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Cuando Benedicto XVI se preparaba para viajar al Líbano, acercándose así a una región particularmente compleja por los conflictos en la cercana Siria, mucho se habló de los peligros de este viaje apostólico, el 24º internacional del actual Pontificado, e incluso no pocos mencionaron la posibilidad de una cancelación. Posibilidad que, sin embargo, nunca estuvo en los planes del Obispo de Roma: “sé que cuando la situación se hace más difícil, más necesario es ofrecer este signo de fraternidad, de ánimo y de solidaridad”, afirmó en el avión que lo llevaba a Beirut, al ser entrevistado por los periodistas.
El Papa viajó al país de los cedros para firmar y entregar la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Medio Oriente, que recoge las conclusiones de la Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos, celebrada dos años atrás en el Vaticano, y cuyo Instrumentum Laboris había entregado a los obispos de la región durante su viaje apostólico a Chipre. Se convirtió así en el tercer Papa que visitó el Líbano, luego de Pablo VI que, camino a la India, estuvo en Beirut el 2 de diciembre de 1964, y de Juan Pablo II, que estuvo allí el 10 y 11 de mayo de 1997, para concluir así el Sínodo especial para el Líbano y firmar la Exhortación Apostólica Una esperanza nueva para el Líbano.
Al llegar al Líbano, durante la ceremonia de bienvenida, el “amigo de Dios y amigo de los hombres” – así se presentó – recordó que un año atrás bendijo, en el Vaticano, una imagen de San Marón que, de esta manera, “desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro país y por todo el Oriente Medio”. Refiriéndose al equilibrio libanés entre cristianos de diversas denominaciones y miembros de otras religiones, afirmó que “a veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa”. Por eso, el Papa fue claro: “Es necesario dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos”. Pero también sostuvo “lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos… será profunda en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos”.
Por la tarde de su primera jornada libanesa, Benedicto XVI se dirigió a la Basílica de San Pablo de Harissa con el fin de realizar el acto central de su viaje: la firma y entrega de la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente. Allí fue recibido por uno de los cuatro patriarcas orientales católicos presentes en el país, Su Beatitud Gregorio III Laham, Patriarca Greco-Melquita. Al presentar el nuevo documento, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, Benedicto XVI recordó que el próximo mes se cumplirán 1700 años de la aparición que hizo ver al emperador Constantino “en la noche simbólica de su incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que una voz le decía: «Con este signo vencerás»”. Y a los cristianos, que en Medio Oriente tantas veces sufren a causa del nombre de Cristo, les dijo: “Os invito a todos a no tener miedo, a permanecer en la verdad y a cultivar la pureza de la fe. Ese es el lenguaje de la cruz gloriosa. Esa es la locura de la cruz: la de saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia para con el prójimo; la de saber transformar también unos seres que se ven combatidos y heridos en su fe y su identidad, en vasos de arcilla dispuestos para ser colmados por la abundancia de los dones divinos, más preciosos que el oro”.
El sábado 15 de septiembre, el primero de los actos oficiales del Santo Padre fue la visita de cortesía al Presidente del Líbano, tras la cual se reunió con representantes del mundo político, civil, cultural y religioso de la nación. Allí, hablando en una región que “parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin”, el Papa afirmó con fuerza: “Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura querida por Dios”. Luego de recordar la necesidad de educar a las nuevas generaciones en la paz, Benedicto XVI explicó cómo “el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse”. Pero aún frente a esta perspectiva, recordó también que “es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien” porque, sin una conversión del corazón, “las tan deseadas `liberaciones´ humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte”. Finalmente, se refirió en su discurso a la convivencia entre cristianos y musulmanes en el Líbano: “Habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad?”. Y remarcó, en este contexto, la necesidad del respeto mutuo, el diálogo continuo y la afirmación de valores comunes a todas las grandes culturas.
Luego de encontrarse con las autoridades políticas del país, el Santo Padre mantuvo también un encuentro privado con los líderes religiosos musulmanes: estaban presentes los cuatro jefes de las principales comunidades musulmanas: chiitas, sunitas, drusos y alawitas. Según informó el Padre Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se trató de un encuentro muy cordial, durante el cual “el gran muftí de los sunitas dijo al Santo Padre que los musulmanes mismos desean que los cristianos permanezcan en Medio Oriente, porque se vería empobrecido si los cristianos ya no estuviesen”. El Papa, por su parte, les entregó una copia de la Exhortación Apostólica firmada el día anterior en Harissa.
Hacia el mediodía, Benedicto XVI visitó a otro de los cuatro patriarcas orientales presentes en el país, Su Beatitud Nersès Bédros XIX Tarmouni, Patriarca armenio católico. Allí se celebró un almuerzo con los Patriarcas y Obispos del Líbano, con los miembros del Consejo Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos y con el séquito papal. En una breve alocución, el Santo Padre rogó al Señor “que bendiga a la comunidad armenia, duramente probada a través de los tiempos, y que envíe a su mies numerosos obreros y santos que, por Cristo, sean capaces de cambiar la faz de nuestra sociedad, de curar los corazones desgarrados y de volver a dar ánimo, fuerza y esperanza a los abatidos”.
