasterio. Por lo tanto, la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene la responsabilidad de lo que concierne a toda la Iglesia en profundidad: la fe que nos conduce a la salvación y a la comunión con Dios y entre nosotros.


Pienso que el aspecto más importante de la transformación del dicasterio no ha sido la relación con otras instituciones de la Santa Sede sino más bien la orientación principal de su trabajo. El Papa Pablo VI quería que el aspecto positivo estuviera en primer plano: la Congregación debe, sobre todo, promover y hacer comprensible la fe, y este es el factor decisivo. A esto se suma, luego, el hecho de que la fe debe ser defendida de errores y envilecimientos.


Precisamente en el tiempo presente, necesitamos esperanza y señales para volver a empezar. Si miramos al mundo, sobre todo nuestros países europeos, que naturalmente son los que conozco mejor, vemos muchos políticos y economistas que hacen cosas extraordinarias, pero no son los primeros a los que hay que mirar cuando se trata de transmitir esperanza y confianza. Es aquí donde veo una de las grandes tareas de la Congregación y de la Iglesia en general: debemos redescubrir y hacer resplandecer de nuevo la fe como potencia positiva, como fuerza de la esperanza y como potencial para superar conflictos y tensiones, y continuar encontrándonos en la profesión común del Dios uno y trino.


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Es conocida la preocupación del Papa por el anuncio de la fe. Esta se ha expresado en la institución del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y en la convocatoria de un Año de la Fe. ¿Cuáles son los proyectos de su dicasterio?


La fe se realiza en la Santa Misa, en la vida cristiana, en las familias. En realidad no podemos hacer otra cosa más que dar un apoyo. Existen ya muchos textos para niños, jóvenes y adultos, además de estudios teológicos y documentos del Magisterio. El próximo Sínodo de los Obispos debe dar a los participantes y a toda la Iglesia nuevo impulso para la transmisión de la fe.


Considero mi deber personal animar a los obispos y teólogos en este sentido. Debemos reforzarnos unos a otros. El Señor mismo ha dicho a Pedro: confirma a tus hermanos y tus hermanas. Esto vale en particular para el Papa, pero no sólo. Precisamente para aquellos que anuncian es importante estar sobre el terreno de la fe, ir a sus fuentes, a la Sagrada Escritura, a los Padres de la Iglesia, a los documentos de los concilios y de los Pontífices, a los grandes teólogos y a los escritores espirituales. Donde esto no ocurre, todo permanece árido y vacío. Cuando, en cambio, la fe es aceptada con alegría y determinación, nace la vida. La Escritura nos propone algunas bellas imágenes: la luz sobre el candelero, la sal que da sabor a todo, el Evangelio como levadura en el mundo.


Como obispo de una diócesis, como sacerdote en la cura de almas, se mira a las personas en la cara. Se las ve concretamente en su situación de vida. No se puede anunciar a ellos el Evangelio si no se las ama y si no se ve que cada una de ellas es un misterio, imagen y semejanza de Dios. Es necesario continuar repitiendo que Cristo ha muerto en la Cruz por todos nosotros. Somos conscientes de que nuestra vocación es ser amigos de Dios y descubrir de tal modo a qué esperanza en realidad estamos destinados. Esto hace desaparecer las dudas del corazón. También los ateos o los enemigos de la Iglesia tal vez deberían preguntarse con espíritu de autocrítica si ellos mismos tienen medios de salvación para ofrecer a los hombres de hoy.


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Usted tiene muchos contactos con América Latina: ¿cómo nació esta relación?


He viajado muy a menudo a América Latina, a Perú, pero también a otros países. En 1988 he sido invitado a participar en un seminario con Gustavo Gutiérrez. He ido con algunas reservas como teólogo alemán, también porque conocía bien las dos declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la teología de la liberación, publicadas en 1984 y 1986.


Sin embargo, he podido constatar que es necesario distinguir entre una teología de la liberación equivocada y una correcta. Considero que toda buena teología tiene que ver con la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Ciertamente, sin embargo, una mezcla de la doctrina de una auto-redención marxista con la salvación donada por Dios debe ser rechazada.


Por otro lado, debemos preguntarnos sinceramente:  ¿cómo podemos hablar del amor y de la misericordia de Dios ante el sufrimiento de tantas personas que no tienen comida, agua y asistencia sanitaria, que no saben cómo ofrecer un futuro a sus hijos, donde falta verdaderamente la dignidad humana, donde los derechos humanos son ignorados por los poderosos? En última instancia, esto es posible sólo si se está también dispuesto a estar con las personas, a aceptarlas como hermanos y hermanas, sin paternalismo desde lo alto.


Si nos consideramos como familia de Dios, entonces podemos contribuir a hacer que estas situaciones indignas del hombre sean cambiadas y mejoradas. En Europa, después de la segunda guerra mundial y las dictaduras, hemos construido una nueva sociedad democrática también gracias a la doctrina social católica. Como cristianos debemos subrayar que es a partir del cristianismo que los valores de justicia, solidaridad y dignidad de la persona han sido introducidos en nuestras Constituciones.