Especialmente emotivo fue el encuentro del Sucesor de Pedro con los jóvenes, una verdadera “JMJ de Medio Oriente”, celebrada en la explanada frente al Patriarcado Maronita, siendo huésped así de otro de los cuatro patriarcas, el maronita, Su Beatitud Bechara Boutros Rai. Ya el Beato Juan Pablo II, durante su breve viaje a esta nación, había realizado un encuentro con la juventud. En esta ocasión fue el turno de Benedicto XVI, quien fue recibido por las aclamaciones de los jóvenes, que en algunos momentos gritaban, casi como en un eco de la JMJ de Madrid, “¡ésta es la juventud del Papa!”. El Santo Padre, al recordarles que viven en la región donde nació Jesús y se desarrolló el cristianismo, afirmó que se trata de un “gran honor” y una “llamada a la fidelidad”, ante la cual, incluso conociendo tantas dificultades de la vida cotidiana, no deben probar “la miel amarga de la emigración”. En otro pasaje importante de su discurso, los exhortó a “buscar buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira”, recordando que en Jesús encontrarán “la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: Mi paz os doy. ¡Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor!”. Luego de invitarlos a la oración, a la meditación de la Palabra, a la vida sacramental, a responder a la llamada del Señor, y al conocimiento de la fe, les recordó que ellos deben ser “los mensajeros del evangelio de la vida y de los valores de la vida” y resistir “con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra”. Finalmente, una llamada al perdón y a vencer el mal con el bien, mirando a Jesús: “Él no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro”.
A los jóvenes musulmanes presentes en el encuentro, Benedicto XVI les dijo: “Vosotros sois, con los jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente Medio. Buscad construirlo juntos. Y cuando seáis adultos, continuad viviendo la concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se encuentra en esta bella simbiosis”, ya que “es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana”.
El Papa tampoco olvidó a los jóvenes de Siria y, sabiendo que entre los presentes había algunos provenientes de esa nación, dijo: “Quiero deciros cuanto admiro vuestra valentía. Decid en vuestras casas, a vuestros familiares y amigos, que el Papa no os olvida. Decid en vuestro entorno que el Papa esta triste a causa de vuestros sufrimientos y lutos. Él no se olvida de Siria en sus oraciones y es una de sus preocupaciones. No se olvida de ninguno de los que sufren en Oriente Medio”. Un mensaje que reforzaría al día siguiente, antes de rezar el Angelus, cuando encomendando esa preocupación a la Santísima Virgen, afirmó: “¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte? Apelo a la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión. Quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar. No es fácil ver en el otro una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad. Que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que todos son hermanos”.
Durante la Santa Misa que presidió en Beirut el domingo, celebrada en rito latino pero con algunos elementos de los diversos ritos presentes en la región, el Santo Padre entregó a los patriarcas y obispos de Medio Oriente su Exhortación Apostólica, deseando que sea “una guía para avanzar por los caminos multiformes y complejos en los que Cristo os precede”. En su homilía, pronunciada frente a casi 500.000 personas, el Vicario de Cristo afirmó que “decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino conduce a la resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios”. Y ante el Año de la Fe, que comenzará el próximo 11 de octubre y que convocó para que “todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón”, los exhortó: “os animo vivamente a profundizar vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio”.
Antes de llegar al aeropuerto para despedirse del Líbano, el Papa mantuvo todavía dos encuentros, breves pero de gran significado. El primero, con los representantes de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales presentes el país, le dio la oportunidad de visitar al cuarto de los patriarcas orientales católicos de la nación, Su Beatitud Ignace Youssef Younan, Patriarca de Antioquía de los Siro-católicos. Allí invitó a todos a “trabajar sin descanso para que nuestro amor por Cristo nos conduzca paso a paso hacia la plena comunión entre nosotros. Para ello, debemos, por la oración y el compromiso común, volver sin cesar a nuestro único Señor y Salvador”. El segundo, no oficial, fue la visita – que no estaba en el programa – al Carmelo de la Theotokos, donde fue recibido por la Madre Teresa, que tiene casi noventa años, y donde el Sucesor de Pedro oró con aquellas carmelitas que, cada día, en medio de una región inestable y con frecuencia peligrosa, oran por aquel que preside la Iglesia en la caridad.
El domingo por la tarde, en el aeropuerto de Beirut, el Santo Padre parecía particularmente cansado luego del esfuerzo de los tres intensos días de su peregrinación apostólica. Pero esto no le impidió manifestar su alegría y agradecimiento por la cordialidad y atención con que fue recibido por todos en la visita, “demasiado breve”, así como “el deseo de volver”. En su último discurso, el Papa recordó que “en su sabiduría, Salomón llamó a Hirán de Tiro, para que erigiera una casa como morada del Nombre de Dios, un santuario para la eternidad. Y Hirán, envió madera proveniente de los cedros del Líbano (cf. 1 R 5,22)... El Líbano estaba presente en el Santuario de Dios”. Y continuó: “Que el Líbano de hoy, sus habitantes, pueda seguir estando presente en el santuario de Dios”. Culminaba así una memorable visita del Sucesor de Pedro a una región que lo esperaba, a pesar de tantos conflictos, y que lo supo recibir con alegría y emoción, como a un Padre al que se ama y respeta. El Papa, ciertamente con aspecto más cansado, con pasos más lentos, y con la ayuda de un bastón en más ocasiones que en el pasado, pero con la sabiduría y el amor de siempre, no los defraudó. Dejando resonar en los corazones de sus hijos, al despedirse de ellos, aquellas palabras que les dirigió pocas horas después de llegar: “«No temas, pequeño rebaño» y acuérdate de la promesa hecha a Constantino: «¡Con este signo vencerás!»”.
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