Yo mismo vengo de Maguncia. Allí, al comienzo del siglo XIX, ha habido un gran obispo, el barón Wilhelm Emmanuel von Ketteler, que está en el comienzo de la doctrina y de las encíclicas sociales. Un niño católico de Maguncia tiene la pasión social en la sangre, y estoy orgulloso de esto. Este ha sido ciertamente el horizonte del cual he llegado en los países de América Latina. Por quince años siempre he transcurrido dos o tres meses al año, viviendo en condiciones muy sencillas. Al comienzo, para un ciudadano de Europa central, esto implica un gran esfuerzo. Pero cuando se aprende a conocer la gente en persona y se ve cómo vive, entonces se lo puede aceptar.


He viajado también a Sudáfrica con nuestros Domspatzen, el famoso coro que el hermano del Papa ha dirigido por treinta años. He podido dar conferencias en diversos seminarios y universidades, no sólo en América Latina, sino también en Europa y en América del norte. Y esto es lo que he podido experimentar: en todos lados estás en casa; donde hay un altar, Cristo está presente; dondequiera que estés, formas parte de la gran familia de Dios.


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¿Qué piensa de las discusiones con los lefebvristas y con las religiosas estadounidenses?


Parar el futuro de la Iglesia es importante superar los desencuentros ideológicos de cualquier parte que provengan. Existe una única revelación de Dios en Jesucristo, que fue confiada a toda la Iglesia. Por ello no hay negociaciones sobre la Palabra de Dios y no se puede creer y al mismo tiempo no creer. No se pueden pronunciar los tres votos religiosos y después no tomarlos en serio. No puedo hacer referencia a la tradición de la Iglesia y luego aceptarla sólo en algunas de sus partes.


El camino de la Iglesia lleva adelante y todos están invitados a no encerrarse en una mentalidad autorreferencial, sino a aceptar la vida plena y la fe plena de la Iglesia. Para la Iglesia católica es completamente evidente que el hombre y la mujer tienen el mismo valor: lo dice la narración de la creación y lo confirma el orden de la salvación. El ser humano no necesita emanciparse, o bien crearse, o inventarse por sí mismo. Es liberado y emancipado a través de la Gracia de Dios.


Muchas declaraciones sobre la admisión de las mujeres al sacramento del Orden ignoran un aspecto importante del ministerio sacerdotal. Ser sacerdote no significa crearse una posición. No se puede considerar el ministerio sacerdotal como una suerte de posición de poder terrenal y creer que la emancipación se dará cuando todos puedan ocuparla. La fe católica sabe que no somos nosotros quienes dictamos las condiciones para la admisión al ministerio sacerdotal y que detrás del ser sacerdote siempre están la voluntad y la llamada de Cristo. Invito a renunciar a las polémicas y a la ideología y a sumergirse en la doctrina de la Iglesia.


Precisamente en América, las religiosas y los religiosos han realizado cosas extraordinarias por la Iglesia, por la educación y la formación de los jóvenes. Cristo necesita jóvenes que prosigan este camino y que se identifiquen con la propia opción fundamental. El Concilio Vaticano II ha afirmado cosas maravillosas para la renovación de la vida religiosa, como también sobre la vocación común a la santidad. Es importante reforzar la confianza recíproca en lugar de trabajar unos contra otros.


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Aparte de Merry del Val de 1914 a 1930, el dicasterio siempre ha estado guiado por italianos. Después de 1968 han sido nombrados prefectos Seper, Ratzinger, Levada y ahora usted. ¿Qué manifiesta esta nueva tendencia?


Antes no existía la posibilidad de viajes frecuentes, por lo cual las personas en la Curia provenían de las cercanías de Roma o de Italia. Hoy los medios técnicos modernos nos ayudan a vivir de modo más concreto la catolicidad de la Iglesia.


Dado que el primado del Papa está, sin embargo, vinculado a la Iglesia de Roma, es obvio que en la Curia hay todavía muchos italianos. La internacionalización, de todos modos, tiene que ver con la catolicidad de la Iglesia. Ya en los tiempos del Imperio, había en Roma muchos cristianos e incluso Papas originarios de otros lugares, por ejemplo del Oriente. Hoy, como entonces, en la Iglesia somos miembros de una única familia y debemos, por así decir, ser el motor del progreso auténtico de la humanidad. Ninguna otra organización, de hecho, tiene esta dimensión internacional, que abraza la humanidad y se compromete tanto por la unidad de las personas y de los pueblos.


Dondequiera que celebramos la Eucaristía, compartimos la parte más íntima de nuestra convicción y tenemos la misma comunión de vida con Cristo, aún si la cultura y la lengua son diversas. Sentimos de inmediato que somos una sola cosa, que somos miembros de un solo cuerpo y que construimos juntos el templo de Dios. Es, en cierto modo, la continuación de la experiencia de Pentecostés: provenimos de todos los países y podemos alabar a Dios todos juntos, podemos escuchar en nuestra lengua la única Palabra de Dios. El Espíritu Santo nos habla en la lengua del amor, que nos une a todos a Dios, nuestro Padre.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 13 de julio de 2012

Mons. Bux: “Que la FSSPX acoja la reconciliación y confíe en el Santo Padre”

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Presentamos nuestra traducción de la entrevista que Don Nicola Bux ha concedido a Riposte Catholique, en la cual pone de manifiesto que el Santo Padre desea de todo corazón la reconciliación con la Fraternidad San Pío X.

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Don Nicola Bux, junto al Card. Brandmuller y a Mons. Marchetto, usted ha publicado recientemente una obra en la que expone las claves interpretativas del Concilio por parte de Benedicto XVI. Ahora es precisamente la cuestión de la interpretación del Concilio y del valor de su magisterio la que ha retrasado la regularización canónica de la Fraternidad San Pío X. En el último documento sometido a Mons. Fellay el 13 de junio, los encargados de su redacción habrían reintroducido la exigencia de que la Fraternidad reconozca la autoridad del Concilio en su totalidad. Parece, por lo tanto, que en Roma hay muchos modos diferentes de entender la “hermenéutica de la continuidad”: si por parte de algunos se plantea como principio base el reconocimiento preliminar del Vaticano II, otros hacen del Concilio mismo el objeto de la crítica (De Mattei), mientras una tercera interpretación sería la de razonar sobre el valor del magisterio del Concilio (en esta línea el padre Barthe habla de “magisterio incompleto”). ¿Es realmente así y se puede esperar que Roma de un paso atrás sobre la exigencia de un reconocimiento integral del Concilio? ¿Podemos acercar a Monseñor Di Noia, el nuevo vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, a esta tercera línea interpretativa? Él, de hecho, ha declarado a la agencia CNS que “los textos conciliares no deben leerse según el punto de vista de los liberales presentes en el Concilio” y que “es posible tener disensos y estar de todos modos en comunión con el Papa”, y ha explicado también que tiene la tarea de “ayudarlos a encontrar una fórmula que respete su especifica integridad teológica”. ¿Está cerca el entendimiento final?


El Concilio Ecuménico Vaticano II debe ser colocado, en primer lugar, en la larga historia de la Iglesia, de donde resulta la continuidad con aquellos que lo han precedido, aún con sus características propias, que constituyen también una novedad. ¿En qué sentido? En primer lugar, porque el Espíritu, que asiste a la Iglesia, hace nuevas todas las cosas. Luego, porque la tradición es recibir y transmitir. La renovación, o reforma, por lo tanto, tiene lugar en la continuidad, tema tratado a la luz del binomio inseparable, para la Iglesia Católica, “nova et vetera”. Y además la correcta hermenéutica es la primera “clave” indicada por Su Santidad Benedicto XVI en el famoso discurso a la Curia Romana en lo concerniente a la interpretación y la ecumenicidad del Vaticano II.


Sus documentos han sido descontextualizados respecto a la Tradición de la Iglesia y con frecuencia usados como expresión del “aggiornamento” (que habría debido poner juntos nova et vetera), minimizándolo y haciendo valer sólo lo nuevo. Así se lo transformaba en una suerte de ideología, en un “superdogma”, como llegó a decir el entonces cardenal Ratzinger a los obispos chilenos. Por lo tanto, se necesita una veraz presentación histórica del Vaticano II, entendido como instrumento de “aggiornamento”, es decir, de “renovación en la tradición”.


Un punto más bien olvidado en el discurso sobre el Vaticano II es el del consenso, es decir, cómo se forma, el camino que para alcanzarlo se debe realizar a través del diálogo entre opiniones, llegando a elegir una vía de síntesis, en cuanto a la doctrina no definida y en legítimo desarrollo. Las nuevas adquisiciones no necesariamente son definitivas e irreformables, sino que son orientaciones y preceptos del magisterio extraordinario de la Iglesia en sí y para su misión en el mundo. No por casualidad el magisterio ordinario pontificio sucesivo las ha interpretado, aclarado y desarrollado ulteriormente.


Se debe tener en cuenta también el diverso género de los documentos, que no son todos, en su totalidad y en su interior, de la misma naturaleza. Creo que en este sentido trabajará Mons. Di Noia. ¿Por qué no debería ser permitido también para el Vaticano II aquel estudio crítico que se ha aplicado al resto de los concilios?


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Otro elemento que podría hacer pensar en un retraso en la reconciliación entre Roma y Econe, es el nombramiento de Mons. Müller como Prefecto de Doctrina de la Fe. Al mismo tiempo, sin embargo, se ha tenido el nombramiento de Mons. Di Noia como vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. En la nota de explicación del nombramiento emitida por la Congregación para la Doctrina de la Fe se afirmaba: “El nombramiento de un prelado de alto rango en este puesto es un signo de la solicitud pastoral del Santo Padre por los católicos tradicionalistas en comunión con la Santa Sede y de su fuerte deseo de reconciliación con aquellas comunidades tradicionalistas que no están en comunión con la Sede de Pedro”. ¿Es Mons. Di Noia el hombre encargado por el Santo Padre para alcanzar finalmente el reconocimiento de la Fraternidad San Pío X? ¿Los hombres lograrán llegar allí donde el Espíritu Santo parece haber trabajado tan bien?


Con seguridad éste es el intento del Santo Padre, al cual le importa mucho la reconciliación y la unidad de los cristianos. Cada cristiano, en base a lo que he dicho antes, debe amar la tradición, por lo tanto es “tradicional” – mejor que tradicionalista. En la Iglesia, todo aquel que recibe un encargo no promueve sus ideas sino que debe servir a la verdad, fiel a la enseñanza del Romano Pontífice.


Por eso, tenemos necesidad de una segunda “clave” para interpretar no sólo el concilio Vaticano II, sino toda la vida de la Iglesia: la “clave” de la fe, indicada también por Benedicto XVI con la convocatoria del Año de la Fe. De hecho, ¿para qué debe servir todo el debate sobre el Vaticano II? Para redescubrir la naturaleza del cristianismo, que es necesario para la salvación del hombre. Así los cristianos, con la inteligencia de la fe, deben contribuir a la inteligencia de la realidad. Éste es el contenido esencial de la fe, y el Papa advierte la urgencia de volver a anunciarlo frente a concepciones que la reducen a discurso, o a sentimiento, o a ética.


Es necesario rezar para que todos en la Iglesia sean dóciles al Espíritu Santo, Spiritus unitatis.


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Monseñor Fellay se ha expuesto mucho para favorecer las condiciones para la reconciliación. Como Superior general de la Fraternidad San Pío X, es depositario del carisma específico de ésta pero también de la herencia de Mons. Lefebvre, su fundador, y debe vigilar que tanto uno como otro sean preservados. La Iglesia, por otra parte, tiene todo el interés en que este carisma particular se ejerza plenamente en su interior, como usted ha tenido oportunidad de subrayar haciéndose intérprete del pensamiento del Papa. Algunas veces, sin embargo, se tiene la impresión de que Roma no facilita mucho las cosas a Mons. Fellay a través de decisiones que parecen no tener en cuenta esta doble responsabilidad suya. ¿No es simplemente porque en Roma no se conoce casi para nada el universo tradicionalista y, en particular, la FSSPX, su historia y sus protagonistas? ¿Puede ser también una cierta falta de conocimiento del pensamiento del Papa que no desea “apagar” el vigor de la FSSPX sino sólo dirigirlo correctamente en la Iglesia?


En la Carta a los Obispos, que Benedicto XVI escribió después del levantamiento de la excomunión, ha demostrado conocer bien y amar a esta amplia parte de los fieles, que son también sus hijos. Los pasos que ha dado están inspirados por la “paciencia del amor”, aquella que según el Apóstol debe caracterizar a todos los discípulos de Jesús. Considero que también el Superior General, Mons. Fellay, ha trabajado en la misma dirección y como tal toda la Fraternidad debería seguirlo, en primer lugar los Obispos y sacerdotes, venciendo el orgullo que viene del Maligno. Aprendamos de Jesús que es manso y humilde de corazón. Un obispo, un sacerdote, un cristiano, debe considerar la unidad como el bien más precioso, dice san Juan Crisóstomo, que ha costado la Sangre preciosísima del Señor. Precisamente antes de la Pasión, Él ha rezado: ut unum sint!


Luego, incluso si algunos hombres se equivocan, la Iglesia es indefectible, porque Jesús la ha fundado sobre la roca de fe constituida por Pedro, que “viene de piedra”, dice san Agustín. Su unidad es inamissibilis, no se podrá perder nunca, porque es como la túnica de Jesús, sin costuras, hecha de una sola pieza, que precisamente este año ha sido venerada solemnemente en Tréveris. Las divisiones de los cristianos no pueden destruir la unidad de la Iglesia.


El primado del Papa es superior al concilio. Y la Iglesia no es un concilio permanente. A Pedro y a sus sucesores el Señor ha dado el “poder de las llaves” de atar y desatar en la tierra y esto al mismo tiempo lo hace Él en el Cielo.


Afortunadamente, junto a la Escritura, los cristianos tienen en el Papa un antivirus visible contra el conformismo: el “pastor de la Iglesia que os guía”, advierte Dante en el V canto del “Paraíso”, “baste esto para vuestra salvación”.


Por lo tanto, que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X – precisamente esto el Santo Padre lo está pidiendo a la Santísima Virgen María – acoja la reconciliación y confíe en el Santo Padre, y así conocerá un renovado desarrollo que será para beneficio de toda la Iglesia católica.


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Fuente: Riposte Catholique


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 11 de julio de 2012

África: ¿tierra de diáspora para los cristianos?

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Publicamos este artículo de Paolo Rodari, publicado días atrás en Palazzo Apostolico, sobre la creciente violencia contra los cristianos que tiene en lugar en varios lugares de África.

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Los obispos locales no lo dicen por prudencia. En el Vaticano muchos lo piensan y, si lo dicen, lo hacen sólo con breves pero importantes referencias: como han sido las palabras de dos días atrás del vocero, padre Federico Lombardi: “Parece que, entre los grupos terroristas, el ataque a los cristianos reunidos el domingo en sus lugares de culto se convierte en un método considerado particularmente eficaz para la difusión del odio y del miedo”.


Mueren los cristianos en África. No sólo en Somalia y Nigeria, sino ahora también en Kenia y en toda el área del Sahel. Mueren y la Iglesia parece consciente del motivo: grupos más o menos relacionados con la ideología qaidista han elegido África como campo de batalla, lugar donde lanzar las propias ofensivas. Ataques dirigidos cuyo objetivo es también el de eliminar, aniquilar la presencia cristiana y construir las bases del nuevo continente afro-musulmán.


En el Vaticano conocen las estadísticas: después de las dos Américas, África es el continente donde se verifican mayores conversiones al catolicismo, y más en general al cristianismo, números importantes que dan fastidio: los cristianos africanos, que en 1910 no alcanzaban el 2 por ciento, son hoy el 23 por ciento de la población cristiana global, explica el último informe del Pew forum sobre el cristianismo global.


Pero la línea oficial de las jerarquías es en el signo de la prudencia. Como queda demostrado por las palabras que ha dicho a la agencia Fides, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, monseñor Paul Darmanin, obispo de Garissa, la localidad de Kenia donde el domingo, hombres armados, probablemente fundamentalistas islámicos somalíes Shabaab, han atacado dos iglesias, una de las cuales la catedral católica. Darmanin no habla, deliberadamente, de ataques con motivos religiosos, sino de “una reacción para poner en dificultad al gobierno de Nairobi por lo que el ejército de Kenia está haciendo en Somalia contra los Shabaab. Garissa no está lejos del límite con Somalia. El límite se puede atravesar fácilmente a pesar que el gobierno esté haciendo lo mejor que pueda para controlarlo”. Pero al mismo tiempo admite que, es cierto, “los cristianos son blancos fáciles”.


No sólo Fides sino también la agencia Misna sostiene la tesis del conflicto político sin dar lugar al odio religioso. Explica Misna que también los misioneros de Nairobi creen en la pista de los Shabaab. “Los atentados – ha dicho uno de los religiosos – son una reacción al conflicto en Somalia, precisamente como las bombas contra el club nocturno de Mombasa de la semana pasada”.


¿Pero las cosas son realmente así? En parte sí. Detrás de los ataques en Kenia están también las cuestiones somalíes. Pero es innegable que en diversas áreas africanas el conflicto es entre dos visiones, la islámica y la cristiana. Un conflicto cuyas víctimas son a menudo las minorías cristianas.


Recientemente ha sido Fides también quien informó de los cristianos nigerianos de las tribus indígenas en el estado de Yobe que, aterrorizados, abandonaron los propios territorios ancestrales precisamente a causa de las amenazas y de las violencias del grupo de militares islámicos “Boko Haram” que continúa los ataques contra iglesias y viviendas. “La población del norte está inmersa en el pánico y en la inseguridad”, dicen a Fides fuentes locales.


La alarma de diáspora ha sido lanzada también por la ONG Christian Solidarity Worldwide, según la cual “el peligro de represalias” está al orden del día, y junto a él el peligro de “ulteriores violencias y derramamientos de sangre”. Ha escrito recientemente René Guitton, en “Cristianofobia. La nueva persecución”, que “del Magreb al África subsahariana, en todas partes se repite el mismo escenario de horrores y de injusticias: fugas masivas, saqueos de iglesias y viviendas, profanación de cementerios y de lugares de culto, crucifixiones, incendios, violaciones, mutilaciones, escarnios y discriminaciones legalizadas. Y la mano siempre es la misma, la del fundamentalismo islámico, hinduista, budista”. En estas zonas la “hemorragia de cristianos” es lenta pero real.


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Fuente: Palazzo Apostolico


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 5 de julio de 2012

Sobre la teología del Arzobispo Müller, habla Mons. Nicola Bux

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PRIESTS-ABUSE

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Andrea Tornielli ha entrevistado a Mons. Nicola Bux sobre el nombramiento del Arzobispo Müller como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, en particular, sobre aquellas citas de sus escritos que han sido objeto de polémicas en estos días. A continuación, nuestra traducción de la entrevista.

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El nombramiento del obispo de Ratisbona, Gerhard Müller, como nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido precedido y seguido por la difusión – primero a través de emails anónimos y luego en artículos en la web, incluido el sitio italiano de la Fraternidad San Pío X – de pequeñas extrapolaciones de sus escritos que demostrarían posiciones discutibles en materia de fe. ¿Las cosas son realmente así? Vatican Insider ha entrevistado sobre esto al teólogo Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

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En su libro de dogmática, Müller escribe que la doctrina sobre la virginidad de María “no concierne tanto a específicas propiedades fisiológicas del proceso natural del nacimiento…”.


El Catecismo de la Iglesia Católica precisa que el aspecto corporal de la virginidad está todo en el hecho de que Jesús haya sido concebido “sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo”.


Es una obra divina que supera toda comprensión y posibilidad humana. La Iglesia confiesa la virginidad real y perpetua de María pero no profundiza en los particulares físicos; ni parece que los concilios y los padres hayan dicho de manera diversa.


En esta línea, me parece, debe entenderse lo que ha escrito Müller, el cual no sostiene una “doctrina” que niegue los dogmas de la perpetua virginidad de María, sino que pone en guardia contra un cierto, por así decir, “cafarnaísmo”, es decir aquella manera de razonar “según la carne” y no “según el espíritu”, ya surgida en Cafarnaúm entre los judíos al final del discurso de Jesús sobre el pan de vida.

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En el 2002, Müller, en el libro “Die Messe - Quelle des christlichen Lebens”, hablando del sacramento eucarístico escribe que “el Cuerpo y la Sangre de Cristo no indican componentes materiales de la persona humana de Jesús en el curso de su vida o de su corporeidad transfigurada. Aquí, Cuerpo y Sangre significan la presencia de Cristo en los signos del medio constituido por pan y vino”.


Precisamente en Cafarnaúm los términos usados por Jesús, carne y sangre, fueron mal entendidos  en modo antropomórfico y el Señor tuvo que reiterar su sentido espiritual, que no quiere decir que su presencia sea menos real, verdadera y sustancial. Puede verse al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica. San Ambrosio dice que no se trata del elemento formado de la naturaleza, sino de la sustancia producida por la fórmula de consagración: la misma naturaleza es transformada, por eso Cuerpo y Sangre son el ser de Jesús. El concilio Tridentino dice que en la Eucaristía está presente “sustancialmente” nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre. Está presente sacramentalmente con su sustancia, un modo de ser misterioso, admisible por la fe y posible por parte de Dios.


Santo Tomás había dicho que el modo de la “sustancia” y no el de la “cantidad” caracteriza la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. El pan y el vino, en cuanto especies o apariencias, median nuestro acceso a la sustancia, algo que ocurre sobre todo en la Comunion. De todos modos, el concilio Tridentino no ve contradicción entre el modo natural de la presencia de Cristo en el Cielo y el sacramental de estar en muchos otros lugares. Todo esto ha sido reiterado por Pablo VI en su lamentablemente olvidada encíclica Mysterium Fidei. No bastan los sentidos sino que se requiere la fe. Es misterio de la fe.

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Sobre el protestantismo y la unicidad salvífica de Jesús, en octubre de 2011 Müller declaró: “El bautismo es el signo fundamental que nos une sacramentalmente en Cristo, y que nos presenta como una Iglesia frente al mundo. Por eso, nosotros como católicos y cristianos evangélicos estamos ya unidos incluso en lo que llamamos la Iglesia visible”.


San Agustín ha defendido, contra los donatistas, la verdad que el bautismo es un vínculo indestructible, que no destruye la fraternidad entre los cristianos, incluso cuando son cismáticos o heréticos. Lamentablemente hoy en la Iglesia se teme el debate, sino que se procede por tesis y ostracismos de quien piensa en forma diversa. Me refiero a la teología, ciertamente, que puede ser opinable.


Sin embargo, también el desarrollo doctrinal se beneficia del debate: quien tiene más argumentos, convence. En las acusaciones a monseñor Müller se sacan las frases del contexto: así es fácil condenar a cualquiera. Un verdadero católico debe confiar en la autoridad del Papa, siempre. En particular, pienso que Benedicto XVI sabe lo que hace. Y quisiera renovar a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X precisamente la invitación a confiar en el Papa.

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Ha sido dicho que el nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no habría sido hasta ahora muy favorable al Motu Proprio Summorum Pontificum…


Yo estoy seguro que comprende las razones que han llevado al Papa a promulgarlo y que trabajará según el espíritu y la letra del Motu proprio. En cuanto a las extrapolaciones de las que hemos hablado, las cosas escritas por monseñor Müller pertenecen a su etapa de teólogo y un teólogo no produce doctrina, al menos inmediatamente. Como obispo debe, en cambio, defender y difundir la doctrina, no suya sino de la Iglesia, y creo que lo ha hecho. Como Prefecto continuará haciéndolo, bajo la guía del Papa.

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Fuente: Vatican Insider


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 4 de julio de 2012

Magister: “El nombramiento de Müller refuerza el pequeño equipo de confianza del Papa”

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En esta entrevista, publicada en Il Sussidiario, el vaticanista Sandro Magister analiza diversos aspectos del nombramiento del Arzobispo Müller como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una decisión del Santo Padre que ha generado muchos comentarios en la “blogósfera” católica.

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¿Cómo juzga el cambio en el oficio de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dispuesto por Benedicto XVI?


El nombramiento de monseñor Müller demuestra el interés preeminente de Benedicto XVI en hacer que ocupe el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe una persona de absoluta confianza, en sintonía con su visión teológica.

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Cuando fue nombrado el cardenal William Levada se dijo: Benedicto XVI ha considerado fundamental que el Prefecto fuese, sobre todo, un pastor. Gerhard Ludwig Müller es también teólogo. ¿Ha cambiado algo en la orientación del Pontífice?


Diría que no. Ciertamente, el nuevo prefecto corresponde de modo muy fuerte al interés del Pontífice de tener una persona con la cual poder trabajar de modo estrecho y confidencial. Entre otras cosas, Müller, que es un pastor en cuanto obispo de Ratisbona, es también un calificado teólogo y se le ha encargado la edición completa de la Opera Omnia de los escritos teológicos de Joseph Ratzinger.

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¿Una elección dictada por un factor casi “empático” y de cercanía?


Naturalmente. Debe decirse, sin embargo, que no es el primer caso de nombramiento hecho en la Curia por Benedicto XVI al punto de poder definir estas elecciones como un “pequeño equipo” compuesto por personas de confianza del Papa y que trabajan en estrecho contacto con él. Al nombre de Müller, de hecho, se pueden asociar los nombres del cardenal Marc Ouellet, que nombra los obispos de todo el mundo, y del cardenal Kurt Koch, que dirige el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. Koch, Ouellet y Müller constituyen un trío que tiene una gran importancia en el gobierno de la Iglesia mundial y en el cual Ratzinger deposita una confianza muy fuerte.

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En su opinión, ¿este nombramiento está sujeto a criterios de nacionalidad o políticos? Repubblica ha escrito: “más alemanes en torno al Papa en un momento difícil…”. ¿Qué piensa de esto?


Müller es alemán, más precisamente bávaro, pero Koch, por ejemplo, es suizo, si bien de lengua alemana, y Ouellet es canadiense. Su proximidad, más que geográfica, es cultural, habiendo logrado una visión teológica muy similar a la del Papa y que les permite formar realmente un equipo.

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¿Cuáles son los puntos sobresalientes de esta visión teológica que reúne al “equipo” de Ratzinger?


Es una visión que se basa en lo mejor que la teología católica ha producido en el siglo XX. Basta decir que otros grandes teólogos, como Hans Urs Von Baltashar, Jean Daniélou y Henri de Lubac, pueden ser asociados a esta corriente.

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Monseñor Müller, entrevistado en agosto de 2010, dijo a este periódico: “es sólo el ‘principio del amor’, como unidad interna e inseparable de razón y sentimiento, inteligencia y afecto, el que permite superar las contradicciones de la razón moderna”. ¿Cuál es su comentario?


Es un pensamiento ciertamente compartido por el Pontífice. Tal vez, sin embargo, lo que debe ponerse de relieve es que esta corriente teológica no se distingue por un exclusivo uso de la racionalidad sino que se inspira muchísimo en la gran recuperación, realizada en la segunda mitad del siglo XX, del pensamiento de los Padres de la Iglesia. Son fundamentales también la centralidad de la liturgia y una interpretación de las Sagradas Escrituras no puramente histórico-crítica sino canónica, inspirada en aquel sentido espiritual y global que era típico de los grandes estudiosos de las Escrituras de la Edad Media.

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En este sentido, ¿piensa que este nombramiento puede considerarse “innovador”?


Absolutamente sí, porque como cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe no llega simplemente una persona encargada sólo de vigilar la “pureza” de la doctrina sino que hace su debut un teólogo que tiene una competencia y una visión lo suficientemente fuertes para promover la fe en el contexto moderno. Además, nos estamos acercando a un Año que Benedicto XVI ha convocado precisamente para reavivar la fe en el mundo.

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El nuevo Prefecto tendrá que dirigir también la Comisión Ecclesia Dei, que está examinando la hipótesis de recomposición con los seguidores del obispo Marcel Lefebvre. ¿Cuál piensa que será la línea que seguirá Müller?


La misma que lleva adelante con gran valentía el Papa Ratzinger, desafiando las muy fuertes resistencias que se desatan también y sobre todo dentro de la Iglesia, donde existen corrientes fuertemente ecuménicas pero sólo de palabra: es decir, insisten con palabras en continuas aperturas con las comunidades separadas como las protestantes históricas pero, al mismo tiempo, muestran no sólo una falta de apertura sino un auténtico desprecio frente a grupos muy cercanos a la Iglesia católica pero separados desde hace poco tiempo, como los lefebvristas. Corriente que puede y debe ser objeto de un trabajo de reconciliación.

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Müller se declara discípulo y amigo del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, considerado uno de los inspiradores de la “teología de la liberación”. ¿Cómo juzga esta apertura?


Esta atención particular con la doctrina de Gutiérrez ha sido usada como arma de acusación por parte de quien no deseaba a Müller al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En realidad, mirándolo bien, Gutiérrez está ciertamente entre los más famosos exponentes de la “teología de la liberación”, pero es el único que nunca ha sido objeto de condena porque, efectivamente, su teología está en el cauce la ortodoxia. Además, esta corriente ha tenido derivaciones sobre todo de tipo marxista absolutamente incompatibles con la doctrina católica tout court pero, por otro lado, ha desarrollado también temas y afrontado problemas que han sido valorados positivamente. Entre ellos monseñor Müller y, en el pasado, también el entonces prefecto Ratzinger, se habían expresado críticamente sólo sobre algunos aspectos de la teología de la liberación misma.

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Fuente: Il Sussidiario


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 2 de julio de 2012

Mons. Gerhard Ludwig Müller es el nuevo “guardián de la fe”

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El Papa Benedicto XVI ha realizado hoy uno de los nombramientos más importantes de su pontificado al designar, por segunda vez en su pontificado, un Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio que él mismo presidió durante casi 25 años. El elegido por el Papa, luego de aceptar la renuncia del cardenal Levada, ha sido Mons. Gerhard Ludwig Müller, hasta ahora obispo de Ratisbona. Este nombramiento pone de manifiesto la absoluta libertad del Pontífice que, a pesar de presiones y oposiciones, lleva a su lado como prefecto del dicasterio más importante de la Curia Romana a un prelado de su absoluta confianza, con el que comparte no sólo la vocación de la teología sino también una fuerte amistad, y que se ha ganado en Alemania muchas oposiciones precisamente por defender al Santo Padre y la doctrina de la Iglesia en un ambiente eclesial más bien difícil en este sentido. Ofrecemos nuestra traducción del comentario de Andrea Tornielli en su blog sobre este importante nombramiento del pontificado benedictino.

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Queridos amigos, será anunciado en breve el nombramiento del nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que tomará el lugar del cardenal estadounidense William Levada, que ha renunciado, decidido a volver a los Estados Unidos. La elección de Benedicto XVI ha caído sobre el obispo de Ratisbona Gerhard Ludwig Müller, de 64 años, teólogo muy bien conocido por el Papa así como también encargado de la Opera Omnia de Ratzinger.


Después de siete años, por lo tanto, un prelado alemán vuelve a la cabeza de la Suprema (así era llamada en un tiempo el Santo Oficio). La delicada decisión ha sido totalmente del Pontífice y en los meses pasados no han faltado intentos de disuadirlo, recordando su amistad con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la Teología de la Liberación (que nunca ha sido condenado por la autoridad eclesiástica), como también citando frases y pasajes aislados de los textos del mismo Müller juzgados teológicamente demasiado abiertos.


Benedicto XVI, que de teología entiende, después de haber valorado diversas candidaturas, ha mantenido aquella considerada más citada desde el comienzo. Müller está llamado a relanzar el rol de la Congregación para la Doctrina de la Fe según la amplitud de la tarea confiada al importante dicasterio desde los tiempos de la reforma de Pablo VI – no sólo vigilar e intervenir contra los teólogos que se separan de la ortodoxia, sino también promover en positivo la fe católica, tema central en el Año de la Fe querido por el Papa Ratzinger.


Al dicasterio doctrinal, además, están confiados los candentes y delicadísimos asuntos concernientes a los abusos sexuales cometidos por clérigos sobre menores en todo el mundo. La Iglesia, bajo el impulso primero de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, y ahora del Papa Benedicto, ha introducido desde hace una década reglas muy severas, que en los últimos tres años han llegado a desarrollar casi una “legislación de emergencia”. Pero la gran obra todavía por realizar es la del cambio de mentalidad en el afrontar este terrible fenómeno (que va disminuyendo), siguiendo precisamente el ejemplo del Pontífice en la atención a las víctimas.


Finalmente, no debe olvidarse el asunto de los lefebvristas. La Pontificia Comisión Ecclesia Dei ha sido llevada puesta bajo la égida del ex Santo Oficio y es presidida por el Prefecto. La semana pasada el Papa ha nombrado un vice-presidente de la Comisión, el arzobispo dominico estadounidense Augustin Di Noia, trasladándolo desde la Congregación para el Culto Divino. Müller tendrá, de todos modos, un rol de primer plano en esta fase complicada y difícil, que ha terminado en un impasse después de la entrega al superior lefebvrista Bernard Fellay de la última versión del preámbulo doctrinal, discutida por los cardenales del ex Santo Oficio y aprobada por el Papa.


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Fuente: Sacri Palazzi


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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